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Runa

versión On-line ISSN 1851-9628

Runa vol.37 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2016

 

ARTÍCULOS

Ana María Lorandi y el tren de la etnohistoria

 

Alejandra Ramos* y Carlos María Chiappe**

* Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección Etnohistoria. Buenos Aires, Argentina. alejandraramos_@hotmail.com
** Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección Etnohistoria. Buenos Aires, Argentina. carlosmariachiappe@gmail.com

 

Y las vi, las vi, ¿no? Porque, de pronto, si dejás pasar el tren,
ya no llega el próximo. Y ahí me subí al tren andando.
(Lorandi A. M., en Zanolli, Costilla, Estruch y Ramos, 2009)

 


Ana María Lorandi.
Fotografía Carlos María Chiappe

Nota de los Editores

Durante el proceso de edición del volumen 37(2) recibimos la triste noticia del fallecimiento de la Doctora Ana María Lorandi. Valga aún más entonces, este artículo/entrevista escrito con anterioridad, como homenaje a quien en vida fuera precursora de la investigación etnohistórica en Argentina, directora de nuestro Instituto (1984-1991), creadora de la sección de Etnohistoria y directora de la misma (1984-2014). Su legado queda impreso en sus trabajos y publicaciones pero, fundamentalmente, en las inumerables camadas de estudiantes, docentes e investigadores que se formaron con ella.

Introducción

En 2016, Ana María Lorandi cumplió ochenta años de vida, más de cincuenta de los cuales los dedicó a la actividad científica. Sus primeros escarceos los hizo en la Universidad del Litoral, donde se recibió en 1960 de Profesora de Historia. El paso de Alberto Rex González por aquella casa de estudios la vinculó a la Nueva Arqueología, que empezaba a cimentarse por medio de las excavaciones en el NOA. Posteriormente, Ana María dirigió sus propias investigaciones en la provincia de Santiago del Estero (Lorandi, 2015). En 1966, a causa de la masiva fuga de profesionales luego de la llamada Noche de los Bastones Largos (Torres, Gesteira y Hirsch, 2011: 155), renunció a su puesto como docente en la Universidad del Litoral -la misma donde se doctoró un año después- y pasó luego a formar parte de la Universidad de La Plata.

Conforme la Arqueología se volcaba a su faceta más "dura", y luego de haber conocido en Perú a John Murra (1967) y de haber realizado una estancia en Francia en la década de 1970 (donde se vinculó al equipo de Nathan Wachtel y realizó un posgrado en la École des Hautes Études en Sciences Sociales), empezó a interesarse por la etnohistoria.

En 1983, la Argentina recuperó su democracia. En la Universidad de Buenos Aires (UBA), la antropología cobró renovado impulso y a Lorandi se le ofreció hacerse cargo del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras (ICA-FFyL). A partir de 1984, Lorandi llevó a cabo una profunda reforma en este Instituto, del que fue su directora hasta 1991. A la par de su trabajo en este puesto de gestión, se ocupó también de labrar un cauce para que la Etnohistoria se consolidase a nivel regional. Desde entonces, su práctica en nuestra Universidad cobró impulso a través de diferentes materias y seminarios, proyectos, publicaciones y eventos académicos de alcance internacional.

Realizar una reseña exhaustiva de la multifacética vida profesional de Ana María Lorandi es una tarea que excede los límites de un artículo. Por esto mismo, nos proponemos aquí examinar sus aportes señalando tres formas de acción que llevó a cabo en forma destacada: inserción en redes transnacionales, promoción de temas de investigación y gestión institucional. A través de estas, Lorandi se transformó en "una de las figuras claves del desarrollo de las ciencias antropológicas en nuestro país y maestra de varias generaciones de arqueólogas/os, antropólogas/os e historiadoras/ es (Taboada, 2015: 24). Hemos elegido los ejes mencionados teniendo en cuenta, por un lado, la vigencia que revisten en el contexto actual y, por el otro, que en breve será publicado un recorrido más pormenorizado a través de sus investigaciones, atendiendo en concreto a los aportes que ha realizado a diversos temas y analizando las transformaciones conceptuales y metodológicas que tuvieron lugar a lo largo de su trayectoria académica (Boixadós y Bunster, 2016).

A lo largo de su extensa y encumbrada trayectoria, Ana María concedió varias entrevistas -algunas de las cuales fueron publicadas, mientras que otras permanecen inéditas- y escribió numerosos trabajos en los cuales rememoró su recorrido junto al del equipo de investigación que conformó. En este artículo hemos recuperado todo ese rico material para que fuese la misma Ana María quien nos guiase con sus palabras a lo largo de la historia de la que fue partícipe.1

Parte de la trama. Ana María Lorandi y su inserción en redes académicas transnacionales

La construcción de la carrera de Lorandi -desde sus primeros pasos como arqueóloga hasta constituirse en una etnohistoriadora de relieve internacional- fue un camino que necesariamente precisó de una relación creciente con las diferentes academias que conforman el campo de los estudios andinos. En sus primeras investigaciones, se volcó al estudio del arte rupestre, y presentó una contribución en el XXXVII Congreso Internacional de Americanistas celebrado en la ciudad de Mar del Plata en 1966. Un año más tarde, y continuando este interés inicial, asistió al Congreso Internacional de Arte Rupestre realizado en Huánuco (Perú). Fue allí cuando tomó por primera vez contacto con John Murra, antropólogo referente internacional de la etnohistoria andina. Murra se encontraba realizando un importante proyecto interdisciplinario en el sitio arqueológico de Huánuco Pampa y aprovechó la ocasión del Congreso para promocionar su investigación invitando a los asistentes -entre ellos, a Lorandi- a visitar el lugar:

I had the opportunity to get to know John Victor Murra, and to speak with him extensively, during a rock art conference which took place in Huánuco, Peru in 1967. At that time I was conducting archaeological research in northwestern Argentina and had a general background in the Andean world. The date is very significant because, during these years, Murra was kicking off a new perspective in ethnohistory, approaching colonial sources with the eye of an anthropologist. Murra had been working on the interdisciplinary project of Huánuco Pampa and had analyzed the earliest visitas (colonial inspection tour reports). On this occasion he presented his model of "vertical control of ecological niches", or "archipelagos" as he later called them. Along with other congress participants we made an excursion to the great Inca tambo, and, without any doubt, this first direct contact with Tawantinsuyu, guided by Murra's fascinating discourse, was the first change in direction of my professional career (Lorandi, 2009: 73).

Desde aquel momento permanecieron en contacto mediante el intercambio de correspondencia, y Murra adoptó un papel central en la difusión internacional de las investigaciones de Ana María: "Murra was my tie to the academic world outside my country. Frequently I met foreign specialists who, when I presented myself, immediately told me, ‘Ah. John Murra has spoken to me very favorably of you!'" (Lorandi, 2009: 74).

En 1971, a partir de contactos establecidos por Murra (quien daba clases en la Universidad de Yale), Lorandi dictó seminarios en las Universidades de Illinois y Michigan. Pocos años antes, en 1969, había iniciado una serie de viajes a Francia a raíz de compromisos laborales establecidos por su marido. Sus estadías allí se fueron haciendo cada vez más prolongadas y en ellas trabó relación con investigadores de la academia parisina. En 1976, se radicó en París por tres años consecutivos. Su principal interlocutor fue Nathan Wachtel, historiador francés que combinaba el análisis estructuralista con una perspectiva histórica, recurriendo tanto al trabajo en terreno como al de archivo (Ramos, 2015).

The years I lived in Paris, 1976 to 1979, plus earlier visits, were decisive and produced a substantial change in the course of my professional career. I offered seminars at the École des Hautes Études en Sciences Sociales, but, more importantly, I attended those offered by Nathan Wachtel and his group in which, in 1978, John Murra also participated. Murra's pioneering teaching was the central axis of the themes tackled (Lorandi, 2009: 74).

A la par que empezaba a moverse con soltura entre las academias estadounidense y francesa, estableciendo relaciones con destacados andinólogos, sus contactos latinoamericanos también se incrementaron. Ya familiarizada con los temas etnohistóricos, en 1973 asistió invitada por el presidente de la Comisión Organizadora, el arqueólogo Lautaro Núñez, al Primer Congreso del Hombre Andino (I CHA), realizado en el norte de Chile. Allí participó del Simposio "Verticalidad y colonización andina pre-europea" con la ponencia "El área andina y sus vecinos" (Universidad de Chile, 1973). El I CHA intentó evaluar, alrededor de las problemáticas vigentes de las comunidades andinas, "su marginalidad, la desintegración de la matriz económica-cultural y los efectos de la modernidad y del Estado para compartir inclusivamente estrategias a través de un diálogo franco ante la diversidad del Centro Sur Andino" (Núñez, 2013: 94-95). Este encuentro debió terminarse dos días antes de lo estipulado al producirse el 29 de junio la sublevación militar conocida como el "tancazo", preanuncio del golpe de Estado que ocurriría poco después. Regresar a Buenos Aires a través de un país convulsionado fue toda una odisea: "El tancazo nos agarró en Antofagasta, no había vuelos locales [así que] me vine en ómnibus cruzando todo el desierto de Atacama" (Lorandi, en Ramos y Chiappe, 2015, las aclaraciones son nuestras).

Posteriormente, fue expositora en el XLII Congreso Internacional de Americanistas en París (1976), y al año siguiente fue invitada a participar del "Otoño andino", encuentro organizado por Murra en la Universidad de Cornell. En ese mismo año de 1977, Lorandi presentó, en el Homenaje al Centenario del Museo de La Plata, la ponencia "Arqueología y Etnohistoria: hacia una visión totalizadora del mundo andino".

I prepared an article in which I analyzed and compared various models, presenting a global focus on social interaction in the Andean world from the double perspective of archaeology and ethnohistory (Lorandi, 1977). These frameworks were Murra's model of vertical control (Murra, 1972), Augusto Cardich's study of the upper limits of cultivation (Cardich, 1975), and the Huari y Llacuaz article by Pierre Duviols (Duviols, 1973), an exploration of the prehispanic dual organization of farmers and herders. In the original work I also incorporated an analysis of María Rostworowski's coastal dynamics (Rostworowski, 1974), but because of problems with length I had to eliminate it (Lorandi, 2009: 74).

En este trabajo, afirmó que el modelo de control vertical de un máximo de pisos ecológicos propuesto por Murra, además de establecer una serie de elementos que podían encontrarse en distintos casos -ideal de autosuficiencia económica, principio de reciprocidad, discontinuidad territorial, colonias multiétnicas-, servía para pensar la conformación de los horizontes panandinos, fases de integración que alternaron con períodos de desarrollos locales. En su argumentación, complementó el modelo murriano con los trabajos de Augusto Cardich y de Pierre Duviols acerca de las oscilaciones climáticas en la región y de los sistemas hidráulicos.

Murra (2002) encontró este aporte sumamente estimulante y lo difundió entre los investigadores del área: "Murra really appreciated my analytic approach" (Lorandi, 2009: 74).

Fue tan buena la recepción del trabajo de Lorandi, que se la invitó a participar con una síntesis de este en un número dedicado a las sociedades andinas en la revista Annales, curado por John Murra, Nathan Wachtel y Jaques Revel en 1978. Ese mismo material fue publicado posteriormente en inglés como libro, bajo el título Anthropological History of Andean Polities (1986).

La década de 1980 fue el tiempo en que Lorandi se volcó decididamente a la etnohistoria, y cuando daría forma a sus investigaciones etnohistóricas sobre el noroeste argentino. Sin embargo, estas tenían como antecedente una visión de síntesis sobre el mundo andino que ella venía elaborando desde la década previa en sus trabajos arqueológicos, sus publicaciones, sus vastas lecturas, la participación en encuentros académicos y el trato personal con distintos referentes de los estudios andinos.

Cuando, en 1983, se realizó en Chile el Primer Simposio de Arqueología Atacameña, se ofreció a "gestionar la organización de un simposio de Etnohistoria Andina en Buenos Aires para un futuro próximo" (Universidad Católica del Norte, 1984: 21). Este finalmente tomaría forma como el I Congreso Internacional de Etnohistoria celebrado en Argentina en 1989, que tuvo una amplia convocatoria tanto en el plano nacional como en el internacional. Abordaremos su organización en el tercer apartado de este artículo, dedicado a la gestión institucional.

Para fines de la década de 1980, entonces, Lorandi se había convertido en una autoridad internacional en temas etnohistóricos. Ello se evidenció no sólo en la organización de un congreso de gran envergadura, sino también -como trataremos en detalle en las próximas páginas- en el hecho de que se hubiese instalado al Tucumán colonial en la agenda académica internacional.

Durante la década de 1990, el grado de inserción de Ana María a nivel internacional se visualiza en la invitación que recibió para participar del Simposio Variations in the Expression of Inka Power, que se organizó en Dumbarton Oaks (Washington DC, 1997), evento que marcó un hito en las investigaciones sobre el imperio incaico. Entre sus participantes se encontraban reconocidos investigadores, como María Muñoz, John Rowe, John Murra, María Rostworowski, Tom Zuidema, Lucy Salazar, Albert Meyers, Rebecca Rollins Stone, Tom Cummins, Susan Niles, Richard Burger, Gary Urton, Verónica Williams, Brian Bauer, Charles Stanish, Ramiro Matos, Robert Batson, Jeffrey Quilter, Craig Morris, Terence D'Altroy, Heather Lechtman, Carmen Arellano y Julián Santillana [Figura I]. Una década después, y bajo el mismo título del simposio se efectuó una publicación colectiva producto del encuentro, que estuvo a cargo de Richard Burger, Craig Morris y Ramiro Matos Mendieta. Lorandi publicó allí un trabajo en coautoría junto a Terence D'Altroy y Verónica Williams, titulado The Inka in the Southlands.

 


Figura I:
Asistentes al Simposio Variations in the Expression of Inka Power. Ana María es la primera mujer, de derecha a izquierda, en la tercera fila.
Fuente: Archivo Institucional Sección Etnohistoria

Actualmente, aunque el reconocimiento a Ana María en la Argentina es alto, existen disputas intraacadémicas con antropólogos e historiadores por el papel ubicuo, no fácilmente aprehensible, de la etnohistoria, y por la ocupación de espacios y recursos.

No tengo absolutamente problemas con nadie, pero uno se da cuenta cuando te invitan y no te invitan a ciertos lugares. Es decir, sobre todo los porteños, porque yo tengo mucha relación con los historiadores de Perú, de Bolivia y me invitan constantemente, de Chile, pero los porteños (…) no me consideran. [En cambio] tengo sí la sensación de pertenecer a toda una colectividad andina (…) Y otra de las cosas que yo siento, y eso es con respecto a los antropólogos, con los que tengo excelente, pero excelente relación… que si nosotros nos presentamos en un congreso, salvo que uno tenga un trabajo en un simposio en donde hay otros antropólogos, y entonces no tienen más remedio que escucharte y a veces interesarse, en general cuando hacemos simposios sobre etnohistoria (...) no hay un antropólogo que esté más o menos vinculado que venga a escuchar, no les interesa la cosa histórica, no les interesa la proyección histórica (Lorandi en Torres y otros, 2011: 158, el destacado es nuestro).

Por lo tanto, a la hora de analizar la trayectoria de Lorandi, debe tomarse particularmente en consideración su inserción en una red andina de investigadores, transnacional por definición. Sólo así es posible aquilatar más acertadamente su papel en el campo de los estudios andinos en general y de la etnohistoria argentina en particular.

El Tucumán colonial como espacio para la investigación etnohistórica

Si bien Lorandi inició sus investigaciones sobre el mundo andino como arqueó- loga en la década de 1960, hemos visto que posteriormente su interés fue volcándose hacia la etnohistoria: "I embraced ethnohistory with much greater passion than archaeology, perhaps because my original education in history allowed me to involve myself in a more humanistic manner with Andean society" (Lorandi, 2009: 74).

En un libro colectivo escrito en homenaje a Ana María, hemos analizado en detalle este desplazamiento disciplinar (Zanolli, Ramos y Chiappe, 2016). Partiendo de lo anterior, nos interesa aquí recuperar, a través de sus palabras, de qué manera se fue delineando el Tucumán colonial como espacio de investigación y cuáles fueron los principales desafíos que enfrentó.

A partir de las excavaciones en el centro incaico Potrero Chaquiago de la provincia de Catamarca, nos interesamos por el traslado de mitimaes originarios de las llanuras tucumano-santiagueñas combinando datos arqueológicos con la escasa información que ofrecían las crónicas y los documentos locales sobre la expansión del Tawantinsuyu en nuestra región (Lorandi, 2010: 272).

A principios de los años ochenta, articular las crónicas con los datos arqueoló- gicos implicaba, en nuestro país, refundar una asociación que había resultado muy discutida a partir de experiencias más tempranas. Además, requería considerar las especificidades de la documentación en relación con la empleada en el área central andina.

Rápidamente nos dimos cuenta de que las fuentes locales no permitían trasladar al NOA [Noroeste argentino] las categorías que se descubrían y discutían para los Andes Centrales y que resultaría difícil abordar algunos de los temas que ocupaban la atención de nuestros colegas (Lorandi, 2010: 272, las aclaraciones son nuestras).

En la década de 1980 Lorandi elaboró una serie de trabajos que situaron el Tucumán colonial en relación con el Tawantinsuyu, entre los que se encuentran "La frontera oriental del Tawantinsuyu, El Umasuyu y el Tucumán. Una hipótesis de trabajo" (Lorandi, 1980), "El borde oriental de la Puna de Tucumán prehispánica" (Universidad Católica del Norte, 1984) y "Los diaguitas y el Tawantinsuyu. Una hipótesis de conflicto" (Lorandi, 1988). En ellos, abordó el Tucumán como frontera del Tawantinsuyu y analizó también las fronteras al interior del propio Tucumán (Zanolli y otros, 2016).

Las diferencias entre ese centro [Cusco] y la periferia sur-meridional, advertidas a medida que avanzaban nuestras investigaciones, nos alentaron a preguntarnos si nuestros indígenas también podían ser considerados andinos o si, como nos encontrá- bamos "en las fronteras del Imperio", podíamos aplicar las categorías y clasificaciones utilizadas para los Andes Centrales y Meridionales. (...) Planteamos esas diferencias como resultado de un encadenamiento de poblaciones en su doble relación con su medio ambiente serrano -que incluía la Puna y valles- y con las llanuras orientales (Lorandi, 2010: 271).

Si bien se mantuvo siempre al tanto y en diálogo con las producciones que se realizaban en torno al área andina, Lorandi buscó también abrir un camino nuevo contribuyendo a una mejor comprensión de las dinámicas propias del Tucumán colonial.

Cuando comenzamos carecíamos de antecedentes locales sobre los procesos que afectaron a la sociedad indígena del NOA desde la perspectiva renovada que se había inaugurado con los aportes de John Murra (...) La principal dificultad consistió en evitar aplicar los modelos propuestos por Murra sin contrastarlos con las realidades que estábamos investigando. Su influencia para abordar los estudios andinos desde la perspectiva antropológica fue esencial para orientar nuestro propio camino, pero muy distinto hubiera sido forzar la información para adecuarla a dichos modelos. Lo que Murra nos enseñó fue a renovar nuestra forma de leer las fuentes, a respetar a nuestros sujetos y a considerarlos como agentes activos así como la continuidad entre lo preincaico y lo incaico (Lorandi, 2010: 278).

En este sentido, Ana María insistió en distintas oportunidades sobre el carácter construido de cualquier modelo: "Te sirve para orientarte, para hacerte preguntas, pero nada más, pero el modelo es el modelo y es construido (…) y la gente lo confunde como realidad" (Lorandi en Zanolli y otros, 2009).

A comienzos de la década siguiente, comenzó a contar con la importante producción del equipo que estaba formando, la que le señaló nuevas particularidades al interior del espacio tucumano (Zanolli y otros, 2016). Estos avances fueron compilados en los dos tomos de El Tucumán Colonial y Charcas (1997). Por otro lado, presentó los aportes de su equipo en encuentros nacionales (Congreso de Investigación Social Región y Sociedad en Latinoamérica, Tucumán, 1996) e internacionales (V Congreso Internacional de Etnohistoria, Lima, 1998). Sobre esta producción opinó que

podemos reconocer, sin falsa modestia, que dimos el puntapié inicial de una visión renovada, debido a que en el momento que comenzamos no existían investigaciones con el mismo enfoque etnohistórico, y estas circunstancias nos obligaron a aplicar mucho más esfuerzo e imaginación (Lorandi, 1996: 420).

En el tercer y último apartado comentaremos cómo Lorandi impulsó el desarrollo de su equipo de trabajo.

Desde el pie: la creación de un soporte institucional para el desarrollo de la Etnohistoria en la Universidad de Buenos Aires

Como vimos, Ana María Lorandi participó en dos grandes procesos de renovación de las ciencias sociales. En primer lugar, en el cambio de paradigma de la arqueología nacional, por su instancia de aprendizaje y colaboración con Alberto Rex González. En segundo lugar, en la expansión y consolidación de la etnohistoria, por su cercanía a John Murra. Siendo desde 1964 investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), ya doctorada (1967) y luego de su estancia en la Universidad de La Plata (1968-1983), Lorandi fue tentada en 1984 para pasar a la Universidad de Buenos Aires (UBA). A nivel personal, este cambio se situó en un momento en el que Lorandi se hallaba en conflicto con la arqueología, debido a su interés por profundizar en aspectos sociales con abordajes que en la época no se consideraban, ya que existía una "creciente presión académica por la aplicación de métodos, técnicas y leyes cada vez más específicas" (Taboada, 2015: 27).

En nuestra arqueología científica no leíamos crónicas (…) se suponía que la crónica solo daba el panorama de la población indígena del momento del encuentro con los españoles, y que para retrotraernos en el tiempo había que usar otros recursos científicos (Lorandi, en Torres y otros, 2011: 155).

A nivel institucional, con el restablecimiento de la democracia en 1983, la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) había iniciado un proceso de restructuración de la carrera de Ciencias Antropológicas y de sus institutos de investigación, luego de varios años de dictadura que incidieron negativamente en el desarrollo disciplinar. En este contexto, Lorandi fue convocada por Carlos Herrán, director del Departamento de Ciencias Antropológicas, para dirigir el Instituto de Ciencias Antropológicas (ICA).

El día que me ofrecen en 1984 venir a esta Universidad… no me lo terminaron de decir que ya estaba en Buenos Aires. (…) Acá, inmediatamente, pude [presentar becarios] eso [sumado a la experiencia] de cómo presentar proyectos [hizo que] enseguida consiguiéramos plazas… Por eso, Antropología tuvo más fondos y más becarios en los primeros años [en la UBA y el CONICET, que al resto de las carreras de la Facultad] (Lorandi, en Torres y otros, 2011: 156, las aclaraciones son nuestras).

Según Lorandi, su acceso a la dirección del ICA se vio allanado por el hecho de provenir de otra universidad, estando por lo tanto ajena a los conflictos polí- tico-académicos que enfrentaban a antropólogos y arqueólogos en su nuevo destino; grupos ambos, por otra parte, con los cuales tenía buena relación (Lorandi en Ramos y Chiappe, 2015).

A mí me dieron la dirección del ICA, por empezar, porque justamente por ser arqueó- loga y estar ya metida en la etnohistoria, hacia puente entre las distintas disciplinas. Carlos Herrán fue quien me invitó, lo vio con claridad: yo era una persona que no era discutida, ni por los unos ni por los otros, ni por la extrema derecha ni por la extrema izquierda, entonces podía hacer puente. Y como cuando llegue acá encontré que había pequeñas Secciones (…) dije: "inventemos una de Etnohistoria" (Lorandi en Zanolli y otros, 2009).

Su llegada a la UBA se dio, por lo tanto, en una coyuntura individual e institucional propicia que le permitió desarrollar su creciente interés por la etnohistoria y también le otorgó nuevas oportunidades de crecimiento profesional. Se destacan de Lorandi no sólo sus sobrados antecedentes para afrontar el nuevo desafío, sino también su carácter osado y emprendedor y su aguda intuición para disputar un nicho para la etnohistoria dentro de la antropología practicada en la UBA (Zanolli y otros, 2010: 47).

Hay un aspecto [relevante] de política académica. Es un espacio que se construye, a nosotros nos ha permitido construir un espacio autónomo [el de la Sección Etnohistoria]. Y eso es importante en el desarrollo de una disciplina para darle identidad [y] para tener recursos. Tiene la ventaja de que somos menos, y podemos crear instituciones como estas, porque poca gente que hace etnohistoria, de todas maneras, aparta un espacio propio. A mí me parece que lo que yo hice fue muy inteligente [risas] Porque bueno (…) nos permitió difundirnos como disciplina (…) obtener fondos, si hubiéramos tenido que estar peleando con los antropólogos (…) o con los historiadores peor. No hubiéramos tenido las opciones [en ese sentido] apartarme de la arqueología para poder construir ese espacio propio… fue lo mejor que hice en mi vida, para mi vida personal (...) y me dieron la opción en esta Facultad de crear un espacio especial (Zanolli y otros 2009, las aclaraciones son nuestras).

Durante su intensa gestión al frente del ICA, Lorandi impulsó la reestructuración de las secciones existentes y la creación de otras nuevas. El Instituto quedó conformado sobre la base de seis secciones: Antropología Biológica, Folklore, Etnología, Antropología Social, Arqueología2 y Etnohistoria, cada una de las cuales concentró desde entonces diferentes proyectos de una determinada área, modo que favoreció un progreso descentralizado de la investigación antropológica. En 1991, Lorandi abandonó la dirección del ICA y quedó a cargo sólo de la Sección Etnohistoria.

Después, como yo misma lo organicé [al ICA] con Secciones y las Secciones, en realidad, concentraban los proyectos, me di cuenta de que era imposible realizar una real dirección académica desde la oficina central (…) lo importante pasaba en cada Sección que era el núcleo, que era un programa o un conjunto de proyectos. Entonces, no quise seguir renovando mi postulación (Lorandi, en Torres y otros, 2011: 156).

Mientras el ICA se modernizaba, la etnohistoria se desarrollaba e institucionalizaba en la UBA. Esto último fue propiciado por la beneficiosa coyuntura política y académica y por el impulso de Lorandi y de las investigadoras noveles Ana María Presta y Mercedes del Río. Desde sus inicios, los proyectos de investigación implementados -financiados por el CONICET y la UBA- se proponían evaluar la viabilidad del enfoque etnohistórico para el área andina meridional y el Tucumán colonial. En estos proyectos, de carácter interdisciplinario -codirigidos por Lorandi, el historiador Enrique Tandeter y la arqueóloga Myriam Tarragó- el objetivo era realizar un análisis integrador de la sociedad americana a partir de las categorías de "cambio y continuidad", propuesta que sigue -con sus lógicas transformaciones- en los proyectos actuales. La coexistencia de diferentes programas de trabajo y líneas de investigación posibilitó el crecimiento constante de la Sección Etnohistoria mediante la incorporación de nuevos becarios.

Pero no sólo se trabajaba en investigación. En forma temprana (1984), la Sección Etnohistoria tomó a su cargo la -en ese momento- recién creada Cátedra Sistemas Socioculturales de América II (agricultores medios y sociedades estatales), que pasó a integrar el nuevo plan de estudios de la Licenciatura en Ciencias Antropológicas.

Si uno revisa los programas de la cátedra, se puede ver que empezamos con incas, mayas y aztecas y que, poco a poco, incorporamos, a medida que se desarrollaban, las investigaciones coloniales. Y fuimos cambiando, y uno puede ir siguiendo el proceso, siguiendo el ritmo del progreso de las investigaciones, a medida que se iban desarrollando nuevas líneas y nuevos temas y avanzando en la cátedra al mismo compás, primero siglos XVI, XVII y XVIII hasta llegar a la actualidad, y lo más importante, nosotros también acompañamos ese proceso en nuestras propias investigaciones (Lorandi, en Torres y otros, 2011: 157).

El mismo año de su llegada al ICA, impulsó el relanzamiento de la revista del Instituto: RUNA, de la cual fue su directora.

Nos ocupamos, por cierto, de las ciencias del hombre. De todos los hombres, los del pasado y los del presente. Nos ocupamos del "otro", el ser diferente o extraño a nuestra propia cultura, sujeto que tradicionalmente cautivó la curiosidad de los etnógrafos. También del pasado recuperable por la antropología y también de la sociedad de las llamadas "etapas históricas". Nos interesan nuestros contemporáneos, no sólo los "otros", es decir nuestra propia entidad socio-cultural. (…) En esta nueva etapa, un Comité de Redacción comparte con la Dirección la responsabilidad de mantener el nivel científico de los trabajos dados a conocer sobre sus páginas. Y, por primera vez en la historia de las revistas antropológicas del país, un Comité Consultivo Internacional, integrado por especialistas de gran prestigio, colabora en la selección del material. Runa ofrece, por estos medios, las garantías académicas que la comunidad exige a las publicaciones científicas (Lorandi, 1984: 9).

En esa década fecunda, otro hito fundamental sucedió en 1989, con la realización en la Facultad de Filosofía y Letras del I Congreso Internacional de Etnohistoria (CIE) [Figura II].3 Este evento -en el que se homenajeó a John Murra y a Gunnar Mendoza- contó con la participación de profesionales de diversos países. Es de destacar que dicho congreso sólo pudo concretarse por la férrea voluntad del equipo de la Sección Etnohistoria y, en especial, de Ana María Lorandi, ya que su realización coincidió con el estallido social y político que atravesaba el país. La hiperinflación, que se agudizaba mes a mes, impidió la financiación de todos los viajes y estadías programados, debiéndose cancelar las invitaciones para dictados de clases poscongreso, dado que la Universidad no podía solventarlas. A pesar de estos inconvenientes, el evento tuvo una amplia convocatoria, y recibió, inesperadamente, a más de 500 asistentes.4


Figura II:
Póster publicitario del I Congreso Internacional de Etnohistoria.
Fuente: Archivo Institucional Sección Etnohistoria

El I CIE sesionó en el 1° piso de la recientemente inaugurada sede de Puán 480 (CABA). Sobre él, Lorandi dice estar todavía "traumada" por las fuerzas que le insumió y las vicisitudes que debió pasar.

Estábamos [tan] embaladas cuando ocurrió la renuncia [del presidente] Alfonsín que no previmos… la inflación venía pero la renuncia de Alfonsín es lo que [la disparó] Era tal la inflación en ese momento, que ni pagando en dólares -por anticipado- nos querían hacer la reserva [en los hoteles donde se hospedarían los coordinadores y asistentes más reconocidos] (…) [Nosotras] no habíamos hecho nada de eso [organizar congresos, entonces] se nos desbordó de tal manera [pero] ¡le pusimos un ímpetu! (…) ¡Fue terrible! Nunca nos imaginamos todo ese maremágnum de gente que vino… a esa Facultad que estaba casi vacía… fría… no había calefacción (…) en pleno julio… ¡sólo pudimos ofrecer una copa de vino económica, de damajuana, porque no teníamos nada! Y en ese congreso -que fue el primero- aparecieron españoles, ¡que no teníamos ni idea de cómo se habían enterado! De Bolivia y Perú, ¡lleno! (Lorandi en Ramos y Chiappe, 2015).

Este encuentro fue un evento pionero que contribuyó a la consolidación nacional y regional de la etnohistoria. Su valor como espacio de actualización y difusión de la disciplina ha quedado demostrado en su continuidad hasta el presente.

Poco tiempo después, en 1991, se concretó la idea de poner en circulación una revista dedicada a la Etnohistoria que continúa editándose al día de hoy: Memoria Americana. En su primer número, Lorandi comentó que esta tenía por objetivo:

Recuperar el protagonismo de los nativos de América y acompañarlos en sus luchas y sus procesos de integración a la nueva dimensión ecuménica que se abrió con la llegada de los europeos [y] concentrar las investigaciones etnohistóricas referidas al Cono Sur de América con el fin de reformular su imagen tradicional, en lo concerniente a los procesos que dieron lugar a la construcción de las nuevas sociedades que emergieron a lo largo de los siglos (Lorandi, 1991: 5).

La organización de eventos científicos, los proyectos de investigación, la producción académica, la incorporación regular de becarios y tesistas, el desarrollo académico de sus integrantes y el trabajo docente convergieron en la consolidación de la Sección Etnohistoria como espacio académico institucional dentro de la antropología practicada en la UBA. En esta etapa se afianzaron y ampliaron también las líneas de investigación implementadas desde la década anterior. Al área Andina meridional se agregaron Pampa-Patagonia, el Chaco oriental y Paraguay. A los pueblos originarios se les sumó la sociedad hispano-criolla, tomando en cuenta tanto actores individuales como instituciones. Las investigaciones fueron incorporando temporalidades más recientes y se impulsó la búsqueda de nuevas fuentes. Todo lo anterior llevó a una diversificación de los temas y problemas a abordar.

Por otro lado, la aparición de la denominación Antropología Histórica tanto en las instancias de investigación como de docencia es diagnóstica de un cambio teórico-metodológico significativo, ya que por entonces se propuso a aquella (en vez de la Etnohistoria) como un marco teórico que permitiría combinar, de un lado, el análisis de la estructura social con el de los acontecimientos y, del otro, los enfoques en escalas micro y macro. Esta reelaboración avanzó a través de un seminario interno que tuvo como propósito realizar una revisión de obras consideradas claves de la antropología y la historia y, además, establecer una discusión sobre las diversas formas de construcción del conocimiento científico que se realizaban en la Sección Etnohistoria. En Memoria Americana 9 (2000) se incorporaron en gran medida las discusiones surgidas de dicho encuentro, y comenzó a utilizarse la denominación de Etnohistoria como sinónimo de Antropología Histórica:

La Antropología Histórica busca identificar actores o grupos formales e informales que interactúan en sistemas más globales, buscando modificarlos, explotarlos y aún destruirlos en provecho propio; minorías o migrantes que buscan hacerse de un lugar en el sistema en el que se insertan; elites que ensayan formas de identificación y diferenciación interpelando de diversas maneras a "los de abajo"; masas de gente "silenciosa" cuyas voces casi siempre nos llegan de forma indirecta y a veces sólo en la modalidad de reacciones violentas a las normas impuestas desde arriba (Lorandi y Wilde, 2000: 64).

En el plano docente, coincidentemente con la aparición de la denominación de Antropología Histórica, se empezó a dictar en 1998 el seminario anual de Tesis en Teoría y Metodología en Investigación en Antropología Histórica, en el marco de la Licenciatura de Ciencias Antropológicas. Este sigue actualmente propiciando la realización de proyectos de tesis de licenciatura de los estudiantes prontos a egresar.

Las discusiones teórico-metodológicas propias del final de década cobraron visibilidad internacional en el VI CIE (Buenos Aires, 2005), el cual sesionó luego de un receso de siete años.5 Posteriormente, en 2010, al celebrarse el 25 aniversario de la Sección Etnohistoria, esta realizó unas Jornadas en las que especialistas locales reflexionaron sobre los marcos teórico-metodológicos utilizados, la formación de recursos humanos y los tipos de financiamiento.

Dos años después, la discusión sobre la especificidad disciplinar reapareció condensada en Memoria Americana 20 (1) (2012), a través de un artículo de Lorandi ("¿Etnohistoria, Antropología Histórica o simplemente Historia?"), que fue debatido en el mismo número por Guillaume Boccara, Cristóbal Aljovín de Losada, Marco Curátola Petrocchi, Raúl Fradkin, Sergio Serulnikov, María Celestino de Almeida, Eduardo Míguez, Thomas Abercrombie, Walter Delrío y Pablo Wright.

Si el número 9 de Memoria Americana fue producto de una discusión al interior de la Sección Etnohistoria, el número 20 retomó, actualizó y abrió el juego para que diversos investigadores de renombre - argentinos y extranjeros - se expresasen al respecto. Por lo tanto, entre fines de la década de 1990 y principio de la de 2010 podemos situar el origen de una de las más recientes líneas de trabajo de la Sección Etnohistoria, la relacionada con la producción y circulación del conocimiento etnohistórico (ver Zanolli y otros, 2010; Ramos, 2011, 2016; Chiappe, 2015).

La apertura geográfica, la renovación temática y la extensión temporal, con su consecuente redefinición del objeto de estudio, estuvieron ligadas no sólo a procesos endógenos, sino también a una actualización teórica que sucedió a escala mundial, en Historia (v.g., microhistoria italiana), Antropología (v.g., aportes de Sahlins y los Comaroff) y en las Ciencias Sociales en general, con la influencia de autores como Giddens y Bourdieu (Zanolli y otros, 2010: 74). Actualmente, a la par que los temas, espacios y tiempos de investigación siguen ampliándose, lo propio ocurre con la docencia, las relaciones con otras instituciones -lo cual incluye convenios con institutos y universidades del país y del exterior- y los trabajos de extensión -particularmente en escuelas de nivel primario y secundario-, necesarios para mejorar el vínculo con la sociedad a la que la producción científica debe su existencia.6

Reflexiones finales

In ethnohistory I found my place in
the world, not only with the subjects I
researched, but also through the chance
to educate students, and to develop the
discipline in my country.
(Lorandi, 2009: 74)

Aunque Lorandi se desvinculó de la dirección de la Sección Etnohistoria en 2014 -cargo que pasó a ocupar el Dr. Carlos Zanolli- sigue formando parte de su equipo, no sólo a través de la dirección de dos de los principales y más aglutinantes proyectos de investigación (entre los varios radicados en esta institución a cargo de miembros destacados del equipo), sino principalmente por el acompañamiento constante a sus investigadores.

Una disciplina no se puede desarrollar con el esfuerzo individual o de unos pocos "elegidos", formando una capilla cerrada. Rápidamente comprendimos que la táctica consistía en ampliar todo lo posible el número de participantes en esta aventura y nos lanzamos a enseñar lo poco que sabíamos y a incitar a los estudiantes a que buscaran por sus propios medios lo que no sabíamos. Creo que lo mejor que aprendieron fue a hacerse buenas preguntas, lo demás se fue solucionando sobre la marcha (Lorandi, 2005: 249).

Los recursos humanos que ayudó a formar se expresan, sólo en parte, en su numerosa plantilla. Por sobre todo, su presencia sigue siendo palpable a través de la continua relación personal y afectiva con sus integrantes: "Fue toda una experiencia maravillosa, desde el punto de vista personal, formar tanta gente… a mí que me encanta, ¡y lo hice con tantas ganas!" (Lorandi en Zanolli y otros, 2009).

Aunque el tiempo presente la encuentra premiada y reconocida -es Investigadora Superior Emérita del CONICET y Profesora Consulta de la UBA-, lejos está de detener su marcha. En forma reciente se ha publicado una obra temprana e inédita (Lorandi, 2015) que reúne sus principales contribuciones a la arqueología santiagueña -que marcaron "un hito en la historia de la arqueología argentina" (Taboada, 2015: 24)-; mientras tanto, entre sus intereses actuales se halla la relación entre la guerra de la independencia y la construcción de ciudadanía en los actuales territorios de Perú, Bolivia y el Noroeste argentino (Lorandi, 2014).

No vale la pena insistir en la gigantesca tarea que tengo por delante: leer toneladas de libros y artículos sobre este período de transición y la República temprana tanto en América como en España, a lo que se suma la búsqueda de documentación que dé cuenta de los microprocesos locales sobre los que en este momento me gustaría indagar. Por tanto, en este momento me debato entre la incertidumbre acerca de la metodología más adecuada para abordar estos objetivos y la adrenalina que provoca un nuevo desafío (Lorandi, 2013: 198).

El presente, con su impronta política -que conlleva nuevos criterios y formas de financiamiento- enfrenta al Instituto de Ciencias Antropológicas en general y a la Sección Etnohistoria en particular a nuevos desafíos. Pensar el camino recorrido y el trabajo pionero de Ana María por "subirnos" con identidad propia al tren de la etnohistoria inspira a luchar por conservar y acrecentar el patrimonio intelectual, los recursos materiales, las líneas de financiamiento y los vínculos internacionales de los que nos ha hecho depositarios. Consideramos que para conseguir este propósito debemos imitar su pasión por el trabajo.

Lo más lindo es el placer de avanzar descubriendo todos los días algo nuevo (...) Ese placer, placer de aprender algo nuevo todos los días, eso es lo más importante, todos los días aprendés algo nuevo en la investigación, entonces uno puede vivir feliz (Lorandi en Torres y otros, 2011: 164-165).

En el espacio que ella construyó, la Sección Etnohistoria, también nosotros hemos encontrado un lugar de trabajo, desde el cual se impulsan y prosperan recorridos tanto individuales como colectivos. Este es un sitio que lleva la impronta de Ana María, donde el compromiso académico se sostiene a partir del trabajo en equipo y el placer por la investigación.

Agradecimientos

A Ana María Lorandi por las diversas entrevistas y charlas informales que nos ha dispensado. A Julia Costilla, Dolores Estruch y Carlos Zanolli por permitirnos consultar y citar una entrevista inédita hecha a Lorandi. A Roxana Boixadós y Cora Bunster por facilitarnos el acceso a la colección de fotografías que reunieron y por permitirnos seleccionar material para incorporar en este trabajo. A Ayelén Arcos y a Jorgelina Passo por asistirnos con la edición del manuscrito.

Notas

1. Las transcripciones de las entrevistas citadas fueron revisadas personalmente por Ana María Lorandi para esta publicación.

2. La Sección de Arqueología se convirtió en Instituto en 2007.

3. Este se organizó sobre la base de cinco simposios que trataban los temas centrales de la época: Rebeliones (Coord. Frank Salomon), Simbolismo y sincretismo religioso (Coord. Luis Millones), Estrategias de supervivencia (Coord. Thierry Saignes), Pasado y presente de las relaciones interétnicas en el Gran Chaco, Brasil central y Amazonia (Coord. Alejandra Siffredi); y Sociedad indígena y relaciones fronterizas en el área meridional de Argentina y Chile (Siglos XVI-XIX) (Coord. Raúl Mandrini).

4. Entre los que se encontraban figuras extranjeras como John Murra, Nathan Wachtel, Frank Salomon, Luis Millones, Thierry Saignes, Tom Lynch, Antonio Canedo, Zenón Guzmán, Bernardo Berdichewsky, José María Casassas, Juan van Kessel, Manuel Mamani, Oreste Plath, Gabriel Martínez, Verónica Cereceda, Leonardo Jeffs, Julio Montané, José Luis Lorenzo, Luis Lumbreras, Jorge Hidalgo, José Luis Martínez, Victoria Castro, José Berenguer, Patricio Núñez, Felipe Bate y Carlos Aldunate, entre otros

5. Esta vez fueron sólo cuatro grandes simposios a cargo, cada uno, de un investigador de reconocida trayectoria en la temática a nivel internacional, un investigador perteneciente a los diversos centros del país y un miembro del equipo de investigación en Etnohistoria de la Universidad de Buenos Aires. Estos fueron: Simposio I: Política, autoridad y poder, coordinado por la Dra. Scarlett O'Phelan (Pontificia Universidad Católica del Perú), la Dra. Nidia Areces (Universidad Nacional de Rosario) y la Lic. Cora Bunster (UBA); el Simposio II: Sociedad, población y economía, coordinado por el Dr. Guillaume Boccara (EHESS/CNRS, Francia), la Dra. Silvia Palomeque (Universidad Nacional de Córdoba/CONICET) y la Dra. Roxana Boixadós (UBA/ Universidad Nacional de Quilmes); el Simposio III: Tradiciones orales, narrativa y simbolismo, coordinado por la Dra. Thérèse BouysseCassagne (CNRS, Francia), el Dr. Walter Delrio (UBA/CONICET) y la Dra. Ingrid de Jong (UBA/CONICET); y el Simposio IV: Etnicidad, identidad y memoria, coordinado por la Prof. Rossana Barragán (Universidad Mayor de San Andrés, Bolivia), la Dra. Gabriela Sica (Universidad Nacional de Jujuy) y el Dr. Carlos Zanolli (UBA).

6. Una síntesis actualizada de los principales temas, proyectos y convenios de la Sección Etnohistoria halla en preparación por Lorena Barbuto y Alejandra Ramos para la revista Quehaceres del Departamento de Ciencias Antropológicas de FFyL-UBA.

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Otras fuentes consultadas

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3. ZANOLLI, Carlos; COSTILLA, Julia; ESTRUCH, Dolores y RAMOS, Alejandra. 2009. Entrevista a Ana María Lorandi. Ms.         [ Links ]

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