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Runa

versión On-line ISSN 1851-9628

Runa vol.38 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ago. 2017

 

ARTÍCULOS

¿Una temática "en boga" o un problema silencioso? Primeras reflexiones sobre el abordaje etnográfico de una problemática socioambiental en una localidad rural (Córdoba, Argentina)

 

A theme in vogue or a silent problem? First reflections on the ethnographic approach of a socio-environmental problem in a rural town (Córdoba, Argentina)

Uma temática "em voga" ou um problema silencioso? Primeiras reflexões sobre a abordagem etnográfica de uma problemática socioambiental numa localidade rural (Córdoba, Argentina)

 

Lucía Caisso*

* Doctora en Ciencias de la Educación. Becaria posdoctoral CONICET. CIFFyH-UNC. Córdoba, Argentina. Correo Electrónico: luciacaisso@hotmail.com

Recibido: 20 de diciembre de 2016.
Aceptado: 12 de julio de 2017

 


Resumen
Este artículo presenta algunos puntos de reflexión surgidos de los inicios de una investigación etnográfica que busca abordar el modo en que inciden las transformaciones estructurales del agro pampeano en la vida cotidiana de una localidad rural del centro-norte cordobés. Específicamente, se interesa por explorar la politicidad existente en torno de la problemática de las fumigaciones con agrotóxicos y su asociación con distintas patologías, y los desafíos que presenta el trabajo de campo en este universo social y a propósito de esta temática. En un recorrido que nos invita a reconocer como "problema silencioso" aquello que concebimos inicialmente como "temática en boga", volvemos a una de las cuestiones centrales de toda antropología: la distancia existente entre el mundo social y los supuestos que poseemos sobre él quienes lo investigamos.

Palabras clave: Etnografía; Problemáticas socioambientales; Involucramiento político; Contexto rural

Abstract
This article presents some reflection points arisen from the beginnings of an ethnographic investigation that tries to tackle the way in which the structural transformations of the Pampean agricultural space influence in the daily life of a rural town of the central northern of Cordoba. Specifically, it is interested in exploring the existing political character around the problems of fumigations with agro-toxics and their association with different pathologies, and the challenges presented in the fieldwork in this social universe and in relation to this subject. In a journey that invites us to recognize as "silent problem" what we initially conceived as a "theme in vogue", we return to one of the central questions of all Anthropology: the existing distance between the social world and the assumptions we, investigators, make about it.

Key words: Ethnography; Socio-environmental issues; Political involvement; Rural context

Resumo
Este artigo apresenta alguns pontos de reflexão surgidos aos inícios de uma pesquisa etnográfica que procura abordar o modo em que as transformações estruturais do espaço agrícola pampeano incidem na vida cotidiana de uma localidade rural do centro-norte de Córdoba. Especificamente, se interessa por explorar o aspecto político em torno à problemática das fumigações com agrotóxicos e sua associação com distintas patologias, e os desafios que o trabalho de campo apresenta neste universo social a propósito desta temática. Em um caminho que nos convida a reconhecer como "problema silencioso" aquilo que concebemos inicialmente como "temática em voga", voltamos a uma questão central de toda a Antropologia: a distância existente entre o mundo social e os supostos que os pesquisadores possuímos sobre o sujeito.

Palavras-chave: Etnografia; Problemáticas socioambientais; Envolvimento político; Contexto rural


 

Introducción: una temática "en boga"

En el segundo semestre del año 2015 inicié un trabajo de campo en una pequeña localidad del centro-norte cordobés. El tema general de la investigación lo constituían los conflictos socioambientales en los que se involucraban los docentes de escuelas rurales. La génesis de mi elección por las temáticas socioambientales se remonta a mi propio involucramiento militante en el conflicto contra la instalación de una planta de la empresa Monsanto en la localidad cordobesa de Malvinas Argentinas, próxima a la ciudad de Córdoba capital. Dada la magnitud adquirida por la lucha contra el intento de radicación de esta planta, Malvinas Argentinas se había vuelto -a partir del año 2014- un sitio de encuentro de militantes ambientalistas y políticos de todo el país, llegados al "bloqueo" (piquete que frenaba la construcción) para solidarizarse con la causa. Yo misma pasé junto a muchas otras personas varios días en ese pueblo (el más desfavorecido de toda la provincia en términos socioeconómicos) marchando, bloqueando y soportando represiones policiales y parapoliciales diversas.

Casi en forma simultánea al primer anuncio sobre el proyecto de instalación de la planta -realizado desde Nueva York y de modo halagüeño por la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner-, la provincia de Córdoba fue también escenario de otro suceso político de gran importancia para el campo de las luchas socioambientales. En junio de 2012 se inició en la capital provincial el juicio pionero donde se imputó por primera vez a productores por el uso abusivo de agrotóxicos sobre una población: la de barrio Ituzaingó anexo, ubicado en el borde sudeste de la ciudad. El caso "Ituzaingó anexo" acabó por ser el primer botón de muestra judicialmente probado de los bestiales niveles de leucemia, cáncer, lupus, hipo e hipertiroidismo, abortos espontáneos y enfermedades varias que padecen las poblaciones linderas a los campos de cultivos transgénicos, que están expuestas directamente a las fumigaciones aéreas.

Tanto el conflicto desatado por las intenciones de la empresa Monsanto como el activismo desplegado en torno al juicio de barrio Ituzaingó Anexo fueron dos eventos que pusieron de manifiesto la existencia de una militancia ambientalista provincial cada vez más extendida y decidida a dar pelea a un modelo agrícola orientado a la producción de cultivos para la exportación y basado en la aplicación de paquetes tecnológicos integrados por siembra directa, cultivos transgénicos y aplicación de agroquímicos (Cáceres, 2015). Ese modelo, extendido a lo largo de la región pampeana a partir de la década del noventa (pero que encuentra sus raíces en el proceso de liberalización de la economía iniciado durante la última dictadura militar), tiene en el territorio provincial cordobés a uno de sus principales bastiones de producción de soja y maíz transgénico, e implica que, en una campaña exitosa, se pueden verter al ambiente más de 50 millones de litros de glifosato,1 sólo uno de los pesticidas implicados en el proceso de producción.

La asociación entre exposición a agroquímicos y la aparición de patologías cada vez más extendidas en el interior de la provincia tuvo su propio evento hacia mediados del año 2015: me refiero a la controversia desatada por el estudio realizado por el equipo del doctor Ávila Vázquez en la localidad sureña de Monte Maíz. Ese estudio, realizado a pedido del propio intendente -desbordado por la cantidad de enfermos de cáncer en su ciudad- daba cuenta de la duplicación de la tasa de patologías asociadas al uso de agroquímicos entre los vecinos del lugar.2

Desde el punto de vista de las investigaciones académicas, también fueron años de surgimiento de líneas de investigación abocadas a temáticas ambientales. Las principales producciones provinieron fundamentalmente del campo de la sociología. Este corpus está representado por trabajos como Giarraca (2008), Composto y Navarro (2012), Svampa (2012) o Merlinski (2013), entre otros. Específicamente en Córdoba, y a propósito de la contaminación con agrotóxicos, se destacan trabajos como Ciuffolini (2012), Álvarez (2009), Álvarez y Dehatri Miranda (2013), Carrizo, Berger y Ferreyra (2014).

Desde luego, junto con las movilizaciones, acciones judiciales, bloqueos y trabajos universitarios y académicos al respecto se levantaron también discursos que defendieron la inocuidad del modelo productivo y lo presentaron como condición necesaria del progreso social. Periodistas, productores rurales, voceros de las empresas y, por supuesto, también numerosos funcionarios tacharon de "pastoriles", "profetas del atraso" o de "terroristas ambientales" -entre otros apelativos- a todo colectivo que denunciara las consecuencias negativas del modelo productivo imperante. También existieron quienes, sin realizar ataques frontales, se llamaron a un silencio cómplice con los intereses del agrobusiness: tal fue el caso de las autoridades de la Universidad Nacional de Córdoba cuando se emprendió el ataque mediático ante quienes habían realizado el estudio de Monte Maíz.

Pero más allá de las idas y vueltas de la controversia, lo cierto es que, hacia mediados de 2015, los términos fumigaciones-glifosato-salud ambiental, y las sospechas, debates y polémicas en torno al modelo productivo "sojero" eran términos conocidos y utilizados desde diversos discursos sociales para denunciar, resistir o legitimar los efectos de ese modelo. Una de las tantas aristas de esta cuestión la constituían las denuncias de docentes de escuelas fumigadas de diversos puntos del interior provincial: "Aulas pegadas a los campos", "Denuncian que más de 1500 escuelas están expuestas a las fumigaciones", "Escuelas rurales padecen las fumigaciones", eran algunos de los títulos periodísticos que se podían rastrear al respecto. Una de las crónicas más extensas sobre el tema indicaba que existía una "Red de Docentes de Escuelas Fumigadas" que aglutinaba a los profesores que realizaban denuncias, y señalaba a la pequeña localidad de Vaguada, en el norte provincial, como uno de los sitios con mayor cantidad de instituciones educativas amenazadas por este problema.

Interesada por reconstruir el espacio educativo como espacio de involucramiento político (específicamente en torno a lo ambiental) decidí emprender mi trabajo de campo en ese pueblo y en sus alrededores, esperando encontrar en la Red de Docentes de Escuelas Fumigadas a los sujetos de mi investigación. Para incursionar en la nueva temática de estudio, opté por recuperar aportes teórico-metodológicos de los campos de la Antropología de la Educación y de la Antropología de la Política. Del primero de ellos, rescaté la comprensión de las instituciones escolares como entidades situadas social e históricamente, atravesadas por procesos cotidianos tanto de la reproducción social del statu quo como de apropiación cultural de saberes, prácticas y sentidos colectivos (Ezpeleta y Rockwell, 1983; Rockwell, 1995). Recuperé además una idea de institución escolar como espacio interrelacionado con las demás instituciones de la vida social, y no como una entidad homogénea y separada de otra: la "comunidad" (Mercado, 1986). Del campo de la Antropología de la Política retomé -a partir de autores como Sigaud (2004); Manzano (2007, 2009); Quirós (2006, 2011, 2014)- la reflexión sobre la complejidad de las relaciones que se tejen cotidianamente entre sujetos (y no entre agrupaciones homogéneas) insertos en tramas de participación política que rebasan la adscripción a uno u otro dominio de la vida social (el escolar, el político, el estatal, etc.). Al mismo tiempo, y en consonancia con este planteo, me interesé por el enfoque de la política vivida, que alerta sobre la necesidad de repensar las formas bajo las cuales los investigadores distinguimos las prácticas políticas de aquellas que no lo son (Fernández Álvarez, Quirós y Gaztañaga, 2015)

En términos metodológicos, retomé el enfoque etnográfico, entendido no como conjunto de técnicas, sino como perspectiva de análisis que pone en diálogo y tensión constante lo cotidiano con los procesos estructurales, las categorías teóricas con el trabajo de campo, los saberes académicos con los locales, y que otorga centralidad a la experiencia directa del investigador o la investigadora como sujeto de la investigación (Rockwell, 2009)

Desde estas elecciones teórico-metodológicas, con mis opciones políticas a cuestas e inmersa en el clima de luchas socioambientales que he descripto hasta aquí fue que emprendí mis primeras incursiones a Vaguada y sus alrededores. Iba tras una problemática que, en ese comienzo, me resultaba explícita, clara y apasionante: "los maestros en lucha contra las fumigaciones". Mas luego, como en todo trabajo etnográfico, la realidad vendría a romper el cuadro que sobre ella había realizado previamente.

Llegar: un problema silencioso

Podría haber escogido otros puntos cardinales de la provincia igual o más brutalmente atravesados por similares procesos productivos y parecidas problemáticas ambientales. Sin embargo, Vaguada está ubicado a una hora de otro pueblo en el cual tengo una conocida, María José, que trabaja en varias escuelas rurales de la zona. Al inicio, ella me estimuló a estudiar el tema en esa región, pero en simultáneo me advirtió: "mirá, acá en la zona hay varias maestras que denunciaron lo de las fumigaciones... y muchas de ellas están enfermas además... pero es un tema difícil, les han metido presión, y ya no hablan más". Al mismo tiempo, ya desde ese inicio se me comenzó a volver difícil -casi imposible- contactar con algún miembro de la "Red de Docentes de Escuelas Fumigadas": mails que no eran contestados, números telefónicos que nadie recordaba. La Red parecía tener más corporeidad en provincias como Entre Ríos o Santa Fe, antes que en Córdoba.

Aunque confrontada a estos primeros indicios, decidí de todas formas dirigirme a las escuelas de Vaguada, buscando explorar allí si había manifestaciones de malestar asociado a las problemáticas ambientales. Partí por primera vez hacia allí un viernes por la mañana. Desde arriba del ómnibus, y apenas diez minutos después de cruzar la Avenida Circunvalación, comencé a registrar señales de la continuidad existente entre el universo que estaba abandonando y aquel otro al cual me encaminaba: aunque no cesa aún la aglomeración urbana, se volvían cada vez más frecuentes los comercios dedicados a la venta de maquinaria agrícola, los talleres y lavaderos de camiones y tractores, los letreros que anunciaban ofertas de tejidos, postes, silos y hasta desmontes.

Luego de un cambio de ómnibus en Corrales, la ciudad cabecera de departamento, tomé finalmente la ruta provincial que me llevaba a Vaguada. Desde la ventanilla del ómnibus podía ver las pequeñas ondulaciones que tiene el terreno en esta región y la vegetación que presenta mayores variaciones en relación con el océano verde de soja transgénica de la sección austral de la provincia, ya que aquí confluyen las ecorregiones del espinal, el bosque serrano y el chaqueño (Kopta, 1999). Se pueden ver cactus de gran tamaño y muchos espinillos, aunque estos crecen sólo donde la soja y el maíz expandidos de manera hegemónica en la zona los deja crecer: en el borde de los campos cultivados, justo al lado de los alambrados.

Vaguada es un pueblo muy pequeño, sólo está conformado una decena de manzanas. Como llego a la hora de la siesta, el silencio es casi absoluto, roto solamente por el canto de los pájaros y el motor de algunas camionetas 4 × 4 que circulan por las calles a gran velocidad, pero que bajan la marcha para observarme al pasar a mi lado. Una de ellas llama mi atención: "Urquiza-Pulverizaciones Aéreas", leo en el ploteo que la decora. Mi pedido de orientaciones para llegar hasta la escuela primaria comienza a construirme una identidad frente a los vecinos: "ella es una maestra nueva", escucharé luego que le explica una pobladora a otra.

Las primeras entrevistas las realizo a docentes y directivas de esta escuela primaria, la única del nivel en Vaguada, y escuela-base de otras cinco primarias rurales de la zona. Se trata de un establecimiento con una matrícula de 150 alumnos, casi todos ellos habitantes del pueblo, y unos pocos venidos de campos cercanos. La mayoría de sus docentes, incluida la directora, no viven en Vaguada, sino que se trasladan diariamente en auto o en colectivo desde Corrales o de otras localidades cercanas.

Desde la primera de esas charlas, el tema central que aparece en el relato de maestros, maestras y directivas es la caída de la matrícula en el entorno rural. Si bien esto no supone un problema urgente para la escuela primaria del pueblo, sus instituciones anexas (las de los parajes de la zona) se mantienen con poquísimos estudiantes, y temen año a año quedar al borde de su extinción. Desde luego, esto es asociado por el personal con las transformaciones productivas de la zona durante las últimas décadas. Relata la profesora de inglés:

Empieza a haber menos gente por el tema de que antes había uno que araba, que sembraba, y había uno que hacía de banderillero... ahora eso ya no está más, porque la máquina te hace el trabajo solo... Las escuelas rurales están luchando con una cuestión muy central, que es su supervivencia... si no hay alumnos, no hay escuela, no hay cargos... entonces el desafío primero es pensar que la escuela exista.

La asociación entre transformaciones productivas-despoblamiento-caída de matrícula-cierre de escuelas rurales se reitera una y otra vez en el relato de la mayoría de mis interlocutores, y está a tono con otras investigaciones sobre escuelas rurales de la zona norte de la provincia (Cragnolino 2001, 2007). Pero, más allá de la cantidad de matrícula que reúnan o no, el lugar de la escuela como sitio de encuentro y socialización comunitaria se ve transformado en virtud de los cambios en la vida cotidiana del poblado: La actual vicedirectora del colegio primario, que vive frente a la institución y fue alumna, graduada y maestra antes de ocupar su puesto actual, me explica:

Hay cosas que se han ido perdiendo. Antes se hacían bailes en la escuela, ¡en ese patio de loseta! Yo me acuerdo... y años más anteriores el 25 de mayo hacían las carreras de sortija, o hacían las fiestas tipo kermesse... campeonatos de truco, ¡que estaba todo el día todo el pueblo acá adentro!... Ahora ya no... La gente, termina el acto, sus hijos terminan de actuar, se van, desaparecen... se preparan empanadas, locro para vender, pero compran y llevan... Antes, se quedaban a comer acá... Se fue perdiendo, ¿viste?

En ese primer viaje de campo circulo por las escuelas, converso con su personal, leo cuadernos de actas y publicaciones estudiantiles, y me paseo en general por patios, aulas y pasillos, atenta a la dinámica cotidiana de las instituciones. Sin embargo, a pesar de volver una y otra vez sobre las transformaciones productivas en las charlas con mis interlocutores, y de tocar tangencialmente el tema, ninguno me habla sobre temas asociados a la contaminación ambiental o alude a las fumigaciones en la zona.

Es a Blanca, dueña de la única casa que alquila habitaciones en el pueblo y donde paso las noches, a quien le realizo la primera pregunta frontal sobre el tema. Ella vive en Vaguada con su familia desde hace décadas y, como todos allí, parece conocer el pueblo como la palma de su mano:

- Blanca, ¿no hay problemas con las fumigaciones acá en el pueblo?
- No... ¿por qué sería?
- Que hayan enfermado a alguien
- No, no...para nada

Como ecos lejanos y hasta extraños resuenan en mi cabeza las denuncias, las movilizaciones y las acciones organizadas en torno a las fumigaciones, la contaminación y las patologías asociadas al modelo "sojero". Aparentemente, lo que creí un problema social propio de este contexto rural, parece no existir hasta ahora para mis interlocutores de campo.

Estar: un mundo de grandes ciudades, un pueblo despoblado

La ausencia de la temática en las instituciones educativas abre la primera interrogación angustiante acerca de la elección del referente empírico de mi estudio. ¿Habrán sido falsas o imprecisas las crónicas periodísticas que indicaban a esta zona y a este poblado como foco de conflictividad? Más por inercia que por la seguridad de estar sobre alguna pista certera, dedico el segundo viaje a Vaguada a entrevistar a otros actores sociales e institucionales. Solicito entonces una entrevista con el intendente del pueblo, la cual me es concedida no sin cierta burocracia mediante. El funcionario me recibe en su despacho, en el edificio de la Municipalidad, que está en el centro del pueblo, junto a la plaza. Miembro de la Unión Cívica Radical, ocupa el cargo desde hace 15 años. Recorriendo diversos temas, hace él también clara referencia a los cambios en el modelo productivo y al consecuente despoblamiento de la zona:

Muchos campos chicos que ya no están... donde antes había veinte familias, hoy hay un encargado... porque todos fueron vendiendo y en el proceso de concentración de tierras ¡viste cómo es! La soja vos la sembrás y tenés que esperar que venga solamente... Un sólo tipo a lo mejor te puede atender 2000 hectáreas... Entonces sí, se ha producido despoblamiento en las zonas rurales y concentración en los pueblos, y vamos a un mundo de grandes ciudades.

Tal como sostiene el mandatario, el despoblamiento del ámbito rural durante las últimas décadas no se tradujo en el de localidades como Vaguada: de hecho, según datos provistos por los últimos censos, la población allí aumentó en los últimos diez años, pasando de 1054 a 1154 (Indec 2001, 2010). Procesos demográficos similares experimentan otras ciudades pequeñas del departamento: es que, al ritmo del vaciamiento del campo, las ciudades y pueblos más grandes de la zona han retenido algo de ese éxodo rural, lo cual da la sensación de "crecimiento". Sin embargo, la sentencia final del funcionario ("vamos a un mundo de grandes ciudades") se encuentra íntimamente ligada a la realidad de un despoblamiento que puede no ser "neto" (no expresarse en un descenso brusco de la población) pero que evidencia una tendencia a concentrar cada vez más la población y la satisfacción de necesidades en núcleos urbanos mayores.

Esto se percibe claramente en Vaguada: una consulta médica de mediana complejidad, la compra de ropa, la salida del fin de semana, se realizan primordialmente en Corrales o en La Virgen, cabecera del departamento vecino. Y es que los servicios, el número de instituciones y la calidad de la atención en lo relativo a estas prestaciones se han ido degradando con el paso del tiempo, aunque la cantidad de habitantes en el pueblo no haya disminuido. El exhospital ha sido degradado a dispensario; ya no existen los clubes deportivos y sociales, casi todos los profesionales o docentes viven en las ciudades grandes más próximas y sólo quedan dos servicios diarios de transporte público para salir del pueblo (el de las 6 de la mañana y el de las 3 de la tarde). Hasta la misa católica se ha discontinuado, y se ofrece una sola vez por mes, con un párroco itinerante de la zona. Es una sensación de "fuga" de cosas importantes que este pueblo supo tener... como su perdido ferrocarril, hasta su intendente se "fuga" cada día: aunque no me lo explicitó durante nuestro encuentro, el mandatario tampoco vive en Vaguada. Va y viene todas las mañanas en su 4 x 4, y alguien me sugiere que vive en un country de las afueras de Córdoba capital.

Es precisamente la cuestión de los horarios y servicios acotados una de las preocupaciones/acusaciones que rondan también en torno al dispensario del pueblo, porque no hay ningún médico o médica de los que trabajen allí que viva además en Vaguada. Me intereso particularmente por esta institución sanitaria porque aparece en el discurso de mis interlocutores como una entidad de peso. De hecho, la gente continúa nombrándolo como "el Hospital", aunque haya sido degradado a dispensario en el marco del proceso de descentralización de los servicios de salud realizado en el año 1995:3 cualquier prestación que trascienda el primer nivel de complejidad es derivada al Hospital de La Virgen. Es decir, a 70 kilómetros de distancia y, excepto para quienes cuentan con un automóvil particular, con sólo dos servicios diarios de transporte público que unen al pueblo con esa ciudad.

El encargado administrativo del lugar señala con preocupación las críticas que se le realizan por la falta de médicos en determinados horarios:

la gente piensa que nosotros no queremos [poner más médicos]... Pero no, no es así... no se consigue médico que se venga a quedar porque pierden cursos, pierden perfeccionamiento, o porque tienen sus hijos en Córdoba... acá no tenemos tanta frecuencia de ómnibus... todo te lleva a que te diga que 'no' el profesional.

Esta es, en parte, la historia de todos los médicos que trabajan en el dispensario y también la de Ignacio, médico clínico con quien converso en más de una ocasión. Distintas personas me lo señalaron, tanto a él como a Sara, su mujer y también médica, como profesionales que le infundieron nuevos aires a la institución sanitaria desde su llegada, hace cuatro años. La implementación de diversos programas de prevención, las gestiones aún infructuosas para comprar un mamógrafo, el relevamiento de datos sanitarios o el armado de una red articulando los distintos puestos sanitarios de la zona son sólo algunas de las acciones y proyectos que se han ido tejiendo por iniciativa de la pareja.

 Cuando entrevisto a Ignacio me sorprende que sea el único interlocutor que, hasta el momento, critica abiertamente la concentración de la propiedad de la tierra y la instalación del modelo de monocultivo transgénico. Él ha tenido un involucramiento activo en la lucha por la defensa de familias campesinas: junto a Sara, migraron desde la ciudad de La Plata -donde cursaron sus estudios de Medicina- hasta Santiago del Estero para integrarse al Movimiento Campesino de esa provincia. Luego de algunos años y por motivos que prefiere preservar decidieron mudarse a La Virgen y consiguieron, entre otros trabajos, sus puestos en el dispensario de Vaguada.

Hace un tiempo que Ignacio comenzó a cargar en una computadora las historias clínicas de muchos de sus pacientes, buscando contar con información epidemiológica más certera ya que, según relata, a su llegada no existía prácticamente ninguna estadística sanitaria de la población de Vaguada y alrededores. Con orgullo me enseña las planillas que ha ido llenando y me señala como patologías más recurrentes la diabetes, la hipertensión arterial y la obesidad. Enmarca además a estas enfermedades en el contexto de envejecimiento de la población, dada la migración constante de los jóvenes de la zona a las grandes ciudades. Cuando lo consulto por patologías asociadas a las fumigaciones, me indica: "Eeeehh... cuando yo llegué me encontré con un panorama... [silencio]... Pero eso ha ido cambiando, como que se levantó la conciencia y fumigan lejos, digamos...". Con estas palabras del joven y activo médico del pueblo, antiguo integrante del Movimiento Campesino y crítico del modelo productivo predominante en la región, termino por desalentarme aún más. "Lo que vine a estudiar a este lugar no existe... no sólo no existe como objeto de involucramiento político colectivo, sino ni siquiera como problema social... Me equivoqué de zona, de pueblo, de ciudad", me digo a mi misma.

Estoy en medio de estas disyuntivas etnográficas, cuando conozco -por intermedio de Ignacio- a Celia, la auxiliar de enfermería del pueblo. La mujer vive hace décadas en Vaguada. Comenzó hace poco un plan de vacunación "casa por casa". Me cuenta que en cada visita a un hogar puede quedarse más de media hora charlando sobre diversos aspectos de la vida de cada familia. Pienso un poco, y le digo: "Entonces vos me tenés que acompañar a recorrer todo el pueblo Celia, porque hay lugares que todavía no conocí". La mujer enseguida se entusiasma con la tarea, y acordamos salir juntas a la mañana siguiente.

Salir: del otro lado de la vía, del otro lado de la ruta

Mientras caminamos por ahí con Celia, la mujer interrumpe constantemente nuestro paso y nuestra charla para saludar o conversar con los vecinos que nos vamos cruzando. Paseando a su lado me siento alivianada de la mirada ajena por primera vez desde que llegué a Vaguada. Con cuarenta años y cuatro hijos, Celia vive hace dos décadas aquí y es "la" enfermera del pueblo: conoce venturas y desventuras de cada vecino. Pronto llegamos a la "zona sur" del poblado, esa área urbana más humilde que se extiende -como en la gran mayoría de los pueblos de la pampa gringa argentina- hacia el sur de la vieja vía del ferrocarril. Esta, a pesar de no estar en funcionamiento desde hace décadas, opera en Vaguada -como también señala Ratier (2009) en relación con otros universos empíricos rurales- como un trazado simbólico en la memoria colectiva, uniendo el rosario de pueblos de la zona y separando a su vez, al interior de estos, a distintos sectores sociales. "Los alumnos más carenciados son los que viven en la zona sur, son los que cobran planes", me había dicho también la directora de la escuela primaria en nuestro primer encuentro.

En esta área del pueblo, los predios de cada una de las casas son aún más extensos que los del "centro". Tienen una vegetación variada y muy cuidada; algunos cuentan con una huerta y todos, invariablemente, son parte de los dominios que las aves de corral propias o ajenas atraviesan constantemente. La mayoría de las construcciones se ven muy antiguas: son ranchos de barro con viejas puertitas de madera, sostenidos apenas en pie. Otras, más nuevas, denuncian igual precariedad en las condiciones de vida de los vecinos de este sector.

Después de caminar unos 500 metros llegamos a la última calle del ejido urbano. Allí, frente a ese límite, frente a las casas del borde del pueblo, veo extenderse los campos de maíz. Doblamos en una esquina, continuamos caminando con el campo a un costado y la línea de casas al otro. Celia me pide detenernos frente a una de ellas porque quiere entrar a ver "cómo están los chiquitos". Yo la espero afuera, mirando el paisaje y preguntándome si los cultivos están lo suficientemente lejos como para que su fumigación no afecte la salud de los pobladores. Cuando Celia termina su visita y se reencuentra conmigo me comenta que esa casa adonde ingresó es la de una familia "especial": la madre falleció hace poco tiempo, de cáncer de mama, a los 38 años. "¡Vos vieras esa mujer! ni una queja, nunca un llanto... ¡se aguantó todo!... hasta que se fue secando por el agujero que tenía", relata.4 Venimos hablando sobre la pena que le provoca la situación de desprotección en la que quedaron los niños de esta familia cuando, unos metros más allá, corta la conversación porque me quiere mostrar una "curiosidad": "¡Mirá esa casa!... ¿ves lo que hicieron en el patio?", me dice, risueña. Me lleva varios segundos descifrar de qué se trata: en un terreno, al lado de una pequeña construcción de material, se erige una gran carpa de extraña geometría. Adentro, una mesa, una silla y diversas pertenencias conforman un ambiente tipo comedor. Pero no es una carpa cualquiera: es un tramo de una silobolsa rota, donde seguramente hubo hasta no hace mucho tiempo millares de granos rociados con agroquímicos. "Ellos tienen así... en vez de ampliarse la casa de material se hicieron eso porque les gusta... les gusta vivir así", me explica Celia.

Continuamos caminando. Molesta, comienzo a cuestionarle a Celia la supuesta libre elección habitacional de la familia de la silobolsa. En eso andamos cuando escuchamos una vocecita que nos llama desde adentro de otra casa, por cuyo frente estamos pasando. Es Mirta, una mujer que yo ya había visto en la Municipalidad la mañana que fui a entrevistar al intendente. Nos invita a pasar a su casa a tomar mate y enseguida aceptamos. En la casa de Mirta reina una humildad extrema. El piso es de tierra, algunas paredes, de barro, y otras, de material. Nos sentamos en la cocina, donde se abarrotan numerosos objetos sobre precarias estanterías. Mientras tomamos mate vamos tejiendo una charla en la que se cruzan chismes sobre gente que no conozco, relatos de la vida de Mirta e informaciones que Celia aprovecha para transmitirle a su vecina.

La charla se continúa y las dos mujeres comienzan a rememorar un momento triste en la vida de Mirta, que fue, casualmente, el que más las acercó: la muerte del padre de la mujer, quien falleció de cáncer ahí mismo, en la casa.

-A todos los enfermos que hubo los cuidé yo acá... Y con lo de mi papá, Celia vino mucho a ayudarme. -Me cuenta Mirta
-¿Cuántos enfermos hubo acá? -le pregunto.
-Y...mi papá, mi mamá, mi tío...
-¿Y de qué murieron?
-De cáncer.

Después de varias rondas más de mate, Celia me pide que sigamos, porque tiene que volver a su casa. Salimos a la puerta de la casa de Mirta y, antes de despedirnos, veo una pequeña jaulita en el piso, con un pajarito muy hermoso.

-¿Y eso?, -pregunto
-A ese lo cazó mi hijo. Hacía tanto tiempo que se lo pedían... Y el otro día al final lo encontró. Después se lo lleva al hombre que va y lo vende en Córdoba.
-Yo me acuerdo cuando éramos más chicas había un montón de esos en el monte, ¿te acordás? -Agrega Celia.
-¿Y acá, dónde empezaba el monte? -Les pregunto a ambas.
-Acá, acá nomás... ahí donde ahora está el maíz -contestan.

Vuelvo al hospedaje pensando en el monte que ya no conoceré, en las escuelas cerradas de los parajes, en los cultivos separados por una calle de la línea de casas e imaginando a los enfermos de cáncer que no contaron con un verdadero hospital en su propio pueblo, o con un servicio de transporte público con una frecuencia necesaria como para transportarlos hasta La Virgen o a Corrales para recibir adecuadamente sus tratamientos. Sobre la asociación entre unos y otros elementos no pareciera pender más que una cosa en el discurso de mis interlocutores: un silencio social.

Luciana Manildo (2013) alude a los silencios y los silenciamientos que registra en el discurso de los pequeños y medianos productores endeudados, desplazados y, en su gran mayoría, expulsados finalmente del mundo de la producción agrícola a partir de la transformación abrupta y veloz del agro pampeano durante la década del noventa, que puso en cuestión referentes identitarios estables y largamente sedimentados. La autora propone que esos silencios, antes que ausencias de relato o vacíos de sentido, son más bien relatos indecibles en tanto surgen configurados por una experiencia de desorganización del mundo cotidiano. En ellos se trama la culpabilización que los sujetos hacen recaer sobre si mismos, para explicar de ese modo un fracaso que no puede ser leído en términos de transformaciones estructurales que emanan de las políticas de Estado. Me pregunto si, como en el universo estudiado por Manildo, el silencio social no viene a cifrar aquí también, en clave de inexorable destino individual, aquello que debería recaer sobre el orden de los procesos sociales y de las políticas estatales.

Esa misma tarde, impulsada tal vez por la tristeza que me provocaron las escenas recogidas durante el paseo matinal, tomé coraje y realicé una visita que venía postergando. Mario aparecía mencionado en las notas periodísticas como uno de los docentes de la zona que habían realizado denuncias y que formaban parte de la Red de Docentes de Escuelas Fumigadas. Su nombre estaba en la guía telefónica y yo lo había llamado varias veces, pero no había logrado localizarlo. Sabía que trabajaba en el colegio secundario del pueblo, y en dos oportunidades que estuve ahí pregunté por él. Como no se encontraba en la institución, la secretaria de la escuela me indicó cómo llegar a su casa: "para ir a lo de Mario tenés que salir del pueblo, cruzar la hondonada y vas a encontrar la casa sin problemas, porque es la única que está del otro lado de la ruta". Guardé la información en mi mente y no fue hasta esa tarde, luego del paseo con Celia, que me decidí a ir. Mientras caminaba comencé a sentir que la referencia espacial ("salir pueblo, cruzar hondonada, única casa otro lado de la ruta") se iba transformando en un marcador social. La casa de Mario era, efectivamente, la única casa del pueblo que estaba del otro lado de la ruta, aislada de todo y de todos.

Aunque no había nadie cuando llegué, decidí esperar, incluso sin saber si el hombre vendría en algún momento, y si al venir estaría dispuesto a que yo -que no era más que una desconocida que esperaba en su casa y en su ausencia- lo entrevistara. Sentada sobre un tronco, tuve tiempo de observar el sitio y sus alrededores. Era un lugar caótico, con objetos acumulados por todas partes: chapas, caños, dos automóviles fuera de uso, unas extrañas antenas de radio o de televisión ubicadas en el fondo del terreno y, sobre todo, una abrumadora cantidad de perros, gatos, gansos y gallinas correteando en torno de mí, alegres con mi presencia. Era, definitivamente, un lugar extraño. Al menos en comparación con los cuidados frentes de las casas que había visto hasta ahora en Vaguada, con sus primorosamente barridas veredas y sus arreglados jardines, tanto en la zona más humilde como en la más acomodada del pueblo.

"Entre el intendente de Vaguada y Videla no hay ninguna diferencia... Son dos genocidas... Uno te manda a asesinar y el otro te deja morir fumigado", me disparó Mario a pocos minutos de haberse sentado frente a mí, cuando finalmente llegó. No necesitó preámbulo, no sé si entendió bien quién era yo, ni qué quería, ni cómo había llegado hasta su casa, pero me pareció que tenía bien claro que cada vez que algún forastero prendía un grabador frente a sus ojos y esbozaba tímidas preguntas sobre las escuelas de la zona y la soja que las circunda, su tarea era una: denunciar la situación sanitaria que se vivía en Vaguada y en los alrededores.

El hito iniciático del relato de Mario acerca de su lucha contra los agrotóxicos era la muerte de su hermana, ocurrida hacía 12 años atrás, cuando el acopio de cereales de toda la zona se realizaba en el ingreso de Vaguada. La mujer, que vivía frente a ese acopio, fue desarrollando problemas respiratorios progresivos, hasta que una tarde murió camino a Corrales, en la ambulancia, en medio de una crisis de asma. Mario comenzó a atar cabos pocos días después de ese triste episodio, cuando un alumno suyo, de 11 años, fue diagnosticado con linfoma no Hodgkin.5 Comenzaban a llegar a Vaguada, además, lejanos ecos sobre la lucha de las Madres de barrio Ituzaingó anexo. "¿Cómo es esto? ¿Acá nos dicen que está todo bien y allá las mujeres se están metiendo en las chacras para cortar, para impedir que se fumigue?". Ahí comenzó él a denunciar a quienes fumigaban cerca o sobre el pueblo.

Entre sus denunciados se encontraba el intendente, porque era dueño de muchos de los campos aledaños a la población. El mandatario le inició a Mario siete demandas judiciales, incluyendo demandas por calumnias e injurias, ya que el docente tenía su propio canal local de televisión (de allí las antenas que yo había visto) desde donde difundía la temática. Su domicilio fue allanado, quedó al borde de la prisión, y fue en ese proceso que más de un viejo conocido le negó el saludo. Gran parte de su dinero lo gastó para enfrentar los juicios y para realizarse análisis de agroquímicos en sangre. Los resultados fueron tajantes: tenía tres de estas sustancias en su torrente. Tiempo después murió su padre, víctima de un cáncer de próstata, al igual que muchos otros pobladores del lugar. 6 Diversos vecinos enfermos o con familiares enfermos vinieron a buscarlo varias veces en la noche para que fueran juntos a reclamarle a la policía que frenara a los aplicadores que estaban fumigando frente a las casas.

Mientras la charla avanza siento que si el terreno de Mario me había parecido -debo confesarlo- casi un basurero, su relato se me presenta efectivamente como una puerta que se abre para mostrarme otro basurero: el de una historia que contrasta de manera tajante con la imagen prístina de una Vaguada bella, cordial, armónica, con sus modales cansinos y su gesto cálido de pequeño pueblo ordenado. No es que de aquel lado de la ruta no haya dudas; que Ignacio no registre que el problema haya existido; o que Celia no sepa que el pájaro del patio de Mirta dejó de verse por aquellos lugares cuando desapareció el monte. Pero aquí todo me resulta más liminal, y no puedo dejar de asociar la figura de Mario, y hasta la ubicación espacial de su casa, con la de una figuración social que distingue a marginados de establecidos (Elías, 1998) entre este y el otro lado de la ruta. Le pregunto a Mario por qué creía que no fuera hasta ese momento, en que lo había encontrado a él, que yo no hubiera escuchado ni la más mínima alusión a estos temas en Vaguada, ni siquiera cuando me animé a indagar directamente sobre ellos:

No, no... Porque hay intereses... Es que es jodido... Yo porque me jugué... Si hubiera sido un poco más cagón, no decía nada... Figurate que a la gente que me ha acompañado, sobre todo a la gente pobre, con unos bloques, con una platita, con un carguito de nada los compraron para que se abran.

Cuando me voy, Mario me acompaña hasta la vera de la ruta. En el camino me confirma que la Red de Docentes no está activa en la zona. Argumenta que él, por su avanzada edad y las diversas enfermedades que padece, no puede seguir realizando tantas "idas y venidas" como hacía unos años atrás. Sin embargo, me comenta que sigue "educando": enseñando a chicos y colegas que el glifosato y el modelo "sojero" son los que trajeron la muerte a la región. Ese, dice, es el último bastión de su batalla. No me parece un dato menor que la única persona que hallo que habla frontalmente de estos temas sea un docente, que se haya unido -tenga esta la corporeidad que tenga- a una red que representa una de las pocas manifestaciones abiertas de activismo ambiental y que refiera a la escuela -y a la educación- como el último bastión que le queda para dar pelea. Me invita a pensar que, a pesar del silencio que encontré sobre estos temas dentro de las instituciones educativas y a pesar de la crisis "de matrícula" que asola a la escolaridad rural, estas instituciones siguen ocupando un sitio de importancia en la vida de los pueblos y parajes rurales. Allí se tejen silencios, pero también las escasas voces disidentes: como dijéramos en la introducción, son instituciones atravesadas por procesos de dominación, pero también por actos de apropiación de saberes, prácticas y sentidos colectivos.

Estoy por partir, cuando Mario me frena. Me sorprende con una pregunta directa: "Esperá, esperá... decime vos... ¿vos qué hubieras hecho en mi lugar?". Hay un dejo de tristeza en su pregunta, de impaciencia. Sin dudarlo, le contesto: "hubiera hecho lo mismo que vos, Mario, exactamente lo mismo que vos". Me despido y me voy, volviendo a meterme en la Vaguada "de este lado" de la ruta. Pero, mientras camino, pienso en esa pregunta final... Y en la duda, en la vacilación que Mario deja entrever al formularla. "¿Hice bien?", me pareció que estaba, en verdad, preguntándole a una joven mujer desconocida un hombre entrado en años, que tiene más de un motivo personal y más de un argumento científico para sostener que sí hizo bien, que hizo lo que tenía que hacer. Esta pregunta en su boca se me presenta como la introyección de una duda fundada en la apropiación de ese estigma que no se puede uno arrancar, en tanto está construido por la mirada normativa de un otro significativo (Elías, 1996): una autoridad política, un profesional, un familiar o un vecino de toda la vida.

Pero ¿cómo no hacer propio ese estigma, si yo misma, mientras cruzo la ruta, comienzo a palpar el temor que me generan los autos y camionetas que a esa hora del día regresan de Córdoba, de La Virgen o de Corrales y me pregunto qué pensarán al ver a la extraña "maestra" volver sola, a esa hora del día, de ese destino único que hay en esa zona de Vaguada? Es un temor similar al que sentí cuando una noche, en el único bar del pueblo, mientras comía en soledad y bajo la mirada curiosa de los parroquianos, vi detenerse frente al lugar la camioneta de "Urquiza Pulverizaciones Aéreas", y rogué internamente que su conductor no ocupara la mesa contigua, o que no advirtiera mi presencia, o que no indagara sobre ella, o no sé bien qué, pero sí sé que tuve miedo. Tal vez un miedo sobredimensionado, pero alimentado lenta y silenciosamente por un mapa que indica presiones, ausencias, desconocimiento y marginación, y que en última instancia arbitra que se sienta como prudente o imprudente -para el investigador o investigadora- que su figura se asocie a una preocupación determinada. Desde allí, desde ese temor desconocido anteriormente por mi como fenómeno cultural, pienso que mi respuesta a Mario no fue del todo sincera. Porque no puedo saber a ciencia cierta si estando en su lugar hubiera aguantado la presión, si hubiera soportado experimentar la quita del saludo de algunos de mis vecinos, las demandas judiciales del poder de turno o la certeza solitaria sobre la causa por la cual mueren mis seres queridos.

Pero, si bien el estigma interiorizado, el miedo y la prebenda como herramientas de poder y el silencio social de este universo social -cuya particularidad cultural busco reponer- son fenómenos nuevos para mí, no son más que primos distantes de los silenciamientos, de las impugnaciones, de los epítetos y de los balazos de goma que forman parte del paisaje citadino de la movilización ambiental. Unos y otros son formas sociales más o menos temerarias de ejercer la dominación.

A modo de cierre: en torno a una etnografía sobre problemáticas socio-ambientales en un contexto rural

Mis primeras incursiones en Vaguada me confrontaron al desafío ante el cual nos coloca cada nueva indagación antropológica, una vez que iniciamos nuestro trabajo de campo. Me refiero al desafío de la confrontación entre mi propia cultura citadina, militante, académica (que configuraba mi concepción acerca de lo ambiental y del involucramiento político en torno a ello) con las formas vívidas que adquiere el fenómeno de las fumigaciones con agrotóxicos en poblados como Vaguada. En ese proceso -aún inconcluso- me desplacé entre concepciones que fueron desde considerar la cuestión como una temática "en boga" hasta reconstruirla como un "problema silencioso", pasando por la variante angustiosa de creer que este problema no existía en el universo empírico seleccionado. Y menciono especialmente esta variante porque creo que allí está el punto central sobre el que intenté reflexionar en estas páginas: antes que un mal trago que hay que pasar, fue un primer punto de inflexión. Si acordamos con que la etnografía "está fundada en lo imprevisto y en los cambios de perspectiva (...) [y por lo tanto] no puede ser dominada" (Ghesarian et al. 2008: 13), podemos volver sobre el desaliento y la angustia como los síntomas naturales y primeros de haber iniciado una investigación: porque reflejan nuestra pérdida de dominio sobre la alteridad ante la cual nos exponemos, y desde allí, la posibilidad de una entrega más genuina a explorar lo desconocido. Sólo una vez que fui invadida por eso que no estaba en mis planes fue que me dispuse a "tomarle el pulso" al pueblo, aun a riesgo de no saber en qué se podía llegar a relacionar ese pulso con la temática de las fumigaciones y el involucramiento político en torno a ella. Al entrar y salir de la escuela, recorrer instituciones y dejarme guiar por los sujetos, comencé a reconstruir una trama en la que se engarzan diversos actores (Susana, Celia, Ignacio, Mirta, el intendente y también Mario, entre tantos otros)

Al comenzar a analizar esa trama, reflexiono también sobre la posibilidad de identificar alguno de sus hilos con el involucramiento político, dado que la participación "política" y hasta la "política" a secas no aparecen allí como categorías nativas relevantes. Opto, sin embargo, por sostener la premisa de que sí estoy ante un fenómeno cultural eminentemente político, aunque no pueda ser vinculado de manera directa a los modos de involucramiento que solemos reconocer como tales. Político en tanto y en cuanto se vincula a procesos sociales de dominación -pero también de disidencia y de verdades inocultables- que precisan ser considerados en su carácter vivo y dinámico, atendiendo a aquellos espacios, tiempos, objetos, acciones y relaciones que se desenvuelven "a la par", "por intermedio" y "mientras tanto" de otros eventos "importantes" (Fernández Álvarez, Quirós y Gaztañaga, 2015).

Por último, me he preguntado si es posible realizar, con una etnografía -que reconozco como algo distante de las contribuciones académicas sobre acción colectiva y ambientalismo-.7 un aporte político que contribuya a posicionarme críticamente respecto del modelo productivo del agrobusiness. Me atrevo a decir que sí, que es posible analizar etnográficamente ese universo (el de ese pueblo y esa zona donde "nada" parece ocurrir) y hacerlo en pos de denunciar las consecuencias negativas de ese modelo. De hecho, creo que es allí donde reside justamente -al menos, a mi entender-, la potencialidad política de la etnografía: porque el hermoso e inhallable pájaro enjaulado en el patio de la humilde casa de Mirta (la que cuidó a todos sus muertos de cáncer) es una prueba importante del exterminio de (formas de) vidas. Tal vez de otro orden de importancia que las pruebas contenidas en datos estadísticos acerca de la mortalidad por tumores, cifras porcentuales de desmonte nativo o en el mapeo de las luchas socioambientales. Pero importante al fin, porque da cuenta de la encrucijada cotidiana que sitúa a los sujetos frente a una variante de la "pampa gringa" donde confluyen la "fuga" de servicios, de oportunidades, los enfermos, los silencios, las preguntas no realizadas, los activistas marginados; y donde, sólo excepcionalmente, se realizan acciones de protesta visibles.

Por último, considero que para que la potencialidad política de una investigación de este tipo pueda desplegarse, es preciso encarnarla en una labor antropológica que valore la sencillez narrativa al mismo tiempo que el abordaje complejo de la realidad. Labor que, como nos propone Quirós (2011, 2014), sea capaz de desenvolver una narración "desacartonada y no teoricista", sin olvidar que potenciamos el valor de nuestros juicios (de nuestra toma de posición) al asumir la incomodidad de involucrarnos en el carácter controversial y contradictorio de todo proceso social.

Notas

1 .    "En base a datos de la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (...) el consumo de pesticidas a nivel nacional aumentó 858% en los últimos 22 años, la superficie cultivada lo hizo en un 50%, mientras que el rendimiento de los cultivos solo creció un 30% (...) En la provincia de Córdoba se aplican más de 50 millones de litros de glifosato por año". Diario Puntal de Río Cuarto. 01 de Julio de 2013.

2 .    Se puede acceder al estudio completo de Monte Maíz en: http://www.reduas.com.ar/wp-content/uploads/downloads/2015/03/%C3%BAltimoMMM.pdf

3 .    Este proceso condujo al desfinanciamiento de los efectores sanitarios de comunas y municipios pequeños y a una sobrecarga de pacientes sobre los pocos hospitales regionales que se mantuvieron en el ámbito provincial (Ase, 2006).

4 .    En la provincia de Córdoba, el tumor de mama -que es el tumor más frecuente- manifiesta un mayor peso dentro de la totalidad de muertes por tumores si se comparan las cifras de principios de la década del ochenta con las del período 2003-2005 (4,3% en este último período) (Álvarez, 2009).

5 .    En 2003- 2005 aparece el linfoma no Hodgkin y Hodgkin en más del 2% de las defunciones por tumores en la provincia de Córdoba. Este linfoma no se consignaba como causa de muerte al comienzo de la década del ochenta (Álvarez, 2009).

6 .    El cáncer de próstata ha tenido un aumento durante el período 2003-2005 (respecto del período 1980-1982), pasando a ser la segunda causa de muerte por tumores en la provincia de Córdoba (Álvarez, 2009).

7 .    Las particularidades con las que me enfrentó el campo poco tuvieron -ni tienen aún- que ver con las imágenes que vierten algunos de estos trabajos sobre movimientos y organizaciones colectivas ligadas a temáticas ambientales. Como ejemplo de algunas de ellas cito a Composto y Navarro, cuando proponen: "la memoria colectiva de los pueblos (...) opera como un potente dispositivo de resistencia y cohesión ante el avance de las políticas neo-extractivistas, que inmediatamente son reconocidas como el retorno redivivo de la violencia originaria del capital. Se trata de una memoria (...) [que se articula] para iluminar en una síntesis crítica el proceso de lucha y la constitución de nuevos sujetos antagónicos" (Composto y Navarro, 2012: 67).

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Otras fuentes consultadas

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