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Runa

versión On-line ISSN 1851-9628

Runa vol.40 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires mayo 2019

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.34096/runa.v40i1.4992 

DOI https://doi.org/10.34096/runa.v40i1.4992

ARTÍCULOS ORIGINALES

Más allá de la agencia y las culturas infantiles. Reflexiones a partir de una investigación etnográfica con niños y niñas mapuche

Beyond children’s agency and cultures. Insights from an ethnographic research with mapuche children

Para além da agencia e as culturas infantis. Reflexões a partir de uma pesquisa com crianças mapuche

 

Andrea Szulc1

1 Universidad de Buenos Aires, CONICET - Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras. Buenos Aires, Argentina.
Correo electrónico: andrea.szulc@gmail.com

Recibido: 9 de noviembre de 2018
Aceptado: 30 de abril de 2019

 


Resumen

El campo de estudios sociales sobre la niñez viene avanzando y expandiéndose notablemente en las últimas décadas, a partir de reconceptualizar a la niñez como una construcción sociocultural, y a los niños y niñas, como sujetos activos en la vida social. En este proceso, se han difundido ampliamente las nociones de "agencia social de los niños y niñas" y de "culturas infantiles", especialmente en la producción académica proveniente de países centrales. En el presente artículo, me propongo analizar los fundamentos y riesgos implicados en cómo se vienen usando estas categorías, a partir de los resultados de mis investigaciones con niños y niñas mapuche en la provincia del Neuquén, iniciadas en el año 2001. Al contrastar estos dos poderosos conceptos desde perspectivas teóricas e indígenas marginalizadas, argumentaré en favor de un abordaje que contextualice sociohistórica y culturalmente la agencia y la producción cultural infantil, en el marco de las relaciones de poder intergeneracionales, interétnicas, de clase y de género.

Palabras clave: Agencia infantil; Culturas infantiles; Niñez; Pueblo mapuche; Etnografía

Abstract

The field of social studies on childhood has clearly developed and broaden in the last decades, through a reconceptualization of childhood as a sociocultural construction, with an emphasis on children’s active participation in social life, especially among scholars from the core countries who have spread the concept of "childhood agency" and "children’s cultures". In this paper I analyze the assumptions and risks implied in the ways such categories are being used, drawing from my research with Mapuche indigenous children in the province of Neuquén, carried out since 2001. By contrasting this two powerfull concepts for marginalizaed theoretical and indigenous perspectives, I will argue for an approach that contextualices children’s agency and children’s cultural production in sociohistorical and cultural terms, within intergenerational and interethnic power relations, and those of class and gender.

Key words: Children’s agency; Children’s cultures; Childhood; Mapuche people; Ethnography

Resumo

O campo dos estudos sociais sobre as crianças vem nas últimas décadas avançando e expandindo-se notavelmente a partir da reconceituação da infância como uma construção sociocultural e considerando os meninos e meninas (crianças) como sujeitos ativos na vida social. Nesse processo, as noções de "agência social das crianças" e de "culturas infantis" têm sido amplamente difundidas, especialmente entre académicos dos países centrais. No presente artigo a minha proposta é a de analisar os fundamentos e riscos relativos à forma em como vem sendo usadas estas categorias a partir dos resultados das minhas pesquisas com meninos e meninas mapuche na província de Neuquén, Argentina, iniciadas em 2001. Contrastando estes dois conceitos poderosos com perspectivas teóricas e indígenas marginalizadas, argumentarei a favor de uma abordagem que contextualize sóciohistórica e culturalmente a agência e a produção cultural infantil no marco das relações de poder intergeracionais, interétnicas, de classe e de gênero.

Palavras-chave: Agência infantil; Culturas infantis, Infância; Povo mapuche; Etnografía


 

 

Introducción

A pesar del lugar central que ocupan los niños y las niñas en las tramas de relaciones sociales, lo cierto es que sus experiencias y perspectivas sobre ellas durante mucho tiempo no han recibido casi atención; del mismo modo en que, en general, su lugar en las etnografías —con notables excepciones— ha sido el de mero objeto. Tal como sugieren Nancy Scheper-Hughes y Carolyn Sargent, en los textos etnográficos clásicos, los niños solían aparecer del mismo modo en que hace su aparición el ganado en el clásico de Edward Evans-Pritchard, Los Nuer (1977); como condición esencial de la vida cotidiana "pero mudos e incapaces de enseñarnos algo significativo acerca de la sociedad y la cultura" (Scheper-Hughes y Sargent 1998, p. 14, traducción propia).

En las últimas décadas, sin embargo, es innegable el avance hacia la reconceptualización de los niños y niñas como sujetos sociales que —aunque condicionados, como todos, por las relaciones asimétricas en que viven— despliegan estrategias e interpretaciones diversas en y sobre el entorno social. En este sentido, numerosos científicos y científicas han señalado la necesidad de incorporar en la pesquisa a los niños y las niñas como agentes sociales y productores de cultura, capaces de aportar saberes y prácticas a veces obliterados por los adultos, para la comprensión de la diversa y compleja realidad sociocultural.

Esta reformulación ha dado lugar, especialmente entre investigadores/as de los países centrales, a trabajos en los que se enfatiza la capacidad de agencia social de niños y niñas al igual que su capacidad de producción de "culturas" propias.1

A partir de mi propia investigación sobre y con la niñez mapuche, acuerdo en conceder relevancia a la agencia social de niños y niñas y a su capacidad de producción cultural. Sin embargo, advierto frecuentemente en estas formulaciones usos problemáticos de las nociones de agencia y cultura, que entonces a continuación procuraré problematizar, para, a partir de allí, proponer un abordaje situado de la agencia y la producción cultural infantil, en el marco de las relaciones de poder intergeneracionales, interétnicas, de clase y de género.2 No es mi cometido hacer una revisión en detalle de aquellos trabajos que apelan a estos conceptos, sino analizar situadamente sus alcances y limitaciones a la luz de la investigación etnográfica en el caso de los niños y niñas mapuche con quienes vengo trabajando desde el año 2001.

 

Más allá y más acá de la agencia social infantil

En mi investigación con comunidades y organizaciones mapuche en la provincia del Neuquén, que vengo desarrollando desde el año 2001, el concepto de agencia social infantil ha sido indudablemente fructífero, en tanto me ha permitido dar cuenta y analizar los numerosos ejemplos cotidianos de la capacidad de los niños y niñas para la acción social. Si bien a lo largo de estos años de investigación vengo registrando algunas modificaciones en los modos de experimentar la niñez en contextos rurales y urbanos, resultan notables algunas continuidades que presentaré a lo largo de este texto, pues pueden echar luz sobre los conceptos que aquí me propongo discutir.

En ese sentido, en los diversos contextos, he registrado innumerables situaciones que evidencian cómo, en la vida cotidiana, a los niños y niñas mapuche se les atribuyen ciertas capacidades, habilidades y responsabilidades, a la vez que sus iniciativas y su comportamiento autónomo son incentivados, como pequeños hombres —pici wenxu— y pequeñas mujeres —pici zomo— (Szulc 2007).

Tanto en contextos rurales como urbanos, los niños y las niñas se mueven con autonomía en el espacio doméstico, que traspasa el hogar en sí e incluye amplios espacios circundantes. A la edad de un año y medio, generalmente circulan por sí mismos, sin supervisión adulta directa ni permanente. Se les permite manipular prácticamente todos los objetos, incluso algunos que familias de clase media urbana considerarían "peligrosos" o "frágiles". Para la edad de cuatro años, los niños y niñas realizan tareas cotidianas y comienzan a "hacer mandados", y colaboran así con la subsistencia de sus grupos domésticos. Los niños y niñas en edad escolar intervienen en la decisión de a qué escuela concurrir, si prometerán lealtad a la bandera argentina o no, o simplemente si asistir o no a la escuela en el día a día; y sus decisiones suelen ser respetadas por las familias. Esto puede observarse, por ejemplo, en lo que ocurre con la asistencia de estos niños y niñas a las escuelas con modalidad de internado de la congregación salesiana (Szulc, 2011).

El ingreso y la permanencia en el internado, que a primera vista aparecen como determinados únicamente por los padres, son también en cierta medida objeto de maniobras por parte de los niños y niñas. Mientras algunos persuaden a sus padres de que les permitan trasladarse allí, otros —valiéndose de una salida por períodos de vacaciones— se "escapan", como el caso de una niña de trece años residente en una comunidad rural del centro de la provincia del Neuquén, quien, en lugar de retornar a la comunidad, permaneció oculta en casa de una hermana en la ciudad alegando encontrarse enferma, hasta que unas semanas más tarde su madre la encontró allí al ir a hacer compras. Luego de haber prácticamente perdido la condición de alumna regular por la acumulación de inasistencias, la niña logró no retornar al internado. Al regresar junto con su madre a la comunidad rural, consumada ya la "deserción", obtuvo el aval de su padre, quien le dijo: "Che, vos sos igual que los chivitos, los dejas un ratito y ya se vienen" (Néstor, padre comunidad rural, testimonio registrado el 17 de enero de 2002).

Incluso en cuestiones de suma importancia que involucran también a niños y niñas, como la realización de las ceremonias mapuche, he registrado varios casos de niños que por diversos motivos se negaron a bailar coike purun, o a asumir el cargo ritual de kalfv wenxu,3 y los adultos respetaron su negativa: "Les dije que no quiero salir a bailar coike porque el año pasado estaba muy caliente la tierra y me ampollé los pies. No me dijeron nada y este año igual echaron más agua" (Newen, 12 años, entrevista realizada el 10 de febrero de 2019). En el mismo sentido, he registrado casos de niños y niñas que han tenido la iniciativa de participar y lograron persuadir a sus familiares, como por ejemplo, Fermín, de 10 años, quien en febrero del corriente año 2019 —a pesar de los temores que en principio tenían sus padres— logró que le permitieran aukear —"donde corren los caballos alrededor del rewe"— en el gejipun4 de su comunidad.

En este sentido, también en una investigación realizada con familias mapuche en Chile se describió cómo padres y madres incentivan tempranamente la autonomía e iniciativa de los niños y niñas, de acuerdo con la concepción mapuche acerca de la "persona", que enfatiza la libertad personal para decidir y actuar (Murray, Bowen, Segura y Verdugo, 2015). Como diversos autores han planteado, para los mapuche, la autonomía personal resulta fundamental (Course, 2007, p. 81). Sin embargo, considero que tal autonomía no debe entenderse como absoluta ni como individual, pues se articula con un profundo sentido de la responsabilidad por su familia y su comunidad, que se adquiere también a edad temprana.

Por lo tanto, planteo aquí que las experiencias y la conceptualización mapuche de la niñez revelan que el concepto de agencia infantil entraña un riesgo: sobreestimar la capacidad de acción social de los niños y niñas. Esto se debe a que el concepto de agencia usualmente se vincula con el de individuo de la modernidad occidental, noción que amerita reconsideración, como ha planteado Lucía Rabello de Castro (2001), reflexión a la que mi investigación junto al pueblo mapuche puede contribuir. La relevancia de la autonomía personal para los mapuche entonces no debe confundirse con tal concepto occidental de individuo, pues es parte de una conceptualización en la que el che, para tornarse una persona completa, debe transcender sus vínculos filiales iniciales e "ingresar progresivamente en relaciones sociales más distantes" (Course, 2007, p. 82).

Así, en primer lugar, por un lado, la agencia social de los niños y niñas mapuche es incentivada por sus propias familias, de acuerdo con su concepción sociocultural de la niñez y de la persona. Por otro lado, esta autonomía se vincula con la existencia de extensas redes de cuidado infantil, de las que participan diversos adultos y niños y niñas mayores; tramas de cuidado que son entonces las que les permiten a los pequeños desenvolverse cotidianamente con cierta "libertad".

En segundo lugar, la concepción mapuche sobre la niñez no es un bloque definitivo ni coherente. Por un lado, reconoce la capacidad de niños y niñas de asumir responsabilidades y de tomar decisiones. Mientras que, por otro lado, en tanto el pvjv (principio vital) de los niños y niñas se considera que no está del todo adherido a ellos, se les atribuye cierta fragilidad espiritual, lo cual los hace objeto de cuidados específicos.5 Entonces, si bien es cierto que se los educa para ser autónomos, al mismo tiempo se los considera vulnerables y se espera que sean respetuosos de sus mayores.

No se trata de una dicotomía entre autonomía y sumisión, sino de una tensa complementariedad, permanentemente negociada. En este sentido, el hecho de que los niños y niñas participen de las actividades cotidianas de subsistencia, y que los adultos esperen de ellos plena obediencia, no implica que esto resulte así efectivamente, ya que también, como anticipamos, los adultos tienden a respetar sus decisiones. La edad, entonces, no supone una sumisión plena, como podemos observar en las microestrategias llevadas a cabo, por ejemplo, por una niña, a quien llamaré Marisa, quien me explicó: "Lavar los platos, limpiar la casa, eso mucho no me gustaba. Cuando mi mamá me mandaba, yo enseguida agarraba el caballo y me iba al campo [se ríe]" (Entrevista realizada el 26 de junio de 2002).

En síntesis, a los niños y niñas mapuche se les asignan diversas tareas y responsabilidades, mientras ellos y ellas se manejan con un cierto grado de autonomía, sin una separación estricta entre un "mundo" de los niños y otro de los adultos. Esta conceptualización sobre la niñez contrasta claramente con la noción hegemónica occidental por la cual, siguiendo el planteo de Philippe Ariès, se mantiene a los niños y niñas en una especie de "cuarentena" (1987), al clasificarlos como objeto de supervisión constante, improductivos y no del todo capaces de comprender sus actos (Szulc, 2004a). Es por ello que, frecuentemente, se genera una suerte de fascinación en los/as observadores no indígenas, que tienden entonces a enfatizar la agencia social de los niños mapuche, su capacidad de iniciativa o su voluntad (cf. Murray et al., 2015). Sin embargo, tomando en cuenta la perspectiva mapuche y los aportes teóricos de la antropología, debemos plantear la complejidad de la niñez mapuche, que no se reduce solo a la agencia de estos niños y niñas, sino que involucra también vulnerabilidad y subordinación.

Concuerdo entonces con que es necesario dejar de considerar a los niños y niñas como objeto pasivo, y registrar su capacidad de acción social. Sin embargo, reconocer su agencia social no debe implicar pasar por alto las condiciones estructurales —sociales, económicas, políticas, de género— que de diversos modos los limitan, sino en cambio, atender al "anclaje social de la agencia, tanto de los niños y niñas como de los adultos" (Valentine, 2011, p. 354, traducción propia).

Por tanto, las dificultades que advierto en el concepto de agencia infantil van más allá del caso de la niñez mapuche, y se deben considerar en otros casos. Pues glorificar acríticamente la agencia infantil puede resultar en su trivialización. Por ejemplo, en mi experiencia me he topado con trabajos que llegaban a plantear la autonomía y la agencia infantil a partir de situaciones en que niños y niñas de una ciudad europea, durante una visita escolar a un centro de ciencias, iban a comprar golosinas al inicio del recorrido, en lugar de al terminar, con lo cual alteraban lo pautado por sus docentes.

Como ha señalado Magistris, los estudios sobre agencia infantil —vinculados al recentramiento de los niños y niñas como actores sociales— se han fusionado en gran medida con abordajes normativos —ligados, por ejemplo, a la evaluación de la implementación de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, Niña y Adolescente— "que impiden en buena medida una interpretación crítica sobre los alcances de la agencia infantil en contextos específicos" (2018, p. 10).

Esta utilización desmedida del concepto de agencia puede atribuirse también al cambio en "el sentimiento de infancia" que se viene instalando en las representaciones y prácticas hegemónicas de los sectores sociales medios y altos, de acuerdo con el cual los niños y niñas han adquirido un lugar central, como inconmensurablemente valiosos en términos afectivos —a la vez que económicamente insignificantes en términos productivos— (Zelizer, 1985), no solo en la vida familiar, sino también en distintos proyectos políticos y como nicho de mercado, lo cual configura el modelo que Claudia Fonseca ha nombrado como "niño/a absoluto/a" (1999, p.11). Siguiendo a esta autora, la noción de niño/a pasa a ser el lugar de proyección de los fantasmas adultos, al nutrir dicotomías que asignan libertad, disfrute y juego a los niños y niñas; y en cambio, disciplina, responsabilidad y trabajo para los adultos y adultas. Se promueve así una nueva idealización del niño o la niña, una vez más caracterizados, al igual que en tiempos premodernos, como "adultos en miniatura" (Ariès, 1987, p. 57), solo que en vez de negativizado (como incompleto o incompetente), es ahora "locus privilegiado de derechos tradicionalmente considerados como propios de los adultos: respeto, individualidad, libertad, ciudadanía", con lo cual se confunde "esta etapa de la vida con el paraíso" (Fonseca, 1999, p. 10. Traducción propia). En este sentido, en su interesante trabajo dedicado a "desenmascarar la agencia infantil", David Lancy ha señalado que el movimiento que viene promoviendo el concepto de agencia como pilar de la investigación, el cuidado, la educación y la intervención con niños y niñas es "etnocéntrico, clasista y hegemónico, y representa el dominio de la forma burguesa contemporánea de crianza infantil" (2012, p. 1, traducción propia).

Por lo tanto, coincido en que los niños y niñas son sujetos sociales, pero a la vez están generalmente subordinados por los adultos y sus instituciones. Es así que considero relevante insistir en esta reformulación del concepto de agencia, que sitúe la acción social de los niños y niñas en la trama de relaciones de poder intergeneracionales, interétnicas, de clase y género que la condicionan en cada contexto sociohistórico específico (Szulc, 2004a), para lo cual el abordaje etnográfico resulta fructífero. Como ha planteado Lancy, no se trata ni de "alabar ni de enterrar" la agencia de los niños y niñas, sino de abordarla empíricamente en cada contexto (2012, p. 16). En palabras de Fonseca, Medaets y Bittencourt Ribeiro, a partir de la reflexión sobre situaciones precisas, observadas en contextos específicos, resulta posible poner en relieve la complejidad del entrecruzamiento de variables múltiples (2018).

La cuestión que estamos tratando aquí se vincula, sin duda, con una discusión central para las ciencias sociales: la relación entre los sujetos/ actores/ agentes sociales y la estructura social. Si bien no es mi objetivo reseñar aquí la historia de este debate,6 sí me interesa analizar cómo viene emergiendo en el caso de los niños y niñas. Advierto en este proceso que para superar las visiones cosificantes e invisibilizantes —que implicaron que por mucho tiempo no se los tuviera en cuenta en los estudios etnográficos (Nunes, 1999; Hirschfield, 2002; Szulc, 2004a; Tassinari, 2007; García Palacios, Enriz y Hecht, 2014)— en muchos trabajos se sobredimensiona su capacidad de agencia social, y se los concibe como sujetos indeterminados. Autores ya clásicos como Pierre Bourdieu (1997, 1999) y Antonhy Giddens (1987) han planteado desde hace décadas la necesidad de superar las formulaciones que privilegian alguno de los polos construidos en términos dicotómicos: los sujetos o la estructura. Como bien ha señalado Bourdieu (1997), los agentes sociales no son partículas sometidas a fuerzas mecánicas externas que actúan por imposición de causas, aunque tampoco son sujetos conscientes y avezados que obedecen a razones actuando con pleno conocimiento de causa. Deberíamos tener esto presente también al trabajar etnográficamente con niños y niñas; no reducirlos a meros objetos —pasivos receptores de las acciones del Estado y sus instituciones—, sino relevar sus experiencias y percepciones como activos realizadores del mundo social, reconociendo su agencia al igual que los límites de esta.

 

¿Culturas infantiles?

Tal como anticipé, me interesa también aquí presentar una perspectiva crítica sobre el concepto de "culturas infantiles", el cual —replicando de algún modo el interés por las "culturas juveniles" de la década de 1970— parte del planteo de que niños y niñas habitan un mundo con significados sociales distintivos (Caputo, 1995) y constituyen, por lo tanto, una "ontología" por derecho propio (Jenks, 1996).

En primer término, la capacidad de producción cultural de los niños y niñas es relevante, y coincido en que merece más atención que la que hasta ahora ha recibido. Para analizar esta cuestión recurriré a resultados de mi investigación en una de las comunidades rurales más antiguas del sur de Neuquén, donde pude relevar diferentes posiciones en torno a qué significa ser mapuche: algunas familias se presentan como mapuche y católicas a la vez; otras se han tornado evangelistas y rechazan tanto la lengua y la cultura mapuche como las tradiciones católicas (Szulc, 2011); mientras que otras, en cambio, participan del movimiento político cultural mapuche y por lo tanto objetan no solo las religiones católica y evangélica, sino también el nacionalismo7 y el provincialismo escolar. Gran parte de quienes integran esta comunidad coinciden, a su vez, en que quienes han migrado o han nacido en la ciudad ya no pertenecen a la cultura mapuche. En este escenario, trabajé etnográficamente con niños y niñas que en numerosas ocasiones dieron muestra de su capacidad de interpretar, a su propio modo, estas identificaciones, articulando sentidos de pertenencia (Brow, 1990) que los adultos de su entorno tendían a presentar como excluyentes entre sí. Mencionaré como ejemplo el caso de una niña de 11 años, que en el año 2004 cursaba su escolaridad en un internado católico cuando, durante una visita a su casa durante las vacaciones, encontró que su familia extensa se había tornado evangélica, y le insistían en que debía "elegir un camino, no podía seguir en dos iglesias". Basándose en sus experiencias en ambas prácticas, la niña propuso, en cambio, una posible síntesis entre ellas, al interpretar sus diferencias solo como una cuestión de forma, no de contenido: "Para mí es todo lo mismo, porque en cambio acá oramos, pero allá oran también, pero no oran así la misma forma que acá hacemos. Allá veo que oran pero así parados nomás y acá todos arrodillados" (Entrevista realizada el 5 de febrero de 2004).

Otro ejemplo interesante es el caso de Valeria, que a sus 14 años expresó haberse sentido "más mapuche que nunca" al participar de una ceremonia de iniciación mapuche revitalizada en la extraña, y en gran medida hostil, ciudad de Neuquén, en lugar de en su "ancestral" comunidad rural.8 O bien Darío, de 12 años, quien —distanciándose de la definición contestataria sostenida por su familia— se autodefinió como mapuche y católico, mientras con entusiasmo estudiaba el libreto de una pequeña presentación escolar en la que personificaría a San Martín, "Padre de la Patria".

De esta manera, podemos advertir cómo los niños y niñas ensamblan sentidos de pertenencia que se les presentan como incompatibles, al apropiarse, reformular o refuncionalizar los mensajes identitarios dirigidos por sus familias, iglesias, escuelas y organizaciones, mediante sus acciones y perspectivas. Esto los muestra como activos partícipes de los conflictos político-culturales en curso. Sin embargo, por un lado, debemos comprender que sus voces no conforman un unísono. Los ejemplos ofrecidos revelan cómo producen interpretaciones diversas y se involucran de diferentes modos en la producción cultural. Por otro lado, resulta importante señalar que las prácticas y representaciones de los niños y niñas frecuentemente no desafían a los adultos. Es por este motivo que sostengo que no es posible ni deseable analizar el "punto de vista de los niños y niñas" por separado, porque no constituye un bloque homogéneo ni bien definido, ni se produce aislado de otros puntos de vista. En este sentido, comparto la preocupación planteada por Allison James en cuanto a cómo se viene extendiendo la retórica de "dar voz a los niños y niñas", que se ha tornado un lugar común dentro y fuera del ámbito académico (2007), lo cual en algunos abordajes pareciera "autonomizar" esas voces por medio del concepto de "culturas infantiles".

Además, quisiera enfatizar que el concepto de "culturas infantiles" no resulta apropiado para dar cuenta de estos complejos procesos, pues la fascinación con el punto de vista infantil puede llevarnos a descontextualizar sus dichos. La razón principal es que implica un uso problemático de la noción de cultura. Tal vez sin advertirlo, muchas veces se termina replicando el aislacionismo característico de la idea clásica, en la que la cultura —atada al colonialismo— busca establecer unidades discretas e internamente coherentes, selladas y aisladas entre sí (Wright, 1998). En estos términos, en coincidencia con otras colegas (Cohn, 2005; Hecht, 2010), vengo planteando desde hace bastante que la noción de "culturas infantiles" esencializa y exotiza a los niños y niñas (Szulc, 2004a), pues suele dar lugar a la errada suposición de un punto de vista universal y homogéneo, desgajado de las especificidades socioculturales e históricas, mediante lo cual se aísla a los niños y niñas de los adultos, y del mundo social que compartimos (Szulc et al, 2012).

Algunas investigaciones se han dedicado a analizar cómo ciertos repertorios musicales, por ejemplo, circulan y se transmiten entre niños y niñas, a partir de lo cual discuten con el modelo euroccidental hegemónico que ha tendido a considerarlos meros reproductores de la "cultura adulta", y han reclamado en cambio atención y legitimidad para las "culturas infantiles" (cf. Caputo, 1995). Este tipo de trabajos resultan interesantes pues dan cuenta de la capacidad de producción cultural de niños y niñas, y por haber problematizado tempranamente su invisibilización en las investigaciones. Sin embargo, advierto asimismo en este tipo de formulación una utilización del concepto de cultura en sentido restringido, "como una instancia simbólica de la producción y reproducción de la sociedad" (García Canclini, 2004, p. 37), que también amerita ser problematizada, en tanto —como ha planteado Briones en su reflexión sobre la interculturalidad— este tipo de abordaje tiende a despojar a estas diferencias culturales de toda determinación geopolítica, y por lo tanto las torna "banales" (2008, p. 49).

Retomando entonces tanto los aportes de la tradición antropológica como de la perspectiva mapuche sobre la niñez, propongo en cambio analizar la producción cultural de niños y niñas entrelazada con la trama de instituciones y discursos sociales que condicionan el espacio social de la niñez.

 

A modo de cierre

Enfocar nuestras investigaciones en la niñez no debería implicar su aislamiento conceptual ni metodológico de sus entornos socioculturales (Autor/a, 2004a; Cohn, 2005), pues los niños y niñas comparten sus mundos con diferentes adultos, aunque no en condiciones de igualdad. El abordaje etnográfico resulta muy fructífero para relevar la agencia social infantil de manera situada, teniendo presente que los niños y las niñas no son los únicos "con algo que decir" acerca de la niñez.

Como venimos planteando junto con mi equipo desde hace tiempo, el abordaje etnográfico resulta apropiado para aproximarnos a sus experiencias y perspectivas, sin convertirlos en nuestro único foco de atención. Pues la labor etnográfica permite justamente contextualizar lo que los niños y niñas dicen y hacen, considerando también las acciones e interpretaciones de los demás agentes sociales e institucionales vinculados a ellos y ellas (Szulc et al, 2012).

Con respecto a las "culturas infantiles", como hemos ya sugerido junto con Clarice Cohn, este abordaje crítico es uno de los mayores aportes de la investigación antropológica sudamericana con niños y niñas, un abordaje que consideramos deudor de las perspectivas de los pueblos indígenas con los que trabajamos (Szulc y Cohn, 2012). En este sentido, considero que los conocimientos marginalizados tienen mucho que aportar para cuestionar los modos dominantes de pensar la niñez y la cultura.

Por lo tanto, resulta crucial repensar los conceptos de agencia y culturas infantiles, resistiendo la tentación romántica de sobreestimar el poder social de los niños y niñas. Necesitamos otras formas de abordar la producción cultural infantil, formas que nos ayuden a superar los puntos ciegos de esos conceptos, para explicar las perspectivas y experiencias de los niños y niñas dentro de las tramas de la vida social.

 

Financiamiento

La investigación volcada en este documento ha sido financiada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (PIP 353: "Niñez, alteridad y ciudadanía. Tensiones en torno a Prácticas, Políticas y Experiencias de cuidado y protección infantil en las provincias de Neuquén, Salta y Buenos Aires"), por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Técnica (PICT 079 2016: "Niñez indígena, Alteridad y Ciudadanía: Análisis antropológico de las tensiones en torno a políticas, prácticas y experiencias de cuidado infantil en las provincias de Neuquén, Buenos Aires y Salta") y por la Universidad de Buenos Aires (UBACYT 20020130100482BA: "Aboriginalidad, provincias y nación: campos de interlocución entre pueblos indígenas, estados y ‘colaboradores’").

 

Agradecimientos

Agradecemos al Concejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), a la Agencia Nacional de Promoción Científica y Técnica y a la Universidad de Buenos que han hecho posible esta investigación.

 

Sobre la autora

Andrea Szulc es Doctora de la Universidad de Buenos Aires, área Antropología, Investigadora Adjunta del CONICET, Argentina, y directora del equipo de investigación Niñez, Alteridad y Ciudadanía. Jefa de trabajos prácticos del Departamento de Ciencias Antropológicas y profesora titular de la Maestría en Problemáticas Sociales Infanto Juveniles, UBA

 

Notas

1 Si bien hace tiempo vengo analizando los puntos ciegos de estos conceptos (Szulc, 2004, Szulc, et al., 2012), en esta oportunidad quiero desarrollar con mayor profundidad mi argumentación.

2 Una primera formulación de estas reflexiones fue presentada en el panel "Theorizing Childhood(s) from post- and decolonial perspectives", organizado por Lucia Rabello de Castro en el marco del ISA World Congress, realizado en Toronto, en julio de 2018.

3 Para un análisis de las experiencias de niños y niñas mapuche en el marco de rituales de iniciación dirigidos a ellos ver Szulc (2018).

4 Ceremonia comunitaria conducida por determinadas familias.

5 Para un análisis específico sobre esta cuestión ver Szulc (2015).

6 Para una revisión histórica de esta discusión puede consultarse Lutz (2007).

7 Un interesante análisis del nacionalismo escolar y sus efectos en las experiencias de niños y niñas migrantes en Argentina puede encontrarse en Novaro (2012).

8 Para un análisis de la disputa político cultural sobre los estereotipos de lo rural y lo urbano en el caso mapuche ver Szulc (2004b).

 

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