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Runa

versão On-line ISSN 1851-9628

Runa vol.40 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires maio 2019

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.34096/runa.v40i1.4994 

DOI https://doi.org/10.34096/runa.v40i1.4994

ARTÍCULOS ORIGINALES

"Las taperas hacen que no podamos olvidar el desalojo". Memorias de expropiación territorial en Boquete Nahuelpan

"The taperas force us to remember the eviction". Memories of territorial expropriation in Boquete Nahuelpan

"As "taperas" fazem que não consigamos esquecer o despejo". Memórias de expropriação territorial em Boquete Nahuelpan

 

Ayelen Fiori1

1 Universidad Nacional de Río Negro, IIDyPCA. San Carlos de Bariloche, Argentina
Correo electrónico: ayefiori@gmail.com

Recibido: 18 de junio de 2018
Aceptado: 18 de febrero de 2019

 


Resumen

Este trabajo analiza, desde una perspectiva etnográfica, las relaciones entre memoria y territorio a partir de reconstruir los relatos de algunas de las familias mapuche tehuelche que fueron violentamente expulsadas de Boquete Nahuelpan (Chubut) en el año 1937. Este escrito se basa en los primeros resultados del trabajo de campo, que comencé a realizar hace dos años, a través de entrevistas y recorridas por las tierras expropiadas con miembros las familias involucradas en dicho desalojo. De esta manera, me propongo indagar en los sentidos que adquieren para los entrevistados determinados sitios como las "taperas" y antiguos senderos en los relatos de memoria, impidiendo el olvido y desafiando los límites establecidos por el alambrado.

Palabras clave: Expropiación territorial; Pueblo mapuche tehuelche; Memorias; Taperas; Boquete Nahuelpan

Abstract

The article analyzes, from an ethnographic perspective, the relations between memory and territory through the reconstruction of stories of Mapuche Tehuelche families who were violently expelled from Boquete Nahuelpan (Chubut) in 1937. This writing is based on first results of the fieldwork that I have being doing during the last two years, by tours to the expropriated lands as well as interviews to some of the families involved in the eviction. I intend to inquire the meaning that certain places such as the "taperas" and old paths acquire in the memory of the interviewees, preventing forgetfulness and challenging the limits established by fences.

Key words: Territorial expropriation; Mapuche tehuelche people; Memories; taperas; Boquete Nahuelpan

Resumo

Este artigo analisa, a partir de uma perspectiva etnográfica, as relações entre memoria e território através da reconstrução dos relatos das famílias Mapuche Tehuelche que foram violentamente despejadas de Boquete Nahuelpan (Chubut, Argentina) no ano de 1937. Esta redação baseia-se nos primeiros resultados do trabalho de campo que fiz nos últimos dois anos, em visitas às terras expropriadas assim como as entrevistas a algumas das famílias envolvidas no despejo. Pretendo entender os sentidos que adquirem para os interlocutores certos lugares como as "taperas" e os antigos caminhos na memória dos sujeitos, impedindo o esquecimento e desafiando os limites estabelecidos pelas cercas.

Palavras-chave: Expropriação Territorial; Pessoas mapuche tehuelche; Memorias; Taperas; Boquete Nahuelpan


 

 

Construcción de memorias en contextos de desplazamiento

En las últimas décadas, algunas disciplinas como la historia, la antropología y la etnohistoria han intentado "corregir" los relatos oficiales de memoria sobre los indígenas de Patagonia y se han interesado por los desplazamientos que estos hicieron con posterioridad al avance de las campañas militares del Estado argentino de fines del siglo XIX. En este sentido, Walter Delrio (2005) realizó un trabajo donde expone la existencia de dos tipos de memorias: por un lado, las memorias oficiales de los archivos y por el otro, la de los abuelos, que permiten recomponer los "silencios" de los archivos, como las historias de expropiación y genocidio.

De esta manera, las investigaciones de Lenton (1994), Mases (2002) y Delrio (2005), entre otros, se proponen incorporar la propia versión de la historia a partir de los trabajos de memoria que realizan los indígenas y a su vez, denuncian las condiciones de opresión y marginalización a las que fueron sometidos a lo largo del pasado.

En este trabajo se recuperarán los aportes de estos autores para pensar cuál es la relación que se produce entre memoria y territorio en un contexto de desplazamiento forzoso producto de una expropiación territorial. De acuerdo con esta perspectiva se retomarán diferentes trabajos etnográficos que profundizan en el carácter espacial de la memoria (Feld y Basso, 1996; Gordillo, 2006; Ramos, 2011). Particularmente, se pensará cómo en contextos de gran dispersión territorial se resguardan en la memoria los sentidos culturales de lugar.

Ramos (2011) señala que las memorias constituidas en contextos de desplazamiento "suelen centrarse en el movimiento, en la reestructuración de los grupos, en las relaciones de poder y, principalmente, en las conexiones culturalmente significativas con el espacio físico" (p. 136). Así, las relaciones entre las memorias de los ancestros y las experiencias de territorialidad devienen centrales para pensar el paisaje como un espacio social donde los ancestros y las personas vivas construyen sus pertenencias comunes.

Las narraciones sobre el pasado —especialmente aquellas que refieren a las experiencias de despojo y sometimiento estatal de generaciones anteriores— constituyen un elemento fundamental, tanto para la reconstrucción historiográfica de dichos procesos, como también para el reconocimiento actual de diferentes modos de construcción y de relación social con el espacio en contextos de desplazamiento.

En este sentido, este trabajo se indagará en los relatos de las familias de los y las que fueron desalojados en 1937 de Boquete Nahuelpan, en el noroeste de Chubut, con el objetivo de comprender cómo - aún en un contexto de gran fragmentación, desplazamientos y desterritorialización — en las memorias se afirman y transmiten sentidos de territorialidad y pertenencia a un territorio del cual se fue desalojado.

 

Configuración territorial en Patagonia

A fines de siglo XIX las elites gobernantes en la Argentina procedieron a la incorporación de las tierras del espacio pampeano-patagónico por medio de la denominada "Conquista del desierto" (1878-1884), proceso militar que tuvo por objetivo concretar la desarticulación y "exterminio" de los grupos originarios que habitaban esa región para así obtener el dominio y ocupar definitivamente su territorio (Zusman y Minvielle, 1995).

A partir de esta situación es que el Estado argentino promulgó la ley N° 1532 en el año 1884, por la que se establece la creación de los territorios nacionales de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. De esta manera, se reglamentaba la forma de gobierno, se establecían la superficie, la frontera y la administración del territorio nacional. Esta ley colocaba los territorios bajo la dependencia absoluta del Poder Ejecutivo central, lo cual implicó que se tomaran decisiones sin conocer las particularidades del espacio físico (Bandieri, 2005).

La ocupación militar fue seguida inmediatamente por la consolidación del latifundio, ya que tanto terratenientes locales como extranjeros se adueñaron y se establecieron en estas tierras para la expansión de la ganadería extensiva. En cuanto al destino de los pobladores originarios, no solo sufrieron el despojo de sus territorios, sino que fueron sometidos a múltiples reubicaciones y desplazamientos forzosos mediante diferentes mecanismos: creación de colonias, reservas, regímenes de inclusión en el ejército y torturas en campos de concentración (Delrio, 2005). No hubo una ley general que se refiriera a la población indígena. Enrique Mases (2002) analiza a partir de fuentes oficiales, salesianas y periodísticas el proceso de reducción, deportación y distribución de los indígenas hacia los polos de desarrollo económico del país. Por lo tanto, los que sobrevivieron a las campañas militares y no fueron trasladados a otras regiones como mano de obra fueron forzados a localizarse en reservas indígenas (como por ejemplo, Cushamen, que había sido creada como colonia pastoril) o hicieron concesiones particulares y condicionales a algunas familias en tierras fiscales determinadas, generalmente zonas marginales con malas pasturas y escasa agua (como es el caso de Boquete Nahuelpan). Otros, después de haber recorrido diferentes trayectorias, se sumaron a la periferia de los centros urbanos.

Como ya expuse, el Estado argentino en consolidación a fines de siglo XIX logró someter, en nombre del "progreso", a los pueblos indígenas autónomos que se encontraban en esos territorios. Desde ese momento, mediante una incorporación forzosa al Estado nacional, se les indicó a los aborígenes los sitios "apropiados" para que habiten (reservas o territorios comunales) por medios políticos y simbólicos (Fiori, 2016).

 

Reserva Boquete Nahuelpan

La reserva indígena conocida como Boquete Nahuelpan se encuentra al noroeste de la actual provincia de Chubut, a 16 km de la ciudad de Esquel. Fue creada oficialmente por el decreto N° 5047 en 1908, luego de la "Conquista del desierto", en el cual se destinaron 19.000 hectáreas ubicadas en el ensanche de la Colonia 16 de Octubre, para que fueran ocupadas por los indígenas de Nahuelpan (Díaz, 2003, 29). Según fuentes de la época, en torno al Boquete Nahuelpan se agruparon varias familias mapuche tehuelche emparentadas entre sí, como las familias Nahuelpan, Prane, Basilio, Quilaqueo, Catrilaf, Aillapan, Napaiman, Ainqueo, entre otros grupos, los cuales conformaban un colectivo que desarrolló actividades agropecuarias, ganaderas, de regadíos, producción de artesanías y comercio.

Sin embargo, hacia mediados de la década de 1930 se instaló en la región un discurso que puso en tela de juicio la "autenticidad de la argentinidad" de aquellos indígenas, principalmente movilizado por la ambición, de parte de la élite local, del territorio que la comunidad ocupaba. Entre los motivos alegados para que luego de casi treinta años se desalojara a los pobladores se encontraban la acusación de "extranjeridad" y de ser los causantes del "desaprovechamiento de las tierras".

Estos discursos pretendían contribuir a la creación una "imagen del indígena" como "delincuente" y como "perezosos". Estas representaciones circulaban en gran parte de la prensa local, y actuaban reforzando la construcción de dichos estigmas, a la vez que instauraban un discurso que denunciaba la "improductividad de las tierras".

Delrio (2005) señala que en este proceso resultó central el control de los modos de clasificar y representar a los indígenas como los tenientes "indeseables" de las tierras. Así se evidencia en los informes de los inspectores de tierras, en los expedientes judiciales, ministeriales y policiales, en los que se destaca la acusación de "carencia de civilidad" y la acusación de "extranjería".

Finalmente, en el año 1937, el gobierno nacional dejó sin efecto la reserva mediante una orden de desalojo que privilegió la adjudicación y ocupación de estas tierras por miembros de la elite local de la ciudad de Esquel.

[…] que al substraerse de la venta y arrendamiento a dichas tierras, de reconocida buena calidad que disponen de numerosas aguadas anuales y abundancia de pastos y entregarles en posesión pacífica y tranquila a las familias indígenas que en ellas se han establecido, se procuró encargarles en las prácticas de una buena vida de labor y de progreso como un medio de propender a su mejoramiento económico y social. Que esos propósitos no han sido logrados debido a la falta de hábitos de trabajo de los ocupantes de esas tierras como lo han comprobado las diferentes inspecciones efectuadas a partir de 1931, viven precariamente y en el más completo abandono […] una ausencia de trabajo metódico orden y moral […]. (Decreto Nacional nº 105137, mayo de 1937)

En dicho decreto se expone que los ocupantes indígenas "viven precariamente y en el más completo abandono" y se declara que, tras el desalojo, se "procederá a su conveniente fraccionamiento en lotes hasta de 2500 hectáreas de superficie cada uno" (D.N. nº 105137, mayo de 1937), los cuales fueron adjudicados a vecinos lindantes o a personalidades reconocidas de la ciudad de Esquel. Este proceso comenzó por la privatización de la tierra, principal medio de producción disponible; para ello, fue necesario desalojar a quienes la ocupaban de acuerdo con diversas formas de uso y posesión comunitaria. Pero para lograr colonizar y dar inicio al proceso de privatización de ese espacio geográfico, expulsaron violentamente a la población preexistente.

Posteriormente al desalojo, solo pudieron volver a Boquete Nahuelpan unas pocas familias, ya sea por la restitución a los descendientes directos de Francisco Nahuelpan en 1948 o gracias a procesos de recuperación territorial que llevan a cabo las familias Prane y más recientemente Santul en el lote 4, adjudicado al Ejército nacional. Sin embargo, en la actualidad, la mayor cantidad de tierras están en manos de privados y las familias que las ocupaban se encuentran "desparramadas" en diferentes lugares de la región.

 

Memorias del desalojo

Al indagar en lo que se ha escrito sobre el "desalojo de 1937" se evidencia que el lugar de Boquete Nahuelpan en la historiografía regional fue prácticamente nulo hasta finales de la década de 1990, luego de la edición de Memoria del humo (De Vera, 1999) y del libro 1937: el desalojo de la tribu Nahuelpan (Díaz, 2003). En ambos textos, los autores llevaron a cabo un trabajo de recopilación de memorias orales de los sobrevivientes del desalojo en el cual se destaca la relevancia de la expulsión en la historia regional, y se relaciona el destino de las familias desplazadas con la conformación de Lago Rosario y del poblamiento del Barrio Ceferino en la periferia de Esquel.

En los relatos de los descendientes, el desalojo es recordado como un "momento devastador", en el que las relaciones sociales que se anudaban en Nahuelpan fueron desmanteladas. Tanto en la recopilación de los libros antes señalados como en las entrevistas realizadas en el último tiempo, las personas consultadas recuerdan que estos hechos fueron contados por sus padres o abuelos con mucho dolor, impotencia y sufrimiento por haber visto cómo quemaban sus casas, desarmaban las familias y destruían la vida que conocían.

Mi papá siempre contaba del desalojo y contaba que los sacaron a todos y al que no quería irse le quemaban la casa o lo corrían. Él decía que ahí habían perdido la hacienda, los animales y la siembra que tenía. Les destruyeron todo y los dejaron a la deriva. (A. P. Registro de campo, Esquel, marzo de 2018)

En los relatos sobre la relocalización de los pobladores luego de los hechos de 1937 se evidencia la idea del "desparramo" (Ramos y Briones, 2016), lo cual remite el hecho de que "los dejaron a la deriva"; los pobladores se dirigieron adonde pudieron, sin una planificación previa. De esta manera, algunos fueron acogidos por familiares, otros se establecieron en la zona de Cushamen o Gualjaina, donde estaban radicadas otras familias mapuches; otros deambularon largo tiempo hasta que se instalaron en los alrededores de Esquel; y otros grupos finalmente se radicaron en la zona de Lago Rosario (De Vera, 1999). En este sentido, las "memorias del desparramo" dan cuenta de los recorridos de los antepasados luego del violento desalojo. Recorridos que, en tanto llegan hasta el presente de los narradores, es parte constitutiva de las subjetividades y las pertenencias familiares. Como relata Rosa, su abuela le contaba con dolor cómo los expulsaron y dispersaron en búsqueda de "vivir sin que nadie los viviera corriendo", haciendo referencia a los múltiples desplazamientos forzosos que vivió el pueblo mapuche.

El desalojo del 37 fue algo muy doloroso. Yo no lo viví en carne propia. Pero si mis abuelos lo vivieron. Y ellos contaban. Y cada vez que contaban yo recuerdo que mi abuelita lloraba y me decía "nos desampararon a todos. Nos quemaron las casas, perdimos a nuestra familia, porque fue como que nos dispersaron tanto que una familia fue a parar a un lado, y otros a otro lado. Y Ahora para poder a unirnos es muy difícil, éramos todos una familia. No solo a Lago Rosario llegaron las familias, sino que se dispersaron en Sierra Colorada, Corcovado, sierra colorada, Esquel, Cerro Centinela, Cañadón grande, Costa de Lepa, se dispersaron para todos lados, para buscar una orientación para vivir sin que nadie los viviera corriendo". (R.Ñ. Comunicación personal, Esquel, julio de 2017)

Luego de años de reclamos por parte de los grupos desalojados, mediante el Decreto nacional 13.806 dictado por el gobierno nacional en 1943 se ordenó la restitución de los lotes 2, 3 y 6 solamente a las familias de los descendientes directos de Nahuelpan. Tras este hecho, solo algunas familias volvieron a ocupar esos lotes. Este proceso implica una "doble desarticulación" que sufrió la comunidad del Boquete Nahuelpan: primero, la expulsión sistemática y violenta, luego, la devolución arbitraria, que implica "un retorno selectivo y a muchas menos tierras que las originariamente acordadas" (Ramos y Briones, 2016, p. 207).

Sin embargo, Ramos y Briones (2016) rescatan de las entrevistas realizadas el hecho de que algunas familias se seguían visitando cuando se realizaban el camaruco1; a pesar de la dispersión territorial, se pudo sostener cierta relación entre las familias que quedaron en Nahuelpan y las que se instalaron en otras zonas. En una entrevista, R. Ñ. relata la importancia de estos encuentros entre las familias para el camaruco:

Cuando hay camaruco siempre participa gente de allá (Lago Rosario) y se mantiene la tradición. Igual que cuando se hace una ceremonia en el lago y va la gente de Nahuelpan. Se invita; un mes o dos antes ya se avisa que día se hace la ceremonia en ese lugar y se prepara la gente para ir. Uno empieza a buscar medios de movilidad para ir. Antes iban en carro o caballo por campo abierto, por el Corintos. También algunos venían caminando muchos venían de a pie. Se hacían caravanas muy grandes, de Lago Rosario y varias comunidades y se juntaban todos para ir al camaruco. (R. Ñ. comunicación personal, Esquel, julio de 2017)

Estas relaciones continúan en el presente, como señala F. H., quien, al hablar del camaruco que se realizó en el Boquete Nahuelpan en marzo del año 2017, resalta que asistieron grupos de Lago Rosario y Sierra Colorada, como también de la costa de la provincia.

Este año fue mucha gente al camaruco, de la comunidad pero también de la costa, vinieron de Trelew, Gaiman, Comodoro, de Lago Rosario y Sierra Colorada. Vino un grupo a caballo y otro grupo en camioneta con mujeres y niños. (F. H. comunicación personal, Esquel, junio de 2017)

De esta manera, es posible evidenciar las múltiples formas en que los mapuche construyen sus lugares de apego y reformulan sus relaciones sociales y sentidos de lugar. Estas familias (no solo en el sentido consanguíneo) que se encuentran en los camarucos, rogativas u otros eventos evocan en el presente un pasado común y construyen lazos afectivos hilando los fragmentos en memorias comunes, aun en un contexto de gran dispersión territorial.

 

Las taperas como espacios de memoria

Desde hace un tiempo mantengo entrevistas y conversaciones con las familias de los y las que fueron desalojados en 1937 como parte de mi trabajo de investigación doctoral.

Las personas entrevistadas señalaron que al menos alguna vez han escuchado hablar del desalojo, y recuerdan a sus abuelos relatar estas historias con tristeza. Pareciera que pese al "silencio" de los relatos históricos oficiales, en la memoria oral de las familias expulsadas de Nahuelpan "siempre se habló del desalojo", como señala un poblador de Lago Rosario. Es en estos trabajos de memoria que las generaciones crecieron escuchando esas vivencias en forma de historias verdaderas sobre sus antepasados, pese a la distancia geográfica y temporal que hay entre los hechos y el presente.

Durante mi trabajo de campo, recurrentemente las personas entrevistadas nombraban la existencia de las taperas como "evidencia material" de las antiguas poblaciones que se nucleaban en el Boquete Nahuelpan antes de 1937. Estos se refieren con frecuencia a "los pobladores que ya no están", en referencia a los que no pudieron volver después del desalojo. Sin embargo, su presencia se evidenciaba en las taperas como una huella material de la memoria.

Al preguntar qué entienden ellos por tapera, hacen referencia a las "poblaciones que ya no están", "donde vivían los que no pudieron volver". Los entrevistados señalan que, si bien hay taperas "por todos lados", la mayoría de ellas se encuentran en las tierras que están en manos de privados y del Ejército, como son el lote 4, 5 y 9. En las cuales hoy sólo quedan arboledas de álamos, sauces y frutales; y en algunos casos, restos de corrales y algunas piedras que fueron cimientos de viviendas.

En distintas oportunidades, las conversaciones con los que hoy viven en Boquete Nahuelpan derivaron en paseos por las taperas, donde señalaron restos de corrales y senderos que años atrás habían construido los abuelos, y donde se ubicaban también sus antiguas plantaciones de árboles.

En una ocasión un poblador me contó: "las taperas hacen que no podamos olvidar el desalojo" (F. H., Comunicación personal, junio 2017), señalando el carácter de denuncia que representan las taperas para ellos en el presente. De esta manera, es posible pensar que las taperas operan como archivos mnemotécnicos (Rappaport, 2004) que cuentan la historia de los que allí vivieron como un nexo tangible con el pasado; pero también operan como denuncia, en tanto alertan sobre el deterioro y la violencia del desalojo forzoso.

Chele Díaz (2003), en su libro sobre el desalojo de 1937, recupera un relato de A. Ainqueo quien fue desalojado cuando tenía doce años, y refiere a los antiguos pobladores de la legua 4 (actualmente en manos del Ejército):

Yo nací en la legua 4. Ahí estuvieron los Cayecul, los Ayllapán, Los Cheuquehuala, los Castro, los Prane, los Paillaqueo, Basilio […] Toda esa gente estaba en la legua 4. Porque más para allá no podíamos pasar porque estaba la Estancia el Refugio, adentro del Boquete, de Amaya, propiedad de Amaya […] La mayor parte de esas familias se fueron a Lago Rosario. (A. Ainqueo, Recuperado por Díaz, 2003, p. 241)

Estas taperas hoy se encuentran "encerradas" por los alambrados, que operan como legitimadores del régimen de propiedad y apropiación occidental del territorio (Gordillo, 2014). Los entrevistados señalan algunos sitios considerados significativos para ellos y sus familias, los cuales se encuentran en territorios que están en manos de no indígenas luego del desalojo. Algunos de ellos son el cementerio, los sitios históricos, la vieja escuela, arroyos, espacios de veranada, espacios de invernada y caminos vecinales.

A partir de preguntar sobre el espacio y sobre las trayectorias familiares, se evidencia que se mantiene en el recuerdo "un paisaje" que no se conoció como tal o se lo conoció hace muchos años, pero que perdura y es actualizado en las memorias como un lugar de referencia: como la "tapera de Sauce Guacho" o "tapera del guindo". Como señala F. H. estos nombres fueron transmitidos por los abuelos y son recordados por las nuevas generaciones.

Los abuelos contaban los nombres de las taperas y nosotros lo recordamos, eso se transmitió […] Ahora son solo nombres, árboles y algunas piedras capaz, pero fueron casas con familias enteras, con historias. Toda esta extensión era de la comunidad. (F. H. comunicación personal, Esquel, junio de 2017)

Así, es posible observar el modo en que las personas participan de una trama compartida de recuerdos heredados e imágenes del pasado acordadas como significativas (Bleger y Fiori, 2019). De esta manera, es posible pensar la memoria como la práctica social de "traer el pasado al presente" (Ramos, 2011, p. 132). Desde este ángulo, se puede pensar que las taperas operan como huellas de una memoria compartida (Rappaport, 2004) que conectan el tiempo con el espacio en los procesos de territorialización de la comunidad.

El concepto de "desparramo" posterior al desalojo permite entender el proceso de desplazamientos y movilidades de las familias del Boquete hasta que lograron instalarse en diferentes espacios sociales (Bleger y Fiori, 2019). En el relato que estas hacen, las memorias de haber estado juntos en el pasado operan como conexiones frente a la desarticulación y dispersión territorial entre ellas en el presente. Los pobladores ubican los caminos como conexiones de los desplazamientos, y aunque muchos de estos en el presente están alambrados y con tranqueras, en la memoria perdura la referencia a los tiempos en que los "campos eran abiertos", sin alambrados, como parte de un paisaje que ya no está, y que muchos no conocieron. Estas memorias sociales sobre "los tiempos de campo abierto" recrean los lazos sociales que fueron perdurables en el tiempo. Ramos y Briones (2016) recuperan una entrevista realizada a Sergio Nahuelpan, el último lonko del Boquete Nahuelpan, donde relata cómo fueron llegando (y rearmando) las familias a Boquete Nahuelpan en los tiempos de "campo abierto":

Si acá había muchísima gente. Si acá ustedes supieran que todo esto es campo, en ese tiempo como era todo abierto, llegaban, se acampaban, sacaban permiso que no tenían dónde estar y él [Francisco Nahuelpan] les daba permiso. Si está todo lleno de tapera esos campos, acá el lote cinco, el diecinueve. Todos esos campos ha habido; hay taperas viejas ahí […] después vino el desalojo y quedó un desparramo. (Sergio Nahuelpan, octubre de 2007 Recuperado por Ramos y Briones, 2016, p. 172)

En este relato también se evidencia el sentido que adquiere la tapera como denuncia de un pasado que ya no está, que se ha querido invisibilizar pero que, sin embargo, es visible y perdura en la memoria afectiva. Tiene una continuidad con las generaciones pasadas en el espacio. Así lo manifiesta un joven poblador de Boquete Nahuelpan:

Hay muchas que no volvieron. Eso lo habla las taperas que hay en las estancias alrededor nuestro, con los nombres de las familias que no volvieron, Tapera Macia, Tapera Poza. Que ya no volvieron. Que era gente que era pariente de Nahuelpan con otro apellido o allegada y no pudieron volver. Eran de ahí. El gobierno llama a los descendientes de apellidos directos. El gobierno siempre marcando, eligiendo a quiénes y cuánto devolvía. Y qué tierras, que fueron… guau… las partes mejores, sino las partes más desérticas, no las mejores tierras. Hoy cada día se nota más, la desertificación, que cada día podes tener menos animales y la sequía cada vez se nota más. No es lo mismo hoy que hace doce años atrás. (F. H. comunicación personal, Esquel, Junio de 2007)

Las taperas sobreviven el paso del tiempo, se vuelven una referencia en el territorio que es nombrada por las nuevas generaciones. Donde algunos solo ven grandes árboles plantados, restos de viejos corrales o cimientos de una Vivienda, otros ven perdurar un pasado compartido, un vínculo con otros que ya no están pero que dejaron su marca en el espacio.

Joanne Rappaport (2004) entiende que en la vida cotidiana y material del presente se experimenta constantemente el pasado. Las representaciones del presente como pasado se encuentran tanto en rituales (como transitar los viejos caminos para ir al camaruco) como en elementos de la vida cotidiana (ir a recolectar frutos a la tapera) que recuerdan el pasado sin contarlo; lo que nos permite ver la historicidad de las relaciones sociales y el nexo entre el presente y el pasado en cada una de estas prácticas.

Recuperando a Delrío y Ramos (2008): "la memoria social entendida como un modo de relación entre los espacios físicos externos y las experiencias heredadas y vividas, resguarda otros marcos de interpretación del pasado" (p. 162). En este sentido, las taperas y senderos en Boquete Nahuelpan objetivan "vínculos de continuidad y permanencia" de las relaciones entre las nuevas generaciones con los ancestros. A su vez, ponen en cuestión las nociones estáticas de territorio, lo que permite repensar las fijezas e incorporar las relaciones sociales donde los ancestros y las personas vivas construyen sus pertenencias comunes y generan "sentido de lugar" (Feld y Basso, 1996), al establecer conexiones afectivas con el paisaje y sentidos de continuidad en él.

 

A modo de cierre

En esta investigación me propuse incorporar los relatos de memoria sobre el proceso de expropiación territorial luego del desalojo de la comunidad de Boquete Nahuelpan en 1937. Los trabajos de memoria sobre las experiencias del pasado permiten comprender cómo los sujetos recuerdan y construyen su propia historia. Los pobladores con los que he conversado encuentran en "las historias que contaban los abuelos" relatos que dan sentido a sus acciones presentes y que conectan su historia a un territorio que muchas veces no se conoció como tal, pero que se "revive" en la memoria colectiva.

A lo largo del texto, se recuperaron memorias que hablan de "los que ya no están porque fueron obligados a marcharse" (B. M., comunicación personal, Esquel, agosto de 2017). Estos relatos hablan de movilidades y de desplazamientos que permiten establecer continuidades entre trayectorias pasadas y presentes.

La gran dispersión territorial que se produjo como resultado del violento desalojo llevó a que todas las historias anudadas en Boquete Nahuelpan en el presente no sean pensadas en conexión. Sin embargo, las familias que alguna vez habitaron el lugar mantienen en sus memorias ese sentido de "haber estado juntos" en tiempos no tan lejanos.

Lejos de lo que podría pensarse, las memorias de quienes han entramado sus historias en contextos de desplazamientos forzosos y despojos se anclan muy profundamente en nociones de territorialidad. Dichas memorias sociales son el resultado de formas diferentes de entender y de experimentar los territorios habitados en el pasado o en el presente, así como "las maneras de imaginar otras territorialidades aún no practicadas pero sí imaginadas" (Ramos, 2013, 1).

De esta manera, es posible pensar que en las memorias sobre el desalojo se configuran lugares y pertenencias sociales. De algún modo, las taperas —lejos de ser solo las ruinas materiales de antiguas poblaciones— operan como anclaje de trayectorias, anudamientos y entrecruzamientos, no solo de historias, sino de espacio y tiempo, que traspasa las generaciones y denuncia expropiaciones del pasado (que continúan en el presente).

 

Sobre la autora

Ayelen Fiori es Becaria Doctoral FONCyT en el IIDyPCA de la Universidad Nacional de Río Negro, San Carlos de Bariloche. Doctoranda en Antropología Social de la Universidad de Buenos Aires (Facultad de Filosofía y Letras). Maestranda de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (Facultad de Humanidades).

 

Notas

1 Camaruco o ngillatun es una práctica ritual rogativa que se realiza una vez al año. En Nahuelpan se realiza en el mes de marzo con la visita y participación de familias mapuche tehuelche de la zona.

 

Bibliografía

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