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Runa

versão On-line ISSN 1851-9628

Runa vol.40 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2019  Epub 19-Dez-2019

http://dx.doi.org/10.34096/runa.v40i2.5546 

Dossier - Artículo Original

Casas, programas sociales y prácticas políticas colectivas. Etnografía de experiencias cotidianas de mujeres titulares del “Argentina Trabaja”

Houses, social programs and collective political practices. Ethnography of everyday experiences of women beneficiaries of “Argentina Trabaja”

Casas, programas sociais e práticas políticas coletivas. Etnografia das experiências quotidianas de mulheres beneficiárias do “Argentina Trabaja”

Florencia Daniela Pacífico1 

1 Instituto de Ciencias Antropológicas. CONICET. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires Argentina. Correo electronico: flor.pacifico@gmail.com

Resumen

Este artículo propone un abordaje etnográfico de las prácticas políticas colectivas desarrolladas por mujeres titulares del programa “Argentina Trabaja” considerando la relación entre las formas de organización puestas en marcha por las cooperativas y aquello que sucede en las viviendas -su construcción, reforma y movimientos-. Dialogando con abordajes antropológicos sobre las casas, se planteará que aquello que las personas producen colectivamente a partir de un programa estatal y del desarrollo de prácticas de militancia se materializa en transformaciones en las viviendas y en la circulación de objetos entre quienes las habitan. Se propone contribuir a una reflexión más amplia en torno a los modos en que se define qué es la “política” y cuál es el sentido que la participación en modalidades de organización colectiva tiene en las vidas de las personas.

Palabras clave: Casas; Programas sociales; Prácticas políticas colectivas; Mujeres; Etnografía

Abstract

This article proposes an ethnographic approach into collective political practices developed from women who are beneficiaries of the social program “Argentina Trabaja”, considering the links between what happens in their houses- building, transformation, movements- and process of collective organizing. Recovering the anthropological insights about houses, we argue that the production among the implementation of a state program are materialized in transformations of the houses and in circulations of object between them. We suggest a contribution to re think definitions about “politic” and the envisions that being political organized involve for people´s lives.

Key words: Houses; Social Programs; Collective political practices; Women; Ethnography

Resumo

O presente artigo propõe uma análise etnográfico das conexões entre os processos de organização coletiva desenvolvidos por mulheres beneficiarias do “Argentina Trabaja” e o que acontece nas suas casas -su construção, reforma, movimentos- Para tanto, recuperam-se contribuições dos olhares antropológicos sobre as casas, mostrando que aquilo que é produzido a partir dum programa estadual e os processos organizativos levados diante pelas pessoas, materializa-se em transformações nas moradias e em circulações de objetos além delas. Nesse sentido, a intenção é contribuir para uma reflexão mais ampla sobre definições da “política” e do sentido que as formas de participar nas organizações coletivas tem nas vidas das mulheres.

Palavras-chave: Casas; Programas Sociais; Praticas politicas coletivas; Mulheres; Ethnography

Introducción

En agosto del año 2009, se puso en marcha desde el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación el programa de Ingreso Social con Trabajo “Argentina Trabaja”, mediante el cual se promovió la creación de cooperativas de trabajo y la transferencia de un ingreso monetario mensual a sus integrantes. Se trató de una política dirigida a hombres y mujeres sin ingresos formales que tuvo, entre sus objetivos, la promoción del “desarrollo económico y la inclusión social” (Ministerio de Desarrollo Social, 2009a). Las cooperativas realizarían obras de mediana y baja complejidad, con “fuerte impacto en los barrios”, tales como mejoras en la infraestructura urbana y comunitaria, el saneamiento y mantenimiento de espacios públicos y el mejoramiento de viviendas (Ministerio de Desarrollo Social, 2009b). En el año 2013, el programa de Ingreso Social con Trabajo amplió su cobertura a partir del lanzamiento del “Ellas Hacen”, una línea programática dirigida específicamente a mujeres.1 Ambos programas formaron parte de un conjunto de políticas sociales que, implementadas en nuestro país entre los años 2003 y 2015, se orientaron hacia el fomento del trabajo asociativo (Hopp, 2013) y la promoción de la economía social (Hintze, 2007; Massetti, 2011). Los objetivos y vías de implementación de estos programas han estado sujetos a modificaciones a partir de inicios de 2016, cuando la asunción de la alianza Cambiemos al gobierno nacional produjo reorientaciones sustantivas en las políticas sociales y económicas, que consistieron en la devaluación monetaria, el aumento de las tarifas de los servicios públicos, la transferencia de ingresos a sectores de alta renta y el desfinanciamiento del gasto público (García Delgado y Gradin, 2016; Neffa, 2017). Los programas “Argentina Trabaja” y “Ellas Hacen” continuaron vigentes hasta marzo de 2018, aunque sus objetivos se reorganizaron en torno al fomento de la “empleabilidad”, con lo cual se le restó centralidad a la figura de las cooperativas. Formar parte de estas entidades dejó de ser obligatorio y se lanzaron medidas -como el plan “Empalme”- que, desde mayo de 2017, permitieron ingresar a un empleo en el sector privado sin perder la titularidad. La medida pretendía promover la contratación de personas desocupadas al permitir que las empresas contabilizaran el ingreso monetario transferido por el Estado como parte de la remuneración laboral mensual.2

Mientras estuvo vigente, el “Argentina Trabaja” incorporó a movimientos sociales en su ejecución. Dicha incorporación tuvo lugar luego de un proceso controvertido a partir del cual, en los momentos posteriores al lanzamiento del programa, las organizaciones de desocupados se movilizaron para demandar su participación en una gestión inicialmente centrada en los municipios (Natalucci, 2012; Gradin, 2014; Fiszman, 2016). En 2011, algunas de las organizaciones sociales que venían participando de la gestión del programa articularon reivindicaciones comunes y se nuclearon en la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Dicha confederación definió su construcción política en torno a la demanda por derechos laborales para aquellas personas que “se inventan” el trabajo por fuera de la condición de asalariados.3 Las cooperativas creadas a partir del “Argentina Trabaja” y nucleadas en la CTEP vienen desarrollando una diversidad de proyectos productivos y de infraestructura, como la puesta en marcha de herrerías, bloqueras, carpintería, huertas, mejoramiento y refacción de viviendas, el mantenimiento de instituciones educativas y el desarrollo de espacios de cuidado.

Entre noviembre de 2014 y julio de 2018 realicé observación participante acompañando las prácticas de mujeres titulares de los programas “Argentina Trabaja” y “Ellas Hacen” en la zona noroeste del conurbano bonaerense. El trabajo de campo -que inicialmente tuvo lugar en espacios de formación dirigidos a titulares del “Ellas Hacen”- fue posteriormente desplazándose hacia una variedad de situaciones de la vida cotidiana de las mujeres. En pos de aprehender la complejidad de sus experiencias cotidianas, se tornó necesario ir más allá de los programas estatales -su diseño, implementación, representaciones que los sostienen- para otorgarles centralidad analítica a las vidas de las personas que se relacionan con ellos (Pacífico, 2016). Para las titulares del “Ellas Hacen”, su participación en las cooperativas se imbricaba cotidianamente con actividades y relaciones sociales que solían trascender lo establecido en la planificación de la política y articularse con prácticas de cuidado infantil, con la creación de espacios de encuentro y charlas entre mujeres, con la puesta en marcha de estrategias para generar ingresos y el desarrollo de formas de militancia. Salir junto con las titulares de los espacios de formación configuró un movimiento que me invitó a entrar en las casas y en espacios vecinos a ellas: veredas, comercios, instituciones educativas y de salud, “locales” de las organizaciones sociales.

Este desplazamiento metodológico se nutre de una línea analítica llevada adelante por el equipo de investigación que integro, referida al estudio de prácticas políticas colectivas desarrolladas por sectores subalternos en dirección a la reproducción de las vidas.4 Específicamente, recuperamos una conceptualización de la política colectiva como un hacer juntos/as que se redefine y negocia en el día a día, bajo formas tan creativas y constructivas como controvertidas y disputadas (Fernández Álvarez, 2016a, 2017). Esta mirada supone un descentramiento de los “actores colectivos” como objeto (Quirós, 2011), que problematiza su unicidad (Fernández Álvarez, 2016a) y centra la mirada en el análisis de las relaciones -de complementariedad, contradicción e interdependencia- entre prácticas estatales y modalidades de organización colectiva (Grimberg, Fernández Álvarez y Carvalho Rosa, 2009; Manzano, 2013; Fernández Álvarez, 2017). Siguiendo esta línea analítica, los procesos de formación de cooperativas de trabajo pueden ser analizados como parte de un “doble movimiento” que incluye tanto la acción de organizaciones sociales como la implementación de políticas estatales (Fernández Álvarez, 2016a). En mi caso, seguir esta perspectiva supuso poner en tensión no solamente ideas acerca de qué era una cooperativa y suspender su definición en términos de un “objeto social” o de su “finalidad productiva”, sino también atender al carácter no lineal de lo que se produce a partir de la puesta en marcha de los programas estatales. Acompañar, como propone María Inés Fernández Álvarez (2016a), el transcurrir de las prácticas colectivas desarrolladas en el marco de políticas estatales me puso en contacto directo con las casas de mis interlocutoras, espacios que fueron ganando centralidad en el desarrollo de mi trabajo de campo.

En julio de 2016 me acerqué a titulares del “Argentina Trabaja” que participaban de procesos organizativos impulsados por la CTEP. Durante esta etapa del trabajo de campo realizado, las casas ya no fueron un punto de llegada producto de desplazamientos analíticos y decisiones metodológicas. No fue solo el interés por descentrar la atención de aquellos aspectos más “institucionales” de los programas estatales; las casas se impusieron como espacio privilegiado de mi investigación porque allí transcurría buena parte de las prácticas de trabajo y militancia de mis interlocutoras. Por un lado, la labor que las cooperativas “se inventaban” -retomando la expresión usada en el planteo principal de la CTEP- se orientaba muchas veces a la construcción, mantenimiento y reforma de viviendas propias y/o las de sus vecinos. Por otro lado, las casas eran utilizadas como espacio de reunión, “obrador” donde almacenar herramientas; allí se desarrollaban huertas para consumo propio, funcionaban merenderos y comedores, se guardaban materiales e insumos para los proyectos productivos y se ponían en marcha encuentros de formación política y reuniones de las organizaciones. Muchas veces, las casas eran reformadas en vistas de generar allí espacios donde pudieran tener lugar actividades vinculadas a la militancia de sus dueñas, los patios se convertían en merenderos, centros “sociocomunitarios”, “obradores”, “polos productivos”.

Partiendo de los resultados de mi investigación doctoral en curso, en este artículo propongo un abordaje de las conexiones entre lo que ocurre en las casas -su construcción, reforma, movimientos- y el desarrollo de prácticas de política colectiva en las que se articulan la implementación de un programa estatal y las formas de construcción política puestas en marcha por una organización social. Recuperando los aportes conceptuales citados en torno a la política colectiva, procuro aportar a las reflexiones antropológicas sobre las casas. Existe un conjunto de trabajos recientes en la disciplina que algunos autores han dado en llamar como la “nueva antropología de la casa” (Cortado, 2016; Dumans Guedes, 2017). Se trata de investigaciones que recogen la inspiración de las reflexiones en torno a la cultura material de Daniel Miller (2001) y los estudios del parentesco (Carsten y Hugh Jones, 1995; Marcelin, 1999) y exploran diversos significados que aparecen asociados a la noción de casa, abordándola como un proceso y no como sinónimo de una unidad residencial ni como espacio restringido al desarrollo de la vida familiar (Bustamante y McCallum, 2011; Wiggers, 2013; Motta, 2016). Estos trabajos han propuesto analizar la confluencia entre las casas y procesos tales como la economía cotidiana (Motta, 2016), las campañas electorales (Lagüéns, 2017), la proyección de horizontes de vida (Cavalcanti, 2009) y su inserción en un conjunto de relaciones más amplias (Comerford, 2014; Pietrafesa de Godoi, 2014; Pina-Cabral, 2014; Motta, 2016).

Inspirándome en estos debates que han sido instalados por investigaciones previas, en este artículo propongo explorar la relación entre las casas y las prácticas de política colectiva. Específicamente, plantearé que las formas de organización colectiva desarrolladas por mujeres titulares del “Argentina Trabaja” se articulan con procesos de construcción y reforma de las viviendas y se apoyan en una serie de circulaciones de personas, objetos y ayudas entre las casas. Para sostener estas reflexiones, reconstruiré etnográficamente las prácticas cotidianas y las trayectorias de tres titulares del “Argentina Trabaja”, cuyas vidas se encuentran atravesadas por algunos procesos en común y otras particularidades que vale la pena destacar antes de adentrarnos en el análisis. Las tres son argentinas, tienen entre 39 y 45 años de edad, habitan en barrios populares del Gran Buenos Aires e ingresaron al “Argentina Trabaja” cuando el programa fue lanzado, a partir de vínculos previos con una organización social que posteriormente participó de la fundación de la CTEP: el Movimiento Evita.5 Silvia, de 39 años, habita en el barrio bonaerense de Pilar, es presidenta de la cooperativa “Juntos Podemos” y fue con quien hice contacto en primer lugar. La conocí en junio de 2016, gracias a María Inés, mi directora de tesis, que estaba desarrollando una investigación colaborativa con la rama de Vendedores en Espacios Públicos de la CTEP, espacio en el que Silvia participa porque ejerce desde niña el oficio de vendedora ambulante. Silvia posee una amplia trayectoria como militante y referente barrial y, gracias a los contactos que ella sugirió, fue posible contactar a otras mujeres que habitaban barrios y distritos cercanos. Así conocí a Silvina, de Pilar, presidenta de la cooperativa “Néstor Vive”; y a Cristina, del distrito bonaerense de San Miguel, presidenta de la cooperativa “El Nuevo Renacer de Manuelita”. Como desarrollaré a continuación, la trayectoria de cada una de estas mujeres y las formas de construcción política generadas por sus cooperativas iluminan aspectos específicos de la relación entre las prácticas de política colectiva y las casas. Abordaré a estas últimas, no como contextos pasivos o espacios fijos y estables, sino como procesos inacabados que se transforman junto con el fluir de la vida (Ingold, 2011; Miller, 2013). Así, mostraré que la transformación y los movimientos en torno a las viviendas y el transcurrir de las prácticas de política colectiva constituyen procesos interconectados que se influyen mutuamente.

El análisis se organizará en dos apartados y las reflexiones finales. En el primero reconstruyo etnográficamente las prácticas de construcción, mantenimiento y reforma llevadas adelante por las cooperativas, procurando analizar los vínculos entre las transformaciones de las viviendas y los procesos de organización colectiva y las prácticas de militancia impulsados por las personas que en ellas habitan. En el segundo apartado, me detengo sobre la circulación de objetos, personas y ayuda entre las casas, y destaco la centralidad de estos movimientos para el desarrollo de los procesos organizativos analizados.

Reformar las casas y producir política

La primera vez que acompañé una jornada de trabajo de la cooperativa “Juntos Podemos”, Silvia, su presidenta, me dijo que iban a juntarse en “el obrador” para luego ir a la casa en la cual iban a trabajar ese día. Me imaginé un espacio institucional del programa “Argentina Trabaja” o de la CTEP, que oficiaba como ente ejecutor de la política. Durante el transcurso de la jornada, después de caminar las calles del barrio y conocer algunas de las obras realizadas por la cooperativa, comprendí que el “obrador” se ubicaba en la vivienda que compartían Silvia y su pareja, también integrante de su misma cooperativa. Se trataba de un galpón en el fondo de su casa, donde se guardaban palas, picos, rastrillos y otras herramientas recibidas por medio del “Argentina Trabaja” hacía varios años. La situación se repetía en otras cooperativas.

Silvina, presidenta de “Néstor Vive”, también tenía el “obrador” en su casa. El stock de herramientas con las que contaban para hacer trabajos de mantenimiento en instituciones educativas y viviendas consistía en una desmalezadora, una pinza “corta candado”, serruchos, martillos, palas. Tanto el obrador como su propia vivienda habían sido construidos por los integrantes de la cooperativa.

La casa de Cristina en San Miguel había sido transformada en varias etapas. Las reformas permitían que en la vivienda se desarrollen los proyectos de trabajo de la cooperativa que presidía. Un taller de carpintería ocupaba el fondo, y un local de venta al público, el frente. Cuando acudí a visitarla luego de tres meses sin verla, me sorprendieron nuevas reformas: el patio de la casa había sido techado para dar lugar al funcionamiento del merendero y comedor al que acudían diariamente unos cincuenta niños y niñas.

En sus contribuciones al estudio antropológico de la cultura material, Daniel Miller (2001) ha prestado especial atención a las casas, y señaló que, lejos de ser contextos pasivos, estas y sus habitantes se transforman mutuamente. El autor propone pensar las relaciones que las personas establecen con las casas en términos de acomodación: así como éstas son transformadas según necesidades y metas de quienes las habitan; las personas también nos adaptamos a ellas, estamos bajo su influencia (Miller, 2013). Las observaciones descritas más arriba ilustran con claridad la existencia de una relación fluida y recíproca entre los procesos de construcción y transformación de viviendas y los modos de vida y proyectos vitales de sus habitantes, interacción que ha sido observada en etnografías más recientes sobre sectores populares en Brasil (Cavalcanti, 2009; Weitzman, 2013; Cortado, 2016; Motta, 2016; Dumans Guedes, 2017). Estos trabajos han interrogado acerca de las motivaciones, significados y relaciones que intervienen en los procesos de transformación y construcción de estos espacios. Identificaron que las reformas muchas veces se relacionan con la intención de levantar muros que separen a sus habitantes de peligros ubicados en el exterior (Cavalcanti, 2009) o de las miradas y chismes de los vecinos (Cortado, 2016). También se subrayó que dichas reformas pueden estar motivadas por la voluntad de producir modos alternativos de ganar dinero por medio de emprendimientos comerciales (Motta, 2016) y que la construcción de una vivienda de material aparece asociada a formas particulares de vida relacionadas con el sosiego y la tranquilidad (Dumans Guedes, 2017) o la pertenencia y arraigo a una ciudad (Weitzman, 2013). Al reformar las casas, las personas proyectan horizontes a futuro (Cavalcanti, 2009; Motta, 2016) y transforman, a veces sin planificarlo, sus modos de vida, bajo el estímulo de cambios más generales ocurridos en el barrio (Cavalcanti, 2009; Cortado, 2016; Dumans Guedes, 2017). Atender a las relaciones que las personas establecen con sus viviendas -las mudanzas, las formas de organizar el espacio, los procesos de construcción y las reformas- resulta un interesante camino para aprehender rasgos significativos de las vidas de las personas. Detengámonos entonces en algunos aspectos de las trayectorias de nuestras interlocutoras y de sus casas.

Hace 15 años que Silvia vive en el mismo barrio del distrito bonaerense de Pilar. Se mudó allí tiempo después de juntarse con su actual pareja. En el momento de la mudanza esperaban un hijo, y Silvia ya tenía tres de parejas previas: dos hijas que en ese momento tenían 2 y 4 años y un hijo más grande, con quien no convivía. La mudanza no era solo de casa; cambiaba también de barrio y procuraba comenzar una vida alejada de su exmarido, el padre de sus hijas, que solía ir recurrentemente a su casa a agredirla. Silvia y su actual pareja se conocieron trabajando como vendedores ambulantes en el ferrocarril, oficio que ella realiza desde muy pequeña. Ella se define como una militante peronista y reconstruye los inicios de su participación en organizaciones sociales retrotrayéndose al vínculo con su madre y a las demandas por conseguir mejoras para el barrio en que habitaban cuando era adolescente. Participa del Movimiento Evita desde sus inicios y había formado parte del Movimiento de Trabajadores Desocupados que luego dio origen a “el Evita”. Los procesos organizativos de los que Silvia participa desde temprana edad se han vinculado con la demanda de mejores condiciones de vida en los barrios y en la reivindicación del acceso a derechos laborales para los y las trabajadores que se desempeñan como vendedores en espacios públicos.6 En la cooperativa del “Argentina Trabaja”, ella y su marido replicaron una iniciativa ya impulsada por ellos años atrás desde la Juventud del Movimiento Evita, mediante la cual invitaban a los/as vecinos/as a colaborar de la refacción y mejora de las viviendas de sus vecinos. “A nosotros siempre nos falta mejorar la vivienda. Los que tenemos casa de material, nos falta revocar o nos falta la instalación de agua, de luz. No tenemos piso. Hay otros compañeros que tienen casilla y que les falta todo”, explicó Silvia durante una entrevista al reconstruir dicha campaña a la que habían bautizado “Una mano por tu rancho”7 La casa en la que actualmente habitan ella, su pareja y sus cuatro hijos posee sala, cocina, tres habitaciones, una galería que da al fondo donde tiene lugar una huerta y, por supuesto, el “obrador”, donde se almacenan las herramientas de la cooperativa. Al referirse al pasado y a su llegada al barrio, Silvia pone énfasis en las condiciones precarias de su vivienda el día que se mudó. Se recuerda embarazada durmiendo en el piso de una única habitación junto a su pareja y sus dos hijas pequeñas. “De todo esto que ven ahora, había una sola piecita”, dice con orgullo cuando intenta animar a otras personas que están construyendo sus viviendas o quieren comenzar a hacerlo. En 2017, Silvia inició un nuevo ciclo de reformas en su casa que se encuentra aún en proceso y para el cual contó con la ayuda del trabajo de su cooperativa. Esta nueva transformación hará crecer la casa hacia arriba, ya que Silvia planea construir un segundo piso para que cada uno de los cuatro hijos con los que convive tengan su propia habitación. Estas reformas coincidieron con un momento particular de la vida de Silvia y de su familia, en el cual tanto ella como su hija mayor estaban comenzando a cursar estudios universitarios. Silvia asociaba la reforma de la casa a la posibilidad de tener mejores condiciones para desarrollar sus estudios y a que sus hijos pudieran diseñar con mayor libertad sus proyectos de vida.

Silvina, presidenta de la cooperativa “Néstor Vive”, también suele hacer alusión a las casas que fue habitando cuando reconstruye momentos pasados de su vida. Con 45 años, habita el mismo barrio en el que su familia se instaló a sus cinco años de vida. A sus 19 años y estando ya embarazada, se casó y se mudó junto a su marido a la casa de su suegra, donde tuvo a su primer hijo y se encargó también del cuidado de una sobrina. Luego de vivir tres años allí y cuando estaba esperando a su segundo hijo, su madre, que había aceptado un trabajo cama adentro como cuidadora domiciliaria, le ofreció mudarse a su casa para que estuviera más cómoda. Vivió allí durante 12 años, hasta que su madre decidió reinstalarse en esa vivienda luego de la muerte de la abuela de Silvina, a cuyo cuidado se había dedicado los últimos años. “Yo necesito que rehagan su vida en otra parte”,8 son las palabras con las que Silvina recuerda que su madre le anunció que debía retirarse de esa vivienda. En ese momento, ella y su marido optaron por irse a alquilar y se mudaron a una casa que tenía local a la calle, donde Silvina montó un emprendimiento comercial de venta de artículos de librería. Desde su casamiento, ella se había dedicado casi exclusivamente al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. Antes de casarse, había trabajado durante varios años como niñera en la casa de una vecina. Su trabajo en la librería debió interrumpirse al poco tiempo, debido a la que su madre enfermó y Silvina se dedicó a su cuidado. Su marido acabó perdiendo el trabajo y, sin poder pagar más el alquiler, se mudaron nuevamente a la casa de la suegra de Silvina, donde se acomodaron los ya seis integrantes de la familia en una habitación. Planeaban construir una vivienda propia en ese terreno, pero no fue hasta que Silvina y su marido se separaron y dejaron de convivir por un tiempo que ella comenzó con la construcción de sus “dos piecitas y un baño”. Tener un “espacio propio” constituía una necesidad urgente para superar el mal momento que implicó su separación. Con un dinero ahorrado, compró los materiales y sus compañeros de cooperativa aportaron la mano de obra. A los siete meses de haberse separado, su marido volvió y ella decidió aceptarlo en su casa. Aceleró en ese entonces su mudanza a la nueva vivienda, que estaba aún sin terminar. “No quería dormir más con los chicos ni nada. Hasta ahí dormíamos todos en la misma pieza y eso también desarmó la pareja. No tenés intimidad, no podés hablar, siempre tenés alguien ahí”.

Las trayectorias de Silvia y Silvina ponen en evidencia la imbricación mutua entre las transformaciones en las viviendas -por mudanzas, refacciones y construcción de espacios- y acontecimientos importantes de sus vidas, como los nacimientos y el crecimiento de los hijos, la ruptura de las relaciones de pareja, la enfermedad de familiares, las necesidades de cuidado y situaciones de violencia de género. Las reformas pueden incluso condicionar los horizontes de vida proyectados para las futuras generaciones, como en el caso de Silvia, para quien la construcción de habitaciones individuales para sus hijas resultaba un aspecto central para que ellas pudieran diseñar sus trayectorias de vida con mayor “libertad”. Siguiendo a Mariana Cavalcanti, (2009), construir una vivienda supone una actividad que constituye a sus habitantes como agentes de su propia historia, lo que pone en juego múltiples temporalidades: la memoria del pasado y la imaginación de un futuro. Las trayectorias de mis interlocutoras confirman, por un lado, la presencia de una serie de sentidos -de estabilidad, promesa de un futuro mejor, pertenencia a un barrio-, asociados a la construcción de casas de material (Cavalcanti, 2009; Weitzman, 2013; Dumans Guedes, 2017). Por otro lado, también revelan que sus casas no solo son moldeadas a partir de intenciones, sino que, como planteó Miller (2013) y observó también Dumans Guedes (2017), ellas en sí mismas tienen la capacidad de hacer cosas con las personas. Pueden ser un elemento que somete a relaciones opresivas, como en el caso de Silvia, quien se mudó a una vivienda más pequeña y precaria en pos de alejarse de las agresiones de su exmarido. Las condiciones de la vivienda, el hacinamiento o la convivencia con muchas personas pueden ser identificados como factores que condicionan las relaciones de pareja, como sugiere Silvina al decir que compartir la pieza “desarmó la pareja”. Del relato de Silvina también surge la vinculación entre las condiciones habitacionales y las posibilidades de generar emprendimientos comerciales, tal como fue registrado por Eugenia Motta (2016). En este caso, el proceso parecía darse en un sentido diferente a lo observado por la autora. En vez de realizar una transformación del espacio material en vistas a poder utilizar un espacio de ella como local, fue el hecho de mudarse a una casa que ya tenía dicho espacio lo que impulsó a montar un comercio. Poniéndolo en los términos planteados por Miller (2001), Silvina se acomodó a su casa y creó un negocio en un local ya existente.

En ambos casos, las posibilidades de reformar o construir las viviendas se relacionan con procesos organizativos derivados de la implementación de una política estatal y la participación en un movimiento social. Silvina resaltó que no fue ella quien pidió a sus compañeros que la ayudaran a construir su casa. Fue una compañera de cooperativa, con quien había construido una relación de amistad quien, al verla triste, quiso saber los motivos. Tras conocer su situación, ella habló con sus compañeros y le ofrecieron ayuda en lo que necesitara. Silvina expresó su voluntad de construir una vivienda propia y a los pocos días todos se pusieron manos a la obra. Colaborar en la construcción de la vivienda era sinónimo de ayudar a Silvina. Además, la construcción de su casa ofreció una posibilidad de aprendizaje para los integrantes de la cooperativa. Quienes tenían conocimientos previos de albañilería trasmitieron sus saberes al resto. La cooperativa de Silvina venía dedicándose a trabajos de mantenimiento y construcción en clubes y otras instituciones públicas. Su casa fue la primera que construyeron por completo como cooperativa y, posteriormente, refaccionaron otras viviendas de compañeros y personas que lo necesitaban. Actualmente, alternan el trabajo en las casas con las tareas de mantenimiento que realizan en escuelas y jardines con las que ya tienen un vínculo desde hace varios años. Los trabajos de albañilería y mantenimiento en instituciones educativas y viviendas son representadas por Silvina y sus compañeros como más placenteros, debido a que gozan de un mayor reconocimiento y de resultados más útiles y durables que otras actividades realizadas en el pasado, como el barrido de espacios públicos. La cooperativa de Silvia también realizó tareas similares en el pasado y suelen valorar al trabajo refaccionando viviendas como más productivo, ya que les permite lograr condiciones de vida más dignas para ellos y sus vecinos. Si los procesos de construcción y reforma de las casas poseen una relación de mutua imbricación con el desarrollo de las vidas de las personas; el análisis de esta interrelación debe considerar el lugar que los procesos de organización política ocupan en estas dinámicas de transformación de los espacios materiales. El análisis de Motta (2016) revela que etnografiar las prácticas ocurridas en las casas permite hacer inteligibles relaciones entre personas y de ellas con espacios, objetos y dinero. Siguiendo esta línea, nuestro caso de análisis pone en evidencia también la relación entre lo que ocurre con las casas y las prácticas de política colectiva derivadas tanto de la implementación de políticas estatales como de procesos de organización y militancia vinculados a un movimiento social. Como ya mencionamos, la participación en procesos de organización colectiva es central como condición de posibilidad que habilita la realización de estas reformas. Intervenir sobre las casas y sobre las condiciones de vida tiene un sentido específico en el marco de las reivindicaciones que se construyen desde la CTEP. Supone aportar a la demanda por derechos para para aquellas personas que, excluidas del mercado laboral formal, “se inventan” el trabajo para sobrevivir. Como ha sido señalado en referencia a otros procesos de construcción política dentro de la CTEP, las modalidades de organización y demanda llevadas adelante por esta confederación se caracterizan por disputar bienestares, cuestionando las formas actuales de distribución de la riqueza (Fernández Álvarez, 2016b) y desarrollando formas de lucha que intervienen sobre la producción espacial (Señorans, 2018). En este caso, construir y reformar las casas tiene sentido como parte de una demanda por mejorar las condiciones de vida. Puntualmente, la cooperativa de Silvia organiza sus prácticas cotidianas tomando a las casas como eje de reivindicaciones. Además de las refacciones, llevan adelante huertas en los hogares de sus integrantes y sostienen un merendero que tuvo lugar durante un tiempo en la casa de Silvia y que luego pasó a desarrollarse en la casa de una vecina. A la hora de proyectar horizontes de trabajo a futuro, las casas y sus necesidades son un parámetro que moldea proyecciones. Una mañana, Silvia me comentó que estaban pensando en empezar a fabricar muebles, tras haber identificado, a partir del trabajo refaccionando viviendas, que la falta de mobiliario era una situación común “en las casas de los pobres”. Si bien todavía no llevaron adelante esta iniciativa de forma sistemática, pude observar cómo se acumularon maderas de descarte de pallets y postes y se ensayaron los primeros bancos que abastecieron al merendero.

Transformar las casas implicaba un proceso, no solo de trabajar con los materiales, sino también de hacer circular saberes y conocimientos. La puesta en marcha de las huertas en las casas que llevaba adelante la cooperativa de Silvia tenía de telón de fondo un objetivo más general, que iba más allá de la producción de alimentos: la “incorporación” del hábito y su continuidad más allá del trabajo de la cooperativa. Así lo expresó Silvia cuando me contó que, en la casa de un integrante de la cooperativa donde habían montado una huerta, la siembra de vegetales de la próxima estación había continuado a cargo de miembros de la familia. La realización de trabajos de albañilería de forma colectiva también requería que aquellos que ya tenían experiencia en trabajos similares hicieran circular conocimientos, como ocurrió en el caso de la construcción de la casa de Silvina. En el caso de “Juntos Podemos”, eran frecuentemente Silvia y su pareja quienes solían trasmitir sus saberes a los demás. Los conocimientos que Silvia tenía de albañilería los había ido adquiriendo por etapas. Su marido le había enseñado a pegar ladrillos, había aprendido a revocar cuando colaboró en una construcción de viviendas impulsada por el Movimiento Evita, haciendo trabajos solidarios en escuelas había aprendido a pintar y, nuevamente en su casa, mirando a su marido, había aprendido a pegar cerámicas. Una mañana de julio de 2017, estábamos en la casa de un integrante de la cooperativa por comenzar los trabajos del día y Silvia anunció que iba a tener que retirarse antes. Había varios integrantes nuevos en la cooperativa y estaban ausentes quienes tenían experiencia en las tareas de revoque previstas para ese día. Silvia se detuvo en explicar la forma correcta de revocar, reconstruyendo el nombre de las herramientas y la sus funciones y algunos trucos aprendidos. Dijo que se podía hacer con “regla” para que quede “lisito”, o que podrían ayudarse con una escoba, y así quedaría con unas rayas verticales. Mostró cómo se calculaba la cantidad justa de material. Varios de los presentes fueron experimentando en la tarea, ante la mirada de los otros y las correcciones de Silvia. Revocar no era tarea sencilla, se trataba de un trabajo que requería prolijidad y precisión y que, por otro lado, constituía una acción importante al brindar notables diferencias con respecto a las posibilidades de aislamiento térmico.

La experiencia de Cristina, que habita en San Miguel y es presidenta de la cooperativa “El Nuevo Renacer de Manuelita”, resulta ilustrativa del modo en que la puesta en marcha de prácticas de militancia puede producir transformaciones en las casas. Ella montó un taller de carpintería en su vivienda, que fue reformada en varias etapas. En marzo de 2017 la visité luego de pasar algunos meses sin verla y casi sigo de largo de su casa pues no había logrado reconocerla. Lo que anteriormente había sido un patio de entrada, ahora estaba techado y tenía paredes y ventanas, y constituía un ambiente más, donde funcionaba el “merendero”. La fachada lucía murales: un retrato con la cara de Eva Duarte de Perón, unas letras coloridas anunciaban el nombre del merendero, los logos del Movimiento Evita y la CTEP. La pieza de una de las hijas se había reducido para dar lugar a una pequeña despensa donde se almacenaban alimentos. Estas reformas se sumaban a aquellas con las que, años atrás, se habían construido dos nuevos ambientes -el taller y el local- y una instalación eléctrica nueva para poder albergar el proyecto de la carpintería. Cristina suele describir su vínculo con “el Evita” en términos de “agradecimiento” y “orgullo”, pues -remarca- le hizo posible “construir y lograr muchas cosas para el barrio”. Su vida cotidiana pasó a organizarse en buena medida en torno a una serie de actividades realizadas dentro del movimiento, en el que también participan su marido y sus hijos más grandes, que ingresaron más recientemente a la cooperativa. Ella remarca que, como todo ocurre en su casa, está “siempre pendiente”. Cristina y su familia parecen estar involucrados en asuntos de la cooperativa y el movimiento casi a tiempo completo. Cuando, tiempo después, decidió dejarles esa casa a sus hijos mayores y “como sede del movimiento”, para ocupar junto a su marido y su hijo menor una casa recién construida en el terreno de su suegra en otro barrio del distrito, su participación en el movimiento volvió a hacerse presente en el espacio de la vivienda. En el nuevo barrio también desarrolló un merendero en un patio delantero que posteriormente fue techado y se dispuso a organizar mejoras en los espacios barriales junto con algunos vecinos. Además de constituirse como una “referente barrial” y recibir diariamente a una variedad de personas; ella se fue constituyendo en una referencia dentro del Movimiento Evita de su distrito. Alterna su trabajo en la cooperativa con la realización de tareas administrativas ligadas a la gestión de programas estatales que son implementados a través del movimiento, como el manejo de planillas de asistencia, documentación, y la organización del stock de materiales y herramientas y la participación en movilizaciones. Es, según varios militantes me señalaron, una persona que tiene “incorporada la lucha” y se encuentra “creciendo” en el movimiento. Lo que me interesa destacar, a los fines de este trabajo, es que, de manera recurrente, vincularse a un movimiento social y desarrollar prácticas de militancia implicó para muchas mujeres no solamente participar de actividades fuera de los hogares -movilizaciones, reuniones, asambleas, trabajos-, sino también hacer cosas en sus casas; transformar los espacios materiales. “Incorporar la lucha”, “comprometerse” o “poner el cuerpo” suponía transformar y poner a disposición las viviendas.

Podríamos pensar que personas como Cristina, Silvia o Silvina llevan adelante transformaciones en sus casas procurando hacer en ellas un espacio para desarrollar proyectos del movimiento. Es decir, que la reforma y construcción de las casas tienen como meta el despliegue de estas prácticas de militancia. Sin embargo, si atendemos al modo en que estos cambios se van dando de forma paulatina a lo largo de un periodo de tiempo -que no tiene un comienzo y un final establecidos-, esta explicación teleológica de las reformas puede ser complejizada. Al abordar las prácticas políticas colectivas como un transcurrir, cuyos horizontes y modalidades van definiéndose en el proceso (Fernández Álvarez, 2016a), podemos observar que dichas transformaciones no implican solamente la resolución de objetivos previamente determinados -hacer funcionar un merendero, una carpintería-. Muy a menudo, algunas mujeres comienzan “haciendo merendero” en sus patios y jardines y, una vez que estas actividades ya están desarrollándose con regularidad, al aumentar la afluencia de niños y niñas que buscan su merienda, se identifica la necesidad de un espacio cerrado en el cual sea posible evitar el frío y la lluvia. Una vez que el espacio se cierra, los patios muchas veces pasan a ser incluso nombrados bajo terminologías diferentes, tales como “salón de usos múltiples” o “centro sociocomunitario”. Ya al disponer de salones bajo techo, estos se constituyen escenarios de actividades nuevas, como espacios formativos, talleres recreativos, entre otras. Recuperando a Miller (2013), no son solo las personas las que reforman sus casas para dar curso a metas; la materialidad de los objetos tiene sus propios efectos y tiene la potencia de impulsar a las personas a hacer cosas.

Golpear las manos frente a las puertas de las casas

En este apartado me gustaría reflexionar acerca del modo en que la participación en organizaciones sociales supone un conjunto de relaciones entre casas. En septiembre de 2016, llegué a la casa de Silvia y encontré a los integrantes de la cooperativa reunidos en la sala. En el medio del círculo que formaban las personas presentes había una caja de cartón que contenía decenas de juguetes de plástico. Faltaban tres días para la realización del festival del Día del Niño y Silvia estaba especialmente contenta con “lo que había conseguido”. A los juguetes y mercadería entregados por la CTEP, se le sumaban otros regalos y trabajos que circulaban entre casas del barrio. Una vecina aportaría tela y cosería bolsitas para envolver los regalos, otra había prestado disfraces para quienes animarían y coordinarían la actividad. Yo había llevado cartulinas e hilos de colores atendiendo al pedido de Silvia de que colaborase con la decoración. Nos pasamos la tarde completando invitaciones, confeccionando banderines y envolviendo regalos. Silvia tenía harina, huevos, leche y dulce de membrillo que le habían llegado del suministro semanal del “merendero”. Pensaba cocinar pastelitos y rosquitas. También tenía jamón y pan para sándwiches, pero necesitaba cortadora de fiambres para rebanarlo en fetas. Cuando fuimos a comprar el almuerzo, Silvia quiso pedirle el favor a una vecina que recordaba que tenía cortadora de fiambres. La vecina no estaba y su hijo nos dijo que la cortadora era prestada y ya había sido devuelta. Ante la negativa, Silvia optó por pedírselo a la señora del kiosco donde siempre compraba, que aceptó enseguida cuando supo que era para agasajar a los niños del barrio en su día. Al regresar, paramos a saludar a otra vecina y Silvia reforzó invitaciones para el festejo, comentándole que habría regalos y juegos y que “no había parado un segundo” dedicada a los preparativos. Cuando enumeró lo que le faltaba hacer, la vecina se ofreció a cocinar un kilo de rosquitas junto con sus hijas mayores y quedó en pasar más tarde a buscar los ingredientes. Días después, el festival del Día del Niño tuvo lugar en una cancha del barrio. Hubo comida, música, torneo de chistes, juegos de todo tipo, regalos, almuerzo, merienda y una banda de cumbia como cierre. Silvia dio un breve discurso en el que expresó su alegría y agradecimiento: “Esto comenzó como una iniciativa de una cooperativa del Argentina Trabaja y algunas mamás del barrio, y finalmente fueron muchas las personas que se sumaron con su ayuda”. Estas ayudas que se agradecían de forma pública se tejían a partir de vínculos de larga data entre las casas, gracias a un recorrido que Silvia hacía, tocando puertas y comentando lo que pensaban hacer, pidiendo ayudas.

La política era, para Silvia, “golpear las manos” frente a las puertas de viviendas ajenas. Así les explicó, un año y medio después, a otras mujeres que iniciaban la tarea de poner en marcha un merendero y estaban preocupadas por todos los recursos que no tenían. “Solo tienen que golpear las manos”, les dijo mientras aplaudía. “Golpear las manos frente a las casas de los vecinos y pedir ayuda, contar su proyecto, comentarles qué les falta, cuando te ven haciendo cosas, tarde o temprano, te dan algo”, me dijo a mí reconstruyendo el intercambio. Durante el tiempo que acompañé sus prácticas cotidianas, percibí que esta estrategia solía darle resultado. Seguramente, no se debía solo a que la “veían haciendo” y empatizaban con sus propósitos. Ella también hacía su parte cuando le golpeaban la puerta para pedirle. Aquella mujer que se había ofrecido a hacer rosquitas había venido a verla varias veces comentándole novedades acerca de su hijo que estaba detenido en una comisaría. Silvia, que cursaba el primer año de abogacía y militaba activamente en causas vinculadas a la violencia institucional y los derechos humanos, le aconsejaba a quién ir a ver para garantizar la seguridad de su hijo y le daba información a tener en cuenta sobre los procedimientos y sus derechos. Distintos pedidos solían llegar a su casa en los días que pasé allí. Remedios que faltaban, conflictos entre vecinos, vendedores ambulantes ofreciendo sus mercancías. Ella también hacía su recorrida, pidiendo y ofreciendo ayudas. Daba una vuelta invitando chicos al merendero, se acordaba de alguna anciana que estaba sola y le ofrecía comida, estaba atenta cuando veía un patrullero acercarse a la casa de otra vecina que sufría violencia de género y se acercaba con rapidez si creía que podía necesitar ayuda. Como ha sido identificado, la observación de lo que sucede en las casas, de las presencias, ausencias, movimientos y hábitos de consumo es, a menudo, una práctica central a partir de la cual se construyen relaciones entre las personas que habitan el mismo barrio (Comerford, 2014; Cortado, 2016). En nuestro caso, la circulación de personas, objetos y ayudas entre las casas constituía un proceso de relevancia para las prácticas de militancia y también dependía, en cierto modo, de observar y estar atento a lo que sucedía en las viviendas de los otros. Estas observaciones permitían, por ejemplo, saber en qué casa podía estar la cortadora de fiambre, dónde habitaba una señora que necesitaba mercadería, y tener la información necesaria para suponer a qué se podría deber la presencia de un patrullero frente a alguna casa. Este conocimiento y el recorrido por las distintas casas se revelaban como centrales para la construcción de formas de política colectiva, y muestran que su militancia se sostenía gracias a estas redes de relaciones.

En Argentina, el desarrollo de los intensos procesos de movilización que tuvieron lugar a partir de mediados de la década de 1990 estimularon la generación de un vasto campo de estudios sobre movimientos sociales. En particular, la antropología social ha contribuido a estas discusiones desplazando la mirada sobre el actor colectivo y poniendo en el centro aquellos entramados relacionales y trayectorias de vida en las que se inscribieron las prácticas de movilización y demanda desarrolladas por sectores populares (Grimberg et al., 2009; Fernández Álvarez y Manzano, 2007; Manzano 2013; Fernández Álvarez, 2017). La reconstrucción de las prácticas cotidianas de quienes protagonizaron estas formas de organización y movilización en torno al desempleo abrió camino al desarrollo de investigaciones que pusieron en el centro una variedad de asuntos y respondieron a diferentes interrogantes. Se abordaron temáticas como la relación entre política y modo de vida (Ferraudi Curto, 2011), el análisis de formas de involucramiento político (Quirós, 2011), los grados de autonomía y márgenes de decisión que diferentes organizaciones tuvieron con respecto al Estado (Colabella, 2011) y la articulación entre tradiciones asociativas y políticas estatales que se configuraron en torno a la constitución de los “planes” como objeto de demanda (Manzano, 2013). En este campo, un aporte significativo de los estudios etnográficos ha sido el de establecer un diálogo crítico con la definición de estas modalidades de organización en términos de “clientelismo” (Colabella, 2011; Ferraudi Curto, 2011; Vommaro y Quirós, 2011; Quirós, 2011; Manzano, 2013). Tomando distancia de aquellas miradas que definían estos procesos organizativos como intercambios de “favores por votos”, se ha identificado que en los vínculos entre referentes y vecinos circulaban formas de hacer en las que aquellas categorías propuestas por programas estatales -como la de contraprestación- se imbricaban con otras derivadas de las modalidades de organización de los sectores populares: trabajo social, trabajo político, acompañamiento (Vommaro y Quirós, 2011). Se ha puesto de relieve que los “planes” fueron significados como premios al empeño, sacrificio y capacidad de organizarse (Manzano, 2013) y distribuidos según criterios de “merecimiento” y “necesidad” (Quirós, 2011).

La recuperación de los aportes conceptuales de la teoría del don (Mauss, 1979) y de la noción de “dependencias recíprocas” propuesta por Norbert Elías (1990) fue central en la problematización de visiones instrumentales de la política popular. En este punto, trabajos realizados en Brasil referidos a procesos de organización colectiva en torno a la demanda por tierras abrieron una línea de discusiones que fue recuperada por las investigaciones etnográficas sobre movimientos de desocupados en Argentina. Los aportes de Lygia Sigaud (2000) han resultado fundantes en este sentido, en tanto permitieron evidenciar las relaciones de cooperación y dependencia entre Estado y movimientos que modelaron las condiciones de posibilidad para que se llevaran adelante expropiaciones de tierra en el marco de la política de reforma agraria. Así, la noción de dependencias recíprocas ha iluminado análisis acerca de las relaciones entre movimientos sin tierra y Estado, que identificaron la existencia de un lenguaje social por medio del cual se demandaba la expropiación de los lotes y se establecían vínculos de cooperación con agencias estatales (Sigaud, 2005; Ernandez Macedo, 2007; Rosa, 2009). Se ha señalado que, en la producción compromisos y obligaciones mutuas que se ponían en juego al distribuir lotes de tierra, solían movilizarse valorizaciones morales acerca del comportamiento (Rangel Loera, 2014). Siguiendo estas contribuciones, los estudios etnográficos sobre movimientos de desocupados en Argentina han identificado que acciones como “movilizar” junto con un movimiento o “acompañar” a un referente político cobraban sentido a partir de un sistema de obligaciones e interdependencias que producían el compromiso (Quirós, 2011; Vommaro y Quirós, 2011). En cuanto a las relaciones de interdependencia entre movimientos y Estado, un estudio comparativo ha revelado que las organizaciones piqueteras poseían un mayor margen de decisión con respecto a los referentes peronistas (Colabella, 2011).

Las reconstrucciones etnográficas que desarrollé en este apartado muestran la productividad de estos aportes conceptuales, en tanto en nuestro caso de análisis, también existían obligaciones recíprocas que hacían posible la producción y distribución de recursos. Durante mi trabajo de campo, pude observar que acompañar movilizaciones o participar de actividades convocadas por el movimiento eran acciones que cobraban sentido en relación con compromisos que se producían entre distintos actores que participaban de estos procesos organizativos -militantes, dirigentes, vecinos, integrantes de las cooperativas-. En estas páginas puse el foco en el modo en que la producción de estos vínculos se sostenía a partir de circulaciones y movimientos entre las casas. En las etnografías sobre movimientos de desocupados en Argentina se encuentran evidencias en esta misma dirección, en tanto estas investigaciones han reconstruido situaciones en las que referentes políticos visitaban las viviendas de sus vecinos en dirección a definir criterios para la distribución de recursos (Colabella, 2011; Manzano, 2013) e invitar a personas a actos y movilizaciones (Quirós, 2011). Estos hallazgos dejaron abierta una línea de análisis a explorar en torno a las conexiones entre las prácticas políticas y aquello que sucede en las casas.

En este artículo seguimos una propuesta analítica orientada hacia considerar el modo en que las personas y sus casas se influyen mutuamente (Miller, 2013). Eso no supone otorgarles vida a los objetos, sino traerlos a la vida para reconstruir los flujos generativos del mundo de los materiales y los efectos que la materialidad de las cosas trae aparejada para las vidas humanas, muchas veces de forma independiente de la voluntad y de las proyecciones de los individuos (Ingold, 2011). Desde esta óptica, la importancia de las casas para la circulación de recursos y la producción de vínculos no radica únicamente en que sean el escenario de estos intercambios. Las características materiales de las casas, su ubicación y los objetos presentes en ella ejercen influencia sobre la construcción de vínculos entre personas, en tanto agencian la producción de prácticas políticas.

Para que Silvia y el resto de la cooperativa llevaran adelante con éxito eventos importantes como el festejo de un Día del Niño o la convocatoria a una movilización, era necesario construir condiciones de posibilidad que se forjaban muchas veces a partir de intercambios más minúsculos que tenían como escenario las inmediaciones del barrio, las puertas de las viviendas y su interior. El abordaje etnográfico de las casas ha evidenciado en que estas no deben ser tomadas como unidades aisladas. Conceptos como el de “configuración de casas” (Marcelin, 1999) o vecinalidad (Webster, 1976; Pina-Cabral, 1991) son centrales en este sentido. Lejos de ser unidades residenciales separadas unas de las otras, entre las casas se crean lazos de cooperación e intercambio (Marcelin, 1999) que las constituyen y les otorgan una existencia particular (Pina-Cabral y Pietrafesa de Godoi, 2014). Eugenia Motta (2016) sostuvo que la circulación de dinero y objetos entre los hogares, a menudo puestos en movimiento por mujeres, mantiene los vínculos entre ellas y permiten desafiar modelos interpretativos basados en la fijeza entre esferas como economía y parentesco. En el caso analizado, la trayectoria de más de una década que Silvia tiene en el barrio y su participación como referente en un movimiento social la constituyen como una persona a la cual muchos acuden a pedirle cosas. Este intercambio de objetos y ayudas hace posible parte de su militancia. Así, pedir prestada una cortadora de fiambre, separar mercadería para un vecino o vecina, recibir a alguien que no sabía cómo proceder ante un problema, constituían acciones a partir de las cuales se construían redes de intercambio, lo que a la vez modificaba a las viviendas como espacios que no eran únicamente escenario de la vida familiar. Dinamizar estos vínculos con las personas que habitan en casas cercanas, conocer aspectos de las vidas de quienes viven allí, saber qué objetos faltan o están presentes en ellas y quiénes mostrarán predisposición para ayudar en alguna acción puntual forman parte de las prácticas de militancia de Silvia y del conjunto de procesos que la constituyen como “referente” política en el barrio que habita.

A modo de cierre

En este artículo propusimos un abordaje de las prácticas políticas colectivas desarrolladas por mujeres titulares del programa “Argentina Trabaja” considerando la relación entre las formas de organización puestas en marcha por las cooperativas y aquello que sucede en las casas -su construcción, reforma y movimientos-. Como planteamos en la introducción, entrar en las casas constituyó una estrategia metodológica de relevancia derivada de un desplazamiento analítico que supuso correr el foco, de la atención de los programas estatales, a las vidas de las personas. Aquí hemos procurado mostrar que las casas no constituyen meros “lugares” o “contextos” en los que se desarrollan prácticas de política colectiva. El análisis dialoga con una serie de investigaciones recientes que algunos autores han dado en llamar como la “nueva antropología de la casa”. Se trata de trabajos que analizaron las relaciones de influencia mutua que se establecen entre la transformación de las viviendas y otros procesos de la vida cotidiana tales como la modificación de estilos de vida (Dumans Guedes, 2017), el desarrollo de prácticas económicas (Motta, 2016), la construcción de proyecciones a futuro (Cavalcanti, 2009) y el desarrollo de actividades de campaña electoral (Lagüéns, 2017). Mi trabajo mostró que la mejora, ampliación o construcción misma de las casas puede corresponderse también con la puesta en marcha de procesos de organización colectiva desarrollados en el marco de un programa estatal. La evidencia relevada permite identificar que aquello que las personas producen colectivamente a partir de un programa estatal y del desarrollo de prácticas de militancia se materializa en transformaciones en las casas y en la circulación de objetos entre sus habitantes. Acciones como levantar una pared, techar un patio, construir una vivienda en la planta alta o golpear las casas vecinas pidiendo y ofreciendo ayudas no constituyen meros efectos subsidiarios o consecuencias indirectas de las formas de política colectiva. Se trata de acciones que forman parte del hacer juntos/as. Si, mirando desde el hacer cotidiano, lo colectivo sobrepasa aquellas caracterizaciones que lo definen según atributos definidos a priori, y se revela más bien como “un horizonte, un proyecto, a menudo conflictivo, que se define, negocia y tensiona en el día a día” (Fernández Álvarez, 2016a, p. 12), aquí mostré el modo en que en estos procesos, las prácticas de las personas, se ponen en relación con las posibilidades que habilita la materialidad de las casas.

Vale la pena destacar que la reforma y construcción de las casas constituyó uno de los mecanismos a partir de los cuales las mujeres contornearon algunos de los contenidos de los programas estatales. Por un lado, implicó producir un sentido de utilidad y relevancia para las actividades de trabajo que en principio eran demandadas por el Estado como contraparte a la condición de titularidad en estos programas. Desde allí se gestaron proyectos que trascendieron los objetivos propuestos por el Estado. Las formas de trabajo generadas en las casas solían ser valorizadas positivamente en comparación con actividades previas realizadas en el marco del programa, tales como la limpieza y mantenimiento de espacios públicos (Pacífico, 2018). Así, la apuesta por realizar trabajos útiles y productivos supuso, en muchos casos, reformar las casas.

Por último, estos análisis permiten asimismo contribuir a una reflexión más amplia en torno a los modos en que se define qué es la política y cuál es el sentido que la participación en modalidades de organización colectiva posee en las vidas de las personas. Especialmente, el abordaje de las conexiones entre lo que sucede en las casas y las prácticas de política colectiva torna posible tensionar aquella retórica ampliamente difundida según la cual la participación de mujeres en procesos políticos implica acciones de “salida” al espacio público. En las reconstrucciones que mis interlocutoras hacían de sus vidas y de las trayectorias de la cooperativa, sobresalían como logros y avances significativos, no sólo la “salida” hacia fuera del hogar, sino también la transformación de estos espacios y la posibilidad de generar formas de trabajo en ellas. Esto no supone afirmar que la política estaba localizada en las casas, como si estas fueran un espacio fijo y estable. Más bien, las formas de política colectiva parecían construirse bajo procesos similares a aquellos que intervenían en la construcción de las viviendas: siguiendo rumbos que no obedecían estrictamente a planes y diseños previos, incorporando metas parciales según las condiciones cambiantes que delineaban los programas estatales y generando estrategias para lidiar con lo inesperado. Si consideramos, siguiendo a Tim Ingold (2011), que la agencia o fuerza de las casas deriva justamente de que las personas están unidas a ellas, por medio del compromiso práctico o correspondencia que establecen con el mundo, restituir la vida de las casas, nos permite afirmar que, para nuestras interlocutoras, tornarse titular de un programa estatal o involucrarse en los procesos de organización que impulsan los movimientos sociales encierra un proceso, no tanto de cruzar las fronteras entre lo público y lo privado, sino más bien de construir colectivamente mejores condiciones para reproducir la vida, lo que transforma tanto a sí mismas como a sus viviendas.

Abordar la política colectiva considerando aquello que sucede en las casas permite contribuir a problematizar la definición de estos espacios únicamente como escenarios de la vida familiar, ajenos a modalidades de organización política y la acción de programas estatales. Siguiendo las advertencias de Antonádia Borges (2011), acompañar etnográficamente a las mujeres y sus relaciones con sus casas puede ser un camino fructífero para continuar complejizando formas duales y jerárquicas de comprender al mundo social, que restrinjan la definición del carácter político, o no, de las experiencias de las personas Así, estos resultados pueden aportar a aquellas reflexiones que la antropología social, con su mirada atenta a las prácticas y relaciones cotidianas, ha venido colocando en referencia al estudio de los movimientos sociales. En particular, en este artículo subrayé los modos en que la política colectiva interpela y modela espacios que a priori podrían definirse como “domésticos”, involucrando la transformación de las casas y la circulación de objetos, ayudas y personas entre ellas.

Agradecimientos:

Agradezco especialmente las contribuciones generosamente aportadas a la realización de este trabajo y de todo el proceso de mi investigación doctoral de la Dra. María Inés Fernández Álvarez. Me gustaría agradecer también los valiosos comentarios de la Dra. Nashieli Rangel Loera y de todo el grupo de las “Lecturas Dirigidas” de la UNICAMP y las sugerencias bibliográficas y aportes de la Dra. Eugenia Motta. Por último, destaco el aporte de los/as evaluadores anónimos de este artículo, cuyas sugerencias y comentarios enriquecieron este escrito.

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1El Programa “Ellas Hacen” estuvo dirigido a mujeres sin empleos formales, con tres o más hijos menores de 18 años o discapacitados a cargo, o mujeres que sufrieran violencia de género. Entre sus objetivos, se destacó el “fortalecimiento de las capacidades humanas y sociales de las mujeres” mediante “la formación en perspectiva de género” y la “construcción de ciudadanía urbana y capacitación en oficios” (Ministerio de Desarrollo Social, 2013).

2La medida fue oficializada mediante el decreto 304/17, del 3 de mayo de 2017 y se dirigió a titulares de distintos programas que dependían de los entonces ministerios de Trabajo y Desarrollo Social de la Nación (Poder Ejecutivo Nacional, 2017).

3Entre las organizaciones que fundaron la CTEP se encontraban el Movimiento de Trabajadores Excluidos y el Movimiento Evita. Siguiendo la lógica de una estructura sindical, la CTEP se organiza según ramas de actividades laborales: textil, cartoneros, vendedores ambulantes, entre otros.

4Se trata de los proyectos UBACyT “Prácticas políticas colectivas, modos de agremiación y experiencia cotidiana: etnografía de prácticas de organización de trabajadores de sectores populares”. Programación 2018-2021; y PICT 0659-2015 “Prácticas políticas colectivas, modos de gobierno y vida cotidiana: etnografía de la producción de bienes, servicios y cuidados en sectores subalternos”. Ambos dirigidos por la Dra. María Inés Fernández Álvarez y radicados en el Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.

5El Movimiento Evita es una organización política y social de alcance nacional que se formó en 2005 a partir de la división de una corriente incluida en el Movimiento de Trabajadores Desocupados. El trabajo territorial del Movimiento Evita se organiza según distritos y en relación con áreas que toman la forma de frentes y secretarías, tales como el frente de mujeres, la campaña nacional contra la violencia institucional, la juventud, entre otras.

6Para un análisis de los procesos de organización que Silvia impulsa y sostiene en torno a las demandas por derechos y reconocimiento como trabajadores de los vendedores ambulantes del ferrocarril, ver Fernández Álvarez (2016b, 2018).

7Entrevista realizada el 12 de octubre de 2017 junto a María Inés Fernández Álvarez

8Entrevista realizada por la autora el 31 de octubre de 2018

FinanciamientoEste trabajo presenta avances de una investigación doctoral con financiamiento del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) (Becas internas doctorales. Convocatoria 2014). Asimismo, se enmarca en los proyectos de investigación UBACyT (2018- 2021) “Prácticas políticas colectivas, modos de agremiación y experiencia cotidiana: etnografía de prácticas de organización de trabajadores de sectores populares”; y PICT 0659-2015 “Prácticas políticas colectivas, modos de gobierno y vida cotidiana: etnografía de la producción de bienes, servicios y cuidados en sectores subalternos”, ambos dirigidos por la Dra. María Inés Fernández Álvarez y radicados en el Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. El trabajo queda sujeto al cumplimiento de la Ley N° 26.899.

Recibido: 08 de Marzo de 2019; Aprobado: 09 de Septiembre de 2019

Biografía

Licenciada y Profesora en Ciencias Antropológicas, Orientación Sociocultural (UBA). Becaria Doctoral CONICET. Doctoranda en Antropología (UBA).

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