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Apuntes de investigación del CECYP

On-line version ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP  no.22 Buenos Aires Dec. 2012

 

Oficios y practicas

La casa, el comedor y la copa de leche. Los espacios de la comensalía en los sectores populares*

 

Laura Colabella**

* Agradezco la lectura crítica y comentarios de José Casco y de un(a) evaluador(a) anónimo(a) a una versión preliminar de este artículo. A Patricia Vargas agradezco el facilitarme bibliografía, muchas veces, inaccesible y esquiva.
** FLACSO - UNAJ.


Resumen:

Los espacios de la comensalía pública como los comedores comunitarios y las copas de leche suelen ser abordados como parte de "estrategias" de los pobres urbanos para alcanzar su reproducción, o como parte de la "asistencia" que el Estado brinda a la población con necesidades básicas insatisfechas; y también en términos de clientelismo político donde los recursos que allí circulan son cedidos a cambio de votos. Estudios etnográficos sobre piqueteros, los abordan, también, para justificar los modos en que las personas se acercan a participar de los movimientos. Propongo aquí, un análisis de esos espacios en otra dirección, que señale los aspectos más estrictamente vinculados al significado de la comensalía en un espacio público. El foco lo constituyen un comedor comunitario organizado por un líder peronista; y una copa de leche organizada en la casa de una referente piquetera. La comparación permite reconocer cómo funcionaba la dinámica de los circuitos, más precisamente cómo operaba la relación entre la dimensión moral - puesta en juego a través de prácticas como el chisme y los tabúes sobre los alimentos- y las relaciones de poder y dominación que no se ceñían la barrio sino que involucraban al Estado en tanto gobierno, a su relación con los movimientos y el partido gobernante; y a su capacidad para movilizar buena parte de sus estructuras con la intención de neutralizar el conflicto social.

Palabras claves: comensalía, política, gobierno, tabú.

Summary:

Public spaces for commensality such as community lunchrooms and after-school snack centers are usually viewed as part of the urban poor's "strategy" for reproducing themselves, or as public "assistance" offered by the state to those who are unable to satisfy their basic needs; and also as political patron-client relationships in which those resources in circulation are exchanged for votes. Ethnographic studies on piqueteros (picketers) also take up these groups in order to justify how people end up getting involved in these movements. Here I propose a different kind of analysis of these spaces, aiming at those aspects more strictly tied to the meanings of commensality. The analysis is focused on a community lunchroom organized by a Peronist leader and a snack-center organized in one of the picketer woman's homes. This comparison will permit learning more about the dynamics of these circuits, but more precisely about the relationship between a moral dimension - revealed through practices such as gossiping and food taboos- and power relations that aren't limited to the neighborhood, but intermeshed with the state as government, its relationship with the governing party and social activism within this party; and its capacity to mobilize the greater part of its structure in order to neutralize a social conflict.

Keywords: commensality, politics, government, taboo.


 

Introducción

Las ollas populares, los comedores comunitarios y las copas de leche son espacios a los que los sectores populares llegan a través de diversas redes para, entre otras razones, satisfacer una necesidad biológica: la alimentación. Dichos escenarios han sido objeto de interés y retratados, de diversas maneras, por parte de una literatura heterogénea como la que componen los estudios sobre políticas públicas, el clientelismo y los movimientos piqueteros. El primer grupo de estudios, analiza estos escenarios como parte de "estrategias" de los pobres urbanos para alcanzar su reproducción (Hintze 1989 a y b); o también como parte de "estrategias de consumo" (Aguirre, 25); otros los interpretan formando parte de la "asistencia" que el Estado brinda a la población con necesidades básicas insatisfechas (Golbert, 1992). El segundo grupo, los enmarca dentro de redes de circulación de recursos donde la participación en esos espacios y los recursos que allí circulan son cedidos a cambio de votos y/o apoyo político (Au-yero, 1997, 21, 22 y 27°). Y también, los comedores y demás espacios destinados a la alimentación, aparecen en estudios etnográficos sobre "piqueteros" que los abordan para justificar los modos en que las personas se acercan a participar de los movimientos y demuestran, de manera elocuente, que las razones son diversas y que no se agotan en la mera necesidad (Quirós, 26 y 211).

Sin embargo, aún queda por dilucidar una pregunta. Si la alimentación es una actividad que se enmarca como parte de las obligaciones domésticas vinculada a la más extrema intimidad, que ha sido objeto de estudio de los antropólogos y sociólogos (entre otros: Levi-Strauss ,1964; Douglas, 1984, Appadurai, 1988, Lupton, 1994 y Archetti, 1999) e incluso también por geógrafos (Bell y Valentine, 1997 y Valentine y Longstaff, 1998). Estudios a partir de los cuales se ha enfatizado la importancia de los alimentos como constitutivos de formas sociales, de identidades, del rol de la comida en la reproducción de las relaciones domésticas y de los alimentos como ejemplo de objetivación de las relaciones entre diferentes grupos sociales y sociedades. Vale preguntarse, entonces: ¿cuál es el sentido que los vecinos de barrios populares atribuyen a la comensalía en escenarios públicos como los comedores comunitarios y las copas de leche? ¿Cómo viven éstos el hecho de que el almuerzo y/o la merienda tengan lugar en un espacio público destinado a niños menores cuyos padres no pueden asumir el sustento de sus hijos? ¿Cuáles son las coerciones que se abaten sobre las personas que los administran, quienes deben, muy posiblemente, sortear una serie de requisitos burocráticos como el registro de documentos de identidad, domicilios, que muchas veces los vecinos están imposibilitados de cumplir? Y más aún: ¿cómo resuelven el problema de la escasez de alimentos cuando las entregas de mercaderías son demoradas por los organismos oficiales? O, a la inversa, en caso de que los alimentos resultaran excesivos: ¿qué ocurre con la comida excedente?

A continuación voy a tratar de responder estas preguntas. Para ello, presentaré, en primer término, un comedor comunitario, organizado por Rubén, un militante peronista, y candidato a concejal por el Frente para la Victoria en las elecciones legislativas de octubre de 25, la misma lista que llevaba como candidato a Diputado Nacional a Alberto Ballestrini, su jefe político e intendente del municipio; y que administraba Nina, mujer de Rubén. Y, en segundo lugar, presentaré una copa de leche que funcionaba en la casa de Lorena, una referente de la Federación de Tierra y Vivienda (FTV, en delante), la mayor organización piquetera del país; quien pasó a ocupar un cargo público cuando el presidente de la organización asumió como titular de una subsecretaría en el gobierno de Néstor Kirchner en agosto de 26.

El objetivo de este artículo es explorar los usos y significados de los alimentos y su importancia en la creación y reproducción de relaciones sociales en el contexto de La Matanza. Al focalizar sobre el rol de los alimentos en dos barrios donde la población dependía, en gran medida, de la asistencia del gobierno para su reproducción, la que se materializaba bajo la forma de subsidios a desocupados - los planes- y de alimentos secos que el municipio o la organización entregaba a los vecinos todos los meses; este texto ilumina acerca del papel que jugaban los alimentos en la creación y sostenimiento de relaciones de poder y dominación que se establecían entre los dadores de distinta pertenencia y entre los dadores y sus contemplados. Me refiero a los alimentos tanto bajo la forma de comida ya preparada para ser consumida, como así también bajo la forma de alimentos secos que podían tener usos múltiples para los vecinos de La Matanza. La comparación permitirá conocer no sólo los significados asociados a ambos tipos de alimentos sino también los grados de autonomía diversos que el Estado concedía a partidos políticos y a movimientos sociales en la constitución de redes de redistribución de recursos públicos.

Las evidencias que aquí presento fueron recogidas por mí mediante una pesquisa etnográfica que desarrollé en el Municipio de La Matanza entre 25 y 27 en dos barrios: Santa Rita y El Ingenio de manera consecutiva.

En el barrio Santa Rita permanecí ocho meses entre febrero y octubre de 25. En ese período participé de las actividades del club del barrio donde concurrían las personas que eran beneficiarias de los planes, allí conversé con vecinos, participé de operativos de pago de planes, de la organización del comedor y de las actividades electorales el día de los comicios. Rubén y Nina fueron dos excelente anfitriones para mí quienes me presentaron a los vecinos, me mostraron las diversas dependencias del municipio que se vinculaban con la redistribución de recursos como el galpón donde se embolsaba la mercadería, las dependencias donde se pagaban los planes; y más aún me abrieron las puertas de su casa donde conocí a sus diez hijos y tres nietos.

En el segundo barrio permanecí entre enero de 26 y febrero de 27. Allí participé de las actividades de la Sala de Primeros Auxilios e interactué con los referentes de la organización. Concurrí a actos y movilizaciones y participé de la copa de leche que funcionaba en la casa de Lorena, donde conocí a su marido, sus 3 hijos y 3 sobrinos que vivían con ella.

El comedor de Rubén

Por aquel entonces de comienzos de 25, el barrio Santa Rita se componía de unas 5 familias muchas de ellas migrantes del interior del país o de países limítrofes. La mayoría de los jefes o jefas de familia estaban desocupados(as) o hacía changas en la industria de la construcción, en el caso de los hombres, o se empleaba en el servicio doméstico, en el caso de las mujeres. Muchos de ellos, alrededor de unas 8 personas estaban anotados en los planes mediante la intermediación de Rubén y recibían la mercadería del municipio. Un dato que me llamó la atención desde mis comienzos en el barrio fue que, durante los mediodías, no se percibía que en las casas se estuviera cocinando. No había olor de ninguna preparación y era frecuente que en esos momentos las madres despidieran a sus hijos que comían en el comedor de la escuela. Lo poco que se preparaba era para las personas mayores y para los adolescentes. Es más, muchas casas no contaban con heladera y sus miembros dependían de algún familiar o vecino para conservar alimentos frescos. En particular, el problema era con la leche puesto que muchas madres con hijos menores a los 6 años recibían el Plan Vida que consistía en la entrega diaria de un litro de leche por hijo. Pero también dicha ausencia podía ser una señal que esas familias no hacían acopio de alimentos y, por esa razón, la heladera podía no ser un bien necesario. En ese contexto, el acceso limitado al dinero y a los bienes materiales convertía a los alimentos en objetos de inmenso valor.

Cuando el camión de la mercadería llegaba alrededor de los días 2 de cada mes, la vida del barrio se alteraba por completo. Las mujeres buscaban sus cartones - un documento que les extendía el municipio y que las habilitaba para retirar su bolsa- y se aprestaban a ir a la capilla. Allí una asistente social las buscaba en una lista y les firmaba el cartón para habilitarlas a retirar su bolsa, en el camión, que se apostaba en la calle que delimitaba el barrio a la altura de un corredor que desembocaba en la capilla. Algo muy similar ocurrió cuando se abrió el comedor en agosto del 25 poco más de un mes antes que tuvieran lugar las elecciones legislativas de aquel año; y que funcionó en las instalaciones del Club del barrio donde los beneficiarios de los planes sociales firmaban la asistencia a las actividades comunitarias. Como la gran mayoría de los comedores de La Matanza, el de Santa Rita estaba destinado a niños y ancianos. Sin embargo, no era ese el primer comedor que se abría en el barrio. Unos dos años antes el municipio había clausurado un comedor que funcionaba al lado del Club con el argumento de que allí se robaban y vendían la comida. Este antecedente, como veremos, atemorizaba a Nina por demás, lo que la llevó a impedir que las mujeres que participaban del comedor se llevaran lo que sobraba al final de la jornada. Lo que, a su vez, se tornó en fuente de grandes discusiones que desembocaron en el abandono del comedor por parte de dos de ellas.

Las convocadas a participar fueron unas 4 mujeres todas ellas beneficiaras del plan Jefes y Jefas de Hogar a las que Rubén había inscripto tres años atrás. La distribución de tareas se había organizado durante la primera reunión de modo tal que eran 8 las mujeres que concurrían por día.

La cocinera era Julia, quien llegaba al comedor todos los días a las 9:3 horas, junto con otras tres mujeres que la ayudaban en las tareas de preparación de los alimentos como cortar las verduras y la carne antes de ser preparadas. Las encargadas de preparar el salón y atender a los niños componían un grupo de 37 mujeres que concurrían a partir de las 11 horas y lo hacían una vez por semana. De este grupo, dos de ellas, eran las encargadas de lavar las ollas y de baldear el salón del club al finalizar el día. Como Nina estaba involucrada en otras tareas de la Subsecretaría de Acción Social delegó, inicialmente, en Sandra, su comadre, la administración del comedor.

La provisión de los alimentos correspondía a la Secretaria de Acción Social del Municipio la que asumió los gastos de instalación de una cocina y un freezer de uso comercial y de los alimentos, que consistían en la entrega semanal de: 1 kilos de carne, 6 kilos de pollo, 1 kilos de productos secos entre los que se contaba: arroz, fideos, lentejas y harina de maíz. Y también 15 kilos de verduras y legumbres, latas de tomate y condimentos como aceite, sal y ají molido más la entrega diaria de 4 kilos de pan. La subsecretaría también imponía un menú día por día y advertía acerca de la modalidad de inscripción mediante la solicitud de un cupo en el comedor más próximo al domicilio del postulante, el que sería concedido luego de un informe socio-económico por parte de un agente del municipio, previa presentación de los documentos de los niños y del adulto responsable.

Sin embargo, en la práctica el menú no se respetaba al pie de la letra, como el mismo Rubén lo manifestó el día de la apertura del comedor cuando junto con Sandra revisaban el número de niños que concurrían: si a los chicos le damos lo que dice el menú se mueren de hambre. Del mismo modo, en lo que respecta a la modalidad de inscripción, más que "solicitar un cupo" por parte de los vecinos, las inscripciones se concretaban mediante las visitas de Nina o Sandra a algunas de las viviendas del barrio. A pesar de la algarabía y expectativa que causó inicial-mente la apertura del comedor, no todas las madres a las que se les ofrecía inscribir a sus hijos aceptaban hacerlo. Era muy frecuente que los hijos adolescentes se negaran a concurrir por sentir vergüenza al ser vistos, por otros jóvenes, almorzando en un espacio público.

No obstante lo cual, desde la primera semana se hicieron presentes niños que no habían sido convocados mediante la invitación personal de Nina sino que lo hicieron por iniciativa propia - o la de sus padres- luego de que la noticia de la apertura corriera como reguero de pólvora en los barrios aledaños a Santa Rita. Éstos fueron los que pasaron a componer el listado de "chicos nuevos". El listado cumplía una función doble. Por un lado, era el requisito que la subsecretaría imponía como condición para renovar el cupo. Y por otro lado, permitía conocer hacia quiénes se extendía la red de redistribución de recursos. El cupo inicial fue para 92 niños y luego aumentó a 142 y finalmente a 192 chicos. Cifras que a los ojos a Nina eran irrisorias. Como me comentó el día de las inscripciones: con los chicos que viven en dos tiras (los pasillos que componen la cuadrícula del barrio) ya llené el comedor. Si tenemos en cuenta que el barrio se componía de más de 4 tiras, percibimos que el volumen de recursos concedidos cubría una muy pequeña parte de la población infantil de Santa Rita.

El menú que se servía era variado y consistía en un plato de carne de ternera o de pollo combinado con ensalada de verduras o hidratos de carbono más una fruta o queso y dulce como postre. Los platos que se servían eran salpicón de pollo combinado con papas, zanahorias y huevos, milanesas con puré de papas, pastel de papas con ensalada, fideos con tuco y pollo. Como así también guisos de distintos tipo, ya sea de lentejas o de porotos combinados con carne. Algunas veces, si llegaban a tiempo con los horarios de cocción, servían sopa de verduras y como postre se les entregaba una fruta o un pedazo de dulce batata o membrillo cuando se retiraban. Aunque también, con menor frecuencia se preparaban flan y budín de pan. El plato preferido de los niños y también de las mujeres era milanesas con puré. Dicha preferencia podía tornarse en una sanción, no queremos que los chicos vengan sólo cuando hay milanesas sino todos los días, sentenció Nina una vez. Los mismos comentarios se escuchaban de las mujeres que cuidaban del salón cuando se ausentaban por varios días y retomaban su actividad: viene hoy porque sabe que damos milanesas, dijo Julia en una oportunidad. En otras palabras, el menú que se servía correspondía a la denominada "cocina criolla" que recuperaba buena parte de las tradiciones culinarias del interior del país como los guisos y los platos preparados en base a carne vacuna combinadas con las tradiciones gastronómicas introducidas con la inmigración ultramarina. Entre las que se contaban las pastas y los postres. Un tipo de cocina que ayudó a divulgar, en nuestro país, la popular cocinera Doña Petrona C. de Gandulfo.

La organización de la comida

Desde la mañana temprano Julia y sus ayudantes estaban en la cocina cortando verduras mientras escuchan música y conversaban amigablemente. Durante los primeros días el almuerzo se sirvió pasadas las 12 horas. Las llaves del gas que conectaban a la garrafa no funcionaban correctamente y eso demoraba los tiempos de cocción. Por ese motivo, muchos chicos se fueron antes de terminar de almorzar porque llegaban tarde a la escuela. El menú que día por día imponía la Subsecretaría de Acción Social, como ya anticipé, no se cumplía estrictamente sino más bien eran Sandra y Julia las que decidían que hacer al día siguiente en función de la carne disponible. Cuando no era suficiente para servirla como plato principal, se optaba por incluirlas en otras preparaciones como guisos, sopas o salpicones. La provisión de alimentos no se reducía a los envíos de la subsecretaría, sino que el mismo Rubén solía traer provisiones de verdura del mercado central y de carne vacuna de frigoríficos a los que acudía para pedir donaciones para el comedor.

El ingreso y control de los niños no era tarea sencilla. Poco antes del mediodía, cuando se abría el portón del club, ya había numerosos chicos apostados esperando ingresar. Algunos, los más pequeños, lo hacían con sus mamás o con sus hermanos mayores y verificar la identidad de cada uno y controlar que estuvieran en el listado de inscriptos era, por momentos, imposible. Muchos conseguían eludir los controles e ingresaban sin ser registrados. Sandra siguió las indicaciones de Nina al pie de la letra y luego controlaba en las mesas que los chicos que ingresaban estuvieran inscriptos. Incluso, en una oportunidad, increpó a Julia porque sus sobrinos almorzaron allí sin estar anotados. Otra de las recomendaciones de Nina, que Sandra siguió a pie juntillas, fue respecto del retiro de las viandas. Si bien había carteles en las paredes del club que indicaban que con certificado médico se autorizaba el retiro de viandas; en la práctica era una posibilidad que Nina intentaba evitar. Era frecuente, que mientras se servía el almuerzo, una fila de madres y personas mayores se apostaran en la puerta de la cocina con su tupperD en la mano, esperando retirar su ración para comer en su casa.

Dos implicaciones pueden extraerse de esa actitud. En primer lugar, era señal de la preferencia de las personas por comer en sus casas, en el espacio íntimo y no en un ámbito público y a la vista de todos; donde podían encontrarse con otros vecinos con quienes no se trataban o estaban enemistados. En varias oportunidades, se desataban disputas entre las mujeres que atendían el salón por servir las mejores raciones a sus hijos o a los niños a quienes los unían otros vínculos de parentesco. Como así también los conflictos se daban con algunas madres, que si bien se sentaban con sus hijos a almorzar, los hacían retirarse antes y terminar de comer en sus casas. Una situación que a Nina irritaba por demás. En segundo término, y aquí radicaba la mayor preocupación de Nina, existía la posibilidad de que lo que retiraban no fuera Año xvi consumido inmediatamente y, en muchos casos, al no contar con heladeras u otras posibilidades de conservación, la comida fuera consumida en mal estado; lo que podría traducirse en denuncias contra Rubén, que derivarían en sanciones por parte del Municipio. En palabras de Nina: No pueden retirar porque si después comen la comida otro día sin conservar bien el problema lo vamos a tener nosotros y en Acción Social nos van a matar.

Una preocupación similar mantenía Nina en relación al destino que tenía la comida que sobraba al final de la jornada. En una oportunidad increpó a todas las participantes del comedor: No se pueden llevar la comida que sobra sino Acción Social nos va a cerrar el comedor. Y ya sabes en Santa Rita como son y lo que van a decir - le decía a Sandra. Y Sandra le respondió - Así por lo que van a decir. No van a cerrar el comedor y Rubén bien sabe pelearlo. Y seguía - Y entonces ¿qué hacemos con la comida que sobra se la damos a los perros? Luego de aquella discusión Sandra abandonó el comedor, Nina ubicó a Rosa en su lugar y ratificó a Julia como encargada de la cocina con autoridad para mandar a quienes la ayudaban.

Julia fue la primera en comentar que si a ella no la dejaban llevarse la comida, abandonaría el comedor. Sobre ella recaían la responsabilidad de cocinar todos los días para los casi 1 chicos que concurrían a almorzar allí. Además gracias a su esmero y dedicación había logrado hacer correr el rumor de que en ese comedor cocinaban rico y con mucha carne. Aún cuando debía estirar el uso de algunos productos y condimentos dado que, muchas veces, la subsecretaria demoraba la entrega de algunos productos. Y como si eso fuera poco, a diferencia de las otras mujeres, ella corría el riesgo de quemarse o golpearse al manipular grandes ollas y sartenes cargadas con agua o aceite hirviendo; e incluso para facilitar las tareas llevaba de su casa alguna fuente, olla, sartén y hasta su preciada freidora eléctrica. Y todo por los 15 pesos del plan. De modo que aseguró: si Nina no nos deja llevar lo que sobra mucha gente se le va a poner en contra.

Llevarse la comida era una práctica habitual en diversas áreas de La Matanza. En varias oportunidades escuché a diversas mujeres que recibían planes la preferencia por cumplir sus tareas comunitarias en comedores para así asegurarse la cena de sus hijos. De modo que, Nina con su decisión introdujo una anomalía que alteraba, por completo, las expectativas que las mujeres tenían por participar en el comedor. La mayoría de ellas estaba habituada a que la comida que sobraba fuera redistribuida, al final de la jornada, en compensación por la tarea realizada. Así, la anomalía de Nina no encontró cabida en la realidad de Santa Rita y debió cambiar de postura. A punto tal que, pidió a Rosa y a Julia que guardaran una ración para los muchachos de las pintadas, que ella misma les servía cuando llegaban de vuelta bien entrada la noche y, a veces, la madrugada.

Rosa asumió su nuevo rol repartiendo órdenes a todas, en particular a las que cuidaban del salón y de las que estaban a cargo de la limpieza: eh vos firmá acá y baja las sillas, les decía a las que llegaban a las 11 horas. También asumió el control de los niños, apostándose en la puerta para controlar el ingreso y verificar los listados. Pero el mayor control y vigilancia lo ejercía en la relación con la ración de comida que cada una retiraba al final del día. Julia por ser la cocinera era quien se llevaba la mayor ración de alimentos. Por esa razón, toda vez que cruzaba la calle que separaba el club de la tira que la llevaba a su casa, con su fuente de comida, algunas mujeres comentaban: ehhh miren la Julia todo lo que se lleva. Julia, por su parte, completamente enrojecida corría y entraba rápido a su casa. Y una y otra vez comentaba no soportar más la presión de los comentarios. Si al final de cuentas ella cocinaba con cuidado y esmero para los hijos de todos ellos que la criticaban. Por ese motivo, aseguraba que ella no se llevaba sino que se ganaba la comida de sus hijos. La designación de Rosa y su denodado control por las raciones que cada una retiraba la llevó a enfrentarse abiertamente con Julia. Un enfrentamiento que parecía no tener retorno. Incluso, Julia llego a decir: esa en cualquier momento va a parecer con un ojo moreteado... le boquea todo a Nina.

A esta presión Julia sumaba otras, que provenían de algunas de las mujeres del salón, quienes se molestaban porque ella y las de la cocina se negaban a limpiar los utensilios, que usaban para la cocción de los alimentos, cuando a ellas - las del salón- solo les correspondía atender a los niños y cuidar la limpieza de las mesas y baldear el piso. Para neutralizar estos conflictos, Nina las convocaba a reuniones para que se expusieran sus problemas. Las reuniones solían causarles bastante fastidio a todas porque las obligaba a ir en horario por fuera de la atención del comedor; y más aún solo para oír reclamos y acusaciones. Y por si eso fuera poco, sus propias ayudantes de la cocina, comenzaron decir que Julia cocinaba con toda su familia; puesto que sus hijos y sobrinos, los días que no concurrían a la escuela, era frecuente verlos ingresar a la cocina y revisar armarios aún cuando había un cartel que expresamente lo prohibía. O también, muchas se quejaban porque Julia refería que cocinaba sola como si ninguna de ellas la ayudara.

Un día ya del mes de octubre muy próximo a las elecciones Julia abandonó el comedor, fue luego de un incidente que se presentó cuando a una nena le negaron el ingreso por no estar inscripta. La nena fue después con su mamá a quejarse porque la habían echado. Y la mamá le preguntó delante de todas quien la había echado si las de la puerta o las del fondo. El López, marido de Julia, que pasaba por allí vio la escena en que involucraban a su mujer en una nueva acusación y le aseguró que no la dejaría ir más. Al parecer, la nena expulsada hacía varias semanas que no iba al comedor; y, por esa razón, la habían borrado para darle el cupo a otro chico. Nina le dio orden a Rosa de que ahora dejaran entrar a los chicos que no estaban anotados pero que los agregaran aparte en las hojas posteriores al cuaderno.

En los días siguientes, Julia dejó de concurrir y las chicas de la cocina aseguraron que ya no la esperaban. Silvina, quien fuera su ayudante desde el inicio del comedor, tomó el mando de la cocina y Fabiana, la última incorporada al comedor, ocupó el segundo lugar y proveyó su propia procesadora eléctrica para facilitar el proceso de elaboración. En esos días en que ya se avecinaban las elecciones, Nina transitaba entre el comedor y la Unidad Básica, ubicada en una calle lateral del barrio a unos 12 metros del club, donde funcionaba el comedor, y sobre la calle donde pasaba el colectivo principal que desde Santa Rita finalizaba su recorrido en la Estación Constitución. Allí verificaba donde las personas que se acercaban debían votar y les daba la boleta del Frente para la Victoria. Uno de esos últimos días, Rosa les avisó a todas que tendrían una nueva reunión para el día siguiente y que todas debían concurrir.

Al día siguiente, luego de que baldeáramos el piso del club, se dispusieron las mesas para que comenzara la reunión. Nina ocupó el centro de la mesa e hizo públicas las nuevas directivas luego del incidente y salida de Julia. Indicó que ahora Silvina era la cocinera y señaló a las dos vecinas que la ayudaban en la cocina. En esa ocasión, algunas mujeres se permitieron exponer sus quejas en relación a Julia. A lo que Nina respondió no entra ningún chico a la cocina y Silvina ponele llave.

Luego de oír todas las quejas y comentarios, Nina fue al punto, redistribuyó los horarios y funciones a cada una. Les pidió que no dijeran nada de lo ocurrido y que si Julia preguntaba algo le dijeran que fuera a hablar con ella. Al finalizar, les entregó a cada una la boleta del Frente para la Victoria y les dio una advertencia muy enérgica: agarren todo lo que les den pero adentro del cuarto oscuro saben lo que tienen que hacer. Apilamos las sillas y cerramos el portón del club con el candado como lo hacíamos siempre. Salí de allí con Nina, su hija Belén, Rosa y Sandra quien pasó sobre el final para buscar a Nina y también con Alicia, una de las chicas del salón. El ruido estridente del portón tenía un sentido diferente aquella vez parecía indicar que un ciclo llegaba a su fin. Era viernes y el domingo siguiente eran las elecciones que tenían a Rubén como candidato a concejal. En el curso de la semana siguiente el comedor dejó de funcionar. Caminé hasta la parada del colectivo junto con Alicia, quien una vez que estuvimos solas me dijo: acá las chicas se quejan tanto y solo hay que venir dos veces por semana... cuando yo estaba con los piqueteros tuve que ir al piquete con mi hija con varicela. Ahora en las elecciones yo lo voy a votar a Rubén.

Los significados de la comida en Santa Rita

Desde hacía 5 años, Rubén venía peleando por su propio comedor, luego de la creación del club, cuando éste fue inscripto como sociedad de fomento. En el momento de la apertura, existían en el área más próxima, otros dos comedores. Uno que funcionaba en la escuela más cercana donde concurrían la mayoría de los chicos del barrio. Y otro, en el asentamiento 1ero de Febrero - contiguo a Santa Rita y formado por algunos vecinos que decidieron tomar los terrenos dos décadas atrás- que administraban miembros de la FTV. De modo que, al abrir su propio comedor, Rubén disputaba su hegemonía en la zona. Una disputa que también incluía a líderes de otras agrupaciones peronistas. Rubén era responsable de una extensa área, que cubría diversos barrios, donde funcionaban unas 25 unidades básicas. Más allá de la cual había otros líderes, que integraban otras agrupaciones, que también disputaban recursos y personas. Fue a través del establecimiento de un menú próprio - que incluía la carne como alimento principal, cuya provisión no se reducía a los envíos de la Subsecretaria de Acción Social del municipio sino que incluían productos que el mismo Rubén buscaba en el mercado central de La Matanza y en frigoríficos de la zona- la manera en que, nuestro candidato a concejal, eligió para consolidar su poder en aquella región.

Como en la mayoría de los comedores, los niños no podían elegir qué comer sino que debían aceptar lo que les era servido, pero aún así el menú tenía una amplia aceptación y el momento de apertura, atención y servicio era vivido con algarabía. Todo parecía indicar que la comida que allí se servía introducía una novedad para aquellos niños. Muchos de los cuales, como Julia refirió en la primera reunión antes de abrir el comedor: se van a dormir sin cenar. Y la única comida del día solía ser la que les servían en el comedor de la escuela donde daban un arroz todo pegado y sin sabor a nada.

En suma, el menú del comedor, cuyo producto principal era la carne, representaba una frontera que demarcaba no solo lo que no se servía en las mesas de sus casas sino también en los otros comedores de la zona. En otras palabras, la carne era para aquellos chicos y sus familias un bien de lujo al que ahora podían - excepcionalmente- acceder a través de Rubén.

El consumo de carne, en particular de carne vacuna, encierra una serie de significados que no podemos eludir. Durante los años del primer peronismo, el estímulo por el consumo de carne entre los sectores populares, fue una retórica que articulaba la mejora en el estándar de vida con el derecho de los sectores populares a la auto-gratificación, al ocio y al placer (Milanesio, 21).

Rubén parecía recuperar aquella tradición como peronista de toda la vida, como se definía a sí mismo, aún cuando eso suponía un esfuerzo extra de su parte que lo obligaba a recorrer frigoríficos y el mercado central, cuando la Subsecretaría de Acción Social demoraba las entregas o éstas no cubrían el cupo de los chicos que concurrían diariamente allí.

Para las mujeres que participaban del comedor, la comida, tenía, a su vez, un significado más. A diferencia de lo que ocurría en otros contextos empíricos, donde comer lo que sobra puede acarrear el riesgo de la degradación moral, la contaminación biológica y la pérdida de status; por el contrario, en Santa Rita, "las sobras" eran representadas de manera altamente positiva. Pues el reparto diferencial de la comida al final de cada jornada era la forma de cuantificar la dedicación diferencial que cada una de las mujeres le profesaba al comedor; y consecuentemente a Rubén. Pero era éste un punto de vista que sólo compartían las mujeres que participaban del comedor; y no los vecinos de Santa Rita. Para quienes, llevarse era sinónimo de robarse la comida. Una percepción que se propagaba mediante el chisme, que a Nina atemorizaba sobremanera; y que la llevó a discutir fuertemente con Sandra, quien finalmente abandonó el comedor.

Las sobras no estaban previstas entre las normas que imponía la Subsecretaría y qué hacer con ellas quedó librado a diferentes interpretaciones. Para las mujeres que participaban del comedor, éstas representaban una forma de compensar dedicación desigual cuando todas recibían el mismo plan y, en consecuencia, el mismo monto de 15 pesos a fin de cada mes. Dedicación desigual que no se medía sólo en términos temporales - concurrir más días o más horas- sino también en términos de la destreza y habilidad en la cocina y de la generosidad de algunas de ellas, al proveer ollas y demás utensilios personales, para facilitar las tareas del comedor. Todos esos aspectos estaban materializados en la comida que cada una retiraba al final del día; y era vivida, a la vez, como justa compensación por la lealtad profesada hacia Rubén. De ahí la fuerte y unánime reacción frente a la decisión de Nina que alteraba, por completo, lo que era una práctica habitual en los comedores de La Matanza. Pues fue vivido como un profundo desconocimiento a un denodado trabajo que, en muchas de ellas, alteró por completo su cotidianidad trayéndoles, en muchos casos, problemas con sus maridos por descuidar sus tareas domésticas y sus hijos. Esa era la lectura puertas adentro del club donde no se llevaban sino que se ganaban la comida de sus hijos, como Julia lo manifestó en varias oportunidades.

Puertas afuera del club, por el contrario, quienes cruzaban la calle con fuentes que portaban alimentos, eran señalados como llevándose la comida entendiendo por ello la apropiación de recursos públicos, es decir, robándose lo ajeno. En suma, la distribución de las sobras que resultaban de la dedicación desigual que cada una ejercía en el comedor, era una consecuencia de las jerarquías que se trazaban entre las participantes: encargada, cocinera, ayudantes y mujeres a cargo del salón, creadas por la misma Nina al asignar las tareas a cada una; de lo contrario el comedor no hubiera podido funcionar. Al mismo tiempo, las jerarquías delimitaban áreas de poder: Julia en la cocina y Rosa en la puerta. El abandono de Julia se produjo luego de aparecer vinculada con el impedimento de ingreso de una de una nena, una tarea a cargo de Rosa. Es decir, avanzando sobre un área que no estaba bajo su dominio - la puerta- y desconociendo en el área bajo su control - la cocina- la ayuda que recibía de las otras participantes.

Pero las jerarquías y las áreas de dominio que se derivaban de ellas, si bien eran la condición de posibilidad para el funcionamiento del comedor, podían legitimarse aún a costa de invisibilizar la dedicación de quienes ocupan posiciones subalternas. Como reclamaban las mujeres que ayudaban a Julia en la cocina: dice que cocina ella sola. Una situación que no podía durar mucho tiempo pues afectaba el mantenimiento del orden; y que fue neutralizado por el chisme. Práctica que, en aquel contexto, activó fuertemente los mecanismos del control social.

La centralidad y la importancia que el chisme cobra en la vida cotidiana de los sectores populares ya ha sido señalada por Fasano (26). Para quien, en esas poblaciones, el "chisme es cosa seria" pues tiene la función de transformar cuestiones que no pueden ser dichas abiertamente, en cuestiones de moralidad pública (cf. 26:141 y 146). El chisme lo que revela es el posicio-namiento que los sujetos adquieren en relación a la moralidad sostenida por la comunidad de referencia. De modo que los individuos que chusmean son modificados a través del ejercicio de esta práctica y la identidad de unos y otros es redefinida de modo constante a través del juego de posicionamientos en el espacio social a través del chisme (cf. 26: 143-144).

Juegos de posicionamientos que reconocimos en las salidas de Sandra, primero, y Julia, después; y que en ambos casos redefinieron las jerarquías entre las mujeres que participaban de la organización del comedor. No obstante, vale aclarar, que el destino de cada una luego de abandonar el comedor fue bien distinto. Sandra volvió a la política, a los rastrillajes a la búsqueda de votantes casa por casa. Incluso, poco antes de las elecciones, volvió a visitar a Nina al comedor para comentarle los avances de su tarea. Todo hacía presumir que la paz se había restablecido entre ellas. Por el contrario, Julia, luego de abandonar el comedor, quedó recluida en su casa sin atreverse a ser vista por las tiras de Santa Rita saludando y conversando con los vecinos como lo hacía habitualmente.

Pasemos ahora a conocer la copa de leche de Lorena donde la disputa se libraba sobre la mercadería, esto es sobre los alimentos secos que todos los meses la organización entregaba a los referentes quienes los redistribuían entre sus vecinos.

La copa de leche de Lorena

El barrio San Antonio era un asentamiento de unas 3 manzanas y contiguo a El Ingenio, sede oficial de la FTV. Por aquel entonces de agosto de 26, numerosos comedores y copas de leche funcionaban en un radio próximo, aunque muchos de ellos fueron cerrando sus puertas por falta de recursos. Aún así, Lorena había conseguido sostener un servicio de "copa de leche" que funcionaba en una dependencia de su casa, tres veces por semana: los lunes, miércoles y viernes, desde hacía 4 años; para unos 15 niños que merendaban allí.

El primer día que llegué a la casa de Lorena, golpeé en un galpón de cortina corrediza color verde que estaba baja: - Pase, me respondieron de adentro, dé la vuelta. Seguí la indicación. Di la vuelta, atravesé un alambrado que separaba a dos construcciones de materiales del exterior; y desemboqué en una sala donde tres mujeres mayores amasaban unas rosquitas.

Mientras freían las rosquitas, una de ellas preguntó mientras revisaba una heladera sin funcionar que oficiaba de alacena: - ¿Saben una cosa? no hay más azúcar; y corrió hasta la otra construcción de la casa donde estaba el hijo de Lorena junto a otro chiquito que estaba descalzo. El chico nos respondió: no, no hay más azúcar. - ¿Yahora qué hacemos? preguntó la mujer. El chico puso cara de no saber. Volvimos al galpón. Las chicas levantaron la persiana y al rato el hijo de Lorena nos trajo un paquete de azúcar. Dijo que una señora de al lado había puesto los dos pesos para comprar un paquete. Fue Jimena quien tomó el paquete de azúcar y se ocupó de pasar las rosquitas que salían de la sartén por papel absorbente y rociarlas con el azúcar. Fue luego de aquel incidente, que me explicaron, que todos los meses luego de cobrar el plan cada una pone dos pesos para el pozo, para comprar los productos que la organización no les cubre; como la grasa para freír y el azúcar para el mate cocido. La FTV, solo les proveía la yerba y la harina. Todas ellas componían un total de 11 mujeres, que recibían planes distintos; algunas estaban inscriptas en plan Jefes y Jefas de Hogar y otras en el Programa de Empleo Comunitario o PEC, como ellas lo llamaban. A su vez, concurrían en dos turnos: uno por la mañana y otro por la tarde.

El grupo que componía el turno de la mañana, lo integraban cuatro mujeres, que estaban encargadas de las tareas de limpieza, entre las que se destacaba María, que tenía la responsabilidad de juntar el dinero del pozo. Con ese dinero, además de la grasa y el azúcar, se cubrían el pago de la garrafa de gas y los gastos del traslado de la mercadería desde la capilla de El Ingenio. Por las tardes, iban las mujeres encargadas de atender a los niños quienes tenían tareas diversas. A este grupo lo componían mujeres de muy variada edad, Juana, Ángela y Nelly tenían 6 y pocos años; a diferencia de Jimena, Mónica, Claudia, Patricia y Liliana que tenían entre 25 y 35 años. De este último grupo, se destacaba Jimena quien ayudaba a Lorena en las tareas de renovación de los planes y del traslado de la mercadería.

Durante los días siguientes la situación se agravó. Una tarde en que Jesica, la hija de Lorena, se acercó al galpón a buscar un utensilio de cocina, Jimena la increpó sin rodeos: Decile a tu mamá que no hay azúcar, que grasa ya no queda y que no sabemos que vamos a hacer el miércoles. Y Jesica con un tono de voz bien firme le respondió: Mi mamá ya fue pero todavía no le dieron la mercadería de la copa de leche. Jimena la miró y no quedó muy convencida con el comentario. Juana, la mujer encargada de amasar, les avisó que la vez siguiente no iría porque tenía turno con el médico. Y así cuando los niños se retiraron, Jimena avisó a los hijos de Lorena que nos íbamos. Mónica, por su parte, comentó que ella debía el dinero del pozo y que iría a llevárselo a María. A lo que Jimena le indicó: Decile entonces que no hay azúcar y que el miércoles no hay quien amase. Las dos se despidieron y yo acompañé a Mónica a pagar su deuda. Así sin más emprendimos camino rumbo a la casa de María. Atravesamos dos largas calles de tierra y luego cruzamos en diagonal una canchita de fútbol. Cruzamos una calle y llegamos a lo de María. Era una casa amplia con rejas en las ventanas y baldosas en el piso. Mónica golpeó sus palmas y a los pocos minutos salió una mujer de unos 5 años, era María.

Mónica la saludó y yo me presenté. Sí, dijo María, Lorena me dijo que vendría una persona. Mónica fue al punto: Vengo a traerle los dos pesos del pozo. Ahh no, respondió María, dale a Lorena porque ella no quiere que entreguen así tan atrasado cuando ya están por cobrar el otro mes. Así que a mí no me des.

Mónica insistía:

Pero no hay azúcar y tampoco hay quien amase el miércoles. Ah no sé, continuaba María sin conmoverse demasiado, yo voy a llevar la grasa porque en el pozo hay cuatro pesos. Además ayer vino Lorena a buscar los últimos 7 pesos que había en el pozo, que habían quedado de una rifa que hicimos para las Pascuas. Pero Lorena quería eso para pagar los micros del evento del día del niño en el Luna Park y encima le faltó. Y tu mamá ¿no podrá amasar ella? No sé, respondió Mónica, no creo que pueda así ya para el miércoles.

María continuaba explayándose:

Porque yo le sugerí a Lorena que pida a cada chico ,5 centavos o un peso para cubrir lo que faltaba pero Lorena me respondió que no, que ella se iba a ocupar. Así que bueno, porque además el dinero del pozo se usa para traer la mercadería de El Ingenio y además está la mercadería de la copa de leche que antes cuando estaba Camilo se podía retirar pero ahora no. Y ahora no sé qué vamos a hacer. Vayan díganle a Jimena que le diga a Lorena para ver quién amasa y qué hacen con el azúcar. Grasa va a haber yo voy a llevar porque yo camino y a mí me conocen y por 2 pesos a mi me dan 6 kg de grasa pero a Lorena que no la conocen sólo le dan 4 kg. Y continuaba, siempre dijimos que había que mantener la copa de leche, la de Gilda se cerró. Más allá había un comedor, no me acuerdo de quién era, se cerró también, acá había un montón de copas de leche y todas se cerraron. Tenemos que mantener la nuestra. Así que, no sé, vayan a hablar con Jimena o con la hija de Lorena, no sé.

Como todos los referentes de la organización, Lorena recibía dos frentes de presión. Por lado, la que provenía de los dirigentes de la FTV, sus superiores y, por otro, la que recibía de su grupo de referencia o su gente como ella denominaba a los vecinos que había inscripto en los planes. Y, que por esa razón, estaban bajo su autoridad. Pero, particularmente Lorena, atravesaba un momento de ascenso, a comienzos del 26; cuando pasó a ocupar un puesto estable en una subsecretaría de la nación en el gobierno del entonces presidente Néstor Kirchner. Y, por ese motivo, tuvo algunos problemas con sus compañeros. ¿Por qué ella si era la más nueva? Era la pregunta que muchos se formulaban.

Poco después que el presidente de la organización hiciera público el nombramiento de Lorena, ella dejó de frecuentar la Sala de Primeros Auxilios de El Ingenio, punto de reunión de los referentes. Era allí donde se conocían las novedades de los planes, las fechas de pago y los trámites de renovación; y también las fechas de entrega de la mercadería. Al dejar de concurrir a la sede oficial de la organización y quedar al margen de las novedades respecto de los recursos; comenzó a recibir quejas y presiones por parte de su gente.

Las mujeres que participaban de la copa de leche aseguraban que desde hacía dos meses, Lorena les debía la mercadería. Al ver que los días pasaban y no tenían noticias, una de ellas la increpó directamente una tarde poco antes de que llegaran los niños a merendar. Y a nosotros cuándo nos van a dar la mercadería? Y Lorena respondió retirándose hacia la otra área de su casa donde se encontraba su cuarto y el de sus hijos y sobrinos: allá en la capilla no hay nada, sólo arroz y aceite. Y bueno, dijo Juana, comeremos arroz como los chinos. Durante los días siguientes a aquella escena, los comentarios respecto de la mercadería continuaron y se hacían permanentes y acalorados más aún en ausencia de Lorena. Fue Ángela, quien trajo información de la provisión de alimentos: ya llegaron a la capilla dos camiones de mercadería, así que díganle a Lorena que vaya o mande alguien a buscar. El otro día un vecino me decía que cómo no me habían dado la mercadería si yo vengo a la copa de leche. Juana, por su parte, también agregó información similar cuando dijo: pero si la señora que va al Banco a cobrar conmigo me dijo que ella ya le dieron y ella trabaja allá en el comedor de la escuela de El Ingenio.

Como ya vimos, los alimentos eran objetos de inmenso valor para los vecinos de La Matanza. Pero los alimentos secos, contenían otros significados que la comida preparada. En particular, porque no sólo eran utilizados como consumo sino también porque podían ser comercializados o intercambiados por otros bienes. En varias ferias de La Matanza, encontré a la venta alimentos secos como yerba mate, azúcar o polenta proveniente de las redes de redistribución del gobierno, que las personas vendían junto a otros bienes que ya no utilizaban como ropas o electrodomésticos. O también, era frecuente que los vecinos que tenían un familiar preso, le llevaran la mercadería junto a otros elementos y enseres durante las visitas. Es más, entre los dirigentes y referentes de la FTV, era frecuente que cuando tenía lugar la entrega de los alimentos secos, se diera prioridad a los vecinos con familiares en prisión, más aún si el preso era el jefe de familia.

Por su parte, al interior de la copa de leche, la mercadería era percibida como parte de lo que la organización o Lorena les adeudaba por participar de ese servicio y concurrir a las movilizaciones.

Pocos días después de aquellos acalorados comentarios estando Lorena presente, algunas se atrevieron a encararla sin rodeos; en particular Ángela quien dijo: Lorena ya llegó la mercadería. Sí, respondió Lorena, pero no voy para no darles el brazo a torcer. Ayer había movilización a La Plata y me avisaron diez minutos antes. Jajaja ojala que te avisen siempre así, respondió Jimena, diez minutos antes así nos salvamos. Y Lorena continuaba: si yo les dije pero hace cuánto que no me dan azúcar, harina y yerba para la copa de leche. Acá yo nunca tuve financiamiento de FOPAR y siempre mantuvimos la copa de leche. Luego la conversación tomo otro rumbo y Lorena se retiró.

El FOPAR era un programa del Ministerio de Desarrollo Social que financiaba comedores y copas de leche en diversos municipios del conurbano. Diversos referentes de la FTV, recibían dinero de ese programa. Lorena al señalar que nunca recibió aquel financiamiento destacaba, a su vez, su esfuerzo en sostener su servicio de merienda a pesar de las dificultades que le ocasionaban la demora en la entrega de la mercadería. Probablemente, por esa razón, tampoco llevaba un control de los niños inscriptos. En una oportunidad, pidió a las mujeres de la copa de leche el listado de inscriptos que tenía Jimena en su casa. Eran unas hojas amarillentas que parecían papiros guardados a los cuales no se les daba un uso frecuente. Pero hay otro elemento más. Mediante la red de redistribución de la mercadería se gestaba una compleja trama de relaciones sostenida en base a la confianza que, con las demoras y retrasos en la entrega, estaba a punto de romperse.

La vez siguiente a aquella discusión fui la primera en llegar y vi que ya había una masa preparada en la heladera sin funcionar, que hacía de alacena. Quedé sorprendida porque había entendido que era Juana quien llevaba la masa desde su casa como tantas otras veces. Saqué la masa de la heladera y me fui a la puerta desde donde vi que llegaban Nelly junto a su hija Móni-ca. Entraron y dijeron qué raro quién habrá amasado buscamos palos de amasar y no había; y Nelly nos dijo: vayan a pedirle a Jimena que está en la casa de Yoli. Fuimos Mónica y yo hasta la casa de Yoli, que vivía en frente de la casa de Lorena, y que dos veces por semana Jimena cuidaba de su pequeño hijo cuando ella debía ausentarse porque estudiaba enfermería. En el corto trayecto, Mónica me contó que Yoli también era de la copa de leche pero que la sacaron del plan cuando blanquearon a su marido en la empresa constructora donde trabajaba. Cuando llegamos Mónica batió las palmas y salió Jimena a atendernos. Mónica le preguntó si allí no habría palo de amasar para prestarnos y Jimena dijo que no que Yoli tenía pero que no sabía dónde estaba; pero entró a buscar y nos trajo uno. Rápidamente nos dio una idea cuando nos dijo: bueno para que amasen dos hagan otro con una botella lávenla bien y listo. Ahh bueno, dijo Mónica, y cuando nos preparamos para cruzar la calle y volver, Jimena recordó algo cuando nos dijo: ahhh me olvidaba, hace un ratito me llamó Lorena y dijo que mañana hay movida, sin excepción, es en la capi que vamos a las 2 de la tarde pero que volvemos temprano tipo 4 y media. Mónica puso cara de fastidio y Jimena le contestó: ahh no sé a mí no me digan. Me dijo que te diga a vos, a tu Mamá, a Juana y la González, una mujer del grupo de la mañana. Seguidamente me preguntó: y vos no la podes acompañar a que avise. Sí, respondí sin dudar. Y por último, nos dijo: el viernes en compensación no hay copa de leche.

Volvimos a lo de Lorena con un palo de amasar y Mónica le dijo a su Mamá ni bien entramos: hay movida mañana. Queeeé?, respondió Nelly, completamente irritada. A los pocos minutos llegó Ángela y tuvo la misma reacción. Mónica agregó que era a favor del aborto y Ángela dijo ahhh basta yo ya tuve 6, ya estoy vieja para esas cosas. Y Mónica continuaba: dicen que vamos a las 2 y volvemos a las 4 y media. Sí justo, comentó Ángela, si de acá a la capital a veces tardamos dos horas. Y Nelly mientras amasaba con la botella decía: ahora seguro que nos dice que la que no va a la movilización no le dan la mercadería Y Ángela continuaba: che ya casi tres meses que nos debe porque no va a buscar. En ausencia de Lorena, Ángela se despachaba a gusto con sus comentarios: no puede ser, dos camiones nuevos llegaron con tomate, aceite y azúcar decía mientras se le agrandaban los ojos. En determinado momento pasó Jésica y Ángela le dijo sin rodeos: y la mercadería cuándo va tu Mamá a buscar. Y Jésica contestó: todavía Camilo no tiene el porcentaje listo, fue su respuesta. Y sin más, se retiró. Ángela dijo ya irritada: a mí que no me vengan con porcentajes si Gilda tiene así (mientras señalaba marcas en la pared que denotaban un gran volumen de alimentos^ de mercadería adentro de su casa, y nosotras tenemos que venir a fritar tortas fritas para que nos den mercadería. Déjenme de joder.

Seguidamente les dijeron a los chicos, que el viernes no habría copa de leche; y Nelly fue a llevarle el palo de amasar a Jimena a la casa de Yoli. Cuando volvió trajo otra noticia: dice Ji-mena que ella sí va a ir a la movilización porque es PEC y tiene miedo que la saquen. Poco después cerramos la cortina y nos fuimos. Acompañé a Mónica a avisar de la movilización a las personas que Lorena había indicado. Nuestro primer paso fue la casa de Juana pero no la encontramos y seguimos camino hasta la casa de la González, que vivía a unas 4 cuadras de la casa de allí. Caminamos por calles de tierra y llegamos a una casa aún en construcción, con varias maderas que hacían de sostén, ni bien llegamos salió una nena de unos 1 años y Mónica pidió que llamara a su Mamá. Rápidamente salió una mujer de unos 4 años. Mónica, sin rodeos, le dijo: viene a avisarte que hay movida mañana. Y ella, respondió: ahh no, no puedo, yo me voy ir a hablar con Lorena pero a la noche.

El viernes siguiente, por indicación de Lorena, las mujeres estuvieron exceptuadas de la asistencia a la copa de leche y el lunes que le siguió era un día que llovía a cántaros. Llegué a la casa de Lorena y antes de que ingresara Jésica me atajó en la puerta: hoy no hay copa de leche, cuando llueve así los chicos no vienen. Seguidamente le pregunté qué pasaría el miércoles. Si no llueve, sí hay, me dijo. El miércoles siguiente, cuando volví, me recibió el hijo de Lorena, que estaba con su primo más chiquito; y me dijo nuevamente: no, no hay copa de leche, ni las de las mañana vinieron y no amasaron. Tal vez el viernes si le dan la mercadería pero no sabe mi mamá si le van a dar. Cuando salí de allí pasé por lo de Jimena, que en ese momento salía con sus hijas para llevar a su clase de inglés; y ni bien me vio me dijo: no hay copa de leche Lorena no tenía cómo avisarte y se fue apurada sin darme más atención. Seguidamente fui hasta la casa de Juana, quien era la más afable al conversar conmigo. Allí me recibió su Año xvi nieta, quien rápidamente me hizo pasar, y me llevó hasta la cocina donde estaba su abuela. Ju- N° 22 ana, me ofreció una gaseosa para beber, y cuando me invitó a sentarme a la mesa le pregunté |ssn 32922°142 abiertamente: qué pasa Juana con la copa de leche? Y ella me respondió: Fui el lunes y Lorena Rec¡b¡do 31-8-12 me dijo llorando que no había más y me decía no doy más. Pobre yo la entiendo. Parece que A^pta^ 31112 no le dan la mercadería. No sé qué pasa que no le dan, qué raro si la mercadería es para la copa de leche. Y ahora qué va a pasar con nosotras ¿nos van a sacar el plan? ¿Porque el plan nos dan para que hagamos algo, no?

A paso seguido le pregunté por la movilización y me dijo: fuimos re poquitas Ángela, Jimena y yo. Me dijo que Jimena le había avisado a la noche por teléfono y le comenté que habíamos pasado con Mónica por su casa a avisarle y que no la habíamos encontrado. Parecía que mi pregunta le había incitado a la reflexión y se preguntaba: también eso, cuando Lorena nos llama son re poquitas las que vamos a la movilización. Eso no sé si tiene que ver porque las otras llevan mucha gente. En el micro nuestro no había mucha gente. Yo digo que la política es envidia también porque los otros quieren mandar más que ella. Poco después de la charla me despedí de Juana y ella me acompañó hasta la puerta cuando me iba me dijo entristecida: me da mucha pena que la copa de leche se cierre, por los chicos que necesitan y aparte porque tres veces por semana yo salía de mi casa y me iba allá con las chicas a tomar mate y me distraía un rato.

De la casa de Juana seguí camino hasta un local de Quiniela que estaba en la esquina de la casa de Lorena y donde Ángela solía pasar las tardes tejiendo porque era amiga de las personas que trabajaban allí. Llegué al local y allí estaba Ángela y entré a saludarla y antes que dijera algo fue ella quien se anticipó cuando me dijo:

no hay más copa de leche, ya no pasa más nada me lo encontré a Toni (marido de Lorena) esta mañana y me dijo que estaban hartos de poner del bolsillo de ellos para la harina y el azúcar. Pero yo digo que algo está pasando porque ella antes estaba jajaja jijiji allá con los de la mercadería; y ahora qué pasa porque ella no trae ni para ella, ni para la copa de leche, ni para nosotras y encima está cerquita. Entonces algo está pasando, qué está pasando no sé porque ella no trabaja, ¿no está con el gobierno acaso? Porque cuando vas allá a la capilla de El Ingenio a pedir antes te dicen: no que primero para los comedores, para las copas de leche; y ella ¿no tiene copa de leche acaso? Entonces vamos: ¿qué pasa? Aparte viste las otras, esa Patricia, que van y ahí y se quedan mirándose las uñas, mientras las otras fritamos; y ellas hablando de pelotudeces. Aparte yo varias veces hablo de la mercadería delante de Lorena y las otras cierran el culo. Yo a veces antes, llevaba yo la harina, la levadura y las otras me decían: sos una boluda, eso lo tiene que poner el gobierno. Pero a mí, me da pena, por los chicos que necesitan. Viste esas tortas fritas sin azúcar, pura harina y agua; y así y todo se las comen. Eso es porque necesitan. Además vos viste como tiene todo hecho una mugre. Porque si acá viene una de Acción Social bien puesta seguro que le cierra la copa de leche. Encima te hace ir a las movilizaciones, esa del aborto era con sentada yo soy una mujer mayor para eso, yo estoy para cuidar de mi casa y de mis nietos y no para hacerle el caldo gordo a ellos que están con el gobierno, ya estoy grande para movida sentada y qué sé yo.

Retirar la mercadería suponía, entonces, tener que pasar por la sala e ir a la capilla donde se encontraban los compañeros con quienes estaba profundamente enemistada; y quienes muy probablemente también le negarían la mercadería. La enemistad hacia ella se había gestado luego de su ascenso a un puesto estable en una subsecretaría de la nación. Muchos de sus compañeros aseguraban que ella no lo merecía que era nueva y que lo había logrado a base de llevar y traer (información) entre dos grupos de la organización que estaban enfrentados.En suma, Lorena había perdido la confianza de sus compañeros. De ahí el impedimento de la entrega de la mercadería. Una situación que vivía como una deuda de la organización hacia ella.

Del mismo modo, que las mujeres de la copa de leche sentían que Lorena al no entregarles la mercadería estaba en falta con ellas, que no sólo concurrían a la copa de leche sino también a las movilizaciones, e incluso ponían dinero de su bolsillo para mantener el servicio funcionando. La confianza se había roto en los dos frentes.

La confianza parece ser un valor intrínseco a las relaciones de dominación que se estructuran a partir de la circulación de recursos. El "ser confiable" se traduce en respetabilidad y obediencia pues es la que asegura que las partes cumplirán con las obligaciones implícitas en las relaciones que se estructuran a partir de los planes y la mercadería. Un valor que en la relación de Lorena con sus vecinas se había perdido cuando la entrega de la mercadería comenzó a demorarse. A punto tal que se hizo imposible sostener la copa de leche que, como tantas otras de la zona, se cerró.

Conclusiones

Las relaciones de intercambio aquí analizadas suelen ser calificadas peyorativamente de clientelismo político, en tanto se supone que esconden una relación de explotación y extracción de plus valor político. Esta relación se apoyaría en una supuesta ignorancia de la parte explotada en la transferencia de su energía social (su trabajo) utilizada para poner en circulación objetos que no le pertenecen como planes sociales, mercaderías y alimentos preparados. Este tipo de orientación toma como separados y en oposición los dominios de la economía vinculados a la subsistencia; y el de la política como espacio social del ejercicio moral de la voluntad, la decisión y el carácter. De un lado encontraríamos el estado de naturaleza movido por la necesidad, aquel que intercambio su voto por un plato de comida; y del otro el estado de la cultura o más bien la cultura del Estado que mediante el ejercicio de políticas públicas superaría las desigualdades y crearían las condiciones para el ejercicio de una política ciudadana (Borges, 26). De ese modo, estas visiones sustentan que la única manera en que los sectores populares pueden vincularse a la política es a partir de la necesidad material.

Estos aspectos pueden reconocerse en la literatura específica sobre políticas alimentarias. Sus análisis interpretan las conductas de las personas que llegan a los comedores en términos de "estrategias" entendidas como "el conjunto de actividades que los sectores populares realizan para satisfacer sus necesidades alimentarias, las que no pueden cubrir plenamente con su ingreso monetario" (Hintze, 1989 a: 32) Esto es, el uso de "los circuitos" - de los comedores, las copas de leche y el acceso a cajas de alimentos- son analizados a partir de un criterio fijado por la investigadora - el nivel de ingreso de las unidades domésticas y su participación en el sector "formal" de la economía. Lo que la lleva a concluir que a "menor nivel de ingreso mayor uso de los circuitos" (Hintze, 1989 b: 154). Y en función de esa correlación, la autora se pregunta: ¿por qué las familias que alcanzan un "mejor nivel de ingreso" dejan de utilizar los servicios disponibles aún cuando sus condiciones de reproducción distan de ser "adecuadas"? (Hintze, 1989 b: 159, mis comillas). La respuesta de la autora se asienta principalmente en el modo en que las políticas públicas son instrumentadas, difundidas entre los beneficiarios. Y señala la necesidad de "convertir" los sistemas públicos de suministros de alimentos por canales burocráticos de arriba-abajo, en formas participativas y que la gestión de las propias madres haga más "eficiente" el uso de los recursos disponibles (Hintze, 1989b: 16, mis comillas). Todo sucede como si el suministro de alimentos y el uso de "los circuitos" fuera una decisión - la estrategia- que las madres toman sólo en función de sus ingresos. Esto es, en función de la necesidad. Sin señalar de qué modo intervienen otros factores, como las relaciones familiares y vecinales. Y más aún, desconociendo, por completo, las relaciones que las madres tienen con las personas que coordinan las instituciones que actúan en los barrios (trabajadoras sociales, agentes sanitarios, médicos y líderes barriales) a cargo de las tareas de inscripción y admisión de los niños beneficiarios. Las que como vimos, en particular en el caso de Santa Rita, juegan un papel fundamental para que las personas se decidan a participar en acciones políticas.

Este aspecto resulta central porque permite llamar la atención acerca de otro aspecto de los críticos de la asistencia social que destacan las dificultades o "escollos" de los vecinos para organizarse en proyecto común provocada por la volatilidad de los recursos o más bien por la falta de continuidad originada, en buena medida, por cada cambio de gobierno (Golbert, 1992: 64 y 65). La inestabilidad de los recursos que el gobierno ofrece así como el mismo Estado son de naturaleza inestables. Prueba de ello eran los constantes cierres y aperturas de comedores y copas de leche que tenían lugar en todo el Municipio de La Matanza desde hacía varios años.

Sin embargo, la perspectiva que asocia la política a conciencia político-ideológica y a un modo de vida específico, no se condice con los aspectos considerados en esta etnografía en relación al significado que los vecinos de Santa Rita daban a su involucramiento en las actividades políticas. De esa manera, podemos percibir que si bien los objetos en circulación y los gobiernos eran fugaces, no ocurría lo mismo con las relaciones que aquellos bienes creaban entre los vecinos, que repercutían en un aprendizaje del lenguaje y las formas de la gestión pública; como si se tratara de una pedagogía política - como aquella que Nina les impartió a las mujeres que dependían de ella en la última reunión del comedor cuando les dijo: agarren todo lo que les den pero saben lo que deben hacer adentro del cuarto oscuro. Se trata de una forma de participación política que no podemos considerar espuria o irracional por diferir de ciertos tipos ideales de participación política vinculados a la conciencia ideológica - propios de los criterios etnocéntricos con que los sectores medios y burgueses piensan la política. Sin embargo, el análisis etnográfico de tales acciones también nos revela que entre los sectores populares el voto podía ser una decisión fruto del convencimiento y la voluntad. No olvidemos, que Alicia aseguró muy decidida votar por Rubén luego de haber pasado por una no muy grata experiencia con los piqueteros. De modo que la experiencia etnográfica también nos permite dar cuenta que, por momentos, se torna imposible fragmentar la experiencia de los sujetos a partir de encuadramientos ajenos como la clásica división entre política y economía, acusando así a quienes se involucran en política por razones económicas. Recordemos a Juana, cuando se lamentó por el cierre de la copa de leche a la que concurría como parte de sus obligaciones por el plan, para ella ir allí era también una forma de distraerse, de salir de su casa, de sentirse útil.

Otro aspecto, que nuestra etnografía nos permite elucidar, es lo relativo no sólo a cómo la tan mentada competencia entre peronistas y piqueteros se había tornado posible sino también cómo había logrado sostenerse el equilibrio de fuerzas cuando como pudimos observar las personas "se pasaban" de un dador a otro. Recordemos, Alicia había estado con los piqueteros y se había pasado con Rubén como otras mujeres de la copa de leche que antes de estar con Lorena habían estado con el Polo obreroD. De algún modo aquella competencia era el resultado de profundas transformaciones en la figuración social (Elias, 2), favorecida por una conjunción de condiciones sociales. En primer lugar, crisis en el mundo del trabajo originada por las políticas neoliberales ejecutadas a partir de 1976 con el inicio de la dictadura militar, reforma del Estado ejecutada en los años 9 cuando ya con un gobierno democrático fue necesario el Congreso de la Nación para que sancione leyes laborales más "flexibles". Esto es, en lo relativo a las modalidades de contratación y despido de trabajadores, la disponibilidad de recursos públicos con que asistir a las masas de desocupados generadas por esas políticas; y la constitución de nuevos liderazgos por fuera de las estructuras tradicionales, que tuvieron lugar a comienzos de los 8, aún en tiempos de la dictadura militar y que cobraron visibilidad pública en los 9 con los piquetes y cortes de ruta. Tales transformaciones nos permiten explicar no sólo cómo la competencia entre peronistas y piqueteros se había tornado posible sino también, aún así, cómo era que el equilibrio de fuerzas lograba mantenerse. Un primer indicio era la condena moral a los distribuidores, como Rubén, Nina y Lorena. No perdamos de vista que nuestro punto de entrada fueron los espacios de comensalía pública y el tratamiento concedido a los alimentos. Y como señalamos al comienzo de este artículo, la alimentación al cumplir una necesidad biológica su análisis nos introduce en el debate sobre las formas de la reproducción social, sus amenazas y peligros.

Como vimos, la literatura sobre políticas alimentarias al pensar el problema a partir de la necesidad y concebirla como "estrategia" no puede explicar por qué las personas no usan los circuitos aún cuando sus condiciones de reproducción dejan de ser "adecuadas". En otras palabras, ¿por qué las personas aún cuando pasan necesidad no mandan a sus hijos al comedor? La necesidad, la carencia material o el instinto de sobrevivencia no pueden responder esa pregunta. En primer lugar, porque se trata de un problema de explicación básico señalado por Sigaud (212) en su reseña del célebre Death without weeping de Nancy Sheper-HughesD. Para Sigaud explicar los comportamientos sociales de las madres en relación con sus hijos en términos de "penuria" o "hambre", constituye un peligro que ignora una regla sociológica básica enunciada por Durkheim, que supone explicar los hechos sociales a partir de otros hechos sociales. De lo contrario, al reducir los compartimientos sociales a la experiencia biológica del hambre estamos desconociendo la mediación de un aspecto fundamental, como si entre la experiencia biológica del hambre y los comportamientos sociales no existiera la mediación de lo social. De modo que tal conexión no puede ser demostrada. En el comedor de Santa Rita, así como Julia se llevaba la comida, había otras mujeres que se negaban a hacerlo, probablemente porque temían convertirse en objeto de chisme o porque de esa manera se sentirían en deuda con Nina y preferían no deber un favor. Como quiera que sea, sus conductas no se explican por la "carencia de alimentos" o el "hambre" y la "desnutrición", o de manera más técnica como "estrategias de supervivencia". Sino por un entramado de relación de dependencia recíproca que creaba mutuas obligaciones y derechos.

La comida preparada adquiría un nuevo valor creado a través del trabajo diferencial de cada una de las participantes. Había allí creación de valor y consecuentemente la constitución de un derecho. De ahí, la disputa. Del mismo modo, que sobre los alimentos secos. Eran estos objetos de inmenso valor que incluso podían tener usos múltiples para los vecinos de La Matanza y esos cambios de significado eran vividos con profunda irritabilidad y eran fuente de numerosos conflictos.

La creación de plus valor en los circuitos de redistribución de recursos públicos fue señalada inicialmente por Borges (26) y reiterada por Quirós (211). Sin embargo, es necesario precisar sobre el tipo de recurso que se trata. Las personas no vivían del mismo modo la pérdida

del plan que la negativa por la entrega de la mercadería. Cuando eran excluidas del plan la pérdida era vivida como si se tratara la pérdida de un empleo. Esto es, con angustia y decepción pero era una pérdida que podía aceptarse. Por el contrario, la negativa a la entrega de la mercadería era una sensación que no se podía soportar. En una oportunidad, en que presencié la entrega de las bolsas de los alimentos en Santa Rita, a un grupo de vecinos que la asistente social le negó la entrega, luego de una encuesta que evaluaba el equipamiento de sus hogares, se desataron escenas de ira que por poco terminaron en golpes de puño y agresión física entre mujeres. Incluso en el propio comedor, cuando la comida era redistribuida al final de la jornada, Julia señaló que Rosa podría terminar con un ojo moreteado por los controles que ejercía sobre las raciones que correspondían a cada una.

En suma, el potencial de conflicto y la inestabilidad resulta inherente a todas las relaciones sociales e interacciones en torno de los alimentos en La Matanza. Sobre los alimentos recaen ciertos tabúes que en las escenas retratadas de Santa Rita fueron reveladas a través del chisme. Aspectos que no se revelaban cuando se consideraban los planes como punto de entrada para el análisis de tales circuitos. El chisme era la forma de decir aquello que no podía decirse abiertamente; o también y lo que es lo mismo el chisme era la expresión del tabú quebrantado. Y cuando una norma se transgrede algo se contamina, en este caso que la pobreza era la condición de posibilidad de la política; y que, en gran medida, era aquella la que permitiría el ascenso de Rubén a un cargo electivo y de Lorena a un puesto estable en una Subsecretaría de la Nación.

En definitiva, esta etnografía nos ha permitido mostrar que las relaciones sociales en torno a los alimentos son constitutivas de una forma social en los diversos barrios de La Matanza (focalizando sobre el significado de los alimentos y su rol en circuitos de intercambio) ; y ha mostrado que en las interacciones entre los dadores y sus contemplados, los alimentos producen una compleja red de relaciones de dominación en las que se inscriben las tres obligaciones morales señalas por Mauss (23): dar, recibir, retribuir. Una dinámica de relaciones constantemente abierta a la modificación que, aún así, conseguía crear fuertes lazos entre dadores y contemplados, todos ellos vecinos de barrios matanceros. Circuitos de redistribución que si bien creaban jerarquías y diferencias de estatus tenían lugar en un universo de iguales.

Sin embargo, había otros elementos en juego que no se ceñían al barrio sino que configuraban relaciones de poder y dominación que involucraban al Estado, los movimientos sociales y el Partido Justicialista. Más precisamente a la capacidad del Estado para negociar en otros ámbitos desde "La Matanza movilizada"; y a la visión del Estado en tanto gobierno con su capacidad para movilizar buena parte de sus estructuras con la intención de neutralizar el conflicto social. Sin descuidar, a su vez, que en esas relaciones era posible reconocer los grados de autonomía diversos que el Estado concedía a partidos y movimientos. Tenemos dos ejemplos elocuentes. En primer lugar, la mercadería. Para la asignación de la mercadería, Rubén debía lidiar con asistentes sociales que verificaban los equipamientos de las casas para conceder a los vecinos la mercadería que se entregaba en bolsas cerradas con los mismos productos para todos los vecinos. Por el contrario, la mercadería que entregaba la FTV, y que las mujeres reclamaban a Lorena, se hacía a través de los referentes quienes decidían a quién y qué productos entregarles. La mercadería era retirada de la capilla de El Ingenio en bultos que, luego Lorena entregaba en su casa a cada una de las participantes de la copa de leche. El segundo ejemplo es en relación con los planes. Rubén sólo recibía planes Jefes de Hogar, que eran planes cerrados, en los que los beneficiarios no podían reemplazarse por otros y las bajas sólo eran agenciadas por el Ministerio de Trabajo en función de los hijos cuando alcanzaban la mayoría de edad, o cuando el jefe de hogar obtenía empleo o por problemas con la documentación de los beneficiarios. Por su parte, la FTV además del plan jefes administraba el PEC (Programa de Empleo Comunitario) el cual no tenía el requerimiento de los hijos, debía ser renovado cada tres meses y los beneficiarios podían ser reemplazados unos por otros. De ahí el temor de Jimena por ausentarse de la movilización y que, por esa razón, Lorena la excluyera del beneficio. Una decisión que Rubén estaba imposibilitado de tomar en relación con sus beneficiarios o vecinos.

Al mismo tiempo, lo que esta etnografía nos permite discutir son los límites del lenguaje teórico con que interpelamos a nuestros interlocutores de campo. En el caso concreto del comedor de Rubén y más aún en el de la copa de leche de Lorena, el concepto de Estado resultaba debilitado siendo la noción de gobierno más adecuada para lidiar con las formas de la vida cotidiana signada por cambios permanentes. Pero esta noción que supone, siguiendo a Borges (26), considerar la dimensión vívida del Estado, no exógena al contexto estudiado sino surgido del ejercicio de un gobierno que otorga recursos; y cuya relación con los beneficiarios más que de deuda es antes una relación de apreciación reflexiva, que se traduce en la sensible manipulación de los instrumentos de navegación a disposición en un gobierno, capaces de suplantar la inexistencia práctica de derechos universales garantizado por un Estado concebido abstractamente solo en nuestras teorías. El gobierno es, entonces, el que sustituye o repara la ausencia práctica de derechos universales mediante la gestión de las políticas públicas o los recursos como los planes y mercaderías. Sin embargo, tal sustitución era posible mediante la combinación de dos elementos: un gobierno que pone en práctica una "apreciación reflexiva" y una "manipulación sensible" de recursos, que en última instancia son cedidos a cambio de votos, debía ser un gobierno democrático en pleno uso de sus instituciones a fin de garantizar derechos universales enunciados pero no ejercidos (Borges, 26:12). En segundo lugar, la necesidad de reparación supone la existencia de desigualdades sociales de las que nos testificaban vívidamente los vecinos matanceros.

En suma, pobreza y democracia se requerían mutuamente para performar estos circuitos de redistribución de recursos públicos. Varios eran los efectos de esta combinación. En primer lugar, el gobierno al conceder la redistribución de recursos no sólo a través de las redes constituías por los municipios gobernados por el peronismo sino también por los movimientos u organizaciones piqueteras había contribuido a neutralizar el conflicto social. Ahora peronistas y piqueteros contribuían a sostener un mismo gobierno. Sin embargo, con los rumbos que Rubén, Nina y Lorena dieron a sus vidas contribuyeron a gestar una nueva modalidad de política pública ya no amparada en criterios impersonales sino en aquellos que resultaban de "la política" o la "lucha social". De esa manera, daban a su práctica un sentido pedagógico que procuraban transmitir a sus contemplados. Más que reproducir un orden social, la intervención de Rubén, Nina y Lorena había conseguido alterar una modalidad del servicio público sostenida en base a una supuesta racionalidad y a un deber ser de "igualdad para todos"; y abría un nuevo camino donde la política popular incluía aspectos impensados del orden moral como los tabúes y los chismes particularmente ausentes en estudios de políticas públicas sólo pensadas en base al cálculo y la racionalidad.

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