SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.23 issue1Comments on sexual practices and their ethnographic challenges author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

  • Have no cited articlesCited by SciELO

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Apuntes de investigación del CECYP

On-line version ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP vol.23 no.1 Buenos Aires June 2013

 

Editorial

 

Hacia fines de 1928 se publica en Florencia la novela Lady Chatterley's lover (El amante de Lady Chatterley) del escritor inglés D.H. Lawrence. Esa primera edición es limitada, pero basta para producir un verdadero escándalo en el mundo anglosajón. En 1932 se editó una versión expurgada y recién en 1959, en EEUU y en 1960 en Gran Bretaña, veinte años después de la muerte del autor, se publica una versión completa destinada al público en general.

Aunque hoy resulte sabido, es bueno insistir y preguntarse, qué había en esa novela que fue objeto de tamaña censura. En los términos de la época de su primera edición, se habló sin ambigüedades de pornografía, por lo tanto, de vulgaridad y de ofensas a la moral. No es que en los ambientes cultos de ese período no se atendiese al sexo como algo a tomar en cuenta en ciertas situaciones. Año más, año menos, para el mismo momento, la potente antropología de la época que daba cuenta de culturas "otras", producía dos obras fundamentales: La vida sexual de los salvajes del noroeste de la Melanesia, de Bronislaw Malinowski, y Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, de Margaret Mead. En estos casos se hablaba de rituales eróticos, masturbación, de sexo bajo las palmeras. Y no es que no llamase la atención. Malinowski se molestaba porque "... la mayor parte de los lectores no se han enterado del objetivo principal de mi libro. Lo que ha despertado el interés general han sido los detalles sensacionalistas: la evidente ignorancia de la paternidad biológica, la técnica del acto sexual, ciertos aspectos de la magia erótica, y una o dos rarezas del llamado sistema matriarcal" (Malinowski, 1975: 26).

Parte de ese público culto que molestaba a Malinowski no solo atendía a un relato que incluía cuestiones relativas a prácticas sexuales, sino que lo hacía intensa y parcialmente reparando en algunas cuestiones que producían la censura de El amante de Lady Chatterley.

Claro -se argumentará con fundamento-; en el primer caso se trata de un objeto científico y entonces el contrato de lectura implícito es distinto. El estudio antropológico posibilita una mirada distante. Y en verdad, en principio, puede tomarse como doblemente distante. Primero, porque tiene pretensión de conocimiento objetivo, y segundo, lo que habilita miradas cultas no especializadas, porque esas prácticas son realizadas por otros no sólo lejanos en la geografía, sino en la percepción en cuanto a su status cultural. Son muy otros e inferiores, entonces la lectura puede no ser científica, pero estará mediada por el entusiasmo de la contemplación de lo exótico. Con un recurso, quizás exagerado, pero pertinente para fortalecer la argumentación sobre ese lector culto, se podría sostener que es posible curiosear minuciosamente las prácticas sexuales de especies inferiores, tanto como el canibalismo, porque a ellas se las observa con el filtro que las despoja de moral, entendiendo esto como sinónimo de la moral humana que es la moral del propio grupo de lectores.

En la novela de Lawrence el personaje es una igual, o, para decirlo más claramente, alguien ubicado en los escalones superiores de los iguales. Es Connie, mujer de 27 años, culta, de una aristocracia menor, casada con un hombre de familia poderosa que había quedado inválido e impedido en una acción militar. El personaje Connie se relaciona con el guardabosque de la propiedad, Mellors, y se convierte en su amante. El primer elemento a tomar en cuenta es que la novela en cuanto a su forma, a sus procedimientos literarios, no presenta los obstáculos de las vanguardias que habían florecido y logrado legitimación en los prestigiados círculos de pares en los grandes centros culturales de la época. Por el contrario, el relato de El amante de Lady Chatterley, desde su mismo título puede llegar con amabilidad a lectores habituales de novelas comunes, de folletines con vocación de escándalo. La leerán acaso muchos lectores de Joyce, pero seguramente ese tipo de relato podía producir el interés de una gran masa de lectores que, directamente, ignorasen la existencia del Ulises y de su autor. La novela de Lawrence pone sobre la mesa una serie de cuestiones que las ciencias sociales que se ocupan de analizar las sociedades occidentales desarrolladas, recién abordarán seriamente (aunque es parte de un proceso que lucha por imponer estas cuestiones desde décadas anteriores), a partir de los años ochenta del siglo XX. Para la época, aunque los años veinte produjeron conductas transgresoras en diversos círculos culturales, resultaba complicado hasta el abordaje del adulterio femenino. Pero además, en este caso, se trataba de un adulterio aún más difícil, porque el afectado era un hombre de alto status social con el agregado de ser inválido de guerra. Las ofensas a un guerrero no son fáciles de perdonar en las sociedades imperiales en las que estos ocupan, quizás, el status de honorabilidad más alto. Y es posible que ante el impedimento, el propio afectado y la comunidad, disimulen transgresiones bajo formas relativamente ocultas dentro del propio círculo social. Hechos que pueden formar parte de un murmullo y que no se ignoran, pero que su puesta en evidencia es calificada como vulgar. La novela le agrega al adulterio femenino un par de cuestiones más difíciles de asumir por las miradas de época. La relación con alguien de una clase social decididamente inferior, pero, sobre todo, aparece de manera singular y desacomodadora, el placer femenino. Porque no lo hace bajo una forma que podría remitirlo al exotismo y hacerlo tolerable literariamente, como el sensacionalismo de la familiaridad con lo animal, sino que narra un placer explícito y además rodeado de ternura. Lo que para la época le daba un insoportable toque de humanidad.

Por supuesto que las ciencias sociales tienen limitaciones como cualquier disciplina en cuanto al desarrollo conceptual de sus herramientas teóricas y de ciertos recursos técnicos que día a día se van modificando en relaciones conflictivas con el estado de conocimiento anterior. Pero una de sus limitaciones más fuertes es el trabajo contra algunos obstáculos que a vista de extranjero pueden resultar evidencias. Son las variables culturales que habilitan o no habilitan a ocuparse y a mirar ciertas cosas, en la mayoría de los casos simplemente porque la barrera cultural que impide la atención sobre tal o cual hecho, actúa poderosamente sobre todos los agentes sociales y también, en casos como el que nos ocupa en este número de la revista, en el científico de los hechos sociales. La posibilidad potencial de construir, por ejemplo, el concepto de género, está en las reflexiones de Marx sobre la naturalización de las relaciones sociales en la segunda mitad del siglo XIX; y en Durkheim, cuando radicaliza el análisis sociológico y sostiene que el tiempo y el espacio son construcciones histórico sociales; también en el Weber del análisis de las religiones. Pero claro, su uso para construir objetos analíticos tomando como referencia algunas relaciones sociales concretas del mundo específico en el que participan los investigadores, tiene limitaciones que no son conceptuales, sino obstáculos culturales para aplicar la sociología del conocimiento que se ocupa de indagar en las visiones del mundo entendidas como productos histórico culturales.

Este número publica trabajos que no habrían sido imaginados como objetos analíticos a fines de los cincuenta, ni siquiera en la primera mitad de los sesenta. En el presente, forman parte del paisaje habitual de las agendas de las ciencias sociales y en muchos casos se trata de áreas que han tenido una influencia decidida en el progreso del conocimiento sobre nuestras propias sociedades, y han participado directamente en definiciones significativas de políticas públicas. No obstante, hace bien recordar que esta habitualidad es el resultado, por supuesto de debates académicos, pero, sobre todo, de luchas políticas concretas de distintos grupos que, al fin, habilitaron y le dieron fuerza social a esos debates.

Bibliografía

  1. Lawrence, David Herbert. 2006. El amante de lady Chatterley, Madrid: Alianza.         [ Links ]
  2. Malinowski, Bronislaw. 1975. La vida sexual de los salvajes del Noroeste de Melanesia. Madrid: Ediciones Morata.         [ Links ]
  3. Mead, Margaret. 1993. Adolescencia, sexo y cultura en Samoa. Buenos Aires: Planeta Agostini.         [ Links ]

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License