SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.23 issue1Comments on sexual practices and their ethnographic challengesSex, love and money: Socio-sexual imaginary in television representations of prostitution in Argentina author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

  • Have no cited articlesCited by SciELO

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Apuntes de investigación del CECYP

On-line version ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP vol.23 no.1 Buenos Aires June 2013

 

TEMA CENTRAL: Sexo

El significado de la compra. Deseo, demanda y comercio de sexo*

The meaning of the purchase desire, demand, and the commerce of sex

 

Elizabeth Bernstein**

* Traducción: María Belén Riveiro. Traducido de: Bernstein, Elizabeth .2001. "The Meaning of the Purchase: Desire, Demand and the Commerce of Sex" Ethnography 2: 389-420.
** Barnard College, Universidad de Columbia.

Estoy sumamente agradecida con Kerwin Kay, Laurie Schaffner, Loïc Wacquant, Kristin Luker, Paul Willis, Lucinda Ramberg, Will Rountree y Lawrence Cohen por su apoyo, sus comentarios y sugerencias.

Se modificaron todos los nombres y demás detalles que pudieran revelar la identidad de las personas o de los negocios a fin de proteger su anonimato. Los datos geográficos, cuando se los incluyó, no se modificaron para respetar las especificidades espaciales de lo descripto.


Resumen

Entre feministas y otros académicos se dieron debates que abordan teóricamente la pregunta acerca de qué se compra cuando se realiza una transacción en el negocio de la prostitución y si el sexo es un "servicio como cualquier otro". Sin embargo, no se fundamentó de manera empírica la respuesta a estos interrogantes. A fin de indagar en los sentidos otorgados a los diferentes tipos de intercambio comercial de sexo, el presente artículo recurre a observaciones realizadas durante el trabajo de campo, cuando se realizaron entrevistas a varones, clientes de trabajadores de sexo comercial, y a funcionarios públicos encargados de regular dicho comercio. El desarrollo de proyectos estatales para problematizar la sexualidad masculina en Estados Unidos y Europa Occidental se evidencia por el arresto de clientes y los programas de reeducación, la confiscación de vehículos y leyes más estrictas sobre la prostitución de menores y sobre la posesión de pornografía infantil. Simultáneamente, la ética del consumo de sexo se volvió cada vez más desenfrenada, lo que se rastrea en el despegue de la demanda de pornografía, clubes de estrípers, bailes eróticos, acompañantes, sexo telefónico y "turismo sexual" en los países en desarrollo. Al insertar el intercambio comercial de sexo en un contexto más amplio de transformaciones postindustriales de la cultura y de la sexualidad podemos comenzar a desentrañar esta paradoja.

Prostitución; masculinidad; deseo; mercantilización; intimidad; trabajo sexual; gentrificación

Abstract

Feminists and other scholars have debated theoretically what exactly is being purchased in the prostitution transaction and whether sex can bea service like any other', but they have scarcely tackled these questions empirically. This article draws upon field observations of and interviews with male clients of commercial sex-workers and state agents entrusted with regulating them to probe the meanings given to different types of commercial sexual exchange. Manifested by client arrests and re-education, vehicle impoundment, stricter laws on underage prostitution and the possession of child pornography, recent state efforts to problematize male sexuality throughout the USA and Western Europe have been developed alongside an increasingly unbridled ethic of sexual consumption, as evidenced by soaring demand for pornography, strip clubs, lap-dancing, escorts, telephone sex and vsex tours' in developing countries. By situating commercial sexual exchange within the broader context of post-industrial transformations of culture and sexuality, we can begin to unravel this paradox.

Prostitution; masculinity desire; commodification; intimacy; sex-work; gentrification


 

 

De repente, el auto arranca. Volvemos a movernos, pero no estoy segura de a quién estamos persiguiendo. Parece ser que una mujer subió con una "cita" (como se denomina a los clientes en la jerga del sexo comercial) al auto que está delante de nosotros. Lo seguimos a toda velocidad por una o dos cuadras, pasando las vías del tren, hacia una zona desierta con pocos autos y pocas personas. De hecho, no hay nada en ese lugar salvo algunos depósitos abandonados. Aunque brilla el sol en California, la atmósfera es densa.

Sucede en cuestión de segundos. En solo unos minutos, todo termina. Pisan los frenos y dos policías salen rápidamente del auto. Me hacen gestos para que los siga.

Los demás miembros de la unidad especializada en delitos callejeros ya se encuentran en la escena. Hicieron que una camioneta Chevrolet azul se detuviera y esposaron al conductor, un hombre robusto pero que está temblando y que trata de ser obsecuente aunque está aterrado. Dos policías lo apuntan con sus armas. El policía que lo está arrestando, el sargento y también otro policía más lo rodean. Mientras tanto, las mujeres policías le hacen gestos a Carla, que estaba en el asiento, para que se acerque y comienzan a hablar con ella. Intentan obtener su versión de lo sucedido para utilizarla como prueba. Carla se encuentra bastante cansada y bajo el efecto de drogas aunque permanece lúcida. Parece que es una de las tantas prostitutas callejeras a quien los policías conocen por su nombre, ya que la arrestaron en repetidas ocasiones durante los aproximadamente diez años que lleva trabajando. No obstante, hoy no es ella la principal preocupación de la policía.

Me quedo por detrás de la escena donde rodean al hombre, observo, hay armas que lo apuntan y de a momentos se suceden muestras de poder y de miedo. Mi corazón palpita. Intento escuchar y me siento un poco culpable por ser parte de esto. El policía que arresta al hombre adopta una postura severa y pronuncia un monólogo breve, como hecho para la televisión:

Quiero que me diga qué sucedió... Recuerde, hablamos con ella. Ya lo sabemos... ¿Qué creía que iba a hacer?... ¿Usó preservativo?... ¿No? Entonces, ¿acabó en la boca?... ¿La miró siquiera? ¿Vio aquella asquerosa porquería que ella tiene en las manos? Ahora la tiene toda sobre su pitito... ¿Tiene esposa o novia? Cuando vaya a su casa le va a contagiar lo que acaba de contraer. Todos lo pensaron, pero no tiene que arriesgarse. La próxima vez que esté excitado, ¿por qué no compra porno y se masturba?

Antes de liberar al hombre que habían arrestado, los policías le entregan una citación con la fecha para asistir al tribunal.

Más tarde, esa misma noche, llego a un "teatro erótico" famoso con una amiga. Me siento cansada pero quiero saber qué sucede allí. El teatro es célebre por ser el club sexual más selecto de los catorce que se encuentran en esa zona. En ellos hay estríperes que también realizan bailes eróticos y, en los últimos años, los servicios de "mamar" y "masturbar" están disponibles para la compra aunque de manera extraoficial. Nos abrimos camino entre el pequeño grupo de empresarios asiáticos que esperan afuera y llegamos a la entrada. Nos recibe un hombre de mediana edad que usa anteojos y que, de manera amable, nos cobra US$ 45 a cada una. No parece sorprenderse de que hayamos elegido venir aquí, aunque seamos las únicas mujeres que vinieron esta noche como clientes. Un recipiente que contiene preservativos se destaca junto a la puerta.

* * *

Un empleado nos muestra el lugar y describe los shows, lo hace también de una manera natural. Las habitaciones tienen nombres como "El club VIP" y "La sala del lujo". Las luces son tenues pero el lugar está limpio, ordenado y es espacioso. El piso no está recubierto pero no tiene ni una mancha. Nos dirigimos hacia el escenario principal que se encuentra en la habitación del fondo, donde una joven en forma y bronceada viste una tanga brillante y baila acompañada de música disco y de luces de boliche. Se contonea, gira y se mueve con ímpetu, abre y cierra las piernas. Su compañero es un caño largo y plateado que desde el piso se erige verticalmente. Los clientes miran el espectáculo y yo los observo. Estiran el cuello para ver mejor a la bailarina. Todos los asientos están ocupados, solo hay lugar para permanecer parado. "Imagina llegar a tu casa y que te esté esperando esto", le dice efusivamente un empresario de tez blanca que lleva un traje de color oscuro y corbata roja a uno de sus colegas. El espectáculo finaliza cuando la bailarina se abre paso en medio de la audiencia y camina de manera sigilosa hacia algunos de los clientes que le acarician el cuerpo y ponen billetes de US$20 bajo la liga.

Muchos de los clientes son muy jóvenes. Tienen menos de 25 años, quizás son menores de 20, blancos y usan gorras y ropa deportiva. Es claro que estas personas vinieron en grupo. Aquellos que tienen entre 30 y 40 años constituyen otra categoría, empresarios de tez blanca que visten trajes, también se juntan en grupos de tres o cuatro. A su vez, se encuentran los solitarios, en general, tienen menos de 50 años, suelen ser blancos aunque hay, a su vez, negros y latinos. Todos parecen sanos y su apariencia y su porte son los de un hombre promedio. A simple vista, contradicen el estereotipo acerca de que la industria del sexo apunta a hombres mayores que no pueden conseguir pareja.

En una habitación llamada "Amsterdam en vivo", el escenario central está rodeado de un círculo de pequeños cubículos que se encuentran en un nivel más bajo que el escenario y que están separados del espectáculo por unas cortinas de red negras y finas. Esta disposición permite que la cabeza y el cuerpo del cliente sobresalgan mirando hacia el escenario y que las mujeres miren hacia los cubículos, de espalda al escenario. Encima de los cubículos hay espejos por lo que los clientes pueden ver a algunos de los otros clientes y a quienes brindan el espectáculo. Dos hermosas jóvenes salen, tienen un pelo brilloso que les llega a la cintura y tacos muy altos. Están desnudas salvo por los corsés blanco y negro que dejan descubiertos los pechos y genitales. Realizan un acto sexual muy estilizado y coreografiado y se besan y lamen. Luego, aunque el personal advirtió que se debía permanecer en los cubículos, las mujeres se acercan a cada uno para ofrecer un "espectáculo". Rápidamente, ambas descienden hacia los cubículos oscuros donde manos ávidas las toman por lo que desaparecen un momento de nuestra vista. (Notas de campo, Área de la Bahía de San Francisco, mayo de 1999).

Entre feministas y otros académicos se dieron debates que abordan teóricamente la pregunta acerca de qué se compra "en realidad" cuando se realiza una transacción en el negocio de la prostitución: ¿se trata de la relación de dominación? ¿Es amor, una adicción o placer? ¿El sexo puede constituir un servicio como cualquier otro?1 Sin embargo, no se fundamentó de manera empírica la respuesta a estos interrogantes. A fin de indagar en los sentidos que los diversos consumidores otorgan al intercambio comercial de sexo, el presente artículo recurre a observaciones realizadas durante el trabajo de campo, cuando se realizaron entrevistas a a clientes varones de trabajadores sexuales y a funcionarios públicos encargados de regular dicho comercio. Además, insertaremos el intercambio mercantil de sexo en un contexto más amplio de transformaciones postindustriales de la cultura y de la sexualidad.2

Comencé con las dos escenas etnográficas mencionadas anteriormente que constituyen una paradoja. La primera describe el novedoso y creciente fenómeno del arresto a clientes heterosexuales de prostitutas callejeras. Ello resulta una estrategia de intervención estatal directa sobre el deseo sexual masculino sin precedentes. A fines de la década de los 90 del siglo XX, ciudades estadounidenses como San Francisco y Nueva York, por primera vez, comenzaron a presumir de las tasas de arrestos de clientes varones cuyas cifras se acercaban a las de los arrestos de prostitutas. Así se transforma un patrón histórico que el feminismo critica hace tiempo (Pheterson, 1993; Lefler, 1999).3 La segunda escena nos transporta al "teatro erótico" local donde se consumen actos sexuales, de manera legal y hasta cierto punto cultural, como instancias que no se problematizan y que suponen un derecho que se tiene sobre el sexo. Allí también se establecen vínculos entre los hombres.

Si bien la ética del consumo de sexo se volvió cada vez más desenfrenada, en Europa Occidental y Estados Unidos se llevaron a cabo proyectos estatales para problematizar el deseo heterosexual masculino: aumentó la cantidad de arrestos a clientes, se crearon programas extrajudiciales como las escuelas de reeducación para clientes de prostitución (John Schools),4 se confiscaron vehículos y se volvieron más estrictas las leyes nacionales e internacionales sobre clientes de prostitución de menores y sobre la posesión de pornografía infantil. En los últimos treinta años, hubo un despegue en la demanda de los servicios sexuales que se ofrecían comercialmente, demanda que, a su vez, se especializó teniendo en cuenta aspectos tecnológicos, geográficos y sociales. El comercio de sexo se amplió y su variedad comprende espectáculos sexuales en vivo; todo tipo de mensajes, videos e imágenes pornográficos ya sea digitales o impresos; clubes del fetichismo; "emporios" del sexo que ofrecen bailes eróticos sobre los regazos de los clientes o contra las paredes; agencias de acompañantes; sexo telefónico o virtual; striptease en estacionamientos y desde los automóviles; tours sexuales hacia países en desarrollo (Kempadoo y Doezema, 1998; Lopez, 2000; Weitzer, 2000a). El comercio de sexo devino una industria multimillonaria que despliega diversas facetas. Producto de otros sectores de la economía mundial, como cadenas hoteleras, empresas de telefonía de larga distancia, empresas de televisión por cable y tecnología informática, el comercio de sexo también impulsó proyectos en aquellos sectores.5 Así como las películas de porno duro en VHS llevaron directamente a que se comenzaran a introducir las videocaseteras en los hogares, también la pornografía en cd o en Internet se vincula estrechamente con la aceptación y difusión amplia de estas nuevas tecnologías (Schlosser, 1997; Lane, 2000). Diversas empresas de investigación sobre Internet informan que un tercio de las personas que navegan en Internet visita páginas pornográficas, en general durante el horario del trabajo, y que incluso hasta 1997 gran parte de las páginas pagas de Internet eran pornográficas (Learmonth, 1999; Prial, 1999; The Economist, 2000).

Aparece en estos procesos sociales contradictorios una tensión entre el sexo recreativo y la presión normativa por el retorno del sexo romántico. Este último fenómeno cultural se vio acompañado por la aparición simultánea del Viagra y de los tratamientos de "12 pasos" para vencer la adicción masculina al sexo. El "sexo" como imperativo cultural y objeto de la tecnología, libre de las ataduras de los lazos emotivos o románticos, y la concepción de un comportamiento erótico que no está delimitado por una relación como una "adicción" patológica son productos de la misma época y del mismo lugar. El objetivo de este artículo es desentrañar esta paradoja.

Se atribuyó a una conquista de la segunda ola del feminismo los intentos recientes de modificar la sexualidad masculina. Incluso, se describió que el estigma social que cargaba el vendedor de los servicios sexuales pasó al comprador (Kay, 1999). Sin embargo, la mayoría de estos debates no tuvieron en cuenta las variables más generales y estructurales. No obstante, tanto el hecho de que el Estado intervenga en las prácticas heterosexuales de varones (en general de sectores de clases bajas) como que la cuestión de género vuelva a pesar sobre el estigma sexual en fracciones de la clase media se vincula con las transformaciones más amplias que fueron las primeras en dar lugar al rápido crecimiento de la demanda de servicios sexuales. En los procesos de industrialización de los siglos XIX y XX, el "mal" en la prostitución se le adjudicaba a las prostitutas.6 Además, en las obras clásicas de la ciencia social, la prostitución como institución social era descrita como la metáfora paradigmática de la explotación inherente al trabajo asalariado (Marx, 1978^844]; Engels, 1978^884]; Simmel, 1971[1907]). No obstante, a fines del siglo XX, el paso de una economía basada en la producción a aquella que lo hace en el consumo dio cuenta de un cambio de foco tanto en las críticas de la moral como en las reformas políticas: se da un proceso de normalización en la forma en que se considera a quien se prostituye, "víctima" o "trabajador sexual",7 mientras que la atención y las sanciones se desplazan desde las prácticas laborales hacia el comportamiento del consumidor.

A continuación se traza una breve genealogía de los discursos académicos y políticos sobre el deseo sexual masculino y de la demanda de los consumidores que se desarrollaron durante el siglo pasado. Luego, el lector se encontrará con diversos escenarios donde tiene lugar el consumo comercial de sexo. Ello permite explorar los sentidos y motivaciones que los clientes otorgan a sus propias actividades en el presente. En el último apartado, se contrastan estas interpretaciones con proyectos de organismos estatales cuyo objetivo es moldear la demanda producto de un mercado sexual en auge y diversificado. La discusión que recorre este artículo se basa en quince entrevistas en profundidad a consumidores de sexo varones, cuarenta entrevistas en profundidad con trabajadores sexuales (tanto varones como mujeres), un análisis de periódicos porno locales y de otros medios impresos y digitales, y un trabajo etnográfico en mercados de sexo en seis ciudades del norte de California y de Europa Occidental llevado a cabo a lo largo de cinco años.8

 


IMAGEN 1. En los últimos años, el comercio de sexo se expandió más allá de la prostitución para abarcar un amplio conjunto de productos y servicios sexuales, como lo ejemplifica este anuncio de Internet de un "emporio del sexo" de San Francisco.

Una explicación sobre la demanda comercial de sexo

Los estudios sobre prostitución, tanto desde el ámbito de las políticas sociales como desde el académico, abordaron los diversos fenómenos relacionados con el comercio de sexo mediante un marco estrecho basado en las causas, el trato y la simbología social de la prostitución femenina. La cruzada por la pureza del siglo XIX en Estados Unidos intentó problematizar la sexualidad masculina. La campaña buscaba reemplazar la doble moral por aquella que se centrara en la mujer a fin de convertir la propuesta en política de Estado. Sin embargo, dichos intentos fracasaron (Luker, 1998). Luego de la era progresista,9 el ámbito académico y social le presto mucha menos atención al tema de la prostitución en tanto las teorías funcionalistas y psicoanalíticas volvieron a introducir la doble moral y no solo no problematizaron la dimensión de los clientes varones de la prostitución sino que además la inscribieron como parte estructural de la institución del matrimonio (Davis, 1937; Greenwald, 1958).10 En las décadas de los 70 y 80 del siglo XX, tanto la sociología de la desviación como las teorías feministas concebían a quienes de prostituían, pero no a los clientes, como un sedimento, con fuerte carga simbólica, de corrientes sociales más amplias. Si bien parte de la segunda ola del feminismo criticó que no se hiciera foco ni sobre los clientes varones (McIntosh, 1978; Hoigárd y Finstad, 1986; Hobson, 1990) ni sobre la doble moral sexual, fundamento de lo anterior, fue solo en la última década cuando surgió un grupo de obras empíricas que mantuvo el eje en los clientes varones del comercio de sexo.

En los últimos quince años, una nueva generación de investigadores del feminismo social emprendió un grupo pequeño pero cada vez más numeroso de estudios cualitativos sobre el comportamiento de los clientes.11 Al mismo tiempo, las investigaciones cuantitativas que partieron de la influyente obra de Kinsey (1948), no obstante las deficiencias metodológicas, y que otorgaron especial atención a las propuestas del feminismo por visibilizar la dimensión de los clientes varones del comercio de sexo, comenzaron a correlacionar la proclividad de los varones por contratar servicios de prostitución con otros patrones sociodemográficos. En el análisis de la Encuesta nacional de salud y vida social de 1993 de la Universidad de Chicago, los investigadores Elliot Sullivan y William Simon hallaron que variables como cohorte etario, experiencia en el ámbito militar, educación y raza/etnia son predictores estadísticamente relevantes para explicar la compra comercial de sexo (Sullivan y Simon, 1998).12 Se demostró que la proclividad de participar del comercio de sexo varía de manera sistemática en relación con la personalidad de cada uno, lo que incluye "conflictos socio-emocionales", medidos por las emociones y la insatisfacción emocional y física que los individuos mencionan experimentar, el hecho de no sentirse deseado o insatisfecho sexualmente, y, lo que resulta más interesante, el "no tener sexo como una expresión de amor" (Sullivan and Simon, 1998: 152). También se realizó la correlación con una visión "mercantilizada" de la sexualidad, medida por la cantidad de personas con las que se tuvo sexo, el uso de pornografía y la creencia de que se necesita tener sexo de inmediato cuando se está excitado (Monto, 2000).

Por último, el comportamiento del cliente se constituye en un elemento fundamental en estudios cualitativos más amplios sobre el intercambio comercial de sexo (Hoigárd y Finstad, 1986; McKeganey y Barnard, 1996; Flowers, 1998; O'Connell Davidson, 1998). En base a datos registrados mediante trabajo de campo y entrevistas, estos académicos crearon tipologías de clientes y de los motivos del consumo. Mientras que los interrogantes de las investigaciones que toman a las prostitutas como objeto se centran en las causas del fenómeno (¿cómo es que llegaron a eso? ¿Por qué haría eso una mujer?), esta investigación resalta las diferencias entre los varones, pero suele dar por sentado su condición de compradores. Entre los principales motivos identificados por los autores se encuentra el deseo por la parifilia de los clientes, la posibilidad de tener relaciones sexuales con personas de edades específicas así como de razas y físicos determinados, la atracción hacia relaciones sexuales clandestinas y sin "ataduras emocionales", la soledad, problemas en el matrimonio, la búsqueda por detentar poder y control, el deseo de dejarse dominar o de tener actos sexuales "exóticos" y la emoción de quebrar tabúes. Más allá de lo perspicaz de estas obras y de lo provocadoras, no logran explicar los motivos de los clientes andándolos en hechos históricos específicos o vinculándolos con instituciones sociales y económicas, que podrían ser las que estructuran por sí mismas las relaciones de dominación entre géneros que están implícitas en muchas de las categorías explicativas mencionadas anteriormente. En general, las tipologías se construyen como si estuvieran basadas en distintas características de una masculinidad ahistórica e inmutable. Dos excepciones a esta tendencia son los trabajos recientes sobre el comportamiento de los clientes, llevados a cabo por la antropóloga Anne Allison (1994) y la socióloga Monica Prasad (1999).

Nightwork es un trabajo etnográfico sobre un "club de anfitrionas" de Tokio donde jóvenes hermosas sirven tragos y encienden cigarrillos a empresarios, hablan con ellos mientras coquetean y se dej an manosear. Todos los gastos en los que se incurre allí los cubre la empresa. En Nightwork, Allison recurre a la teoría de la Escuela de Frankfurt para argumentar que "una característica de las sociedades que atraviesan el capitalismo tardío es que tanto el juego y el trabajo como el jugador y el trabajador coinciden, lo que la institución del entretenimiento pagado por las empresas supone y presupone" (1994: 23). Allison explica que la presencia por las noches de empresarios japoneses en el mizu shobai, la vida erótica nocturna, así como la distancia emocional frente a sus esposas y a sus familias resumen a la perfección la tendencia histórica mencionada. A su vez, "The morality of Market Exchange" (La moral del intercambio mercantil), un artículo basado en entrevistas telefónicas a clientes de sexo varones, toma la distinción clásica, articulada por Karl Polanyi y Marshall Sahlins, entre la sociedad de mercado y la premercantil. Allí, Prasad argumenta que el intercambio en el mercado de la prostitución posee en sí mismo una moral que es característica de las sociedades de consumo masivo. En las entrevistas se vislumbra que:

[l]os clientes llevan a cabo intercambios en el mercado de la prostitución que no se diferencian demasiado de los demás intercambios mercantiles de la actualidad: la información sobre la prostitución no se restringe a una elite sino que se encuentra disponible en todas partes, el contexto social enmarca la interpretación de la información, la criminalización de la prostitución no es un obstáculo para el intercambio, la decisión de continuar o no con el intercambio depende usualmente de cuan exitoso haya sido el negocio. En breve, de acuerdo con las respuestas obtenidas, en el capitalismo tardío de los Estados Unidos, el sexo se puede intercambiar como cualquier otra mercancía (1999: 1888).

Los entrevistados "valoran el 'intercambio mercantil' de sexo porque no supone la ambigüedad, la dependencia del status o la posible hipocresía que sí encuentran en el 'intercambio de regalos' del sexo propio de las relaciones románticas". En base a ello, Prasad concluye que "en la ferviente economía de libre mercado de las décadas de los 80 y 90 del siglo XX, el amor romántico podía juzgarse de manera negativa frente a aquel al que estaba subordinado a veces: los placeres del erotismo pasibles de un intercambio más neutral y transparente" (1999: 181, 206).

A diferencia de otros abordajes sobre clientes de sexo, las contribuciones de Allison y Prasad insertan el consumo de sexo en el contexto de un campo más amplio y normalizado de prácticas sexuales comerciales. Estos análisis comienzan a descubrir un cambio desde un modelo de comportamiento sexual relacional a otro recreativo, lo que conlleva una reconfiguración de la vida erótica en la que la búsqueda de la intimidad sexual no está obstaculizada sino que su camino es allanado por su ubicación dentro del mercado.13

Los contornos subjetivos de la intimidad del mercado

Estoy mucho tiempo solo, estoy acostumbrado, pero a veces necesito tener contacto físico. Prefiero obtenerlo de alguien a quien desconozco, ya que una persona a la que conozco querrá más. Uno se llega a sentir solo. Hay una chica con la que estoy saliendo. Me gusta que me presten atención. Pero nada más, para decirlo en pocas palabras. Me parece [la prostitución] emocionante, algo divertida. Es increíble que exista. Si no fuera ilegal más personas participarían. Muchas frustraciones de ambos sexos desaparecerían. (Don, 47 años, pintor de casas)

Me siento culpable cada vez que engaño a mi esposa. No soy un psicópata. Intento esconderlo tanto como puedo. Una vez, la engañé con alguien que no era una profesional. Fue agradable e íntimo. Además, ¡no tuve que pagar! De todos modos, sentí más culpa por haberme metido en la vida de otra persona, aunque ella supiera que yo estaba casado. Cuando pagas por sexo no debes preocuparte por eso. Soy conservador por naturaleza, pero creo en la libertad de elección. Si una mujer quiere hacerlo, ¡tanto más poder tendrá! Está brindando un servicio. No la estoy explotando. Lo estaría haciendo si encontrara a una chica candente de 25 años que no conoce demasiado para llevarla a almorzar y luego a la cama. (Steve, 35 años, gerente de seguros).

Mi esposa no comprende mi deseo de hacer esto. No tengo conflictos con ella. Tenemos una buena vida sexual. Hay un restaurant de comida vietnamita en las calles 6 y Market que me encanta, pero no quiero comer allí todos los días. (Rick, 61 años, procesador de datos)

Comencé a contratar el servicio de acompañantes cuando no encontraba muchos lugares para conocer mujeres. Me sentía aislado. Mis amigos se habían mudado. Estaba desmotivado. Es más real y humano que mastur-barse solo. Al principio salía a levantar chicas para tener sexo ocasional. Como eso no sucedía, me acostumbré. Fue tan fácil. (Dan, 36 años, analista de investigación)

Entre los diversos temas que cruzan los relatos de los clientes acerca de los motivos para comprar servicios sexuales, encontramos un hilo que, contra toda intuición, los atraviesa. Como explican Monica Prasad y Anne Allison, para una cantidad cada vez más grande de varones el erotismo y el etos del mercado no son antitéticos. De hecho, las narrativas de los clientes acerca del consumo de sexo, hoy en día, desafían la oposición cultural fundamental entre lo público y lo privado, base del capitalismo industrial de la modernidad.

Algunos teóricos que estudian cuestiones de género consideran que el reciente fortalecimiento de la industria del sexo comercial es una confirmación reaccionaria de la dominación masculina en respuesta a las conquistas de la segunda ola del feminismo (Giddens, 1992; O'Connell Davidson, 1998) o una compensación por la pérdida de poder de los varones en la esfera pública postindustrial (Kimmel, 2000). Desde estas perspectivas, la función del sexo comercial es proveer al cliente de un mundo de fantasía de consumo abundante y de un trato servil en el sexo que corrige los déficits de poder reales existentes en su vida cotidiana. Si bien no es la intención discutir con estos análisis, querría sugerir que hay otro conjunto de transformaciones históricas que guían a los varones en su búsqueda de intimidad sexual en el mercado.

Este tipo de teorías que proponen la idea de la compensación formuladas por O'Connell Davidson, Giddens y Kimmel, entre otros, tienen como premisa implícita que el sexo comercial responde a necesidades que serían satisfechas preferentemente y de modo más completo por medio de relaciones íntimas en la esfera privada de los hogares. Sin embargo, para muchos clientes de sexo comercial el mercado mejora y facilita los tipos de actividad sexual no doméstica que desean. Esto es válido en los casos de los clientes que buscan tanto un encuentro íntimo genuino pero delimitado emocionalmente como la experiencia de que lo "sirvan" y consientan, la participación en una amplia variedad de breves relaciones sexuales, o un intervalo erótico que sea "más real y humano" que satisfacerse a uno mismo. La mirada, ya repetitiva, sobre la sexualidad "mercantilizada", y por ello, empobrecida, como todo en el capitalismo tardío (ej. Lasch, 1979), no da cuenta de las múltiples maneras en las que las esferas de lo privado y lo público, lo íntimo y lo comercial se compenetraron y, de ese modo, transformaron unas a las otras. En consecuencia, el mercado postindustrial de los consumidores se convirtió en un espacio fundamental donde obtener variantes de los vínculos interpersonales que sortean esta dualidad.

Para muchos clientes, una de las principales virtudes del intercambio comercial de sexo es la naturaleza transparente y delimitada de la experiencia. En épocas pasadas, esta característica de "delimitado" pudo haber provisto a los varones de un escape sexual fácilmente disponible y libre de conflictos para complementar su relación en la esfera doméstica con una esposa pura y asexual. Lo propio de las narrativas de los clientes, en la actualidad, es su preferencia explícitamente expresada por un tipo de compromiso íntimo delimitado por sobre otro tipo de modos de relacionarse. El sexo pago no es un pobre sustituto de aquello que se da de manera ideal en una relación romántica no mercantilizada ni tampoco es el resultado inevitable de la doble moral tradicional entre la virgen y la puta. Don, un hombre de 47 años que nunca se casó y vive en Santa Rosa, California, describió las virtudes del sexo pago de la siguiente manera:

Me gustan mucho las mujeres, pero siempre tratan de forzarme para que me comprometa. Soy un buen hombre y siento que luego ocurre eso del enamoramiento. Justo ahora estoy saliendo con una mujer, es linda y buena, pero si me acuesto con ella, querrá entablar una relación. Pero estoy acostumbrado a vivir solo. Voy y vengo cuando quiero, limpio cuando se me da la gana. Amo a las mujeres, gozo con ellas, se sienten cómodas conmigo. Siempre tuve muchas amigas. Coqueteo y converso con ellas, pero no suelo tomar el próximo paso ¡porque siempre conduce a problemas!

Mucho se pierde si se subsumen las afirmaciones de Don bajo diagnósticos pop-psicologizantes como los del "miedo a la intimidad" o una descripción más encubiertamente moral y psicosocial como la de las "técnicas de neutralización" (Sykes y Matza, 1957). En el hecho que Don prefiera tener una vida cuyo eje es vivir solo, tener intimidad con amigos cercanos, y tener relaciones sexuales pagas, seguras y controladas, también vislumbramos que se comienza a rasgar el vínculo entre el sexo y el romance del varón, propio de la familia nuclear privatizada. Esto constituye un ejemplo concreto de la profunda reorganización de la vida personal que diferentes analistas sociales (Swidler, 1980; Giddens, 1992; Hochschild, 1997) advirtieron en los últimos treinta años aproximadamente.14 Diversas transformaciones demográficas como la disminución en las tasas de matrimonio, un aumento del 100% en la tasa de divorcio, y un 60% de incremento en el número de hogares integrados por una sola persona durante este período dieron lugar a un nuevo conjunto de disposiciones eróticas, las que el mercado está predispuesto a satisfacer.15

Otra de las ventajas de los encuentros sexuales mediados por el mercado fue enunciada por Steve, un gerente de seguros casado de 35 años, que vive en un suburbio de clase media en California. Frustrado porque las relaciones sexuales con su esposa eran relativamente poco frecuentes desde el nacimiento de su hijo, Steve decidió buscar tener sexo fuera de su casa. Si bien en el relato de Steve se invoca la doble moral sexual de épocas pasadas, en el razonamiento que desplegó durante la entrevista delata un giro totalmente novedoso. Moral y sentimentalmente, Steve prefiere el encuentro sexual mediado por el mercado a una "aventura no profesional" porque el pago lo vuelve todo transparente. Mientras que Steve se describe como "conservador por naturaleza", incorporó a su discurso varios argumentos de la retórica de los derechos de trabajadores sexuales, al describir la elección profesional de los "proveedores de servicios" pagos con un respeto notable. Habiendo lidiado con las críticas del feminismo que tildan de "explotadora" a la satisfacción sexual masculina, Steve concluyó que la verdadera explotación reside en la deshonestidad emocional propia del paradigma premercantil de seducción más que en una transacción transparente de sexo por dinero de las que él participó y que tienen lugar en el mercado.

Otros clientes insistieron en el hecho de que ser clientes habituales de la economía comercial de sexo no era en absoluto consecuencia de conflictos o déficits de sus relaciones sexuales con sus parejas.16 Rick, un procesador de datos de 61 años de San Francisco, enfatizó que no había ningún problema con las relaciones sexuales que mantenía con su esposa. Asimiló el deseo de pagarle a otras mujeres por sexo con otras actos de consumo menos problemáticos socialmente: "Hay un restaurant de comida vietnamita (...) que me encanta, pero no quiero comer allí todos los días". El enunciado de Rick se puede interpretar como una variante del argumento típico acerca de que la prostitución es la expresión del "apetito natural" masculino, una perspectiva que, como la de Steve mencionada anteriormente, se fundamenta en la idea de una doble moral sexual. Como señala Carole Pateman (1988: 198), en ese tipo de enunciados, "la comparación invariablemente toma a la prostitución al mismo nivel que a la provisión de alimentos".17 Sin embargo, resulta peculiar que Rick justifique explícitamente el ser cliente de prostitución no tanto en un impulso biológico y esencial sino en una simple decisión de consumo. La preferencia que Rick comentó por la variedad presupone un modelo de sexualidad en el que la expresión sexual no conlleva necesariamente una relación íntima y en el que la diversidad de parejas sexuales y de experiencias no es un mero sustituto sino que es algo deseable en sí mismo.

Del mismo modo, Stephen, un escritor de 55 años de San Francisco, describió que lleva una vida sexual excitante y osada en su hogar con su pareja, mujer con la que vive en concubinato hace ocho años. Él decidió complementarlo con encuentros sexuales pagos con bailarinas exóticas y prostitutas transgénero que son "divertidas" y "fascinantes" una vez por mes. Explicó que "A veces resulta un contacto lindo, cómo me tocan, cómo se mueven, pero no se debe a algo que no puedo obtener en mi hogar". Stephen prosiguió relatando los motivos por los que contrata regularmente los servicios de prostitución:

Mientras crecía, me veía más joven y era más bajo que los demás. Estaba convencido de que no era deseable sexualmente para nadie. Estaba adelantado dos años en la escuela, todo un nerd. La idea de que estas mujeres glamorosas quieran convencerme de que tenga sexo con ellas es increíble. Sé que no es por mi aspecto. Nunca podría tener sexo con tantas mujeres y tan hermosas si no les pagara.

Entrevistados como Stephen y Rick presentan un desafío a la segunda ola del feminismo que presupone que la prostitución existe sobre todo para satisfacer las demandas sexuales que no son placenteras para mujeres no profesionales de sexo o para las que se sienten inhibidas de participar (Rosen, 1982: 97). Si el sexo comercial compensa algo, no es aquello que los varones no encuentran en las relaciones que mantienen en el espacio doméstico con sus parejas. Por el contrario, se debe a que, luego del cambio histórico que supuso el paso del "rol de principal proveedor" hacia la "filosofía Playboy" irrestricta de consumo, muchos clientes de sexo varones se creen con el derecho de acceder a múltiples parejas atractivas (Ehrenreich, 1983). En los términos de esta nueva lógica cultural de dominio masculino, los clientes piensan al mercado de sexo como el gran igualador social, donde el capitalismo de consumo democratiza el acceso a los bienes y servicios que tiempo atrás eran el monopolio de una elite determinada.18

El siguiente es el relato sobre la actividad sexual comercial de otro varón, en este caso se trata de una sala de chat para clientes asiduos de clubes de estrípers:

Por fin conseguí pasar un tiempo en la ciudad cerca de la Bahía y aprovecharlo, gracias a mi jefe que decidió que tenía que asistir a una conferencia allí la semana pasada. Entonces, armado con un buen conocimiento de los lugares locales para visitar, me embarqué en una semana de diversión y juerga. Lástima que terminé pasando mucho tiempo con otros asistentes a la conferencia, por eso solo pude ir a tres clubes. La pasé extremadamente bien...

El primer club al que fui fue el Patpong Room, me fui a relajar con Jenny, me preguntó qué me interesaba y le dije que tenía programado que realizara dos bailes sobre el regazo desnuda. Le pregunté por el precio: US$ 60 cada uno. Bueno, na hay problema. Saqué el dinero. Después de los bailes que duraron bastante, me ofreció una mamada por otros US$120. Le dije que eso sería divino y le entregué el dinero. fue una experiencia fabulosa. Gasté US$30 en las entradas, US$10 en propina, US$240 con Jenny y US$300 con otra chica llamada Tanya. Sumó un total de US$580. Nada mal para solo poco más de dos horas de diversión ilícita. Estoy acostumbrado a pagar esa suma para que una buena acompañante venga a mi casa, así que fue un buen cambio de aire.19

Como Rick y Stephen, este varón no es consciente de que describe su experiencia como un consumo comercial de poca importancia y aproblématico ("dos horas de diversión ilícita", "un buen cambio de aire"). Para este cliente, la prostitución es fundamentalmente una distracción para ser consentido financiada por su trabajo y justamente intercalada entre lo que supone una semana de actividades profesionales que debe realizar pero que son quizás menos placenteras.

De todos modos, puede ser que el encuentro sexual represente algo más que la satisfacción efímera del consumo para los clientes. En "The phenomenology of Being a John" (La fenomenología de ser cliente de prostitución), Holzman y Pines (1982) explican que lo que los clientes compran en la transacción de la prostitución es la fantasía de un encuentro deseado mutuamente, especial, incluso romántico. Ello dista tanto del sexo como acto puramente mecánico como de la idea de un enredo romántico delimitado y en la esfera privada. Holzman y Pines observaron que los clientes que estudiaron enfatizaban lo cálido y amistoso como características de los trabajadores sexuales tanto o más importantes que los aspectos físicos particulares. Del mismo modo, los clientes que yo entrevisté podrían expresar diferentes versiones del siguiente enunciado: "Si me trata de manera fría o mecánica, no me interesa". En guías sobre servicios comerciales de sexo disponibles en Internet, como "La guía mundial del sexo", se encuentran críticas similares a los trabajadores sexuales que "están pendientes del tiempo", "demasiado apresurados y mandones", "no quieren abrazar o besar" o que "piden una propina en medio del acto sexual".

Aunque clientes de sectores diferentes del mercado expresaron variantes de estos sentimientos, aquellos que frecuentaban espacios cerrados disfrutaban de una estructura que los proveía de manera más efectiva de la apariencia de una conexión erótica genuina. Por ejemplo, las interacciones con acompañantes, a diferencia de aquellas con trabajadores sexuales callejeros, son más prolongadas (en promedio duran una hora y no 15 minutos), suelen suceder en espacios más cómodos (un departamento o la habitación de un hotel en contraste con un auto), es probable que se converse y que se practiquen diversas actividades sexuales (coito vaginal, caricias en el cuerpo, el tocar genitales, cunnilingus y no solamente fellatio) (Bernstein, 1999; Lever y Dolnick, 2000). El hecho de que la prostitución callejera constituya, en el presente, un sector marginal y cada vez menor del comercio de sexo significa que una transacción asociada a la "descarga sexual" rápida e impersonal se ve reemplazada crecientemente por aquella que impulsa la fantasía de una sensualidad recíproca, una fantasía bien controlada por el hecho de pagar.

Como en otros casos de trabajo en el sector de servicios, las transacciones comerciales de sexo exitosas son aquellas en las que el aspecto mercantil del intercambio cumple una función crucial de delimitación (Hochschild, 1983; Leidner, 1993) pero que también puede estar subordinada temporalmente a la fantasía del cliente de un vínculo interpersonal, como lo ejemplifica la siguiente descripción de un encuentro en un club de sexo comercial extraída de una sala de chat:

En el club tuve una experiencia inolvidable con una chica de piel trigueña llamada Luscious (.) cuando iba a visitarla íbamos a una zona más retirada por detrás para una sesión de servicio completo. Esta vez llevé preservativos. Comenzamos con las caricias de siempre (.) Sentía que ella estaba mojada, lo que indicaba que sus gemidos no eran impostados. Después de unos minutos, eyaculé y usé unos pañuelos que estaban convenientemente ubicados para limpiarme. Lo más raro de este encuentro fue que Luscious no me pidió el dinero de inmediato, la primera vez que sucede esto en un lugar de este tipo. Le di una propina de US$60.

Aun cuando el encuentro dure solo unos minutos, desde la perspectiva del cliente puede representar una forma significativa y auténtica de intercambio interpersonal. De hecho, lo que se busca es una conexión erótica real y recíproca pero que también esté delimitada. Para estos varones, lo que se compra, al menos de modo ideal, es una conexión sexual basada en una autenticidad delimitada. Al igual que el cliente citado anteriormente comentaba lo físicamente tangible del deseo de Luscious, otros clientes se jactan de su habilidad de dar placer sexual genuino a trabajadores sexuales e insisten en que los aprecian lo suficiente como para ofrecerles servicios gratuitos o para invitarlos a cenar a sus casas. También señalaban con orgullo que a veces llegaban a ir a alguna cita o a hacerse amigos con los trabajadores sexuales cuyos servicios contratan.



IMAGEN 2. Anuncio de un sitio de Internet del Área de la Bahía, que democratiza el acceso a mujeres serviles y, a su vez, promete la "autenticidad delimitada" que buscan los clientes.

Las repetidas afirmaciones acerca de una conexión interpersonal auténtica resultan llamativas cuando se tiene en cuenta el hecho de que la gran mayoría de trabajadores sexuales con los que conversé imponen límites emocionales estrechos entre los clientes y los amantes no profesionales. Para los trabajadores sexuales, los clientes casi siempre constituyen una categoría identitaria completamente deserotizada que rara vez o incluso nunca se transgrede. Una de las pocas trabajadoras sexuales con las que hablé y que admitió haber buscado algún amante entre su clientela dijo que había desistido de ofrecerles a estos clientes preferenciales "precios en oferta" o citas sexuales gratis porque llevaba a malos resultados:

Hacen como si estuvieran halagados, pero ¡nunca vuelven! Si se les ofrece otra cosa que no sea sexo por dinero, huyen. Una vez tuve un cliente que era tan sexy, practicaba tai chi. Era divertido hacerlo con él. Como no es usual tener buen sexo, le dije que lo vería por US$20, cuando mi tarifa usualmente es US$250. A otro chico que era muy sexy le dije que "viniera gratis". Los dos se asustaron y nunca volvieron. Quieren una conexión emocional, pero no desean obligaciones. No creen que puedan tener sexo sin compromisos, por eso pagan por él. Prefieren pagar que conseguirlo gratis.

Cristopher, un trabajador sexual que una vez también intentó redefinir la relación con un cliente, relató un hecho similar: "Une vez llamé a un cliente porque quería tener sexo con él de nuevo... antes de vernos acordamos que íbamos a tener sexo solo por el sexo mismo. ¡Esa fue la última vez que supe de él!" Los críticos del sexo comercializado quizás erren al interpretar el deseo de los clientes como una autenticidad delimitada si el punto de referencia implícito es el paradigma moderno del amor romántico, cuyas premisas son la vida familiar monógama y las trayectorias de vida entrelazadas. Por ello, Carole Pateman (1988: 199) se pregunta por las causas, de no ser la de la pura dominación, de que "entre el 15 y el 25% de los clientes de las prostitutas de Birmingham exijan lo que se conoce en el oficio como 'masturbación'",20 algo que pareciera poder ser provisto por uno mismo. Sin embargo, como insistía un cliente: "es más real y humano que masturbarse solo". Él me había explicado que estudiaba y trabajaba todo el tiempo, y que por ello no tenía muchas oportunidades de conocer mujeres, ya ni siquiera pensar de establecer una relación romántica. El enunciado de este cliente se basa en el paradigma del sexo recreativo y no del relacional, el primero es compatible con el ritmo de su vida cotidiana focalizada en su individualidad, y también cada vez más con las vidas de otros varones con perfiles demográficos similares, blancos y de clase media.

Son las 9 de la mañana del sábado. En una de las salas del Palacio de Justicia de San Francisco, la única que está ocupada, estoy sentada en la última fila donde tiene lugar el programa extrajudicial, y que constituye un paso anterior a un juicio, que organiza el Estado para la reeducación de los clientes que fueron arrestados por contratar servicios de prostitución. Allí, se enorgullecen del programa y presumen acerca de bajas tasas de reincidencia menores del 1% para quienes fueron arrestados por primera vez. Los antecedentes de esos últimos pueden borrarse por US$500. Aproximadamente, hay entre cincuenta y sesenta varones en la sala esta mañana. Son de clases y de etnias diferentes (a mi alrededor hay tres varones que están acompañados por traductores: uno, de español, otro, de árabe y el tercero, de cantonés).

Lo que más llama la atención es que haya cerca de la misma cantidad de clientes de prostitución que de medios en la sala. Al finalizar la primera hora, me presentan a periodistas de TV-20, London Times y Self Magazine. Evelyn, la impetuosa directora del programa, hace un anuncio a los asistentes "Aquí vienen representantes de diversos medios todos los meses". Agrega, "Nunca se realiza esta clase sin cobertura de los medios". Contrastando fuertemente con los clientes de prostitución, los miembros de los medios son, en su mayoría, mujeres de 30 años más o menos, elegantes y con cierta instrucción. Se ven evidente y fuertemente atraídas por el espectáculo que está frente a ellas de tantos varones avergonzados y dóciles y por la fantasía feminista de que se den vuelta los roles de género: los varones están callados y quietos; deberán quedarse de eso modo para escuchar hasta las cinco de la tarde, por lo menos. Si bien soy quizás más consciente de que podemos ser testigos de esto por ser de una clase determinada además de significar una victoria del feminismo, también me doy cuenta de las similitudes superficiales que tengo con las demás mujeres.

Sin embargo, los clientes de prostitución con los que converso durante los recreos expresan que no están absorbiendo pasivamente la información que se les presenta. Además, no los convencen para nada de que sus actos están mal. Mencionan que este programa es peor que la Escuela de educación vial: un suplicio que dura todo un día dentro de una sala con una atmósfera viciada y con toda una procesión de oradores aburridos. "Esto es un engaño". "Me tendieron una trampa". "Esta gente es tan hipócrita". "Se debería legalizar la prostitución". "Hacen como si fuera algo extraordinario, pero todos los varones lo hacen (...) Los varones y las mujeres solo piensan de manera diferente. Los varones se lo harían a las ovejas, a chicos, a cualquier cosa. Son unos sinvergüenzas".

La primera charla la da un asistente de la fiscalía. Se titula "La ley sobre prostitución y los hechos que ocurren en las calles". El programa de reeducación para clientes de prostitución está destinado a todos aquellos que fueron arrestados por contratar dichos servicios, pero la estructura del programa demuestra que solo un pequeño subgrupo de clientes con características particulares es detenido. El programa está pensado para varones heterosexuales que contratan los servicios de prostitución callejera. A fin de involucrar en la charla al grupo, el fiscal pregunta "¿a cuántos de ustedes los detuvieron en Tenderloin? ¿A cuántos en Mission? Se trata de dos barrios de San Francisco que eran históricamente de clase baja pero donde recientemente se lleva a cabo un proceso de gentrificación y donde se concentra el comercio de la prostitución callejera. Ni se molesta en preguntar a cuántos detuvieron en el teatro erótico local, o mientras estaban con un acompañante, o cuando buscaban a un trabajador sexual por Internet, o incluso cuando estaban en Polk Street (donde trabajadores sexuales varones y transgénero trabajan en la calle).

El fiscal busca asustar a estos varones para que desistan de adoptar ciertos patrones de comportamiento establecidos. Lo hace al catalogar con un tono sombrío los efectos judiciales potenciales de lo que hacen: qué se siente que la policía los fiche, que los meta en un patrullero apiñado y pasen la noche en la prisión o que los fuercen a hacerse un análisis de VIH, todo lo cual es posible como consecuencia de un segundo arresto. Pasa un breve video para la clase en donde se repasan las leyes. Al principio no comprendo la última imagen de la secuencia: una foto sin ninguna leyenda que muestra a un hombre encorvado frente a la pantalla de una computadora. Las palabras finales que el fiscal le dirige a los varones son todavía más sorprendentes: "La próxima vez que piensen salir a la calle, hagan como este tipo: entren a Internet si lo necesitan, pero ¡manténganse lejos de los menores!"

En la última charla antes del corte para el almuerzo se presenta a una mujer ex adicta a la heroína que trabajó como prostituta en la calle y que dirige un programa de ayuda a prostitutas que desean transformar sus vidas y dejar la calle. Sentada a su lado hay un panel de otras tres mujeres que solían vivir y trabajar como prostitutas en la calle y que son ex adictas a la droga. Ahora están aseadas, bien alimentadas, vestidas de manera conservadora y dejaron la droga y el alcohol. De este modo no se diferencian demasiado de otras mujeres profesionales de entre 30 y 40 años. Solamente el modo mordaz y efusivo en que expresan su enojo revela una diferencia.

Sin dudas, éste es el panel más cautivante del día para los asistentes. Por fin, prestan atención y se sientan tensos y derechos en las sillas. Por los gestos de las caras y por estar reclinados, algunos parecen sentirse levemente excitados. La táctica retórica que las mujeres emplean es una combinación de terapia de shock con un fuerte apuntalamiento a la primacía de la domesticidad basada en el matrimonio. Una de las mujeres dice en un tono duro y acusatorio: "la mayoría de las mujeres con las que trabajé comenzaron a trabajar como prostitutas de niñas o adolescentes". Agregó que "me di cuenta hace bastante tiempo de que no son los pedófilos los que están involucrados en eso, sino los hombres que hoy están sentados en este cuarto". Con ojos llorosos y apretando los dientes, otra de las panelistas le relata a los hombres su propia historia del abuso sexual que sufrió a temprana edad, de adicción y violación. Termina su relato dramático y del que uno no puede desprender la atención con la siguiente advertencia:

Recuerdo que una vez estaba irritada y mareada por la droga, llevaba shorts amarillos, y estuve caminando por dos días con una costra de sangre sobre mis muslos. Nadie me preguntó qué me pasaba. Me sentía una mujer caída que ni Dios, la sociedad o mi familia podría perdonar jamás ... No estamos allí afuera porque nos gusta mamárselas y ustedes no salen porque les gustamos. Ustedes son la causa de nuestro sufrimiento y también se pueden convertir en una estadística. Traten de darse cuenta, si necesitan volver a salir - ¡lastimaron a estas mujeres! Muchos de ustedes son esposos, padres y abuelos. ¿Qué le dijeron a sus seres queridos hoy? Esperemos que algún día no muy lejano aprendan cómo llevar adelante una relación saludable: con sus esposas.

A la tarde hay otras tres charlas: una de representantes de grupos organizados de vecinos y de comerciantes, otra con un sargento de la Brigada Antidroga sobra cómo funciona el proxenetismo, y la última con un psicólogo sobre "Comportamiento sexual compulsivo y problemas en la intimidad". Del grupo de vecinos están presentes dos varones y una mujer, dueños de negocios pequeños y de tez blanca que residen en el distrito de Tenderloin. Junto con el policía de la Brigada Antidroga, describen a los clientes de prostitución como agresores contra la familia, la comunidad y, lo que resulta bastante irónico, contra los negocios.21 Los daños por los que se responsabiliza a los clientes de prostitución son tanto simbólicos como materiales. Les preguntan: "¿Tienen sexo en frente de sus hijos?". Prosiguen, "¡Niñitos de mi barrio inflan preservativos como si fueran globos! Muchos hablan de delitos sin víctimas, pero ¡todo nuestro barrio es víctima! Chicas de 15 años se prostituyen y veinte minutos después dan a luz. Millones de dólares circulan a través de estas chicas, pero al final del día ellas no tienen nada. A lo largo de todo este negocio hay víctimas".

La última sesión, a cargo de un consejero matrimonial y de familia, se basa en un modelo de comportamiento de los clientes de 12 pasos para vencer la adicción al sexo. El consejero es un hombre blanco, de clase media, de alrededor de 35 años, que viste de manera informal, un típico ejemplo de la cultura de la terapia del norte de California y de la masculinidad suave. Su charla comienza con una definición: "A los adictos al sexo les cuesta pensar al sexo y al amor como un todo, en una misma relación. Dicen: 'Amo a mi esposa, pero tengo sexo con una prostituta'. El desafío es pensar ambas cosas como una sola, aprender a construir una relación. No es sólo el trabajo de la mujer". Después de repartir el "Test para detectar la adicción al sexo" a los asistentes (que incluye preguntas como "¿Algunas veces te das cuenta de que estás absorto en pensamientos sobre sexo?" o "¿Tu actividad sexual interfirió con tu vida familiar?"), el terapeuta intenta comenzar una discusión acerca de las causas por las cuales visitan prostitutas. Un hombre se ofrece y dice: "el estrés". "Curiosidad", comenta otro. "¿El enojo?", "¿La soledad?" pregunta el terapeuta y algunos acuerdan con ello. Finalmente, uno de los clientes sale de su aburrimiento y protesta: "¡Vamos! ¡Deberían legalizarla! Los tipos necesitan un lugar donde descargarse". El policía que está sentado a mi izquierda se inclina hacia mí y me susurra en el oído: "Estoy de acuerdo. De todos modos, apuesto a que estos hombres van a empezar a ir a espacios cerrados, donde no se tienen que preocupar por nada de esto". (Notas de campo, San Francisco, mayo de 1999).

 

 

La doble moral sexual mediante la cual el sistema de la justicia penal trata el tema de la prostitución fue algo que el feminismo lamentó aunque dio por sentado. No hace tanto tiempo, en 1993, Gail Pheterson (1993: 44), la académica y activista por los derechos sobre la prostitución, sostenía con toda razón que:

[p]or supuesto que el cliente también es una de las partes de la transacción de la prostitución y es igualmente culpable del delito en los países donde el comercio de sexo es ilegal. No obstante, las leyes no se aplican del mismo modo para los clientes que para los trabajadores de la prostitución (...) En ningún caso se hace cumplir la ley para todos del mismo modo, sin embargo, en parte se debe a que los funcionarios de la justicia son clientes ellos mismos o se identifican con los clientes. En la prostitución, hay muchas historias sobre las demandas sexuales de la policía, de los abogados, jueces y de otros varones que ocupan posiciones de autoridad.

Pheterson y otros críticos nunca habrían podido predecir que, a mediados de la década de los 90 del siglo XX, los gobiernos municipales y nacionales pudieran intervenir, de hecho, con el fin de desafiar y reconfigurar los patrones de consumo de varones heterosexuales y que retomaran propuestas del feminismo que ponen al servicio de dichas intervenciones. Tampoco pudieron prever que aunque son del mismo género y comparten la identidad sexual de los clientes, los varones que ocupan posiciones de autoridad pudieran estar en deuda con otras fuerzas sociales e intereses políticos que los llevara a restringir los privilegios que detenta el deseo sexual heterosexual. Lo que tampoco anticiparon fue cómo programas como los de reeducación para clientes de prostitución y el mercado de servicios sexuales comerciales cada vez más amplio y diversificado representan lo que solo parecen ser facetas paradójicas de tendencias sociales vinculadas entre sí.

En los últimos cinco años, brotaron las "Escuelas de reeducación para clientes de prostitución", los "Programas destinados a quienes cometen infracciones por primera vez" y los "Proyectos para la reeducación de clientes" en ciudades estadounidenses tan diferentes como San Francisco y Fresno (California), Portland (Oregón), Las Vegas (Nevada), Búfalo (Nueva York), Kansas City (Kansas), Nashville (Tennesee), así como también en Toronto y Edmonton (Canadá) y Leeds (Reino Unido). Hoy en día, muchas otras ciudades a lo largo de Estados Unidos y Europa Occidental piensan implementar programas similares.22 Luego de haber descriminalizado la prostitución a fines de la década de los 60 del siglo XX, el gobierno nacional de Suecia fue el primero que, en 1998, criminalizó unilateralmente la compra de servicios sexuales por parte de clientes varones (Bernstein, 2001). En Estados Unidos, si bien acciones esporádicas y breves destinadas a arrestar a clientes varones datan de la década de los 70 del siglo XX, los programas de reeducación para clientes de prostitución de la actualidad deben considerarse parte de una estrategia nueva para intervenir en el comportamiento sexual masculino.

En Oklahoma City y Kansas City, por ejemplo, funcionarios del gobierno comenzaron a difundir en televisión por cable las fotos y nombres de los clientes que la policía arrestó por haber cometido delitos relacionados con la prostitución (Hamilton, 1999; Weitzer, 2000b). En Huntington Woods, Míchigan, la policía publicó en cds los nombres de 16000 presuntos clientes de prostitución (Associated Press, 1999; Reuters, 1999). En diversos gobiernos locales, la policía dispuso que los nombres de clientes que fueron arrestados se publicaran en periódicos locales, entre ellos están Hartford Courant de Connecticut, Brockton Enterprise de Massachussets y Kentucky Post de Kentucky (Lewis, 1999). Quizás el ejemplo más sugerente para hacer públicas las identidades de los clientes de prostitución, aunque no es impulsado por el Estado, sea "Webjohn", una base de datos disponible en Internet y organizada por "miembros comprometidos de la comunidad" donde se publican a clientes de prostitución que fueron grabados en video cuando levantaban o se comunicaban con quienes fueron identificados como trabajadores de prostitución. La página de Internet "Mission Statement" postula, de manera llamativa, que son los clientes y no quienes se prostituyen los portadores de la enfermedad y declaran dos objetivos oficiales: "negarles el anonimato a los clientes" y "ofrecer a comunidades de vecinos y de comerciantes de Estados Unidos mecanismos gratis y extrajudiciales para eliminar la prostitución callejera de sus áreas". Junto con la confiscación de vehículos, la revocación del registro de conducir, y prohibiciones más estrictas sobre los clientes de la prostitución de menores y sobre la posesión de pornografía infantil, este nuevo conjunto de políticas sociales constituye un intento sin precedentes por regular el comportamiento heterosexual masculino (Lefler, 1999; Weitzer, 2000b; Bernstein, 2001).

Allison, Prasad y otros sociólogos como Castells (1996) y Kempadoo y Doezema (1998) resaltaron muy adecuadamente que el despegue en la demanda de los servicios sexuales comerciales es un ejemplo paradigmático de diversas características clave del capitalismo tardío: la fusión entre lo público y lo privado, el crecimiento del sector de servicios a lo largo y a lo ancho, la "individualización" del sexo, la preferencia por el intercambio de mercancías minuciosamente delimitado por sobre un intercambio desordenado por fuera del mercado, lo que seguí desarrollando y llamé "autenticidad delimitada". No obstante, estos análisis no tienen en cuenta el hecho de que se está normalizando y, a la vez, problematizando el consumo comercial de sexo, y que estos dos fenómenos están vinculados. Por detrás de la falta de atención a la reciente criminalización del comportamiento de los consumidores se encuentra el olvido de otras dos características fundamentales de la sociedad del capitalismo tardío: la relación entre la pobreza y la gentrificación postindustriales y la presión normativa, por parte del feminismo, por retener el modelo modernista de una intimidad sexual limitada a lo relacional.

Las escuelas de reeducación para clientes de prostitución son el resultado de una alianza entre activistas feministas que se oponen a la prostitución, grupos organizados de vecinos de la comunidad -sobre todo de clase media-baja- y dueños de pequeños negocios, y políticos y empresarios con intereses sobre la gentrificación de barrios en los distritos de Tenderloin y Mission en San Francisco. Estos barrios constituyen la principal zona de prostitución callejera y son los sectores más marginales socialmente de intercambio comercial de sexo. Sin embargo, también están cerca de la zona comercial y de inmuebles que poseen mucho valor. Aunque los tres grupos mencionados poseen agendas ideológicas y materiales dispares, unieron sus fuerzas contra los clientes del tipo de prostitución más visible para la comunidad. A diferencia de las guerras morales del siglo pasado, las campañas, en la actualidad, contra la prostitución se concentran sobre todo en limpiar los puntos débiles y descarnados de una industria que, básicamente, se ignora en tanto se mantenga escondida a puertas cerradas o, mejor aún, en Internet (Weitzer, 2000b). Los intentos por erradicar los segmentos más "problemáticos" de la industria sirven para legitimar las partes no problematizadas que quedan.

El consejo que el fiscal les dio a los asistentes a la escuela de reeducación para clientes de prostitución para que salgan de los autos y prendan la computadora se puede entender, en este sentido, como un paso importante hacia calles más limpias y barrios gentrificados. Por eso en 1994, cuando el Consejo Directivo de San Francisco creó una Unidad Especial para estudiar revisiones a la política sobre prostitución, el principal impulso declarado explícitamente fue que la comunidad y los comerciantes habían repudiado los altercados callejeros (Unidad especial contra la prostitución de San Francisco, 1994). En el Informe Final, la Unidad Especial explica que:

Más allá de la preocupación por el ruido, el tránsito, etc., la mayoría de los vecinos [de los distritos de Tenderloin y Mission] están a favor de la descriminalización o legalización de la prostitución (.) El hecho de que los vecinos se preocupen, con todo derecho, por la calidad de vida y, a su vez, que apoyen la descriminalización no era un problema tanto real como ficticio. El problema podría resolverse al centrarse en las quejas: no en contra de la prostitución en sí misma sino contra las consecuencias palpables o efectos secundarios de la prostitución callejera. (Unidad especial contra la prostitución de San Francisco, 1994; 27, 29).

Aunque la policía y políticos del gobierno local aplican estrategias centradas en las calles para responder a la mayoría de las quejas de los ciudadanos, la consecuencia de estas políticas evidentemente es desviar a los trabajadores sexuales y a los clientes hacia espacios cerrados y virtuales donde tiene lugar el mercado de sexo comercial.

Las nuevas políticas sociales sobre la conducta sexual masculina y el consumo comercial no se encuentran, sin embargo, exentas de un enfoque o contenido moral. Las diversas líneas ideológicas de la agenda detrás de los programas como la escuela de reeducación para clientes de prostitución son múltiples aunque están interconectados, como también lo son los grupos de interés que están detrás de ellos. Muchos activistas del feminismo, en el presente, como también sus antecesores, prefieren desafiar la porción masculina de la doble moral sexual. Dada la emergencia del ideal Playboy de consumo de sexo de la década de los 60 del siglo XX (Ehrenreich, 1983), la desregulación y normalización de la pornografía en la década de los 70 del siglo XX (Juffer, 1998) y dados otros beneficios, sobre todo para los varones, de la revolución sexual, se siente que el apuntalamiento sobre la domesticidad sexual y la fidelidad en el matrimonio es particularmente crucial. En respuesta a una constelación de preocupaciones similares, se puede ver a los vecinos de clase media-baja y a dueños de pequeños negocios formar parte de una "cruzada" material y simbólica contra la incursión de las fuerzas del mercado en las esferas de la familia, el barrio y la comunidad que por tanto tiempo esperaron ser protegidas.

Conclusión

Las dos tendencias únicas en la historia y contradictorias que registré aquí, es decir, una demanda en crecimiento y el incremento en la intervención estatal, deben comprenderse dentro de una serie amplia de transformaciones económicas y culturales que se vienen desarrollando durante los últimos 30 años y que se cristalizaron aún de manera más drástica en los últimos cinco. La búsqueda de la autenticidad delimitada, condensada en la demanda en el comercio de sexo, aumentó por el cambio desde un modelo de intimidad sexual relacional hacia uno recreativo, por la relación simbiótica entre la economía de la información y el consumo comercial de sexo, por las maneras en que el turismo y los viajes de negocios facilitaron la inserción de los varones en el mercado comercial de sexo y, en términos más generales, por los innumerables modos en que la vida pública y la privada convergieron e invirtieron algunos de sus rasgos, lo que es característico de nuestro tiempo.

Al mismo tiempo, los correspondientes fenómenos de la pobreza y gentrificación postindustriales de las zonas más marginales condujeron a que se superpusieran los intereses de políticos del gobierno local, promotores inmobiliarios y activistas feministas que se oponen a la prostitución, todos los cuales comparten el interés por "limpiar" los deseos masculinos que contribuyen a la suciedad de las calles de la ciudad. Las escuelas de reeducación para clientes de prostitución, así como otras medidas que penalizan a un subgrupo de los clientes de trabajadores del sexo comercial, emergieron como consecuencia de la coincidencia de estas agendas políticas dispares. Las recientes medidas enérgicas contra los clientes de prostitución y la normalización de otros tipos de sexo comercial van de la mano porque además de las luchas por cuestiones de sexo y género, tanto el mantenimiento del orden por parte del Estado sobre el comercio de sexo en la calle como la normalización del negocio del sexo revelan un conjunto implícito de intereses económicos y culturales compartidos. El mantenimiento del orden sobre lo que sucede en las calles y la normalización cultural facilitaron el incremento del sector postindustrial de servicios y la economía de la información, lo que contribuyó a la creación de espacios urbanos limpios y relucientes en los que varones de clase media se permiten consumir sexo recreativo y comercial de manera segura.

Notas

1. Estos interrogantes y los significados propuestos derivan de la abundante producción teórica del feminismo sobre el tema. Para un resumen crítico, ver Bernstein (1999).

2. Este trabajo se concentra en el deseo heterosexual masculino y en sus patrones de consumo, lo que constituye el principal mercado comercial de sexo en el que interviene el Estado y es el centro de la atención prácticamente exclusivo del discurso estatal. En centros urbanos turísticos, se estima que la prostitución heterosexual representa dos tercios aproximadamente del mercado total, mientras que los encuentros pagos entre varones sólo constituyen un tercio (Leigh, 1994). Si bien hay una creciente producción que reflexiona sobre la emergencia de mujeres como consumidorasde imágenes pornográficas (Juffer, 1998) y sobre el fenómeno reciente del turismo sexual de mujeres hacia el Caribe (O'Connell Davidson, 1998), no hay pruebas suficientes que den cuenta de la existencia de un número significativo de clientas de prostitución -ya sean lesbianas o heterosexuales- en el nivel local. Por ello, no incluí clientas de prostitución en mi muestra. El hecho de que no exista este mercado da cuenta de la relación intrincada entre la cuestión de género y el consumo comercial de sexo.

3. Los primeros arrestos a clientes en Estados Unidos, escasos e intermitentes, comenzaron tras la presentación de una resolución de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) frente al Tribunal Estadual de California en 1975. Dicha resolución resaltaba "el hecho contante y sonante (...) de que no se trata con igualdad a los varones y a las mujeres que realizan actos sexuales ilegales" (MacDonald, 1978: C5). Sobre la suba en las tasas de arrestos a clientes a mediados de la década de los 90 del siglo XX en San Francisco, ver Marinucci (1995a) quien comenta sobre el 25% de aumento de las tasas de arresto a clientes, y ver Marinucci (1995b) donde se citan las estadísticas del Departamento de Policía de San Francisco en las que aparece un drástico incremento de los arrestos a clientes varones por consumo de prostitución, que constituyen 1000 arrestos de los 4900 que se registraron en total. Acerca de la emergencia de un fenómeno similar en Nueva York como parte de las campañas "Calidad de vida" del alcalde Rudolph Giuliani, ver Pierre-Pierre (1994) y Nieves (1999).

4. N. del T.: En Estados Unidos, a los clientes de prostitución se los denomina "Johns".

5. Como señaló Eric Schlosser (1997: 44): "los negocios vinculados tradicionalmente con la industria del sexo no son los que generan la mayor parte de las ganancias sino que, hoy en día, lo son los videoclubes familiares, las empresas de telecomunicaciones de larga distancia como AT&T, las empresas de televisión por cable como Time Warner y Tele-Communications Inc., y las cadenas hoteleras tales como Marriott, Hyatt y Holiday Inn que parecen ganar millones de dólares cada año por el alquiler de películas para adultos por parte de los huéspedes".

6. Aunque en los centros urbanos de este período era usual encontrar varones que se prostituyeran, los discursos académicos, médico-psicológicos y políticos los conceptualizaban como "homosexuales", una categoría nueva y socialmente notable (Weeks, 1997[1981]).

7. Resulta una ironía que los movimientos por los derechos sobre la prostitución hayan buscado legitimarse bajo la categoría de "trabajo sexual" (Jenness, 1993) debido a que la crítica al trabajo asalariado como "trabajo", según Marx y otros teóricos críticos socialistas, residía en que se asemejaba a la prostitución (Marx, 1978[1844]: 103).

8. Fueron doce las entrevistas que se realizaron cara a cara y duraron entre una y cuatro horas cada una. Las otras tres entrevistas fueron telefónicas. Los entrevistados vivían en cuatro ciudades de la Costa Oeste de los Estados Unidos. La elección se basó en los datos provistos por trabajadores sexuales que actuaron como informantes y en las respuestas a avisos publicados en periódicos porno locales tanto heterosexuales como homosexuales para varones. Los entrevistados son consumidores de una variedad de productos y servicios sexuales: salones de masajes, trabajadores sexuales independientes y callejeros, agencias de acompañantes, sexo telefónico y clubes de estrípers. De los quince entrevistados, catorce eran de blancos y uno se presentó como mexicano. Hasta cierto punto, esto muestra el sesgo racial y la estratificación de la composición de los consumidores de la industria del sexo (ver nota 12). Sin embargo, cabe mencionar el modo en que se contactó a los participantes de las entrevistas. Las muestras por método de bola de nieve se construyeron a partir del contacto con trabajadores sexuales blancos, con cierto grado de instrucción y que no trabajan en la calle. Éstos suelen tener clientes que perciben salarios altos y que son blancos, como ellos. Las entrevistas en profundidad con trabajadores sexuales tanto callejeros como aquellos que trabajan en espacios cerrados duraron entre una y cuatro horas. Se realizaron cara a cara en inglés en el Área de la Bahía de San Francisco; Ámsterdam, Países Bajos; Gotem-burgo, Suecia; Oslo, Noruega; y Copenhague, Dinamarca.

Se consultaron más de 1500 páginas de material de medios impresos y digitales desde 1995 hasta 2000. Se analizó en Internet un conjunto de sitios y salas de chat en los que los trabajadores sexuales publican anuncios y realizan consultas entre ellos. También se indagó en páginas de internet y listas de correo electrónico donde los clientes intercambian experiencias y otros datos. El trabajo etnográfico consistió de observaciones participantes y conversaciones informales con personas involucradas en un amplio rango de espacios comerciales de sexo: clubes de sexo, calles donde se practica la prostitución, salones de masajes, prostíbulos, así como también edificios de la justicia penal, reuniones municipales en las que se crean políticas, departamentos del servicio social. Entre 1994 y 1996 trabajé en la Unidad especial contra la prostitución de San Francisco realizando observaciones participantes. La unidad fue creada por el Consejo Directivo para analizar y modificar las políticas sobre prostitución de San Francisco. Al ser parte de la unidad especial, me presentaron a los activistas por los derechos de trabajadores sexuales más influyentes de la ciudad, representantes del barrio, funcionarios del gobierno y de la policía, muchos de los cuales más tarde cobrarían un rol fundamental en la creación de los programas de reeducación de clientes de prostitución.

9. En la historia de Estados Unidos, el período entre los años 1880 y 1920 se denominó "Era Progresista". Marcó la transición de una sociedad preindustrial y basada en el parentesco a una nación moderna e industrializada (Luker, 1998).

10. En algunos textos conviven las construcciones de lo normal y de lo patológico sobre el consumo de sexo. Greenwald (1958), por ejemplo, expone una "tipología de los clientes de prostitución" en la que el consumidor "compulsivo" es considerado un fenómeno patológico mientras que el consumidor "ocasional" es normal.

11. Los estudios más relevantes incluyen Mánsson, 1988; Prieur y Taksdal, 1993; Allison, 1994; Hart, 1994; y Prasad, 1999.

12. Como suele repetirse en varios estudios, Sullivan y Simon igualan el "sexo pago" con el fenómeno de los clientes regulares de la prostitución. Lo más sobresaliente del trabajo de los investigadores son los siguientes datos: los varones de entre 53 y 60 años son los que constituyen el mayor porcentaje de quienes contratan servicios de prostitución, ser parte del servicio militar aumenta en un 23% la probabilidad de haber pagado por sexo, la probabilidad de ser cliente aumenta como resultado general de la educación, y los estadounidenses de origen africano y los de origen hispánico tienen el doble de probabilidad de haber consumido prostitución que los varones blancos (1998: 139, 140, 150). Esta última afirmación parece ser la más cuestionable en virtud de datos que la contradicen y que fueron presentados en otras publicaciones así como también en mi propia investigación acerca del sesgo hacia consumidores varones blancos y asiáticos de la industria del sexo del norte de California (Flowers, 1998; Bernstein, 2001).

13. En Social Organization of Sexuality, Laumann et al. utilizan los términos relacional y recreativo para conceptualizar orientaciones normativas del comportamiento sexual (1994). Tomo estos conceptos tanto para distinguir modelos normativos como para señalar configuraciones de la vida sexual y emocional que se suceden en etapas históricas concretas. Dentro de la historia social se vinculó el modelo relacional (también denominado "amatorio" o "compasivo") con la aparición del romance moderno y de la familia nuclear en el capitalismo, y se lo contrastó con la orientación procreadora arquetípica de la sociedad preindustrial (Fass, 1977; D'Emilio, 1983; Luker, 1984). Algunos teóricos sociales señalaron la emergencia, alrededor de la década de los 70 del siglo XX, de una segunda transformación del paradigma de la sexualidad, cuyo significado fundamental deriva del placer y de las sensaciones y deja de ser el monopolio del matrimonio o inclusive de las relaciones duraderas. Esta transformación, en lo que denomino paradigma de la sexualidad recreativa, fue llamada "normalización" sexual (Castells, 1996), "eros infinito" (Seidman, 1991), "la revolución pos-moderna del erotismo" (Bauman, 1998) y la "ética de la diversión" (Bourdieu, 1984). El objetivo de contrastar la sexualidad recreativa con la relacional es distinguir todos aquellos restos románticos y nociones no vinculadas con lo sexual que son propios de la noción de "relación". Sin embargo, lo anterior no supone que esté ausente un importante elemento intersubjetivo.

14. En La transformación de la intimidad (1992), Giddens emplea un modelo de la "compensación" de la participación de los varones en el sexo comercial a la vez que describe reconfiguraciones más generales del paradigma de la intimidad en el capitalismo tardío. El autor inglés acuñó el término "sexualidad plástica" para referirse al nuevo paradigma de un erotismo que no está destinado a la reproducción, y que es, en principio igualitario y recíproco, y que se percibe subjetivamente como propiedad de cada individuo. La sexualidad plástica es la contraparte en el erotismo de la "relación pura", un vínculo que se establece por la intimidad que obtiene la pareja. A diferencia del modelo de sexo recreativo que presento en este artículo, el concepto de "sexualidad plástica" de Giddens sigue vinculado esencialmente a la noción de la esfera privada de las relaciones románticas duraderas. Giddens utiliza el término "sexualidad episódica" para referirse a lo que considera como un producto cultural menos significativo, aunque más problemático. La sexualidad episódica es propia del género masculino, es compulsiva por naturaleza y busca neutralizar la ansiedad estimulada por la amenaza que genera la intimidad de la relación pura y la emancipación relativa de las mujeres. Por ello, la sexualidad episódica se expresa en general en las prácticas del sexo mercantilizado, como el consumo de pornografía.

15. Hacia 1988, cerca de un tercio de los hogares estadounidenses estaban integrados por una sola persona. En varios países de Europa Occidental, este tipo de hogares fue el que percibió el crecimiento más rápido desde 1960, llegando a representar desde un 25% en el Reino Unido hasta un 36% en Suecia de la población total. En Estados Unidos el porcentaje de adultos solteros creció desde un 28% a un 37% de 1970 a 1988 (para un análisis más detallado de los cambios recientes en la demografía social en Estados Unidos y Europa Occidental, ver US Bureau of the Census, 1989, 1992; Sorrentino, 1990; y Kellogg y Mintz, 1993).

16. Aunque no conversé directamente con las parejas de los clientes, sí les pregunté a los entrevistados si ellas estaban inclinadas a concebir la actividad sexual comercial de la misma manera. De manera llamativa, la mayoría de los varones explicó que habían decidido no contarles a sus parejas sobre dichas actividades. Las parejas a las que sí les contaron reaccionaron de diversas maneras, desde aceptar a regañadientes a sentirse heridas o a estar en contra de ello. Esto sustenta todavía más el hecho de cuánto divergen los intereses sobre el comercio de sexo entre varones (como sujetos deseantes) y mujeres (como objetos intercambiables) heterosexuales.

17. N. del T.: Traducción de María Luisa Femenías. revisada por María-Xosé Agra Romero. Pateman, Carol. (1995). El contrato sexual (pp.273 y 274). Anthropos: México.

18. Marx fue el primero, aunque no fue quien lo celebró sino lamentó, en percibir la ironía en la capacidad de nivelar de las transacciones mercantiles: "Lo que puedo hacer mío con dinero, lo que puedo pagar, es decir, lo que puedo comprar con dinero, ese soy yo, eso es el poseedor mismo del dinero. Mi fuerza llega hasta donde llega la fuerza del dinero. Las cualidades del dinero son mis propias cualidades y fuerzas esenciales, las de quien lo posee. No es, por tanto, en modo alguno mi individualidad la que determina lo que yo soy y puedo. No importa que sea feo: con dinero puedo comprarme la mujer más hermosa del mundo" (Marx, 1978[1844]: 103) [N. del T.: Traducción de Wenceslao Roces de Marx, Karl. (1982) "Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844" (p.642), en Marx, Karl. Escritos de Juventud, México, Fondo de Cultura Económica, 1982].

19. La prostitución, es decir, el contacto entre genitales o entre el genital y la boca a cambio de dinero son actos delictivos bajo la ley estadual de California. Se trata de una actividad de los clubes de sexo legales de California que registré en las entrevistas a clientes y trabajadores sexuales así como también a clientes de salas de chat online y en la prensa local. Sin embargo, los clubes oficialmente niegan que se lleven a cabo actividades ilegales en sus instalaciones (Brook, 1998).

20. N. del T.: Traducción de María Luisa Femenías. revisada por María-Xosé Agra Romero.Pateman, Carol. (1995). El contrato sexual (pp.273 y 274). Anthropos: México.

21. Ruth Rosen observó una división similar entre los intereses de los grandes y de los pequeños comerciantes a principios de siglo, cuando, debido a sus intereses, los dueños de negocios a gran escala (agentes de inmobiliarias, arrendatarios y dueños de burdeles y cervecerías) apoyaban la prostitución organizada en prostíbulos, mientras que los dueños de negocios pequeños se oponían (Rosen, 1982: 77).

22. Ver, por ejemplo, Marinucci (1995a y b); Kilman y Watson-Smyth (1998); Symbaluk y Jones (1998); Lefler (1999); Nieves (1999); Monto (2000); Weitzer (2000b).

Bibliografía

  1. Allison, Anne. 1994. Nightwork: Sexuality, Pleasure, and Corporate Masculinity in a Tokyo Hostess Club. Chicago, IL: University of Chicago Press.         [ Links ]
  2. Associated Press. 1999. 'Suburban Detroit Police Release Names of Prostitution Ring's Clients', Associated Press, I/15, URL (last consulted 12 Jan 2000): www.freedomforum.org
  3.         [ Links ]
  4. Bauman, Zygmunt. 1998. 'On Postmodern Uses of Sex', Theory, Culture & Society 15(3-4): 19-35.         [ Links ]
  5. Bernstein, Elizabeth. 1999. 'What's Wrong With Prostitution? What's Right with Sex-Work? Comparing Markets in Female Sexual Labor', Hastings Women's Law Journal 10(1): 91-119.         [ Links ]
  6. Bernstein, Elizabeth. 2001. 'Economies of Desire: Sexual Commerce and Post-Industrial Culture', doctoral dissertation for the Department of Sociology, University of California, Berkeley.         [ Links ]
  7. Bourdieu, Pierre. 1984. Distinction: A Social Critique of the Judgement of Taste. Cambridge, MA: Harvard University Press.         [ Links ]
  8. Brook, Kerwin. 1998. 'Peep Show Pimps: San Francisco Strip Clubs May be Pushing Dancers into Prostitution', San Francisco Bay Guardian. (4 Feb): 18-21.         [ Links ]
  9. Carnes, Patrick. 1989. Contrary to Love: Helping the Sexual Addict, pp. 218-19. Minneapolis: Compcare Publishers.         [ Links ]
  10. Castells, Manuel. 1996. 'The Net and the Self: Working Notes for a Critical Theory of the Informational Society, Critique of Anthropology 16(1): 9-38.         [ Links ]
  11. Davis, Kingsley. 1937. 'The Sociology of Prostitution', American Sociological Review 2: 744-55.         [ Links ]
  12. D'Emilio, John. 1983. 'Capitalism and Gay Identity, in Ann Snitow, Christine Stansell and Sharon Thompson (eds.) Powers of Desire: The Politics of Sexuality, pp. 110-13. New York: Monthly Review Press.         [ Links ]
  13. Economist, The. 2000. 'Sex, News, and Statistics: Where Entertainment on the Web Scores', The Economist. (7 Oct), URL (last consulted 19 Oct 2000): www.economist.com
  14.         [ Links ]
  15. Ehrenreich, Barbara. 1983. The Hearts of Men: American Dreams and the Flight From Commitment. New York: Doubleday.         [ Links ]
  16. Engels, Friedrich. 1978[1884]. 'The Origin of the Family, Private Property, and the State', in Robert Tucker (ed.) The Marx-Engels Reader, pp. 734-60. New York: W.W. Norton. 416 Ethnography 2(3)
  17.         [ Links ]
  18. Fass, Paula. 1977. The Damned and the Beautiful: American Youth in the 1920s. Oxford: Oxford University Press.         [ Links ]
  19. Flowers, Amy. 1998. The Fantasy Factory: An Insider's View of the Phone Sex Industry. Philadelphia: University of Pennsylvania Press.         [ Links ]
  20. Giddens, Anthony. 1992. The Transformation of Intimacy: Sexuality, Love, and Eroticism in Modern Societies. Stanford, CA: Stanford University Press.         [ Links ]
  21. Greenwald, Harold. 1958. The Elegant Prostitute: A Social and Psychoanalytic Study. New York: Ballantine.         [ Links ]
  22. Hamilton, Arnold. 1999. 'Lurid Tactics: Oklahoma City Threatens Prostitution Participants Glare of TV Publicity', Dallas Morning News (18 March): 33A.         [ Links ]
  23. Hart, Angie. 1994. 'Missing Masculinity? Prostitutes' Clients in Alicante, Spain', in Andrea Cornwall and Nancy Lindisfarne (eds) Dislocating Masculinity: Comparative Ethnographies, pp. 48-66. New York: Routledge.         [ Links ]
  24. Hobson, Barbara. 1990. Uneasy Virtue: The Politics of Prostitution and the American Reform Tradition. Chicago, IL: University of Chicago Press.         [ Links ]
  25. Hochschild, Arlie Russell. 1983. The Managed Heart: Commodification of Human Feeling. Berkeley: University of California Press.         [ Links ]
  26. Hochschild, Arlie Russell. 1997. The Time Bind. New York: Metropolitan.         [ Links ]
  27. Hoigard, Cecilie and Liv Finstad. 1986. Backstreets: Prostitution, Money, and Love. University Park: Pennsylvania State University Press.
  28. Holzman, Harold and Sharon Pines. 1982. 'Buying Sex: The Phenomenology of Being a John', Deviant Behavior 4: 89-116.
  29. Jenness, Valerie. 1993. Making it Work: The Prostitutes' Rights Movement in Perspective. New York: Aldine de Gruyter.
  30. Juffer, Jane. 1998. At Home With Pornography: Women, Sex, and Everyday Life. New York: New York University Press.
  31. Kay, Kerwin. 1999. 'Male Sexual Clients: Changing Images of Masculinity, Prostitution, and Deviance in the United States, 1900-1950', unpublished ms, on file with author.
  32. Kellogg, Susan and Steven Mintz. 1993. 'Family Structures', in M.C.
  33. Cayton et al. (eds) Encylopedia of American Social History, Vol. III, pp. 1925-41. New York: Scribner.
  34. Kempadoo, Kamala and Jo Doezema (eds). 1998. Global sex-workers: Rights, Resistance, and Redefinition. New York: Routledge.
  35. Kilman, Lisa and Kate Watson-Smyth. 1998. 'Kerb Crawlers Offered Aversion Therapy Course', Independent (8 March): 5.
  36. Kimmel, Michael. 2000. 'Fuel for Fantasy: The Ideological Construction of Male Lust', in Kerwin Kay et al. (eds) Male Lust: Power, Pleasure, and Transformation, pp. 267-73. New York: Haworth.
  37. Kinsey, Alfred, Wardell Pomeroy and Clyde E. Martin. 1948. Sexual Behavior in the Human Male. Philadelphia, PA: W.B. Saunders.
  38. Lane, Frederick S.. 2000. Obscene Profits: The Entrepreneurs of Pornography in the Cyber Age. New York:
  39. Lasch, Christopher. 1979) Haven in a Heartless World: The Family Besieged. New York: Basic Books.
  40. Laumann, Edward O., John H. Gagnon, Robert T. Michael and Stuart Michaels. 1994. The Social Organization of Sexuality: Sexual Practices in the United States. Chicago, IL: University of Chicago Press.
  41. Learmonth, Michael. 1999. 'Siliporn Valley', San Jose Metro 15(37): 20-9.
  42. Lefler, Julie. 1999. 'Shining the Spotlight on Johns: Moving Toward Equal Treatment of Male Customers and Female Prostitutes', Hastings Women's Law Journal 10(1): 11-37.
  43. Leidner, Robin. 1993. Fast Food, Fast Talk: Service Work and the Routinization of Everyday Life. Berkeley: University of California Press.
  44. Leigh, Carol. 1994. 'Prostitution in the United States: The Statistics', Gauntlet: Exploring the Limits of Free Expression 1: 17-19.
  45. Lever, Janet and Deanne Dolnick. 2000. 'Clients and Call Girls: Seeking Sex and Intimacy', in Ronald Weitzer (ed.) Sex for Sale: Prostitution, Pornography, and the Sex Industry, pp. 85-103. New York: Routledge.
  46. Lewis, Diane. 1999. 'Naming "Johns": Suicide Raises Ethical Questions About Policy, FineLine: The Newsletter on Journalism Ethics 2(6): 3.
  47. Lopez, Steve. 2000. 'Hold the Pickles, Please: This Drive-Through Has a New Menu Item', Time (2 Oct): 6.
  48. Luker, Kristin. 1984. Abortion and the Politics of Motherhood. Berkeley: University of California Press.
  49. Luker, Kristin. 1998. 'Sex, Social Hygiene, and Syphilis: The Double- Edged Sword of Social Reform', Theory and Society 27: 601-34.
  50. MacDonald, William. 1978. Victimless Crimes: A Description of Offenders and their Prosecution in the District of Columbia. Washington, DC: Institute for Law and Social Research.
  51. Mansson, Sven-Axel. 1988. The Man in Sexual Commerce. Lund: Lund University School of Social Work.
  52. Marinucci, Carla. 1995a. 'International Praise for SF "School for Johns" ', San Francisco Examiner (14 Nov).
  53. Marinucci, Carla. 1995b. 'A School for Scandal', San Francisco Examiner (16 April).
  54. McIntosh, Mary. 1978. 'Who Needs Prostitutes: The Ideology of Male Sexual Needs', in Carol Smart and Barry Smart (eds) Women, Sexuality, and Social Control, pp. 53-65. London: Routledge.
  55. McKeganey, Neil and Marina Barnard. 1996. sex-work on the Streets: Prostitutes and their Clients. Buckingham: Open University Press.
  56. Marx, Karl. 1978[1844]. 'The Economic and Philosophic Manuscripts of 1844', in Robert C. Tucker (ed.) The Marx-Engels Reader, pp. 66-126. New York: W.W. Norton.
  57. Monto, Martin. 2000. 'Why Men Seek Out Prostitutes', in Ron Weitzer (ed.) Sex for Sale: Prostitution, Pornography, and the Sex Industry, pp. 67-85. New York: Routledge.
  58. Nieves, Evelyn. 1999. 'For Patrons of Prostitutes, Remedial Instruction', New York Times (18 March): A1, A20.
  59. O'Connell Davidson, Julia. 1998. Prostitution, Power, and Freedom. Ann Arbor: The University of Michigan Press.
  60. Pateman, Carole. 1988. The Sexual Contract. Stanford, CA: Stanford University Press.
  61. Pheterson, Gail. 1993. 'The Whore Stigma: Female Dishonor and Male Unworthiness', Social Text 37: 39-65.
  62. Pierre-Pierre, Gary. 1994. 'Police Focus on Arresting Prostitutes' Customers', New York Times (20 Nov).
  63. Prasad, Monica. 1999. 'The Morality of Market Exchange: Love, Money, and Contractual Justice', Sociological Perspectives 42(2): 181-215.
  64. Prial, Dunstan. 1999. 'IPO Outlook: "Adult" Web Sites Profit, Though Few are Likely to Offer Shares', The Wall Street Journal (3 Aug): B10.
  65. Prieur, Annick and Arnhild Taksdal. 1993. 'Clients of Prostitutes: Sick Deviants or Ordinary Men? A Discussion of the Male Role Concept and Cultural Changes in Masculinity', NORA 2: 105-14.
  66. Reuters. 1999. 'Names of Alleged US Prostitute Clients Released',
  67. Reuters (13 Jan), URL (last consulted 3 March 2000): www.nfonautics.com
  68. Rosen, Ruth. 1982. The Lost Sisterhood: Prostitution in America, 19001918. Baltimore, MD: Johns Hopkins University Press.
  69. San Francisco Task Force on Prostitution. 1994. 'Interim Report', submitted to the Board of Supervisors of the City and County of San Francisco, California, September.
  70. San Francisco Task Force on Prostitution. 1996. 'Final Report', submitted to the Board of Supervisors of the City and County of San Francisco, California, March.
  71. Schlosser, Eric. 1997. 'The Business of Pornography', US News and World Report (10 Feb): 43-52.
  72. Seidman, Steven. 1991. Romantic Longings. New York: Routledge.
  73. Simmel, Georg. 1971[1907]. 'Prostitution', in Donald N. Levine (ed.) On Individuality and Social Forms, pp. 121-6. Chicago, IL: University of Chicago Press.
  74. Sorrentino, Constance. 1990. 'The Changing Family in International Perspective', Monthly Labor Review (March): 41-58.
  75. Sullivan, Elroy and William Simon. 1998. 'The Client: A Social,
  76. Psychological, and Behavioral Look at the Unseen Patron of Prostitution', in James Elias, Vern Bullough, Veronica Elias and Gwen Brewer (eds.) Prostitution: On Whores, Hustlers, and Johns, pp. 134-55. Amherst, NY: Prometheus Books.
  77. Swidler, Ann. 1980. 'Love and Adulthood in American Culture', in N.J. Smelser and E.H. Erikson (eds.) Themes of Work and Love in Adulthood, pp. 120-51. Cambridge, MA: Harvard University Press.
  78. Sykes, Gresham M. and David Matza. 1957. 'Techniques of Neutralization: a Theory of Delinquency', American Sociological Review 22: 664-70.
  79. Symbaluk, D.G. and K.M. Jones. 1998. 'Prostitution Offender Programs: Canada Finds New Solutions to An Old Problem', Corrections Compendium 23(11): 1-2, 8.
  80. US Bureau of the Census. 1989. Studies in Marriage and the Family, Current Population Reports, 23-162. Washington, DC: US Government Printing Office.
  81. US Bureau of the Census. 1992. Marriage, Divorce, and Remarriage in the 1990s, Current Population Reports, 23-180. Washington, DC: US Government Printing Office.
  82. Weeks, Jeffrey. 1997[1981]. 'Inverts, Perverts, and Mary-Annes', in Ken Gelder and Sarah Thornton (eds.) The Subcultures Reader, pp. 268-81. London: Routledge.
  83. Weitzer, Ron. 2000a. 'Why We Need More Research on sex-work', in
  84. Ron Weitzer (ed.) Sex for Sale: Prostitution, Pornography, and the Sex Industry, pp. 1-17. New York: Routledge.
  85. Weitzer, Ron. 2000b. 'The Politics of Prostitution in America', in Ron Weitzer (ed.) Sex for Sale: Prostitution, Pornography, and the Sex Industry, pp. 159-81. New York: Routledge.

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License