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Apuntes de investigación del CECYP

versión On-line ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP vol.23 no.2 Buenos Aires jun. 2013

 

TALLER

Apuntes sobre una sociología del porno*

 

Candela Hernández** y Matías Crespo Pazos**

* A propósito de “La industria del porno. Sobre cine, tecnología y sexualidad” de Martín Azar.
** Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.


 

Con la primera partícula de vida moviéndose en el agua el sexo se convertía en una actividad inherente a la condición humana presente en todo tiempo y espacio. Sin embargo, pese a su transversalidad, el sexo no es sexualidad. Esta última no puede ser definida en abstracto ya que es en contextos singulares donde adquiere significación, siendo necesario para abordarla establecer: ¿de qué prácticas sexuales estamos hablando? Partiendo de lo sugerido por Martín Azar nos proponemos sumar a sus refexiones sobre un tipo de práctica erótica particular: el cine porno made in argentina.

¿Qué nos dicen esas prácticas, y las nociones en torno a ellas sobre particulares formas de relación social? En sus orígenes y pese al auge de su difusión, la caracterización social del porno, quedó librada a consideraciones moralmente conservadoras o condenatorias manteniéndose en una opacidad donde a la obscenidad se le sumaron las denuncias de ilegalidad. Los productos y servicios culturales pornográficos, por un lado, fueron catalogados como refugio y condensación de numerosas acciones delictivas, pero como contracara, su consumo permitió un contrabando de “lo prohibido” entre la moral pública y la privada.

En las Ciencias Sociales pareciera operar una lógica que replica dichas visones de sentido común dominantes, que se evidencia en la escasa y tardía producción sobre la temática. Uno de los aportes más significativos de Azar reside en dar cuenta que si bien la sexualidad es un objeto ya clásico de estudio, la sexualidad espectacularizada no ha sido abordada con la misma intensidad. El desafío que impulsa su escrito es delimitar el fenómeno social del cine porno como un objeto propio de la sociología. Si bien su preocupación se centra en la expansión de las prácticas amateurs, resulta enriquecedor el análisis de la diversidad de insumos que componen el consumo pornográfico, incorporando aquellos filmes que organizan sus producciones respetando los lineamientos de la industria cinematográfica más amplia.

Actualmente, tanto los sentidos vulgares como los imaginarios científicos construidos en torno al sexo como espectáculo, se encuentran en un embrionario proceso de reconfiguración dando como resultante una disminución en la tendencia condenatoria hacia la pornografía. Esta dinámica lejos de poseer un carácter autónomo se encuentra supeditada, por un lado, a transformaciones sociales más amplias; y por el otro, al modo singular en que sexualidad y cultura se entrelazan. Podría hipotetizarse que en los últimos años, existe una disposición creciente hacia la publicización de la sexualidad. De “sexo” no sólo se crean películas y programas televisivos, de “sexo” se habla en espacios cotidianos y se escribe en revistas de tendencia.

Este proceso de cambio cultural se inscribe en una mayor heterogeneidad y diversidad creciente de “producciones simbólicas” en donde las filmografías eróticas encuentran su resquicio. En este escenario la pornografía halla el sustrato propicio para su expansión, circulación, y consumo. Así, el desafío que asume el artículo de Martín Azar es visibilizar al porno como un bien cultural y un objeto de estudio de la sociología, incorporando este tipo de prácticas en el horizonte de sentido de las subjetividades contemporáneas.

Antes de que inventáramos la birome, el alfajor y el colectivo, los argentinos nos iniciábamos en la producción de películas de alto voltaje sexual en las que el escenario local imprimía su sello distintivo. Se estima que la orilla rioplatense en la ribera quilmeña o las costas rosarinas del Paraná, fueron el escenario de una de las primeras películas eróticas, si no de la primera, que logró cruzar el Atlántico para alborotar el viejo mundo. Tal como señala Azar, para la época la producción de películas con escenas de sexo explícito fue un destello creativo en el desarrollo de una cultura cosmopolita incipiente. Sin embargo, este impulso inicial no pudo sostenerse. Podría hipotetizarse que el ámbito restringido de circulación del material audiovisual pornográfico dificultaba su adquisición, limitando las posibilidades de su consumo y ralentizando el desarrollo de su industria. Es así como con una producción a cuentagotas e ilegal, este género tardó más de setenta años en ser el fruto de una maquinaria aceitada. Recién hacia fines de 1980 la producción de cine porno local logró articularse, encontrando su clímax con la expansión del VHS como soporte para su propagación y reproducción.

Pero no todo lo que brilla es oro. Las formas de hacer cine para el entretenimiento adulto con sus procesos, métodos y técnicas no estuvieron exentas de vaivenes, sufriendo especialmente los embates de los cambios tecnológicos que interpelaron a la producción cinematográfica argentina en general. Antes de que el género llegara a consolidarse como industria en sentido clásico, es decir en términos de grandes realizaciones al estilo europeo y norteamericano, los cambios técnicos promovieron la emergencia de filmaciones de tipo caseras. La explosión de los formatos digitales, la economía y facilidad para acceder a equipos fílmicos domésticos, junto con la expansión de Internet transformaron el cine porno. Las dificultades de las películas del género destinadas a la pantalla grande para competir con las producciones de menor presupuesto creadas para la red, llevaron incluso a afirmar la muerte del género y con él, el de su eximia personif-cación: el pornógrafo.

Ahora bien, ¿qué nos dicen estas transformaciones sobre las formas de producción, circulación y consumo del cine para adultos en la Argentina reciente? ¿Existen vínculos entre las formas de intimización y autono-mización culturales más amplias y las diversas prácticas asociadas a este género? Resulta significativo, como señala Azar, pensar el modo en que cultura, sexualidad y espectáculo se vinculan con procesos de cambios tecnológicos, que derivan en nuevas formas de espectacularización y usos del sexo en su formato audiovisual.

Si en los comienzos el porno amenizaba las reuniones de los acomodados salones masculinos y burdeles citadinos, posteriormente supo alcanzar las salas de cine ofreciéndose a un público más amplio. Con el estallido de las nuevas tecnologías su consumo se trasladó prácticamente a la esfera íntima, transformando mucho de los sentidos y las relaciones sociales en torno a este género cinematográfico. Contra la idea de que estas mudanzas son parte de un proceso de individuación creciente, tendiente a debilitar espacios colectivos y que propician la privatización del erotismo, lo más interesante resulta justamente analizar su dimensión positiva. Es decir, la pornografía como un espacio de producción y construcción de nuevos lazos sociales. En virtud de estos cambios es que Azar se dedica a refexionar de qué modo estos procesos impactaron concretamente en los hacedores y transformaron la estética del género, creando una nueva dinámica de producción pornográfica más diversificada que encuentra expresión al interior de lo porno.

En el desarrollo de esta “protoindustria” la heterogeneización creciente de los realizadores abarca desde: productores especializados en el cine por-nográfico hasta creadores amateurs. En el medio se ubica una variedad de productores que realizan contenidos específicos para la web. Las distintas maneras de crear pornografía, tiende a potenciar la existencia de subgéneros referidos a las formas del coito, las características físicas de quienes actúan, los escenarios, los argumentos que hilvanan las historias e incluso la ausencia de los mismos, que se corresponden con nuevas estéticas.

A las películas “tradicionales” pensadas con una historia que articula las escenas de sexo, escenografías cuidadas y una edición acabada –reali-zaciones hoy en decadencia- se le suman aquellas despreocupadas de la preproducción, con un espíritu amateur y cuerpos convencionales, que actualmente invaden el mundo del porno. Lejos quedaron las blondas co-nejitas haciendo equilibrio en finos tacos aguja durante una fellatio junto con los torneados sementales. Las nuevas pornstars no se identifican con nombre propio, son “los pibes y pibas de barrio” que “curten” en conurba-nos escenarios. Las escenas ya no transcurren en un espacio neutro sino que se ven tamizadas por los caracteres propios de la cultura argentina. Estos últimos pueden hacer referencia a elementos telúricos dotados de un contenido tendiente a interpelar con mayor fuerza al público local. Es así como en estas producciones el espectáculo del sexo puede realizarse en los campos de la pampa húmeda o sobre un camión rastrojero en el escenario de una periferia industrial del Gran Buenos Aires. Al mismo tiempo los actores de estas filmografías imprimen su marca propia. Ajenos al tuning y distanciados de los camarines, la sencillez de los cuerpos actuantes cobra protagonismo en la escena, permitiendo una mayor identificación del consumidor con figuras con las que se encuentra familiarizado.

Otra línea que ha explotado el género es “tornar porno” problemáticas de lo político y lo social. Ejemplo de ello son filmes que se inspiran en acontecimientos de la historia nacional, haciendo referencia: a la venta ilegal de armas durante los años noventa; al agotamiento de los recursos naturales y a episodios de impunidad protagonizados por las fuerzas de seguridad, explotando una imaginería de la sexualidad con matices locales.

Como señala Azar, las innovaciones tecnológicas también transformaron las formas de circulación y consumo. El fácil acceso para subir contenidos y la disponibilidad de los mismos en la web potencian la reproducción del género. Por un lado, existe una multiplicidad de servidores de internet tales como pay per view o video on demand, donde se descargan largome-trajes realizados por algunos de los pocos directores locales, procurando restringir la viralización de sus materiales. Incluso hay quienes reniegan de las innovaciones tecnológicas y continúan recurriendo al formato DVD como medio para su circulación y comercialización en sex shops. Por otra parte, existen otros sitios de Internet que se nutren de películas producidas especialmente para la red, que ficcionan escenas amateur con bajo presupuesto, y cortos caseros realizados por aquellos que tienen ganas de subir su contenido. Estos últimos innovan en la forma que asume el espectáculo del sexo. Abordados en detalle por Azar, tienden a borrar las fronteras entre los productores y consumidores. Ya no es necesario poseer grandes cantidades de capital, un expertise específico, participar de un entramado de relaciones particular o contar con un estudio de grabación propio que posibilite la realización de producciones del género. Todo aquel que guste de flmar y exhibir distintas prácticas sexuales no sólo se encuentra habilitado para hacerlo, sino que también dispone de los canales para circular su material.

Estas nuevas formas de expresión en los modos de producir pornografía encuentran correspondencia entre quienes se ven convocados por este tipo de consumos. En este sentido, podría decirse que la vulgar asimilación del porno a la satisfacción masturbatoria olvida las diversas sensaciones que el género propicia. Siendo no sólo un espacio de goce y estimulo libidinal, sino también metáfora del comportamiento y la condición humana.

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