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Apuntes de investigación del CECYP

On-line version ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP vol.24 no.1 Buenos Aires June 2014

 

Editorial

 

La relación de los agentes e instituciones sociales con lo que el mundo occidental define, de acuerdo a los momentos, como droga, da lugar a la construcción de objetos analíticos diversos desde las ciencias sociales. Pueden ser elementos de esa construcción las diferentes instituciones sociales (organismo del estado, escuela, empresa, familia, etc.) y a la vez se la puede abordar desde distintas dimensiones: la dimensión económica ( la red de negocios asociado al producto, conformación del valor del producto de acuerdo a su estatus legal o ilegal); la dimensión cultural ( el consumo ritual, la conformación de grupos de identidad); la dimensión social ( distintos consumos de acuerdo al sector o grupo, diferentes significados y/o consecuencias en cada caso); la dimensión política ( acciones del estado, partido y organizaciones de la sociedad civil en relación a esos consumos). De hecho, tanto la sociología, como la antropología, la ciencia política y la economía, han dicho algo sobre una cuestión que ha sido, sobre todo, productora de sentidos complejos y problemáticos.

La posibilidad de encontrar condensados algunos de esos sentidos que formaron parte de las culturas del mundo occidental moderno puede intentarse a través de unas rápidas notas que dibujen tres pequeñas postales sobre lo que podría pensarse como tipos ideales cuyas referencias (las que permiten la construcción de estos tipos) quizás hayan sido producto, tanto como productores de cambios culturales relevantes.

Primera postal. En 1821 Thomas de Quincey escribía lo que sería la primera de tres entregas que conformarían su autobiografía. El título de ese primer volumen fue "Confesiones de un inglés consumidor de opio". El mundo romántico habilitaba a hablar de sí mismo y que eso fuera reconocido como literatura. Y claro, no era cualquiera el que escribía. Era una persona que se definía así misma como extremadamente culta, que a sus 16 años podía leer de corrido el griego antiguo y que, como marca de época, podía repetir aquella cita latina versión de un verso de Lucrecio: Humani nihil a se alienum putat. Efectivamente, "nada de lo humano le era ajeno". Pero esa implicación se lograba desde un lugar privilegiado de la sociedad que no era el lugar del exclusivo privilegio económico, sino el de la aristocracia del conocimiento. Y es desde allí que el escritor se relaciona con el opio o, si se quiere, le otorga sentido a su relación con el opio. El que habla es además de culto y romántico, un inglés, que entonces podrá acceder a este mundo de los placeres y volver a su lugar de mesura. Y lo sostiene claramente :" Cierto es que durante casi diez años tomé opio de cuando en cuando por el placer exquisito que me procuraba, pero mientras lo tomé con tal propósito estuve lo suficientemente protegido contra cualquier daño material por la necesidad de interponer largos intervalos de abstinencia entre los distintos actos de gratificación a fin de renovar las sensaciones placenteras." Aunque luego dejará en claro que se transformó en un consumidor diario, pero debido a otros motivos "Si el opio se convirtió para mí en un objeto de uso diario no fue con la intención de gozar de un placer, sino, por el contrario, de mitigar el dolor en su grado más intenso." Hay una zona por la que se transitó no controlable por la disciplina de un caballero, pero se debió a causas de salud, al uso de recursos medicinales para afrontar un problema. Eso provocó la adicción. En el siglo XIX temprano podían convivir la visión que legitimaba De Quincey, la del aristócrata del espíritu que buscaba esa experiencia que excitaba y sensibilizaba los sentidos y de la que se podía ir y volver, y las imágenes que retrataban lo que un científico de época llamó la escoria humana que, desde ese momento y casi todo lo que restaba del siglo XIX, también se asociaría con el opio. Junto a las dos guerras del opio en ese siglo, a las investigaciones médicas y farmacológicas, en un lugar central en la construcción de imaginarios estaban las tenebrosas imágenes de los fumaderos de opio. Allí se condensaba la alienación que convertía a los seres humanos en animalidad degradada. El opio de los pueblos es la metáfora de Marx para dar cuenta de la persistencia de visiones del mundo anticientíficas que no pueden relacionarse vital y racionalmente con el mundo. El opio es la degradación humana, si es consumido por el vulgo. Si " un hombre que solo habla de bueyes se convierte en consumidor de opio lo más probable... es que sueñe con bueyes", dirá De Quincey, y reafirmará, "el que escribe, es un filósofo, en consecuencia la fantasmagoría de sus sueños ( esté dormido o despierto.. ) corresponde a quien con tal vocación nada de lo humano le es ajeno. Poseído del mismo espíritu, su amigo Samuel Taylor Coleridge relatará en un comentado prefacio al poema Kubla Khan, que había escrito esa obra luego de un sueño, influenciado por el opio y después de haber leído una biografía del Gran Khan del imperio Mongol. Se trataba ni más ni menos que el sueño exquisito de los exquisitos. La rígida y jerárquica sociedad británica entraba al siglo XIX, otorgándole un estatus especial a la aristocracia del espíritu y en esos espacios, los sabios encontraban habilitación moral para desarrollar cualidades específicas a las que se confería valor universal y entonces podían relacionarse de manera productiva con sustancias que agrandaban las ventanas de su sensibilidad.

Segunda postal. En el verano del hemisferio norte del año 1960, un hombre de 35 años que estudia antropología en la Universidad de California, Los Angeles, espera un ómnibus de la popular línea norteamericana Greyhound en un pueblito de frontera en el estado de Arizona. El hombre joven es de origen peruano y habla bien el castellano, idioma usado por las poblaciones pobres de la zona. Está buscando material sobre plantas medicinales nativas para el proyecto de su tesis. Es allí donde se produce un encuentro que formará parte de una narración casi mítica. Ese momento es descrito en la introducción de lo que será la tesis de antropología de la UCLA, pero además y sobre todo, un libro best seller publicado en inglés en 1968 y en español en 1974. The Teachings of Don Juan: A Yaqui Way of Knowledge. Las enseñanzas de Don Juan, se constituirá en una pieza a tomar en cuenta cuando se trate de entender los movimientos de la llamada contracultura de fines de los años sesenta. Surgidas de las entrañas de la sociedad de masas y de los procesos de movilidad social ascendente, las distintas variantes de esa contracultura fueron expresiones alternativas que se propusieron encontrar formas diferentes de vida. Estas experiencias, entre otras cosas, incluían viajes a La india, la vida en comunidades como producto de lo que se llamó el hippysmo, la llamada psicodelia y, en este marco relativamente heterogéneo, la relación con drogas alucinógenas. La experiencia con las drogas, en las formas ligadas a los núcleos conceptuales más fuertes de la contracultura, no suponían la mera experiencia en sí mismo, sino la relación con otras dimensiones que la sociedad de masas ocluía. Otras sociedades desde otros tiempos habían experimentado nuevas formas de vivir, de relacionarse con el mundo desde la sensibilidad y podían, de algún modo, resignificarse en ese presente. Y ese mundo exótico con promesas de otras sensibilidades se lo imaginaba situado en Katmandú, expresado por algún gurú de la india, pero también podía hallarse cerca. En México, o en zonas de los EEUU vecinas a la frontera mexicana. No se trataba de un exotismo superficial, esa cultura otra se leía a la luz de un relativismo que habían ayudado a construir, entre otros elementos circulantes por el período, la crítica a la sociedad de consumo y una nueva mirada autocrítica de la antropología que además se escapaba del encierro de la academia. Ese relativismo permitía, por ejemplo, encontrar en el otro marginalizado y despreciado por la basura blanca que podía andar bebiendo aguardientes baratas en bares de mala muerte de un pueblo de Arizona, o que esperaba un ómnibus intentando disimular su presencia frente a los cuerpos legítimos, no solo otro al que se debía entender, sino a un portador de otros conocimientos, quizás a un chamán.

Más allá de que estos movimientos se relacionaron con distinto tipo de drogas, la que tenía en un sentido fuerte más elementos contraculturales era la que se obtenía del cactus peyote, la mescalina. El peyote para los Huicholes de la sierra alta al Noroeste de Guadalajara es un producto sagrado que vale para curar lesiones del alma y del cuerpo. El subtítulo del libro de Castaneda es "Una forma yaqui de conocimiento", refiriendo al origen tribal de don Juan que pertenecería al grupo de los Yaquis del estado mexicano de Sonora. La idea de sumergirse no solo en una experiencia alucinógena, sino en una cultura ancestral e incorporarse a la posibilidad de mirar el mundo de otra manera, constituía un elemento central de las zonas más fuertes filosóficamente de estos movimientos Tercera postal. En el inicio de la película El lobo de Wall Street, dirigida por Martín Scorsese y protagonizada por el actor Leonardo Di Caprio, aparece la relación de grupos del mundo financiero con distinto tipo de drogas. Casi enfrentando a la cámara, el personaje Jordan Belfort, cuenta en las primeras escenas, de dónde viene, y lo que ha conseguido: sus bienes, su esposa modelo, sus consumos. Mientras la cámara toma la cara del personaje en primer plano aspirando la cocaína que ha depositado en la cola en alto de una prostituta desnuda sobre una cama, Belfort prosigue con el relato sobre lo que tiene y lo que hace. Luego de aspirar la segunda vez exclama: " Y me encantan las drogas". En otra escena quien aparece como un consejero que lo guía para incorporar códigos que le permitan triunfar en el mundo financiero (el dueño de una compañía en Wall Street), le dice que debe consumir drogas, en especial la cocaína, ya que: "mantiene el cerebro abierto y hace que logres teclear rápido".

Carlos Marx en La lucha de clases en Francia, un siglo y medio antes de esta película, con una moral que era la del socialismo científico, pero, de algún modo también la moral de la racionalidad capitalista weberiana, miraba con desprecio al sector que llamaba aristocracia financiera diferenciándolo de las formas de capitalismo productivo. Dice Marx: " en las cumbres de la sociedad burguesa se propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía; desenfreno en el que, por ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en el que confluyen el dinero, el lodo y la sangre." Y remata con contundencia " La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpemproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa."

La relación con la droga, especialmente con la cocaína en esta ficción casi operística de Martín Scorsese, es quizás una de las formas (grandielocuente) de dar cuenta del deterioro de la escenografía republicano-liberal que pasa a ocupar un espacio cada vez más relegado, débil, con colores apagados, oscurecida por la fuerza arrolladora y destellante de la cultura de ganadores y perdedores, que se presenta en el centro del escenario, desnuda, sin ornamentos. Porque, claro, esa cultura está siempre presente en la idea moderna del hombre hecho a sí mismo, pero en otros momentos era atenuada y restringida por un universalismo liberal portador de éticas en relación al colectivo, a la ciudad. El tipo del aventurero individualista pragmático, apostador, inteligente, audaz y dispuesto a hacer lo que sea necesario por el triunfo, hace productivo el encuentro con un consumo que sostiene la adrenalina, que "abre el cerebro" y proporciona una inimaginable energía en momentos de picos extraordinarios en que la decisión tomada en menos de un segundo se transforma en una apuesta cercana al todo o nada. En esa oficina lujosa de Wall Street, unos muchachos con la misma intensidad que ponen en el juego financiero, se entregan a fastuosas formas carnavalescas de placer, propias de quienes recién llegan a un mundo y a la vez llevan en su inconciente la sensación de que algún movimiento en falso puede hacer caer la ilusión como un castillo de naipes. En la otra punta de la red de ese poderoso mercado, unos campesinos en algún lugar de Latinoamérica, cultivan la coca y esos campos se pueblan de aviones privados, helicópteros, camionetas de última generación y de hombres portadores de armas sofisticadas. En ese contexto general están las políticas del estado imperial que reemplaza retóricamente el enemigo extinguido de la guerra fría y también diferentes subculturas asentadas en varios de los múltiples espacios que ocupa uno de los mercados más poderosos del mundo. Gobiernos, empresas, bancos, enteros estados nacionales, atravesados por una informalidad aceptada que proporciona márgenes impresionantes de ganancia

El placer de los exquisitos que posibilita derribar obstáculos limitadores de una profundización de la actividad creadora; una pieza que posibilita el ingreso a un mundo de sensibilidades desconocidas o no atendidas por el mundo moderno occidental, que es también un encuentro con culturas vencidas y una forma de disputa con los modos de vida predominantes; un arma poderosa que transforma en adrenalina pura las apuestas vividas como una lucha feroz en algunos espacios del mundo financiero. Tres postales que son las puntas de iceberg de momentos diferentes, conformadores de sentidos comunes en los heterogéneos y complejos mundos que las sociedades crean en relación a las drogas. Esa heterogeneidad y complejidad es la que se intenta atender cuando en este número de la revista apuntes abordamos la cuestión, Miradas amparadas en el común marco de las ciencias sociales, pero sostenidas en una diversidad analítica y metodológica. Apropiación de múltiples referencias para construir también distintos objetos analíticos que de algún modo expresan un estilo de la revista y quizás también de la productividad presente de las ciencias sociales.

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