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Apuntes de investigación del CECYP

versión On-line ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP vol.24 no.2 Buenos Aires dic. 2014

 

TALLER

Estar más grosos*

 

Daniel Fridman**

* A propósito de "¿Un plan de "estaño" o un plan inyectable? Los significados del consumo de anabólicos entre los fierros de los gimnasios porteños" de Alejandro Damián Rodriguez.
** Departamento de Sociología y Lozano Long Institute of Latin American Studies, Universidad de Texas-Austin.


 

El trabajo de Alejandro Damián Rodríguez nos lleva a un universo no tan alejado de nuestra experiencia cotidiana: como indica el artículo, los gimnasios de pesas en Buenos Aires y otras grandes ciudades pasaron en las últimas décadas de reductos para comprometidos especialistas a fitness centers que incluyen actividades diversas para un público amplio. La expansión de los gimnasios no generó, sin embargo, que los usuarios originales, los fierreros, hombres jóvenes solteros que se toman en serio ponerse grosos, perdieran su lugar predominante en estos espacios. Los fierreros prevalecen en el área anaeróbica, que se separa claramente de la aeróbica, en donde los usuarios simplemente pretenden mantenerse en forma, apenas estilizar la figura, o tomar una clase de yoga. Una línea de género también separa en buena medida esas dos áreas.

Muchos de estos hombres que levantan pesas en forma recreativa (pero no por eso menos comprometida que la de un deportista profesional) consumen anabólicos para potenciar su trabajo en el gimnasio y a la vez expresar su compromiso con la práctica, llevándola al siguiente nivel. Rodríguez formula una buena pregunta: ¿Qué están haciendo estos muchachos al consumir sustancias equivalentes a las que consumen fisicoculturistas profesionales? En el mundo de la competencia fisicoculturista no consumir estos suplementos es prácticamente regalar el campeonato. Es imposible evitarlas si se quiere estar en mínimas condiciones competitivas. De manera que el efecto de un campo de competencia no puede explicar un consumo recreativo. Por el lado del consumo de drogas en general, tampoco hay buenas respuestas. De modo muy formal, estos jóvenes de clase media hacen lo mismo que otros consumidores de drogas: están utilizando voluntariamente sustancias ilegales. Pero el autor quiere esquivar la trampa de asociar prácticas tan disímiles por vía de un hilo tan delgado. Para Rodríguez, "parece muy difícil relacionar a un fumador de paco con alguien que ingiere una pastilla de éxtasis en una fiesta electrónica, o a un joven que fuma marihuana en un recital de rock con un fierrero que usa anabólicos inyectables para suplementar su entrenamiento en el gimnasio." ¿Cómo comparar consumos "recreativos" con la calculada y racional planificación de la pirámide de estaño?

Es un excelente punto. El consumo de anabólicos en los gimnasios, en su forma más frecuente, se parece más a un tratamiento médico por una disfunción gástrica que a fumar un porro en un recital. Esto lleva al autor a cuestionar que se trate de una conducta desviada. Sin embargo, buena parte de la evidencia que presenta hace algo apresurado este cuestionamiento. Según el autor, el uso de anabólicos, lejos de constituir una patología, una adicción y/o una conducta desviada (Becker 1971) constituye un eslabón más (quizás el más conflictivo de todos) dentro de un conjunto amplio de prácticas de consumo de bienes materiales y simbólicos, relacionadas entre sí, entre las que sobresalen el consumo de alimentos reorganizado para la práctica de los fierros y la incorporación a la dieta de suplementos alimenticios diversos, pero que también podría extenderse a cierto tipo de consumo de indumentaria deportiva.

Que el consumo de anabólicos sea un eslabón en un conjunto de prácticas de consumo no es contradictorio con que la práctica sea desviada, en tanto diversos actores de la sociedad (los emprendedores morales en particular) hayan tenido éxito en etiquetarla de ese modo. Desde los irritantes acercamientos esporádicos de la prensa al tema, hasta buena parte de la conducta de los fierreros ofrecen evidencia de que se trata, en efecto, de una práctica desviada, en el sentido de Becker (utilizo el término en un sentido fenomenológico, sin la carga condenatoria con la que a veces se lo usa). Más allá del estigma externo, la práctica no parece estar tan normalizada internamente. Lorenzo, de quien sabemos que puede identificar quién consume anabólicos con sólo mirarlo, nos muestra que no todos en el gimnasio aprueban esta conducta. Los consumidores, al menos en los gimnasios en los que el autor participó, intercambiaban información sobre dónde conseguir esteroides, pero lo hacían "por lo bajo", "siempre tratando de no alertar a los dueños y/o instructores". Los fierreros que consumen anabólicos saben que "de eso no se habla", y algunos no se atreven a contarle ni a su médico, poniendo el temor al estigma y la sanción por encima del riesgo de no informarle.Lorenzo los acusa de mentir y esconder su consumo aún dentro del gimnasio. De hecho, los juicios de

Lorenzo sugieren una moralidad distinta de la normalización. Al observar a fierreros según él papeados, Lorenzo nota que sería imposible levantar tanto peso "naturalmente". Puede que Lorenzo sea la excepción y no la regla, pero su observación insinúa que dentro del gimnasio algunos pueden considerar el uso de anabólicos una especie de atajo que violaría lo que se ve como natural, y que forma parte de la economía moral del cuerpo en el deporte: el sacrificio. ¿Cómo conviven la moral de "trabajar duro" con la realidad de que trabajar duro no alcanza? El uso de anabólicos puede no ser una patología o adicción (categorías médicas difíciles de evaluar en una investigación de esta naturaleza), pero sí se parece a lo que la sociología de la desviación ha caracterizado como conducta desviada.

Alejandro Rodríguez, ya fierrero antes de comenzar a investigar, decidió convertir su lugar de práctica en objeto de investigación.Conversiones como estas demandan un gran trabajo interpretativo y de distanciamiento del etnógrafo. Las complicaciones de formar parte e investigar al mismo tiempo han sido objeto de muchísimos análisis, y aprovecho para rescatar un brillante artículo de Katherine Irwin(2007) sobre su trabajo de campo en salones de tatuajes, publicado en el número 12 de Apuntes de Investigación.Rodríguez hace un trabajo excelente al tomar distancia aprovechando el conocimiento que sólo años de cercanía pueden dar. El lado negativo de esa cercanía es que quizás lleva a que por momentos la defensa de los usuarios de anabólicos de los ataques estigmatizadores externos sea un objetivo, dejando algo de lado en su análisis la evidencia que presenta respecto de la generación interna de estigmas y sospechas.

Muchas veces los etnógrafos, luego de pasar tanto tiempo en el campo y al regreso pensar tantas horas en el objeto de estudio, tendemos a rescatar más la unicidad del caso que la comparabilidad o la posibilidad de establecer analogías. Es lógico. La riqueza de lo que uno está viendo, los matices que descubre, y las sutilezas propias de la investigación cualitativa casi que nos convencen de que estamos ante algo único. El autor establece comparaciones adecuadas que ayudan a desmarcar el caso de una pluralidad de consumos de drogas que realmente no lo representan. Es un gran aporte de este trabajo la sugerencia de evitar analizar los distintos consumos de drogas como si fueran uno solo, reduciendo la riqueza del fenómeno e importando categorías y conocimientos de casos que no tienen mucho que ver. Poco se vincula el consumo recreativo o evasivo con un plan regimentado de pastillas (o bien de inyecciones) que se combina con entrenamiento fuerte y que poco parece alterar la conducta de los usuarios. Sin embargo, algunos consumos podrían contribuir a trazar analogías. ¿Qué hay de los traders de Wall Street o miembros de ocupaciones parecidas, que consumen cocaína con el objeto de rendir más en el trabajo? No es lo mismo, naturalmente. Como decía más arriba, la conducta de los fierreros que usan anabólicos se asemeja más a un aburrido tratamiento médico que al Jordan Belfort retratado por Martin Scorsese. Pero ya no se trata de un consumo puramente recreativo, sino para satisfacer demandas externas o exigencias propias (estéticas en un caso y laborales en otro) y eso los acerca un poco. Otra posible analogía es el consumo de neuroestimulantes como Adderall y Ritalin, creciente entre estudiantes universitarios en Estados Unidos (Talbot, 2009). En una reconversión similar al caso de los fierreros, estas drogas, originalmente desarrolladas para corregir conductas patologizadas como el déficit de atención, son utilizadas por nuevos usuarios sin ninguna patología para mejorar su rendimiento escolar estimulando el funcionamiento cognitivo. Los usuarios precisan conseguir prescripción médica irregular o algún otro método para obtener las pastillas. Se trata de la mente y no del cuerpo, pero algo de estos consumos suena menos lejano de los anabólicos que el éxtasis o el paco.

Algo que unifica a estas sustancias, más allá de lo diferente de sus efectos en el corto o mediano plazo y las particularidades de su forma de consumo, es que su abuso puede tener consecuencias negativas para la salud de los usuarios. Rodríguez se refiere a los riesgos que asumen los usuarios, tanto por el propio uso (en particular si se inclinan por el consumo intravenoso), como por la posibilidad de ser descubiertos. El riesgo para la salud de lanzarse al consumo de químicos sin indicación médica es lo que en inglés se suele llamar el "elefante en la habitación", algo inmenso pero sin embargo ignorado a propósito por todos. ¿Cómo perciben los usuarios estos riesgos? ¿Los desconocen? ¿Los conocen y los asumen? ¿Los desestiman? ¿Los perciben como irreales, parte de una mitología estigmatizadora? ¿La presencia de esos riesgos desestimula o incentiva el consumo (en tanto más riesgo hace posible más compromiso con la práctica)? Sería importante también conocer los riesgos de los anabólicos más frecuentemente consumidos, según la literatura médica más reciente. El autor menciona el saber médico, pero sólo para subrayar la insólita expansión de los síntomas asociados con el uso de anabólicos:

El saber médico ha construido alrededor de esta definición de esteroides anabólicos un repertorio de riesgos diversos para la salud, de índole tanto física como psíquica. Entre los primeros se cuentan infertilidad, disfunción eréctil, disminución del volumen testicular y aumento de las mamas, mientras que entre los segundos el más conocido es el aumento de las conductas agresivas. De todos modos, la lista de patologías posiblemente relacionadas con el consumo de estas sustancias es sumamente elástica y se agranda al punto de que cualquier enfermedad parece estar vinculada, en última instancia, con él.

El saber médico aparece como parte de la máquina estigmatizadora, junto con el periodismo. Más adelante, el autor se refiere a médicos entrevistados que entendían poco del asunto. No es preciso abandonar la crítica del conocimiento médico y la medicalización para aceptar que la investigación médica sobre las sustancias que consumen los fierreros es probablemente la única manera de conocer los efectos de largo plazo de estas drogas (al menos la investigación no financiada por los laboratorios que las producen). Rodríguez reduce los riesgos reales (al menos los que se pueden conocer mediante la investigación científica actual) a efectos discursivos estigmatizadores. Pero separar la paja del trigo, los efectos demostrados por investigaciones, de la fiesta periodística condenatoria o la operación moral de los antidrogas, creo que enriquecería aún más el trabajo. Como sugiere Bruno Latour(2004, p. 227), últimamente la desconfianza en la ciencia se ha vuelto en nuestra contra.

El trabajo de Alejandro Damián Rodríguez es una fascinante etnografía que nos enseña la diversidad que reina en el imaginado "mundo de las drogas", un mundo que casi como reflejo vemos de un modo mucho más monolítico que lo que es. Fundamentalmente nos revela que algunos consumos de drogas no necesariamente suponen marginalidad (tanto en relación a los demás como en relación a otras prácticas). Para los usuarios de anabólicos, es un consumo que se liga con consumos y prácticas que nadie relacionaría con drogas o ilegalidad. Cuando los fierreros de deciden a "dar el paso" simplemente incorporan una opción más al repertorio de acciones que encarnan su proyecto estético de "estar más grosos".

Bibliografía

  1. Irwin, Katherine. 2007. "En el oscuro corazón de la etnografía. Ética y desigualdades en las relaciones íntimas al interior del campo". Apuntes de Investigación del CECYP12: 133-163.
  2. Latour, Bruno. 2004. "Why Has Critique Run out of Steam? From
  3. Matters of Fact to Matters of Concern".Criiical Inquiry 30 (2): 225-248.
  4. Talbot, Margarite. 2009. "Brain Gain: The underground world of "neuroenhancing" drugs". The New Yorker, 27 de Abril. (http://www.newyorker.com/reporting/2009/04/27/090427fa_fact_talbot?currentPage=all)

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