SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número26Montesquieu en Santiago del Estero: Temor y política en la trama imaginaria del juarismo índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Apuntes de investigación del CECYP

versión On-line ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP  no.26 Buenos Aires dic. 2015

 

Editorial

 

El miedo aparece de distintas formas en la teoría social y política relacionado a situaciones que tienen que ver con formas de organización y a desmoronamientos de las instituciones humanas. Por supuesto, es irremediable la cita al Leviatán hobbesiano, aunque en términos sociológicos, y para dar cuenta de situaciones de cambio de época, también sea pertinente no olvidar el otro monstruo del libro de Job que utiliza este filósofo para pensar quizás a partir de una situación concreta de caótica guerra civil, la descomposición del orden político y la jerarquía social: Behemoth, el monstruo que, quizás por terrestre, y acaso por eso más cercano, sea imaginado como puramente destructivo, con solo la fuerza, sin la autoridad expectante, generadora de un miedo potencial, inhibitorio, constructor de un orden.

En el número anterior de Apuntes, Patricio Dean recurría a una cita del sabio árabe del mil trescientos, Ibn Jaldún, cuando este se refería al concepto, que en árabe se nombra Asabiya (que se traduce como espíritu del clan, solidaridad fuerte). Asabiya es, en Ibn Jaldún, el elemento que permite atenuar los miedos frente a los peligros externos. Jaldún, cita un pasaje del Corán. En esas páginas se narra "sobre los hermanos de José… cuando dijeron a su padre: 'Si el lobo se lo comiera, siendo nosotros un clan compacto, sí que seríamos desgraciados'", y concluye el sabio, "lo que significa que no es imaginable una acción hostil contra alguien que tiene un clan que lo proteja…". No hay miedos densos frente a peligros reales si existe Asabiya, si hay colectivo fuerte, si hay identidad encarnada socialmente. Así se pueden enfrentar situaciones extremadamente difíciles y desafar a la misma muerte.

Y esto no es patrimonio de alguna cultura particular o de algunos fundamentalismos que permiten alejar hasta lo inhumano mediante lo exótico, ese tipo de acciones humanas. Hay suicidios altruistas en distintos momentos históricos y en distintas sociedades que levantaron banderas diversas y adoraron dioses distintos.

Valga un caso cercano en términos culturales. El 5 de mayo de 1981 moría Bobby Sands en el hospital de la prisión de Maze, en Irlanda del Norte, luego de una huelga de hambre de 66 días. Era un muchacho de 27 años, de la ciudad de Belfast, de clase obrera, con una presentación de su persona muy similar a cualquier joven urbano de la década del setenta del siglo XX. Como es posible ver en las fotos que luego inspirarían murales en las calles de Belfast, sus maneras de vestir, sus gestos y seguramente sus formas cotidianas de comportarse no diferían de cualquier otro muchacho urbano de ciudades del mundo occidental. Estaba, es verdad, en una situación excepcional y en una sociedad con una larga tradición de lucha independentista. Porque Bobby Sand era además de un muchacho que había vivido aspectos corrientes de la vida cotidiana de su tiempo, el oficial al mando de los prisioneros del IRA en la cárcel. En ese carácter fue el primero en morir, y progresivamente se unieron a esa huelga otros 9 jóvenes del IRA y del ILNA que también fueron muriendo semana tras semana. Bobby Sands fue enterrado en el cementerio New Republican Plot en donde se realizó un ritual de formación militar y salvas al aire por parte de integrantes del ilegal IRA, en medio de una multitud de 100.000 personas que acompañaban el cortejo. El inicio de la protesta tenía que ver con la negación del status de prisioneros de guerra a los republicanos irlandeses por parte del gobierno británico a cargo de Margaret Thatcher. Pero claro que ese hecho tiene otras dimensiones que remiten a una larga tradición de luchas en la que no resultaron extrañas situaciones límites, trágicas; esas que habilitan a los seres humanos a realizar acciones de renunciamiento por su propia comunidad, inexplicables en situaciones de normalidad.

Cuando hay grupo en el sentido más fuerte es posible, efectivamente, enfrentar los peligros más diversos e ir hacia la muerte en nombre del grupo. Es por ello que las acciones de quienes enfrentan a grupos que se alzan contra el orden pueden reconocer que la herramienta más fuerte de sus enemigos es la cohesión, la solidaridad social. Mao Tse Tung refriéndose a su experiencia de la guerra de guerrillas sostenía que la acción exitosa supone que la guerrilla debe moverse como pez en el agua entre las poblaciones. Para minar la fortaleza de esa herramienta los estados se valen de metodologías diversas para lograr la fragmentación del grupo, la ruptura de esa solidaridad. En la América Latina de los años setenta, una metodología clara y contundente fue la del terror de estado. El Estado, que al decir de Norbert Elías, está constituido contra la lógica del chantaje, se convierte en estos casos en organizador del chantaje y de la muerte operando de manera clandestina, sobornando, generando deshilachamiento de los grupos, la pérdida de solidaridad entre individuos aislados y asustados. Juan Corradi en un artículo sobre el terror en América Latina de los años setenta, se refería a estas situaciones de ruptura de lazos sociales fuertes, de vuelta a las solidaridades primarias, como "familismo amoral".

En la difusión de las prácticas de los campos de detención clandestinos donde se humilla a los seres humanos, en los ataques arbitrarios de grupos sobre objetivos civiles, en los bombardeos indiscriminados sobre población civil cuya cúspide son Hiroshima y Nagasaki, se expresan una de las más efectivas maneras, para decirlo en lenguaje militar, de minar la moral de la población enemiga. Ese agujereamiento de la moral tiene como herramienta fundamental, el miedo, el terror

Es verdad que la confrontación entre estados y grupos cuestionadores del orden y, eventualmente entre estados, son experiencias que permiten la construcción de tipos ideales en lo que es posible observar con claridad la relación entre lazo social denso y fortaleza político militar y entonces el miedo como arma para disolver ese lazo

Pero, no es menos cierto que también, en situaciones de cambios culturales importantes donde los grupos se desestructuran y las banderas e instituciones en las que se reconocían y los expresaban ya no dicen nada, o casi nada, los agentes sociales quedan en una situación de relativa deriva. Es frecuente citar la frase de Antonio Gramsci cuando en Pasado y Presente afirma: "La crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en este terreno se verifican los fenómenos morbosos más diversos". Gramsci pensaba bien situaciones coyunturales de crisis políticas significativas y quizás es posible trasladar la misma afirmación para imaginar cambios de época singulares como el que ocurre en estos tiempos en donde lo viejo no termina de morir. Y no termina de morir porque funciona como escenografía y recursos retóricos de prácticas no totalmente compatibles con lo anterior, pero que no han encontrado una bandera que las sustente. Es por eso que la deriva de los agentes sociales es relativa. Es confusa, poblada de desconcierto. Lo que se está haciendo no se sostiene en la moral anterior, pero puede llegar a justificarse con ella. Como nunca aquí, se hace verdad el refrán popular que sostiene, "del dicho al hecho hay mucho trecho".

Y es entonces donde puede surgir un cierto miedo con significación sociológica fundamental, generador de desconciertos, en el marco de la disolución de un orden sin la presencia de promesas redentoras. Se podría afrimar que la del presente es una situación en la que es posible encontrar abundancia de elementos anómicos. Pero, exagerando, podría decirse que esta anomia, no es la anomia en una sociedad europea de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, momento en el cual el progreso de la humanidad, aunque con agujeros secundarios, era una bandera arrolladora que, como ilusión y logros concretos, vitalizaba gran parte del mundo. Es la anomia en un terreno en el que a primera vista no parece proyectar futuros de alboradas salvadoras. La persistencia de una situación, sin recomposición de instituciones y cambios morales llegaría en extremo a un estado de catástrofe. El tipo ideal extremo, si se continúasela argumentación como un ejercicio lógico, es la peste. La situación que describe Tucídides en el capítulo 53 del segundo libro de la Historia de la guerra del Peloponeso, cuando relata crudamente las consecuencias de la plaga que asoló a Atenas en el 429 antes de Cristo. Carlo Ginzburg cita en este número la traducción de Hobbes y sus posibles interpretaciones. Es una situación en que "Ni el miedo a los dioses ni el respeto de las leyes humanas contenía" (o atemorizaba) "a ningún hombre".

Claro que en una situación de cambio cultural siempre hay con mayor o menor presencia, o en estado potencial, promesas redentoras. A diferencia de la peste, que es el fin, aquí, con mayor o menor claridad de futuro, lo que hay, es un intermezzo. En las sociedades contemporáneas abundan las citas del concepto durkhemiano que desarrolla Ricardo Sidicaro en otro de los trabajos de este número, para dar cuenta de estados diferentes en los que la desintegración, el desclasamiento por distintos motivos, se convierte en un elemento explicativo fundamental. En estos casos, el miedo se presenta bajo la angustia del desconcierto. Dice Sidicaro: "En ese intermedio, se instalan las dudas sobre lo posible y lo que no lo es, sobre lo justo y lo injusto, sobre la legitimidad de las reivindicaciones. En tanto que las fuerzas sociales liberadas no hallan nuevos equilibrios, su reconocimiento permanece indeterminado y subsisten los conflictos y las tensiones dada la falta de reglamentación."

El presente está poblado de situaciones que permiten reconocer en términos culturales, algo así como un intermezzo, y allí entonces, los miedos de la duda y la confusión sobre el sentido de las prácticas en relación a instituciones que ya no resultan productivas y todavía no se reconfiguran. Es en ese marco, y dramáticamente, que las situaciones de guerra abandonan los eufemismos y la herramienta del terror se incorpora a la práctica abierta de algunos grupos insurgentes, y de los Estados, que no ocultan ya el uso de la tortura, la contratación de mercenarios, y los ataques indiscriminados a la población civil.

 

Bibliografía

Corradi, Juan E., Patricia Weiss Fajen y Manuel Antonio Garreton. 1992. Fear at the Edge: State Terror and Resistance in Latin American. Berkeley: University of California Press.

Jaldún, Ibn. 2008. Introducción a la historia universal (al-Muqaddima). Córdoba, España: Editorial Almuzara.

 

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons