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Apuntes de investigación del CECYP

versión On-line ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP  no.27 Buenos Aires jun. 2016

 

Editorial

 

El par naturaleza-mundo humano es una relación que ha sido atravesada y reconfigurada a lo largo de los siglos por distintos criterios de clasificación que podrían resumirse en dos posturas pensadas a la manera de tipos ideales: a) la clara separación entre, por un lado la naturaleza, y por el otro la cultura como sinónimo de la actividad humana, y b) la que piensa el mundo humano como un continuo del que forman parte tanto los seres humanos como los otros seres vivos. Y, por supuesto, las distintas maneras de construcción de categorías producen problemas filosóficos, teológicos, científicos, éticos y políticos. Y, a la vez, se podría afirmar que esas distintas maneras de organizar el mundo y de mirar el mundo, son producto y productoras de complejos procesos políticos y culturales que recomponen esa relación y el relativo asentamiento de alguna categoría que incorpora de una u otra manera esos elementos.

Hace poco más de dos mil años se conocía a través del tratado Diez libros de arquitectura, del arquitecto romano Marco Vitruvio, una anécdota que relata la experiencia atribuida al filósofo Arístipo, discípulo de Sócrates. En el prefacio del libro VI, Vitruvio relata que un grupo de personas entre los que se encontraba Arístipo, naufragó y logró llegar a nado a una playa desierta. La angustia por la situación fue disipada por el filósofo, que al ver unas figuras geométricas dibujadas en la arena gritó a sus compañeros: "Tengamos confianza, pues observo huellas humanas." Y así caminaron, hasta efectivamente encontrar una ciudad que era Rodas. El relato concluye cuando los compañeros de Arístipo parten y le preguntan a él, que se queda en Rodas, si mandaba un mensaje para los de su casa. Él les ordena que digan: "Es preciso equipar a los hijos con provisiones y recursos que permitan ponerse a salvo a nado, incluso en un naufragio." La especificidad de lo humano se presentaba así de una manera clara. La potencialidad de lo humano hacía esa diferencia que aquí se expresaba en la posibilidad del dibujo de figuras geométricas y que además debía ser, siendo pertinentes con la etimología, cultivadas

Y sobre esta historia es que se construye una obra contemporánea, publicada en 1967, que aborda las tensiones entre naturaleza y cultura en el pensamiento occidental. Esta le otorga una importante visibilidad académica a la cuestión y produce un ordenamiento a través de la historización de concepciones del mundo que afectan a múltiples disciplinas. Es el imprescindible texto de Clarence C. Glacken, Huellas en la playa de Rodas. Naturaleza y cultura en el pensamiento occidental, desde la Antigüedad al siglo XVIII. Allí Glacken, valiéndose de las referencias de pensadores relevantes de distintos momentos históricos, observa cuales fueron en distintos períodos la respuesta de estos sabios a tres problemas: la comprensión de los fenómenos naturales como expresiones de propósitos o designios; la naturaleza como agente condicionante de la cultura y del carácter humano; y la actividad humana como proceso modificador del medio ambiente natural.

Por supuesto que la cuestión en el mundo moderno reciente aparecía tempranamente, más que en las ciencias sociales, en filosofías políticas o atisbos de filosofías políticas ligadas a banderas de cambio a fines del siglo XIX y a principios del siglo XX. Sobre todo serán las vertientes libertarias a través de Pedro Kropotkin, quien era geógrafo y naturalista, y del francés Eliseo Reclús, también geógrafo de profesión, quienes problematizarían las categorizaciones de naturaleza y seres humanos, proponiendo formas armónicas de relación. Pero quizás había que esperar a la politización del mundo universitario de los años sesenta para encontrar este tipo de perfil de profesor universitario ligado a las ciencias sociales, sensible a algunas cuestiones que no estaban en la agenda de las propuestas de cambio revolucionario, y allí encontrarse con la politización del par naturaleza-cultura, vía la academia. Quizás quien mejor expresa estas cuestiones es el norteamericano Murray Bookchin, quien en los tempranos años sesenta comenzó escribir trabajos que serían caracterizados como de ecología política y que en 1974 sería uno de los fundadores y director del Instituto para la Ecología Social, de Vermont, en donde impartió cursos de eco-filosofía, teoría social y tecnologías alternativas.

Otro académico de ciencias sociales, en este caso con sensibilidad política, pero que no hacía de esas cuestiones específicas el centro de su trabajo (aunque sí lo era la construcción de visiones del mundo), afirmaba en una conferencia en 1971 que: "La idea de naturaleza contiene una cantidad extraordinaria de historia humana, aunque ésta suele pasar inadvertida." Se trataba de Raymond Williams, que quizás reaccionaba desde su lugar ideológico y cultural a dos cuestiones que se le aparecían como preocupantes: una, era la idea de naturaleza salvaje y los deseos de conservarla; y la otra, la invisibilización del trabajo humano en una época en que la transformación de la naturaleza por la acción humana se aceleraba crecientemente.

El par naturaleza-cultura continuó teniendo presencia en el mundo académico de las ciencias sociales bajo distintas formas, pero es verdad que a principios de los años setenta tuvo un fuerte impulso relacionando la cuestión de lo público con el mundo académico, por decirlo rápidamente, desde arriba. Un organismo no gubernamental, con fuerte presencia en el poder político como el Club de Roma, encarga un informe a científicos del IMT que es publicado en 1972 con el título Los límites del crecimiento. Esta es una de las formas relevantes de abordar esta cuestión que a juicio de algunos académicos expresa una mirada neomalthusiana. Lo cierto es que al muy poco tiempo, en 1973, se funda una de las ONGs que tendrá mayor presencia internacional como es Greenpeace, y que será uno de los actores relevantes en las luchas por la definición de la cuestión, que crecientemente se transformará en un problema reconocido y legitimado en la vida pública.

No es extraño para las ciencias sociales imaginar que la definición de un problema en un momento histórico determinado como problema de una población o una institución particular supone una construcción social de esa definición. Esa construcción social implica la existencia de un espacio social en el que intervienen distintos grupos o agentes algunos de los cuales tienen mayor capacidad, mayor habilitación política y cultural para imponer una determinada visión del mundo. No basta que existan situaciones que afecten la vida de las personas o que las instituciones funcionen de manera que traigan dificultades a los agentes que participan de ellas, de manera diferencial de acuerdo a los distintos grupos sociales, para que en una sociedad esos hechos sean reconocidos como un problema social, como una cuestión aceptada como tal por gran parte de la sociedad.

En principio, es preciso que existan condiciones que hagan que esa situación siendo particular, encuentre una formulación pública, que se haga visible. Sin dudas, esto presupone acciones de grupos socialmente interesados en producir y promover nuevas categorías de percepción del mundo social y cultural en la medida que tienen intereses (en el sentido más amplio y flexible) para actuar sobre ese mundo. No obstante, el reconocimiento público de una situación problemática no implica necesariamente su legitimación, se hace necesario un conjunto de acciones sostenidas por distintos actores y agentes sociales que la promocionen y permitan insertarla en las preocupaciones sociales y políticas del momento. Quizás la concreción más evidente de esta legitimación es cuando las categorías de percepción asociadas a esa definición del problema logran convertirse en clasificaciones académicas, teóricas, legales, en leyes o reglamentos, y en instituciones. Estas representaciones colectivas sobre lo que es definido como un problema social o cultural, una vez constituidas, se convierten en realidades parcialmente autónomas, actúan sobre la realidad mediante la acción de explicaciones, formulaciones e informaciones, inherentes a toda forma de representación.

El campo académico específicamente en esta cuestión, y también en otras, es sensibilizado por corrientes de pensamiento más generales. Pero también es un actor que participa aunque sea indirectamente de esas luchas y que se mueve reinventando tradiciones que forman parte de la historia del campo y no necesariamente resultan compatibles con el clima general de la sociedad en el momento en que se la resignifica. La visibilización de la cuestión de la naturaleza y sus relaciones tiene historias particulares en cada campo disciplinario. Pero es innegable que su formulación como elemento de un problema público en los últimos cuarenta años ha influenciado fuertemente al mundo académico que quizás también lo ha ayudado a construirse como tal

Como se intenta dar cuenta en este número de la revista, las ciencias sociales incorporan la cuestión de la naturaleza y, por supuesto, también cómo aparece lo humano de acuerdo a las visiones del mundo implicadas en ella, de distintas maneras: dando cuenta de cómo los actores político culturales y académicos clasifican, y también intentando nuevas clasificaciones que tendrían repercusión en la manera de pararse frente al conocimiento como disciplina. Es por eso que pueden encontrarse, como se sostendrá en los trabajos publicados, varias "naturalezas." Desde la naturaleza prístina de las organizaciones conservacionistas, hasta la naturaleza objetiva de una perspectiva de las ciencias naturales, que implican la clara separación de lo humano. Desde la noción de biodiversidad incorporada por posiciones académicas y activistas de ONGs internacionales, hasta las miradas lati-noamericanistas de un Buen Vivir o Sumak Kawsay, que supondrían una continuidad. También, junto con las miradas mencionadas, las de la antropología, creyendo estar ante un giro que le permitiría pensar más allá de la naturaleza y la cultura -procesando climas generales de maneras que seguramente serán mejor entendidos si se los piensa como legítimas luchas dentro del propio campo-, quizás no expresan otra cosa que un momento sin centros político-culturales o académicos fuertes, en las que se actualiza una vieja tensión.

Bibliografía

Bookchin, Murray. 1974. Los límites de la ciudad. Madrid: Hermann Blume.

Bookchin, Murray. 1978. Por una sociedad ecológica. Barcelona: Gustavo Gili.

Glacken, Clarence C. 1996. Huellas en la playa de Rodas. Naturaleza y cultura en el pensamiento occidental, desde la Antigüedad al siglo XVIII. Barcelona: Ediciones del Serbal.

Vitruvio, Marco. 1997. Los diez libros de arquitectura. Barcelona: Alianza Forma.

Williams, Raymond. 1980. "Ideas of Nature". En Problems in Materialism and Culture. Londres: Verso.

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