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Apuntes de investigación del CECYP

versión On-line ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP  no.27 Buenos Aires jun. 2016

 

Tema central: Naturaleza

La naturaleza nacional: entre el universalismo científico y la particularidad simbólica de las naciones1

 

Luiz Fernando Días Duarte2

1. Traducción: María Belén Riveiro. Una versión previa de este artículo fue publicada como: Días Duarte, Luiz Fernando. 2005. "La nature nationale: entre l'universalité de la science et la particularité symbolique des nations". Civilisations, LU (2): 21-44.
2. Museo Nacional de Río de Janeiro - Universidad Federal de Rio de Janeiro.

Recibido: 10/03/2016
Aceptado: 29/04/2016


 

La Historia Natural

Los museos de historia natural fueron-entre las grandes instituciones de memoria de la cultura occidental moderna-los responsables de asumir una tarea difícil: hacer coincidir el proyecto de construcción de una memoria, en sí misma neutra, de la universalidad del saber científico con las exigencias de difusión particular de las identidades nacionales modernas.

Estas dos dimensiones fundamentales del imaginario de nuestra cultura circunscribieron la función de las instituciones de manera más clara que en el caso de las instituciones equiparables dedicadas a las artes y a la historia, por una parte, y a la ciencia y la tecnología, por la otra. En el primer caso, la identidad nacional se impuso de manera bien clara, mientras que, en el segundo caso, la universalidad racional siempre impera olímpicamente.

Existieron diversos modos en los que los casos locales combinaron las dos dimensiones desde el siglo XVIII, en función de las características y vicisitudes tanto de la historia de la razón científica como de la del ideal nacional.

La noción de «naturaleza» jugó un rol central en los agenciamientos simbólicos debido a su condición simultánea de referencia primaria del conocimiento científico (la «realidad») y de fondo imprescindible de la experiencia sensible vinculada con el imaginario posible de cada nación (el «paisaje»). La propia noción de «cultura» -con los supuestos tanto imaginarios como científicos- se desplaza de manera lenta respecto a la concepción de una «naturaleza» esencial por medio de una serie de operaciones de reclasificación cosmológica que se encuentran aún en pleno movimiento.

En este artículo se examinarán las características generales de este proceso en la tradición cultural de Occidente por medio de la elección de un ejemplo histórico concreto: el del Museo Nacional de Río de Janeiro, creado en 1818, cuatro años antes de la independencia y de la creación de la nación brasileña3.

El Imperio de la Razón

La perspectiva fundante de la cultura occidental moderna es la de la racionalización del mundo, tan bien descripta por el concepto de desencantamiento del mundo (Entzauberung) propuesto por Max Weber. La búsqueda de un control cognitivo e instrumental del mundo objetivo es uno de los aspectos de este proceso. La «realidad» objetiva que sucede a la concepción de unidad cósmica subsumida a la divinidad (tal como la Gran Cadena del Ser, de acuerdo con Lovejoy, 1993) adquiere las características de infinitud espacial y temporal (Koyré, 1975) que habilitan la creencia en el «progreso de la ciencia» y en el desarrollo continuo del bienestar de la «humanidad»4.

Estos valores conducen a una continua y vigorosa creación de instituciones dedicadas a la ciencia a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Se estableció un verdadero mercado de ideas científicas en función de la preocupación por la universalización que caracteriza a esa actividad. Las sociedades y revistas científicas, los institutos de investigación, los gabinetes de curiosidades, los sistemas internacionales de intercambio de información y de objetos eran el sostén y acompañaban el progreso de las novedades tecnológicas así como la búsqueda para develar los misterios del mundo y para transgredir los límites tradicionales de la experiencia de la naturaleza.

Si bien un conjunto de gobiernos europeos se alinearon detrás de lo que se denomina «despotismo ilustrado» ya en el siglo XVIII, es decir, una organización del Estado atenta a los efectos del conocimiento científico sobre la riqueza nacional y el bienestar del pueblo5, no fue hasta la Revolución francesa y con Napoleón cuando se expresó de una manera más evidente y radical el vínculo entre las ideas de la modernidad liberal y las propiedades del control científico de la naturaleza. Poco a poco, incluso los gobiernos más conservadores se plegaron a dicho orden. El espíritu revolucionario se encontraba detrás de la apertura al gran público del Palacio del Louvre y del Jardín de Plantas; la creación del Museo Real (más tarde Nacional) de Río de Janeiro en 1818 bajo Joáo VI -quien justamente huyó de las tropas napoleónicas- obedecía a las exigencias de progreso y bienestar colectivo formuladas por la propia Corona.

El imperio de la razón impulsó una serie importante de modificaciones en los regímenes del saber en Occidente. Para comenzar conviene destacar el principio del «alejamiento de lo sensible». A la vanguardia de la revolución científica se encontraban la astronomía y la física, reconstruidas de acuerdo con las propuestas de Copérnico y Newton. Los modelos científicos presentados en campos tan disímiles como la fisiología animal y la economía política se inspiraron de manera directa en la percepción sistemática y abstracta de las fuerzas físicas del peso y del movimiento de las masas. El «mecanismo» proporcionó las imágenes que fundaron la ciencia occidental hasta el siglo XVIII, cuando los modelos «orgánicos» se volvieron aceptables por el camino trazado por las nuevas ciencias de la «vida» (Gusdorf, 1974).

El alejamiento de lo sensible intrínseco a los modelos mecánicos supuso un concepto de «naturaleza» construido por medio de una elaborada abstracción, concepto que determinó la noción de una «naturaleza humana» universal y la propuesta de un conocimiento de lo humano que se encuentre, del mismo modo, sometido a las reglas y modelos científicos universales.

En esa época, las imágenes de la «libertad» y de la «igualdad» aparecen con intensidad tanto bajo las formulas científicas como bajo las fórmulas políticas. La representación de un universo compuesto por masas discretas articuladas por reglas de atracción y repulsión calculables que se reproducen sin intervención de una razón superior (piénsese en el Dios-relojero de Voltaire) es homóloga al modelo de pensamiento humano organizado como asociación de ideas (Mengal, 2000) y a la nueva sociedad humana concebida como asociación de ciudadanos libres articulados. Un horror gnoseológico sistemático se impone contra toda «diferencia» a priori, que se asocia a las supersticiones y prejuicios que se suponía abolidos por las Luces (Dumont, 1983).

La Nación romántica

Hacia mediados del siglo XVIII, ya era posible hallar en los países centrales de Europa un reclamo por recrear los lazos entre lo cognoscible y lo sensible y una conciencia de las particulares propiedades de cada uno de los niveles de la realidad, bajo la forma de «singularidades» -es decir, por medio de una alianza peculiar entre el privilegio de lo individual y la consideración la «totalidad»6.

El principio clasificatorio que organiza a los fenómenos del orden inmanente desde los más simples hasta los más complejos fue transpuesto de manera sistemática sobre el plano histórico, diacrónico. Esto supone la ilusión de una correlación entre la evolución de la materia y la de la «civilización» humana, y de esta manera se refuerza la impresión espontánea de la distancia entre las sociedades ilustradas y las «atrasadas» construida desde el Renacimiento y la conquista de América7. El horizonte de «perfectibilidad» ofrecido a la especie humana inspiró sin dudas esa visión dinámica y, a la vez, restrictiva, que funcionó como la base del desarrollo de las relaciones entre metrópoli y colonia típicas del siglo XIX.

Hoy en día se puede considerar que la definición más precisa de Romanticismo es la de una reacción frente al desencantamiento y al alejamiento de lo sensible característica de las Luces. La insistencia en la preeminencia de la totalidad sobre la parte, de la integración de los niveles de la realidad en relación con su distinción heurística (que comprende sobre todo la de lo intelectual y de lo sensible), y del flujo en relación con la sincronía, se convirtió en la clave de los desarrollos posteriores de los modelos de la naturaleza, de la naturaleza humana y de la «cultura».

Uno de los primeros y de los más evidente núcleos de esta inflexión fue la consolidación de la idea moderna de «nación». La imaginación del Renacimiento, de la Reforma y de las Luces concibió la idea de una Humanidad, de un vasto conjunto de seres humanos, indiferenciados -equivalente, entonces, al nuevo universo abierto e infinito. La insistencia romántica en la singularidad distinguió contra una base indiferenciada la unidad política, moral e histórica de las diferentes formaciones nacionales presentes sobre el tablero de Europa, lo que dio lugar a una nueva fórmula ideológica de la experiencia tradicional de las diferencias políticas.

Los colectivos políticos adquirieron, de manera progresiva, los atributos de identidad concebidos en un principio para los miembros individuales de las elites europeas a partir del Renacimiento -o sea, su «cultura»8. Las naciones modernas se crearon o reinventaron a lo largo del siglo XIX, por medio de un intenso trabajo de incorporación sistemática de los tesoros acumulados en su territorio y de las prácticas de su población a lo largo de la historia. Éstas se adjudican un nuevo sentido histórico impulsado por esos conjuntos extraños de referencias naturales y fragmentos culturales.

Leibniz para expresar, de una manera filosóficamente compleja, el sentimiento característico del futuro Romanticismo.

Los filósofos románticos elaboraron, a partir de Herder y de Rousseau, la teoría de esas reconstrucciones, con la idea de «espíritu» (Geist) colectivo, deudor de un culto organizado en diversos niveles y en numerosos templos de la memoria - entre los cuales los nuevos «museos». La filología y la lingüística, los estudios de folklore, la arqueología, las «ciencias de la antigüedad» y la preocupación sistemática por la conservación de un pasado en fuga constante surgen entonces a comienzos del siglo XIX, como tantos otros hitos en el trayecto recorrido por esta nueva memoria nacional.

Las fisiognomías naturales

En paralelo a las voces que afirmaban las nuevas fórmulas de sentido de la vida colectiva, que hoy se denomina «históricas», «sociológicas» o «antropológicas», surgió una novedosa representación de la propia naturaleza, inspirada en el deseo de reintegrar las abstracciones científicas con la experiencia sensible.

La invención de la geografía moderna aparece como uno de los signos evidentes de esta influencia, de acuerdo con la emergencia de una perspectiva que se puede llamar -de un modo por completo anacrónico- ecológica, en el seno mismo de la historia natural9. De hecho, si la taxonomía de Lineo había recién realizado una fuerte contribución a la organización de un conocimiento «natural» tan interesado por la racionalidad y la universalidad como las ciencias físicas (Thomas, 1988: 102) -a pesar de diversas diferencias imaginarias-, ya se formulaba la demanda de una alternativa cognitiva que podría presentar el conocimiento acumulado de la flora y de la fauna dentro de conjuntos diacríticos, donde un sentido de «totalidad» se podría sobreponer a la simple sumatoria de los elementos10.

Un ejemplo impresionante de esta variación holista, donde se puede identificar sin dificultad la influencia romántica, es el de la descripción propuesta por Karl Von Martius en su monumental Flora Brasiliensis, publicada a partir de 1840, sobre las «regiones» de la flora brasileña que había estudiado in loco11. En el primer volumen de la obra, Von Martius presenta un conjunto de Tabulae Physiognomicae, en donde describe los paisajes típicos de las extensas regiones fitogeográficas; allí había organizado la información disponible sobre el inmenso territorio de la reciente nación brasileña. Es por completo revelador el hecho de que hubiera empleado la noción de «fisiognomía», recién replanteada por Lavater (M. Dumont, 1984), para dar cuenta de la relación entre las dimensiones más impresionistas, sensibles, de los «paisajes» naturales12 y los intentos de comprensión universalista del mundo natural (Schama, 1995). La fisiognomía puede considerarse como una de las primeras manifestaciones sistemáticas del proyecto de una ciencia romántica, compuesta por la unión de lo sensible y lo cognitivo, en el estilo de la Naturphilosophie. Para simbolizar las fisionomías regionales, Von Martius escogió de la mitología griega nombres de diferentes tipos de ninfas -lo que recuerda al espíritu de las correspondencias tan ampliamente cultivadas hasta el Renacimiento.

La categoría de «vida», central para los nuevos horizontes de la ciencia del siglo XIX, expresa muy bien la combinación deseada entre la ambición universalista y las distinciones románticas (Gusdorf, 1974). De hecho, su emergencia supone reconocer los límites diferenciados de la realidad, en la oposición, por ejemplo, entre el mundo animado y el inanimado. También requiere una cierta consideración de la totalidad así como de la singularidad -expresada en el concepto de «organismo». El concepto de «vida» supone la primacía, finalmente, del flujo temporal, de la transformación, del devenir, del desarrollo vital -de lo cual se ocuparán las sucesivas teorías de la evolución natural. No conviene olvidar que el término «biología» no apareció sino hasta 1802 (Mengal, 2000).

Se puede identificar la presencia de esos elementos epistemológicos tanto en la instauración de la ciencia de la geología como -enseguida- de la paleontología: idéntico interés en las «formaciones» en tanto unidades fenomenales (cercanas a las ideas de Gestalt o de forma estructural13); idéntico marco de las series de transformaciones evolutivas. La noción misma del tiempo moderno se supone que fue instaurada por medio de la demostración de un nuevo y profundo «tiempo geológico» -sin punto de comparación con la temporalidad occidental tradicional (Gould, 1987).

En realidad, la búsqueda de conocimiento y la preservación de una «naturaleza» dotada con los atributos que he descripto obedece a la misma pulsión de las ciencias de la historia: la noción de una «historia natural» engloba finalmente los fenómenos biológicos, geológicos y antropológicos. La «ciencia de los viajeros», tan característica del siglo XIX y ligada de manera tan íntima con la apertura de los museos de historia natural, constituye un buen ejemplo de la combinación entre la ambición universalista de la ciencia y los umbrales diversos de la experiencia sensible, cuya complejidad asombra todos los espíritus. Los recursos de las artes plásticas y de la expresión literaria son puestos al servicio de la tarea descriptiva y clasificatoria, lo que da cuenta del curioso vínculo entre la ciencia y el arte oficial de aquel período14. La misma imagen del «viaje» de aventuras, físico e intelectual, evoca la tradición de los viajes de formación de las elites europeas y se adjudica las nuevas exigencias de la Bildung romántica y personal (piénsese en las Rêveries de Rousseau y las Wandersjahren de Goethe). Entre Chateaubriand en Misisipi, Agassiz en la Amazonia, Darwin en las Galápagos, Gauguin en Tahiti, Rimbaud en Etiopía, un enorme puente de comunicación y desplazamientos liga el fin del siglo XVIII con el comienzo del siglo XX (Nery, 1996).

Territorio y paisaje

Las imágenes de esta naturaleza sobrecargada de significados se entrecruzan con las que consagraron el nuevo estatuto de las «naciones». Entre las múltiples características y capacidades que portan, la del «territorio» detiene una fuerza particular. Es justamente alrededor de dicha noción que las «naturalezas nacionales» modernas van a establecerse y exponerse para un consumo simbólico.

El tema es profuso a pesar de su breve historia. Pocas empresas simbólicas de nuestra cultura supusieron una inversión tan intensa y sistemática. Los lazos entre el «espíritu» nacional y las características de la naturaleza del «territorio» se inspiraron probablemente en sus inicios de las antiguas teorías de los humores, que proponían la idea de continuos cosmológicos, «simpáticos», entre la constitución de los pueblos y de las tierras que habitaban (como en el caso de los ingleses y su flema). Ese sistema, sin embargo, perdió con rapidez su legitimidad milenaria bajo los golpes de racionalidad de los nuevos saberes científicos, por lo que sus presupuestos holistas no lograron persistir salvo bajo la forma de representaciones locales y populares.

No obstante, es posible darse a la búsqueda de la presencia de ciertas cuestiones de estas antiguas fórmulas en la nueva sensibilidad que acompaña a la relación entre el «pueblo» y el «territorio» (Corbin, 1988 y Thomas, 1988). El agua y las plantas, las montañas y las playas, los desiertos y los peñascos, las estepas y la niebla, los pájaros y las rocas, el sol abrasador y las noches boreales -todo esto converge en la construcción de un blasón de imágenes nacionales formado por las clasificaciones y mediciones científicas de los naturalistas. Un nuevo totemismo aparece por medio de la selección de elementos de series naturales para definir el perfil comparado de las identidades que compiten entre sí a escala planetaria. Sin embargo, imágenes muy antiguas se deslizan por debajo de estas decisiones argumentadas, traducidas por racionalizaciones que someten la naturaleza a la tradición histórica y cultural. El gallo de la representación nacional francesa no responde a las mismas razones clasificatorias que las que explican el lapacho15 amarillo de la nación brasileña. Tampoco la presencia del madroño en la bandera de la ciudad de Madrid se explica por las mismas vías simbólicas que el cedro de la representación nacional libanesa. En todo caso, no obstante, se trata de los signos locales de una misma actividad compleja y sistemática de invertir en el potencial simbólico de los signos naturales -que se nutre cada vez más de las series organizadas por los novedosos procedimientos científicos.

Un precioso monumento de la transición entre el antiguo imaginario físico-moral y las novedosas correlaciones entre la nación y la naturaleza lo constituye el libro sobre la relación entre Suiza y los Alpes, escrito en 1732 por Albrecht Von Haller, una eminencia en la fisiología ilustrada. A su vez, es posible encontrar allí el trasfondo tradicional de las correspondencias humorales entre la tierra y el pueblo y el elogio específico al paisaje (las altas montañas: el aislamiento, la grandeza, el reto) y la «influencia» que ejerce en la constitución moral de los ciudadanos de la pequeña república (Schama, 1995). Es oportuno tener en cuenta el modo en que el imaginario de los Alpes, los bosques templados y las tormentas de nieve reside en el centro de las fantasías más sentimentales del romanticismo germánico. El nazismo supo retomar esta base imaginaria con una habilidad poco común, como lo demuestra la historia del «Nido del águila» de Hitler en Garmisch-Partenkirchen.

Simon Schama menciona la serie de instituciones nuevas del siglo XIX encargadas de representar aquella relación entre la naturaleza y la nación. La ciudad de Londres es el primer laboratorio: allí se inauguró en 1820 un jardín zoológico; en 1846, el gran invernadero público de Regent's Park y -finalmente- en 1851 el Crystal Palace donde tuvo lugar aquella que se consideró la primera Exposición Internacional (Stocking, 1987). Bajo la impresionante cúpula de hierro, las últimas novedades de la industria triunfante aparecían junto con las maravillas de la agricultura a gran escala y los tesoros de una naturaleza finalmente domada. Los Estados Unidos siguieron ese ejemplo sin demora: el Central Park de Nueva York se inauguró en 1857 como síntesis grandiosa entre la naturaleza y el artificio urbano. El Valle de Yosemite se declaró «monumento nacional» en 1864, el primer ejemplo de formalización del concepto de preservación de la naturaleza en unidades geográficas discretas que suelen representar la riqueza moral de la naturaleza -bajo la égida del paisaje (Schama, 1995: 17).

Esta reorganización de los valores atribuidos a la naturaleza en todo el mundo fue acompañada por los nuevos desarrollos en la medicina desde el comienzo del siglo XIX -sobre todo de la medicina preventiva y sanitaria, a las que pronto siguió el movimiento higienista. Se puso en marcha una empresa vasta de formalización de un «panorama» de la Tierra por la vía de una geografía y de una climatología emergentes ligadas a las investigaciones sobre la fiebre y las «enfermedades tropicales» así como sobre la especificidad de la reproducción humana en las diferentes «regiones» del planeta. Estas inversiones siguen de cerca, evidentemente, el ritmo acelerado del colonialismo, tan interesado en la explotación de los recursos nativos como en la supervivencia de las poblaciones consumidoras y de los individuos que representan los intereses del comercio y de la industria.

No es casualidad que haya sido la botánica la ciencia natural que se desarrolló con más intensidad en el siglo XIX. Eran deseables tanto nuevos recursos para las redes comerciales16 como medios prácticos para el control de enfermedades y epidemias. Von Martius produjo, en este sentido, un Systema Materiae Medicae Brasiliensis, junto con una extensa descripción taxonómica y fitogeográfica17. No se puede olvidar, por otra parte, la importancia de la búsqueda de nuevas fuentes de satisfacción sensorial, desencadenadas desde el Renacimiento en Occidente, como queda demostrado en la moda por ciertas flores y su inmenso interés económico (la importancia del mercado de tulipanes en el siglo XVI no es más que uno entre tantos otros ejemplos) (Elliot, 2003).

El valor imaginario inmenso de los «trópicos» se condensa durante este período, por medio de las fantasías del evolucionismo social naciente, de la medicina preventiva, de las ciencias naturales descriptivas y del capitalismo colonial. La imagen común al Renacimiento de los continentes representados por cuatro bellas mujeres vestidas con símbolos específicos donde se entrecruzan la civilización y la naturaleza desapareció de manera progresiva frente a la emergencia de un régimen de oposiciones binarias entre civilización y barbarie, que se refuerza en la oposición entre naturaleza-templada -flexible y acogedora- y naturaleza-tropical -hostil e incontrolable.18

Este marco nuevo impuso en cada nación un trabajo imaginario propio, según las referencias empíricas y modelos culturales disponibles en cada caso. Lo que se imponía de manera inevitable era la elaboración de un relato simbólico plausible y susceptible de ser ofrecido en el nuevo mercado internacional de imágenes nacionales.

La creación, a fines del siglo XVIII, de juegos de vajilla en porcelana en la cual cada pieza presentaba el diseño de un ejemplar de la vegetación de un pequeño país del norte de Europa es todavía hoy testimonio preciado del inicio de este proceso de «nacionalización» de la naturaleza. Los juegos de vajilla de la Flora Danica siempre se expusieron en Copenhague como uno de los símbolos del profundo arraigo de la nación danesa a su territorio, donde la continuidad natural subraya y sostiene un largo trayecto histórico. Esta función ejemplar no se restringe a los salones de aparato para las cortes reales. Será necesario permitir que estas imágenes puedan difundirse y ofrecerse para el consumo del conjunto de la población al mismo tiempo que otros recursos simbólicos de un patriotismo renovado. Los museos de historia natural jugarán un rol primordial en este proceso.

Se podría oponer a mi argumento el hecho de que los grandes museos metropolitanos de historia natural nunca se restringen a la presentación de las «naturalezas nacionales» respectivas. Lo que es cierto, dado que el prestigio de las naciones metropolitanas no se construye solamente en base a las riquezas y maravillas propias sino en base a la capacidad de representar la universalidad del mundo alcanzado por su poder. Esta disposición universal fue reforzada sin duda por la condición del poder colonial; pero no dependía solamente de ella. Sobre todo se trataba de ser capaz de expresar los valores de la universalidad científica en simultáneo con los valores de la particularidad nacional. Este procedimiento permitía una especie de legitimación universalista del particularismo. Hacia fines del siglo XX, todavía se podía admirar en el Museo de Historia Natural de Nueva York dioramas muy bellos y antiguos de los ecosistemas de la Nueva Inglaterra entre numerosas exposiciones modernas sobre temas de la ciencia universal.

Un ejemplo bien característico es el del meteorito llamado Bendegó que ocupa todavía un lugar de honor en la exposición del Museo Nacional de Río de Janeiro. Evidentemente se trata de un elemento «natural», extra planetario en realidad, ejemplar de numerosos procesos y redes de información científica con valor universal. Esa presentación (y representación) pública es parte, no obstante, de un régimen de valores que refleja sobre todo su peso excepcional, la monumentalidad y la «nacionalidad» ejemplar. La historia ilustrativa de su transporte desde el interior de la provincia de Bahía hasta la capital del Imperio hacia fines del siglo XIX (1888), la permanencia del epíteto de la localidad donde se encuentra, la presentación tradicional en la sala de entrada del Museo sobre tres pedestales esculpidos en mármol de estilo neoclásico y cargados con inscripciones conmemorativas, todo ello permite comprender la intensa inversión simbólica que rodeó por completo a estos objetos -y el modo en que sirvieron a un fin vinculado con la moral pública nacional en formación.

Una "cultura natural"

Si es cierto que se puede hablar de la producción de una «naturaleza nacional», también es posible hacerlo sobre una «cultura natural», que completa la red de las imágenes necesarias en el reto de construcción de las identidades nacionales.

Una de las dimensiones fundamentales de la justificación romántica de las naciones modernas reside en la relación fundadora, originaria, entre territorio y población (incluida allí la cultura). Las esperanzas de una solidaridad holista expresadas por ese ideal se fundan en la prolongada convivencia que supuestamente une a esos dos elementos, en el sentido de aquello que suele ser llamado de «tradición nacional». La mayor parte de aquello que hoy se denomina «ciencias humanas» -antes «ciencias morales» o «del espíritu» (Geisteswissenschaften)- nació de una diferenciación progresiva en el interior de esa gran nebulosa: arqueología, historia, geografía humana, filología/lingüística, antropología, psicología social, teoría literaria etc.

En lo que respecta a nuestro tema principal, cabe destacar que los museos de historia natural no sólo se abocaron a las series informativas de la naturaleza en un sentido estricto sino también a las series «culturales» a las que están asociadas en términos generales -en un juego de continuidades inherente a la naturalización de las naciones.

Este proceso fue crítico en especial en aquello que concierne a la información sobre las condiciones de la experiencia humana consideradas «tradicionales», «autóctonas», «nativas» o «primitivas». A la luz de la fórmula de Taine sobre el vínculo esencial entre el hombre y su «entorno» se puso en juego una negociación compleja entre la legitimidad de esas condiciones en tanto que testimonio de un tiempo «esencial», originario, y su ilegitimidad en tanto que testimonio de un tiempo «primitivo», atrasado19. La grilla evolucionista, primera gran experiencia de imposición de una racionalidad universal a los datos específicos de la experiencia humana, se opuso así al valor particularista del arraigo de los pueblos20.

Ciertos dominios del saber se volvieron ejemplares, en especial, de este desarrollo, lo que supuso que ocuparan un lugar preeminente en los museos de historia nacional: la arqueología, la etnología y la antropología física contaban con lo necesario para representar las relaciones originarias del humano con la naturaleza, tanto más cuanto podían ofrecer en las exposiciones museográficas una plétora de objetos bien expresivos.

La Francia del pasaje entre los siglos XVIII y XIX concentra buenos testimonios sobre la complejidad de ese proceso histórico. El proyecto de los Ideólogos de producir un conocimiento universal sobre lo humano concentrado en la Sociedad de los Observadores del Hombre (que llevó a cabo, a su vez, la organización de la Expedición Péron, enviada hacia los mares del sur con la tarea de realizar una investigación antropológica formulada por Buffon y el Baron De Gérando- (Jamin, 1979 y Gusdorf, 1974)) es la contrapartida civil de la manera por la cual Napoleón Bonaparte incorporó a sus grandes movimientos militares a equipos de investigación científica. Lo significativo de los resultados de la invasión a Egipto, hasta hoy en día, es más su resonancia científica que su dimensión geopolítica21. A lo largo del siglo XIX la mayor parte de las expediciones científicas cubrieron -quizás bajo la responsabilidad del propio investigador- tanto las series de información estrictamente naturales como las series de datos culturales. En el caso de Brasil, basta con evocar la importancia de la información e hipótesis antropológicas del trabajo de Von Martius o de Charles Frederic Hartt para dar testimonio de esta inclusión de la «cultura nacional» en la «naturaleza nacional».

El Museo Nacional de Río de Janeiro

La gran institución «primordial» encargada del culto a la «naturaleza nacional» en Brasil fue el Museo Nacional. En un principio cumplió con su vocación universal de manera solitaria, a partir de su fundación bajo el nombre de Museo Real en 1818, y luego empezó a compartir las funciones de representación de la nación sucesivamente con el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, las primeras Facultades de Derecho y de Medicina,22 un simple epifenómeno del sustrato físico, corporal, la experiencia humana debía ser iluminada cada vez más por el progreso de la ciencia. Esta concepción -de la cual se asiste a una renovación a fines del siglo XX- tuvo una influencia de las más fuertes sobre el desarrollo de la cultura occidental. Aquí me ceñiré a subrayar ciertos aspectos de esta presencia en la obra de la representación nacional en curso en los museos de historia nacional. la Academia de Medicina, la Academia Imperial de Bellas Artes y otra serie de instituciones creadas con posterioridad. La misma función del «museo de historia nacional», que se definía de manera lenta, debió compartirse con el Museo Paulista (creado en los años noventa del siglo XIX) y con el Museo Paraense (fundado en los años setenta del siglo XIX y reestructurado por Emilio Goeldi en la década de noventa del mismo siglo), a comienzos del período republicano. La creación sucesiva de todas estas otras instituciones es a la vez un signo de la lenta estructuración de un gobierno nacional complejo y moderno en Brasil y de las dificultades y vicisitudes del mismo proyecto de una imagen nacional que estuviera disponible al interior y hacia el exterior del país (Lopes, 1997 y Santos, 2000).

La apertura de las primeras exposiciones públicas sucedió todavía a comienzos de los años veinte del siglo XIX, en las que se presentaron las series «naturales» y de «civilización» (objetos de arte, pinturas, máquinas etcétera).23 Las colecciones se enriquecieron a un ritmo irregular con la incorporación de objetos ex officio y con una parte de los resultados de las expediciones de viajeros extranjeros, que se multiplicaron tras la apertura de los puertos a "las naciones amigas" en 1808. Los fondos de este período heroico presentaron una gran variedad. Una colección importante y ejemplar de mineralogía (Colección Werner), adquirida por la Corona portuguesa en Alemania, representaba el costado más sistemático y científico de ese abanico de objetos. Es posible que una pequeña parte de los animales disecados presentados al público en Río de Janeiro en el pequeño museo colonial que se llamó Casa de los Pájaros estuviera todavía disponible para las exposiciones nuevas, tras una prolongada presentación en la Real Academia Militar. Una parte de las colecciones reales enviadas desde Lisboa, de pinturas y de objetos de lujo, sobre todo, fue recibida en el Museo en préstamo. Finalmente se hace alusión también a las máquinas, presentadas ante el púbico en esa mezcla de interés científico, de disposición tecnológica y de respeto por las «fuerzas de la naturaleza» que caracterizaron la cultura occidental moderna desde el comienzo del siglo XVIII. Alrededor de las pinturas, máquinas y colecciones sistemáticas, se desplegaban los especímenes de la flora y la fauna local, signo sensible de la «riqueza» nacional, montado entre la realidad inmediata de la profusión tropical y los deseos de un progreso económico sostenido.24

Una tensión característica de este primer período de la vida del Museo es la de la unidad de la representación política: ¿el Imperio portugués, vasto y heteróclito, o Brasil, esta colonia tan especial que se convirtió en la misma metrópolis por un tiempo? Los datos sobre esas primeras exposiciones y colecciones que las componían son insuficientes para permitir profundizar este aspecto de la cuestión. Es posible descifrarlo en los textos jurídicos programáticos y las descripciones de algunos de los visitantes. De cierta manera y al comienzo, esta tensión debió cubrir la oposición más estructural entre una visión más universal y científica y otra más particularista y afectiva.25 Se registran críticas realizadas con frecuencia por los visitantes extranjeros sobre la pretensión más general del Museo y la debilidad en su capacidad de representar la naturaleza local (Andermann, s/r).

Otra dimensión general que no se puede olvidar del período inicial del Museo es el hecho de que un museo que posee una pretensión universal en dicha época era heredero de una manera bien intensa de la representación del «gabinete de curiosidades» y -en el caso de un museo real- de la imagen de un «tesoro nacional». El Primer Imperio en Brasil encarna tanto esta condición cuanto el Emperador Pedro I lo hace, de manera nítida, en relación con el modelo dinástico tradicional de Occidente, con su dimensión jerárquica y personalista general sostenida en su caso por una personalidad entusiasta y aventurera.26

Ciertos aspectos de las colecciones del Museo revelan ese vínculo original con la dinastía y las propiedades simbólicas de la Casa Real. El primer caso es el de la colección del Antiguo Egipto, cuyo núcleo consiste de una serie considerable de piezas, presentadas como curiosidades de lujo en el puerto de Río de Janeiro por un comerciante italiano. El Emperador tomó la decisión personal de adquirir la colección y de donarla al Museo. La colección se vio enriquecida, más tarde, por las donaciones de otras piezas que el hijo del anterior, Pedro II, había recibido como regalo del jedive de Egipto al momento de su prolongada visita a los centros arqueológicos del Cercano Oriente. Otro ejemplo asombroso es el de la colección greco romana, que consistió de una importante serie de objetos transportados a Brasil, como parte formal del ajuar, para la hija del Rey de Nápoles, Teresa Cristina de Borbón-Dos Sicilias, quien se convirtió en emperatriz tras su casamiento con Pedro II. La propia princesa había tenido a su cargo las excavaciones en una de sus propiedades al sur de Italia, lo que dio lugar a la colección -devenida brasileña- al mismo tiempo como un ejemplo de la identidad dinástica (con los tesoros simbólicos ligados a la tradición histórica y a ciertos territorios), de la identidad nacional (alianza, por medio del matrimonio, entre los jefes de Estado de dos naciones) y de la identidad científica (testimonio de un interés de conocimiento, de carácter metódico, por la arqueología y la historia).

Esta curiosa mezcla entre interés cultural, erudito, e interés político nacional estuvo permanente y directamente en juego en los inicios de la institución. Otro ejemplo interesante es el del manto real de las islas Sandwich que un príncipe local, que se encontraba en viaje, regaló al Emperador. Es bastante probable que varias piezas de las colecciones del Museo se hubieran utilizado para los intercambios de ese tipo. Un caso muy citado es el del uso de ejemplares de tucanes disecados de la colección ornitológica para confeccionar, con las plumas amarillas del pecho, la esclavina del manto de consagración del Emperador Pedro II -en lugar del armiño de la tradición real (y natural) europea.

La profesionalización de las funciones del Museo, según el modelo racional organizado en los centros metropolitanos, no se produjo sino lentamente de acuerdo con las relaciones entre el personal científico del lugar y la evolución científica internacional, con la fuerza relativa de las tendencias modernizantes del Estado y con las crisis financieras sucesivas del Estado. Una primera gran reforma gubernamental tuvo lugar durante los años treinta del siglo XIX, bajo el gobierno de Fray Custódio Serráo.27 Otra gran ola de modernización aconteció durante la década de setenta en el siglo XIX, bajo el influjo del intercambio regular con el extranjero y en respuesta a las nuevas exigencias de racionalidad en la administración pública y la divulgación de la educación y de la vida intelectual impuestas en el acotado mundo urbano brasileño hacia el fin de la Guerra del Paraguay.28

El Museo fue sede de una serie de iniciativas importantes relacionadas con el desarrollo institucional del país a lo largo de los siglos XIX y XX. A pesar de su corta vida, no se puede dejar de mencionar la creación, en el seno del Museo, de la Sociedad de Fomento de la Industria Nacional (Socieda-de Auxiliadora da Indústria Nacional, 1825), que anuncia, muy temprano, la vocación de entrecruzar los valores de la nación, de la naturaleza y del progreso.

Una de las dimensiones del rol estratégico es la participación de la institución en los proyectos épicos de conocimiento científico y control político administrativo que constituyen las expediciones del Estado, en un país con un territorio tan vasto y tan poco conocido e integrado. El mismo museo comenzó a realizar expediciones científicas a partir de mediados de siglo, cuando envió a Francisco Raimundo de Faria a buscar «productos naturales y etnográficos del valle del Amazonas» (Castro-Faria, 1998: 62). El primer gran ejemplo de una expedición oficial del nuevo Estado brasileño es, sin embargo, el de la Comisión Científica de Exploración, conocida como "Comissáo do Ceará", o como "Comissáo das Borboletas", cuyos materiales fueron depositados sobre todo en el Museo (especímenes, informes, biblioteca, grabados etc.). Los trabajos del equipo se realizaron en el nordeste de Brasil, alrededor de la Provincia de Ceará, entre 1859 y 1861. El importante poeta romántico Gongalves Dias participó de la expedición29 y el muestrario de la naturaleza de las provincias del norte estuvo acompañado por una vasta descripción iconográfica de objetos de culturas indias de la región.

El Museo participó, de manera directa o indirecta, de todas las grandes expediciones nacionales. No se puede sino realizar una breve mención a los trabajos de Charles Frederic Hartt, geólogo del Museo, a cargo de la Comisión Geológica del Imperio (1875-1877) (Freitas, 2001); a los de Cándido Mariano Rondon, primer director del Servicio Nacional de Protección al Indio, quien dirigió la Comisión Rondon (antigua Comisión de Líneas Telegráficas de Mato Grosso a Amazonas, creada en 1890), y quien se ocupó, entre 1907 y 1915, de la integración pacífica de los indios del Brasil Central a la nación -cuyos materiales se incorporaron sobre todo al Museo; o a sucesivas expediciones con interés médico y sanitario organizadas por el Instituto Soroterápico Federal (más tarde convertido en el Instituto Oswaldo Cruz) a partir de 1900, como la de Belisário Penna hacia los Estados del nordeste cerca de 1916, con la participación de Arthur Neiva (Director del Museo entre 1923 y 1926).

Otra dimensión crucial de la función de la representación nacional es el rol del Museo en la organización de grandes exposiciones temporales, ya sea en el extranjero o en su propio espacio institucional. El Museo fue desde el comienzo responsable por la primera exposición industrial de Río de Janeiro en 1861, antecedente de la primera exposición nacional que tuvo lugar ese mismo año. Estuvo a cargo de manera sucesiva de las exposiciones de 1866, 1873 y 1875, ensayos para la participación del país en las Exposiciones Mundiales (Castro-Faria, 1993: 56-61; Schwarcz, 1998: 385; Andermann, s/r). En todo caso, se trataba de presentar los testimonios de la riqueza natural nacional junto con la agricultura y la industria naciente.

La participación del Museo en la contribución brasileña a las Exposiciones Internacionales, cuya extensa serie había sido inaugurada por la de Londres en 1851, le valió sin dudas una buena parte de su prestigio ante la administración imperial. La importancia de la participación de la nación en las exposiciones puede juzgarse por la presencia personal del Emperador en la de Filadelfia en 1876 (Schwarcz, 1998). A partir de la Tercera Exposición, en Londres en 1862, en el Museo recae de manera sistemática la responsabilidad de organizar el pabellón brasileño, esta manifestación estratégica de la imagen nacional. Una participación oficial eminente fue registrada al menos hasta la Exposición Universal de Chicago de 1893.

Un momento destacable en esas funciones de representación nacional es el de la organización de la primera Exposición Antropológica Brasileña en 1882 (Nascimento, 1991).30 Ello siguió a la primera Exposición de Historia de Brasil que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional en 1881, y a la primera exposición de la Industria Nacional (1882), ensayo para la participación de Brasil en la Exposición Continental de Sudamérica de Buenos Aires, ese mismo año. El Director Ladislau Netto se ocupó en persona de la organización de esa enorme exposición, dedicada a conocer las sociedades indias del territorio nacional. Se implementó un plan sistemático para obtener colecciones representativas de las diferentes tradiciones culturales tribales varios años antes, con la subvención de diversas expediciones específicas. Se encargó a artistas prestigiosos que pintaran retratos y realizaran esculturas de imágenes de indios y hasta se invitó a los propios representantes vivos de las tribus, que se instalaron en el mismo Museo.31 La exposición suscitó un vivo interés en el público y recibió la visita, en varias oportunidades, del Emperador. Una buena bibliografía ya se ocupó de las implicaciones propiamente científicas de la Exposición a propósito tanto del estatuto de las poblaciones indias de Brasil (y de su estudio sistemático) como del lugar que ocupan en la estructura de la nación (Castro-Faria, 1998; Nascimento, 1991; Schwarcz, 1998; Andermann, s/r).

El avenimiento de la República, en sí mismo, no cambió demasiado el rol institucional del Museo. Cabe mencionar un episodio importante en la historia de esta época. El Gobierno Provisional ofreció el Palacio de San Cristóbal, que serbia de residencia oficial de la Familia Real e Imperial desde el arribo de la Corte en 1808, como asiento del Museo. La mudanza del Museo se realizó recién en 1892 debido a que la primera Asamblea Constituyente republicana debió trabajar allí hasta 1891. No se puede dudar de lo acertado de la decisión gubernamental. Se señala, desde el comienzo, la reputación del rol que la educación y la ciencia debían jugar en un régimen inspirado fuertemente en el positivismo de Comte, lo que se evidencia en la donación para tales fines de uno de los inmuebles más prestigiosos de la nación. Al mismo tiempo se deshacían de la memoria de un palacio real que la resistencia ideológica monárquica podría convertir en un centro de reverencia nostálgica. A su vez rendía homenaje al Emperador destronado, bastante popular, que siempre se había distinguido por su apoyo político e interés personal en la ciencia y la erudición.32

La importancia de la Exposición Antropológica de 1882 y de la reflexión que suscitó sobre la herencia indígena es testimonio de un viraje clave en las relaciones entre nación y naturaleza entre el fin del siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial. Se trata de la preeminencia de las relaciones entre civilización y raza.33 Una vez más el Museo jugó un rol esencial en el campo de los debates políticos y científicos. Ya tuve la oportunidad de exponer, en otra ocasión, lo complejo de esta configuración ideológica (Duarte, 2000) y los modos en que se desplegó en la historia brasileña. En este punto no puedo sino mencionar el rol de Joáo Baptista de Lacerda (director del Museo entre 1895 y 1915) en los debates sobre la relación entre la civilización nacional (que se consideraba insuficiente y que se procuraba promover) y el hecho del acentuado mestizaje de la población brasileña. En contraposición a los ideólogos del racismo y del degeneracionismo (tales como las del Comte de Gobineau, que había sido embajador de Francia en Brasil y amigo personal del Emperador) se oponían las fórmulas autóctonas que preconizaban la posibilidad de una recuperación nacional por una mezcla de mestizaje «blanquizante»34 y de inversión en la educación.

Durante los años veinte y treinta del siglo XX el Museo todavía se distinguía por su contribución a la cuestión de la educación nacional, sobre todo a través de las múltiples acciones de Edgar Roquette-Pinto (Director del Museo entre 1926 y 1935) (Castro-Faria, 1998). Se debe a él, por ejemplo, la creación, en el Museo, de la Revista Nacional de Educación, de cuyos 21 números publicados fue el editor. Fue un período, no obstante, en el cual la profesionalización de las actividades científicas se intensificó en detrimento -es evidente- de una subordinación más inmediata a la tarea de representación institucional de la nación. Se puede sostener que la representación se especializó ella misma en ese momento: el rol primordial del Museo se manifiesta en momentos rituales importantes para la historia de la ciencia nacional, como en el caso de visitas científicas como las de Albert Einstein o Marie Curie, que se fotografiaron junto con el personal local.

Esta revisión bastante breve de la historia del Museo Nacional de Río de Janeiro durante el prolongado proceso de construcción de la identidad nacional brasileña cobra sentido en este caso en tanto ejemplo de la configuración ideológica más general de la naturaleza nacional que yo quise esbozar como uno de los rasgos prominentes de nuestra cultura occidental moderna. En realidad, todavía resta realizar casi por completo la historia de las exposiciones -permanentes y temporales- del Museo Nacional. En el marco de un programa de estudios para un gran proyecto de renovación de la exposición permanente (que debe instalarse tras la finalización de los trabajos en curso en los edificios) se inició un trabajo relevante en los archivos del Museo (Duarte & Aranha Filho, 2003), que sin embargo es todavía insuficiente dado el peso y la complejidad de la tarea.

Además el desafío del proceso de renovación de las exposiciones de la institución choca todavía todo el tiempo -entre otras cuestiones- con el tema de la relación entre el universalismo de la ciencia y la particularidad de la nación (o de los intereses locales). Numerosas y relevantes soluciones del proyecto que se diseñaron al interior de la institución responden de manera directa a la preocupación por conservar un cierto equilibrio entre esos dos polos, buscando preservar la preeminencia de la visión científica -esencial para la identidad contemporánea de la institución (Duarte & Aranha Fil-ho, 2003). Convendría hablar entonces de una considerable permanencia del problema de la «naturaleza nacional» a pesar de los desplazamientos institucionales, estratégicos y científicos impuestos tras la Segunda Guerra Mundial.

Nuevos horizontes de la "naturaleza"

Queda mucho por decir sobre los avatares más recientes de la noción de «naturaleza nacional». Aquí me limito a evocar algunas direcciones posibles, más fácilmente visibles, que siguió la vida contemporánea de las naciones y de las instituciones avocadas al conocimiento de la «naturaleza» (como lo son todavía, entre otras, los museos de historia natural).

La primera dirección es la del incremento de la dimensión comercial, económica, del nudo imaginario de la naturaleza en vinculación con la nación. Este proceso se impone, primero, por medio de un desplazamiento de la naturaleza visible, sensible, hacia las dimensiones más abstractas de la genética, de la farmacología o de la bioquímica. Por otra parte, se impuso de una manera más evidente o formal el conflicto entre el interés de las economías nacionales y el del mercado internacional (fuerzas multinacionales, por ejemplo). Este conflicto estuvo siempre presente en la historia moderna,35 pero la condición más abstracta o sutil de los materiales en juego impone nuevas fórmulas en la guerra tecnológica. En el fondo del conflicto queda de manera visible, sin embargo, la cuestión de la naturaleza nacional, como testimonian los desarrollos jurídicos muy inquietantes y controversiales sobre la protección nacional (y mismo, a veces, étnica o cultural) de los derechos al patrimonio genético o a la explotación biomédica de las sustancias intrínsecas de las especies naturales. Aquí se pasa primero y sin duda de la dimensión de la imagen de la naturaleza hacia la dimensión de su «riqueza». La imagen nacional queda no obstante siempre presente en representaciones tales como la de la amenaza de pérdida del derecho de uso económico de ciertas sustancias naturales consideradas como típicamente «nacionales».

La segunda dirección deriva de la reciente metamorfosis de la «naturaleza» tradicional de los naturalistas en «biodiversidad» y en «ecología». En principio se enfatiza en este proceso la relevancia de los aspectos de la vida natural ligados a los destinos de la propia civilización y de su constante progreso tecnológico y la consciencia de los riesgos de desestabilización de la relación positiva entre conocimiento de la naturaleza y satisfacción humana que caracterizaron nuestra tradición cultural (Thomas, 1988). Este desplazamiento interviene en las representaciones nacionales a escala mundial debido a la creciente necesidad de establecer convenciones internacionales para la preservación de los recursos naturales y de las condiciones climatológicas favorables de la Tierra. No es la emergencia de estas preocupaciones la que resulta ser un fenómeno reciente, sino su preeminencia sobre la cuestión del conocimiento directo de la vida natural. El valor estratégico del conocimiento clasificatorio de la biología clásica (la empresa al estilo de Lineo que todavía caracteriza la práctica de la biología en los museos de historia natural) se halló así desplazado, bajo el nuevo signo de la «biodiversidad» en respuesta a desafíos más sistemáticos y altamente conscientes de su carácter político (Castro, 2003).36

Cabe tener en cuenta el desplazamiento de la noción científica de naturaleza a lo largo del siglo XX. Se podría afirmar que el desarrollo de las ciencias humanas modernas, la llegada de una física consciente de los límites del conocimiento humano, el ensanchamiento del mundo biológico tras el descubrimiento de nuevas capas y dimensiones de los procesos vitales, contribuyeron a que el fetichismo de la naturaleza se desplazara hacia un fetichismo de la propia ciencia. Aunque la cuestión ya se planteara en el siglo XIX (sobre todo por parte de las naciones en vías de transformación y crecimiento acelerado, como los Estados Unidos, Alemania o Japón), cabe identificar que la cuestión de una «ciencia nacional» se impone con fuerza y tiende a ocupar protagonismo en la escena durante el período fuertemente nacionalista de entreguerras. Una contradicción curiosa opone una actividad científica todavía más abstracta y universalista y una creciente sumisión a las condiciones de la lucha internacional, cuestión de la cual la dimensión científica esencial de la Segunda Guerra Mundial resulta un ejemplo importante.

Brasil sería igual de sensible a este desplazamiento -en un grado menor. La fundación de la Academia Brasileña de Ciencias en 1916 es sin dudas uno de los símbolos de un proceso más complejo que recibió la atención también a nivel de la política interior: la oposición de las regiones o provincias al interior de la nación. La creación del Museo Paulista a comienzos del período republicano ya había anunciado de manera bien clara esa dimensión de las relaciones entre nación, ciencia y naturaleza. El fundador, Hermann Von Ihering, señaló de manera clara la intención de crear una institución «puramente» científica - en contraposición con una institución cuya intención estaba empañada por la dimensión de la representación nacional, como el Museo Nacional (Andermann, s/r). De hecho la pretensión ideológica coincidió, de manera afortunada, con el dinamismo económico muy particular de la provincia de San Pablo y con las aspiraciones de su elite de constituir un polo cultural alternativo a aquel de la capital federal.37

No se puede ignorar que la cuestión de la «naturaleza nacional», en sí misma, se desplazó hacia dimensiones cada vez más sutiles y sublimadas -por decirlo de esa manera. He mencionado la concentración en los temas de la raza, la civilización y la educación nacionales entre las décadas de los años veinte y cuarenta del siglo XX, sobre todo en Brasil. De hecho, todo el desarrollo de las ciencias humanas de dicha época es un testimonio de la misma tensión original entre la ambición universalista del pensamiento y la condición local, particularizada, de los materiales que se presentan al análisis. Esta tarea es, sin dudas, más fuerte en el caso de los hechos de la sociedad y de la cultura, inseparables de la condición «nacional» de su nacimiento. En el departamento de antropología del Museo Nacional, a partir de los años sesenta del siglo XX, se desarrolló un programa de estudios e investigación en «antropología social» que se convirtió de manera veloz en uno de los centros más prestigiosos de esa especialidad. Se podría examinar la serie de intereses y de polémicas científicas que se desplegaron allí durante los últimos cuarenta años a la luz del tema de la «naturaleza nacional», ya fuera con miras a la comparación de los grandes procesos de transformación en las zonas rurales o urbanas de Brasil, ya fuera en relación con cuestiones de identidad étnica, regional y nacional, ya fuera con respecto a diversos modos de análisis de las culturales tribales (o de su relación con la nación), o a propósito de los modos locales de construir una vida religiosa, política o intelectual.38

Los desplazamientos también se dieron en las ciencias naturales. Una fuerte tensión opuso los científicos dedicados a las actividades de clasificación a aquellos que se dedicaron directamente a los procesos subyacentes a la vida natural. La hegemonía de esta última alternativa en el sistema científico nacional limita con fuerza el rol y la actividad de los museos de historia natural, con la obligación de ocuparse, a la vez, de las dimensiones más mecánicas de las colecciones naturalistas y de los retos más desafiantes de la ciencia biológica contemporánea. En el caso del Museo Nacional, conviene reflexionar sobre el hecho de que la única sala de exposición permanente nueva abierta entre fines de la década de los años sesenta del siglo XX y el inicio de los años noventa estuvo enfocada en la «biodiversidad» -un concepto de transición estratégica fuerte para los «naturalistas» biólogos.

Finalmente, se puede hablar de una última y novedosa dirección, más localizada. Se trata de la creciente importancia imaginaria (o popularidad) de las ciencias históricas de la naturaleza, sobre todo de la paleontología. Una buena parte del éxito narcisista nacional de las series arqueológicas y etnográficas, que alcanzaron su pico hacia el fin del siglo XIX, se desplazó hacia las series de hechos paleontológicos. Este desplazamiento, en realidad, ocurrió sobre todo en relación con el conocimiento sobre los paleovertebrados, con la moda de los «dinosaurios» que se puede identificar hacia fines del siglo XX. Aquí se ve en acción la dimensión sensible, disponible en el totemismo, de la serie de especies naturales (a pesar de las crecientes dificultades técnicas de esa noción para la biología contemporánea) que se podría clasificar como de «tamaño natural». No obstante se la ve, de manera significativa, desplegada a lo largo del tiempo, dotada de un espesor cronológico más profundo que el de los hechos de la arqueología y de la etnología-una especie de mezcla entre las propiedades simbólicas de la biología descriptiva y las de la geología. En lo que concierne el eje de este artículo, cabe señalar el hecho de que aquella moda se inscribió también en la dimensión «nacional», junto con la búsqueda y eventual elogio de la antigüedad y de los ricos depósitos, especímenes y especies o signos. No se puede sino destacar el efecto curioso que produce la yuxtaposición de millones de años característicos de las series paleontológicas en las ambiciones identitarias de nuestras naciones modernas, con algunos pocos cientos de años.39

El tema de la «naturaleza nacional», tan importante para la historia moderna -política y científica- todavía conserva su vigencia, debido a que siempre presenta vías y desafíos a los museos de historia natural y a su perplejidad contemporánea - y quizás mucho más allá. Es posible que el futuro de estas instituciones dependa de su capacidad de crear nuevas maneras de contribuir a las demandas siempre presentes -pero más sutiles y complejas-de responder a las ambiciones de la razón y a las exigencias del narcisismo colectivo.

3. Las antiguas colonias europeas en América debieron realizar un esfuerzo por construir las identidades nacionales -en un sentido moderno- incluso más temprano que la mayoría de los países europeos. Además sirvieron como instancias de experimentación de los grandes temas de la ideología nacional del siglo XIX. La considerable estabilidad territorial y política del Imperio de Brasil a lo largo del siglo lo convierte en un caso más claro para la observación de ese proceso.

4. Esto se vislumbra en la fundación en Londres de «The Royal Society of London for Improving Natural Knowledge» en 1660.

5. Los efectos de esa política arribaron al Brasil en el gobierno del Marqués de Pombal (1699-1782) -ya sea de manera directa por medio de las transformaciones en la administración colonial o de manera indirecta con las reformas en la educación en la Universidad de Coímbra y la creación de la Real Academia de Ciencias de Lisboa.

6. Louis Dumont (1983: 210) subraya la importancia del concepto de mónada de 7. Este proceso de distancia entre lo civilizado y lo primitivo no se nutre solo del relato de los pueblos exóticos. Al interior de la propia Europa, diversas condiciones culturales se tuvieron en cuenta para la representación de lo primitivo; ya sean pueblos enteros, como los escoceses de las Tierras Altas del siglo XVIII, de acuerdo con Lawrence, 1979; o los dálmatas de la misma época, de acuerdo con Wolff, 2003; o ya sean los campesinos o la clase obrera urbana naciente.

8. Existe un vínculo histórico importante, conservado en el léxico, entre la noción tradicional de cultura agrícola (cultivar la naturaleza) y la acepción nueva, humana, de «cultura» y de «cultivo» (cultivarse). Véase, sobre todo, Greenblatt (1980) acerca de los modelos del auto-cultivo durante el Renacimiento y Bruford (1975) sobre la tradición de la Bildung romántica.

9. En Brasil, un movimiento con un fuerte interés en la preservación de la naturaleza se constituyó hacia el fin del siglo XVIII. Fue descripto por J. A. Pádua (2002), sobre todo en relación con José Bonifácio de Andrada e Silva (1763-1838), el más importante estadista y naturalista brasilero a comienzos del siglo XIX.

10. Una instancia esencial de este proceso fue la obra monumental de Alexandre Von Humboldt: el Kosmos (1845) (Ricotta, 2003).

11. Karl Friedrich Von Martius (1794-1868) fue un naturalista alemán, invitado a Brasil en el marco de una misión científica enviada por el Emperador de Austria (y el Rey de Baviera) con motivo del casamiento de su hija Léopoldine -quien se dedicó también a las ciencias naturales- con el Príncipe Pedro, el futuro primer Emperador de Brasil.

12. No se puede olvidar que el apogeo del género del "paisaje" en pintura es contemporáneo de la apuesta romántica en el vínculo entre la experiencia de la naturaleza en los estados de ánimo individuales y en los «sentimientos nacionales» (Thomas, 1988). La misma categoría proviene del italiano paesaggio, donde la raíz paese (país) aparece todavía de manera más evidente. En alemán e inglés, Landschaft y landscape poseen una etimología equivalente.

13. Las relaciones entre la idea romántica de una forma originaria, la noción de formación geológica y la de estructura en la obra de Claude Lévi-Strauss fueron desarrolladas de manera ejemplar por Carlo Severi (1988).

14. En Brasil, se encuentra el ejemplo precoz del gobierno holandés en el nordeste, donde floreció -bajo el mando del Príncipe Juan-Mauricio de Nassau-Siegen (16041671)- un gobierno que estaba preocupado tanto por la eficacia en economía y política como por la dimensión científica y artística de la dominación. Piénsese en las obras de Franz Post y Albert Eckhout, siempre evocadas como testimonios de la positiva alianza entre el refinamiento del arte europeo y la fascinación de la naturaleza brasileña.

15. La Tabebuia chryssotricha, árbol de la familia de las bignoniáceas, suele encontrarse en las selvas de la costa atlántica, y se caracteriza por flores de un amarillo intenso y puro.

16. La circulación de las especies botánicas en el mundo se tornó mucho más intensa desde el siglo XVI. La historia económica moderna abunda en ejemplos de los efectos extraordinarios de dicha circulación. El caso de Brasil resulta interesante en especial. La caña de azúcar, implantada en primer lugar en sus islas del Atlántico por los portugueses, se convirtió en la causa primera del apogeo económico de la colonia. El cultivo de café, cuyas primeras plantas se contrabandearon desde las colonias francesas al comienzo del siglo XIX, se volvió el motor de la articulación de la economía nacional con los mercados internacionales tras la independencia. La economía de la Amazonía, floreciente a comienzos del siglo XX gracias a la explotación del caucho nativo de la zona, cayó de prisa en decadencia tras la trasposición de la planta en los dominios ingleses de Oriente. La circulación internacional de las especies botánicas dio lugar a varios análisis que subrayan su carácter esencial para la comprensión de la cultura occidental moderna (sobre todo, Sahlins, 1996).

17. El interés en las especies tropicales llevó, bien temprano, a la organización de invernaderos, que se multiplicaron un poco por todos lados a lo largo de los siglos XVIII y XIX. El jardín botánico de Río de Janeiro, creado en 1808, puede considerarse como la institución científica más antigua de Brasil.

18. Un análisis rico de la dimensión paralela de las representaciones europeas sobre el alma de los indígenas de las colonias americanas en los primeros siglos de la Conquista se encuentra en Viveiros de Castro, 1993.

19. En el idioma alemán, se ha podido jugar con el uso de los prefijos Ur- y Natur-(«originario» y «natural» respectivamente) para expresar toda la gama de valores positivos y negativos atribuidos a las diversas condiciones y dimensiones de la historia de la humanidad (pueblo, religión, lengua, costumbres etc.).

20. Junto con esa transformación en la «historia natural» de todas las dimensiones de los fenómenos culturales que se distinguen de la «civilización» occidental, se puede vislumbrar en curso -a lo largo del siglo XIX- otro tipo de reducción, más estrictamente universalista, que consideraba como «físicos» de manera rigurosa a todos los fenómenos de la «naturaleza humana». Considerada como

21. Uno de los grandes monumentos de la historia de las ciencias modernas -y, además, de la historia de las artes- es la Description de l' Egypte (1830), con sus magníficas láminas naturalistas, artísticas y etnográficas. «Llegará el momento en el que la obra de la Comisión de las artes disculpará ante los ojos de la posteridad la ligereza con la que nuestra nación se precipitó, por decirlo de ese modo, en Oriente» (Carta de Geoffroy Saint-Hilaire a Cuvier, 27 de noviembre de 1799).

22. Las primeras facultades brasileñas de Medicina se fundaron en Bahía y Río de Janeiro en 1830 (tras la creación de las cátedras de anatomía y cirugía que datan de 1808) y las primeras facultades de Derecho en Recife (Olinda, primero) y San Pablo en 1827 (Cunha, 1980).

23. La capital de Brasil quedó, en ese período, bajo la influencia modernizante de los miembros de la Misión Artística Francesa que llegó a Brasil en 1816. El imaginario del Imperio naciente recibió la fuerte influencia del trabajo de Jean-Baptiste Debret (1768-1848), antiguo discípulo de Jacques-Louis David y profesor de la Academia Imperial de Bellas Artes, crea da en 1823. Se le debe, por ejemplo, el diseño de la bandera imperial brasileña (verde, por las inmensas selvas; amarillo, por el oro de las minas -se sostiene todavía) (Schwarcz, 1998), parcialmente mantenida en la República.

24. «La 'naturaleza', entonces, se exponía como un repositorio de especies y fuentes primarias, un catálogo de objetos que aguardaban la mercantilización, pero también como una capa primordial e irreductible de lo brasileño, como la propia 'tierra' de la nacionalidad» (Andermann, s/r).

25. La relación entre una visión universalista y una visión «imperial» no resulta lineal evidentemente; pero la discusión sobre el imaginario del «imperio» en Occidente y el proceso de racionalización del mundo sería aquí por completo pertinente, tanto más cuanto concierne a la concepción misma de la Iglesia Católica a su vez.

26. El príncipe Pedro, quien fomentó la independencia y fue el primer emperador de Brasil, se convirtió más tarde en el defensor de las reformas liberales en Portugal donde fue coronado rey (Pedro IV). Su nombre hizo parte de la lista de los posibles ocupantes del trono griego tras 1827 cuando el proceso de independencia de Grecia recibió el reconocimiento de las grandes potencias.

27. «Bajo la dirección de Fray Custódio Alves Serráo, ex profesor de química de la Escuela Militar, la institución se reestructuró en 1842. Siguió el ejemplo del Museo Británico (en vez del Museo de París, que hasta el momento había servido de ejemplo): dividieron las colecciones en cuatro secciones dirigidas por subdirectores -anatomía comparativa y zoología; botánica, agricultura y artes mecánicas; mineralogía y geología; numismática, arte y costumbres-, y contrataron a viajeros naturalistas -en su mayoría franceses o alemanes- para proveer a la institución de especies del interior» (Andermann, s/r).

28. Las reformas de fines del siglo XIX se realizaron bajo la inspiración y el control riguroso del director Ladislau Netto (1870-1893), un típico representante de una generación ilustre de intelectuales con una formación profesional precisa que participó activamente del proceso de modernización de la nación en fines del Imperio.

29. No se puede desarrollar en esta instancia las relaciones entre la imagen de la nación y «su» naturaleza en la producción literaria brasileña. El tema es, sin embargo, indisociable de nuestro objeto, sobre todo en relación con los autores románticos del siglo XIX, en los cuales aparece con claridad el pasaje por la «cultura natural» de los indios y de los tipos regionales (véase, acerca del «nativismo» romántico en Brasil, Schwarcz, 1998: 128). Tan útil como estimulante sería una inversión homóloga en la pintura o la fotografía.

30. Los museos (o exposiciones) de etnografía consiguieron su autonomía de manera muy lenta en relación con los museos de historia natural, donde se encuentran en general. Francia no creó un museo de ese tipo hasta 1877: el Museo del Trocadero (Castro Faria, 1998).

31. Este fondo siempre constituyó una parte prestigiosa de las colecciones y de las exposiciones permanentes contemporáneas de etnología del Museo Nacional.

32. El museo heredó diversas colecciones, especímenes, instrumentos y libros de la familia imperial. La primera sala de herborización brasileña fue probablemente la que la emperatriz Léopoldine conservó en el Palacio de San Cristóbal a comienzos del siglo XIX. El Emperador, su hijo, trabajaba en un verdadero gabinete científico en ese Palacio y había ordenado la creación de un pequeño observatorio astronómico en la terraza sobre los salones de aparato del frente.

33. Cabe recordar que la categoría de «raza» reenviaba justamente a la de 'naturaleza' buena parte de lo que se puede ahora clasificar de otro modo como de la «cultura». Las fuertes implicaciones de esta dimensión de la 'naturaleza nacional' se dan de manera evidente en las políticas nacionales de restricción de la ciudadanía por la raza que tuvieron lugar sobre todo (aunque no solamente) en el período de entreguerras.

34. J. B. de Lacerda, especialista en antropología física, es considerado como uno de los principales responsables de la teoría del «blanqueamiento progresivo» de la población brasileña. Una parte de sus proyectos ideológicos se concentró en el elogio y promoción de la inmigración europea para hacer frente a la influencia africana (Seyferth, 1989).

35. La historia de Brasil es en especial rica en ejemplos sobre la importancia económica y política de la circulación de especies naturales, como he mencionado aquí en relación con la caña de azúcar, el café y el caucho.

36. La cuestión de la conservación de la naturaleza está estrechamente ligada a otra dimensión simbólica importante que no se ha podido desarrollar en esta oportunidad: su característica de fuente de satisfacción sensorial. La creación del turismo moderno, con su conjunto de imágenes sobre los valores de la naturaleza y la civilización, detenta una intervención crucial en las estrategias identitarias de las naciones, tanto más cuanto ciertos deportes y casi todas las actividades de esparcimiento dependen del 'tesoro' natural nacional.

37. Este proceso no dejó de ser jamás una de las características dinámicas de la vida cultural de Brasil. En lo que concierne al campo científico, la potencia de las universidades e institutos científicos del Estado de San Pablo y de su rica fundación local de apoyo a la ciencia (la FAPESP fue creada en 1962) es uno de los principales elementos de la actual coyuntura nacional. Un ejemplo curioso de las relaciones de esta dimensión regional del problema de la «naturaleza nacional» reside en el hecho de que el Estado de San Pablo es el único que implementó, a fines del siglo XX, un sistema universal de descripción de la flora y de la fauna locales (Programa Biota - Sao Paulo, FAPESP), que suscitó la envidia de todos sus vecinos y de las autoridades nacionales.

38. La obra de Mariza Peirano presenta una reflexión sugerente sobre la dimensión «nacional» en la formulación de los problemas de las ciencias sociales en Brasil (Peirano, 1991, 1998).

39. En el año 2000, durante las conmemoraciones del quinto aniversario

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Anexo

Cronología resumida del Museu Nacional de Río de Janeiro en la historia de Brasil (de acuerdo con la cronología general de la institución creada por Jayme Aranha Filho).

1784 Fundación de la Casa de Historia Natural (Casa dos Pássaros) en Río de Janeiro, por el Virrey Luis de Vasconcellos e Sousa.

1787 Fundación del Museu Real e Jardim Botânico do Sitio de Nossa Senhora da Ajuda en Lisboa.

1808 Arribo de la Corte Real portuguesa a Río y apertura de los puertos a «naciones amigas». Fundación del Jardín Botánico (Jardín Real) de Río de Janeiro.

1817 Arribo a Río de la Archiduquesa Léopoldine, seguida de una misión científica oficial numerosa.

1818 Fundación del Museo Nacional, en Río, el 6 de junio, por el Rey João VI.

1821 Apertura al público del Museo: seis salas en total (cuatro con especímenes naturales en el segundo piso; dos con máquinas en el primer piso).

1822 Independencia de Brasil; inicio del Primer Imperio (bajo Pedro I).

1825 Fundación, enmarcada en el Museo, de la Sociedad de Fomento a la Industria Nacional (Sociedade Auxiliadora da Industria Nacional), en funcionamiento hasta 1840.

1838 Fundación del Instituto Histórico y Geográfico Brasileño (Instituto Historico e Geografico Brasileiro), cuyas reuniones se realizan en el Museo.

1842 Primera gran reforma administrativa del Museo en vistas de una racionalización científica, bajo el químico Fray Custodio Alves Ferrão.

1844 Inicio del Segundo Imperio (coronación de Pedro II).

1850 Fundación, enmarcada en el Museo, de la sociedad científica« Sociedade Vellosiana de Ciências Naturais », que publicará la revista Guanabara.

1859 1861 Expedición de la Comisión Científica de Exploración, conocida como«Comissão do Ceara», o como «Comissão das Borboletas», cuyos materiales serán entregados al Museo.

1862 Exposición Internacional de Londres.

1865 Visita de Louis Agassiz al Museo.

1867 Exposición Internacional de París.

1871 Creación de un museo de historia natural en Belén de Pará (que se convertirá más tarde en el Museu Paraense Emilio Goeldi).

1873 Exposición Universal de Viena.

1875 1877 Trabajo de la Comisión Geológica del Imperio, bajo la dirección de C.F. Hartt, geólogo del Museo.

1876 Segunda gran reforma administrativa en vistas de la racionalización científica, bajo el director Ladislau Netto (creación de la publicación Archivos do Museu Nacional, revista científica más antigua del país, que se publica todavía). Exposición Universal de Filadelfia.

1878 Exposición Universal de París.

1880 Apertura en el Museo del Laboratorio de Fisiología Experimental, de J.B. de Lacerda.

1882 Exposición Antropológica Brasileña, bajo el patrocinio del Emperador. Exposición Continental Sudamérica, Buenos Aires.

1888 Arribo al Museo del meteorito de Bendegó.

1889 Exposición Universal de París. Proclamación de la República.

1891 Primera Constitución Republicana, como resultado de una Asamblea Constituyente que trabaja en el Palacio de San Cristóbal.

1892 Mudanza del Museo hacia el Palacio de San Cristóbal.

1893 Fundación, en San Pablo, del Museo Paulista, bajo la dirección de Hermann Von Ihering. Exposición Universal de Chicago

1894 Emilio Goeldi es nombrado director del Museo de Belén de Pará y emprende su modernización.

1900 Reapertura de la exposición permanente del Museo Nacional, en su nuevo edificio, ante la presencia del Presidente de la República.

1907 1915 Trabajo de la Comisión Rondon, bajo la dirección del oficial de la Armada Candido Mariano Rondon (antigua Comisión de Líneas Telegráficas del Mato Grosso y del Amazonas, creada en 1890), que se encargó de la integración de los indios a la nación –y cuyos materiales serán incorporados sobre todo al Museo.

1920 Apertura al público de la antigua Sala del Trono del Palacio de San Cristóbal, con materiales históricos (numismática).

1922 Conmemoración del primer centenario de la Independencia; creación del Museo Histórico Nacional, sobre todo con fondos transferidos del Museo.

1924 Fundación de la Asociación Brasileña de Educación. Visita de Albert Einstein, que plantó un ejemplar de palo brasil (paubrasil) en los jardines del Museo.

1927 Visita de Marie Curie al Museo.

1931 Creación del Servicio de Asistencia a la Enseñanza del Museo, cuyo primer responsable es Edgar Roquette-Pinto.

1932 Creación, en el Museo, de la Revista Nacional da Educação, cuyo editor fue Roquette-Pinto. Se editaron 21 números.

1938 El Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico, recién creado, declaró al Palacio de San Cristóbal, sitio del Museo, monumento nacional.

1946 Incorporación del Museo a la Universidad de Brasil (hoy en día Universidad Federal de Río de Janeiro).

1947 Reapertura al público, tras el prolongado cierre, de las primeras salas de la nueva Exposición permanente, que todavía se encuentra abierta de manera parcial.

1948 Una de las colecciones arqueológicas «brasileñas» del Museo (Colección Balbino de Freitas) es declarada monumento nacional.

1954 Sitio de la Primera Reunión Brasileña de Antropología (creación de la Asociación Brasileña de Antropología).

1960 Brasilia se convierte en la capital de Brasil, en lugar de Río de Janeiro. Sitio del Primer Congreso Brasileño de Zoología.

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