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Apuntes de investigación del CECYP

versión On-line ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP  no.27 Buenos Aires jun. 2016

 

Lecturas en debate

"Contra el reino de la Bestia, nosotros, testigos, nos levantaremos" E. P. Thompson y la Campaña por el Desarme Nuclear

 

Enrique Garguin y Marcelo Starcenbaum1

1. Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP -CONICET). Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de La Plata - Argentina.


 

A fines de 1979 Edward Palmer Thompson, probablemente el historiador más célebre y citado del siglo XX,2 abandonó su proyecto historiográfico más importante desde que escribiera La Formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), para iniciar una desesperada campaña por el desarme nuclear y por la paz. En noviembre de aquel año se había anunciado que la OTAN establecería en suelo británico alrededor de 160 misiles con varias ojivas nucleares cada uno. La noticia golpeó a Thompson, quien se lanzó a escribir Protest and Survive, un artículo-manifiesto que denunciaba los peligros involucrados en la operación misilística y llamaba a la acción urgente, a la protesta para sobrevivir, contradiciendo explícitamente la pasividad pregonada desde la publicidad oficial que rezaba: "protect and survive". Rápidamente se dio a la tarea de resucitar la vieja Campaña por el Desarme Nuclear (CDN) de los años 50 y a crear un movimiento internacional, la Campaña Europea por el Desarme Nuclear (END, por European Nuclear Disarmament), cuya proclama fundacional se elaboró a partir de un borrador escrito por Thompson. Por varios años el historiador marxista se abocó en exclusividad a las tareas de organizar el movimiento europeo por la paz y elaborar y difundir sus doctrinas. Este activismo sin dudas multiplicó el conocimiento que se tenía sobre Thompson pero también pospuso la publicación de sus estudios sobre cultura y relaciones de clase en el siglo XVIII por una década (Grasa 1986; Thompson y Young, 1991; Palmer, 2004).

No es frecuente que un historiador abandone un proyecto profesional que ya llevaba más de diez años y estaba en sus etapas finales de elaboración para dedicarse con exclusividad a una causa política. Pero tampoco fue Thompson un historiador muy frecuente. Dos elementos clave ayudan a comprender esta situación. Por un lado, y como desarrollaremos en el apartado siguiente, la excepcionalidad de esos "tiempos anormales" constituían para Thompson un llamamiento ineludible. Por otro lado, la labor historiadora de Thompson estuvo siempre entretejida con diversas causas políticas y en todas sus obras historiográficas se observa la huella de las opciones y compromisos políticos de Thompson. Esto no quiere decir que fueran meros instrumentos de propaganda para fines presentes. Nada de eso. Pero sí que tanto sus preguntas más profundas como sus originales perspectivas de análisis provenían del compromiso vital de Thompson con su tiempo. Más aún, fue este compromiso vital el que imprimió la marca más característica y constante a la historiografía thompsoniana: la búsqueda, rescate y valorización de la acción de las clases populares en el proceso histórico y el carácter histórico-social complejo de todo sujeto histórico, nunca subsu-mible a una única determinación, siempre enfrentado con alternativas que ponen en juego su capacidad de elección, creatividad y lucha.3 Esta búsqueda atraviesa toda su obra, desde su romántico y revolucionario William Morris, hasta su estudio sobre William Blake, pasando por su clásica historia de la formación de la clase obrera, sus escritos sobre el siglo XVIII o sus debates con las vertientes del marxismo que, a su juicio, no eran más que otras tantas formas del idealismo negador de la praxis humana (Thompson 1976, 1994, 1989, 1995 y 1981b).

Esta articulación entre práctica política y práctica historiográfica no era unidireccional sino recíproca. Es decir, también su militancia política estuvo guiada por esas mismas premisas que él hallaba tan claramente figuradas en sus estudios históricos. Desde afiliarse al Partido Comunista y alistarse en el ejército para combatir al fascismo en la Segunda Guerra Mundial, a comprometerse con el liderazgo del END, pasando por romper con el PC en 1956 y participar de la fundación de la Nueva Izquierda británica; todas estas causas las asumía con una entrega de cuerpo entero que solo podía fundarse en una absoluta convicción respecto de la eficacia histórica de la acción libre de los sujetos. En definitiva, nunca, ni aún en sus momentos de mayor desasosiego, se encontrará en Thompson la mirada resignada y cínica que ha caracterizado a tantos otros de sus contemporáneos (Kaye 1992: 103).

Pero no se agota allí la vinculación entre historia y política en su vida y su obra. Puesto que en cada momento histórico este compromiso vital articuló sus vivencias presentes con su visión del pasado y sus perspectivas de futuro en aspectos también más específicos y coyunturales. Y nuevamente, estos no sólo fueron en el sentido de una práctica historiográfica iluminada por las tribulaciones presentes, sino que las polémicas, críticas y participaciones políticas de Thompson también estuvieron fundadas, y de manera muy consistente, en los procesos históricos de los que formaban parte, así como en las prácticas, ideas y tradiciones de sus antepasados.4 Un breve repaso por algunos de los momentos clave de la biografía intelectual de Thompson puede aclarar mejor esta estrecha articulación entre historiografía y política.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial y luego de participar con su compañera Dorothy como voluntarios en la construcción de un ferrocarril en Yugoslavia, Thompson concluyó su estudios de grado en letras e historia (nunca realizó estudios de posgrado). Durante los años siguientes repartió su tiempo entre su trabajo como docente en el programa de educación para adultos de la Universidad de Leeds, la militancia en el PC (ocupó distintos cargos partidarios y en el Comité por la Paz de su distrito) y la escritura de su primer libro de historia. Su William Morris muestra las marcas de su obediencia partidaria junto con la búsqueda de horizontes humanistas que la excedían, como la reivindicación de la crítica moral-romántica al capitalismo como necesario complemento de la más cruda crítica político-económica. Y esto no sólo en los años de Morris: Thompson consideraba imprescindible para su presente una política que se dirigiera también a conmover la "fibra moral" del "inglés libre por nacimiento".5 Meses después, luego de la invasión soviética a Hungría y los vanos esfuerzos por democratizar las centralizadas estructuras partidarias, Thompson renuncia al partido y se embarca en la construcción de una Nueva Izquierda desde distintos emprendimientos político-culturales, incluidas la CND y las publicaciones The New Reasoner y New Left Review (Kaye 1989, Dworkin 1997, Palmer 2004). En estos tiempos de la primera Nueva Izquierda (1957-1962) y los debates acerca de la aparente apatía y conservadurismo de la clase obrera, Thompson publica numerosos artículos históricos, teóricos y políticos y elabora sus tesis sobre la formación de la clase obrera (Thompson 1989). Allí explicita sus críticas tanto a la derecha negadora de la existencia de una la clase obrera como a las teorías economicistas y substitutivas de la misma. Contra todas ellas muestra una clase obrera haciéndose a sí misma, articulando política y culturalmente sus experiencias. Estas experiencias, por su parte, no estaban determinadas sólo económicamente: en el caso inglés, Thompson descubría como central la doble experiencia del incremento de la explotación capitalista, por un lado, y de la insurgencia obrera y la contrarrevolución política, por el otro. Nuevamente, si por un lado el libro mostraba las huellas de los debates políticos del momento, por el otro el desarrollo de sus tesis iluminaba modos alternativos de comprensión del presente.

Esa retroalimentación positiva entre sus prácticas historiográficas y políticas no cesó nunca. Sus estudios sobre el siglo XVIII continuaron mostrando de distintos modos la irreductible práctica de los sujetos, ya sea resistiendo infructuosamente al disciplinamiento y las imposiciones de los tiempos de la máquina y la acumulación capitalista o por medio de motines en los que se refutaba la soberbia criminal del libre mercado invocando la costumbre de una economía moral que resulta, luego de la reconstrucción de Thompson, mucho menos tradicional y conservadora, más innovadora, justa y rebelde, que lo que el triunfo ideológico rotundo del laissez faire durante el siglo XIX nos pudo hacer creer por tantos años.6 Y estos hallazgos históricos de Thompson no dejaban de repercutir en los modos de percibir a las clases populares contemporáneas, que a ojos de intelectuales más impacientes podían presentarse como alienadas y carentes ya de impulsos rebeldes. Más aún, Thompson albergaba la esperanza de que aquellas luchas perdidas en el siglo XVIII pudieran ser ganadas en otros lugares donde aún se estaban dirimiendo (Thompson 1989: XVII y 1995: 448-452). Similar interpenetración entre práctica historiadora y práctica política, en que una y otra se estimulan e iluminan recíprocamente, podemos observar en sus estudios de los años 70 respecto de la ley (entendida como arena de lucha y no mera dominación de clase) o en sus críticas al avasallamiento de las libertades civiles por parte del "Estado Secreto", así en el siglo XVIII como en el XX (Palmer 2004). Es interesante notar cómo sus estudios sobre la ley le permitieron a su vez clarificar su concepción acerca de la historiografía, también ella una disciplina que excede con mucho a su mera función de regulación y control de clase. Así pudo concluir su célebre, quizá intempestiva, respuesta a los críticos en el History Workshop organizado para debatir su Miseria de la Teoría, con una airada refutación a Philip Corrigan, quien había osado decir que "la historia es una forma cultural dedicada a prácticas de regulación". "¿cómo diablos su máquina de escribir abarcó esa frase, la más derrotista y terrorista de todas?", se preguntó Thompson ante un auditorio estupefacto por la artillería verbal ya desplegada por los distintos combatientes (Samuel 1984: 273-276). Y continuó:

Ninguna disciplina intelectual o arte es una forma cultural dedicada solamente a prácticas de regulación, ni siquiera el derecho [...] La historia es una forma dentro de la cual luchamos y muchos han luchado antes que nosotros. Ni estamos solos cuando luchamos allí. Porque el pasado no está sencillamente muerto, inerte, ni es confinante; lleva también signos y evidencias de recursos creativos que pueden sostener el presente y prefigurar posibilidad (en Samuel 1984: 316-317).7

Fue este el bagaje intelectual, nutrido tanto de su labor de historiador como de su activismo en la esfera pública, con el que Thompson se enfrentó a la macabra noticia de que Inglaterra y, en general toda Europa, sería cubierta de armamentos nucleares. Este fue el Thompson de carne y hueso que, habiéndose en parte formado a sí mismo a través de sus diversas luchas, que debía "tanto a la acción como al condicionamiento" y "estuvo presente en su propia formación", el que decidió postergar una vez más la conclusión de Costumbres en Común para aventurarse, provisto de sus experiencias pasadas y de las tradiciones de lucha del pueblo británico, en una renovada lucha por el Desarme Nuclear Europeo que pretendió ponerle un punto final (END) a la carrera armamentística.

¿Cero opción?

Un poema escrito por William Butler Yeats en el contexto de la primera posguerra rezaba: "Girando y girando en el espiral creciente / el halcón no puede oír al halconero / todo se derrumba, el centro no se sostiene". En el marco de la campaña de desarme, Thompson regresaba a estos pasajes apocalípticos a los fines de reforzar su caracterización de la Guerra Fría tardía como una experiencia inédita para el ser humano. A su entender, lo que abría un registro de la experiencia totalmente novedoso era el hecho de que la violencia -el halcón- se había independizado del ser humano -el halconero-. En este sentido, la posibilidad de que la violencia regresara al ser humano con una potencia destructora capaz de eliminar a una porción importante de la humanidad y ocasionar significativos daños al ambiente, enfrentaba a los sujetos de la época con la vivencia de "tiempos anormales" (Thompson 1987: 22). Dicha anormalidad radicaba fundamentalmente en el hecho de que por primera vez en la historia la civilización se encontraba cerca de su final. Y las condiciones de posibilidad del final de la civilización estaban dadas tanto por la independización de la violencia -"tanta acumulación de poder destructivo"- como por la indefensión del ser humano -"unas defensas espirituales tan dispersas y confusas" (Thompson 1987, 22).

En la perspectiva de Thompson, la campaña contra el desarme encontraba sustento en la constatación de los efectos de un eventual ataque nuclear. Por un lado, el desenlace de una guerra nuclear tendría un impacto inmediato en el medio ambiente. La vivencia de una experiencia inédita en la cual la especie se encontraba bajo una amenaza efectiva justificaba el posiciona-miento que Thompson nominaba "el imperativo ecológico de la supervivencia" (Thompson 1987: 47). Por el otro, la carrera armamentística podría culminar en una guerra que ocasionaría daños irreversibles a los sujetos que habitan el planeta. La configuración de las sociedades contemporáneas alrededor de patrones bélicos acarreaba un conjunto de "deformaciones" (Thompson 1987: 47) económicas y culturales que podían afectar de una manera totalmente novedosa a los seres humanos. Cabe destacar que estas constataciones operaban una reconfiguración de las temporalidades de la experiencia social contemporánea. La caracterización de la contemporaneidad como anormal implicaba la demarcación de un conjunto de períodos históricos que, más allá de sus diferencias, se caracterizaban por su normalidad. Es decir que los riesgos a los que estaban sometidos elementos tan diversos como la salud de las personas, la capa de ozono, los alimentos y los ecosistemas oceánicos hacían que la posibilidad de una guerra nuclear tuviera un rol absolutamente determinante en los parámetros interpretativos de la contemporaneidad.

La vinculación que Thompson establecía entre los efectos de un ataque nuclear y las deformaciones sociales ocasionadas por la primacía de lo bélico se enmarcaba en la categoría de "exterminismo", la cual resultó clave en sus intervenciones de la primera mitad de la década de 1980. Dicha categoría designaba:

los rasgos característicos de una sociedad que se expresan, en diferentes grados, en su economía, su forma de gobierno e ideología, rasgos cuya dirección conlleva el exterminio de multitudes. El resultado será el exterminio, pero esto no sucederá accidentalmente (aun en el caso de que el desencadenante final sea "accidental"), sino como consecuencia directa de los actos políticos previos, de la acumulación y perfeccionamiento de los medios de exterminio, y de la estructuración del conjunto de las sociedades de manera que tienda hacia ese final (Thompson 1983: 103)

Resulta relevante destacar el modo en el cual la categoría de "exterminis-mo" se volvía operativa en la caracterización del mundo contemporáneo, en tanto los problemas relativos al vínculo entre conceptos y realidades concretas eran los mismos que atribulaban su trabajo como historiador marxista (Thompson 1981b). Thompson se esforzaba por disociar esta categoría explicativa de la interpretación de las intenciones de los sujetos implicados en la carrera armamentística o del análisis de un modo de producción diferenciado del capitalismo. El entendimiento de una sociedad orientada al exterminio requería la concentración sobre un nivel analítico mayor al de los "atributos culturales e ideológicos" pero menor que el de las "formaciones sociales" (Thompson 1983: 104). Es decir, que el "exter-minismo" remitía a un nivel intermedio entre una mera característica y la articulación entre las distintas instancias que le otorgan a una sociedad determinada su especificidad histórica. Al enfatizar dimensiones tales como la naturaleza o el movimiento de una sociedad, Thompson emparentaba al "exterminismo" con otras categorías del análisis histórico y social como la de "militarismo" o la de "imperialismo". Al igual que estos, el "extermi-nismo" designaba una forma específica de configuración social en la que los fundamentos institucionales tenían un alto nivel de influencia sobre los otros órdenes de la sociedad. Trasladada a su dimensión empírica, esta categoría daba cuenta tanto del sistema armamentista como de la totalidad del sistema social que lo justificaba y lo reproducía.

Si bien la categoría de "exterminismo" tendía a converger en sus variables analíticas con las de "militarismo" e "imperialismo", esta aproximación estaba condicionada a que la primera no fuera objeto de usos vulgares tal como había ocurrido con estas últimas. Una lectura retrospectiva de la utilización de la categoría de "imperialismo" dejaba en evidencia ciertas limitaciones del pensamiento de izquierda en la interpretación del mundo contemporáneo. Thompson demostraba que la teoría imperialista había permitido comprender cabalmente los elementos que configuraron el período imperial. Así la izquierda había desarrollado un conocimiento acabado de fenómenos como la búsqueda de mercados, la necesidad de materia prima y el afán expansionista. Sin embargo, al mismo tiempo advertía sobre la imposibilidad de pensar dentro de estos marcos procesos históricos que habían tenido lugar dentro del imperialismo pero que no podían ser explicados únicamente a partir de sus orígenes. De este modo la izquierda no había logrado comprender fenómenos tales como las rivalidades imperialistas que llevaron a la Primera Guerra Mundial o las ideologías irracionalistas que condujeron al fascismo. Es decir que lo que la izquierda no había podido captar es que sobre "una matriz económica e institucional racional", el imperialismo había cobijado una fase histórica que no podía ser analizada en términos de la "persecución de intereses racionales" (Thompson 1983: 105). Es por ello que la categoría de "exterminismo" tendía a priorizar precisamente aquellos fenómenos de la Guerra Fría que, al igual que el halcón del poema de Yeats, tendían a autonomizarse de las estructuras que le habían dado origen. Más que en la Guerra Fría, el pensamiento de la izquierda debía concentrarse en el "guerrafriísmo" [Cold-War-ism], una condición histórica en la que aún operaban las intenciones iniciales del fenómeno pero bajo un impulso inercial e irracional.

En este sentido las reflexiones alrededor del problema del "exterminismo" buscaban en gran medida sacudir el "inmovilismo de la izquierda marxista" (Thompson 1983: 74). De acuerdo a su diagnóstico, gran parte de la izquierda persistía en una "interpretación antropomórfica de las formaciones políticas, económicas y militares" (Thompson 1983: 74), la cual la llevaba a analizar el peligro nuclear a partir de la racionalidad del imperialismo descartando el resultado irracional de la confrontación entre las potencias. El énfasis que la izquierda depositaba en los avances del imperialismo mundial como la única causa y el principal factor reproductor de la Guerra Fría conllevaba una deformación en los marcos analíticos a través de los cuales se abordaban los fenómenos autonomizados e irracionales. Tergiversación que se expresaba, por ejemplo, en la concepción de la bomba nuclear como una cosa, que como tal no constituía un agente histórico y no podía ser objeto de un tratamiento político. Es decir que el problema de gran parte de la izquierda era considerar que las reflexiones sobre los peligros del ataque nuclear, y las acciones políticas derivadas, desviaban la atención de la lucha de clases, y del necesario compromiso con el proletariado. De allí el tenor peyorativo con el que la izquierda caracterizaba posiciones como el neutralismo o el pacifismo y campañas políticas que tenían como objetivo principal el desarme nuclear. Por ello la insistencia en el hecho de que la bomba nuclear era "algo más que una cosa inerte" (Thompson 1983: 77). La noción de "exterminismo" permitía enmarcar a la bomba nuclear en un sistema complejo de armamentos, que sólo cobraba vida en una sociedad que lo cobijaba y reproducía. Igual de distorsiva era la caracterización de la posición militar de la Unión Soviética como meramente defensiva. Al respecto, Thompson consideraba que la comprensión del enfrentamiento entre ambas potencias debía trascender la cuestión del antagonismo y dar cuenta del problema de la reciprocidad. Por ello la izquierda debería integrar a sus reflexiones el hecho de que la carrera armamentística en los dos bloques se lleva a cabo a través de una lógica recíproca y de acuerdo a normas pactadas entre las potencias. Aquí nuevamente la tesis del "extermi-nismo" posibilitaba la recolocación de las políticas de Estado desde el plano de los proyectos estratégicos hacia el de los efectos de una fase irracional y autonomizada de la Guerra Fría.

Dada la contundencia de sus afirmaciones y la radicalidad de sus implicaciones, la categoría de "exterminismo" suscitó un conjunto de reacciones entre los intelectuales de izquierda de ambos lado del muro. Por un lado, Thompson recibió la crítica de sus propios compañeros del marxismo británico. En un señalamiento que resultó representativo de la incomodidad con que la tesis exterminista fue recibida en el seno de la izquierda occidental, Raymond Williams (1982) identificó en los análisis de Thompson una mirada sobre la cuestión nuclear en la que se anudaba un determinismo tecnológico con un pesimismo cultural. De acuerdo a Williams, los argumentos de Thompson establecían una relación demasiado directa entre la carrera armamentística desarrollada en ambos bloques, la lógica recíproca con la que ésta se realizaba, y la finalización violenta de la experiencia humana. La respuesta de Thompson a dicha señalamiento se desenvolvía en dos planos. Por un lado, reconociendo el sustrato pesimista de aquellas reflexiones y aceptando la existencia de un vínculo demasiado lineal entre armamento nuclear y exterminio. Sin embargo, Thompson remitía el tenor pesimista al contexto en el cual la categoría de "exterminismo" había sido forjada -invasión soviética a Afganistán, ascenso del militarismo en Inglaterra, debilidad del movimiento por la paz- a la vez que insistía en la validez del núcleo argumental de dicha categoría -movimiento inercial de los elementos constituyentes de la Guerra Fría, lógica recíproca de los sistemas de armamentos rivales-. La categoría de "exterminismo" también recibió críticas por parte de disidentes soviéticos que estaban implicados en campaña por el desarme pero al mismo tiempo se negaban a aceptar la tesis de la corresponsabilidad de ambas potencias en la crisis nuclear. Este fue el caso de los hermanos Roy y Zhores Medvedev (1982), quienes advirtieron en los argumentos de Thompson el supuesto de que en la Unión Soviética la tecnología militar había anulado totalmente a la política. Es decir, que al enfatizar el carácter simétrico de la confrontación y la conformación de sistemas automáticos de lanzamiento de misiles, la tesis exterminista equipararía el vínculo entre política y tecnología militar tanto en Estados Unidos como en la Unión Soviética. Frente a estas implicaciones, los soviéticos afirmaban que la burocratización de la política en la Unión Soviética y el lugar que en ella tenía el Partido Comunista hacían imposible una auto-nomización de la tecnología militar. Al respecto, Thompson replicaba que cualquier consideración alrededor de la iniciativa política quedaba anulada a partir de la existencia de sistemas automatizados, los cuales procederían al disparo de misiles altamente destructivos frente a un alerta de ataque del otro bloque. En ese caso, afirmaba, "las decisiones colectivas del partido y del estado serían anticipadas dentro de los circuitos de un ordenador" (Thompson 1983: 152).

Resulta relevante destacar que uno de los efectos de la cultura del exterminio que más le preocupaban a Thompson era la deformación de la opinión pública. El análisis por él realizado del rol de los medios en Occidente destacaba el carácter restringido de la discusión política. Es decir que el debate que se desplegaba en la prensa y la televisión descansaba sobre un supuesto consenso nacional acerca de los temas políticos fundamentales. Si bien parecía que la discusión política era abierta, lo que realmente ocurría es que estaba definido de antemano lo que se consideraba política y quiénes tenían el derecho a opinar en esos marcos. En este sentido afirmaba:

Por ejemplo, todo discurso político tiene que dar por sentado que estamos de acuerdo en la necesidad del crecimiento económico y que el único problema estriba en encontrar el partido político más capacitado para conseguirlo. Pero a lo largo y ancho del mundo la gente se hace preguntas sobre el por qué y el dónde. ¿Tenemos derecho a seguir contaminando este planeta que da vueltas? ¿A consumir y agotar recursos que necesitarán las generaciones futuras? ¿No sería mejor el crecimiento cero, si pudiéramos dividir el producto de forma más juiciosa y equitativa? (Thompson 1983: 15)

Lo que en términos generales ocurría en el terreno de la política se desarrollaba de manera especialmente perversa en lo relativo a la tecnología destructiva. Las intervenciones de Thompson alrededor del problema del exterminismo estaban apuntaladas por un análisis histórico de la destrucción que tendía a complejizar el sentido común sobre el tema. A su entender, lo que ponía a la humanidad al borde de su extinción no era tanto una mayor propensión al mal sino un anudamiento singular entre una tecnología altamente destructiva, un proceso político deformado y una cultura deformada. Dicha deformación era claramente favorable a los intereses de la industria armamentística y se expresaba sobre todo en la difusión de un lenguaje que permitía una "escisión entre la racionalidad y la sensibilidad moral de los hombres y las mujeres individuales y el proceso real político y militar" (Thompson 1981: 96). El procesamiento de las vicisitudes de la carrera armamentística a través de un lenguaje realista y técnico impedía la calibración social e histórica de la consolidación de la tecnología destructiva y le otorgaba un carácter de normalidad a la posibilidad de exterminio de la humanidad. Es por ello que Thompson advertía en la utilización de eufemismos y abstracciones para referirse a procesos destructivos un índice del acostumbramiento de la sociedad de la Guerra Fría tardía a la expectativa de la destrucción. El hecho de que la muerte de millones de personas fuera descripta como consecuencias desagradables, que la destrucción de bases militares fuera denominada como guerra limitada o que el desarrollo de armamento nuclear fuera concebido como modernización, daba cuenta de que las sociedades contemporáneas cobijaban en su seno la posibilidad del exterminio.

La importancia que Thompson le otorgaba a la normalización del exterminio implicaba, como ha destacado Bess (1993), la asunción de un posicio-namiento desde el cual ambas potencias eran criticadas con el mismo vigor. Tal como insistía en su defensa de la categoría de "exterminismo", Thompson daba cuenta de una tendencia hacia la destrucción en el cual Estados Unidos y la Unión Soviética actuaban como elementos simétricos. El hecho de que la carrera armamentística tuviera "un carácter recíproco e interactivo" (Thompson 1983: 153; 1990: 140-142) hacía que las diferencias existentes entre ambas potencias quedaran relegadas a un segundo plano. Por sobre todas las cosas debía evidenciarse que la Guerra Fría tenía una lógica interna según la cual los conglomerados militares y de seguridad de cada bloque se reproducían a sí mismos a través de la confrontación (Thompson 1983; 1986; 1990). De esta manera la vinculación que se establecía entre tecnología destructiva y política era igual de regresiva en ambos bloques. En sus propias palabras, "sus misiles atraen a nuestros misiles que a su vez atraen a sus misiles [...] los 'halcones' de la OTAN alimentan a los 'halcones' del bloque de Varsovia" (Thompson 1983: 153). Ahora bien, como también ha destacado Bess (1993), el hecho de que ambas potencias fueran objeto de críticas vigorosas no implicó que las críticas al bloque occidental y al oriental fueran equivalentes. Cabe destacar, al respecto, que las críticas que Thompson dirigía a las estructuras políticas de la Unión Soviética estaban claramente diferenciadas de las que le dirigía a las mismas estructuras en Europa y Estados Unidos. Dicha diferencia radicaba fundamentalmente en el hecho de que en las primeras la tendencia hacia la destrucción no era una marca de origen. Es decir, que había en las reflexiones de Thompson un esfuerzo por historizar el proceso a través del cual la política soviética había quedado en manos de una dirección centralizada y autoritaria. En este sentido, la conversión de la Unión Soviética en una versión especular del Occidente capitalista obedecía a fenómenos concretos tales como el despliegue de una estructura burocrática y la consolidación de una cultura política autoritaria. De allí que Thompson denunciara la persecución interna hacia individuos y grupos que desarrollaban políticas a favor del desarme, así como las operaciones de manipulación y control de los movimientos por la paz desplegados en territorio europeo.

Así como la normalización de la posibilidad del exterminio de la sociedad obligaba a modificar los esquemas interpretativos tradicionales a través de los cual se comprendía el mundo contemporáneo, también requería de un planteo de las acciones políticas con las cuales se le había hecho frente al orden establecido a lo largo del siglo XX. En el marco de las consideraciones estratégicas que Thompson realizaba sobre las acciones del movimiento por el desarme, el hecho de que por primera vez en la historia la supervivencia de la humanidad estuviera amenazada operaba como factor desestabilizador de los modos tradicionales de concebir la relación entre lo particular y lo colectivo. En este sentido aparecía desplegada la propuesta de priorizar ejercicios de "autocontrol político" (Thompson 1987: 50), los cuales designaban acciones de subordinación de objetivos y estrategias particulares a objetivos y estrategias compartidos. La novedad de una amenaza generalizada a la humanidad conducía necesariamente a una relativización de las diferencias en el seno del movimiento por el desarme y a un llamado a la profundización de estrategias internacionales. Este direccio-namiento de la acción política propuesto Thompson incluía un especial llamado de atención a las formas habituales en las cuales eran concebidos los derechos humanos en los países occidentales. Centrando la atención en los movimientos por la paz desarrollados en Estados Unidos, los argumentos de Thompson se dirigían hacia la necesidad de trascender las restricciones de las ideologías nacionales. Dichas formaciones ideológicas hacían que el ciudadano estadounidense entendiera por derechos humanos un conjunto de libertadas que él posee y que están ausentes en el resto del mundo. Es por ello que en este caso Thompson no sólo hacía referencia a la necesidad del internacionalismo sino también a un "internacionalismo auténtico" (Thompson 1987: 53). Sólo un esfuerzo genuino por subsumir las diferencias nacionales en una resistencia internacional frente a la carrera arma-mentística podía revertir el peligro al que estaba sujeta la humanidad; sólo la acción de los sujetos podía salvarla. Era preciso entregarse por entero a la protesta para sobrevivir.

Notas

2. Según el Arts and Humanities Citation Index, Thompson fue el historiador contemporáneo más citado del mundo en los años 80 (Hobsbawm 1994).

3. La misma articulación pasado-presente se halla inscrita de manera inescindible en el concepto de experiencia, tan central en Thompson que organiza tanto sus reconstrucciones del pasado como su actividad de historiador y su praxis política. Ver al respecto Sorgentini (2000).

4. En palabras de Thompson: "as we argue about the past so also are we arguing about -and seeking to clarify-the mind of the present. For some of the largest arguments about human rationality, destiny, and agency, must always be grounded there: in the historical record". La cita está en Kaye (1992: 109), quien pone a Thompson como modelo de una crítica social y política históricamente fundada. José Sazbón (1987: 12), por su parte, sostiene que en sus debates teórico-políticos con P.Anderson, "Thompson habla desde una práctica profesional asumida con excluyente orgullo: la historia, para él, no es sólo una dimensión eminente del conocimiento social, sino además depósito de valores y reserva de 'tradiciones' que el presente activa".

5. En el postfacio de 1976 Thompson reconocía las marcas de su adscripción partidaria, incluyendo "algunas devociones estalinistas" y "nociones reverentes" hacia un marxismo entendido como "ortodoxia heredada". Pero enfatizaba más consistentemente los que para él continuaban siendo sus mayores logros: aquellos que remarcaban el valor de la crítica romántica al Utilitarismo, el genio de Morris como moralista, y el carácter complementario del marxismo de su original pensamiento socialista (Thompson 1976: 768-770; ver también Sazbón 1987, Palmer 2004 y Dworkin 1997: 42-44).

6. Ejemplos paradigmáticos son "Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial", de 1967, y "La economía moral de la multitud", de 1971, ambos recogidos en Thompson 1995.

7. Una de las pocas ocasiones que tenemos hoy de revivir el sardónico histrionismo de Thompson es precisamente a través del audio del final de esta intervención, disponible en: http://www.historyworkshop.org.uk/history-workshop-13/

 

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