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Apuntes de investigación del CECYP

versión On-line ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP  no.28 Buenos Aires dic. 2016

 

Oficios y prácticas

Jugar con la violencia.
Refexiones sobre lo mimético y el control de las emociones

Playing with violence. Refections about the mimetic and the control of emotions

 

José Garriga Zucal1

1. CONICET - Universidad Nacional de San Martín (IDAES). Argentina.

 


Resumen

Proponemos en este artículo una refexión sobre la regulación de la violencia y otras emociones en las sociedades contemporáneas. Para ello trabajaremos con el concepto de mimesis, propuesta por Elias y Dunning, articulado con mi experiencia de estudio entre los integrantes de una “barra” de fútbol. Expongo una refexión sobre el control de las emociones que permita entender prácticas riesgosas, extensivas a juegos y a deportes varios.

Mimesis; violencia; jugar; deporte.

Abstract

We propose in this article a refection on the regulation of violence and other emotions in contemporary societies. For this, we work with the concept of mimesis, proposed by Elias and Dunnig, articulated with my experience of study among the members of a group soccer supporters. I present a refection on the control of the emotions that allows to understand risky practices, extensive to games and to several sports.

Mimesis; violence; to play; sport.


 

 

1. Cuando empecé a trabajar el tema de la violencia en el fútbol para mi tesis de licenciatura un compañero me recomendó leer a Elias. Me acerqué a una de las obras más notables de las ciencias sociales, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas (Elias 1987), trabajo que no había leído durante mi formación de grado. Luego busqué los trabajos que Elias había escrito con Dunning abordado la temática del deporte (Elias y Dunning 1992). Este derrotero, y la obra de Dunning en particular, me condujo a los análisis sobre violencia en el fútbol. Desde las primeras lecturas el concepto de mimesis me atrapó. Propongo retomar ese deslumbramiento para pensar la regulación de las pasiones y en ese recorrido refexionar cómo diferentes actores, en diferentes situaciones, juegan con la violencia.2 Mostraré que esas violencias no son ejemplo de incapacidad de autocontrol sino el resultado de relaciones que legitiman prácticas que en otros espacios están inhibidas.3 La refexión sobre las emociones violentas en el mundo del fútbol establece una analogía posible para con otras actividades, lúdicas, deportivas y del mundo del ocio, propias del entramado relacional de nuestra sociedades contemporáneas.

2. Elias define como proceso de civilización al largo intervalo, complejo y dificultoso, por el cual un “conjunto de emociones de los seres humanos va cambiando lentamente en la dirección de un control emotivo más fuerte y más proporcionado” (Elias 1987:12). Dos son las claves para comprender lo efectivo del devenir civilizatorio: el autocontrol emocional y la interiorización de la represión para con algunas emociones. Emergen un sinnúmero de formas de regulación de las pasiones que abarca todas las dimensiones de la vida de una persona. Regulación objetiva y subjetiva. En síntesis, una sumatoria de coacciones orientadas al autocontrol. Como resultado de estas operaciones descienden los umbrales de tolerancia para con las violencias. El aumento del control social y el autocontrol sobre ciertas emociones, impide la expresión de actos socialmente reprochables. Recordemos que para Elías este descenso es indisociable al rol del Estado que monopoliza la violencia lícita y legal.

Ahora bien, vayamos para el mundo de los deportes, los juegos y las actividades lúdicas para analizar qué sucede allí con la regulación de las emociones. Elías y Dunnig (1992) señalan que existen actividades donde las coacciones, personales y sociales, son atenuadas. Actividades en las cuales las emociones reprimidas en otras tramas de relaciones sociales están permitidas. Los deportes, la música, el teatro, los juegos, entre otras tantas prácticas, son quehaceres donde las restricciones emocionales están mitigadas. Ocurre allí algo paradójico. Estas actividades, tanto para sus practicantes como para sus espectadores, son espacios donde las emociones pueden aforar y, al mismo tiempo, escenarios en donde se instaura y transmite esa regulación. En estas prácticas de ocio se valida socialmente la búsqueda de emociones: una excitación agradable.

Aquí aparece la noción de mimesis. Decíamos que la regulación estipula que las emociones y violencias deben ser atemperadas pero las actividades miméticas aprueban la expresión de otras emociones. Lo mimético admite y estimula la experiencia de formas de excitación, que son reprimidas y mitigadas en otras figuraciones.4 La emocionalidad controlada recrea una situación “cómo si” fuese otra. El deporte sería “como una batalla”, pero una batalla fingida, controlada, en la que resulta central la tensión entre la excitación y la emoción con relación al control en todas sus fases. Así, las actividades miméticas tienen un efecto liberador necesario en la cotidianei-dad rutinaria y desprovistas de emocionalidad. Las actividades miméticas son imposibles de analizar disociadas de las rutinas alienantes, contracara de las restricciones que ofrece un campo de expresión para la emocionalidad (Daskal 2013). Un abordaje sobre los espectadores del fútbol en la Argentina, extensible a nuevos deportes, juegos y actividades lúdicas que empezaron a desarrollarse en los últimos años,5 obliga a preguntarnos cómo funciona lo mimético y la regulación de las emociones fuertes en nuestras sociedades contemporáneas. Este será el punto al que me gustaría referir ahora.

3. En el fútbol argentino la emocionalidad y su regulación aparece asociada al término nativo aguante. Dos definiciones del aguante aparecen en el mundo del fútbol. La primera expresada por espectadores que no forman parte de las “barras bravas” y que está vinculada a la fidelidad y el fervor. Estos se presentan estoicos ante los reveses deportivos, desmesuradamente fogosos ante los éxitos e irónicos y burlescos para con los rivales. La definición que hacen los miembros de las “barras bravas” nada tiene que ver con esta noción. Aguantar no pasa por alentar, ni demostrar amor para con los colores predilectos, ni sacrificar obligaciones que, de buenas a primeras, parece jerárquicamente más relevante para concurrir a los juegos de su equipo “sin importarles nada”. Estos valores, que sin duda también son relevantes, no se definen como aguante. Para los miembros de la “barra”, el aguante tiene que ver con piñas, patadas y pedradas, con soportar los gases lacrimógenos y otros efectos de la represión policial, con cuerpos luchando y resistiendo el dolor. Pelear, afrontar con valentía y coraje una lucha corporal, es prueba de la posesión del aguante. Podemos, por ahora, mostrar una definición vinculada a la emocionalidad controlada de la batalla simbólica y, por el otro lado, una definición referida a la violencia.

Lo primero que debemos mencionar para complejizar esta dicotomía es que ambos tipos de aguantadores cometen actos de violencia, ya que algunos espectadores esporádicamente se involucran en reyertas varias (pelean, arrojan piedras, escupen, etcétera). Por otro lado, las canciones, gritos e insultos son puestas en escena también por las “barras”. Así, en el mundo del fútbol, el juego mimético es compartido, ya que ambos grupos hacen “cómo si” fuese una batalla, es decir que ambos ponen en escena un conficto que no existe realmente.6

4. Para Elias y Dunning (1992), la existencia de violencia en el deporte y particularmente entre los hinchas de fútbol es el resultado de las tensiones propias del proceso civilizatorio de cada sociedad y de cada tiempo histórico. En dicha teoría, la aparición de la violencia se vincula con la imposibilidad de autocontrolarse. Aquellos grupos incapaces de regular sus emociones, y volcarlas aceptadamente al juego mimético tienen umbrales de violencia, y de mayor tolerancia hacia ella, más amplios y profundos (Elías y Dunning 1994). En esa senda, el trabajo de Dunning y su grupo de la Universidad de Leicester, ya sin la presencia de Elías, se focalizó en el hooliganismo. Dunning y sus colaboradores sostendrán que en los hechos de violencia el protagonismo está dado por los “sectores más rudos de la clase obrera”, especialmente los jóvenes, los que se encuentran excluidos del “proceso civilizatorio”. Buena parte de la explicación a la violencia en el fútbol en Inglaterra es atribuida a la existencia de relaciones donde los sectores trabajadores “rudos” gozan de la lucha, es decir que reivindican la rudeza y usan a la violencia como hito del prestigio grupal. Sostienen que esto es posible por la ausencia del Estado y de otras formas de control que impiden la interiorización de regulaciones para con la violencia. Así, las condiciones sociales imposibilitan a las personas autocontrolarse y poder liberar su emoción en actividades miméticas, buscando en este camino de fracasos miméticos el placer en la violencia (Dunning 1993).

5. Con lo antes expuesto refexionemos sobre el caso argentino. Las acciones violentas de los “barras” están altamente reguladas y contenidas en valores grupalmente aceptados. La participación en enfrentamientos transforma al aguante en un bien simbólico, una manifestación del honor grupal e individual que se constituye en un esquema de clasificación, que define un conjunto de prácticas legítimas. Se distingue y confere un valor relevante a aquellos que demuestran la posesión del aguante, aquellos que luchan y pelean, ya sea contra rivales, contra policías o entre ellos mismos. Así, se configura un complejo simbólico que establece un conjunto de prácticas capacitadas para definir un modelo ideal que distingue poseedores y desposeídos. Las “barras” definen positivamente el tener aguante. La lucha física como límite establece un mecanismo de pertenencia (Alabarces 1994; Moreira 2005; Garriga 2007).

Por otro lado, y señalando una diferencia con lo expuesto para el análisis del caso británico,7 aquí no debemos pensar que las acciones violentas son rasgos característicos de un actor social en particular. Imputar a la violencia como un rasgo distintivo de los más pobres es un graso error que ilumina prejuicios sobre el autocontrol desigualmente distribuido. Un efecto de luces y sombras ilumina las prácticas de los sujetos más vulnerados, olvidando y dejando a resguardo las acciones de los más poderosos, quienes poseen el dominio de definir qué es violencia y qué no. Una vez más, la operación que realiza esa ligazón tiene como objeto estigmatizar. La violencia, la incapacidad del autocontrol, surge como una particularidad, característica de otro anómalo y nunca –y de ninguna manera– como una característica que atraviesa todo el tejido social. En Argentina se arrojan piedras desde costosas plateas, adinerados dirigentes de clubes amenazan con armas de fuego a simpatizantes rivales, jugadores y directores técnicos se agreden físicamente. Además, y esto es sustantivo, la composición social de las “barras bravas” es heterogénea; conviven en estos grupos sectores medios con actores populares. De modo que es un mayúsculo error creer que los más pobres son violentos. En el mundo del fútbol no todos los pobres protagonizan acciones violentas, ni todos los que protagonizan acciones violentas son pobres.

6. Las “barras” señalan la existencia de grupos que elaboran esquemas de percepción del mundo –contradictorios y asistemáticos– basados en la aceptación de algunas formas de violencia. En nuestra sociedad, por más homogénea que desee ser representada, existen principios de segmentación social, económica, política y cultural que forman diferentes sujetos sociales con desiguales capacidades de identificación y reconocimiento. Existen formas convencionales, aceptadas por una mayoría y otras, menos legítimas, pero igualmente válidas para los grupos que las construyen y sustentan. Es necesario, entonces, restituir la noción de alteridad sin caer en la tentación de creer que la construcción de estos esquemas de valores grupales son una acción de ruptura con la matriz societal más amplia que los acoge.

Las “barras” no pueden ser pensadas desde las nociones de aislamiento. Gran error interpretarlos como excluidas, ya que el aguante los inserta en una red de relaciones sociales. Las prácticas legítimas de la “barra”, que parecen a primera vista una ruptura con los valores convencionales, son el resultado de la articulación de diferentes convenciones existentes en nuestra sociedad. Los miembros de la “barra” hacen públicas prácticas y representaciones que otros actúan pero ocultan por saberlas socialmente desvalorizadas. Especular que los sentidos del aguante son radicalmente diferentes al resto de las lógicas sociales tiene como único objeto expulsar de la sociedad a los “violentos” y conquistar una dosis de sosiego al encontrar un victimario que con sus culpas pueda purificar al resto “no violento”.8

7. Por ello, no podemos ubicar a las prácticas violentas en el espacio del sinsentido. Las acciones violentas no son ejemplo de la sinrazón sino el resultado de múltiples causas culturales y sociales. Desde el sentido común, los medios de comunicación y las instituciones del Estado, la violencia en el fútbol es interpretada como ejemplo máximo de sinrazón e incivilización. Violencia y razón son parte de un argumento dicotómico, cuyo resultado es ubicar a la sinrazón como particularidad que distingue al imperio de la violencia. Este silogismo enlaza dos representaciones sobre los protagonistas de hechos violentos en el fútbol. Por un lado, son personificados como “irracionales”, “bestias” y “locos”. Animalizados o interpretados como sujetos patológicos, los hinchas son desplazados más allá de los límites de la razón. Por otra parte, y en continuidad con la primera interpretación, son concebidos como “bárbaros” o “salvajes”. La violencia aparece como producto de una alteridad radical, distante del “nosotros” racional y civilizado, anomalía disruptiva del orden social que debe ser eliminada.

Por el contrario, las prácticas violentas de las barras son acciones que los grupos usan para comunicar variados aspectos de su cosmovisión, desde la masculinidad a la idealización de un modelo de cuerpo, desde la entereza de espíritu a la resistencia al dolor como valor ontológico. Es así que la violencia tiene sentidos y significados socialmente instituidos.

Es necesario para iluminar estos sentidos mostrar cómo la violencia se usa según diferentes situaciones, esquivando así cualquier noción que aproxime estas prácticas al reino de lo irracional. Ante mi sorpresa, un día, la “barra” de Huracán decidió no enfrentarse contra sus pares de Chicago. Éstos habían tirado un portón que dividía ambas parcialidades; separados por una reja, invitaban a los de Huracán a pelear. La invitación nunca fue aceptada. Desde que empecé el trabajo de campo había escuchado a los miembros decir que se la aguantaban, que no temían a los rivales y que nunca rehuían a un enfrentamiento. Los Quemeros9 los esperaron sin tirarles piedras y sin intentar tirar la reja que los separaba. Al otro día, me encontré con varios miembros de la “barras” y los satiricé diciéndoles que habían tenido miedo. Entre risas, todos dieron distintos argumentos para justificar su pasividad. Dijeron que los “barras” de Chicago, al ser locales, estaban moralmente obligados a ir a buscarlos y ellos por ser visitantes a esperarlos. Según este relato, los integrantes de Chicago “tenían que romper la reja”. Otros me contaron que la reacción de Huracán podía terminar con una quita de puntos que perjudicaría la lucha del equipo en el torneo de fútbol. Y un tercero, con un tono intimista, me dijo “¿Viste cuántos eran?”, dando a entender que la superioridad en número del rival hacía de la reacción Quemera una derrota segura.

Así, los “barras” buscan el momento justo para hacer públicas, para hacer visibles, su aguante. Entonces, el este se define por reconocer cuándo, cómo, contra quién y dónde testificar sus capacidades. Es decir, que es un conjunto de saberes que debe ser explotado en situaciones determinadas y en ciertos contextos estipulados. Los integrantes de las “barra” saben que el aguante es aceptado en un entramado de relaciones y en otros no; por ello, reconocen lugares y situaciones donde exteriorizarlo y donde ocultarlo. Entonces, conociendo sentidos y valores, deciden dónde y cuándo mostrarlo. Los “barras” juegan con la violencia.

Una cuestión más ilumina la regulación de las pasiones. Los actores sociales que cometen hechos violentos en el mundo del fútbol lo hacen como parte de un entramado social complejo que legitima esas acciones, en esos contextos. Estos actores, en otros contextos, actúan de otras formas, es decir, no es la violencia una particularidad natural sino una acción –legítima y válida– que, usada como recurso social, les permite ubicarse en un determinado espacio social.10

8. En esta senda se vuelve ineludible una mención a las condiciones sociales que permiten la existencia y legitimidad de la lógica aguantadora. El aguante aprovecha la oportunidad de la vacancia identitaria dejada por otras identidades –algunas más legítimas– para hacer de la violencia una

9. Apodo que toman los simpatizantes de Huracán.

10. Recordamos, por su claridad, el caso de un miembro de la hinchada que los sábados hacía de la violencia en los estadios su carta de presentación formal y los domingos era parte de una agrupación católica como los boy scout.

marca de pertenencia. Archettti (2003) sostenía que existe una “zona libre” donde la construcción de la identidad no tiene un formato típico. Espacio donde tanto el Estado como las “máquinas culturales” hegemónicas pierden su infuencia como constructores identitarios. Siempre existieron identidades construidas por fuera de los valores convencionales, tomando alguna de ellas la violencia como diacrítico. Sin embargo, estas identidades eran desacreditadas, deslegitimadas, ocultadas y usadas sólo por unos pocos en contextos reducidos. El guapo tanguero, exponente ilustre de esta identidad, perdía validez fuera del arrabal. Identidad no sólo reducida a espacios sino también a sujetos sociales.

El debilitamiento del Estado en los últimos treinta años ha acrecentado el tamaño de las “zonas libres” capaces de infuir en actores de diferentes sectores sociales. Estas identidades prosperan, aumentando su eficacia, en un escenario sociocultural dominado por la devaluación de las credenciales sociales antes legítimas. La educación y el trabajo ya no ordenan el mundo social como antaño (Kessler 2004) y su desvalorización crea las condiciones para el surgimiento de la legitimidad aguantadora. El trabajo, la educación, la militancia política, entre otras actividades, generaban redes de pertenencia que integraban a los actores sociales y llenaban los vacíos identitarios. Estas tramas, sin desaparecer, perdieron su densidad y dejaron al descubierto un vacío cubierto por la “barra”. La atracción que esta red de pertenencia ejerce se distribuye de forma diferencial por el entramado social. Las “barras” son atractivas ante la ausencia de competencia y pierden seducción a medida que se encuentran con grupos competidores que puedan saciar los deseos de pertenencia. Además, el debilitamiento del Estado como regulador moral explica la ambigüedad discursiva que recae sobre las formas de violencia, ambigüedad que termina legitimando –para algunos actores y en algunas situaciones– el aguante-violento.

Aquí coincidimos, en parte, con Elias y Dunning (1994) que observan este punto como condición para la existencia de la violencia futbolística en Inglaterra. Pero entendemos que, en el caso analizado, se dejan al descubierto nuevas y diferentes restricciones para con las emociones. Formas diferentes de regular la violencia –interpretadas desde algunas miradas como ausencia– se replican en la sociedad argentina. Por las fsuras del nuevo escenario social emergen nuevas grupalidades que presentan restricciones diferentes para con las emociones. Lejos está de nuestro punto de vista entender a los juegos violentos de los “barras” como el imperio de las emociones desbocadas.

9. Hemos observado cómo la participación en la “barra” tolera la exterio-rización de ciertas formas violentas inhibidas en otras tramas relaciona-les y, al mismo tiempo, eficazmente regula otras emociones. Evidencia así formas de autocontrol compartidas con el resto de los actores sociales con los que se vinculan e interactúan. Elías señala que la regulación sobre la violencia fue el resultado de la articulación de modificaciones en las estructuras sociales y políticas con las mutaciones en la estructura psíquica que moviliza las formas de comportamiento. En determinado momento se modificaron valores sociales definiendo prácticas que antes eran comunes como vergonzantes, metamorfosis institucional que en el plano psicoge-nético creó nuevas y diferentes formas de vergüenza. Ahora bien, en los últimos tiempos observamos una modificación de las actividades donde lo mimético brilla.

Podemos seguir a Elias y sostener que cambió la figuración y transformó a ciertas formas de violencias en emociones posibles de ser mostradas. O también podríamos aventurarnos por otras sendas y afrmar que en los últimos años se modificaron las figuraciones de tal manera que ya no se buscan actividades miméticas. Nuevos deportes y juegos, espectadores que no son espectadores, señalan la existencia de nuevos escenarios donde los actores no se conforman con hacer cómo, buscando emociones aún más desreguladas. El placer mimético propio de la modernidad y el control de las emociones no ha desaparecido, pero coexiste con nuevas figuraciones. Lo mimético sumergía a los actores en figuraciones que rompían con la rutina al incluirlos en actividades reguladas donde se experimentaba el riesgo, la ansiedad y tensiones varias. Riesgo, ansiedad y tensiones controladas. Siguiendo a Ferrel (2004), sostenemos que las actividades propias de la modernidad –en su totalidad– forjaban grandes maquinarias del aburrimiento, cursando emociones preestablecidas y rutinizadas. Posiblemente nos encontremos ante nuevas figuraciones, donde el autocontrol juega el juego de la incertidumbre vital. Así como “los barras” juegan con la violencia, revelando formas de autocontrol y, al mismo tiempo, de búsqueda de emociones improvisadas, en otras actividades de ocio pueden acontecer –con similitudes y diferencias– modificaciones equivalentes.

 

2. Realicé un trabajo de campo entre los integrantes de la barra del club Huracán. El club Huracán es una institución ubicada en el barrio de Parque Patricios en la ciudad de Buenos Aires, fundada en 1908. En ésta se desarrollan un sinnúmero de actividades deportivas, pero la más importante es el fútbol profesional. Huracán es uno de los clubes más reconocidos del fútbol Argentino, actualmente milita en el nacional “B”, pero su historia lo ubica entre los grandes de la primera “A”, habiendo obtenido un título en esa categoría. Los simpatizantes de Huracán y la institución reclaman el sexto lugar entre los grandes del fútbol argentino, los cinco grandes son: Independiente, Racing, San Lorenzo, Boca y River. El club Huracán es denominado el Globo, este es el símbolo que lo representa: un globo aerostático. Ya que cuando fue fundado el club las hazañas de Jorge Newbery a bordo del globo aerostático el Huracán eran motivo de admiración. Esto dio nombre al club y a la elección de un signo que lo representará hasta la actualidad. Por otro lado, también se lo denomina Quemero, porque cerca del estadio estaban los terrenos destinados a quemar la basura de la ciudad de Buenos Aires.

 

3. En un trabajo anterior escrito junto a Rodrigo Daskal utilizamos los conceptos de Elias para trabajar la violencia en el fútbol. Ahora propongo un abordaje diferente pero deudor en parte de algunas de las refexiones allí presentadas (Daskal y Garriga 2015).

4.  Elias propone el concepto de figuración o configuración para terciar en la dicotomía individuo–sociedad. El concepto permite dar cuenta de relaciones recurrentes en las que los individuos están insertos en vínculos de interdependencia (Elias 2006:165-166).

5. A modo de ejemplo, podemos mencionar el parkour.

6. Aunque algunas de estas manifestaciones puedan ser definidas como violentas, aquí serán interpretadas como emociones controladas.

7. Análisis que ha sido profusamente criticado por Armstrong (1998).

8. Cabe, una vez más, mencionar que esta operación tiene como único objeto señalar unas formas de violencia, definirla y al marcarla, desmarcarse. Para comprender las implicancias de esta operación ver Garriga (2015).

 

Bibliografía

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