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Apuntes de investigación del CECYP

versión On-line ISSN 1851-9814

Apunt. investig. CECYP  no.29 Buenos Aires jun. 2017

 

Tema central: Secreto

Las joyas de la familia. Secretos, género y dinero en los vínculos afectivo familiares de mujeres que hacen comercio sexual

Family jewels. Secrets, gender and money in the affective and family bonds of women who perform commercial sex

 

Santiago Morcillo1

1. Instituto de Investigaciones Socio Económicas, Universidad Nacional de San Juan – Universidad de Buenos Aires - CONICET.

Recibido: 05/03/2017 Aceptado: 04/05/2017


Resumen

Este artículo aborda la ligazón de la prostitución con el secreto en el marco de las relaciones afectivas y familiares de mujeres que hacen comercio sexual. El mercado sexual es actualmente un ámbito moralmente cuestionado, que funciona casi siempre en clandestinidad e ilegalidad. El secreto es un tema central para comprender las experiencias de las mujeres que venden sexo pues atraviesa sus cotidianeidades y es muchas veces la principal táctica para eludir la estigmatización. Además, la sexualidad y el dinero constituyen, dentro y fuera del mercado sexual, dos espacios donde la circulación de información suele ser celosamente regulada, es decir campos fértiles para los secretos. El marco de la familia -institución que controla y administra sexualidades y dineros- resulta un punto clave para leer los discursos de las mujeres que se dedican al comercio sexual. A partir del trabajo de campo llevado a cabo en tres ciudades argentinas (San Juan, Buenos Aires y Rosario) y una incipiente etnografía virtual, se busca comprender cómo afrontan estas mujeres las complejidades de los vínculos afectivos y familiares desde una posición marcada por el “estigma de puta” y por un desplazamiento de los roles legitimados para las mujeres.

Secreto; familia; afectos; prostitución.

Abstract

This article addresses the link between prostitution and secrecy within the context of the afective and family relationships of women who perform commercial sex. The sexual market is currently a morally questioned area, which almost always operates in clandestinity and illegality. Secrecy is a key to understand the experiences of women who are engaged in sex trade as it is present in their daily lives and often represents the main tactic to avoid stigmatization. Sexuality and money constitute, inside and outside the sexual market, two spheres where the circulation of information is usually jealously regulated, that means, fertile felds for secrets. The family - an institution that controls and manages sexualities and money- constitutes an strategic point to read the discourses of women engaged in commercial sex. Based on the feldwork carried out in three Argentine cities (San Juan, Buenos Aires and Rosario) and an incipient virtual ethnography, the aim of this article is to understand how these women face the complexities of afective and family ties from a position marked by the “whore stigma” and a displacement of legitimate women’s roles.

Secret; family; afections; prostitution.


 

Moralmente cuestionada, casi siempre clandestina, cercana a la ilegalidad, en este marco no caben dudas, la prostitución está atravesada por el secreto. El ocultamiento de la identidad de prostituta, si bien tiene sus limitaciones, es la táctica más recurrida para eludir el estigma entre las mujeres que hacen comercio sexual. Del otro costado, la clandestinidad de la prostitución está también ligada a cierta estimulación fantasmática para algunos clientes, según Deschamps (2009). Aun en este marco de clandestinidad, las fronteras de este mundo son porosas, entonces, el silencio que surca al mundo de la prostitución retorna como un ruido que interpela al resto de la sociedad sobre el sentido de la ideología de la transparencia en relación al sexo y el amor, ¿no es una ilusión esta transparencia? La sexualidad y el dinero constituyen, dentro y fuera del mercado sexual, dos espacios donde la circulación de información suele ser celosamente regulada, es decir, campos fértiles para los secretos. El marco de la familia –institución que históricamente se ha encargado de controlar y administrar sexualidades y dineros– resulta un punto clave para leer los discursos de las mujeres que se dedican al comercio sexual. ¿Cómo afrontan ellas las complejidades de los vínculos familiares desde una posición marcada por un desplazamiento de los roles legitimados de las mujeres y por el “estigma de puta” (Pheterson 2000)?

Hace tiempo sabemos que los secretos constituyen un objeto donde se expresan las relaciones sociales y que, por tanto, constituyen un analizador sociológico tan importante como las comunicaciones abiertas. Simmel (1906) ya lo había planteado a principios del siglo pasado. En sus aproximaciones vemos los vínculos entre la economía del dinero y la del secreto, pues ambas aparecen ligadas a las transformaciones de la modernidad: aumento en las esferas de autonomía individual, lazos más impersonales y que a la vez requieren mayor confianza. Pero desde este texto señero ha pasado más de un siglo, y si para Simmel la transparencia tenía un efecto democrati-zador, las postrimerías del siglo XX han mostrado desplazamientos en las fronteras entre lo público y lo privado, revolucionando las formas en que la información circula y generando la impresión preocupante de que todo se hace público (Bauman 2011). Algunos han señalado que, al mismo tiempo que hay una estandarización de la información y menos secretos en las sociedades contemporáneas, también hay mayor capacidad para encriptar la información (Marx y Muschert 2009), pero ¿quiénes pueden acceder a la encriptación de su información? El avance de las telecomunicaciones e Internet implican más información disponible sobre mayor cantidad de individuos y, a la vez, se incrementan las interacciones a distancia con sujetos de quienes se tiene menor información.

Pero, ¿qué sucede en las relaciones de mayor proximidad? Simmel (1906) señalaba que en el matrimonio, aun cuando sea el vínculo donde la “discreción” juega un menor papel, deben mantenerse aspectos reservados como forma de evitar la rutinización del vínculo y así mantener cierto “encanto” o seducción en marcha. Sin embargo, también advertía que los vínculos amorosos o eróticos conspiran contra esta reserva e invitan a las parejas a abandonar toda privacidad. Además, agregaba que esto ocurre con mayor fuerza a las mujeres, aunque Simmel no explicó demasiado al respecto.

Este punto abre a otra posibilidad analítica menos explorada. En tanto relación social, el secreto es también una relación de poder y posee una economía-política, además de la dimensión simbólica y psicoafectiva que aparece más evidente en el nivel de las parejas y los vínculos familiares. La proximidad que suelen alcanzar los vínculos en las familias pone una tensión especial sobre los fujos de información. En este marco, los secretos familiares han sido frecuentemente estudiados desde una perspectiva psicológica (Brown-Smith 1998; Orgad 2015). Estas investigaciones han señalado el papel que tienen los secretos para sostener ideales de familia y advertido la prominencia de los secretos sexuales en la familia (según Brown-Smith, la mitad de los secretos de familia son sexuales). Aquí resulta interesante tomar en cuenta que mantener un secreto, especialmente en la familia, implica hacer trabajo emocional, y según Arlie Hochschild este es un trabajo que realizan en mayor medida las mujeres (2008).2

Es justamente la literatura ligada a los estudios de género y sexualidades la que permite iluminar las relaciones de poder que se entablan a partir del secreto en la familia. El secreto aparece allí ligado tanto a la intimidad como a las relaciones de poder. “Lo que revelamos y lo que ocultamos son espacios de negociación integrales a las formas en que habitamos el mundo”, y no tener capacidad para mantener un secreto es perder el control sobre cómo nos ven, dejándonos expuestos a la coerción (Hardon y Posel 2012). Si bien, por un lado, quienes comparten un secreto (comparten el “clóset” en la jerga de sexualidades) pueden desarrollar un lazo y hasta una perspectiva común (Cameron y Kulick 2003; Sedgwick 1990). Por el otro, los chismes sexuales pueden ser una forma de control (Jones 2010). Sara Ahmed señala en el prefacio de la compilación Secrecy and silence in the reserach process. Feminist refections (Gill y Ryan-Flood 2009) que el silencio puede ser una herramienta de opresión tanto como una respuesta estratégica a la opresión. En este mismo sentido, del diálogo entre Jane Parpart y Nayla Kabeer (2010) surge que trazar una equivalencia directa entre voz y agencia, o entre silencio y opresión, podría llevar a desconocer el potencial político de las formas del secreto y el silencio. Prestar atención a los contextos opresivos, a los costos que puede significar tomar la voz, así como a las transformaciones graduales en las asimetrías de poder son puntos claves para comprender los significados de los silencios.

Es también importante conceptualizar de forma matizada las maneras en que la información se muestra y se oculta. Para salir de la dicotomía entre silencio y voz, podemos pensar que la tensión entre quien posee el secreto y de quien se oculta, su “destinatario”, se expresa bajo tres formas: revelación, secreción y comunicación.

La revelación implica un alivio brusco de la tensión que anula la separación y por consiguiente el secreto .... La comunicación, en lugar de abolir la separación, preserva el secreto pero alivianando su peso y tensión. La comunicación implica una elección y transforma el secreto en el “soporte de un lazo social ambivalente”. A diferencia de la revelación, la comunicación del secreto se realiza a confdentes elegidos por decisión, quienes pasan a ser “depositarios” –amigos, íntimos, pares– distintos de los destinatarios excluidos. Lo interesante, dice Zempleni, es que contrariamente a la creencia, la proximidad social de los depositarios y los destinatarios es una de las condiciones corrientes de la comunicación del secreto …. Por último, según Zempleni, la secreción es sin duda el medio más corriente de regulación de la tensión y de la preservación del secreto y constituye su “propiedad más remarcable y paradójica”. El secreto parece no poder subsistir como tal sin mostrarse de alguna manera a sus destinatarios, mediante fragmentos o señales, lo que no significa que exista revelación o comunicación (Pecheny 2003: 138-139).

El secreto es un tema central para comprender las experiencias de las mujeres que se dedican al comercio sexual pues atraviesa sus cotidianeidades y es, como dije, la principal táctica para eludir la estigmatización. En otros trabajos he abordado los potenciales y limitaciones que el secreto y la táctica de ocultamiento/desdoblamiento3performando un personaje de prostituta que será ocultado a otros públicos– implica para la organización política y los vínculos entre mujeres que venden sexo (Morcillo 2014a; Morcillo 2017). Aquí enfoco sobre las relaciones que ellas entablan por fuera del círculo de relaciones del mercado sexual, lo que se suele denominar el “ambiente”. Abordo diferentes dimensiones para analizar cómo funciona el secreto en el comercio sexual, partiendo por los vínculos familiares y amistosos. Luego de pensar el papel del dinero, paso por las relaciones de pareja para detenerme en los vínculos con los hijos (y antes de pasar a las reflexiones finales he incluido algunos señalamientos sobre las recientes dinámicas que imprimen a este secreto la circulación de información en Internet y los activismos de trabajadoras sexuales y feminismos). El argumento central, desplegado a lo largo del artículo, es que las tres formas en que circula la tensión del secreto (secreción, revelación y comunicación) se regulan en relación con tres factores: los intercambios monetarios, las relaciones de género y las de parentesco.

En este artículo me valgo del trabajo de campo llevado a cabo en distintos escenarios del mercado sexual durante cuatro años (2008-2012) buscando la mayor variabilidad posible. Esto incluye: entrevistas y observación en distintas modalidades o estratos de comercio sexual (de calle, cabarets, “privados” y “escorts”),4 a mujeres de diversas edades (entre 21 y 53 años), con y sin contacto con organizaciones (abolicionistas o de trabajadoras sexuales), y en tres ciudades (Buenos Aires, Rosario y San Juan) con características disímiles.5 A su vez, agrego como complemento algunos aportes de las primeras y recientes aproximaciones a una etnografía virtual del mercado sexual que incluye redes sociales, blogs y foros de clientes y “escorts”.

Todo queda en familia: sexo y silencios

Saben solamente mi comadre y un hombre del barrio que, de casualidad, vino y me vio. De mi familia nadie, acá lo único que tengo es la que era mi suegra. El que era mi marido se fue con su mujer que tenía en Buenos Aires, desde hace tres años, nunca más lo vi. Mi familia de Corrientes tampoco, se llega a enterar mi padre, se muere (Mercedes, 34 años, Rosario).6

Yo le decía a mi mamá que me habían hecho trabajar en un bar para limpiar las copas hasta tarde, yo creía que la engañaba, pero no la engañaba ni ahí, ella hacía: “Sí, dale que yo me la creo”, más vale que no se la creía. Yo de eso me enteré dos días antes de que fallezca, durante los cinco meses de agonía ella nunca dijo nada, me dijo: ”¿Sabés lo que me ando enterando que hablan los vecinos?” “¿Qué cosa?”, le digo yo. Y ella dijo: ‘No, que vos trabajás... eh... de... (Nelly, 43 años, Buenos Aires).

Toda mi familia sabe. ... Lo sabían, porque yo bancaba en mi casa y salía de noche y volvía de madrugada. Ahora porque estoy más grande y lo hablo sin vergüenza y les cuento lo que siento. Pero antes, cuando era más joven y tenía ganas de contar era poca gente la que me escuchaba. Venían casi siempre mis compañeras más íntimas que estaban en la esquina cuando estaba angustiada, cuando tenía problemas, yo a mi familia no se lo podía contar (Marisol, 45 años, Rosario).

Algunas investigaciones plantean que cuando la prostitución se mantiene en secreto contribuye a la disgregación de los vínculos familiares (Das Biaggio et. al. 2008; Soto 1988). Sin embargo, el devenir de estos vínculos admite una lectura más compleja. En los relatos de las entrevistadas se podían leer las tensiones familiares, pero eso no necesariamente implicaba una disgregación.

Antes de pensar los vínculos familiares es necesario destacar algunas particularidades del secreto de la prostitución. En otros tipos de secretos puede suceder que quien guarda una información deba, para beneficiarse, mostrar que la posee, pero sin revelar su contenido. Para quienes se dedican al comercio sexual el contenido del secreto resulta estigmatizante, pero para lograr vender sus servicios deben exponerlo. Es decir, que el comercio sexual a la vez que atravesado por el secreto, supone siempre un grado de visibilización del estigma. La paradoja de su exhibición/ocultamiento hace que el control sobre qué informaciones salen fuera del “ambiente” no sea algo que se maneje a libre voluntad, sino como jugadas de agentes en un escenario más o menos adverso. Esta complejidad suele llevar a establecer comunicaciones, o dejar que ocurran secreciones, como forma de evitar una revelación que pudiera resultar en un perjuicio mayor e incontrolado.

La dificultad de hablar sobre el comercio sexual no solo tiene que ver con el miedo a la discriminación y las reacciones de sus interlocutores, también el tipo de vínculo infuye. Aquí emerge una segunda complejidad, pues para la mayor parte de las entrevistadas los parientes o familiares directos eran interlocutores a eludir y, al mismo tiempo, frente a quienes más costaba ocultar el secreto. Si bien no siempre es sencillo comunicar este secreto en los vínculos de amistad, para muchas entrevistadas era mucho más sencillo que hablar con sus familias. La mayor amplitud de concepciones en relación a la sexualidad entre contemporáneos y una relajación en las expectativas de rol hacen que hablar con amigas y amigos sea en general más sencillo. De esta forma, las amistades permiten recuperar una red de contención o capital social que puede desaparecer o quedar eclipsado en la familia.

Además del parentesco, otro factor que marcaba las comunicaciones era el género de las y los interlocutores.7 En tanto el contenido de este secreto tiene una faceta sexualizada, el género juega un lugar importante en relación al tráfico de información. El sesgo patriarcal se hacía visible cuando para la gran mayoría comunicar a un varón era más riesgoso o difícil, y ello se incrementaba si ese varón formaba parte de la propia familia. En ausencia de amigas o amigos confiables, las hermanas, primas o incluso madres podían ser depositarias de una comunicación, pero hermanos y, especialmente, padres o hijos implicaban los mayores temores de revelación.

La información ligada al “ambiente” puede permanecer completamente oculta en las familias de mujeres que no han pasado mucho tiempo en el mercado sexual. Tal es el caso de Anahí (24, San Juan) que llevaba algunos meses haciendo comercio sexual, para ella las expectativas de rol de su familia obturaban la posibilidad de comunicar su actividad:

Todos me tienen como la mejor, la mejor madre, pero nadie sabe porque yo no me animo a contarles tampoco.

Cuando las mujeres han pasado más tiempo en el mercado sexual, la tensión comienza generar filtraciones. Las secreciones se abren por dos frentes, por un lado, las ausencias del hogar –el lugar normativamente asignado por las familias a las mujeres–, muchas veces a causa del trabajo nocturno, como vimos arriba en el relato de Nelly que simulaba trabajar en un bar, y/o por las detenciones a manos de la policía, más frecuentes entre las que hacían comercio sexual callejero. Por otro lado, como veremos a continuación, el dinero también produce filtraciones. Las que llevaban varios años trabajando planteaban con seguridad que en sus familias sabían todos sin que ellas ni otros/as les hubieran contado, como relataba Marisol en el testimonio citado al inicio. Abril (24, San Juan) suponía que su familia y amigos sabían y explicaba:

Yo creo que se lo deben imaginar, no hacés magia y viene la plata, me imagino que hay gente que se lo debe imaginar, pero no lo quiere saber en concreto, entonces no se habla.

Cuando se filtra la información por medio del dinero esto suele generar un silencio mayor, pues hay algo que se intuye pero se niega.

¿Cuánto cuesta mantener un secreto?

Varios de los puntos en cuestión hasta aquí se hilvanan en el relato de Irene, quien señalaba que le había “costado mucho” entrar al mercado sexual tras enviudar:

Y bueno, me costó mucho porque era una forma de ayudar también a mi familia, a mis hermanos. Pero de ayudarles no porque me obligaban, sino que yo sentía la necesidad, porque es una forma de escape mío, como de justificar, creo, lo que uno está haciendo. Porque para ellos debe ser re difícil. Aunque yo no sé, hasta hoy día, ellos jamás me preguntaron en qué trabajo. ... Jamás. Y el tema de que yo jamás les pedí nada a ellos, jamás, ni a mi familia, ni a la familia de mis hijas familia política. Ni a los tíos, ni a los abuelos. Ellos sí me cuestionaron mucho y dijeron muchas cosas de mí, como por ejemplo, que yo era una prostituta. Una puta. Ellos no usaban la palabra prostituta, sino decían una puta … ellos me cuestionaban, pero tampoco nunca me ayudaron en nada. Después, cuando mis hijas más chicas cumplieron años, que yo le festejé el cumpleaños de 15 a la primera, mi hija me dijo: “Mamá, yo los voy a invitar a mis abuelos y a mis tíos”. Y yo no la quiero ni ver a esa gente, pero bueno, es la sangre de ella. Se respetó su decisión. Ellos vinieron. Vinieron todos. Yo estaba muy nerviosa porque quería que la festa, todo saliera bien. Bueno, salió todo bien. Pero aun así, uno de ellos salió diciendo: “Y cómo le habrá quedado…”, hablando en palabras grotescas, “cómo le habrá quedado la baja la voz concha”, dice, “para hacer esta festa” (Irene, 49, Buenos Aires).

El dinero introducirá consuetudinarios silencios en la familia cuando es recibido como “ayuda”, si no es recibido suele generar cuestionamientos y condena moral y, en el caso de la familia política, envidias y resentimientos como había sufrido Irene. La escena del cumpleaños de 15 de su hija cristaliza un conjunto de posiciones simbólicas y materiales en torno al dinero, el género y el parentesco. Irene había hecho un gasto importante para esta celebración, había sacrificado un proyecto central: terminar su casa. Aun así este sacrificio maternal, en el día en que su hija dejaba de ser una niña –según la simbología popular–, será impugnado por la parte de la familia que no recibe beneficios monetarios directos. Estos miembros, que son varones –y que representan simbólicamente al esposo difunto– no tienen problemas en usar el estigma de puta para cuestionar la santidad del dinero invertido.

Sin embargo, la independencia económica de las mujeres respecto a sus familias también les permite hacer frente a los cuestionamientos de quienes no les pueden dar una solución duradera como alternativa al comercio sexual. Tal era el caso de Irene y también de Sonia:

Decían que yo no tendría que trabajar en la calle. Pero bueno, nadie te da nada. O sea, está bien, hay otros trabajos. Yo he trabajado también, un mes de empleada, me re cagué de hambre ese mes …. Y he pasado muchas necesidades con mis hijos y nadie me ha dado nada. Por eso no me importó mucho el que cuestionaran este laburo (Sonia, 39, San Juan).

Cuando el dinero es entregado como “ayuda” puede acallar con el tiempo las críticas de la familia, incluso padres y hermanos pueden hacer la vista gorda, pero ello tampoco significa una “salida del clóset” reivindicativa. Para comprender mejor este proceso debemos considerar que los significados del dinero pueden variar en las distintas relaciones y según las formas en que es entregado (Zelizer 2008). Adriana Piscitelli plantea que las “ayudas” pueden comprenderse, en un sentido amplio, como “intercambios, generalmente asimétricos, que implican dinero y/o otros beneficios y tienden a crear obligaciones y, con frecuencia, afectos” (2011: 13). En este caso, hay una tensión entre cómo es entregado el dinero (como “ayuda”) y su devaluación simbólica como “dinero sucio”, pues es moral e incluso legalmente cuestionable, poniendo virtualmente como “explotadores” a quienes se beneficien de este dinero.8 Podemos pensar que este “dinero sucio”, difícil de contar –tanto en el sentido de hablar de él como de llevar su contabilidad–9, funciona como una “ayuda” y se transforma en el “pago de un tributo” hacia las familias en resarcimiento por la ruptura de las expectativas de género.10

En este ambiente vos tenés plata y tenés un montón de amigos, siempre, hasta tu familia con plata acepta todo, por plata te aceptan que tomes merca, por plata te aceptan que llegues dura, por plata te aceptan un montón de cosas, cosas que no las aceptarían si no tuvieras plata. Entonces como vos a veces pagás joyitas o pagás cosas, aceptan. No es un bajón para mí, es como que yo ya he aprendido a aceptarlo, me chocaba a veces de mi propia familia (María, 30, San Juan).

En estos vínculos permanece sin discutirse el origen del dinero, opera la modalidad del secreto a voces. Los miembros de la familia no hablan al respecto, el dinero silencioso disminuye la tensión pero sin lograr un reconocimiento y persiste una tácita valoración negativa. Así, el secreto a voces significa, en muchas ocasiones, fuertes costos emocionales (y económicos) para las prostitutas, pues bloquea la posibilidad de discutir y reevaluar los juicios morales hegemónicos e instala una relación cargada de hipocresías. Incluso cuando poder ayudar era un motivo de orgullo, si la forma en que se gana ese dinero que no puede ser comunicada, el orgullo permanece encerrado en el fuero interno, como para Carina (46, Buenos Aires), que se emocionaba hasta las lágrimas al recordar cómo sacó de la pobreza a sus padres.

Otro proceso que puede conducir al mutismo es cuando se libera la tensión del secreto repentinamente. Una revelación puede generar una rápida reacción en cadena, pero cuando la tensión que había entre la que portaba el secreto y los destinatarios y destinatarias estalla súbitamente, a continuación también puede obturarse el diálogo y pasar regresar al silencio. Esa secuencia me relató Daniela (26, San Juan) quien apenas había comenzado a hacer comercio sexual cuando sus compañeras le hicieron un outing11 e informaron a su esposo y este a la familia de ella. Luego de este episodio, toda la familia sabía, pero una frme negación hacía que jamás hablaran al respecto:

Como que saben y no saben. Y como que me quieren preguntar y no a la vez, del tema nadie habla.

¿Secretos de alcoba?

Es interesante observar que estos relativos equilibrios en las tensiones del secreto eran más inestables cuando se trataba de los vínculos de pareja, que en casi la totalidad de los casos eran heterosexuales. Estas relaciones eran de por sí muy complejas para la gran mayoría y muchas entrevistadas afr-maban que era imposible tener una pareja amorosa estando en el mercado sexual. Aquí las tácticas de ocultamiento se pueden tornar otro obstáculo para construir un espacio de intimidad compartida, pues entran en tensión con los sentimientos románticos de fusión amorosa –querer compartirlo todo– y/o con la necesidad de lograr una estabilidad afectiva.

Yo suponía que él no me mentía para nada. Entonces, yo decía: “No, que mal”. Porque él me decía: “Ay, yo te amo”, y todas las cosas. Y yo decía: “No, le estoy mintiendo”. “¿Y si le digo?”. A veces me daban ganas de decirle: “Mirá, yo hago esto y esto”. Pero decía: “Le llego a decir esto y me mata” (Sabrina, 21, Buenos Aires).

La comunicación del secreto a sus parejas resultaba inabordable para la mayoría, la sola idea de que ellos pudieran enterarse de la actividad que realizaban les suscitaba una gran preocupación. A su vez, el contenido estigmatizante de este secreto dificulta las funciones positivas que Simmel (1906) planteaba, la posibilidad de ser vista como “puta” va mucho más allá de “romper la rutina del matrimonio” y se transforma en una carga difícil de sobrellevar para muchas. El temor de que se introduzca el estigma en el ámbito íntimo de la pareja las lleva actuar con cautela, tanto en el manejo de la información como en la selección de los pretendientes. La regla del oficio entre las mujeres que hacen comercio sexual, “no enamorarse de clientes”, –muy compartida pero que varias trasgredían– tiene como fin, entre otros, no perder la posibilidad de controlar su información y evitar ser juzgada y/o controlada.

Aun cuando esta información no se use para estigmatizar, la comunicación no pone fin a los problemas pues todavía resulta difícil saber qué contar, hasta dónde llegar y cómo evitar que sus parejas “se hagan la cabeza”. El que un marido no pueda comprender la mirada laboral sobre el comercio sexual y se sienta amenazado en su monopolio sobre la sexualidad de su esposa, se suma a los motivos para mantener el secreto. Para algunas, el ocultamiento podía mantenerse en el contexto de pareja y ser costeado, por ejemplo, con trabajos domésticos. Nelly contrapesaba su relativa independencia y autonomía de horarios y movimientos, sin rendir cuentas a su marido, siendo servicial en el hogar:

Yo siempre fui una persona de carácter muy fuerte, yo hago lo que quiero, a mí no me mandan, a mí no me preguntás a qué hora voy, a qué hora vengo, si total vos tenés tu casa, tu comida, tu ropa limpia, todo a horario (Nelly).

Pero, a diferencia de lo que sucedía en otros vínculos familiares, pagar con dinero el costo de mantener el silencio en la pareja resultaba inviable para la mayoría. El riesgo era acabar “manteniendo a un folo”, es decir un marido devenido una suerte de proxeneta. Algunas entrevistadas, casi todas de más de 40 años, habían tenido este tipo de vínculos y acabaron emanci-pándose.12 La mayoría no creía que fuera viable un vínculo de pareja donde ellos “sepan” y ellas continúen vendiendo sexo. Beatriz decía que nunca disfrutó de hacer comercio sexual, no obstante, pudo transformar en parte su posicionamiento al abandonar a su marido-proxeneta y pasar a manejar su propio dinero.

Me sentía distinta, podía comprarme lo que quería, podía disfrutar, manejar yo la plata, comprarle cosas a mi hija, salir a disfrutar, estar con mi familia. Es muy distinto manejar tu plata, no estar pidiendo: “Necesito un pantalón” o “quiero un pantalón” (Beatriz, 51, Buenos Aires).

Para Beatriz este cambio de posición fue como “dejar de ser una niña”, in-fantilizada por su marido explotador, y pasar a ser una adulta que puede administrar su propio dinero. Las transformaciones en relación al manejo del dinero en el vínculo de pareja sitúan críticamente a las mujeres que hacen comercio sexual respecto de algunas estructuras patriarcales y les permiten ponerlas en cuestión. Esto parece mucho más difícil en el caso de las relaciones con los hijos e hijas.

(Ab)negación y culpa: por ellos todo (en secreto)

Sin excepciones, para todas las mujeres que tenían hijos o hijas estos eran los destinatarios más temidos de su secreto y la revelación frente a ellos, su peor pesadilla. En este marco, el manejo del dinero tomaba una forma diametralmente opuesta a la que aparecía en los vínculos con las parejas.

Yo quiero invertir en mi hijo, en amor, cariño, plata, lo que sea, pero no en un marido, no tengo ganas (María).

─ ¿Y trabajás en conjunto con alguien?

─ No, para mí sola.

─ Para vos sola.

─ Bueno, pa’ la fola que tiene un año y medio, porque los pañales, la leche… Risas (Juana, 38, San Juan).

En una mesa redonda sobre antropología feminista, Dolores Juliano dejó caer la provocadora idea de que “los verdaderos ‘chulos’ folos en jerga argentina son los hijos e hijas de las prostitutas”. Más allá del tono polémico de este comentario, para analizar el vínculo de las mujeres que hacen comercio sexual con ellos, resulta interpretativamente valioso comenzar considerando de qué forma manejan el dinero que ganan: ¿cuánto destinan a sus hijos e hijas? ¿En qué tipo de bienes o servicios?

Toda la plata que tengo, todo es para él, yo no me compro ni una remera. Mi mamá siempre me dice: “Todo no le tenés que dar a él, porque se va a mal acostumbrar”. Le digo que sí, que él ahora es chiquito, no sabe (Anahí).

Podemos pensar que las madres que consienten caprichos de sus hijos e hijas son algo bastante común, sin embargo, esto asumía características particulares en el caso de las mujeres que hacen comercio sexual. Casi todas las entrevistadas madres dijeron, sin ningún resquemor, que les compraban y regalaban todo tipo de cosas. Incluso declaraban gastos suntuarios con orgullo. Por ejemplo, Deby (21) -que no había terminado la primaria y trabajaba en una esquina cerca de la terminal de San Juan- me contaba que dedicaba buena parte de sus ahorros a su hijo, “él no puede usar zapatillas ‘truchas’” y, por eso, siempre le compraba “Nike o Adidas” e incluso viajaba a Mendoza o mandaba a pedir a Buenos Aires para acceder a modelos más exclusivos. Estos consumos contrastan con el contexto socioeconómico, por ejemplo, en el caso de Valeria, considerando el tipo de construcción en el que habitaba.

A mi hijo mayor lo vestí con las mejores ropas. A él nunca una zapatilla barata, siempre de las más caras; lo empilchaba de arriba abajo a mi hijo mayor. Y tenía computadora, tenía Internet, todo tenía en mi casa, completita, en la casilla (Valeria, 36, Buenos Aires).

A su vez, este tipo de gastos dedicados a los hijos e hijas pueden llevar a las mujeres a dilatar la decisión de retirarse. Irene se había puesto como meta terminar su casa para luego dejar finalmente el comercio sexual, pero, como vimos más arriba, cuando estaba por terminarla tuvo que elegir entre eso y festejar el cumpleaños de quince de su hija:

La felicidad de ella eran los quince. Y bueno, entonces, opté por hacerle el cumpleaños.

Susy no podía definir cuándo retirarse, ya tenía una casa propia y una pensión, pero el motivo para seguir trabajando era su necesidad de comprar cosas para sus hijos -aun cuando según ella misma ya eran grandes y se podían mantener por sí mismos-, no podía “cortar”.

Lo que pasa que gano tan poquito con la pensión… (risa leve). No me retiro porque siempre tenés a la familia que querés ayudar. Porque uno, la verdad, que se acostumbra toda la vida a generar, a generar para los demás. Y cuando, por ejemplo, ahora que ya soy grande y tengo una pequeña pensión, no sé… uno se acostumbra con los hijos, a darles cosas para que sean felices. Entonces, no podés cortar eso, siempre les tenés que dar cosas. Porque te sentís feliz y hacés feliz al otro. Entonces es una recompensa para uno (Susy, 49, Buenos Aires).

En los infinitos regalos hacia los hijos, en esos gastos suntuarios –más allá de que sean concretados o solo declarados– en la sobreprotección, y en la necesidad inagotable de “generar para los demás” se obtiene una “recompensa para uno”. El mecanismo circular de los obsequios parece fundarse en un sentimiento culpógeno. María me decía abiertamente que cada vez que compraba algo para ella compraba también para su hija, para no sentirse culpable. Esta culpa aparecía con más fuerza en aquellas que habían internalizado las concepciones más negativas del comercio sexual. Entonces, si pensamos al consumo como una de las formas rituales contemporáneas (Douglas y Isherwood 1990; García Canclini 1995) podemos entender estos gastos como un sofsticado ritual de purificación donde el “dinero sucio” puede limpiarse en regalos para los hijos e hijas.

Al quedar la purificación ligada al consumo, la propia condena moral lleva a las mujeres que tienen hijos a continuar haciendo comercio sexual para ellos. Solamente una entrevistada se oponía conscientemente a este patrón: Luli (25, BA), quien a pesar de ser la que declaró ingresos más elevados, ponía límites a sus gastos en regalos y solo le daba recompensas a cambio de hacer las tareas de la casa. De esta forma ella intentaba ir preparando el terreno para su retiro:

No siempre voy hacer entrar la misma plata, ni lo puedo mal acostumbrar a eso.

No toda la relación con los hijos se resolvía en este mecanismo de consumo culpógeno. Otro gasto asociado a los hijos e hijas muy mencionado era la educación. El cuidado en general era muy mencionado, esto no es casual, pues este funge como neutralizador del estigma y emerge como explicación para buena parte de las acciones de las entrevistadas (“lo hago por mis hijos”). Pero este cuidado muchas veces estaba asociado con sostener el secreto frente a los hijos.

En los lazos de cuidados familiares, frente al temor de la revelación y la necesidad prioritaria de proteger el secreto frente a los hijos, unas depo-sitarias privilegiadas de las comunicaciones son sus propias madres. Con la instituida feminización del trabajo de cuidado y los padres usualmente ausentes, quienes cuidaban a sus hijos mientras ellas trabajaban muchas veces eran las madres de las entrevistadas. Así como algunas compañeras ayudaban a sostener coartadas frente a los hijos, también armaban encubrimientos con las abuelas de estos. La hija de Nelly contaba cómo su abuela sostenía una complicidad con su madre: “Yo le preguntaba a mi abuela: ¿por qué no viene mi mamá?”. Y decía: ‘No, se quedó lavando’, porque ella decía que trabaja en un restaurante y lavaba copas” (Sabrina). Aquí la solidaridad de género, sumada al vínculo flial, hace que sea posible comunicar el secreto con la misión fundamental de ocultarlo a los hijos/nietos.

La idea de tener que comunicarles su secreto a sus hijos es algo que resultaba aterrador para muchas (más aún a sus hijos varones). Solo algunas pensaban esta posibilidad, especialmente las que participaban de alguna organización –especialmente en AMMAR–13 que les brinda un ámbito de diálogo y reflexión entre pares desde donde poder comenzar a desarmar el discurso del estigma. Por ejemplo, Úrsula imaginaba esta comunicación a la vez como un “pedido de perdón” a sus hijos y como forma de que la comprendieran y supieran pararse frente a la discriminación, pero para esto ella debía prepararse:

Pedirles perdón a mis hijos, que más allá de que yo les doy un estudio para que mañana o pasado sean alguien y que no les recriminen nada. Con ellos sí tendría que ensayar una buena, como un discurso para darles, algún día (Úrsula, 42, SJ).

Para muchas los años de ocultamiento hacia sus hijos se vuelven una “mochila” tan difícil de cargar como de quitarse de la espalda. El peso de esta mochila de culpas está ligado al trabajo emocional (Hochschild 2008) que demanda sostener el ocultamiento en un vínculo tan cargado de afecto. Do-ris, tras varios años militando en AMMAR con otras trabajadoras sexuales, había juntado el coraje suficiente para sacarse esa “mochila” de encima (sus compañeras de zona me comentaban sorprendidas: “No sé cómo hizo”). Ella pensó que se iba “quedar sin hijos”, pero había recibido aceptación silenciosa de su hijo y cierta comprensión y valoración de su hija.

Sin embargo, para la gran mayoría de las entrevistadas hablar con sus hijos sobre su secreto resultaba inabordable. En este temor subyacía, a veces, la propia valoración de la actividad, u otras veces la reacción imaginada de ellos. Según María “los hijos son siempre jueces de los padres”. La mirada de los hijos parece encarnar la valoración social negativa y cae como un juicio moral sobre ellas mismas.14 Justamente porque mantener a sus hijos y darles bienestar es muchas veces la causa por la que dicen hacer comercio sexual, este juzgamiento de sus hijos es el más temido. Aunque muchas de estas mujeres logran poner entre paréntesis algunas de las concepciones hegemónicas que las condenan, a través de sus hijos se cuela nuevamente la moral sexual que las marca como mujeres impuras. Esto tiene un efecto doblemente difícil de sobrellevar, pues su justificación en la maternidad como neutralización del estigma parece cuestionada por los propios hijos (aunque sea solo imaginariamente en los temores de revelación).

─ Me da vergüenza decirles a mis hijos: “Sí, tu mamá estuvo trabajando en la calle para mantenerte”. Ojalá yo tuviera un trabajo mejor, pero bueno no se da. Se dio así.

─ ¿Y por qué sentís que te da vergüenza eso?

─ Y porque sé que podría dar mejor, mejores cosas que esta. Obvio que con mi trabajo, a mis hijos no les falta nada. Están como reyes. Pero me gustaría otra cosa, como estudiar, porque tengo oportunidad de estudiar y recibirme de algo. Y bueno, ya pensaré para mí, ahora no puedo. Están mis hijos primero (Pía, 39, BA).

Se instaura una persecución circular donde los hijos encarnan: primero, el motivo por el que las mujeres comienzan a hacer comercio sexual y a mantenerlo en secreto; luego, el temor de la revelación, de la estigmatización que las pone en la encrucijada de comunicar su secreto o retirarse; y cuando no resuelven esta tensión, pues no hallan una alternativa laboral para sostener el nivel de vida (y fundamentalmente la educación) de sus hijos, entonces finalmente, por ellos, deciden seguir haciendo comercio sexual. Que esta decisión sea acompañada de una salida del clóset ante sus hijos se liga, no solo a las necesidades tácticas o emocionales -como puede suceder frente a sus padres-, sino también a un reposicionamiento subjetivo frente al estigma y su discurso (sea condenatorio o victimizante).

Posdata sobre el cybermercado sexual y las putas feministas

El uso de las telecomunicaciones, Internet y las redes sociales, en particular, vienen impactando de múltiples maneras sobre el mercado sexual. Abordar en profundidad este impacto merece un trabajo aparte. Quiero hacer apenas un breve comentario sobre algunas transformaciones recientes que se pueden ligar al problema del secreto. La circulación de información en las redes sociales e Internet genera algunas paradojas: permite tanto crear fronteras y direccionar las informaciones, como diseminar contenidos prácticamente al infinito –por ejemplo, bajo la forma que se ha llamado “viralización”–; habilita un mayor anonimato, pero también mayores posibilidades de rastrear a usuarios o usuarias.

Hola, ¿alguien tiene data de ella? Le mandé WhatsApp y no responde, la muy puta me bloqueó, increíble esto de las putas que no contestan, me da por las pelotas no sé quién se creen. Cómo me gustaría darle las IP a un amigo, hablar con los familiares y escracharlas, a ver si son tan vivas como se creen … (usuario de foro de “escorts”).

La relativa facilidad con que alguien puede generar varios perfles o identidades virtuales puede ser una herramienta para ocultar información, pues da mayor posibilidad de segregar públicos. Esta distinción se monta sobre las diferenciaciones entre la vida online y ofine. Si bien la construcción de múltiples personajes en el mundo ofine también es posible, y cada mundo requiere sus recursos y habilidades específicas, la corporalidad ofine implica algunas limitaciones. El posteo del usuario del foro citado, aunque repudiado por otros usuarios que suelen valorar la “discreción” mutua, sirve para poner de relieve este asunto. Varios clientes rastrean algunas escorts y suelen quejarse de las dificultades para establecer y sostener en el tiempo los contactos en el mercado sexual.15 La amenaza –o fantasía– de rastrear la IP, como “cuerpo” conector de las identidades ofine y online, para revelar el secreto a la familia da cuenta de por qué los “bloqueos” son también una herramienta importante para las que venden sexo.

A la dinámica de ocultamiento y rastreo, se suma la moral de buena parte de las redes sociales que prohíben la venta de sexo en sus plataformas, llevando a que se recreen las formas de clandestinidad del mercado sexual ofine y dificultando, especialmente, la gestión autónoma de los servicios sexuales. Al mismo tiempo, en tanto algunas de estas plataformas permiten construir grupos secretos, habilitan un espacio de diálogo que permite canalizar las tensiones que surgen al hacer comercio sexual, entre otras, la de tener que ocultarse. Aquí es posible “descargarse” entre pares y recrear herramientas discursivas, en torno al feminismo, la identidad de puta y la idea de trabajo sexual que permiten reposicionarse para afrontar la estigmatización, además de compartir un amplio abanico de tácticas para trabajar, desde prácticas sexuales hasta consejos sobre economía y afectos.

Un punto especialmente relevante aquí son los intercambios de experiencias de coming out o de revelaciones, que animan a otras a salir del clóset frente a sus familias (o permiten reafirmar su intención de no comunicar por constatar que su familia no estaría dispuesta a escuchar). Las propias redes sociales aparecen como un escenario donde comunicar, o filtrar, a las familias la propia inserción el mercado sexual. Algunas de estas narrativas de salida del clóset frente a las familias muestran un conjunto de transformaciones. El dinero es también aquí un elemento importante, pero motivando algunas comunicaciones, más que secreciones y silencios. Para Tatiana (20) la posibilidad de emancipación económica de sus padres y el deseo de dejar de recibir sus “ayudas”, se sumó al querer evitar el trabajo emocional de “sostener mentiras” en su decisión de hablar con su familia. Otro elemento clave es la militancia como “trabajadoras sexuales”. A la vez que contribuye a un reposicionamiento respecto al estigma, participar en organizaciones de trabajadoras sexuales se constituye como un factor más que puede producir filtraciones del secreto. Sin embargo, aquí estas filtra-ciones no son temidas, y hasta parecen ser buscadas como vía para aliviar la tensión o incluso preparar el terreno para una comunicación, como relataba Fernanda (22). En estas narrativas, las respuestas positivas y de apoyo entre las familias y algunas parejas de estas jóvenes aparecen como una novedad.

Existe una multiplicidad de factores que se ligan con estas transformaciones recientes que se pueden ver cristalizadas en el hecho de que varias de estas mujeres comienzan a utilizar la identidad de “puta” o “puta feminista” como motivo de orgullo (“puta y a mucha honra”). Aquí el uso de Internet y las redes sociales resulta un vehículo que permite conjugar muchos otros procesos. Estos van desde transformaciones generacionales en relación a las concepciones de sexualidad y moral, hasta el reciente crecimiento de los feminismos, los movimientos y demandas de mujeres en nuestro país, pasando por el desarrollo y afanzamiento de la organización de trabajadoras sexuales AMMAR. Todos estos elementos favorecen a un escenario que habilita algunas salidas del clóset “exitosas”, ya que logran restaurar algo de las redes de apoyo y capital social que se desvanecían con el ocultamiento, así construyen una posición menos vulnerable en el mercado sexual, evitan dilapidar recursos para mantener el secreto y producen bienestar al dejar de hacer el trabajo emocional que implica ocultar.

Sin embargo, es importante tener en mente que resulta muy difícil conocer la extensión de este fenómeno y evaluar en qué medida sería posible fuera de los contextos urbanos y de clases medias con varios recursos simbólicos. Aun así, la emergencia de estos nuevos relatos, si bien no permite caracterizarlos directamente como indicios de procesos más amplios, puede ser pensada en relación a una potencialidad crítica cuyo devenir está aún por verse.

Reflexiones finales

Al enfocar sobre los vínculos que sostienen las mujeres que hacen comercio sexual fuera de este ámbito, podemos observar el papel clave que tiene el secreto. Dada la estigmatización y la clandestinidad que sufren estas mujeres, la gestión de la información es fundamental en estas relaciones y, especialmente, en la familia. Las condiciones adversas implican que con el tiempo el suceso de ocultar el secreto resulta muy irregular, existen diversas formas de sobrellevar los vínculos afectivos y familiares.

He mostrado que la regulación entre revelación, secreción o comunicación del secreto se liga a tres factores: el género, los intercambios monetarios y las formas del parentesco. En comparación a las relaciones con amigos y amigas, dentro de la familia, el ocultamiento se hace mucho más difícil, pero también la comunicación. Pudimos ver que mantener oculto el involucramiento en el mercado sexual se liga no solo a la sexualidad, sino también a los ingresos. El dinero, que puede ser considerado tan íntimo como la sexualidad, es el principal medio de filtración y permite traslucir esa sexualidad de la cual la familia no soporta hablar. Entonces, la secreción expresa la tensión entre la valoración positiva de las “ayudas” monetarias que las mujeres hacen hacia sus familias y el silencio sobre el origen de ese “dinero sucio” y difícil de contar.

El funcionamiento de este mecanismo resultaba más dificultoso en los vínculos sexo-amorosos de pareja. El matrimonio, como arreglo sexo-económico, resulta ahora difícil de combinar con la venta de sexo. Por un lado, la infuencia de una mirada romántica genera dificultades para mantener el ocultamiento y mentir. Desde aquí, el secreto de la prostitución retorna a todas las relaciones sexo-económicas, ya que si pensamos al secreto como modo de visibilidad, su contraparte es el complejo monogamia-amor-romántico que opera como régimen de visibilidad regulador. Por otra parte, la mirada más pragmática señala el riesgo de terminar siendo el único sostén del hogar. No tener marido-proxeneta, o abandonarlo, genera una fuga en el sistema patriarcal que estructura las relaciones de parentesco y sociales, sexuales y económicas de un modo más contundente que sostener en secreto el comercio sexual.

A los vínculos sexo-económicos del matrimonio o las parejas podemos oponer el amor maternal, asexuado y desinteresado. El ocultamiento zozobra frente a la interpelación de la mirada flial como en ningún otro vínculo. Cuando resulta posible comunicar en la familia, las elegidas serán las congéneres y los varones rehuidos, en especial los hijos. Muchas veces se trata de comunicar para ocultar y las principales depositarias serán las madres, quienes tienen la misión crucial de colaborar manteniendo el secreto para evitar la revelación frente a los destinatarios más temidos.

Las relaciones con hijos e hijas aparecen sobrecargadas de significaciones contradictorias. Por un lado, el mecanismo de los “regalos” funciona como ritual purificador, que consume importantes sumas de “dinero sucio”. Por otra parte, los intentos de mantenerlos (por razones particulares en cada caso) se expresan en diversas formas de cuidados.

La relación flial expone las dificultades que atraviesan estas mujeres para sostener tanto la reproducción material como simbólica, donde la segunda dilapida los recursos de la primera. El secreto intenta atenuar estos efectos, pero como vemos, puede resultar un “arma de doble flo”. La moral sexual estigmatizadora que motoriza al secreto instaura un mecanismo perverso que encarna en la mirada de los hijos e hijas –los más amados y los representantes de la principal forma de legitimación simbólica– la principal fuente de culpa y donde retornan los peores miedos. Mantenerse en el clóset hace que la maternidad, al mismo tiempo que representa su mejor “escudo moral”, las interpela y las cuestiona como putas desde las miradas de sus propios hijos e hijas.

Esta caracterización permite notar que las relaciones de poder, los confictos y enfrentamientos no se circunscriben al mercado sexual, sino que también surgen en una medida no menor al interior del hogar familiar, muchas veces olvidado en las críticas de algunos feminismos. El secreto en la familia protege circunstancialmente, pero no permite desactivar la fuerza del estigma como mecanismo de reproducción de las asimetrías, pues serán las mujeres de clases populares y con menos recursos materiales y simbólicos quienes acaban pagando los costos más altos emocional, social y económicamente. En este contexto opresivo los proyectos críticos del estigma de las mujeres que se organizan como “trabajadoras sexuales” y los experimentos de las nuevas “putas feministas” dejan abierta una incógnita sobre los alcances y las posibilidades de multiplicación de estas experiencias.

 

Notas

2. Hochschild desarrolla, a partir de la sociología dramatúrgica gofmaniana, el concepto de “trabajo emocional” como el intento de cambiar en cantidad o en calidad una emoción o sentimiento. El manejo de las emociones es un acto consciente que realizan las personas, pero que está ligado a las estructuras sociales y las ideologías, pues las emociones se deben acomodar a las “reglas del sentimiento”. Para un mayor desarrollo de la relación entre trabajo emocional y sexo comercial, veasé Morcillo (2014b).

3. Usualmente esta táctica implica varios elementos usar otro nombre, otra vestimenta, otro teléfono celular, etcétera.

4. Siguiendo los términos nativos se puede distinguir entre comercio sexual “de calle”, donde hay tanto mayor autonomía como mayor exposición; los cabarets o whiskerías y departamentos o “privados”, donde los “dueños” suelen retener una porción de las ganancias de las mujeres. Por último, las “escorts” trabajan en un nivel más “exclusivo” –y excluyente, por sus tarifas más altas– usualmente son independientes y contactan telefónicamente o vía web con sus clientes.

5. Estas diferencias incluyen aspectos de visibilidad o posibilidad de anonimato, socioculturales, de moral sexual, y del desarrollo de organizaciones que nuclean a las mujeres que se dedican al comercio sexual.

6. Todos los nombres y elementos que podrían resultar identificatorios han sido sustituidos para proteger el anonimato. Agradezco enormemente a todas las entrevistadas el confiarme su secreto.

7. Las personas trans no aparecían mencionadas en los discursos de las entrevistadas.

8.  Si bien la prostitución en Argentina no es ilegal, desde 1921 se penaliza la explotación de la prostitución ajena. Además, en el marco de la actual campaña contra la trata de personas se han introducido varias modificaciones en la normativa legal ampliando enormemente el espectro de casos pasibles de ser configurados como “trata”. Véase Varela (2015).

9. Varias entrevistadas comentaban que les resultaba difícil llevar una cuenta de cuánto ganaban, algunas incluso sentían asco al contar ese dinero. Los problemas de contabilidad son frecuentes para las prostitutas (Weldon 2010).

10. Esta hipótesis se sugiere para comprender también cómo funcionan las ayudas que las travestis migrantes envían a sus familiares, que no siempre garantizan un lugar de retorno a casa (véase Goulart en Piscitelli, Oliveira Assis y Olivar 2011).

11. Sacar a alguien del clóset contra su voluntad, revelar su secreto.

12. Es interesante el contraste con las formas de prostitución donde el marco familiar de marido-folo/esposa-prostituta funciona como unidad productiva. José Miguel Nieto Olivar (2013) ha analizado este modelo de prostitución, frecuente en los años ochenta en Porto Alegre, bajo la idea de “predación familiarizante”.

13. Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina.

14. A veces el efecto de esta mirada se extiende a todos los niños. Cuando las “paradas” estaban cerca de alguna escuela o por algún motivo circulaban niños yo niñas, algunas entrevistadas decían que sus miradas les generaban más vergüenza.

15. Hace unos años funcionaba una página web llamada “cat-tracker” dedicada a intentar localizar a las “escorts”, hoy los clientes lo hacen intercambiando información en los foros y las redes sociales.

 

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