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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.10 no.1 Bernal jun. 2006

 

RESEÑAS

Graciela Batticuore, Klaus Gallo y Jorge Myers (comps.)
Resonancias románticas. Ensayos sobre historia de la cultura argentina (1820-1890). Buenos Aires, Eudeba, 308 páginas

 

Es éste un libro de consulta ineludible para quienes pretendan conocer la historia de la Argentina en el siglo XIX. Este trabajo reafirma la importancia que ha tenido en la historiografía de los últimos años la primera mitad del siglo XIX. Una década atrás, este período ostentaba la triste fama de ser uno de los períodos menos conocidos de la historia argentina; hoy, en cambio, es uno de los campos más fértiles en la investigación sobre nuestro pa3sado. Las nuevas investigaciones rescatan viejos hallazgos que las modas historiográficas habían dejado llamativamente en el olvido a la vez que proponen una novedad interpretativa.
Gracias a Marcela Ternavasio hemos aprendido que el sufragio universal no llegó con la ley Sáenz Peña sino que ya existía en la década de 1820. En su libro La revolución del voto: políticas y elecciones en Buenos Aires, 1810-1852, publicado en 2002, Ternavasio logró sintetizar años de investigaciones en las cuales se revelaba que el gran problema político argentino del siglo XIX no fue el de la legitimidad en términos de quién era el soberano y quién votaba, sino el de la lucha facciosa entre las élites, como bien había comprendido Alberdi al lanzar su proyecto constitucional. Además de las fuentes originales, Ternavasio continuaba una estrategia historiográfica aplicada con agudeza por Tulio Halperin Donghi en su Proyecto y construcción de una nación: la consulta de documentos que estaban a la mano pero que necesitaban de una lectura inteligente para mostrar cuán equivocadas habían sido sus interpretaciones. Los textos que Emilio Ravignani publicó en su Historia constitucional de la República Argentina de 1927 y en su monumental Asambleas Constituyentes Argentinas 1813-1898, con siete tomos publicados entre 1937 y 1939, resultan una mina de oro para el ojo que pretende hacer historia en serio. Una sociedad más parecida a la del norte y el oeste de los Estados Unidos y lejana de Europa y Chile desplegaba una vida pública en la década de 1820 que Rosas iba a congelar, pero no a revertir, a partir de su segundo gobierno en 1835.
Gracias a Jorge Myers hemos descubierto un Rosas más republicano de lo que sospechábamos. Como lo muestra en su libro Orden y virtud: el discurso republicano en el régimen rosista, publicado en 1995, lejos de intentar volver al Ancien Régime, Rosas se convirtió -a su manera- en el continuador de la tradición republicana que había iniciado la revolución de mayo. El título de Restaurador de las Leyes, como señala Myers, no se refiere a construcciones políticas coloniales ni a la trasnochada Constitución corporativa de 1819, sino a las instituciones creadas por la "feliz experiencia" en la provincia de Buenos Aires, cuya legitimidad era innegable y que habían sido subvertidas por Lavalle en el golpe de Estado del 1 de diciembre de 1828, que terminó en el fusilamiento del gobernador legítimo Dorrego. De nuevo, la comparación con los Estados Unidos resulta ineludible y así lo indica Myers con la obsesión del discurso rosista por el republicanismo romano bajo figuras ejemplares, como Cincinato, o maléficas, como Catalina. Si bien en el Río de la Plata no hubo ciudades fundadas con el nombre de esos héroes lejanos (como sí ocurrió con Cincinnati en los Estados Unidos), la fuente en donde abrevaron era indudablemente similar.
Las similitudes entre los Estados Unidos y el Río de la Plata aparecen leyendo los textos de la época. Como ha mostrado Natalio Botana en su libro La tradición republicana, publicado en 1985, el modelo del primer país recorre las ideas de los hacedores de la Argentina, desde Alberdi al copiar la constitución, hasta Sarmiento al proponer un desarrollo económico y cultural que encontró en América del Norte después de haber visto con horror los contrastes sociales de Europa.
Resonancias románticas se adentra en un territorio todavía poco explorado para la primera mitad del siglo XIX: el de la historia cultural. Los compiladores ofrecen un buen mapa de las investigaciones recientes sobre el tema. ¿Qué caracteriza el "momento" romántico y cuáles fueron sus influencias o "resonancias"?, se preguntan. Una de las respuestas llega a través de lo que Agnes Heller llamó "principio organizacional", el período que, entre unos paréntesis falsamente ingenuos, alerta al lector atento acerca de qué hipótesis se desarrollarán en la obra. Principios organizacionales diferentes en historias de la Revolución Francesa -como (1750-1793) (1789-1793) (1789-1795) (1789-1815) o (1750-1815)- nos indican, antes de leer el libro, cuál es la opinión del autor sobre el carácter rupturista o continuista del proceso revolucionario y hasta dónde puede incluirse en el mismo a Robespierre o a Napoleón.
En Resonancias románticas, los años 1820-1890 superan la que suele reconocerse como la etapa central del movimiento romántico en la Argentina, al que se considera recién triunfante con la Generación de 1837 y decadente con el avance del positivismo en la década de 1880. Lo característico del romanticismo es, como muestra el libro, tanto la diferencia como la continuidad con respecto al iluminismo que lo precede y al positivismo que lo sigue. Quien encuentre un aire de tinieblas y un romanticismo teñido de una paleta de colores impuros no habrá hecho más que comprender la esencia de esta obra.
Resonancias románticas se desarrolla en torno de cuatro ejes: la literatura, su representación pública, el viaje y la patria. Allí aparecen los prototipos de la figura romántica: artistas engreídos a los que les resulta difícil entablar el diálogo con el público que habían imaginado, embelesados por lo exótico y proclives a unir el arte con el nacionalismo. Como bien sostuvo Gwen Kirkpatrick en su capítulo "Romantic Poetry in Latin America" del libro Romantic Poetry, compilado por Angela Esterhammer en 2002, en América Latina el romanticismo encuentra una ligazón con la política inusitadamente fuerte. Esta ligazón se comprende bien en Resonancias románticas, que estudia fenómenos artísticos y literarios en un diálogo constante con un contexto histórico que, en el caso de la Argentina, era nada menos que el de la construcción de un Estado, de una nación y de una legitimidad rota con la independencia.
El artículo de Jorge Myers, "Los universos culturales del romanticismo: reflexiones en torno a un objeto oscuro", presenta una síntesis -producto de una vasta cultura- y un marco para analizar el romanticismo argentino en el contexto mundial y latinoamericano, al que el autor llama con certeza una "hoja de ruta tentativa". Myers brinda una guía para comprender el romanticismo, al que caracteriza como una pasión en la que se conjuga el afán por el individualismo con un fenómeno que no es sólo cultural sino que es vivido como "una forma de vida total". Lejos está Myers de atarse a una definición; su feliz caracterización del romanticismo como un "fenómeno oscuro" ya nos indica con qué nos vamos a encontrar en el resto del libro.
La crítica literaria se despliega en esa "oscuridad" en la primera sección del libro "Una cultura literaria. El público, los escritores y la crítica". El análisis sobre la caricatura que realiza Claudia Román ofrece una vía para la interpretación de la iconografía antirrosista de la mano de dos periódicos enfrentados con el Restaurador: El Grito Argentino de 1839 y Muera Rosas de 1841-1842. El estudio de las imágenes resulta crucial para entender el fenómeno del rosismo y resultaría de gran utilidad contar con más estudios sobre el lado oficial de su producción, un área que estudió desde una perspectiva revisionista Fermín Chávez en Rosas, su iconografía, una obra publicada entre 1970 y 1972 de la que todavía pueden extraerse elementos útiles pero que necesita de una reinterpretación.
El duro trance que sufrió la generación del 37 con la derrota de 1840 es abordado por Elías Palti en "Rosas como enigma". El título no puede ser más apropiado; a partir de la derrota, el partido unitario ya no vuelve a ser una alternativa política. "Destruida toda oposición, borrada toda posibilidad de derribar lo que se había convertido en ‘una tiranía sin nombre ni ejemplo', se imponía al menos una reflexión sobre lo ocurrido", señala con agudeza Palti. Son justamente los que pueden extraer lecciones de la historia quienes van a liderar el proceso transformador, transformándose ellos mismos de seguidores del iluminismo en cultores de un romanticismo que los obligaba a conocer y aceptar elementos que creían negativos de la Argentina pero frente a los cuales podía hacerse cualquier cosa menos ignorarlos. El resultado más atractivo es el viaje romántico que Sarmiento hace en el Facundo y con el cual termina el capítulo. Sería también interesante analizar en una sintonía similar los escritos oportunistas que hacen llover sobre la figura de Urquiza un liderazgo pasional y cultural en el que el gobernador entrerriano se va a sentir cada vez más cómodo. En este abanico siempre pragmático confluyen el Dogma Socialista de Echeverría con la dedicatoria a Urquiza y la conclusión del fin de los partidos unitario y federal y las más pedestres pero más efectivas sugerencias para regresar a Buenos Aires en los últimos años de un rosismo que ya no mostraba sus dientes, como el Llamado a los emigrados argentinos para que vuelvan a la patria que los reclama que Claudio Martínez escribió en Valparaíso en 1849.
El complejo entramado de influencias extranjeras que analiza Álvaro Fernández Bravo en su artículo "Un museo literario. Latinoamericanismo, archivo colonial y sujeto colectivo en la obra de Juan María Gutiérrez (1846-1875)" encuentra una atractiva interpretación en el estudio de un género literario que resulta casi sinónimo del romanticismo: la poesía. Si bien conocemos bien a José Mármol por Amalia, seguramente el escritor se habría visto decepcionado por el relativamente escaso interés que sus seis Cantos de peregrino despiertan en la actualidad. Acierta Fernández Bravo al poner en contexto histórico su análisis así como en la elección de Juan María Gutiérrez como el hombre que intenta rescatar un pasado cultural. Pocos dudarán en considerarlo, junto con Juan Cruz Varela, el fundador de la historia de la literatura argentina. El análisis de quien rescató de manera literal parte de la literatura argentina (no podríamos leer El matadero de Echeverría de no haber sido por su iniciativa) en torno de la América poética: primera antología de la lírica americana nos permite reconocer una agenda más ambiciosa que la emprendida por Ricardo Rojas a principios del siglo XX y marca la diferencia entre proyectos cosmopolitas y otros más locales, que sólo podían surgir cuando la Argentina fuera algo más que un país imaginado.
Graciela Batticuore examina en su artículo "La lectura, los escritores y el público. 1830-1850" el espacio de quienes producen literatura y quienes la leen como un mundo de cambios y superposiciones en el que se mezcla la vieja cultura del salón del Ancien Régime con el espacio público burgués y masculino. Este trabajo analiza uno de los tantos conflictos que la Generación del 37 sufría; mientras fueran emigrados podían hacer uso indiscriminado de su libertad para escribir, pero en tanto quisieran que sus escritos tuvieran influencia en el mundo político debían ceder en creación artística para ganar en redacción pragmática que un caudillo como Urquiza pudiera considerar de utilidad. Esta fatídica encerrona puede compararse con un aspecto que la autora conoce bien: el papel de la mujer en la literatura argentina del siglo XIX.
Batticuore ha publicado recientemente La mujer romántica. Lectoras, autoras y escritores en la Argentina: 1830-1870, un libro fundamental para la historia de la literatura argentina, que ha merecido el Primer Premio de Ensayo del Fondo Nacional de las Artes. En La mujer romántica Batticuore continúa su análisis de Juana Manuela Gorriti, que mostró en otras publicaciones, y amplía el conjunto a Mariquita Sánchez de Thompson, Eduarda Mansilla y Juana Manso. Al estudiar la inserción de la mujer en el ámbito público-literario como lectora y escritora, Batticuore encuentra la misma disyuntiva entre libertad creadora y pragmatismo. Si bien Mariquita podía no responder a ese dilema por su edad avanzada y Eduardita Mansilla por su matrimonio con un diplomático que vivía una residencia dorada en los Estados Unidos, Juana Manso producía como parte del proyecto sarmientino de política educativa y Gorriti debía resignar su afán creativo frente al pago de la compañía de seguros La Buenos Aires para publicar por encargo Oasis en la vida en 1888, una soporífera novela plagada de lugares comunes y escrita sin entusiasmo.
La segunda parte del libro está dedicada a "Escenarios porteños. Teatro y sociabilidad". La distinción que Batticuore realiza sobre el pueblo real y el público imaginado por los escritores se enlaza con el artículo de Klaus Gallo "Un escenario para la ‘feliz experiencia'. Teatro, política y vida pública en Buenos Aires. 1820-1827" que abre esta sección. Gallo remarca la importancia que el teatro y su propuesta estética tuvieron en la "feliz experiencia" de la provincia de Buenos Aires. El autor encuentra en el teatro un objeto de estudio que se complementa con su larga investigación sobre la influencia que las ideas de Jeremy Bentham ejercieron en la década de 1820 en el Río de la Plata. Así, el teatro resulta crucial para una ideología que no se aleja de la ilustración y considera el valor educativo del espectáculo sobre una población que todavía tiene que aprender a gozar de los beneficios del liberalismo. Las conclusiones de Gallo nos ofrecen una doble ventaja: el análisis comparativo en el contexto latinoamericano y el alejamiento de la trillada idea de ruptura en una representación que pasaba, sin transiciones, del auto sacramental al teatro laico.
Esta perspectiva se enriquece con los otros trabajos de la sección. Beatriz Dávilo estudia en "La élite de Buenos Aires y los comerciantes ingleses: espacios de sociabilidad compartidos. 1810-1825" la mirada de los viajeros de ese origen sobre las tierras que visitan. Resulta interesante la forma en que la autora trabaja con la categoría francesa de "sociabilidad" que la historiografía inglesa consideraría una inútil complejidad europea. Dávilo realiza un trabajo adecuado en cuanto a cómo el inglés logró convertirse en el modelo social de las élites locales. Doblemente interesante resulta leer este artículo junto con las percepciones que los propios locales tenían de los ingleses, como los edulcorados recuerdos que Mariquita Sánchez de Thompson guardaba sobre las invasiones inglesas y que publicó en Recuerdos del Buenos Aires virreinal.
El artículo de Eugenia Molina "Civilizar la sociabilidad en los proyectos editoriales del grupo romántico al comienzo de su trayectorias (1837-1839)" acierta al considerar en conjunto una publicación que todavía aparecía en la Buenos Aires rosista -como La Moda de Alberdi- con otra nacida como resultado del exilio en Montevideo, El Iniciador de Andrés Lamas. Esto no es una arbitrariedad. El Iniciador se consideró a sí mismo como continuador de la malograda publicación porteña y Miguel Cané, emigrado desde 1834 en la Nueva Troya, llamó a Alberdi para que colaborara en el mismo. Trabajar a caballo de dos experiencias tan distintas enriquece el conjunto de trabajos de este libro. Y no resulta menor que Molina considere estas publicaciones parte del conjunto civilizador, de la enseñanza del buen gusto y las buenas maneras que transforma a La Moda de una publicación extravagante en eje de un proyecto cultural.
La segunda sección del libro encuentra su remate en el artículo de Martín Rodríguez "Rosas y el teatro rioplatense (1835-1852)". Al leerlo junto con el de Klaus Gallo se puede comprender el papel docente del teatro y la crítica teatral en los proyectos de formación de una cultura local liberal. Aquellos que escriben en el exilio durante la época de Rosas ya no pueden poner en práctica sus ideas sobre el papel del escenario, como ocurría durante la "feliz experiencia"; sólo alcanzan a plantear cuál va a ser el lugar del teatro en proyectos que sobrevendrán con la caída o la transformación de Rosas. Y es justamente en la sintonía de intelectuales que dejan de ser ilustrados para pasar a ser románticos donde encontramos, de nuevo, el mayor aporte historiográfico. La tercera sección del libro se denomina "Travesías románticas. El viajero argentino en sus relatos". La idea del viaje intelectual es apropiada para analizar el romanticismo, atrapado por la atracción de lo exótico, tanto en países lejanos como en la propia Argentina, donde toma el nombre de "barbarie". Es un mérito de los compiladores haber puesto el artículo de Adriana Amante "Brasil: el oriente de América" como iniciador de la sección. La imagen del Brasil en el Río de la Plata ofrece un campo fértil para analizar la esquizofrenia en la que gustaba moverse el romanticismo. Si bien era un país independiente, difícilmente se lo consideraba americano por su sistema monárquico, que lo convertía en un apéndice de una Europa que producía opiniones opuestas en un mismo escritor. Aquí cabría preguntarse cómo veían los románticos argentinos geografías americanas gobernadas por una república para poder establecer hasta dónde existía una distancia intelectual tan importante respecto del Brasil. Amante ofrece una posible respuesta con la posibilidad comparativa que trae la aplicación de categorías en boga, como la influencia de los climas de Montesquieu, que resume en una deliciosa cita de Miguel Cané sobre Tucumán, "el espacio no hostil que encuentra el romanticismo argentino en su propia nación".
La sección continúa con el artículo de Darío Roldán "Sarmiento y el viaje a Argelia. Entre el inmovilismo y la utopía social." Si bien los Viajes de Sarmiento han sido estudiados con profundidad, el centro ha sido puesto en los realizados a Europa y los Estados Unidos. La visión de Sarmiento sobre Argelia representa un engranaje para formar su concepción sobre el mundo deseable al que debería parecerse la Argentina futura. Sin duda en Sarmiento la experiencia africana no tuvo la importancia y el entusiasmo que Sylvia Saítta ha mostrado en las Aguafuertes africanas de Roberto Arlt; y la diferencia no sólo es la separación de casi un siglo de distancia. En el mismo lugar visitado por su adorado Alexis de Tocqueville, Sarmiento encuentra que la religión ocupa un lugar inusitado en la vida social, como bien destaca Roldán. Sin embargo, distintas experiencias religiosas movían a quienes leían la Biblia en los Estados Unidos y a los fieles del Corán en Argelia. Resulta clave para apreciar la riqueza del aporte de Roldán en la formación del proyecto sarmientino releer el trabajo que Carlos Altamirano publicó en 1994 con el título de "El orientalismo y la idea del despotismo en el Facundo".
El artículo de Beatriz Colombi "Sarmiento: Orientalismo, españolada y prisma europeo" continúa el tema abordado por Roldán. Justamente, una cita de Sarmiento que este autor introduce en su trabajo nos permite comprender el realizado por Colombi "Nuestro Oriente es la Europa y si alguna luz brilla más allá, nuestros ojos no están preparados para recibirla, sino a través del prisma europeo". Colombi muestra de manera inteligente cómo en la historia los adjetivos son categorías relativas; la hispanofobia de Sarmiento cede ante el espectáculo brindado por los berberiscos. Si en Argelia no hay nada que tomar más que la imagen del déspota en camello, en España Sarmiento encuentra, aunque sea a su pesar, rastros de un mundo no tan alejado. Y la paradoja de hispanofobia como hispanidad señalada por Unamuno vuelve a contribuir a una mejor comprensión del fenómeno romántico.
El libro termina con una sección sobre "La patria figurada. Perspectivas y paisajes", que se abre con el artículo de Graciela Silvestri "Errante en torno de los objetos miro. Relaciones entre artes y ciencias de descripción territorial en el siglo XIX rioplantense". Silvestri trabaja sobre un territorio que le es bien conocido: la relación entre arte, ciencia, tecnología y proyecto. Ya no son descripciones costumbristas, como ocurría en el artículo de Beatriz Dávilo, sino observaciones que pretenden ser científicas las que le interesan a Silvestri. La curiosidad obsesiva, que es uno de los elementos centrales del romanticismo, se despliega en dos esferas: la del conocimiento in situ de la geografía y la posibilidad de volcarla de manera moderna para el lector mediante el uso de la cartografía. Los casos tomados por Silvestri nos permiten realizar un recorrido de un siglo entre los viajeros científicos de la colonia borbónica hasta el arte sublime clásico que lleva a Blanes a pintar a Roca como el héroe de la "conquista del desierto". En el medio de este largo período se encuentran los románticos, intelectuales que -como dijo Halperin Donghi- consideraban a la Argentina en la que podían ejercer su influencia después de Caseros como un mapa ideal alejado de una realidad que desconocían y a la que iban a tener que enfrentarse cuando descubrieran que sólo pocos ríos eran navegables y que las montañas no eran minas a cielo abierto preñadas de minerales valiosos.
En "Literatura y documentalismo en la narrativa expedicionaria del desierto", Claudia Torre nos muestra cómo esta idea de la geografía perdura más allá del momento romántico. De manera acertada, Torre utiliza el diario del capellán de la expedición Antonio Espinosa, una lectura ineludible para los que se interesan en el tema, como un ejemplo del estilo inventarial y burocrático que los informes del Estado ofrecen. Pero para considerar cuán diferente es el nuevo enfoque documental resulta más interesante leer este artículo en el contexto de las crónicas territoriales de larga data, como las de Féliz de Azara o Pedro Andrés García.
Fernando Aliata analiza en "La acción del Departamento Topográfico y las Comisiones de Solares en la Consolidación de los poblados bonaerenses. Dolores entre 1831 y 1838" un caso que enriquece las hipótesis esbozadas por Silvestri: la ciencia aplicada en torno de la tierra pampeana, que se desconoce y es preciso mensurar para poner en explotación. El período analizado por Aliata es el del traspaso de la propiedad estatal a la privada, un proceso que el autor detalla. Por un lado, el desconocimiento de la tierra recientemente ocupada lleva a una práctica de ensayo y error interrumpida por la llegada del malón. Por otro lado, la interacción entre política y economía se muestra en la forma en la que los trabajos de las Comisiones de Solares benefician, de manera previsible, a quienes la integran.
En "¿Muralla o boulevard? Formas para una nueva capital (1853-1888)" Claudia Shmidt realiza un excelente trabajo de contextualización histórica del romanticismo. La "cuestión capital" que dividió a la Argentina hasta 1880 encuentra en el artículo de Shmidt una historia urbana como parte inseparable de un fenómeno político que se desarrolló bajo el ruido de las armas. Por ello resulta sugerente cómo se aplican categorías originalmente militares más allá de la obvia "muralla" al "ensanche" y "boulevard". Todas ellas están contenidas en la lucha entre la provincia de Buenos Aires y el Estado central que continúa en la década de 1880 cuando la Capital Federal incorpora en 1886 a Belgrano y Flores; Shmidt indica que este traspaso, usualmente considerado como una nota al pie, adquiere los ribetes de una verdadera batalla. Además, el trabajo nos muestra cómo se superponen viejas y nuevas concepciones culturales; la construcción de una muralla para la ciudad de Buenos Aires, que un político de vieja estirpe como Carlos Tejedor promueve en medio de un mundo que las tumba, tiene tanto de resabio romántico como de estrategia para enfrentar al ejército nacional.
El artículo de Laura Malosetti Costa "¿Un paisaje abstracto? Transformaciones en la percepción y representación visual del desierto" le pone un broche de oro al libro. La autora de Los primeros modernos, Arte y sociedad en Buenos Aires a fines del siglo xIx retoma la atmósfera de conceptos generales que Myers utilizó para abrirlo. El eje de este artículo es la construcción histórica del paisaje. Para ello, Malosetti analiza la distancia entre percepción y representación y la función social de las imágenes. La referencia a la obra de Ernst Gombrich rescata un clásico cuya relectura siempre resulta fructífera (en este caso, probablemente valga la pena volver a hojear su ensayo sobre el arte y la ilusión: un estudio de la psicología de la representación pictórica). "Para representar la inmensidad es necesario tender la vista desde un punto elevado, la mirada a ras de suelo no produce la misma impresión", señala Malosetti. Y aquí nos encontramos con uno de los temas que atravesó el romanticismo en general y el argentino en particular. ¿Hasta dónde es la mirada de Sarmiento en Facundo elevada u horizontal? ¿Cuáles fueron los límites que los románticos conversos establecieron frente a su pasada ideología iluminista?
Resonancias románticas tiene muchos méritos que ya se han señalado en esta reseña. Pero en el balance es necesario felicitar a los compiladores por el armado de un libro cuya lectura pasa de un artículo a otro de la mano con el puente de plata de alguna pregunta, de alguna inquietud o de alguna hipótesis. El libro seguramente se convertirá en un clásico de los estudios de historia cultural argentina. Su lectura permite comprender las contradicciones lógicas de una etapa de transición, que encuentran sólo un ejemplo en Esteban Echeverría, una figura emblemática del romanticismo, que escribe El matadero con una estética más realista que romántica y se lamenta en el Dogma socialista del voto universal de 1821 al que considera la fuente de la derrota del partido unitario. El libro nos obliga a pensar que los procesos históricos son más complejos de lo que parece a primera vista y que es necesario reexaminar las propias contradicciones de la Argentina. Y quien desee establecer comparaciones con el resto del mundo, encontrará en sus páginas una interpretación útil y desafiante para los estudios sobre el romanticismo en el mundo.

Fernando Rocchi
UTDT

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