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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.10 no.1 Bernal jun. 2006

 

RESEÑAS

Vanni Blengino
La zanja de la Patagonia. Los nuevos conquistadores: militares, científicos, sacerdotes y escritores. Buenos Aires, FCE, 2005, 216 páginas

 

La seducción de la Patagonia

Al finalizar el primer capítulo de su libro, Vanni Blengino describe el conocido cuadro del uruguayo Juan Manuel Blanes en el que el general Roca aparece, con la mirada perdida en el vasto territorio patagónico que ya está al alcance de la mano, rodeado de militares, científicos y, en un extremo del plano, sacerdotes salesianos y doblegados indígenas. No sé si el cuadro, con su notable realismo fotográfico, le sugirió al autor la elección de los actores a través de cuyas acciones relatará este tardío y fascinante episodio de la conquista del espacio americano, pero es muy sugerente pensarlo así: esta especie de tableau vivant dicta las líneas de un texto. Blengino nota, con acierto, la ausencia del colono inmigrante entre los personajes representados, todos con innegable densidad simbólica a la vez que testimonial: los supuestos destinatarios de la tierra, los adelantados de la civilización pacífica, aparecen ya excluidos, como en la práctica inmediata lo fueron. Blengino no avanza sobre esta figura ausente, aunque al final de su libro reintroduce algunos aspectos del impacto inmigratorio en la república. Blengino decide, me gusta pensar, a partir de esta notable producción artística -tal vez no notable en términos específicos de la disciplina pictórica, pero sí indudablemente en términos históricos: como grabado permanece en los billetes de banco.
Vanni Blengino, profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Roma, ha publicado antes del libro que nos ocupa Oltre l'Océano. Gli immigranti italiani in Argentina (Roma, Edizione Associati, 1990), así como otros trabajos sobre el tema. Pero la articulación que privilegia esta vez es la de la ciencia, la técnica militar y la iglesia con la esfera literaria. Los mismos protagonistas -ingenieros, naturalistas, militares o sacerdotes- son analizados a través de sus testimonios literarios. La deuda con la literatura está declarada desde el título -el escritor toma el lugar invisible, pero no menos decisivo, del artista que conforma el panorama-. Pero, aunque la palabra escrita es privilegiada, no es posible decir que Blengino se encierre en una lógica puramente textual. Los textos, la mayoría clásicos de la literatura de viaje y las crónicas decimonónicas, son analizados tanto en sus estrategias específicas como en el contexto en que fueron producidos.
Queda claro que se trata de un libro escrito inicialmente para un público europeo, que hoy se fascina con la Patagonia. Resulta difícil abstraerse de esta fascinación, especialmente al recordar los episodios que hacen mundo con problemas actuales: los viajes de los naturalistas, los big sloths cuyos restos aún permanecen encerrados en extensas tierras casi vírgenes, y que entonces como hoy sugieren la presencia de la prehistoria -tema que el autor no deja de señalar, la avidez de "vacío" en un mundo lleno y la consecuente pregunta sobre la construcción cultural de ese vacío, los "pueblos originarios" cuya alteridad no fue mellada porque desaparecieron sin dejar rastros, y, sobre todo, la situación de frontera, ese espacio móvil e informe a cuyo conjuro alude la zanja del título, y que es el eje de las preocupaciones del autor. Baudrillard resume así la fascinación europea por la Patagonia: "una región de exilio, un lugar de desterritorialización [.] la desolación de las desolaciones [.] viajar a la Patagonia, por lo que imagino, es como ir hasta el límite de un concepto, como llegar al fin de las cosas." La idea de vacío, no-territorio y límite último hace mundo con las preguntas actuales acerca de la posibilidad de lo informe, lo ajeno a la milenaria ansiedad de forma occidental. Es en este punto en el que el libro cede al aire de los tiempos: cuando por ejemplo, previsiblemente, remarca la necesidad en las memorias de campaña de contar minuciosamente, de calcular, describir cada munición, cada planta, cada matrimonio y bautismo, todos igualados por el número, anotando la hora y el día precisos de cada acontecimiento. La voluntad de dar forma, que implica para la tradición occidental medida y límite, tiene en estas prácticas su más pálido ejemplo.
Si tales son las coordenadas en las que se inscriben las investigaciones sobre la Patagonia, especialmente las producidas en el marco de los estudios poscoloniales, y si, como requerimiento editorial, la investigación debía resumirse en un texto legible para un público amplio que ignora las características locales, no es dable esperar una discusión histórica detallada, y sí en cambio la recurrencia a fuentes y documentos, como este cuadro de Blanes, tan trabajados en nuestra historiografía. También se espera en el género que la seducción de ciertos temas sea acentuada. Se trata de un género de divulgación que resulta problemático para los asuntos sudamericanos: no termina de satisfacer al especialista o al conocedor local del tema, y el público culto -europeo- al que va dirigido en primera instancia carece en ocasiones de las mínimas nociones histórico-geográficas acerca de este apartado Sur. Revisando las críticas periodísticas, me llamó la atención una que hacía transcurrir la zanja de Alsina desde "el Atlántico a los Andes", error geográfico de ninguna manera atribuible al libro. Pero Blengino sortea con elegancia esta limitación de género, de manera que muchos fragmentos del libro se constituyen en un aporte específico para el desarrollo historiográfico local.
Esto se debe en parte a que, a pesar de su inicial aire de familia con los estudios matrizados por el enfoque poscolonial norteamericano, el trabajo de Blengino es de agradable y variada lectura, sin la explicitación del aparataje formal que lleva, las más de las veces, a constatar decepcionantes lugares comunes en los testimonios de referencia. Pero también se debe a la elección de los actores y a la descripción más compleja de sus prácticas, actores que por diversos motivos han sido eludidos en los estudios locales. Me refiero en particular a los militares (ingenieros civiles "enganchados" en el ejército, o militares de carrera) y a los padres salesianos, ambos enfocados, como sugiere el título, alrededor de sus acciones y sus discursos sobre la frontera.
El tema de la frontera, y de los vastos espacios vacíos por detrás de ella, fue tratado localmente con escasa complejidad. Sólo recientemente podemos contar con publicaciones basadas en investigaciones sistemáticas y en encuadres más abiertos que el sugerido por transcripciones metafóricas. Abundan reediciones de viajeros y trabajos de historia local de pueblos, estancias y comunidades indígenas; pero el tema del desierto y su conquista, al ser favorito de los estudios literarios, poco ha dejado en lo referente a la historia tout court. La mayor parte de los trabajos se ha situado, invirtiéndola, en la perspectiva dual del Facundo. Los aportes más significativos se encuentran en los estudios económicos (a pesar de su estrecha metodología), y en los lindes de la historia, en las contribuciones de la antropología, la arqueología, la incipiente -en la Argentina- historia de la ciencia. Pero en todos los casos, lo que ha sido cancelado, al tomar solo aspectos parciales, es lo que Blengino identifica y que constituye la fuerza del libro: el dominio concreto del espacio, bastante más complejo que lo deducido a través de una metáfora o un padrón. En el avance de la civilización sobre el vacío los protagonistas decimonónicos eran el ingeniero y el militar, modelando decididamente la geografía -y ambas historias, la del ingeniero y la del militar, están en pañales, todavía sujetas a estudios amateur, fuertemente ideologizados, realizados en general por profesionales prácticos de alguna de las dos esferas-. Para avanzar en el espacio de la frontera y más allá, Blengino desgrana lentamente los textos de actores que, aunque conocidos, no fueron objeto de estudio detallado. La distancia tiene a veces sus ventajas: la zanja de Alsina no sólo es tomada en el texto como metáfora, sino también como increíble -casi desopilante- realización.
Aunque bien conozcamos la "zanja de Alsina", es escasa la literatura que se ha dedicado a explicar tan atrabiliaria decisión. El autor acierta al enfocar el motivo que dará título al libro (la zanja no está en la Patagonia, pero se trata de una acertada licencia retórica, ya que el "vacío" comenzaba, en el siglo XIX, en Buenos Aires). Sin embargo, el tratamiento que le otorga a este límite material es, podríamos decir, plano. Se detiene excesivamente en la recurrida metáfora de la muralla china, con que el periodismo de la época combatió la propuesta del ministro de Avellaneda. Blengino agrega otra comparación, igualmente anacrónica: la muralla de Adriano, ignorando que foso y muro de tierra, puntuado por miradores, resultaba la práctica de defensa característica de las estancias. No se detiene en mostrar el avance técnico que representó el telégrafo adosado a la línea; tampoco señala el hecho de que no resultaba tan extraño en la época, por repetida experiencia, que se le ocurriera a alguien colocar un obstáculo no para la entrada, sino para la salida de los indios, con su botín de animales y cautivos -ambos rubros, como ha sido notado, de importancia económica y estratégica-. Tampoco explora a fondo la base psicológica que implicaba una frontera definida, teniendo en cuenta que, según los registros de la época, el aspecto más temido, el que parecía atentar con mayor persistencia contra la civilización, era la ambigüedad de una zona sin forma, mestiza, de incierto contacto, sin límites de propiedad -sin límites: sin forma-. No asustaba el buen salvaje incontaminado: asustaba el indio a caballo, que había mejorado las prácticas de agricultura, cambiado su estrategia guerrera desde los primeros contactos con el español, aprendido la astucia y la mentira de sus dominadores, aprendido, como Calibán, su lengua.
En el plano militar de la conquista del desierto, Blengino saca provecho de la reflexión sobre las tácticas y las estrategias adoptadas. Sin embargo, también aquí puede objetársele cierta liviandad en sus conclusiones. Aunque comenta las diferencias entre la posición defensiva de Alsina y la guerra de exterminio de Roca, no reconoce las raíces borbónicas e ilustradas de aquélla. La guerra romántica, que Napoleón inició en la práctica, Clausewitz teorizó en sus bases generales y Vo n Moltke ancló en la administración del estado prusiano, implicó en su versión rioplatense mucho más que la conquista de la Patagonia. Para no avanzar en el siglo XX, la introducción casi intempestiva de la guerra moderna implicó cambios centrales para el país, desde la cuadrangulación de la pampa y la consecuente entrega rápida de grandes extensiones de tierra a quienes habían solventado la guerra, hasta la alianza, apenas ensayada anteriormente, de ciencia, técnica y aparato militar, que pronto se revela clave en un aspecto central de la formalización del territorio: la cartografía. Aun así, el hecho de que Blengino se detenga en la zanja coloca como hecho físico y técnico, no sólo metafórico, un episodio cuyo fracaso lo arrojó fuera de la historia.
De mayor interés resulta el trabajo con los documentos salesianos. También en esto Blengino corre con la ventaja de la distancia -en particular el hecho de que Don Bosco, cuyos sueños proféticos impulsaron a sus discípulos al viaje americano, fuera italiano. Aquí sí, a diferencia de los otros casos tomados, abunda en bibliografía secundaria que no conocemos. Escaso tratamiento se le ha otorgado en el país a la componente religiosa de la conquista decimonónica. Para la historiografía nacional, canónica, no sólo resultaron idénticos por su misión de fe un salesiano, un franciscano o un jesuita, sino que fueron los jesuitas, a través de sus propios historiadores, quienes adquirieron un lugar de privilegio intelectual. La historia menuda de las diferentes órdenes queda como anécdota o panegírico. Y sin embargo hoy, que tan de moda está la historia popular, no deja de resultar notable el retiro del cuadro del beato cuya efigie todavía se llevaba en medallitas hace cuarenta años para conseguir novio o aprobar un examen: Ceferino Namuncurá, educado por los salesianos y muerto joven en olor de santidad. Blengino, recordando el panorama de Blanes, recoloca a los misioneros no sólo en lugar importante sino también en una sensibilidad paradójicamente positivista, contando "conversiones", bautismos y casamientos al paso del ejército que los salesianos acompañaban, con su optimismo a toda prueba ante el futuro de los bienes venturosos en esta tierra (leído con fe misional, Don Bosco sueña las canteras de petróleo en el Sur). El último capítulo del libro, dedicado exclusivamente a la literatura de ficción, culmina y reúne los diferentes relatos en un vasto y variado panorama. Contra lo que puede esperarse por la especialidad del autor, no es éste el capítulo de mayor interés. Por el contrario, es el que más se resiente de la práctica de los estudios culturales de evitar casi todo contacto con el debate local, leyendo los textos de referencia como si jamás hubieran sido trabajados en un plano más sofisticado que el de un prólogo. Si existe un debate intelectual relevante en la Argentina es el anclado en el campo literario, que hace décadas incursionó en este tipo de textos (crónicas, memorias, artículos periodísticos en entregas, relatos de viaje) con hipótesis fuertes y encontradas. Y si estos textos aparecen dispersos, de difícil acceso para el lector extranjero, no lo están aquellos que han trabajado a los clásicos de la literatura rioplatense, que Blengino aborda: desde Florencio Sánchez hasta, por supuesto, Borges. Su único interlocutor parece ser David Viñas -quien merecidamente ocupa un lugar fundamental en el trabajo de la literatura de frontera, con su libro de 1982- y con quien establece algunas discrepancias. De esta tradición muy rica de estudios, pero altamente ideologizada, parten algunos paralelos indiscriminados, tal como la conexión entre la represión obrera de la Patagonia en la década de 1920 o las matanzas de elefantes marinos con la conquista del desierto -más generalmente, con la tragedia de la civilización en estas tierras-. Blengino también sucumbe a las sugerentes comparaciones que el espacio impone en la reflexión acerca del trabajo literario: "la zanja de la literatura", la "frontera invisible" o "muchos sur" son algunos de los subtítulos: lo decible es la frontera de la literatura. (Todos sucumbimos a esta fascinación.) En suma, y también debido a un exceso de ambición en la cantidad de textos revisados, la última parte del libro se cierra como una especie de clase para alumnos romanos, siempre correcta, pero nada innovadora.
Pero más allá de las críticas, no quiero dejar de destacar la objetividad y sobre todo la comprensión que el autor exhibe en la descripción de estos asuntos humanos, comprensión tan escasa en los estudios culturales. Aunque Blengino no deja de escandalizarse ante las acciones brutales del ejército, el acomodamiento de los ingenieros, el silencio ante la esclavitud a la que son sometidos los indígenas, no puede no colocarse en el difícil lugar de quienes no podían escapar del clima de ideas de la época -ni siquiera los misioneros, que aceptan con renuencia pero sin resistencia la primacía de la espada-. Así puede (a diferencia de Viñas) ponderar las diferentes actitudes ante el proyecto de dominio, calibrar las acciones particulares, muchas veces atravesadas por problemas de conciencia, especialmente para quienes conocieron de primera mano, como Moreno, la vida más allá de la frontera. Ninguno de ellos -Ebelot, Moreno, Costamagna o Mansilla- podía dejar de lado la idea de civilización, que consideraban un valor inalienable al mismo tiempo que, con mayor o menor eficacia retórica, o con mayor o menor convicción, no pudieron dejar de constatar los desmanes del progreso -y en este sentido resultan más nobles y creíbles que quienes hoy, desde sus lugares seguros, dicen lamentar el triunfo civilizatorio y denuncian anacrónicamente todo reparo, que suponen consolatorio-.
Blengino observa, en este sentido, una perspectiva profundamente histórica -la necesidad de ubicar a sus personajes en la posibilidad de la época- y también ética. Resulta elocuente su defensa del Perito Moreno, quien, sabemos, no sólo evitó en sus memorias subrayar sus propias cualidades heroicas, sino que, como realza Blengino, intentó dentro del horizonte del momento -cientificista, naturalista- preservar algunos valores: pocos episodios más conmovedores que aquel en que visita a su viejos amigos indios, antes valientes caciques y ahora cautivos humillados, para regresar a su estudio deprimido ante las "ganancias" de la civilización. No tenemos por qué pensar que se trata sólo de un recurso retórico: se trata de un problema humano que no se reduce al positivismo decimonónico. Blengino lo sabe: es la introducción de la dimensión ética, el intento de comprensión tanto de justos ("el buen salvaje") y pecadores (los emisarios de la civilización), lo que lo separa de las lecturas hoy más habituales. Finalmente, como bien subraya el autor en su paralelo entre salesianos y militares, la común visión cristiana de positivistas científicos, militares orgullosos y religiosos bienintencionados lleva a interpretar esta tierra como lugar de misión, un complicado mandato occidental que sólo ahora, casi a un siglo y medio de los episodios que Blengino narra, es posible observar en el despliegue de sus terribles consecuencias.

Graciela Silvestri
UNLP / CONICET

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