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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.10 no.2 Bernal dic. 2006

 

DOSSIER: La ciudad letrada: hacia una historia de las élites intelectuales en América Latina

La provocación de La ciudad letrada

 

Álvaro Fernández Bravo

Universidad de San Andrés / CONICET

 

La ciudad letrada fue un libro leído con cierta lentitud, y sometido a una extendida recepción crítica desde su publicación póstuma en 1984 por Ediciones del Norte de Hanover, New Hampshire, Estados Unidos. Sólo once años más tarde, en 1995, llegaría la primera edición latinoamericana publicada en Montevideo por ediciones Arca. Debido a las condiciones de publicación (ninguna de las dos editoriales permitió una distribución masiva), pero quizás no sólo a ello, su circulación tuvo lugar principalmente en la academia norteamericana durante el apogeo y ocaso del latinoamericanismo y los estudios de área.1
Una de las críticas más frecuentes al libro cuestiona el binarismo y la homogeneidad de la categoría de letrado –políticamente incorrecta– que atraviesa el argumento. Según esta objeción, el letrado latinoamericano resulta una construcción plana y monolítica que la misma publicación y circulación del ensayo entre América Latina y los Estados Unidos vendría a desmentir. Situado en una tradición que incluye a Pedro Henríquez Ureña y a Antonio Cornejo Polar en ambos extremos –intelectuales migrantes y visitantes frecuentes de la academia norteamericana–, Rama construye un sujeto para su argumento que si bien es regional (y allí fuerza las analogías entre contextos latinoamericanos desiguales entre sí), resulta inscripto en una representación esencialista, reificadora y homogeneizante del letrado. De este modo, no desarrolla antagonistas o alternativas para esa figura consagrada como hegemónica y sin contrincantes, algo tosca, sin matices ni variaciones. Rama incluye pocos ejemplos de letradas mujeres. No menciona, por ejemplo, el poema de Sor Juana Inés de la Cruz donde son criticados justamente los letrados acusadores, ni habla de letrados de origen indígena o mestizo, como el Inca Garcilaso de la Vega, ni se detiene en otros letrados y letradas coloniales que hablaron desde posiciones más ambivalentes, híbridas, y que escribieron menos sumisos al poder que los ejemplos analizados en el libro.2 El letrado latinoamericano sería, así, menos uniforme –tanto entre pares como con respecto al mundo que lo rodea– de lo que el libro reconoce, impugnan los críticos.
El libro tuvo un timing poco feliz: se publicó inconcluso poco antes de la explosión del subalternismo, la crítica feminista, los estudios queer y, como la gran mayoría de los estudios latinoamericanos pensados desde la región (aunque no resulta fácil asignar una locación geográfica a la enunciación), ignora los debates sobre la raza al privilegiar la figura de un actor masculino, blanco o mimetizado con la minoría blanca, europeizante y miembro de la élite. Las lecturas críticas del ensayo durante los años de 1990 abrevan en la doctrina de la diversidad y la minoría para atacar su categoría central: el intelectual latinoamericano.
La imagen del letrado formulada por Rama no deja de resultar paradójica, ya que en tanto contribución al latinoamericanismo y por su circulación, La ciudad letrada como libro se sitúa en un espacio internacional, intermedio, es producto de los sucesivos exilios de su autor e incluso su expulsión de los Estados Unidos refuerza una idea donde la analogía letrado = ciudad/nación podría ser menos rígida que lo sugerido en el ensayo. Es decir, existe una tensión entre la construcción del letrado como sujeto de la élite, de espaldas a la ciudad real, y la tradición donde el mismo Rama se inserta, menos dura, estable y arraigada. La genealogía de Martí, Darío, Sarmiento, Sílvio Romero y Vasconcelos es nómade y en conflicto con la cultura oficial y dominante; en sus mejores momentos observa la ciudad desde fuera de ella o en una posición marginal y opositora (el mejor Sarmiento y el mejor Martí son los que escriben desde el exilio y enfrentados con los regímenes políticos dominantes en sus países). Por esa razón, La ciudad letradafue leído como un texto homogeneizante, cerrado, que apela a un concepto de letrado casi inmutable, acusado incluso de deshistorizar y negar variaciones a la figura del letrado,3 que conserva durante casi todo su derrotero los mismos rasgos recurrentes que Rama le atribuye, marcados por el pasado colonial, rasgos jerárquicos, elitistas y alejados de la ciudad real.
Creo sin embargo que para hacer justicia a su argumento habría que leer La ciudad letrada no como un libro sino como un manuscrito inconcluso. Román de la Campa lo describe como un ensayo en el doble sentido de la palabra: una prueba (en el sentido de una prueba de imprenta) y una práctica previa a la representación teatral. Es bastante obvio que los primeros tres capítulos están mejor armados (y son también más provocativos) que los últimos tres, donde se observan algunos errores. Quisiera entonces pensar la condición incompleta y ‘en progreso’ como uno de los rasgos que lo definen y lo convierten en un libro fructífero: por sus intersticios ingresaron quienes discutieron sus hipótesis, señalaron disensos y abrieron un diálogo crítico que permite entender la presencia iterativa del libro en el horizonte de los estudios literarios latinoamericanos, aun a más de veinte años de su publicación.4 La desacralización de la escritura (su demonización, como dice Alonso), percibida como locus privilegiado del poder, resultó una provocación que anticipó hasta cierto punto el itinerario del campo en las décadas siguientes.
Las críticas podrían agruparse del siguiente modo: en primer lugar, aquellos que impugnaron la construcción homogénea de la ciudad letrada, cuyas grietas internas, voces opositoras y heteronomía resultan aplanadas en el ensayo. Dentro de este grupo de críticas se aloja una desconfianza hacia el modelo circular-inmanente (la teoría de los anillos concéntricos) que asigna una posición central, radial e invariable al letrado latinoamericano. En segundo lugar, los que denuncian la hegemonía de la letra impresa sobre otros discursos disidentes no letrados (escritos mestizos, indígenas, iconografía, cultura visual y oral, arrabales de la ciudad letrada, mujeres). Esta crítica proviene de una posición que tuvo auge en los años noventa, que desconfiaba de la literatura en tanto instrumento del poder y proponía otros géneros paraliterarios (testimonio, crónica, ensayo, no ficción, artes visuales) como una ampliación y mutación radical del objeto tradicional de la crítica literaria. La literatura fue objeto de sospecha durante el fulgor de los estudios culturales y en este sentido Rama puede ser considerado un precursor involuntario por las respuestas que su libro despertó. Por último, están aquellas críticas que desconfían del presupuesto de la autonomía literaria asociada con la profesionalización que tuvo lugar, según Rama, durante la modernización finisecular (capítulo IV). Volveré sobre esta perspectiva luego, pero anticipo que como en muchos momentos del ensayo, resulta difícil identificar una posición nítida de Rama sobre esta cuestión; la condición inconclusa del texto permite inferir matices rudimentarios y el problema de la autonomía opera más como un campo de reflexión sobre la relación literatura-política –y por ello mismo sería productivo en las numerosas contestaciones que generó– que como una declaración sobre el problema.
A diferencia de Transculturación narrativa en América latina, mucho más citado y discutido por la crítica tanto en América Latina como fuera de ella –a pesar de los supuestos de reconciliación racial que subyacen en su argumento–, La ciudad letrada tuvo una fortuna lenta pero persistente, y gran parte de las críticas que se le formularon son un terreno donde se puede reconocer el estado de la crítica en cada momento.5 Es por eso quizá y por los ‘huecos’ productivos habilitados en el texto, que el ensayo continúa convocando lecturas que lo discuten y buscan corregirlo o producir un suplemento. Es decir, mi hipótesis es que muchas de las preguntas por objetos no tratados y aspectos metodológicos cuestionados se encuentran ya respondidas (aunque no desplegadas) en el libro; el ensayo invita a sus lectores a polemizar con él e instala una agenda que no ha sido abandonada por completo. Si el libro hubiera sido publicado algunos años después –especulo– seguramente muchas de las ideas en él contenidas, pero no desarrolladas, habrían anticipado las críticas que luego se le formularon.
Me gustaría detenerme en tres críticas representativas de estos tres disensos: la crítica colonial (Rolena Adorno; objeto), la lectura poscolonial –el impacto del subalternismo o los márgenes frente al centro privilegiado en el libro– (John Beverley; hegemonía de la letra) y el problema de la autonomía –la relación literatura-política (Julio Ramos)–.
En el año 1987 Rolena Adorno publicó uno de los primeros artículos que leyó La ciudad letrada a partir de su temprano interés en la literatura colonial.6 El campo de la literatura colonial estaba entonces recibiendo un fuerte impulso, a partir de la obra de la propia Adorno y de Walter Mignolo. En ese artículo, Adorno, además de celebrar la atención por el objeto –lo que indica la sintonía de Rama ante un campo emergente– puntualizaba algunas precisiones desde la posición de alguien con pericia en el área. El trabajo de Adorno sobre la obra del cronista indígena Guaman Poma de Ayala le impedía suscribir ciertas afirmaciones del crítico uruguayo que atribuían un poder incontestado, absoluto a la élite letrada en el mundo colonial. Como lo señalaría luego John Beverley, numerosos textos indígenas y mestizos que contestaban la hegemonía letrada desde los bordes de la ciudad habían sido ignorados en el ensayo. Adorno trabajó en su propia investigación no sólo con el texto escrito –la crónica de Guaman Poma– sino también con la iconografía y los textos indígenas situados en el exterior del ejido urbano, que desafiaban el canon letrado y quedaban fuera del interés (o del conocimiento) de Rama. La objeción de Adorno puede reconocerse en esta cita:

Al enfocar la relación entre la ciudad letrada y los marginados por ella, sería fácil concentrarse en la relación antagonista y dejar de lado las diferencias inherentes de las fuerzas de oposición. Sabemos, sin embargo, que la concordia y unanimidad ideológicas no caracterizaban ni la esfera de la sociedad dominante, ni la de la dominada. Por el contrario, el concepto de ciudad letrada se refiere a un conjunto de prácticas y de mentalidades que no formaban un solo discurso ideológico, sino que eran polivocales (p. 4).

El cuestionamiento apunta sobre todo al binarismo monolítico que recorre el ensayo. Sin duda, lo que Adorno extrae de Rama no es tan evidente en el libro. Subraya la necesidad de leer una polifonía de la que La ciudad letrada no da cuenta y explorar no sólo la oposición entre la ciudad y el mundo exterior, sino la fractura interior, los restos no urbanos, semiletrados, que convivían y dialogaban con la escritura urbana. Al enfocarse casi exclusivamente en la clase letrada, que todavía en la década de 1980 conservaba un prestigio declinante como objeto de análisis, Rama desatiende a los indígenas (como el mismo Guaman Poma), las voces impuras –las lenguas menores que, paradójicamente, había leído en su libro anterior, Transculturación narrativa, aunque como materia manipulada por la cultura alta, integrándola en un orden superior. En síntesis, La ciudad letrada ratifica un canon que en ese momento comenzaba a ser sometido a una desconstrucción sistemática. Aunque Rama se refirió a la diglosia (p. 43) como un rasgo definitorio de la ciudad letrada, así como atendió brevemente a la cultura oral, el grafitti, la literatura gauchesca, el tango y el corrido mexicano –todos productos de la cultura popular no elitista– estas referencias tienden a confirmar las fronteras entre la ciudad y el mundo exterior sin reconocer grietas en el interior de la muralla divisoria y terminan por negar fuerza a la disidencia crítica (p. 79). El orden letrado siempre acaba por imponerse. El ejemplo de Guaman Poma queda entonces fuera de la matriz crítica construida en el libro.
La lectura de John Beverley, aunque titula un capítulo de su libro “Transculturation and subalternity: The ‘Lettered City’ and the Túpac Amaru rebellion”, considera La ciudad letrada como una crítica del concepto de transculturación, mucho más problemático que el libro que nos concierne.7 En rigor, Beverley reconoce que La ciudad letrada pone de manifiesto el carácter elitista de la cultura impresa y lee el libro como una crítica del mucho más equívoco y teleológico –“optimista”– Transculturación narrativa. Si la teoría de la transculturación suponía una fusión superadora y modernizante, La ciudad letrada, sólo dos años después, rechaza la síntesis y proclama la persistencia de una división irreconciliable. En cierto sentido, Beverley se muestra más incómodo con la teoría de la transculturación que con las ideas de La ciudad letrada, porque entiende que para demoler el canon primero es preciso construirlo. En este sentido, encuentra que Rama, como Candido, identifica en su libro la cultura impresa con la cultura de la élite, cosa que él mismo había comprobado en Nicaragua. Es decir, Beverley rescata críticamente el libro a partir de su negatividad. Esa visión pesimista de la letra urbana, aunque insuficientemente desarrollada debido a su carácter interrumpido, permite reconocer cierta decepción embrionaria ante la todavía floreciente producción cultural urbana, a la que, no obstante, critica y consagra, al no acompañarla de otras manifestaciones culturales no letradas y no urbanas capaces de desafiar su poder. Por último, una breve reflexión sobre el problema de la autonomía. Mucho se ha escrito sobre esta cuestión en América Latina pero creo que el argumento de Rama ocupa un lugar fundador y problemático a la vez. Julio Ramos parece dialogar en forma continua con La ciudad letrada en Desencuentros de la modernidad en América latina. Allí marca disensos, discute la falta de matices, cuestiona los linajes demasiado gruesos (Sarmiento y Rodó) y propone recorridos alternativos. A pesar de sus impugnaciones, el diálogo con Rama resulta un disparador indispensable. El centro de su diferencia parece ubicarse en el problema de la repolitización y en el impacto de la autonomía sobre el lugar del letrado como hombre público, posición que el escritor nunca termina de abandonar. En contraste con Rama, el crítico puertorriqueño ve el escenario de creciente marginación asociado con el mercado e identifica también una posición ambivalente frente a la autonomía, que resulta en Martí perseguida y rechazada al mismo tiempo, deseada y temida, fundamentalmente por la pérdida de poder que conlleva, y por el peligro de despolitización que entraña. Así, el surgimiento de nuevas oportunidades profesionales no apacigua la avidez de intervención pública, tan sólo cambian los recursos y efectos de esa intervención. La poesía convive con el periódico y la emergencia de un mercado laboral indica un nuevo estadio de la relación entre mundo inte lectual y mundo político. Pero también aquí Rama, a pesar de lo sinuoso de su argu mento, se anticipa al plantear una crítica del mismo tenor al concepto de literatura pura de Henríquez Ureña (cap. V). No obstante, el desinterés de La ciudad letrada por la marginalidad interna o externa, por la barbarie, y su vindicación del ingreso de las clases medias en la ciudad como prueba de la apertura demuestran los límites de su proyecto intelectual.
La fragmentación y la heterogeneidad, en contraste con la recurrencia y unidad del letrado de La ciudad letrada, marcan un disenso que sin embargo resulta insuficiente para negar la deuda de Ramos con La ciudad letrada. Una deuda que proviene, como en los casos anteriores, más del desvío que de la sucesión. La idea de la cultura latinoamericana como totalidad contradictoria que Antonio Cornejo Polar enunciaría algunos años más tarde, y que Rama evita pero que sin embargo también se insinúa en su ensayo, es la última estación de la provocación polémica que el libro despertó en tanto estudio de la corporación letrada y su complicidad con el privilegio. Acaso la degradación incontenible de las condiciones de vida urbana, la irrupción de la violencia y la marginalidad en su seno, tal como las reconoció Sarmiento en el siglo pasado, y como las vemos representadas hoy en el cine y en la literatura, habiliten una nueva instigación para continuar interrogando la relación entre la cultura y sus bordes. Esos bordes acaso demasiado impermeables y duros en la visión de Rama, que se encuentran dentro de la ci
udad y también fuera de ella, o incluso en sus fronteras internas, aquellas que alojan lo que resiste a ser asimilado por seducción de la letra escrita y la desafía, irreductible, desde adentro de sí misma.

Notas

1 Román de la Campa señala que hasta el año 1999 eran escasos los ecos de La ciudad letrada en el campo crítico latinoamericanista norteamericano: apenas seis artículos sobre el libro, donde convivían la celebración con la crítica. Véase Latin Americanism, Minneápolis, University of Minnesota Press, 1999, p. 122.         [ Links ]

2 La influencia del libro de Claudio Véliz, The centralist tradition of Latin America es explícita y ayuda a comprender una visión desconfiada de los intelectuales, que opone el centralismo autoritario latinoamericano, del cual los letrados serían un engranaje fundamental, a la presunta apertura liberal anglosajona.

3 Carlos Alonso, “Rama y sus retoños: Figuring the nineteenth century in Spanish America”, Revista de Estudios Hispánicos, mayo de 1994, pp. 283-291, originalmente presentado en el congreso de la Modern Language Association, Toronto, 1993.

4 Véanse por ejemplo el libro editado por Mabel Moraña, Angel Rama y los estudios latinoamericanos, Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 1997,         [ Links ] y el número de Estudios: revista de investigaciones literarias y culturales, Nº 22-23 consagrado a Ángel Rama editado por Alicia Ríos, Caracas, Departamento de Lengua y Literatura, Universidad Simón Bolívar, 2003-2004.

5 Vale recordar la publicación de Transculturación narrativa en América latina por Siglo XXI de México en 1982; luego fue reeditado por la Fundación Ángel Rama de Montevideo.

6 Rolena Adorno, “La ciudad letrada y los estudios coloniales”, Hispamérica, Año XVI, Nº 48, diciembre de 1987.

7 John Beverley, Subalternity and representation: Arguments in cultural theory, Durham, Duke UP, 1999.         [ Links ]

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