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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.10 no.2 Bernal dic. 2006

 

DOSSIER: La ciudad letrada: hacia una historia de las élites intelectuales en América Latina

Desdoblamientos especulares

 

Alejandra Mailhe

Universidad Nacional de La Plata / CONICET

¿En qué medida La ciudad letrada de Ángel Rama desarrolla una perspectiva excesivamente reproductivista del papel de la élite letrada? ¿Qué espacio queda entonces, en ese texto, para explicar las prácticas letradas que resisten, alteran y/o anulan la hegemonía? Y por último, ¿cómo interpretar las contradicciones de la propia escritura de Rama, que ensaya hipótesis diversas (cuando no opuestas) en dos textos –como La ciudad letrada y Transculturación narrativa en América Latina–,1 producidos en el mismo período? Nuestras notas indagan en torno de estos interrogantes, buscando iluminar algunas tensiones teóricas.
Es evidente que una hipótesis central en La ciudad letrada consiste en sostener que los letrados juegan un papel imprescindible en la reproducción del orden social y político, forjando un espacio cultural que acompaña y refuerza el poder de la clase dirigente. Para Rama, la élite letrada latinoamericana desarrolla una relación doble, de dependencia pero también de reproducción respecto del poder. Ese vínculo, que se origina en la conquista y se consolida en la colonia, se mantiene a lo largo de la historia del continente.
El grafo- y el urbanocentrismo constituirían los trazos centrales de esa praxis reproductiva. La ciudad letrada –que se autorrepresenta como una suerte de clase sacerdotal consagrada al dominio de los signos–2 se reproduce a sí misma y juega un papel central en la reproducción del poder, en la medida en que, ejerciendo papeles políticos y culturales funcionales a las clases dirigentes, interviene en la articulación de diversos discursos y prácticas de teatralización de la dominación.
En especial, Rama sostiene que en América Latina los letrados son funcionales al poder desde la fundación de las primeras ciudades, donde el diseño de los planos urbanos en damero permite concretar el deseo de un orden, espacializando “plenamente” la rígida jerarquía social. Rama advierte que el letrado juega un papel clave no sólo en la posesión del terri torio o en la fundación de ciudades, sino también en la dominación de los actores subalternos, gracias a la ventaja que le otorga el dominio de la palabra escrita en una sociedad ses gada por el analfabetismo. La concreción de utopías urbanas fundadas en el racionalismo clásico –ya más difícilmente realizables en las ciudades europeas–, y la disposición de territorios enteros o de grandes masas sociales por el poder perlocucionario de la escritura, permitiría a los letrados concebir el continente americano como un espacio utópico privilegiado donde el orden teórico de los signos o el de la ideología podrían imponerse sobre la realidad material. Aunque esa fantasía es exacerbada por el pensamiento barroco, Rama sugiere que persiste como un fuerte trazo de la mentalidad de las élites intelectuales a lo largo de la historia de América Latina. En este sentido, Rama concibe implícitamente al letrado barroco como un modelo paradigmático que lleva al límite el idealismo típico del elitismo letrado. Y explorando críticamente las raíces de ese idealismo, Rama descubre sutilmente un origen posible (en el Absolutismo monárquico y en la ideología barroca) para las conceptualizaciones recurrentes de América Latina como el territorio por antonomasia en el que se plasma la fantasía elitista de una suerte de omnipotencia de los signos.
Ahora bien, además de señalar críticamente la confianza letrada en el poder de lo simbólico como instrumento de dominación, Rama no deja de ser él mismo un letrado culturalista inscribiéndose así en esa tradición de pensamiento letrado, al confirmar la eficacia de la creencia en el poder de los signos. Lejos de ser una contradicción teórica, creemos que esta situación permite entender las torsiones que ensaya La ciudad letrada para no caer en una simplificación del proceso complejo de dominación cultural. Meditando implícitamente sobre el papel de la ideología en la construcción social de la realidad, contra lo que postularía una perspectiva marxista más mecánica, Rama critica el modo en que lo simbólico ha formado parte de la ideología hegemónica, pero al mismo tiempo no deja de reconocer el modo específico (y la eficacia) con que lo simbólico interviene moldeando lo real, en una relación de interdeterminación. Así, la crítica a la ciudad letrada rompe con el contenido elitista pero no con esa suerte de “fe barroca” en el poder de los signos. Y en este punto La ciudad letrada se distancia sutilmente del ensayo previo de José Luis Romero –y base del de Rama–, Latinoamérica: las ciudades y las ideas,3 pues aquí Romero problematiza menos la relación entre base material e ideología, dejando entrever, en sus ejemplos extraídos del campo de la cultura, hasta qué punto presupone una relación de determinación más transparente y unidireccional de la primera sobre la segunda.
En La ciudad letrada ese juego de legitimación recíproca entre poder político y ciudad letrada (y entre centro metropolitano y periferia colonial) recorta por contraste una exterioridad extremadamente polarizada: la de los sectores populares urbanos y rurales, poseedores de culturas populares predominantemente orales y –en tanto que dominadas– marcadas por altos niveles de fragmentación y heterogeneidad.
En este aspecto Rama vuelve a mostrarse atento a las mediaciones que hacen a la especificidad de la dominación cultural, pues desde su perspectiva esa fractura social se refracta de manera particular en el orden del lenguaje, a través de la diglosia que contrapone una lengua culta escrita y basada en la norma peninsular, frente a las muy diversas oralidades populares, sesgadas por la mezcla, la fragmentación y la inestabilidad típicas de las manifestaciones devaluadas. En el abordaje de esta cuestión reaparece la tensión irresuelta, ya señalada, entre continuidad y ruptura del elitismo letrado: por una parte, Rama advierte que por siglos la pertenencia a la clase dirigente se mide tanto por la posesión de bienes materiales como por el manejo de la lengua peninsular (índice relevante del prestigio de la alta cultura europea), y que la ciudad letrada asume una actitud purista y defensiva frente a las amenazas de contaminación cultural de la plebe urbana y de las poblaciones rurales, espejando así en el orden lingüístico las estrategias de exclusión que consolidan el dispositivo de control social. Sin embargo, Rama también admite que ya en la colonia emerge, entre los letrados hispanoamericanos, una voluntad creciente de diferenciación cultural respecto de la metrópoli, obligando a que éstos ejerzan una clara función de mediación cultural, incluyendo materiales populares en el discurso dirigido a las élites. Esta incipiente apertura “americanista” preanuncia el modelo moderno del intelectual transculturado tal como lo concibe el propio Rama en Transculturación narrativa en América Latina, e implica el reconocimiento del modo en que ciertas producciones barrocas (como las de Juana Inés de la Cruz o Sigüenza y Góngora), y posteriormente románticas (como las de José de Alencar en sus ficciones indianistas) inician una tibia desjerarquización lingüística y cultural. Rama también percibe esa lenta democratización de lo simbólico en la primera mitad del siglo XIX, a partir de la emergencia de una narrativa destinada al público popular (bajo el modelo paradigmático de Fernández de Lizardi) o a través de los proyectos de reforma de las lenguas americanas (como en los casos de Simón Rodríguez, Domingo F. Sarmiento o José de Alencar). Es evidente que en estas propuestas –que buscan suturar las fracturas entre escritura europea y oralidades populares/americanas– radican para Rama los gérmenes de las operaciones transculturadoras “desde arriba” que explora él mismo en Transculturación narrativa… Pero el ensayista no explicita en La ciudad letrada ese linaje, que habría llevado a reconocer en qué medida la reproductividad supone el ejercicio de una libertad creativa capaz de suscitar también la disidencia o incluso la contrahegemonía.4 Si Rama confirma el peso de lo simbólico sobre el orden material, ¿por qué subestima la desestabilización ideológico-política de los proyectos lingüísticos que desjerarquizan los polos diglósicos, buscando romper con el elitismo político y cultural? En ese sentido, La ciudad letrada vuelve a caer en la trampa de una crítica ideológica de la ideología.
También frente a la modernización de fines del siglo XIX Rama asume una perspectiva escéptica, pues subraya que la ampliación de la ciudad letrada y su incipiente autonomización sufren el contrapeso de los nuevos lazos de dependencia respecto del poder. Así, por ejemplo, si la creación de las diversas academias de la lengua en entresiglos constituye un nuevo repliegue de la ciudad letrada ante renovadas amenazas de contaminación cultural, incluso la Reforma Universitaria es pensada como una mera renovación generacional más que como una transformación profunda de las pautas que rigen el elitismo letrado.
Esas irresoluciones teóricas del ensayo se agudizan en los capítulos finales, tanto por el inacabamiento del texto como por la presión de las historias personal y colectiva más recientes, elementos que parecen incidir en la mayor dificultad del ensayo para explicar las aporías que atraviesan los populismos políticos y culturales en las últimas décadas abordadas por el texto (las de 1960 y 1970).
Frente a la perspectiva continuista asumida por La ciudad letrada, en Las máscaras democráticas del modernismo Rama concebía la modernización de entresiglos como una instancia capaz de quebrar en parte el elitismo letrado, modificando las reglas del campo cultural para democratizarlo.5 En Transculturación narrativa… sugiere incluso que las obras posteriores de José María Arguedas, José Carlos Mariátegui, Mário de Andrade o Guimarães Rosa (a su vez inspirados en la hibridez extrema de las culturas coloniales) devienen verdaderos “puntos de llegada” que retoman, ahondan y resuelven algunos de los proyectos sincretizadores ensayados por los letrados disidentes del siglo XIX. Como se sabe, en este último texto Rama sistematiza y expande el concepto de “transculturación” heredado del Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar de Fernando Ortiz, aplicándolo ya no al contenido de prácticas y discursos gestados a la sombra de la colonización cultural, sino a ciertos procedimientos formales por medio de los cuales esa transculturación se tematiza en las obras de arte culto. Así, considerando varias obras producidas por intelectuales latinoamericanos de vanguardia, Rama teoriza sobre el modo en que las estructuras narrativas, las cosmovisiones, las concepciones del tiempo y del espacio, los registros lingüísticos y los sujetos de enunciación –entre otros elementos– aparecen sesgados por la transculturación. Así, por ejemplo, para Rama las ficciones transculturadas no sólo recuperan sustratos míticos latentes, sino que también reconstruyen los mecanismos mentales generadores del pensamiento mítico. En la lengua, en la estructura literaria y en la cosmovisión, los productos que en general resultan de esos contactos culturales no pueden asimilarse ni a las creaciones urbanas anteriores ni al regionalismo, al tiempo que absorben largos procesos previos de mestizaje cultural. En este sentido, las producciones del siglo XIX que intentan abrirse incipientemente a la transculturación funcionan aquí como anticipaciones de las síncresis rupturistas operadas luego por la vanguardia.
Sin desconocer las críticas que pueden efectuarse a Transculturación narrativa…, y especialmente la torsión conceptual a la que es sometida la noción de “transculturación”,6 mientras en este texto Rama subraya la ruptura ideológica de los textos transculturados, en La ciudad letrada, aunque percibe algunas instancias de quiebre que jaquean desde adentro el elitismo letrado, obtura la concepción de una teleología conducente a su superación. En este ensayo los apartamientos o los atentados contra la norma euro- y grafocéntrica irrumpen como estallidos esporádicos, continuamente neutralizados por el restablecimiento del orden hegemónico.
En la elaboración de esta perspectiva negativamente continuista tal vez juegue un papel importante la combinación de las variables letrada y urbana puestas en juego al definir su noción de “ciudad letrada”. En este sentido, sin poner en cuestión la naturaleza eminentemente urbana del letrado, puede pensarse que Rama potencia el etnocentrismo intelectual al destacar también su urbanocentrismo, detectando la debilidad de perspectivas letradas y urbanas no urbanocéntricas, en contraste con otras tradiciones culturales, como el trascendentalismo norteamericano (que él mismo cita en La ciudad letrada) o la síntesis integradora entre interior y ciudad en las obras de los escritores transculturados abordados en Transculturación narrativa… (en este sentido, tal vez la lectura de Latinoamérica: las ciudades y las ideas de José Luis Romero deje huellas profundas en la escritura de Rama, más allá de las citas del ensayo argentino o incluso de la recuperación de algunas de sus principales hipótesis, pues también Romero reconoce la continuidad histórica de la contraposición entre ciudad e interior, que deviene en la cristalización de dos ideologías opuestas plasmadas en la dicotomía “civilización” vs. “barbarie”).
Si en La ciudad letrada Rama focaliza el vínculo del mundo letrado con el poder, observa con poco detalle la especificidad de las producciones culturales, ya que no se detiene en el análisis en profundidad de la ideología contenida en los textos citados. Aunque sin caer en una reducción de los discursos a meros reflejos de la estructura –lo que sería imposible dada la aguda perspectiva crítica de este autor–, el ensayo no resuelve una cuestión central que se sitúa en un punto de clivaje entre la historia de las ideas y la historia intelectual: el problema de cómo articular productivamente un análisis de la praxis de los letrados en los campos cultural y político con un análisis de los propios textos, respetando la especificidad de esos objetos culturales para que, sin desconocer las mediaciones que intervienen entre los órdenes extra- e intratextual, ambos se iluminen recíprocamente.
Frente al enfoque ideológico-político de La ciudad letrada, en Transculturación narrativa… Rama sí enfatiza el análisis de los contenidos estéticos e ideológicos implícitos en un corpus específico de textos; frente a la longue durée postulada en La ciudad letrada (que acarrea el riesgo evidente de cristalizar ciertas categorías conceptuales –como la de “letrado”–, volviéndolas transhistóricas), aquí la diacronía es acotada a la tensión entre regionalismo y vanguardia en la primera mitad del siglo XX. Al definir una historia de la “ciudad letrada” (que para Rama es también necesariamente una historia del vínculo problemático de la élite letrada con los sectores populares y sus culturas “heréticas”), Rama enfrenta la dificultad teórica de explicar la tensión entre reproducción y puesta en crisis del orden del poder. El problema no es resuelto, pero la solución precaria que parece adoptar, conscientemente o no, consiste en separar los movimientos antitéticos en dos escrituras polarizadas que se espejan y repelen recíprocamente. Desde ese punto de vista, La ciudad letrada es ilegible sin la complementariedad conflictiva de Transculturación narrativa…, aunque ese desdoblamiento especular cuestione los límites de la unidad de la obra.

Notas

1 Véase Ángel Rama, Transculturación narrativa en América Latina, México, Siglo XXI, 1987.         [ Links ]

2 Para Rama, en ese carácter “sacerdotal” del grupo letrado resuenan tanto el origen eclesiástico del mismo como la autoidentificación con el supuesto desinterés material.

3 Véase José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas [1976], Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.         [ Links ]

4 Ese vínculo ha sido explicitado luego con detalle por otros críticos contemporáneos. Véase por ejemplo la “Introducción” de Jorge Schwartz a Las vanguardias latinoamericanas. Textos programáticos y críticos [1991], México, FCE, 2002.

5 Véase Ángel Rama, Las máscaras democráticas del Modernismo, Montevideo, Arca, 1986.         [ Links ]

6 De hecho, uno de los aspectos más cuestionados en este ensayo se refiere al modo en que Rama tiende a reducir la heterogeneidad de las culturas latinoamericanas a un solo sistema literario culto, olvidando los sistemas que se sitúan al margen de la modernización. En esta dirección, pueden hacerse varias observaciones críticas al modo en que recrea el concepto orticiano de “transculturación”. Así por ejemplo, Cornejo Polar cuestiona la extensión exagerada del término en la teoría de Rama, al extrapolar al campo de la alta cultura el concepto originalmente pensado para dar cuenta de las respuestas producidas “desde abajo” frente a la dominación cultural, lo que conduciría a reducirlo a una mera variación de la categoría de “mestizaje”. Véase Antonio Cornejo Polar, “Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas”, Humanitas, Año XXI, Nº 27, Facultad de Filosofía y Letras, UNT, 1995.

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