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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.10 no.2 Bernal dic. 2006

 

LECTURAS

Lecturas sobre Paul Groussac

 

Alejandro Eujanian

Universidad Nacional de Rosario

 

Su físico estaba en íntima relación con su carácter: hombros puntiagudos, facciones angulosas, nariz afilada. Todo en él eran puntas y aristas.
Manuel Gálvez, Amigos y maestros de mi juventud

Las preguntas que podrían formularse respecto de las reediciones de textos que fueron escritos en contextos sociales, políticos y culturales cuya alteridad respecto de nuestra época no es preciso repasar aquí, residen en cuáles son los criterios que dirigen esos catálogos, quiénes y por qué elevaron ciertas obras y autores a la categoría de clásicos; quiénes deberían habitar legítimamente el canon de una historia de la cultura literaria argentina. Estas preguntas, contestadas a veces elípticamente, no se reclaman imprescindibles en los casos de libros citados, criticados, combatidos, revisitados en diversos momentos a lo largo de nuestra breve historia intelectual. Pero en el caso de Paul Groussac, cuya ausencia en una historia de la literatura provocaría probablemente menos desvelos que su presencia, un ensayo de respuesta se torna indispensable.
En los últimos años la figura intelectual de Paul Groussac, el polígrafo francés que vivió en la Argentina entre 1868 y 1929, ha sido frecuentemente evocada a través de estudios monográficos centrados en su personalidad y su vasta obra, investigaciones que se concentraron en regiones específicas de su producción intelectual, sobre todo como crítico literario e historiográfico, y la reedición de algunas de sus obras precedidas por estudios destinados a establecer claves de lectura pertinentes para textos en los que prima una notable diversidad respecto de los temas, los géneros y los contextos de producción.1
Parece haber concluido así un ciclo en el que obra y personaje habían quedado opacados en el marco de las transformaciones que se operaron en el país a partir de la Segunda Guerra Mundial. La última ocasión para su instalación como referente, al menos, de las vertientes antiimperialistas de los años 1930, se produjo con motivo de la ley 11.904 de 1936 que establecía su estudio sobre las islas Malvinas, publicado en 1910, como texto de lectura obligatoria en las escuelas públicas.2 Podría haber sido también la ocasión para recuperar su sentencia resignada sobre la amenaza que los Estados Unidos representaban para los pueblos americanos, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial.
Pero esos escasos lazos con algunos de los tópicos del debate político e intelectual de la década de 1930 no alcanzaron para reivindicar a un personaje tan respetado como incómodo para la cultura argentina, no sólo por su origen francés sino también por su aristocratismo político e intelectual, su agnosticismo y su recusación de toda herencia cultural nativa. Rasgos de su obra que lo tornaron inclasificable para cualquier proyecto de reconstrucción de una tradición literaria o historiográfica nacional.
De todos modos, ya en la década de 1920, el lugar que había logrado conquistar como faro de la cultura argentina comenzaba a ser disputado por la emergencia de empresas colectivas y de nuevos dispositivos institucionales que contrariaban su autoridad individual y omnipresente en el campo literario e historiográfico. Fue éste el momento propicio para los reconocimientos y homenajes que los nuevos escritores le brindaban al último de los notables. Precisamente cuando el impacto de sus juicios dejaba de hacer mella en la virtud de sus víctimas.
Él mismo uno de Los que pasaban y protagonista elusivo de ese relato entre autobiográfico y testimonial, era homenajeado en 1919 por la revista Nosotros en un banquete cuando todavía quedaban los ecos de la crítica que algunos jóvenes historiadores de la “nueva escuela histórica” le habían dirigido desde la publicación. Pocos años después, algunos de quienes habían cuestionado su autoridad lo incluirían en su propia genealogía. En efecto, Rómulo Carbia en su Historia crítica de la historiografía argentina de 1925 reconocía los méritos de Groussac en el campo de la crítica de documentos, en un momento en el que no los motivos, pero sí el lugar relativo desde el cual habían polemizado, se había modificado radicalmente, en favor de la nueva generación.3 Aun así, para los mismos años, la Universidad de Córdoba le negaba un doctorado Honoris causa con el argumento, presentado ante el Consejo Superior de la Universidad por Raúl Orgaz, que exponía las causas por las cuales Groussac antes que promover los estudios históricos en el país los había obstaculizado.
Finalmente, con motivo de su muerte el 27 de junio de 1929, la revista Nosotros reunía en un número extraordinario a diversas generaciones para brindar un homenaje póstumo en el que participaron Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, José Luis Romero, Ricardo Levene, Alejandro Korn, Alberto Gerchunoff, José Bianco y Roberto Giusti, entre otros, destacando su labor de ensayista, crítico, dramaturgo, novelista, publicista, historiador y promotor cultural.4
Así, después de un largo ostracismo salpicado por la publicación de algunos trabajos destinados a la exaltación de su figura antes que al estudio de su obra y de su acción, la pregunta que subyace a esta proliferación de reediciones de sus ensayos, y no de sus novelas y estudios históricos más ambiciosos, es: ¿a qué se debe este renovado interés por la obra de un intelectual cuya mirada sobre el país, su cultura y su historia fue generalmente excéntrica y esporádicamente apasionada?,5 ¿cuál puede ser el legado de quien practicó en solitario un estudiado desdén por la cultura y la política argentina? Quien, por otro lado y como otros intelectuales de su generación, no se nutrió de discípulos sino de ocasionales contrincantes.
En rigor, las editoriales tanto comerciales como académicas han incluido las reediciones de clásicos de la cultura nacional en sus catálogos sobre todo desde la crisis que sacudió al país a fines del 2001. Catálogos que exceden el registro nacional y popular en el que se ubican entre otros los libros de Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche o Rodolfo Puiggrós, que se reubicaron después de años en las vidrieras de librerías no especializadas en la variedad de “raros y usados”. Pero, en un sentido más amplio, se han reeditado un conjunto de libros cuyos autores tienen en común compartir el ensayo como género y el análisis crítico de la historia y la cultura nacional como objeto. Probablemente como parte de una búsqueda de las claves que permitieran encontrar la explicación de los males de la Argentina contemporánea en quienes expresaron más acabadamente las contradicciones de la Argentina moderna.
Seguramente, un destino irónico para el propio Paul Groussac. Quien insistió en señalar la pobreza del medio en el que se dedicó a dictar sentencia parece ser la cifra para comprender la peculiar conformación cultural del país entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Si nos atenemos a los trabajos que le fueron dedicados en los últimos años, en todos aparece un esfuerzo por vincular aspectos biográficos referidos a su intervención en la esfera pública con escritos en los que es posible detectar indicios respecto de su peculiar percepción de cuál era su lugar en ella.6
Emerge así una figura que utiliza la escritura como un instrumento para construir el medio en el que se inserta siempre en tensión. Así, al asignarle rasgos que resaltan una incomodidad que resulta de sus dificultades para adaptarse plenamente a él, describe como pocos las contradicciones que atraviesan el escenario en el que despliega su acción. En este sentido, las investigaciones referidas al “profesor francés”, retomando el tono sarcástico de Leopoldo Lugones, se estructuran de acuerdo con los siguientes tópicos: los vínculos sociales, intelectuales y políticos que mantuvo con los miembros de la llamada “generación del 80”; la imagen de intelectual de la que fue portador en un contexto de redefinición de las relaciones del escritor con el Estado y el poder político; su actuación en la esfera pública, que resulta de su intervención en empresas culturales y políticas que, en algunos casos, él mismo impulsó; su función como crítico más que su desempeño como historiógrafo y literato; la ambivalente relación que entabló con la Argentina y con Francia.
Hace tiempo que el rótulo de “generación del 80” ha dejado de cumplir para la historia intelectual una función comprensiva respecto del clima de ideas predominante en el último cuarto del siglo XIX. Sin embargo, ello no debería contribuir al abandono de la pretensión de señalar las diferencias en un contexto englobante, como lo propone Oscar Terán con la noción de “cultura científica”, que remite a “ciertos esquemas de percepción y valoración de la realidad” que son compartidos por aquellos que “reconocen el prestigio de la ciencia como dadora de legitimidad de sus propias argumentaciones”.7
En este colectivo podría sin duda incluirse a Paul Groussac, menos restrictivo que el de positivista para quien entiende que el conocimiento en las ciencias sociales es siempre provisorio y conjetural.8 Al mismo tiempo, comparte con otros miembros de esa generación, en un sentido más táctico que estratégico, una deriva neohispanista que lo lleva a revalorizar la lengua castellana, aproximándose así a la posición que sostuvo Ernesto Quesada en el debate que promovió el libro de Lucien Abeille, Idioma nacional de los argentinos. Aunque en su caso, la recuperación de la herencia hispana estuviera motivada menos por la amenaza del aluvión migratorio que por la que representaba el expansionismo norteamericano, anticipando a Rodó en su caracterización de Calibán, como signo de una sociedad en la que predominaba la mediocracia, el afán de lucro y el materialismo.9
Comparte también, con esa generación, un sentimiento de divorcio entre los principios democráticos y liberales, que defendió desde el diario Sud América, como percibió en su momento José Luis Romero.10 Lo que explica su apoyo a la candidatura de Roque Saenz Peña a la presidencia como inspirada por viejas solidaridades y no por compartir las mismas convicciones respecto del rumbo que debía tomar bajo su dirección el país.11
Sin embargo, como bien señala Paula Bruno, mantuvo notables diferencias con otros referentes intelectuales del período que resultan, entendemos, del lugar en el que instaló el atrio desde el cual se dedicó a predicar como un sacerdote laico. Esto nos lleva al segundo de los tópicos mencionados. El de la construcción de una imagen de intelectual en el proceso de transformación de las prácticas culturales y de redefinición de las relaciones del escritor con el Estado y el poder político.
Carente de una educación formal, Groussac llega al país con un escaso material cultural y simbólico que, sin embargo, potencia como resultado de una adecuada combinación de vínculos privados y el estatus cultural que su origen le proporcionaba en un ambiente en el que Francia era el destino del horizonte de expectativas que nutría los anhelos civilizatorios de las élites. Por otro lado, la ausencia de instituciones que regularan los procesos de formación y ascenso en una carrera profesional y en la burocracia estatal, facilitaba el acceso a las élites culturales de aquellos a quienes se les abrieran las puertas de los círculos de notables que habitaban espacios como el que proporcionaba el Colegio Nacional de Buenos Aires. Allí, el recién llegado entabla contacto con Pedro Goyena y Juan Manuel Estrada, quienes promueven su acceso a las páginas de la Revista Argentina, y accede al despacho de Nicolás Avellaneda, ministro de Sarmiento y futuro presidente, quien le ofrece un cargo de profesor en el Colegio Nacional de Tucumán y posteriormente de inspector de Escuelas.
Inversamente, cuando ya había conquistado una posición de prestigio intelectual en el país, su retorno a Francia, también con adecuadas cartas de presentación, no cubre sus expectativas. En su tierra natal, que contaba sobre todo desde la instalación de la Tercera República con un campo cultural más institucionalizado y profesional, el trato con Alphonse Daudet y el acceso al círculo de Victor Hugo no fueron suficientes para promoverlo a posiciones análogas a las que conquistó en una Argentina que, a su retorno, lo esperaba para cubrir el cargo de director de la Biblioteca Nacional, que antes habían ocupado José Mármol, Vicente Quesada y Eduardo Wilde.
En la Argentina, Groussac construye su imperio en un ambiente signado por un vacío institucional propio de un Estado en construcción. Sin embargo, este self made man, que como otros escritores de su generación conserva su condición de polígrafo, insiste en una necesaria profesionalización de los escritores, cuyo doble sentido remite a virtudes de las que carece pero cuya ausencia condena a los intelectuales americanos: distanciamiento de la política y una mayor especialización. Juicio que no condice con el que formula respecto de L. Burdeau, joven filósofo de familia humilde y de origen provinciano, traductor de Spencer y Schopenhauer, cuya carrera remata como funcionario de la Tercera República.12 Es que si, como señala Patrice Vermeren, Burdeau era el paradigma de una generación de profesores que conquistaron posiciones no por su condición de herederos sino por su calidad intelectual y su compromiso con la República, Groussac en la Argentina era, en cambio, miembro de un círculo de herederos, y su propia herencia la tradición cultural francesa.
Pero aquí Groussac se sentirá víctima de los lazos que unían política y cultura, cuando la intromisión del poder político en una disputa historiográfica que mantuvo con Norberto Piñero lo lleva a clausurar la empresa que había iniciado con la revista La Biblioteca. Sin embargo, cuando a comienzos de siglo las condiciones para alcanzar una mayor especialización y autonomización de la labor intelectual sean más favorables, no será el mentor del proceso de institucionalización que se inicia con la creación de la Facultad de Filosofía y Letras, sino uno de sus principales críticos. En tanto que dicho proceso sentaba las bases para cuestionar, desde otro lugar, los principios de legitimidad sobre los cuales había construido su autoridad.
Esa autoridad se nutre de la superioridad que le otorga el ser portador de una tradición cultural sobre la cual afirma sus juicios sobre la Argentina que, en Del Plata al Niágara así como en los textos reunidos en Viaje intelectual y la selección que realiza Paula Bruno, se extiende al resto del continente, a los Estados Unidos y a una Francia que le resulta ya casi tan ajena como los otros destinos de sus viajes. Pero, cómo juzgar a Francia sin poner en entredicho su propio capital cultural. Precisamente, afirmando su pertenencia a una tradición que en su propio país se veía amenazada por la vulgarización y la mediocridad.
Por ello puede extenderse a todos sus destinos la peculiar mirada que David Viñas devela en su viaje a los Estados Unidos: “su mirar es una mezcla de lateralidad y espionaje que a lo largo de su itinerario le permitirá mantener una distancia”.13 Su juicio crítico se funda en esa meditada distancia. Es esa ajenidad la que organiza su dispositivo crítico antes que un método asentado en el trípode taineano de la raza, el medio y el momento. En este sentido, nadie mejor que él definió en uno de sus libros su relación con las cosas de este mundo: viajero intelectual.
Desde ese lugar impuso su condición de crítico y desde allí impartió una política del gusto y el estilo de tono aristocrático que, a la vez que pretendía disciplinar, lo presentaba como un escritor outsider y él mismo indisciplinable por los nuevos canales culturales que emergen a comienzos del siglo XX.
Así, Paul Groussac se presenta como una autoridad excesivamente individualista como para ser concebido como un “estratega cultural”. En todo caso, es promotor de empresas culturales que, como en el caso de los Anales de la Biblioteca, son poco más que espacios para exponer públicamente sus diversos intereses intelectuales. La Biblioteca, en cambio, puede ser un contraejemplo por su carácter pretendidamente colectivo. Sin embargo, poco importa su destino cuando siente amenazado su derecho a impugnar la obra de un autor por el mismo poder que la financia. Por otro lado, lejos del modelo que aspiraba alcanzar, la Revue de deux mondes, la revista La Biblioteca cuenta a su pesar con una tradición nativa iniciada por la Revista del Paraná y seguida por la Revista de Buenos Aires, entre otras, con las cuales comparte similares objetivos y condiciones de producción.
En definitiva, las lecturas de los textos que Groussac escribió para un público letrado argentino han promovido, en su desmesura, una estrategia interpretativa centrada antes que en la pretensión de dotarlos de una coherencia que se sostenga en un dilatado ciclo intelectual y atraviese la diversidad de géneros, temas y contextos de producción, en señalar a partir de ellos sus incertidumbres, incorrecciones, dudas y puntos ciegos. Es en estos registros donde se revelan las contradicciones de la particular configuración de la cultura argentina de entre siglos. Propias, por otro lado, de los avatares de una modernidad que, tempranamente, le despertó escasas esperanzas.

Notas

1 Nos referimos a un conjunto de reediciones o selecciones de textos de Groussac que justifican estas páginas: Paul Groussac, El viaje intelectual, Buenos Aires, Simurg, 2005,         [ Links ] con prólogo de Beatriz Colombi; Paula Bruno (Selección y Estudio Preliminar), Travesias intelectuales de Paul Groussac, Buenos Aires, Editorial de Universidad Nacional de Quilmes, 2004; Paul Groussac, Los que pasaban, Buenos Aires, Taurus, 2001, cuyo Estudio Preliminar estuvo a mi cargo.

2 Paul Groussac, Les illes Malouines.Nouvel exposé d’un vieux litige, 1910.

3 Rómulo Carbia, Historia crítica de la historiografía argentina, Buenos Aires, 1940.         [ Links ]

4 Nosotros, Nº 242, Buenos Aires, julio de 1929;         [ Links ] en un registro similar: AA.VV., Centenario de Groussac. 1848 –14 de febrero– 1948, Buenos Aires, Coni, 1949.

5 La particular tensión entre su origen, la Argentina y sus expectativas es señalada por Tulio Halperin Donghi: “La sospecha de que la posición eminente por él alcanzada en la vida intelectual argentina era comparable a la de un soberano del país de los ciegos no sólo no contribuyó a hacer más benévolo su reinado; agregó una dimensión nueva y aun más problemática a la relación entre Groussac y la Argentina, la pasada como la presente. Ella mantenía constantemente viva en el historiador la conciencia de que una inmadurez histórica a la vez atractiva e irritante era el rasgo dominante de esa historia argentina que el destino le había condenado a explorar”, en “La historiografía: treinta años en busca de un rumbo”, Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo (comps.), La Argentina del ochenta al centenario, Buenos Aires, Sudamericana, 1980, p. 839.

6 Algunos de esos trabajos son: Paula Bruno, Paul Groussac. Un estratega intelectual, Buenos Aires, FCE, 2005;         [ Links ] Miguel Dalmaroni, “Literatos y Estado (Payró, Groussac, Lugones)”, en Noé Jitrik (comp.), Las maravillas de lo real. Literatura latiniamericana, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, FFyL, Instituto de Literatura Iberoamericana, 2000, pp. 123-132; Verónica Delgado y F. Espósito, “Paul Groussac: los intelectuales, la sociedad civil y el Estado liberal”, en Orbis Tertius. Revista de teoría y crítica literaria, Nº 6, 1998, pp. 41-51 y “La lección de Paul Groussac en La Biblioteca: la organización cultural”, en Tramas, Nº 10, 1999, pp. 97-105; Alejandro Eujanian, “Paul Groussac y una empresa cultural de fines del siglo XIX: la revista La Biblioteca”, en AA.VV., Historia de revistas argentinas, Buenos Aires, AAER, 1997, pp. 9-44; Alejandro Eujanian, “Paul Groussac y la crítica historiográfica” y “Método, objetividad y estilo en el proceso de institucionalización”, ambos en A. Cattaruzza y A. Eujanian, Políticas de la historia, Buenos Aires, Alianza, 2003.

7 Oscar Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la “cultura científica”, Buenos Aires, FCE, 2000.

8 “En los estudios sociales, no podemos, no debemos aspirar sino a una probabilidad cada vez mayor en la conjetura”. Cf. Paul Groussac, “La paradoja de las Ciencias Sociales”, en La Biblioteca, año I, t. II, 1896, pp. 309-320.

9 Paul Groussac, Del Plata al Niágara, Buenos Aires, Administración de La Biblioteca, 1897;         [ Links ] Paul Groussac, España y Estados Unidos (Conferencia pronunciada en el Teatro de la Victoria de Buenos Aires el 2 de mayo de 1898)”, en Viaje intelectual, t. I, citado.

10  José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, FCE, 1997, p. 205.         [ Links ]

11  Paul Groussac, Los que pasaban, citado.

12  Patrice Vermeren, “Groussac, la República de los filósofos y la Biblioteca de la Nación”, en La Biblioteca, Nº 1, verano 2004-2005, pp. 110-115.

13  David Viñas, De Sarmiento a Dios.Viajeros argentinos a USA, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, p. 103.         [ Links ]

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