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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.11 no.1 Bernal jun. 2007

 

RESEÑAS

Dominick LaCapra, Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica, Traducción de Teresa Arijón Buenos Aires, FCE, 2006, 364 páginas

 

Daniel O. Scheck

Universidad Nacional del Comahue / CONICET


En Historia en tránsito, traducción al castellano de un texto publicado originalmente en el año 2004,1 LaCapra sostiene, como hipótesis principal, que la historia y lo histórico se encuentran en continuo "tránsito" o "transición". Este incesante devenir obliga a un constante repensar de "qué cuenta como historia" en un doble sentido: tanto de lo que vale como proceso histórico como de los intentos historiográficos para dar cuenta de estos procesos. No obstante, advierte LaCapra, las nociones de tránsito y transición no implican caer en un escepticismo relativista o en una teleología totalizadora de la historia y lo histórico, sino que muestran lo que es inherente a la historia; esto es, su propia historicidad, que sistemáticamente desafía su conformación actual. La propuesta de LaCapra, que no sólo atraviesa este conjunto de ensayos sino también sus publicaciones anteriores –al menos de las dos últimas décadas y media–, se desplaza en dos sentidos diferentes aunque complementarios.2 Por un lado, pretende mostrar que los esfuerzos por sujetar o estabilizar el movimiento de la comprensión histórica esconden un intento ideológico de permanecer fijados a una determinada condición histórica ya existente. Por otra parte, sostiene que la historia tiene un carácter eminentemente "dialógico", lo cual obliga al historiador a revisar y repensar infatigablemente sus prácticas y objetivos, y a "responder creativamente a nuevos cambios en el pensamiento contemporáneo".3 El afán de profesionalización de la historia sería uno de esos esfuerzos por disimular, o directamente negar, la naturaleza transicional del conocimiento histórico a partir de la fijación de límites normativos (ético-políticos) y de lo que los excede. En algún sentido, esta normativización, y normalización, prefiguraría –incluso predefiniría– las futuras concepciones y articulaciones del conocimiento histórico, y aun de la disciplina de la historia, con otras disciplinas.

Este autor asegura que la forma de escribir más flexible y que mejor se ajusta a la constante transformación, y al carácter dialógico, de la comprensión histórica es el ensayo. Fiel a su inclinación por esta estrategia discursiva, LaCapra aborda –en este libro– temas como la identidad, la experiencia, la normatividad, los eventos límites y la relación entre historia y teoría crítica –subrayando sobre todo la dimensión crítica del psicoanálisis en este sentido–, en una sucesión de ensayos que conforman los distintos capítulos del libro. De hecho, es una constante en este autor la diagramación de sus textos en capítulos constituidos por ensayos que tratan temas diversos, a los que agrega un "Prefacio" o una "Introducción" en los que explicita puntualmente la relación entre los temas abordados –algo similar ocurre con el capítulo final, que acostumbra titular "Epílogo" o "Conclusión"–. En la introducción del libro aquí analizado, bastante extensa por cierto, se cumple con la presentación y descripción sumaria de cada uno de los capítulos, y se anuncian las temáticas que los atraviesan.

La relación entre experiencia e identidad es uno de los temas centrales de Historia en tránsito, inaugurado en el primer capítulo y continuado en los siguientes –presente ya, aunque sólo insinuado, en el primer capítulo de Writing History, Writing Trauma. En los debates contemporáneos suscitados por el "giro hacia la experiencia" efectuado por los historiadores, LaCapra pretende inscribir su propia noción de experiencia diferenciándola, al mismo tiempo, del resto en disputa. En este contexto, LaCapra se ubicaría más allá de posiciones neopositivistas que afirman un acceso directo, cristalino y objetivo a los procesos experienciales, que reducen experiencia a experimento, y que niegan la implicación del observador en la observación. Al mismo tiempo, estaría "más acá" de lo que él mismo denomina constructivismo, subjetivismo o formalismo, radical (la figura aludida siempre es la misma: Hayden White), en el que la experiencia no es más que una construcción discursiva y toda pretensión de objetividad es abandonada y reemplazada por una excesiva atención en los procesos performativos y de ficcionalización. En síntesis, LaCapra defiende cierto nivel de objetividad, pero no de objetivación u objetificación, y adhiere a ciertos procesos performativos relacionados con la experiencia y la identidad, la mayoría de ellos postulados por el psicoanálisis, como la implicación transferencial, la elaboración, el juego, etc. En rigor, a LaCapra le interesan principalmente dos cosas: por un lado, [a] los procesos experienciales que interactúan con los procesos de formación identitaria, las posiciones de sujeto4 que determinan estas identidades, y los mecanismos performativos que participan en tal formación y, por otro, [b] las experiencias límite, o extremas –en ocasiones también las califica de perturbadoras, excepcionales o fuera-de-contexto–, que de algún modo resultan traumáticas o traumatizantes para el individuo o la comunidad al punto de fundamentar nuevas identidades o deconstruir las ya establecidas.5

Estas dos cuestiones, de un modo paradójico, afectan notablemente la dimensión experiencial sin que dependan directamente de, o se puedan reducir a una experiencia "real" de un acontecimiento pasado. Los procesos experienciales de formación identitaria [a], que no deben asimilarse a la identificación o fusión con los otros, implican modos diferentes de "ser con otros que van de lo real a lo imaginario" (p. 60). Las identidades, tanto individuales como colectivas, se encuentran en permanente relación y articulación con otros, individuos, grupos o miembros de ellos, que confrontan, reconstruyen, reconocen, convalidan, o invalidan estas identidades. Por esto, entre los grupos conformados, para LaCapra resulta importante distinguir aquellos que realmente subsisten en calidad de –lo que denomina– "grupos existenciales"; es decir, que no son meras agrupaciones por características objetivas (por ejemplo, por la estatura, el peso, etc.), sino que comparten cierta experiencia común que sustenta y delimita su identidad propia. En tal sentido, en el proceso de formación de identidades, al menos dos elementos constitutivos de estos grupos existenciales deberían discriminarse: en primer lugar, cierta experiencia "fundante", prueba de realidad del grupo, que se ubica en el pasado compartido, pero que no siempre se vive como algo del pasado (esto permitiría distinguir los grupos que han elaborado sus conflictos de aquellos que aún no lo han logrado); y, en segundo término, se debería resaltar la diferenciación, entre las diversas posiciones en y frente a la experiencia, lo cual permitiría distinguir entre el yo y el otro, y, en el caso del historiador, entre el que investiga y el objeto investigado –para evitar la identificación que oscurece u oblitera las diferencias entre sujeto y objeto de estudio–.

El otro punto de particular interés para LaCapra [b], que no se restringe a estos ensayos, es la experiencia traumática –entendida como experiencia que puede prefigurar nuevas identidades–. En torno a esto, conviene aclarar que LaCapra introduce una distinción entre experiencia y acontecimiento (o serie de ellos) traumático o traumatizante propiamente dicho. El acontecimiento histórico traumático es puntual y datable, y se encuentra situado en el pasado; asimismo, no todo acontecimiento traumático necesariamente tiene que ser experimentado como tal por quienes lo han vivido, puede ser que alguien lo atraviese sin sufrir el trauma que en otros acarrea. En vez, la experiencia traumática no es puntual, tiene un aspecto evasivo puesto que se relaciona con un pasado que no ha muerto, un pasado que invade el presente y puede bloquear posibilidades en el futuro. El traslado de la experiencia del pasado al presente y al futuro es efectuado por la memoria traumática, por la cual se reviven o reexperimentan los acontecimientos como si no existiese distancia o diferencia alguna entre pasado y presente. En la memoria traumática, "el pasado no es historia pasada y superada" (p. 83), sino que continúa vivo en el nivel experiencial y atormenta o posee al yo o a la comunidad. Por esto, se torna preciso elaborarlo [worked through] para acceder a un control consciente del recuerdo desde una perspectiva crítica, que permita la supervivencia y la capacidad de accionar con responsabilidad en el presente –de maneras ética y políticamente deseables y viables–.

Aquellos que estuvieron involucrados en acontecimientos tales como el Holocausto, tienen que lidiar con cierta carga traumática que, entre otras cosas, trastorna y desdibuja la distancia temporal entre lo vivido en el pasado y el presente. Además, el trauma desarticula el yo y genera huecos en la existencia, con efectos tardíos difíciles de controlar o incluso imposibles de dominar plenamente. El trauma, afirma LaCapra, causa una disociación de los afectos y las representaciones, y conlleva serios problemas para comunicar o transmitir –poner en palabras–, la experiencia vivida. La clausura del discurso, la indecibilidad, la indistinción entre lo ocurrido entonces y el ahora, la disociación del yo, se expresan en un acting out [wiederholen]6 postraumático, en el que el pasado nos acosa y nos posee, de modo que nos vemos entrampados en la repetición compulsiva de escenas traumáticas. En el acting out el pasado se hace presente en el presente, y el sujeto se descubre viviendo otra vez la escena traumática en un ahora en el que la dualidad del tiempo es indistinguible. Esta experiencia aporética indica que el trauma no ha sido elaborado –la problemática relación entre estos mecanismos de respuesta al trauma se encuentra puntualmente presentada en la "Conclusion" de Representing the Holocaust. La elaboración [working throughdurcharbeitung en Freud–], por su parte, supone cierto grado de articulación, ya que en la medida que el trauma se elabora se hace posible distinguir entre pasado y presente, reconociendo que aquello pertenece a un momento anterior en el tiempo y distinto del ahora. La elaboración está íntimamente ligada con la posibilidad de ser un agente ético y político, lo cual, en el caso de las víctimas de acontecimientos extremos, implica el arduo proceso de dejar de ser víctimas para alcanzar el estatus de sobreviviente. Desde un punto de vista ético, la elaboración no implica eludir, superar, armonizar u olvidar el pasado, sino que supone llegar a un acuerdo con los acontecimientos extremos y afrontar críticamente la tendencia a reactuar el pasado.

Lo que dificulta la elaboración es algo que podría calificarse de "fidelidad al trauma", es decir, cierto sentimiento de que al elaborarlo abandonamos o traicionamos a quienes quedaron en el camino, las víctimas por ejemplo (esto está expuesto con mayor claridad en el primer capítulo de Writing History, Writing Trauma).

En los casos más extremos, el acontecimiento traumatizante (real o imaginario) que desafía y pone en riesgo la propia identidad, paradójicamente, puede convertirse en base o fundamento de una nueva identidad individual o colectiva. En cierto sentido, se convierte en una experiencia "mística", o en una revelación, que los transforma en "traumas fundantes", en marcas de identidad grupal para los grupos que conviven con una pesada herencia –la esclavitud y el Holocausto son los ejemplos que LaCapra menciona–. La interesante pregunta que formula el autor en relación con lo anterior tiene que ver con la posibilidad de que cada grupo que existe como tal, con identidad colectiva propia, tenga en su pasado (mítico) un trauma convertido en trauma fundante y fuente de identidad, tanto para los que vivieron el acontecimiento como para los que nacieron después –en general, podría decirse que LaCapra afirma esta posibilidad–. La relación empática y la implicación transferencial del historiador,7 del analista o del comentador, con el objeto de estudio, no necesariamente tiene que llegar a los extremos de producir identificación, traumatización secundaria o victimismo sustituto. El historiador, al menos aquel que intenta relacionarse empáticamente con su objeto de estudio, se pone en la posición del otro sin tomar su lugar, ni convertirse en su sustituto, y sin hablar con su voz. LaCapra critica lo que denomina experiencia vicaria del trauma, aquella en la que el sujeto se identifica inconscientemente con la víctima, transformándose en víctima sustituta y viviendo el acontecimiento de manera imaginaria; a la vez que defiende una experiencia virtual del trauma, por la cual el sujeto se coloca imaginariamente en el lugar de la víctima, respetando la distancia entre el yo y el otro, reconociendo que no puede ocupar el lugar de la víctima ni tampoco hablar con su voz (p. 172).

Muchos autores desatienden, ignoran o simplemente niegan, el carácter transferencial de la experiencia traumática, su "contagiosidad" [contagiousness], y la transmisión intergeneracional de los efectos traumáticos o postraumáticos de la experiencia –LaCapra nombra a lo largo del segundo y tercer capítulo, entre otros, a Goldhagen, Novick, Leys, Rousso y Segev–. Es importante tener en cuenta la relación transferencial para comprender la contagiosidad del trauma, que incluso alcanza al entrevistador o al comentarista –también al director de cine, como en el caso de la Shoahde Lanzmann, según entiende LaCapra–. En estos casos, tanto como en el caso de los descendientes o allegados de las víctimas, puede hablarse de una "traumatización secundaria" frente a un acontecimiento que nunca ha sido vivido; i.e.: pueden manifestarse, tanto en el individuo como en la comunidad, efectos sintomáticos como ansiedad extrema, ataques de pánico, reacciones de espanto o pesadillas recurrentes, sin haber vivido personalmente el acontecimiento traumatizante al que se atribuyen estos efectos (p. 157). Más aún, las experiencias más profundas de dolor, sufrimiento, perturbación, pérdida e incluso éxtasis pueden no provenir de haber vivido acontecimientos traumatizantes. Ésta sería la dimensión "transhistórica" o estructural del trauma, que hace las veces de condición de posibilidad desestabilizadora que genera ansiedad o vulnerabilidad. El trauma estructural o transhistórico puede aplicarse a todo el mundo, ya que no se origina en la efectiva vivencia de un acontecimiento traumatizante, y puede transmitirse –a una generación posterior– o heredarse –de una generación anterior–.

Resulta importante considerar la participación, y el rol la empatía –la emoción, la transferencia– en la relación del investigador con la experiencia de aquellos a quienes estudia. La respuesta empática exige reconocer a los otros como otros, y no como meros objetos de investigación; no implica una identificación autosuficiente, proyectiva o incorporativa, sino más bien lo que podría llamarse una "perturbación empática" [empathic unsettlement]8 frente a los acontecimientos traumáticos límite, sus perpetradores y sus víctimas. La perturbación empática, o "compasión en la comprensión" (p. 182), en sus diversas formas, supone un compromiso afectivo con el otro y el respeto por la otredad del otro, que no debe asimilarse a la identificación, ya que esta última puede implicar un comportamiento apropiativo o extremadamente intrusivo.Asimismo, la perturbación empática puede, o incluso debería, afectar el modo de representación o significación en diferentes maneras, según el campo y la disciplina. La perturbación varía de acuerdo con el objeto de indagación y comprensión, sobre todo con respecto a los victimarios, las víctimas, las "zonas grises", los testigos presenciales, los testigos secundarios, etc. También afecta el nivel de objetivación –supuesto por los neopositivistas–, y la dimensión performativa del relato –defendida por el constructivismo–. Está en juego nuestra propia respuesta perturbada [unsettled] a la perturbación [unsettlement] de otro, que puede alterar los protocolos disciplinares de representación y plantea problemas vinculados con nuestra implicación, o relación transferencial, con los acontecimientos traumáticos y con quienes han quedado atrapados en ellos (p. 186).

Podría decirse, por consiguiente, que LaCapra entiende que detrás del texto de Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler, o de la película de Benigni, La vida es bella, se esconde una identificación proyectiva o incorporativa antes que una respuesta empática del tipo que él viene sugiriendo desde el primer capítulo de Writing History, Writing Trauma. Una implicación transferencial excesiva del investigador –una identificación proyectiva o incorporativa–, determinaría lecturas como la de Agamben del Holocausto (capítulo cuarto), o como la de Readings de la situación crítica de la universidad en el contexto del capitalismo global (capítulo quinto). La conclusión de Agamben de que en nuestro contexto, post-Auschwitz (como metonimia), Auschwitz está ahora-en-todas partes; al igual que la de Readings, de que la universidad se encuentra en una crisis rampante al transformarse en corporativa y mercantilista, serían, para LaCapra, decididamente postapocalípticas y, en algún sentido, tan atravesadas por el trauma como los acontecimientos traumáticos que abordan.

El complejo proceso de formación identitaria, el carácter prefigurativo de la experiencia traumática, la implicación transferencial del historiador con el objeto de estudio, la respuesta empática de éste frente a las experiencias y las identidades traumáticas de otros, son muestras de la utilidad del psicoanálisis como teoría crítica aplicada al carácter transicional de la historia y la historiografía. Las categorías psicoanalíticas son lo suficientemente flexibles como para adecuarse al permanente movimiento de la historia y de la reflexión sobre ella. Por esto mismo, deberíamos ser capaces de responder empáticamente a la propuesta de LaCapra y reconocer su propia posición de sujeto, y a partir de allí validar o deconstruir su formación identitaria. Aún más, el lector atento, analizando la implicación transferencial y la respuesta empática del propio LaCapra en relación con su objeto de estudio, podría discernir en qué medida el autor se "perturba" empáticamente con las experiencias traumáticas investigadas.

Notas

1 D. LaCapra, History in Transit: Experience, Identity, Critical Theory, Ítaca, Cornell University Press, 2004.

2 Cf., sobre todo, History and Criticism, Ítaca, Cornell University Press, 1985; Representing the Holocaust. History, Theory, Trauma, Ítaca, Cornell University Press, 1994; History and Memory after Auschwitz, Ítaca, Cornell University Press, 1998 [trad. esp.: cap. IV, "La Shoahde Lanzmann: 'Aquí no hay un por qué'", en Espacios, No. 26, 2000, pp. 39-65, traducción de María Inés Tato]; Writing History, Writing Trauma, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2001 [trad. esp.: Escribir la historia, escribir el trauma, traducción de Elena Marengo, Buenos Aires, Nueva Visión, 2005].

3 Cf. el "Preface" de History and Criticism, en el que esta concepción ya era explícita.

4 Existen algunas dificultades en la traducción. Uno de los casos más conflictivos, ya que puede acarrear una interpretación errónea del texto, se relaciona con "subject positions", traducido aquí como "posiciones subordinadas" (p. 88), aunque alguno de los ejemplos mencionados por LaCapra cuestiona esto, como la posición de victimario o de rescatista (p. 90), que poco tienen de subordinadas; más bien, tal como se tradujo en Escribir la historia, escribir el trauma, debería equipararse con "posiciones de sujeto" (pp. 39 y ss.).

5 En una primera aproximación, siguiendo a LaCapra, los eventos, o acontecimientos "límites" o "extremos" podrían definirse como aquellos eventos frente a los que las capacidades y los alcances de la imaginación para concebirlos o anticiparlos son excedidos. Por ello, en algún sentido, se presentan como acontecimientos traumáticos o traumatizantes, incluso para aquellos que no lo experimentaron directamente, i.e.: aquellos que no estuvieron allí (Cf., pp. 181-182). Esta trascendencia, o directamente violación, de los límites ordinarios de la imaginación, dificultaría el tratamiento ficcional o artístico del evento, dando lugar a cierta sensación de insatisfacción o impotencia ante los intentos por representar lo ocurrido.

6 Cf. S. Freud, 1914: "Recordar, repetir, elaborar" [Erinnern, Wiederholen, und Durcharbeiten], en Obras completas, t. XII, traducción de Luis López Ballesteros, Buenos Aires, Amorrortu. En torno a la traducción, parece innecesario optar por "poner en acto" o "reactuar", puesto que generalmente se acepta el término tal cual aparece en inglés, de hecho esto es lo que ocurre en las traducciones precedentes de los textos de LaCapra (véase nota 2) –además, porque existe, y LaCapra lo utiliza, el término correspondiente a "reactuación" en inglés: reenactment (v.g.: p. 57 de la edición inglesa)–. Cabe aclarar también que para el autor el acting out no se agota en la reactuación, la re-experimentación, o la repetición melancólica y compulsiva, sino en una interacción de ellas (cf., pp. 85-86; p. 195).

7 La concepción según la cual existe cierto grado de relación transferencial entre el historiador y el objeto de estudio se encuentra presente en el pensamiento de LaCapra ya en el capítulo tercero de History and Criticism, titulado "Is Everyone a Mentalité Case? Transference and the 'Culture' Concept".

8 Este concepto descubre otro problema, puesto que aquí es traducido como "perturbación empática" (p. 95), mientras que la traductora de Escribir la historia, escribir el trauma opta por "desasosiego empático" (p. 63) y Finchelstein (en la presentación de esa misma obra) por "desconcierto empático" (p. 16).

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