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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.11 no.1 Bernal June 2007

 

RESEÑAS

Michel Pastoureau, Una historia simbólica de la Edad Media occidental, Buenos Aires, Katz editores, 2006, 393 páginas

 

Eleonora Cavazzini

UBA


La monumental obra del historiador, paleógrafo y archivista Michel Pastoureau reúne en sus casi 400 páginas más de treinta años de estudios dedicados a indagar el imaginario medieval. El autor recorre, en los diecisiete capítulos "agrupados" en seis apartados (el animal, el vegetal, el color, el emblema, el juego y resonancias) y en un interesante compendio de ilustraciones, diversos aspectos simbólicos de la cultura medieval. En la breve pero contundente introducción (que el autor denomina "El símbolo medieval"), se entreve su inquietud por impulsar el desarrollo de un campo de investigación que aún debe constituirse como tal, el de la "historia simbólica"; alertando al mismo tiempo acerca de los "peligros" que acarrea un abordaje de este tipo: el riesgo del anacronismo, pero también la dificultad de que el símbolo, al ser analizado, pierda buena parte de su carga afectiva, onírica, sensible. Claramente este planteo del autor cobra un sentido mucho más amplio aún cuando se piensa que, paradójicamente, en los últimos años han visto la luz numerosos escritos, libros y publicaciones de "simbología medieval" que caen en el reduccionismo del "anecdotario", o que sólo buscan estimular la imaginación de lectores ávidos de curiosidades; y que por ello mismo carecen de la rigurosidad científica con que debe abordarse una historia tan compleja como la de los símbolos.1 De la misma manera que un etnógrafo, que no cuenta con un acceso directo a la experiencia ajena que estudia, Pastoureau se aproxima con suma precaución a una cultura que nos es totalmente ajena;2 y nos descubre el modo en que esta historia simbólica de los animales y los vegetales, de los signos y de la heráldica, de los colores y de las imágenes, lejos de oponerse a la realidad social, económica o política, es uno de sus componentes esenciales: el imaginario siempre es parte de la realidad.

El autor plantea que la simbología medieval debe ser abordada en primer lugar desde lo etimológico, precisamente porque: "[...] la verdad de los seres y las cosas debe buscarse en las palabras [...]".3 En el capítulo en el que analiza los usos y las representaciones de la madera en el mundo medieval, Pastoureau busca desentrañar la simbología encerrada en el bosque. Para los hombres de la Edad Media, el bosque no sólo desempeñaba un papel esencial en su vida económica y social, sino que también resultaba, en el imaginario cultural, un lugar cuanto menos –casi– inexpugnable y misterioso, pero por eso mismo fascinante: de allí que tanto aquellos que lo habitaban (el ermitaño), como quienes lo empleaban como "instrumento de trabajo" (el leñador, el carbonero, el porquero) fuesen representados por la literatura y la iconografía como seres solitarios e inquietantes. Toda estadía en el bosque, plantea Pastoureau, retrotrae al hombre a sus raíces salvajes, lo aleja del marco social, convirtiéndolo en un silvaticus: el "juego" etimológico está planteado: la palabra francesa sauvage (salvaje), devino del latín silva (bosque); de la misma forma que en la lengua alemana, el parentesco se marca porque wald (bosque), se vincula con el adjetivo wild (salvaje).

Luego de dar cuenta de toda una serie de mecanismos y procedimientos de orden "semiológico" (analogías, desviaciones, percepciones del todo a partir de las partes) con los que se "elabora" el símbolo medieval, Pastoureau advierte sobre las numerosas dificultades con las que se toparán aquellos que emprendan la tarea de pensar una historia simbólica, y las precauciones a tener en cuenta. Dificultades documentales, epistemológicas y metodológicas "acechan" al historiador de los símbolos. En lo que hace a la documentación, como advierte Pastoureau, el problema no es el de su escasez (los historiadores "hallan" permanentemente símbolos en proverbios, juramentos, canciones, ilustraciones, materiales arqueológicos y toda otra serie de soportes documentales), sino el del abordaje de estos documentos. Se impone no realizar una generalización transdocumental, y precisamente por ello, el análisis de cada documento debe ser harto minucioso: en el apartado dedicado al análisis de los colores,4 Pastoureau plantea, a modo de ejemplo, que el paso del tiempo, que desvirtúa y corroe la esencia original de los colores, también debe ser considerado como un elemento válido de análisis;5 de la misma forma que las condiciones de iluminación de nuestra época actual condicionan de una manera particular la percepción de las imágenes medievales, y éste debe ser un dato a tener en cuenta. En el orden de la epistemología, advierte sobre el riesgo de aplicar definiciones, concepciones y categorizaciones actuales al análisis de una historia simbólica de la Edad Media. Finalmente, en lo que hace a la metodología, el problema de hacer una "historia simbólica" radicaría en contemplar la amplitud del tema sin que resulte inabarcable: cómo encarar una investigación acerca de los colores en el universo medieval: ¿por dónde comenzar a preguntar?

Dos ideas fuertes recorren los capítulos del libro: la primera, concierne a una hipótesis que Pastoureau desliza y que es el rol que ha tenido la Iglesia católica en la construcción del andamiaje simbólico medieval. A modo de ejemplo, valga la "coronación" del león como rey del bestiario animal medieval, y el rol activo que la Iglesia tuvo en este proceso, buscando a su vez destronar al oso, el rey de los animales para la tradición germánica. Porque en los bosques paganos de la Europa medieval, el oso es el rey; ese oso que remite a toda una serie de festividades celtas y escandinavas contra las que arremete la ortodoxia católica; de la misma forma que remitía a ciertas características (salvajismo, bestialismo) que la propia Iglesia pretendía erradicar. Para ensalzar al león y destronar de paso al oso, la Iglesia ridiculiza a este último (condenándolo a errar –domesticado–, por los pueblos, como objeto de diversión). El ascenso ideológico del león viene acompañado entonces de su fortuna iconográfica: es el animal que más frecuentemente aparece representado en el Arca de Noé en las imágenes medievales; de la misma manera en que se convertirá en el animal más habitual en los escudos de armas que desde el siglo XII identifican a las familias señoriales: Pastoureau, especialista en heráldica,6 señala que el león está presente en el 15% de alrededor de un millón de blasones de los que se tiene conocimiento. La coronación del león ha sido realizada con éxito.

La segunda idea remite a aquello que Pastoureau denomina "los modos de intervención": en la cultura medieval, el símbolo "vale" más por sus modos de intervención, por el empleo que de él se hace, que por su significado en sí mismo: este abordaje permitiría "rescatar" la esencia ambigua, polimorfa, ambivalente del símbolo. A este respecto, es significativo su análisis de la figura bíblica de Judas en una clave "cromática". A partir de finales del siglo IX, Judas es representado como pelirrojo en la iconografía medieval, y luego ese rasgo se extenderá a otros traidores, desde Caín al Mordred artúrico. En esta rubicundez infamante no sólo se adivina esta genealogía de la traición, sino también el estigma de "color de la mentira y la violencia" que el rojo portaba en la Edad Media. De ahí que fuese considerado el color de los demonios y de la hipocresía; y que se creyera que cruzarse con un hombre pelirrojo era un mal presagio. Pero además una caprichosa etimología alemana llega a interpretar el sobrenombre de Judas, Iskariot ("el hombre de Cairoth"), como "ist gar rot": es decir, el hombre que "es todo rojo"; remarcando cómo, en este imaginario medieval, la palabra puede conducir a la verdad ontológica del ser o del objeto que designa; y evidenciando, a su vez, la advertencia de Pastoureau: el historiador, al analizar la cultura medieval, debe priorizar los modos de intervención de los símbolos por sobre sus códigos de significación.

Libro de gran erudición, sustentado por un abordaje científico riguroso respaldado por un gran despliegue documental, pero de lectura amable a la vez; invita a la reflexión acerca de su tarea a los historiadores (y no sólo a los medievalistas). No es –y no pretende serlo– un diccionario de símbolos medievales, sino más bien una guía para abrir aún más un camino que el propio Pastoureau comenzó a recorrer hace ya varias décadas, estudiando estos aspectos considerados "marginales" de la historia medieval aún hoy por muchos historiadores. La riqueza de sugerencias que despliega la obra de Pastoureau (y que resultan sumamente difíciles de compendiar en estas breves páginas), y su sano relativismo (el postulado elemental de que "lo que es válido para un siglo y un lugar puede no serlo para otros"), la transforman en una obra imprescindible para el acercamiento a una historia simbólica de la cultura. Al enlazar los símbolos medievales con prácticas que se extienden hasta nuestros días, nos proporciona una doble lectura: vemos las raíces lejanas de elementos que nos resultan familiares; y, al mismo tiempo, advertimos el peligro de interpretarlos según nuestra mirada actual, desde el momento en que los símbolos –en cualquier cultura– deben ser pensados como fenómenos sociales.

Notas

1 Esto es válido para todas las culturas, pero aún más en la medieval, donde el símbolo, al decir de Pastoureau, es "[...] el primer utillaje mental: se expresa mediante múltiples vectores, se sitúa en diferentes niveles de significado y atañe a todos los campos de la vida intelectual, social, moral y religiosa". Pastoureau, Michel, Una historia simbólica de la Edad Media occidental, Buenos Aires, Katz editores, 2006, p. 12.         [ Links ]

2 Por la distancia temporal, pero también porque se trata de un universo cognitivo completamente disímil al de los occidentales del siglo XXI.

3 Op. cit., p. 15.

4 Tema al que le dedica otro de sus libros: Breve historia de los colores, Madrid, Ediciones Paidós Ibérica, 2006, cuya autoría comparte con Dominique Simonnet.

5 "La realidad histórica no es sólo lo que era en su estado original, también es lo que el tiempo hizo con ella", op. cit., p. 126. De allí la imposibilidad de restaurar las obras "para devolverlas a su estado original".

6 Su libro Figures de l'héraldique, París, Gallimard, 1996, es una pequeña joya.

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