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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.11 no.1 Bernal June 2007

 

RESEÑAS

Alejandra Laera y Martín Kohan (comps.), Las brújulas del extraviado. Para una lectura integral de Esteban Echeverría, Rosario, Beatriz Viterbo, 2006, 336 páginas

 

Elías J. Palti

UNQ / CONICET


Esteban Echeverría es, entre los miembros de la Generación del '37, una de las figuras más frecuentemente mencionadas y, al mismo tiempo, menos estudiadas. A diferencia de la obra de Alberdi y Sarmiento, que ha sido objeto en los últimos años de un estudio metódico por parte de gran número de historiadores, filósofos y críticos literarios, para hallar algún intento de análisis sistemático de la obra de Echeverría tenemos que remontarnos a los años setentas. Y ello a pesar de que las menciones ocasionales que ha merecido desde entonces han sido siempre medulares en los estudios en el área, sugiriendo la presencia en su obra de una rica cantera de motivos todavía inexploradas. Las brújulas del extraviado se propone llenar este vacío y ofrecer una "lectura integral de Estaban Echeverría" abordando su obra y su trayectoria político-intelectual desde una pluralidad de enfoques y perspectivas.

El capítulo que abre esta obra, a cargo de Graciela Batticuore, se concentra en la imagen que Echeverría, siguiendo el modelo del poeta romántico, se encargaría de forjar de sí mismo como un ser incomprendido y alienado, padeciendo del irremediable desajuste existencial que resulta del hecho de habitar un mundo desproporcionado a su subjetividad estética. Batticuore asocia esa imagen sufriente con la frustración resultante de esa búsqueda casi obsesiva suya de un reconocimiento, que, medido con la vara de sus propias expectativas, le parecerá siempre esquivo.

El trabajo que le sigue de Jorge Myers señala la serie de intervenciones editoriales que realizó Juan María Gutiérrez en los textos de Echeverría, en su compilación de las Obras completas, mostrando cómo las mismas resultan reveladoras, a su vez, de un problema que, según entiende, cruza toda su producción intelectual: el marcado desfasaje entre su concepto estético y los rasgos estilísticos de su escritura. En su obra ficcional no puede encontrarse, según afirma, el tipo de escritura desagarrada que caracteriza a sus pares europeos del período. En última instancia, aventura Myers, la perseverancia en el cultivo de la imagen de poeta a la que se aferra Echeverría quizás haya frustrado su verdadera vocación como intelectual, que, como distintos autores señalaron, no se encontraría allí donde él creyó hallarla sino en su obra política y doctrinaria.

Alejandra Laera, por su parte, asocia esa imagen de poeta romantico con otra mucho menos conocida, y, en cierto sentido, contradictoria con ella, pero, no obstante, igualmente constitutiva del paradigma de escritor romántico que se impone a comienzos del siglo XIX: su faceta de Hombre productor. Ésta, según señala, no sólo se expresa en la serie de actividades mucho más prosaicas que Echeverría encara, como su empresa agropecuaria, así como en sus poco difundidos escritos sobre economía, sino que permea su propia relación con la literatura.

El capítulo de Soledad Quereilhac es un recorrido por las diversas facetas y estadios en la recepción de la obra echeverriana, señalando, sobre todo, el particular prisma con que será por mucho tiempo abordada su obra. Según muestra, las claves fundamentales que condicionarían la lectura de la misma van a ser fijadas, en lo esencial, a comienzos de siglo XX. En el repaso que realiza de los estudios entonces realizados se puede observar claramente la que, para Quereilhac, será su característica distintiva: la ninguna vocación por transitar analíticamente los procedimientos que dan forma a sus textos. En definitiva, ello obedece a una razón precisa: la falta de condiciones adecuadas de recepción de su obra. El giro fundamental se producirá recién con Contorno, cuya intervención posibilita finalmente la inteligibilidad de su obra como tal, abriendo el camino para los primeros intentos de reconstrucción de la serie de procedimientos estrictamente literarios que articulan su texto.

El capítulo siguiente de Fermín Rodríguez retoma una hipótesis planteada originalmente por Sarlo y Altamirano para adentrarse con ella en La cautiva y recorrer los distintos pliegues por los que se desenvuelve su relato. El núcleo problemático que tensa la escritura de Echeverría, según señalaron aquellos autores, radica en el hecho de que a la voluntad romántica de expresar las costumbres y la cultura local, en vista de la ausencia de las mismas, se le va a superponer en su escritura una dimensión performativa, en última instancia, incompatible con ella: será, en definitiva, a la propia escritura que le tocará así la tarea de fundar aquellas tradiciones a las que buscaría, a su vez, retratar. La pregunta que ello planteará, según señala Rodríguez, es cómo escribir esa Nada, cómo describir ese vacío de sentido y darle así presencia discursiva. Fundar en el desierto, dice, será fundar el desierto en la literatura, convertir esa decepción desnuda de significado en un objeto que pueda elaborarse estéticamente.

Entre los estudios que componen esta antología, el de Rodríguez y de Martín Kohan que le sigue buscan internarse en los procedimientos específicamente literarios que articulan la obra echeverriana. Kohan enfoca esta vez El matadero desde la perspectiva de la dialéctica entre distancia y proximidad del relato (que replica, a su vez, la tensión entre recelo ideológico y seducción estética que la cultura popular genera en Echeverría). En última instancia, el relato de la violencia urbana de El matadero quiebra la antinomia sarmientina entre civilización y barbarie, entre ciudad y campo, los cuales, como señalaran Sarlo y Altamirano en relación con el Facundo, constituyen, en principio, dos universos de sentido inconmensurables entre sí. La inminencia y vecindad de la violencia bárbara genera una ansiedad desconocida para Sarmiento por tratar de delimitar los espacios. Kohan analiza cómo esa inestabilidad topológica se despliega en las distintas escenas del relato y serviría, en definitiva, para dar expresión a una paradoja aún más perturbadora, que es la que definiría la anomalía del rosismo como fenómeno histórico: esa colisión entre el mundo popular y el poder político, la emergencia de una cultura oficial-popular, que, para Kohan, da origen a esa fiesta monstruosa que es El matadero y en donde este autor descubre aquello que vuelve a esta obra tan perturbadora en el contexto de la producción del romanticismo local.

El estudio siguiente de Fabio Wasserman asocia la figura de Echeverría con la certeza, compartida por los miembros de su generación, de la posesión de un saber fundando en un novedoso sistema de ideas capaz de servir de base para reorientar la sociedad rioplatense en la senda del progreso. Dentro de su generación, Echeverría sería quien habría de articular esa certeza difusa en un cuerpo de doctrina. El punto de fisura de dicho proyecto estaría marcado, para Wasserman, en la carencia de un referente social y político, de una fuerza capaz de encarnarlo en la realidad y ponerlo en práctica.

El capítulo de Patricio Fontana y Clara Roman se concentra, más específicamente, en la polémica de Echeverría con Pedro de Ángelis en 1846. Los autores analizan el tipo de estrategias retóricas que Echeverría despliega en dicha polémica. Según señalan, la segunda carta, en particular, motivada, en realidad, por la sensación de Echeverría de que la obra mencionada no había sido correctamente leída e interpretada, es reveladora, en última instancia, de la carencia, entre sus mismos destinatarios, de aquella serie de sobrentendidos que hubieran hecho posible su asimilación. Pero ella haría también manifiesto un problema que lo precede y que habría de acompañarlo a lo largo de su trayectoria intelectual, marcada toda por la tensión entre su vocación típicamente romántica de constituirse como un alma bella colocada por encima de las preocupaciones mundanas y su necesidad, para lograrlo, de contradecirla permanentemente "revolcándose en los intereses bajos" de las disputas mundanas.

Pablo Ansolabehere analiza, a continuación, un poema tardío de Echeverría, "Avellaneda", al cual éste consideraría la realización más acabada de su proyecto estético; un poema épico que, junto con otro anterior, "Insurrección del Sud", daría expresión poética a su programa político, sirviendo así para reconciliar esas dos almas que habitaban su cuerpo. Como señala Ansolabehere, "Avellaneda" se trata, en realidad, de una épica excéntrica, puesto que culmina con una derrota. Lo interesante del caso es que este carácter excéntrico no podría atribuirse al contexto en que fue compuesto (el exilio y la derrota de la campaña contra Rosas), puesto que éste se encuentra ya plasmado en una obra temprana suya, anterior a los acontecimientos que supuestamente lo explicarían: Elvira o la novia del Plata, la cual data de 1832. Lo cierto es que, como muestra, esta orientación estética va a proveer aquellos tropos y figuras retóricas fundamentales en las que sus compañeros de generación habrán de fundarse para retratar y dar entidad literaria al fenómeno rosista.

El capítulo siguiente, a cargo de Diego Bentivegna, estudia el Manual de enseñanza moral para las escuelas primarias del Estado Oriental que Echeverría compone en 1846 por encargo del gobierno de ese país. Bentivegna analiza la estructura del Manual la cual denota, según muestra, una concepción deóntica prepositivista de la moral que le permite ordenar jerárquicamente los diversos niveles de obligaciones personales, en una escala que avanza de lo particular a lo universal. La asepsia ética que propugna se complementa, a su vez, con una gimnástica corporal orientada igualmente a refrenar las pasiones y reconducir los espíritus hacia la senda moral. En ambos casos, subyace el supuesto común de la educación como el ámbito en el que podría materializarse el proyecto de regeneración política y social al que su generación se encontraba abocada. En definitiva, es allí en donde la escritura exhibe su carácter esencialmente preformativo, modelador de aquella realidad a la que buscará, al mismo tiempo, de retratar.

Finalmente, el estudio de Laura Malosetti Costa que cierra este libro, muy distinto de todos los anteriores, ya sumamente diversos entre sí, se concentra en el análisis del retrato de Echeverría que en 1873 el pintor francés Ernest Charton realizará por encargo de Juan María Gutiérrez para la Universidad de Buenos Aires, y que, como señala Malosetti, es el que terminaría fijando su imagen visual. La pregunta que se plantea la autora es qué es lo que hizo al mismo particularmente efectivo en este sentido, entre una variedad de alternativas disponibles. La respuesta, básicamente, que sólo hacia el final del capítulo se nos revela, es que dicho retrato resultaría particularmente adecuado como plasmación pictórica del ideal echeverriano de intelectual romántico. Lo interesante del trabajo de Malosetti, sin embargo, es el camino que transita hacia esa respuesta, en cuyo transcurso desarrolla una verdadera hermenéutica pictórica que le permite desmontar la serie de procedimientos simbólicofigurativos y estrategias compositivas que permitirán dar expresión artística a dicho ideal.

Como vemos, esta "lectura integral de Echeverría" constituye menos un cuadro sistemático que un mosaico heterogéneo de perspectivas. Esta riqueza de matices, que es intrínseca a esta renovada clave de lectura que la misma aporta, resulta al mismo tiempo sintomática. Si esta pluralidad de perspectivas no puede reducirse a un único código interpretativo, ello se debe, evidentemente, a la gran diversidad de abordajes y campos disciplinares involucrados, que van de la crítica literaria a la historia intelectual, pasando por otros menos previsibles en este contexto como la crítica de arte. Menos evidentemente, ello cabría también atribuirlo al hecho de que estos renovados enfoques de algún modo heredan y se encuentran igualmente cruzados por aquella tensión fundamental que transita las lecturas de la obra de Echeverría desde su mismo origen. Esto se hace evidente en la coexistencia en esta antología de dos modos muy distintos de orientarse hacia ella. Mientras que la mayoría de los trabajos allí reunidos concentra su análisis en Echeverría en tanto que figura intelectual, sólo unos pocos de ellos intentan adentrarse en el texto de su obra. Y si bien ambas orientaciones no son necesariamente contradictorias, tampoco resultan fácilmente combinables. En última instancia, tras aquella primera estrategia de aproximación subyace un supuesto: que la producción intelectual echeverriana resulta más significativa por lo que denota en su periferia que por lo que contiene en su interior. Por el contrario, aquellos otros ensayos que se abocan a desmontar su arquitectura textual creerán descubrir en ella una densidad estética y una complejidad en cuanto a procedimientos figurativos cuya inteligibilidad se vería obstruida bajo el supuesto anterior. El mérito de esta obra consiste, en todo caso, más que en resolver esta tensión, en aceptar el desafío de perseguir simultáneamente, con mirada estrábica, ambas vías alternativas por las cuales volver significativa la producción intelectual de este escritor extraviado.

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