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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.11 no.1 Bernal jun. 2007

 

RESEÑAS

Juan Agustín García, La ciudad indiana, sobre nuestra incultura y otros ensayos, Estudio Preliminar de Fernando Devoto, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2006, 462 páginas

 

Diego Pereyra

UBA / CONICET


El caso de Juan Agustín García es uno de los más llamativos en la historia de las ciencias sociales en la Argentina. Su nombre no es desconocido en el ámbito intelectual local; sus ideas han recibido elogiosos comentarios tanto de sus contemporáneos como de historiadores posteriores; encontrar sus libros no es una tarea sumamente dificultosa, pues han sido ampliamente editados. Sin embargo, la producción intelectual de Juan A. García no ha tenido un impacto relevante en el desarrollo de la sociología, la historia o la psicología social en el país. La reciente edición de una selección de textos de este autor puede ser la oportunidad para abrir, finalmente, una seria discusión sobre su obra y las audiencias que reiteradamente rechazaron incorporar esas ideas al debate sobre la sociedad argentina.

La compilación incluye la versión completa de La ciudad Indiana (1900), que es, sin duda, el libro más conocido del autor (pp. 51-246). También incluye su obra Sobre nuestra incultura (1922), uno de sus últimos trabajos, y producto, a su vez, de un conjunto de sus artículos periodísticos (pp. 247-356). Luego, se incluye una selección de textos de diferentes obras de García: Introducción a las ciencias sociales argentinas (1899), Ensayos y Notas (1903), En los jardines del convento (1916), Sobre el teatro nacional y otros artículos y fragmentos (1921), Sombras que pasan (1925) y un reportaje que le hiciera La Razón en 1922 (pp. 357-462). Como toda buena antología, el libro se inicia con un estudio preliminar. En este caso, Fernando Devoto realiza una excelente contextualización del autor y su obra (pp. 9-48).

La introducción cumple con la labor de hacer una cuidada reconstrucción de la trayectoria intelectual y académica de García, analizando las variables más relevantes de ese recorrido: sus lazos familiares y su posición social, su paso por la estructura administrativa del Estado nacional, incluyendo su labor judicial y su paso por la docencia universitaria. Devoto revisa además sus influencias intelectuales y su biblioteca, pero no supera en información a lo indicado por críticos pasados, principalmente por Narciso Binayán en la presentación de las Obras Completas de García en 1955. No obstante, Devoto aporta una lúcida lectura de la obra compilada, indicando claramente los núcleos conceptuales y problemáticos de una producción intelectual desordenada y compleja.

Juan Agustín García (1862- 1923) formó parte del grupo de intelectuales argentinos nacidos después de Caseros, que la historiografía definió como la generación del 80. Fue testigo de la transformación social que experimentó Buenos Aires en los últimos años del siglo XIX y sus preocupaciones no escaparon al problema primordial del argentino tironeado por su pasado criollo y la irrupción de la modernidad. El estudio del derecho y su contacto con las ideas de Comte, Tarde y Durkheim moldearon en él un pensamiento que desembocó en la sociología. La herencia (en una relación de ruptura respetuosa) de pensadores como Alberdi y Echeverría y su preocupación por investigar la realidad social argentina terminaron por orientar su mirada sobre la sociedad. En 1882, obtuvo el doctorado en Derecho junto a un grupo de jóvenes que en el futuro contribuirían al desarrollo de las ciencias sociales en nuestro país (Ernesto Quesada, Luis María Drago, José Nicolás Matienzo, Adolfo Mitre, Norberto Piñero y Rodolfo Rivarola). Inició entonces una carrera judicial que nunca abandonó y fue profesor universitario en Buenos Aires y La Plata en asignaturas como Introducción al Derecho, Sociología, Historia Universal e Historia de América.

Su obra principal es, sin duda, La ciudad indiana, tal como la sitúa Devoto. En este trabajo, García realizó un estudio objetivo de la estructura política y social de la Ciudad de Buenos Aires durante la época colonial, buscando relaciones entre la economía y la administración de la ciudad con el sistema de creencias, la religión y la organización familiar. Se ha discutido tanto la influencia de Fustel de Coulanges en este libro, que acertadamente Devoto descarta, como su perspectiva economicista. El argumento de García se construyó a partir de la descripción de una sociedad dual resultante de la estructura económica y social, lo cual impedía el surgimiento de una clase media como un importante factor de modernización social. Por otro lado, Sobre nuestra incultura resulta de un proyecto intelectual menor. García analiza en este caso el clima cultural argentino de su tiempo. Su mirada es mucho más pesimista, y sus ideas remiten a una necesidad apremiante del autor por publicar y pagar sus deudas. Parece equivocado el intento de Devoto por buscar semejanzas en el contexto y el contenido de ambos libros. Es cierto, sin embargo, que en los dos textos puede verse al mismo autor irónico e inflexible con su tiempo (p. 48), pero los temas y los problemas son bien distintos. Si se quiere, el primer García es un sociólogo estructuralista, mientras que el segundo es un sociólogo más vinculado a los estudios culturales.

A pesar de la erudición y el rigor historiográfico, el prologuista de esta obra se enfrenta con un desafío difícil de superar: la ausencia de un problema García. Es decir, una situación en la cual el autor homenajeado en este libro no forma parte de la agenda académica en ciencias sociales. Si el prólogo busca participar de un diálogo con viejos lectores de García, su formato parecería algo redundante. La presentación biográfica no agrega nada nuevo a lo que, más o menos, todos los interesados en leer a García ya conocen. Además, su lectura de las obras compiladas no ofrece una visión innovadora de esas ideas. Pero, es cierto, resulta sumamente dificultoso lograr un incremento cualitativo en esa interpretación cuando no existe una tradición de lecturas de la obra de García con la cual acordar y/o confrontar. Ahora bien, si el objetivo de esta antología es instruir a los nuevos lectores e iniciar un esfuerzo por analizar los textos de García, la pregunta es por qué esta empresa tendría más éxito que otras similares realizadas durante un siglo, y que terminaron en sucesivos fracasos.

El caso de Juan A. García es un claro ejemplo de que la calidad inherente de las ideas es insuficiente para explicar el éxito intelectual. Al contrario, este autor muestra cómo los procesos institucionales desfavorables, las estrategias biográficas equivocadas, la falta de oportunidades políticas y la estructura inmadura del campo intelectual, en forma combinada, pueden limitar la posibilidad de convertirse en un autor reconocido, a pesar de la creatividad y la originalidad de ciertas ideas que uno pueda tener.

Ciertamente, a la obra de García no le han faltado apasionados divulgadores. La lista de sus comentaristas y lectores autorizados incluyen nombres prestigiosos: Paul Groussac, Miguel de Unamuno, José Ingenieros, Ricardo Levene, entre otros. Tampoco el mercado editorial le ha sido esquivo. La ciudad indiana es probablemente uno de los libros más reeditados dentro del espacio de las ciencias sociales en el país. Se pueden contar al menos 25 ediciones y reediciones desde su primera publicación en 1900, incluyendo una versión infantil, ediciones económicas y libros de homenaje editados por instituciones públicas. Sin embargo, los miles de ejemplares distribuidos en bibliotecas públicas y privadas no fueron leídos. No existió un problema de oferta; la obra de García tuvo un problema de demanda.

En realidad, esta visión es un poco lineal. Se debería hablar de las dificultades de una oferta estructurada que no pudo despertar la atención y sentidos de un grupo de lectores demandantes de fórmulas para leer e interpretar el mundo social. Ninguno de los lectores autorizados de García pudo imponer una interpretación de sus obras que guíe la lectura de los futuros lectores; es decir, un resumen canonizado y una receta de interpretación que acelere un proceso de discusión sobre esas ideas, y permita construir una imagen de la obra más allá de lo que el texto dice y aplicar esas mismas ideas para analizar otras obras o la realidad social misma. La ausencia de discípulos (un problema compartido por la primera generación de profesores de sociología en la Argentina) privó la posibilidad de que fervientes defensores discutan, difundan y continúen la obra de García.

Esto ha impedido que García forme parte de las tradiciones intelectuales más dinámicas del país. En la actualidad, García no es leído en las aulas argentinas de sociología, historia o psicología social, en las cuales, sin ninguna duda, podría ser situado como un digno pionero. Llamativamente, los sociólogos locales han evadido interpelar a este autor e incorporarlo a la tradición sociológica argentina. Así, la tradición de la sociología científica no lo ha incorporado en su seno. Si bien Germani rescató tardíamente los méritos de La ciudad Indiana, el esfuerzo de García por investigar empíricamente la estructura social argentina no ha sido considerado. La operación fundacional de negar el pasado por parte de esta tradición pudo haber conspirado para impedir una mejor continuidad intelectual entre García y los seguidores de Germani.

Tampoco, y muy sorprendentemente, la vocación de García por fundar una sociología nacional recibió, más tarde, la atención de la tradición nacional y popular. Su ambigüedad ideológica y su imagen ligada al positivismo pudo haber contribuido a ese olvido. Por otro lado, la tradición sociológica de la izquierda intelectual tampoco lo incluyó entre sus antecedentes; lo que resulta extraño por las reiteradas referencias, discutibles ciertamente, al García marxista y sus declamaciones sobre el futuro venturoso del proletariado.

Quizás sea en la historia donde las ideas de García hayan germinado con mayor éxito relativo. Su rol como promotor del acto de bendición de la nueva generación de historiadores es muy conocida. Al parecer, ésta fue una operación orquestada más por la camada de jóvenes que irrumpió con fuerza en el campo historiográfico al final de la Primera Guerra Mundial que por el viejo maestro. Según García, esos historiadores (Rómulo Carbia, Ricardo Levene, Diego Molinari, Emilio Ravignani, Luis María Torres, y los aún adolescentes José Torre Revello y Juan Canter), compartían con él tanto la disposición por recolectar y criticar materiales como la convicción de que era necesario refundar la tradición historiográfica. Sin embargo, muy pronto esos mismos jóvenes le dieron la espalda. La historiografía resultante no tuvo una impronta basada en el legado de García. Devoto ha escrito sobradamente sobre el tema.

De este modo, no hay una interpretación canónica de García. Hay muchos García posibles: sociólogo, psicólogo social, historiador, economista, socialista, católico, liberal, aristócrata, positivista, idealista, promotor de la investigación empírica, crítico literario. Pero esta combinación contradictoria de sus intereses y preocupaciones ha sido apropiada por estudios separados sin ningún tipo de aptitud sistemática. Esta diversidad no lo ha enriquecido, sino que lo ha vuelto más oscuro y lejano. Repito, hay muchos García. Ello no es un problema; lo es que ninguno ha sido utilizado productivamente para estudiar la sociedad argentina.

La edición de esta antología constituye un nuevo paso en la historia de reediciones de la obra de Juan Agustín García. No viene a satisfacer un vacío en el espacio editorial o a publicar una obra de difícil acceso, salvo el mérito de editar Sobre nuestra incultura, que ciertamente es una de las obras menos difundidas del autor. Es más precisamente, el intento de difusión erudita de una obra que hoy es una invalorable pieza arqueológica en el museo de las ciencias sociales argentinas. Como todo trabajo de este tipo se puede discutir la elección de los textos. Se puede reclamar, así, un mayor espacio para la Introducción a las ciencias sociales, especialmente los capítulos dedicados a la sociología. También es necesario pensar en publicar sus trabajos aún inéditos o perdidos, como las clases que atentamente copiaron sus alumnos.

La presentación de Devoto no constituye un esfuerzo por ofrecer una (nueva) clave de lectura a la obra de García. Más bien, es parte de la situación de homenaje a García y la renuncia a recuperarlo dentro de la tradición de las ciencias sociales. Se concluye que sus ideas fueron interesantes pero fracasaron por anacrónicas y sombrías. Al situarlo en ese contexto, el autor compilado queda acotado dentro del campo historiográfico y se aleja la posibilidad de pensarlo críticamente desde la sociología.

Es necesario entonces repensar a García desde una posición diferente a la propuesta por el prologuista. Devoto tiene una visión decadentista de este autor, pues parece leer más atentamente al último García. Quizás sería mejor releer al primer García, un autor positivista, esperanzado y creyente en el poder avasallador de la ciencia y el conocimiento humano. El desafío es cómo convertir sus libros en clásicos de la sociología argentina y leerlos con ojos del siglo XXI, buscando claves para entender a la sociedad argentina actual.

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