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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.11 no.1 Bernal jun. 2007

 

RESEÑAS

Omar Acha, La nación futura. Rodolfo Puiggrós en las encrucijadas argentinas del siglo XX, Buenos Aires, EUDEBA, 2006, 336 páginas

 

Adrián Celentano

Universidad Nacional de La Plata


Hacer la historia de un partido revolucionario puede llevar a narrar la historia de una nación. En la encrucijada entre nación y revolución Acha escribió una historia intelectual de Rodolfo Puiggrós. El autor continúa con esta obra desgranando su desarrollo sobre el campo historiográfico argentino que generó su José Luis Romero y otros ensayos. Al investigar el pensamiento militante con el saber académico, se adentra en los meandros del Partido Comunista, las aplicaciones concretas –como exigía Lenin– del materialismo histórico, en las tentativas dialécticas para asir a las masas peronistas y el vertiginoso tramo de las tesis históricas devenidas en la política armada. En todas las facetas de Puiggrós entra Acha con precisión en la exposición argumental, contrasta cada tesis con las de sus oponentes –como los revisionistas– y penetra en cada obra sin someter al lector a la mera descripción ni al juicio inapelable. El trabajo está organizado en seis capítulos con cierto seguimiento cronológico, coronado con un epílogo y la completa bibliografía de la obra puiggrosiana.

Difícil ha sido la suerte de los historiadores marxistas revolucionarios, que –marcados por la prueba de la militancia política– han merecido escasos estudios rigurosos sobre sus intervenciones. Un rasgo de esa dificultad es que marxismo y revolución en la Argentina terminaron por quedar en las coordenadas donde se presentó el peronismo, el cual pretendió el monopolio de la cuestión nacional y de la popular. Este monopolio es prolijamente desmentido por la convincente demostración de Acha de que la "cuestión nacional" fue tomada por el marxismo desde mucho antes de la irrupción del peronismo. De todos modos, se trata de un espacio donde hasta ahora habían abrevado historiadores identificados con la convergencia de marxismo, revolución y nacionalismo, como Norberto Galasso y otros. Autores frecuentemente requeridos para revalidar posturas en el campo político, organizando biografías que los presentan en sus aristas más favorables, aunque no en las facetas contradictorias o no asimilables a las tesis de sus biógrafos.

El Puiggrós de Acha está en otro terreno –como hizo Horacio Tarcus con su trabajo sobre Milcíades Peña y Silvio Frondizi– e impone un análisis sin identificaciones con su objeto, al punto que invita al final a "hacer tabla rasa del pasado", como decía Chesneaux, o a atravesar fantasías inmarcesibles, para reactivar el mandato de Manuel González Prada: "Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra". El autor nos propone una biografía en la sociedad, un seguimiento de las aporías de las tesis puiggrosianas contrastadas con las de Jorge Abelardo Ramos, Juan José Hernández Arregui, Jorge Eneas Spilimbergo, John William Cooke, Eduardo Astesano y Ortega Peña. Sin dejar de ponerlas en contacto con el resto del campo político, en un trazado de cada una de las inscripciones militantes con sus siglas, periódicos, opúsculos, combates, correspondencias, secuestros, panfletos y destierros.

Ni hagiografía ni demolición, Acha no cesa en una exposición crítica de los argumentos del historiador. Describe su inicio en la década de 1930 cuando, mientras el padre le señalaba como modelo a seguir la figura del joven Prebisch, Rodolfo se desvía hacia el comunismo, donde su intervención en la lucha antifascista determina la obra que marcará todo su trayecto: De la colonia a la revolución y simultáneamente el cierre del proyecto historiográfico de la revista Argumentos. Al tratar el agrupamiento intelectual de la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), Acha muestra cómo el concepto de nación tiene la capacidad de ser una forma llenada con los mas diversos contenidos, pero que en tanto categoría se impone en última instancia sobre el análisis histórico y político. El biógrafo no subordina el antifascismo a la categoría del totalitarismo, avanza en la comprensión de esa organización intelectual como asociación, conectada con la política nacional del PC, en el período en que se nacionaliza la política de los partidos bajo la égida de Moscú. Aunque debemos puntualizar que el lugar efectivamente otorgado en las revistas Unidad y Nueva Gaceta a la temática nacional fue en la práctica escaso, pese a la exigencia de Aníbal Ponce certeramente citada en esta biografía.

Acha presenta el contexto de la expulsión de Puiggrós del Partido Comunista en 1946 con las dificultades que le acarrea esa condición durante el primer peronismo al director del periódico Clase Obrera, que es sometido a la disyuntiva de sostener la lucha reivindicativa obrera mientras adhiere al poder –y la dirección– de la burguesía nacional. Tensión que Acha sigue por revistas, panfletos y correspondencias con obreros ferroviarios en lucha clasista contra la burocracia sindical, y con camaradas intelectuales "materialistas históricos" que le reclaman urgente peronización ideológica y política, como Astesano. Terminado el primer peronismo, el lugar de esa dirección posible para las masas es sucedida y superpuesta por Puiggrós en el Estado, las fuerzas armadas y Perón.

En Puiggrós la escritura histórica de corte estalinista es cuestionada en su dimensión nacionalista estatista y etapista, siguiendo la objeción que Alberto Pla le presentó a esa corriente en década de 1970. De todos modos, la sujeción del marxismo a la trama impuesta por el nacionalismo es un efecto encontrado en intelectuales opuestos al estalinismo como Milcíades Peña, como Acha indicó en su artículo compilado recientemente por Devoto y Pagano. Pero aquí se trata específicamente de cómo la adopción del diamat lleva a Puiggrós al empleo de la evolución sucesiva y progresiva de los "modos de producción". El autor de Rosas, el pequeño historiografió basado en tres fuentes: los clásicos de Marx, Engels, Lenin y Stalin, los manuales soviéticos y la bibliografía académica argentina o europea. También recurre a Mitre, Coni o Levene, se basa en fuentes de Pizarro, de Azara, Lozano en De la colonia a la revolución y toma el acervo universitario europeo durante su primer exilio mexicano. De su estadía hasta 1965 en la UNAM resulta La España que conquistó América y La cruz y el feudo, textos en los que Puiggrós defiende las categorías de "feudal" y "precapitalista" para la América colonial, frente a su colega Andre Gunder Frank, que consideraba como capitalistas –ya desde el siglo XVI– estas zonas, por ser periferia de un sistema mundial capitalista. El problema se presenta alrededor del concepto de desarrollo desigual y combinado, al cual también se remitieron los brasileños partidarios de las teorías dependentistas y otros ex comunistas devenidos populistas, como Darcy Ribeiro, a mediados de los años de 1960, lo cual confirma en diversos intelectuales latinoamericanos las disyuntivas que Acha nos presenta en el argentino.

En la argumentación de Acha el trípode ideológico del nacionalismo-estatismoetapismo impone un corset interpretativo al trabajo de Puiggrós, en el cual se ahoga el pensamiento de lo político y simplifica la lucha de clases hasta la caricatura, bajo la determinación mecánica de la economía. Ésta se presenta en la forma de una fuerza, que es la voluntad nacional de una burguesía que no llegó a ser en la revolución de 1810, pero que siempre será esa voluntad a la cual la élite intelectual le debe inocular la teoría. Bajo el nombre del desprestigiado diamat, Acha nos muestra los conceptos teóricos (filosofía, dialéctica, universalidad) e históricos (modos de producción, clase obrera, imperialismo) empuñados por Puiggrós y lo compara con los historiadores comunistas británicos. Si el argentino no alcanza los niveles de las obras de los ingleses, Acha nos muestra la trama de bloqueos que reprimieron tentativas como las de Agosti y el empeño con el cual Puiggrós se obstinó en sus tesis.

El marxismo puiggrosiano generó contradictorias y esquemáticas aplicaciones, que llevaron por caso en De la colonia a la revolución a descartar la obra de Mariátegui, o –como apunta Acha– a encumbrar ilimitadamente la capacidad del nacionalismo estatal en El proletariado en la revolución nacional a punto tal que el invocado proletariado merece pocas líneas, pese a funcionar en el relato puiggrosiano como fuerza ciega y a la vez creadora de Perón. Es éste un modo de pensamiento que –según Acha– dedicó muy poco al estudio sistemático de esas masas, las cuales quedaron reducidas a seguir los liderazgos. A pesar de las limitaciones de Puiggrós, la investigación presente nos pone en contacto la capacidad de su ideología para producir historiografía y política dentro y luego fuera del aparato que lo sostenía: el Partido Comunista Argentino. Acha es claro al demostrar que Puiggrós no disputaba con una academia tan estancada como el revisionismo histórico. En ese sentido, creo que el materialismo puiggrosiano con su esquema no parece haber sido tan estéril en la Historia económica del Río de la Plata, ni poco convincente con su Historia crítica de los partidos políticos, obras que le permitieron nutrir acciones "eficaces". Eficaces, por supuesto, en los términos de la militancia política, con su pasión por lo real y por fundar un conocimiento del objeto concreto para transformarlo, que era el sentido de esas intervenciones. De allí que no parece muy exacto considerar "fracasos" puiggrosianos al Movimiento Obrero Comunista y otras tentativas, en la medida en que forjó un ideario que convergió con otras modulaciones (Astesano, Ramos, Hernández Arregui y otros), las cuales fueron apropiadas en diversas franjas militantes y ésa es la función que el mismo Acha le asigna.

De este modo, la disidencia comunista en cierto modo "dio en el blanco" del problema de las masas, más que en el de la hegemonía. A su modo, Puiggrós acertó al inventar un trayecto para romper el cerco que separaba marxismo de peronismo –por eso fue blanco de Codovilla–, pero el precio fue desactivar la disputa de la dirección. De allí la necesidad puiggrosiana de instrumentar las tesis maoístas sobre la definición de las contradicciones y su movilidad –como también hizo Hernández Arregui– omitiendo que tal definición y esa movilidad no podían subordinarse a una dirección no proletaria, como sí exigía Mao. En la medida en que las tesis de ese nacionalismo estatista nacionalista dieron en el blanco no sólo importunaron al jefe del PC, también más tarde a Perón y –por cierto– a las clases dominantes que montaron el exterminio de sus adherentes y el desmantelamiento de la estructura que determinaba las contradicciones en las cuales operaban.

En este sentido, la segunda mitad del libro realiza un exhaustivo examen de la relación entre la izquierda peronista y el líder, profundizando en cada grupo político que organiza Puiggrós entre 1956 y 1980. Allí revisa la reescritura del autor para cada reedición, como cuando completa su Historia crítica de los partidos políticos. Acha hace eje en la novedad que le impone el Cordobazo en tanto irrupción masiva a la política pensada por al autor de El peronismo: sus causas. Acha trabaja instrumentos teóricos del marxismo y del psicoanálisis e indaga sobre la negación de la izquierda peronista a saber lo que ya sabe: que Perón no va a llevar a la Patria Socialista, y establece una relación de identificación por parte de los revolucionarios juveniles de Perón con el Padre. Y más adelante, al tratar la renuncia de Puiggrós en 1974 al rectorado de la UBA, señala que "puso en acto una denegación, es decir la imposibilidad de reconocer una carencia que cuestione el ser mismo del sujeto en tanto dependiente de un otro no castrado". Transita, de este modo, el sendero que abrieron Sigal y Verón, aunque Acha se diferencia al retomar esas imposibilidades y carencias en otro plano: las precisas afirmaciones materialistas sobre el carácter estructural de la crisis económica de una industrialización sustitutiva agotada. Proceso que explica el biógrafo por la persistente lucha de clases, aún acotada al plano económico, por parte de una clase obrera mayoritariamente identificada con el peronismo, apelando más al análisis concreto de la disputa por el ingreso trazada por Juan Carlos Torre, que a la memoria consagrada en La Voluntad por los testimonios. Para Acha, los Montoneros cayeron en la trampa de la lectura "populista del populismo: la reducción politicista de lo político", un fenómeno que operó en Puiggrós reforzado por la práctica militante de sus hijos.

En 1974 está desterrado nuevamente en México, debido a las amenazas desatadas sobre su vida en Buenos Aires. En la capital azteca Puiggrós espera el cumplimiento de las previsiones políticas de Montoneros, mientras impulsa la organización de los exiliados. Protagoniza desde el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino (COSPA) el debate sobre la situación argentina con el grupo de la revista Controversia, que marcó tanto el análisis de la derrota política y militar –negada por Montoneros– como la prescripción de la lectura de la democracia. Acha fija la postura de Puiggrós en dos instancias: en la imposibilidad de abandonar la lucha por la caída en combate de su hijo Sergio y en la persistencia de la incertidumbre del revolucionario, una

condición imprescindible del momento capital de lo político, que es el pasaje a la acción, el abandono del tanteo (no de la búsqueda que lo fundamenta) con la decisión de transitar de la teoría a la práctica.

Y así se explica que de la certeza generada por la Jornada Nacional de Protesta de 1979, como práctica masiva de resistencia obrera a la dictadura en la Argentina, Puiggrós deduzca la justeza de la contraofensiva montonera.

Para Acha, las pinzas del populismo atraparon a las izquierdas: a las filoperonistas, en manos del líder y a las no peronistas, aisladas de las masas obreras, estas multitudes se mantuvieron en sus reivindicaciones de ascenso social y gobierno peronista eterno. Mientras las izquierdas quedan impotentes, sea para reformar a las masas peronistas sea para formular una política independiente, como ejemplifica el trayecto del gramscismo argentino. El posterior cono de sombra cernido sobre Puiggrós desde 1983 se explica por el olvido de la revolución social, opuesta dicotómicamente a la democracia en los balances dominantes en el campo intelectual argentino. Allí, índica Acha, reside la fórmula que asoció "locura y violencia", que anatematizó la voluntad radicalizada y profundizó, por parte de los intelectuales, la separación de la praxis política. La posibilidad de un recomienzo queda planteada en el libro en términos historiográficos, separada de pretensiones referidas a un sujeto sustantivo y requiere la toma de distancia de toda ilusión en los avatares del populismo.

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