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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.11 no.2 Bernal dic. 2007

 

HOMENAJES

José Luis Romero, las ciudades y las ideas

 

Se cumplen treinta años de la muerte de José Luis Romero (1909-1977), en los que su figura no ha dejado de acrecentarse como una referencia clave de la historia de la cultura en Argentina y América Latina.1 Prismas ha querido recordar este aniversario con un homenaje a través de la publicación de algunos de los trabajos menos conocidos de Romero, sus textos sobre ciudades, recuperados y resignificados en el conjunto de su trayectoria por una reciente interpretación.2 Se reproducen dos artículos sobre la misma ciudad, Brujas, separados por un período de más de treinta años: el período en el que se desenvuelve casi toda la obra de Romero.
El primero de ellos, "Brujas: meditación y despedida", se publicó en la revista Capítulo, en octubre de 1937. Producto del primer viaje europeo de Romero, el artículo nos muestra un ensayista de entonación simmeliana planteándose el problema del conflicto que una ciudad como Brujas hace presente por antonomasia: entre duración y vigencia, entre valores estéticos y exigencias de la "vida histórica" (conflicto que sobre el final del texto, Romero, más nietzscheano que simmeliano, propone resolver, "con todo el odio que producen los grandes amores", poniéndole fuego a la ciudad). El segundo artículo, "Brujas: entre la frustración y el recuerdo", forma parte de una serie de textos sobre ciudades que Romero fue publicando en la revista Hebraica en 1970, y ya muestra claramente el uso maduro de la ciudad como clave material para una interpretación sociocultural de la historia, ese tipo de enfoque que, completando el recorrido que va desde una "revolución urbana" à la Pirenne hasta la historia americana, Romero plasmaría magistralmente en su último libro, Latinoamérica, las ciudades y las ideas.
Precisamente, en 1965, en la clase introductoria a un curso en la École des Hautes Etudes, Romero reflexionaba del siguiente modo sobre la importancia creciente que había asumido la ciudad en su trabajo desde aquel primer viaje a Europa de treinta años atrás:

Me propongo, en este curso, intentar un análisis de tres procesos de desarrollo urbano, que se han cumplido en épocas y circunstancias diferentes, y cuya comparación, según creo, permitirá profundizar más aun la comprensión de cada uno de ellos, e iluminar sus etapas sucesivas. Este análisis se referirá, fundamentalmente, a las estructuras urbanas y a las formas de mentalidad y de vida; pero atenderá también a otros aspectos del problema, en particular al de la ciudad misma como creación material, como marco de cierto tipo de coexistencia y como expresión de cambios socioculturales.
No sería oportuno desarrollar aquí y ahora una larga fundamentación del interés que suscita este tipo de tema; pero sí creo conveniente hacer algunas observaciones previas sobre los caracteres del análisis que me propongo hacer. Debo confesar que este tipo de enfoque no me ha sido sugerido originariamente-ni, finalmente, me ha cautivado- por obra de la abundante bibliografía que, desde fines del siglo pasado, existe acerca de la vida urbana, tanto desde el punto de vista del antropogeógrafo como del sociólogo, del historiador o del urbanista. Hoy he llegado a interesarme en esa rica bibliografía que arranca de Maitland y de Gross, de Below, de Pirenne, de Davidsohn, y si se quiere pensar en otros enfoques, de Max Weber, de Maunier, de Ratzel, de Park. Pero mi interés apasionado por ese tema proviene del primer impacto que hicieron en mí las viejas ciudades europeas cuando las descubrí, la primera vez que viajé a este continente en 1935. Este hecho no carece, para mí, de importancia, porque explica el tipo de análisis comparativo que me propongo iniciar hoy. Para un argentino-que venía de una ciudad populosa y europeizante como es Buenos Aires, fundada en el siglo XVI pero impregnada de las influencias de la inmigración europea de la segunda mitad del XIX-, la ciudad europea, y especialmente la que conserva de manera visible su fisonomía medieval, debía imponerse como un hecho nuevo, distinto. Podría señalar algunas: Toledo, Avila, Poitiers, Arles, Laon, Brujas, Nüremberg, Florencia, Venecia, Lucca. Como todo viajero, me lancé sobre los monumentos más conocidos, procuré entender su peculiaridad estilística, pero comprendí muy pronto que no era ese el mejor espectáculo que la vieja ciudad podía ofrecerme.
Desde ese momento he pensado en la formación de las ciudades y en sus cambios de una manera regular, hasta convertir ese problema en el centro de mis preocupaciones de historiador. Creo que todo lo que me llamaba la atención en esta experiencia directa de enfrentamiento con la vieja ciudad europea, provenía de mis supuestos de ciudadano de una ciudad americana, rioplatense, argentina, supuestos, por lo demás, que comencé a descubrir y a precisar justamente al confrontarlos con los que me parecían propios de la vieja ciudad europea. Recuerdo que mi más inquietante pregunta giraba acerca de si podría vivir definitivamente en Brujas-la ciudad que más vehemente deseo tenía de conocer cuando partí de Buenos Aires-; y finalmente la respuesta que me di fue negativa, y comencé a preocuparme por cierta extraña personalidad que me parecía descubrir en las viejas ciudades europeas, que yo no podía juzgar, sin embargo, sino desde mi perspectiva americana.
Podría decir que es esta experiencia-y no la preferencia científica por un cierto tipo de tema- lo que me ha llevado luego a centrar mis estudios históricos en los problemas de la formación de la burguesía, de la mentalidad burguesa y de la ciudad burguesa. Pero aun debo aclarar otra circunstancia. Aun antes de decidirme a circunscribir mi campo de estudios, canalicé mi interés por las viejas ciudades a las que me había asomado con tan curiosos ojos, hacia la lectura de las crónicas urbanas. Durante largo tiempo fueron mis lecturas predilectas Giovanni Villani, Galbert de Brugges, la Crónica compostelana, el Journal d'un bourgeois de Paris, la Crónica de Enrique de Livonia, y junto a ellas, los cuentos de Chaucer y Boccaccio, las coplas de Mingo Revulgo y las baladas de Villon, Le Jeu de saint Nicolas, la Farse de Maître Pathelin o las poesías de Hans Sachs. Sólo más tarde me decidí a introducirme en el material documental y en la bibliografía monográfica y erudita sobre la historia urbana de la Edad Media europea, al tiempo que comenzaba a interesarme de una manera informal por las
crónicas americanas, en las que las ciudades se veían surgir repentinamente y armadas de todas las armas por la fuerza de la voluntad de unos hombres venidos de Europa, que cruzaban las más altas montañas para apoderarse de gigantescos imperios, y que querían residir dentro de un marco europeo que les era posible crear en tierras extrañas gracias a su voluntad indomable. Y así cobré conciencia de que también estas ciudades cuadriculadas habían nacido de curiosas y singulares situaciones y de que habían cambiado luego según ciertas circunstancias no menos curiosas y singulares. No sé en qué momento pensé que estos procesos-el de la ciudad medieval y el de la ciudad americana- debían ser comparados para entenderlos mejor y para descubrir, acaso, ciertas formas de regularidad en esos procesos de larga duración y lento ritmo de cambio, en los que se elaboran las estructuras socioeconómicas urbanas, las formas de mentalidad, las formas de vida y las formas materiales que adopta la ciudad misma, en las que se puede ver una expresión sensible de lo que ha ocurrido en ellas.
Deseaba señalar, al comienzo del curso, este singular origen de mis preocupaciones por los temas de la historia urbana porque acaso explique alguna parte de mis opiniones, y acaso también, justifique mi audacia-y mis dificultades- para enfrentarme con este problema. Yo parto de una experiencia directa de la ciudad europea vista desde la experiencia de una ciudad americana. Y me atrevo a una generalización casi gigantesca, en condiciones muy difíciles y aventuradas, que no ignoro, y que reposa en estudios de distinta intensidad según los casos. Pero esa experiencia directa que está en el origen de mis preocupaciones-renovada varias veces y analizada luego de una manera cada vez más rigurosa- me proporciona un punto de vista que se ha transformado poco a poco en una hipótesis de trabajo. Me atrevería a decir que me sugiere los modelos sobre los que puedo trabajar. Y es precisamente ese punto de vista lo que quiero ofrecer aquí a ustedes, a través de procesos históricos, sin duda, pero asignándole en esta ocasión más importancia al punto de vista que a los procesos históricos mismos. Son los modelos los que quiero someter a consideración de ustedes, y con ellos, la selección de procesos que hago para construirlos y compararlos.3

La extensa cita es reveladora del impacto de larga duración-y enorme productividad- de estas experiencias urbanas en la obra de Romero. A continuación, este homenaje a través de sus dos versiones de Brujas.

A. G.

Notas

1 Entre la producción historiográfica sobre Romero sigue siendo fundamental el artículo de Tulio Halperin Donghi, "Jose Luis Romero y su lugar en la historiografia argentina", Desarrollo Económico, vol. 20, No. 78, julio-septiembre de 1980.         [ Links ]

2 Véase Omar Acha, La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero, Buenos Aires, Ediciones El Cielo por Asalto, 2005.         [ Links ]

3 Agradecemos a Luis Alberto Romero habernos facilitado el acceso a los artículos de la revista Hebraica y, especialmente, habernos ofrecido el magnífico material inédito del curso de José Luis Romero en la École, que forma parte de un libro en preparación.

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