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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.11 no.2 Bernal Dec. 2007

 

DOSSIER

Escuchar a escondidas entre los arbustos Historia intelectual y crítica literaria*

 

Stefan Collini

Universidad de Cambridge

 

La historia intelectual es un tipo de práctica, o un grupo de prácticas relacionadas, y el mejor modo de exponer su carácter en un momento dado es reunir un cuerpo de trabajo ejemplar. Posiblemente las llamadas declaraciones "metodológicas" o "teóricas" sirvan a múltiples propósitos-filosóficos, exhortativos, de exclusión, etc.- pero sólo pueden tener un papel subordinado en la representación de la naturaleza y la diversidad de dichas prácticas. Las prescripciones y las disputas metodológicas conforman un género particularmente proclive a caer en el escolasticismo y la aridez, y por tanto al responder a esta invitación de los editores de Prismas voy a limitarme a unas pocas reflexiones personales sobre mi propia práctica y sus vínculos con algunos desarrollos recientes en el campo. Estas reflexiones, debería recalcar, no se presentan como un manifiesto metodológico y menos aun como una interrogación conceptual sobre los tipos de saber implicados en la historia intelectual.
Si tomamos primero la perspectiva más amplia, hay dos desarrollos vinculados en las décadas recientes que han alterado el escenario para el trabajo en la historia intelectual, sin duda para alguien interesado, como es mi caso, ante todo por la vida intelectual, literaria y
cultural de Gran Bretaña durante los dos últimos siglos. El primero es, sencillamente, un incremento en la auto-confianza. Quienes se describen como "historiadores intelectuales" hoy se colocan mucho menos a la defensiva: los ejercicios intrincados sobre la definición y la autojustificación parecen mucho menos necesarios que hace tres o cuatro décadas. Las denominaciones son sólo denominaciones, pero el término "historia intelectual" hoy es muy común, al menos en el mundo académico angloamericano, donde aparece con frecuencia en los títulos de libros, publicaciones periódicas, cargos, etc. El otro cambio, que puede ser visto en parte como causa y en parte como consecuencia de la mayor confianza, ha sido la emancipación del campo respecto de la historia del pensamiento político. Por motivos históricos contingentes, ésta fue la forma en que la historia intelectual-a menudo en compuestos inestables, con elementos de teoría política, filosofía moral e historia política- alcanzó un cierto grado de reconocimiento académico e institucional en los Estados Unidos y, en especial en Gran Bretaña, en las primeras dos o tres décadas posteriores a 1945.1 Sin embargo, desde la década de 1970, una variedad mucho mayor de trabajos en el campo de la historia intelectual han empezado a ocupar un primer plano, provenientes no de los márgenes de un subcampo consolidado, como la historia de la filosofía o la historia del pensamiento político, sino nacidos de un compromiso histórico más genuino, menos tendenciosamente polémico o teleológico, con distintos aspectos de la vida intelectual de las sociedades del pasado.
No ofrezco aquí un relato optimista sobre el "progreso" de la disciplina, sino que sólo señalo cambios mayores dentro del escenario en el que todos trabajamos y, por lo tanto, acerca de cómo se siente ser un historiador intelectual en el año 2007, en contraste con, digamos, 1977 o 1967. En todo caso, hay tendencias compensatorias en funcionamiento que deberían obligarnos a evitar toda nota triunfalista en esta descripción. Una es que desarrollos provenientes ante todo de la teoría literaria, a veces sintetizados como el "giro lingüístico", condujeron a todo tipo de usos oportunistas de textos del pasado, impulsados en primer lugar por motivos ideológicos o desconstructivos, y presentados cada vez más bajo el título de "historia intelectual", incluso a pesar de no formar parte de ningún esfuerzo sostenido por recuperar y comprender la vida intelectual del pasado en su carácter espinoso e irreductible en cuanto pasado. El potencial para la percepción y la identificación erróneas se ha incrementado de manera correspondiente, tal como lo ilustran abundantes testimonios anecdóticos sobre reseñas, invitaciones, designaciones, etc. Otro desarrollo limitador es de tipo institucional. A pesar de todo el gran trabajo que se está llevando a cabo en la actualidad en el ámbito de la historia intelectual en Gran Bretaña y los
Estados Unidos, aún hay una escasez de puestos académicos establecidos en el campo. Con frecuencia, de nuevo especialmente en Gran Bretaña, un estudioso designado inicialmente para enseñar en otra área (y que en muchas ocasiones posee una formación en otra disciplina) deja una marca en el campo y adopta la "historia intelectual" como parte de la descripción de su cátedra, sólo para que su puesto vuelva a su lealtad disciplinar original una vez que se retira o jubila. Hay pocas instituciones donde uno pueda hablar propiamente de una sucesión o un programa de posgrado continuo.
No obstante, el sentimiento más profundo acerca de la mayor legitimidad y los valores compartidos que trajo consigo el crecimiento de la historia intelectual en las últimas décadas es en sí una condición habilitante para el desarrollo de buenos trabajos. El estado saludable de la disciplina aparece evidenciando por un grupo de revistas que hoy se inscribe en el campo. Intellectual History Review es la más reciente, lanzada en abril de 2007, pero se une a Modern Intellectual History, lanzada en abril de 2004, History of European Ideas, refundada bajo una nueva línea en 1995, y el Journal of the History of Ideas, más venerable pero que también ha atravesado recientemente una bienvenida reforma de su identidad. (Debo confesarme parte interesada, ya que participo del consejo editorial o asesor de las últimas tres publicaciones.) Por supuesto, también se publican buenos trabajos de historia intelectual en muchas otras revistas; destaqué el cuarteto anterior simplemente porque su desarrollo simultáneo es un fenómeno nuevo, y porque brindan a los historiadores intelectuales espacios para publicar sin tener que adaptarse a los protocolos o las expectativas de estudiosos que trabajan en otras disciplinas o subdisciplinas.
Todo intento de ubicar mi propio trabajo en relación con estos desarrollos mayores corre el riesgo de caer en la arbitrariedad o la
presunción. Tal vez simplemente deba decir que siento haber sido un beneficiario de estos desarrollos y también haber sido excepcionalmente afortunado en mis filiaciones institucionales. Inicialmente, en los comienzos de la década de 1970, mi interés se concentró en la historia intelectual del pensamiento social y político, en especial en los presupuestos morales y caracterológicos que subyacen a dicho pensamiento en la Gran Bretaña de los siglos XIX y XX, ubicándolos en el contexto de debates culturales y políticos más amplios. Llegado a este punto, tuve la buena fortuna de enseñar en la Universidad de Sussex, la única universidad en Gran Bretaña en esa época que ofrecía un programa de grado en Historia Intelectual y tenía cargos bajo esa descripción.2 Hacia mediados de la década de 1980, mis intereses fueron pasando cada vez más del siglo XIX al siglo XX y, ante todo, del pensamiento social a la historia de la crítica literaria y cultural. En ese momento me sumé al departamento de literatura inglesa de Cambridge, que me permitió proseguir mis intereses mixtos y un tanto idiosincrásicos sin sentirme excluido de un ámbito institucional mayor. La sensación de haber encontrado nuevamente un hogar en el que sentirme a gusto se expresa claramente en el nombre de mi cátedra: Historia Intelectual y Literatura Inglesa.
Hace algunos años, cuando trataba de encontrar un eslogan seductor para representar el enfoque híbrido que consideraba esencial para la práctica de la historia intelectual, solía decir que uno debería "leer como un crítico, analizar como un filósofo y explicar como un historiador". La frase es rudimentaria como todo eslogan, y después de reflexionar al respecto he llegado a pensar que exagera considerablemente la medida en que algo cercano al análisis conceptual o filosófico forma parte necesariamente del trabajo del historiador intelectual, y quizás exagera también el papel de la "explicación". En contraste, sin embargo, el dictamen de "leer como un crítico" me ha parecido en los últimos años más importante y central que nunca. No es que en estos días se pueda considerar que la "crítica literaria" denote una práctica única o unívoca, pero aún representa una atención particularmente minuciosa a la textura verbal y a las propiedades formales de los textos, que van de cuestiones tradicionales de tono y registro a cuestiones peliagudas como el lector implícito del texto o el posicionamiento de la voz autoral. Esta atención contrasta con la "reconstrucción racional" del pensamiento del pasado que tiende a confinarse en aquello que, en el idioma sucinto de la filosofía analítica, podría denominarse el "contenido proposicional" de los textos.
En lugar de una justificación extendida de este punto, permítanme simplemente traer a colación dos citas emblemáticas. La primera proviene de un crítico incomparable de mediados del siglo XX, William Empson. Al ocuparse de lo que denominó "palabras complejas", Empson contrastó la "fórmula" de las doctrinas y sistemas abstractos con lo que llamó "los arbustos de pequeñas ideas" y la lengua en que se expresan: "Un hombre tiende finalmente a formar su opinión en términos de ricas y vagas palabras íntimas antes que de las palabras nítidas de su lengua oficial".3 Bien podemos interesarnos en mucho más que la forma en que un hombre "forma su opinión", pero la afición de Empson por las "ricas y vagas palabras íntimas" nos ayuda a alejarnos del foco exclusivo sobre los términos claros y abstractos que conforman las "ideas". La otra cita es de un libro publicado este año por la crítica Angela Leighton:

Forma es una palabra que brinda a los escritores una figura para algo esencial del trabajo literario: ese carácter oblicuo del estilo y el modo, la música y el sentido, que demanda atención y se convierte, a su manera, en un nuevo tipo de conocimiento.4

Por supuesto, no se puede describir toda escritura de un modo útil como "obra literaria", pero siempre tiene una "forma" en un grado más o menos marcado, y nos perdemos algo esencial de dicha escritura si no prestamos la "atención" necesaria a dicha forma. Henry James, en una de sus reflexiones sobre el arte de la ficción, sugirió que el novelista debe esforzarse por ser "alguien a quien no se le escapa nada". Aplicarlo directamente a la historia intelectual podría ser exagerado, pero al menos ayuda a estimular una vigilancia hacia todas las dimensiones de un escrito del pasado. De este modo, una descripción del tipo de trabajo que cada vez admiro más podría ser que presta un mayor grado de atención, informado por una atención hacia muchos otros elementos del mismo entorno.
Junto con el análisis, la explicación y demás tareas de peso, una de las cosas que los historiadores intelectuales hacen constantemente, si bien no siempre lo reconocen, es lo que quisiera denominar "caracterización". Para decirlo de otro modo, ésta es una actividad de re-descripción que llevamos adelante constantemente con nuestras "ricas y vagas palabras íntimas" sólo que aquí informada aparece por una familiaridad cultivada con el autor o el período en cuestión. Esto queda
muy claro cuando consideramos todo lo quesintetizan los juicios sobre lo que es característico (o no característico) en una persona, un estilo literario o artístico, un cuerpo de pensamiento, un entorno o un período. Desde cierta perspectiva, ésta es la contracara positiva del anacronismo, la habilidad de reconocer qué pertenece y qué no pertenece a un tiempo en particular. Desde otro punto de vista, implica familiarizarse lo suficiente con las voces del pasado como para ser capaces de reconocer, como ocurre con aquellas con las que nos asociamos en el presente, qué forma parte y qué no forma parte de su "carácter", y por tanto a hacernos a nosotros mismos distintas preguntas acerca de esos enunciados que no son característicos. En nuestra labor intelectual, esto se expresa muy a menudo a través de los adverbios aparentemente inconsecuentes y cotidianos que sirven como marcadores retóricos en nuestra prosa, indicando relación, actitud, expectativas, así como en aquellos que denominamos verbos activos, indicando grados de agencia, rasgos de modo, niveles de intimidad o distancia. Todo esto, será evidente, se encuentra dentro de lo que Empson denominó los "arbustos", pero la atención a asuntos más amplios, más abstractos y metodológicos pudo haber llevado a desatender o subestimar cuánta agudeza histórica e intelectual ha podido estar involucrada en el despliegue hábil y oportuno del inagotablemente rico vocabulario de la caracterización cotidiana.
Dos de los historiadores intelectuales que más admiro han hablado de su trabajo como una forma de "escuchar a escondidas" las conversaciones del pasado.5 En parte el atractivo de la metáfora es que permitiría que
las conversaciones del pasado continúen en sus propios términos, sin ninguna intervención deformante por parte del historiador (en otra parte he sugerido cuán contrastante es el rol propuesto por la metáfora de moda "interrogar" el pasado).6 Pero como también han reconocido tanto Burrow como Winch, los historiadores intelectuales no sólo "escuchan secretamente una conversación privada", lo que connota un rol un tanto pasivo: más allá de eso, el que escucha a escondidas debe luego informar el resultado de su escucha a otra audiencia, y en este punto se tiene que convertir no sólo en un "traductor" (al menos del lenguaje del pasado al lenguaje del presente), sino también en cierta medida en un retratista, que se sirve de la luz y la sombra, la perspectiva y la proporción, para extraer algo que siempre estuvo allí, pero que no fue comprendido ni visto antes con tanta claridad. Cuál es la forma que debería adoptar nuestro trabajo como expresión de esa atención informada no es fácil de decir-o, más bien, las formas apropiadas son potencialmente ilimitadas y variarán según las circunstancias-. Con un tono elevado y solemne, Oscar Wilde declaró que "el crítico es aquel que nos muestra una obra de arte de una forma diferente a la de la obra misma".7 Quizás esta máxima sea aplicable incluso cuando tratemos con escritos que no clasificaríamos normalmente como "obras de arte": intentamos captar y "mostrar" la esencia de los escritos del pasado por todos los medios que resulten adecuados para la tarea, y eso puede exigir no sólo un nivel de alerta ante las cuestiones de forma y tono tradicionalmente asociadas a la crítica literaria, sino también, tal vez, una voluntad de experimentar un poco con las formas de nuestra propia escritura en busca del mejor modo de alcanzar esa exhibición.
Advierto que los párrafos precedentes parecen minimizar cuestiones de lógica, argumentación, rigor y demás, que con frecuencia se encuentran en un primer plano cuando se nos solicita una autoconciencia metodológica. Confío en no restar importancia a esas cuestiones; simplemente asumo que no carecerán de paladines en el simposio. En conclusión, permítanme repetir que al reconocer que mi respuesta a la invitación de Prismas adopta una forma personal, no busco ser prescriptivo o proscriptivo. Sin duda ha habido ciertas fuerzas particulares de temperamento y contexto que impulsaron mi trabajo en una dirección marcadamente literario-crítica, y sin duda no lo presento como un modelo para el trabajo en el campo en su totalidad. Pero temo que los términos un tanto abstractos y teóricos con que los editores plantearon las preguntas principales a los colaboradores invitados en esta ocasión pueden estimular una tendencia excesivamente conceptual en las respuestas, y por tanto ofrezco ésta como un pequeño contrapeso por anticipado a cualquier énfasis de ese tipo. A fin de cuentas, una confianza y una presencia institucional mayores traerán una tolerancia y una diversidad mayores y menos preocupaciones acerca de la ortodoxia doctrinal. Le deseo a Prismas los mayores éxitos en la promoción de esa diversidad en el escenario latinoamericano.?

Notas

*Traducción: Leonel Livchits.

1 He intentado esbozar parte de esta historia en "Disciplines, canons and publics: the history of 'the history of political thought' in comparative perspective", en Dario Castiglione y Iain Hampsher-Monk (eds.), The History of Political Thought in National Perspective, Cambridge, Cambridge University Press, 2001, pp. 280-302        [ Links ]

.2 Para una descripción más detallada de la denominada "Escuela de Sussex", véase mi "Introducción general" a Stefan Collini, Richard Whatmore, Brian Young (eds.), Economy, Polity, Society: British Intellectual History 1750-1950 y History, Religion, Culture: British Intellectual History 1750-1950, ambos volúmenes, Cambridge, Cambridge University Press, 2000, pp. 1-21.         [ Links ]

3 William Empson, The Structure of Complex Words, Harmondsworth, Penguin, 1995 (1º ed., 1951), p. 158.         [ Links ]

4 Angela Leighton, On Form: Poetry, Aestheticism, and the Legacy of a Word, Oxford, Oxford University Press, 2007, p. 240.         [ Links ]

5 John Burrow, "The Languages of the Past and the Languages of the Historian: The History of Ideas in Theory and Practice", John Coffin Memorial Lecture, University of London, 1987;         [ Links ] Donald Winch, Riches and Poverty: An Intellectual History of Political Economy in Britain 1750-1834, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, p. 28.         [ Links ]

6 "Introducción general" en Collini, Whatmore, Young, History, Religion, and Culture, cit., p. 15.

7 Oscar Wilde, Intentions, Londres, Fisher, Unwin, 1919 (1º ed., 1891), p. 157 [traducció         [ Links ]n castellana: Intenciones, Buenos Aires, Emecé, 1945. Traducción Ricardo Baeza].         [ Links ]

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