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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.11 no.2 Bernal dez. 2007

 

DOSSIER

La historia político-intelectual, de Francia a América Latina

 

Annick Lempérière

Université Paris I Panthéon-Sorbonne / CNRS-EHESS

 

En Francia, el país en donde me toca desempeñar mi quehacer de historiadora, si bien existe un elenco de historiografía intelectual cualitativamente nutrido, ésta no ocupa, desde una perspectiva cuantitativa o de sociología universitaria, mucho espacio en calidad de campo académicamente reconocido. La inmensa mayoría de los historiadores o desconocen del todo su existencia o bien la consideran con indiferencia en el mejor de los casos, con recelo y suspicacia en el peor: ¿será verdaderamente historia la historia intelectual? ¿Pertenece de plano al oficio del historiador? La historia intelectual raras veces se anuncia como tal. Los autores que la practican y reivindican lo hacen dentro del texto mas no en la portadilla o la solapa de sus libros. Que yo sepa, no existe en todas las universidades francesas una cátedra que ostente esta denominación, y pocos o ninguno son los seminarios de investigación que se dediquen a la dimensión intelectual del transcurso de la historia humana.1
La historia intelectual, así como la aun más minoritaria historia de los conceptos,2 se ha desarrollado en Francia principalmente en torno a la historia política o, más exactamente, "de lo político". Como bien se sabe, floreció en el controvertido terreno histórico de la Revolución Francesa,3 para luego desplegarse hacia el problemático devenir de la modernidad política en Francia a lo largo de dos siglos.4 El "Centre Raymond Aron" de la EHESS* ha sido desde hace años su principal espacio académico; otro lugar fue el de la Fondation Saint-Simon (un think tank cuya convocatoria iba mucho más allá del círculo de los historiadores). Sus representantes más conocidos publicaron y publican en revistas que no son principalmente las del oficio historiógrafo, sino publicaciones de alcance más general y con visos a problemas contemporáneos (por ejemplo Le Débat) sin omitir una publicación periódica creada ad hoc y motu proprio-La Pensée politique- que sólo alcanzó cuatro (muy densos y notables) números. Sus libros tuvieron una benévola acogida en la acreditada colección "Bibliothèque des histoires" de Gallimard y en dos o tres otras casas editoriales parisinas de renombre.
Sin duda, la historia intelectual no es en ningún país del mundo occidental una rama central y un referente ineludible del quehacer historiográfico común y corriente. Sin embargo, en comparación con Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos, e incluso España e Italia, la situación de la historia intelectual en Francia es paradójica. Sus escasos representantes ocupan u ocuparon posiciones académicas nada periféricas-la EHESS, en donde François Furet (1927-1997) fungió como presidente entre 1977 y 1985 y donde se encuentra el Centre Raymond Aron; el Collège de France, en donde Pierre Rosanvallon ocupa desde 2002 una cátedra denominada "Historia moderna y contemporánea de lo político".5 Sin que por ello sus aportes dejen de ser marginados o ignorados no sólo por los demás historiadores-con llamativas excepciones de las cuales hablaré más adelante-, sino también por el conjunto de los canales por los cuales, en Francia, se difunden los saberes historiográficos entre los estudiantes y dentro de los libros de texto. Es muy probable que, en el ambiente historiográfico francés, la historia intelectual todavía se confunda perezosamente con la historia de las ideas. En su lugar, y con afanes cada vez más hegemonizantes, se ha desarrollado una historia cultural preferentemente vertida hacia las prácticas, los lugares y los vectores de la cultura de masas, así como una historia de los intelectuales que comparte fronteras porosas-considerando las posiciones académicas de
sus representantes- a la vez con la historia cultural y con la politología.
Por cierto, cada historiografía nacional tiene sus especificidades y son muchos los factores que pueden dar cuenta del poco caso que se hace de la historia intelectual por parte de la historia académica francesa. No viene al caso analizarlos pormenorizadamente en estás páginas, pero sí cabe mencionar brevemente las difundidas representaciones de la corporación que remiten tanto al "oficio del historiador" (le métier d'historien) como a los objetos historiográficos considerados como legítimos. A lo largo de las últimas cinco o seis décadas, y a pesar de las mutaciones que han conducido de la hegemonía de la historia socioeconómica a la de la historia de las mentalidades y, en nuestros días, a la de la historia cultural e historia de las representaciones, algo no ha cambiado en la "mentalidad media" de los historiadores: el historiador inventa ("construye") sus objetos y se ocupa prioritariamente de "la sociedad", de los hechos y los procesos sociales, trátese de grupos, de representaciones o de prácticas. Además, a pesar de que se difundió ampliamente la noción rupturista de "historia-problema", se conservó un rasgo común entre la concepción del quehacer del historiador propia de la "École des Annales" y la del historiador de la "historia-relato" o "historia-batalla":6 la omniciencia y la omnipotencia del historiador sobre el pasado. Sea porque pretende que su relato sea el reflejo"objetivo" de los hechos del pasado, o porque afirma que "la historia es hija de su tiempo", el historiador siguió siendo básicamente un"genealogista", quien busca en el pasadoexempla (la vieja "historia patria", ya difunta) o, según un presentismo más o menos reflexivo, antecedentes y génesis de la sociedad actual. Los innegables refinamientos que han
venido enriqueciendo el oficio a lo largo de las décadas, respecto de la elaboración de las fuentes, de las metodologías y de los enfoques, no impiden que la escritura de la historia implique casi siempre, aunque no sea intencionalmente, cierta dosis de anti-intelectualismo. Mientras los que siguen las lecciones de Furet y Rosanvallon nunca dejan de lado la densidad concreta de lo social, los especialistas de la historia social, o cultural, suelen ignorar soberanamente cualquier aporte conceptual procedente de la historia intelectual. Tal situación es, sin duda, una parte del problema de la "historia hecha migas".7
La concepción que la historia intelectual se hace de la "historia-problema" presenta una diferencia notable con la anterior. Dejo aquí la palabra a P. Rosanvallon:

No pienso que el presente sea únicamente el resultado final de una evolución de la que el historiador debería revelar el mecanismo secreto, considerando el pasado como la matriz de un desarrollo. Mi interés por el trabajo histórico sobre la política es muy diferente. Lo que me interesa es restituir al pasado la dimensión de presente que tenía entonces. Lo que me interesa es re-comprender, es dar vida a la experiencia política del pasado. […] Hay que abordar el pasado a partir de la experiencia de los actores y tener en cuenta sus medios de acción, sus sistemas de representaciones y contradicciones… Por tanto, se trata de restituir de alguna manera a ese pasado su dimensión de indeterminación. Mientras que la historia genealógica desempeña un papel opuesto: sigue siempre el hilo de una supuesta necesidad.8

Podemos escuchar también a Marcel Gauchet, cuando evoca la experiencia revolucionaria de 1789-1799:

Jamais, sans doute, dans l'histoire, les principes n'auront été placés avec cette fermeté au poste de commandement; jamais l'objectif de fond n'aura été posé et poursuivi avec cette intensité […] et cela pour produire une série de régimes mort-nés, intrinsèquement antipolitiques, ou bien inapplicables […] ou bien voués tantôt au dysfonctionnement, tantôt à la trahison de leur raison d'être quand on les a vus en pratique.9

De estas citas, que se podrían multiplicar, se desprenden algunas características de la historia político-intelectual en el contexto francés: 1°es una historia especialmente adaptada a la comprensión de los períodos de crisis y rupturas, provocadas por el "pensamiento" y la "experiencia" revolucionarias; 2°es una historia antideterminista y antiteleológica, una historia de la indeterminación y de la incertidumbre; más que el porvenir del pasado ya prescrito por el presente, le interesan los proyectos, experiencias, logros y fracasos de los actores históricos cuando actúan reflexivamente. Historia de los momentos en que la sociedad se inventa a sí misma, se vuelve hacia sí misma e intenta instaurar un poder de sí misma sobre sí misma, en que inventa su libertad, a menudo a duras penas y sin garantías respecto a la irreversibilidad del proceso.
Quienes, figurando como excepciones entre los historiadores franceses, se interesan más de cerca en la historia político-intelectual y la historia de los conceptos políticos, son los
que se dedican al estudio de los procesos históricos de otras áreas-áreas que, no siendo europeas, son llamadas "culturales" con visos a una política cientifica específica-.10 Tratándose de América Latina, quien primero se aproprió la historia político-intelectual fue François-Xavier Guerra cuando, al estar realizando su investigación sobre la Revolución de 1910 en México,11 encontró en su camino Penser la révolution française, que vino a rematar conceptualmente la reflexión que había conducido previamente en torno al papel de los actores (tanto colectivos como individuales) en el proceso de movilización política e ideológica que precedió a la revolución.12 Como bien lo recuerda Elías Palti,13 Guerra fue, también, quien operó en la historiografía latinoamericanista una revolución copernicana respecto del cuadro interpretativo de la revolución hispánica, de las independencias, y del porvenir de la modernidad política en Hispanoamérica. "Del ciudadano podríamos decir lo que Tertuliano decía del cristiano: no nace, se hace":14 trátese de los conceptos de soberanía y pueblo soberano, opinión pública, ciudadanía, o nación, uno de los grandes aportes de Guerra fue el de recontextualizarlos, tanto en el propio tiempo de su primera aparición como en el espacio peculiar de las sociedades hispanoamericanas. A su vez, la historicización de los conceptos clave de la modernidad política lo llevó, entre otras cosas, a desempolvar las interpretaciones de nociones históricas tales como caudillismo, caciquismo, o pronunciamiento. Y por último, la perspectiva conceptual y conceptualizante que adoptó Guerra desde el principio lo llevó a ubicar la revolución hispánica y las independencias en el marco espacial que era el suyo, el continental e incluso atlántico, no en el estrecho espacio delimitado por las fronteras de las naciones que nacieron del proceso. Trasplantada a América Latina, la historia político-intelectual à la française, cuyo rasgo sobresaliente era haber desarrollado sus perspectivas dentro de un marco espacial estrictamente nacional, se volvió transnacional.
Dicho muy rápidamente y a manera de conclusión, se desprende de lo anterior que la historia intelectual no sólo construye y descubre objetos historiográficos que le son propios, sino que también implica y provoca cambios importantes en la manera de escribir y concebir la historia. Para quienes, entre los cuales me cuento, no se satisfacen con las perspectivas "posmodernas" y no renuncian a tratar de "comprender" la historia y explicitar su sentido (no teleológico), la historia intelectual, sea en su vertiente más política o más cultural, ofrece recursos y motivos para no desalentarse del todo frente a la extrema fragmentación del campo historiográfico, especialmente preocupante tratándose de la historia continental de América Latina. Cabe recordar que la última síntesis-intelectualmente estimulante- escrita por un historiador a solas sobre la historia del continente fue la de Tulio Halperin Donghi, cuya primera edición en castellano se remonta a 1968,15 o sea en plena hegemonía del estructuralismo historiográfico. Si bien no es deseable ver reinstalarse un estructuralismo aunque fuera de nuevo cuño, sí lo es dotarse de los útiles intelectuales federadores y de las metodologías ad hoc que permitan construir un relato de los dos últimos siglos de la historia de América Latina: un relato conceptualizado de los problemas que las sociedades latinoamericanas encontraron, identificaron y trataron de superar para afirmarse como sujeto à part entière de la historia contemporánea.
Entre otras promesas y logros de la historia intelectual, quisiera mencionar dos que me parecen especialmente importantes respecto de la posibilidad de futuras visiones de conjunto y sintéticas sobre la historia latinoamericana. El primer triunfo es que, si quiere ser consecuente consigo misma, la historia intelectual se obliga a revisar todos los conceptos, nociones y categorías de análisis historiográficos existentes respecto de América Latina. Por fuerza la historia intelectual tiene que ser "revisionista". Se trata de una etapa obligatoria en el camino hacia la definición de la identidad, o más bien de las identidades históricas sucesivas y/o simultáneas de América Latina, empezando por su llamada condición "colonial" y "poscolonial". Se trata de una tarea complementaria de la otra más obvia, que consiste en continuar y ampliar la investigación en torno a los conceptos y lenguajes propios de los actores. En palabras de un gran historiador de la Antigüedad romana:

Pour dire positivement ce qu'Horace pensait d'Apollon, il faut trouver des mots, inventer des schémas et des catégories par rapport auxquels repérer les éléments du paysage trop confus de son âme.16

No está de más añadir que, tratándose del "alma" de América Latina, antes de ponerle nombres y conceptos historiográficos es indispensable escuchar primero cuidadosamente lo que ella misma nos cuenta, que "Apolo" tenga la figura de las Luces, del liberalismo, de la democracia o del marxismo-leninismo. El segundo triunfo es que, atenta tanto a la historia de los conceptos como a la reflexividad de los actores sobre su actuación histórica, la historia intelectual implica que el historiador no se rehúse a repensar, en empatía con los actores de cada período, los desafíos colectivos y a gran escala a los cuales se enfrenta cualquier sociedad desarrollada. Desde este punto de vista, la historia intelectual proporciona un antídoto a la fragmentación que procede, entre otras causas, del abuso de la microhistoria y de la inflación de los estudios de caso resultante de la representación de lo social como un mosaico de grupos discretos y de identidades yuxtapuestas e irreductibles. Que la empresa sea sumamente dificultosa y hasta utópica no le resta atractivo y legitimidad. ?

Notas

*École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.

1 Se organizó en 2002-2004 en la Universidad París-VIII un seminario de "Historia intelectual", probablemente el único de su género por la amplitud de sus propósitos ("de l'antiquité au XIXe siècle"). El seminario fue concebido por dos historiadoras de renombre, Claudia Moatti y Michelle Riot-Sarcey.

2 Principalmente representada en Francia por Jacques Guilhaumou, historiador especialista en la Revolución Francesa.

3 François Furet, Penser la révolution française, París, Gallimard, 1978.         [ Links ]

4 Representada principalmente por los nombres de Pierre Rosanvallon, Pierre Manent, Marcel Gauchet, Bernard Manin. Entre los "antepasados intelectuales" de esta corriente se puede mencionar, sin pretender exhaustividad, a Raymond Aron y Claude Lefort.

5 Su conferencia inaugural (28 de marzo de 2002), titulada "Pour une histoire conceptuelle du politique", fue publicada por Le Seuil en 2003.

6 Llamada también, despectivamente, "histoire événementielle", casi sinónima de "histoire politique".

7 François Dosse, L'histoire en miettes. Des Annales à la "nouvelle histoire", París, La Découverte, 2ª ed., 2005.         [ Links ] Cabe añadir que en otras latitudes, no es menor la fragmentación de la historia asociada al anti-intelectualismo, por factores del todo distintos, llámense cultural studies, gender, black, indian, post-colonial studies…

8 Javier Fernández Sebastián, "Historia intelectual y democracia", Entrevista con Pierre Rosanvallon, Revista de libros de la Fundación Caja Madrid, No. 125, mayo de 2007, p. 14.         [ Links ]

9 Marcel Gauchet, La Révolution des pouvoirs. La souveraineté, le peuple et la représentation, 1789-1799, París, Gallimard, 1995,         [ Links ] en las páginas tituladas "La Révolution française: expérience politique, expérience de pensée", 7-18 (p. 8).

10 Araiz del V Congreso de Historia de los Conceptos (Vitoria y Bilbao, 30 de junio-2 de julio de 2003), Jean-Frédéric Schaub y Claudio Ingerflom organizaron en la EHESS, en 2004-2006,un seminario de reflexión sobre"los conceptos políticos", que reunió a historiadores y etnólogos especialistas de China, del Imperio otomano, de África, América Latina, Francia, los Estados Unidos.

11 François-Xavier Guerra, Le Mexique de l'Ancien Régime à la Révolution, París, L'Harmattan, 2 vols., 1985.         [ Links ]

12 F. Furet, op. cit.

13 Elías J. Palti, El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007, pp. 44-51.         [ Links ]

14 François-Xavier Guerra, "El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina", en Hilda Sabato (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina, México, El Colegio de México- Fideicomiso Historia de las Américas-Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 33-61 (p. 33).         [ Links ]

15 Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América Latina, Madrid, Alianza, 1968.         [ Links ]

16 Paul Veyne, "L'histoire conceptualisante", en Jacques Le Goff y Pierre Nora (dirs.), Faire de l'histoire, vol. I: Nouveaux problèmes, París, Gallimard, 1974, ed. de bolsillo "Folio Histoire", p. 106.         [ Links ]

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