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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.11 no.2 Bernal dez. 2007

 

OBITUARIOS

Juan Carlos Portantiero, 1934-2007

 

Juan Carlos Portantiero fue uno de los más destacados intelectuales argentinos y latinoamericanos del último medio siglo. Sus aportes a la sociología, al análisis político y al ensayo histórico resultan imposibles de subestimar. Una característica lo distinguió: la manera en que conjugó la intervención política con la producción académica, con un modo de pensar, de exponer y de escribir que exhibió una inteligencia diáfana, por momentos, exquisita.
En su rico itinerario por el mundo de las ideas y de la política pueden reconocerse múltiples estaciones. La primera de ellas fue su adhesión al marxismo y su ingreso, en 1952, al Partido Comunista, desde cuya militancia juvenil pronto pasó a la escritura en sus órganos de prensa (Nuestra Palabra y La Hora), al tiempo que se desempeñó como virtual secretario de redacción de la revista Cuadernos de Cultura, impulsada por Héctor P. Agosti. De este último, el principal intelectual de la organización, fue discípulo y colaborador, lo que le permitió acercarse a los escritos del dirigente y teórico comunista italiano Antonio Gramsci. Su interés por la critica literaria (que incluyó un fugaz tránsito por la Carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires) explica que muchos de sus artículos de esa época y su primer libro, Realismo y realidad en la literatura argentina (1961), fueran ensayos de sociología de la cultura. Por sus posiciones izquierdistas en 1963 fue expulsado del PC, coincidiendo con la escisión de los militantes cordobeses José Aricó, Oscar del Barco y Héctor Schmucler, entre otros, que habían iniciado la publicación de Pasado y Presente. Portantiero colaboró con esa revista, mientras creaba su propio grupo, Vanguardia Revolucionaria, una organización de la nueva izquierda sesentista influida por el gramscismo, el maoísmo, la Revolución Cubana y la experiencia foquista, que brindó apoyo al frustrado proyecto del Ejército Guerrillero del Pueblo de Ricardo Masetti en Salta.
Desgranadas estas experiencias militantes, Portantiero retomó sus estudios de sociología iniciados en 1959, y se graduó hacia 1966. En aquella carrera impulsada por Gino Germani, marcada por la influencia del funcionalismo y con una aún
débil presencia del marxismo, fue haciendo una rápida experiencia docente. Apartir de iniciativas de Miguel Murmis, desarrolló experiencias de investigación y enseñanza en el Centro de Investigaciones Sociológicas del Instituto Torcuato Di Tella (ITDT) y en el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO). A inicios de la década de 1970, como profesor adjunto regular, ya dirigía dos cátedras importantes en la UBA: Introducción a la Sociología y Sociología Sistemática (cuya orientación marxista difería de las "cátedras nacionales" de la época).
En este contexto, Portantiero y Murmis encararon el proyecto que derivó en Estudios sobre los orígenes del peronismo, publicado, primero como documentos de trabajo del ITDT en 1968-1969, y luego como libro en 1971. Con el paso de los años, la obra se convirtió en un "clásico" de la sociología histórica marxista, en especial para el examen de las características de la burguesía, la clase obrera y el peronismo. El texto cobró significación debido a sus novedosas hipótesis, que impugnaron anteriores visiones y establecieron nuevos puntos de partida para el análisis. Por un lado, aportó una renovada mirada sobre la industrialización por sustitución de importaciones ocurrida en la década de 1930, explorando el papel del Estado y de los diversos sujetos sociales y políticos; por el otro, se constituyó, después de la versión consagrada de Germani, en uno de los primeros intentos de elaborar una reinterpretación más sociológica y menos ideológica de la génesis del movimiento fundado por Perón, reconsiderando el rol que el viejo y el nuevo proletariado jugaron en su configuración.
Hacia 1973, Portantiero, con Aricó, Del Barco, José Nun, Jorge Tula y Juan Carlos Torre, ensayó una nueva apuesta política-intelectual: la reaparición de Pasado y Presente. Desde sus páginas, se deseaba empalmar con las tendencias "clasistas" del movimiento obrero, potenciadas tras el Cordobazo, y con los sectores juveniles y revolucionarios que germinaban en el peronismo, en especial alrededor de las FAR y Montoneros. De esa época también data la publicación, en Italia, de algunos trabajos suyos que en 1978 fueron editados en México con el título de Estudiantes y
política en América Latina: el proceso de la reforma universitaria (1918-1938).
Un ejercicio recurrente en Portantiero fue preguntarse acerca de las causas de la crisis y la extrema inestabilidad que azotaba a la Argentina desde 1930. La primera respuesta la ofreció en 1973, en un artículo publicado, precisamente, en Pasado y Presente: "Clases dominantes y crisis política en la Argentina actual". Allí exploró la crisis orgánica y el empate hegemónico entre las fracciones y alianzas de clases desde 1955, más exactamente, entre el capital monopolista y el proletariado. Aludía a una fase de no correspondencia entre nueva dominación económica y nueva hegemonía política. Despojado de lo que el autor entendió como un excesivo determinismo, en 1977 el texto fue reescrito y publicado en la Revista Mexicana de Sociología. Diez años después, en Ensayos sobre la transición democrática en la Argentina (un libro compilado con Nun), extendió el período de estudio. 1930 era una divisoria de aguas, que señalaba el pasaje de una economía agroexportadora a otra industrial y semicerrada. La persistencia de la crisis desde el derrocamiento del peronismo, en 1955, habría radicado en la decadencia de ese régimen social de acumulación y en el bloqueo de las posibilidades para reemplazarlo, impedimento generado por la densidad organizacional (sindicatos), creada por la orientación integrativa del populismo. Los síntomas de todo ello: la ingobernabilidad política y la inflación constante, es decir, un vaciamiento de la política y la economía, que reforzaba los rasgos autoritarios del sistema.
La derrota de la izquierda revolucionaria y peronista, y la creciente derechización del gobierno, inviabilizaron las apuestas del grupo Pasado y Presente. Además, la intervención de la universidad colocó a Portantiero fuera de la UBA. En este clima adverso se esbozó otro de sus trabajos centrales: el texto que luego prologó una antología de Gramsci y más tarde, junto a otros artículos, fue editado como Los usos de Gramsci (1981). En ese libro trató de rescatar el mensaje teórico y político del comunista italiano, encontrando una clave de lectura de su obra que le resultaba útil para ser reapropiada en una perspectiva latinoamericana; sobre todo, para el examen de la articulación entre sociedad y política, para repensar la forma de lo político y para acometer una reflexión sustantiva de lo nacional-popular y las experiencias populistas. Si en América Latina eran el Estado y la política quienes modelaban la sociedad, era menester
servirse de la potencialidad analítica de Gramsci, por ejemplo, respecto a sus concepciones de la revolución pasiva, el bonapartismo y la relación intelectuales-masa.
Para ese entonces, con la imposición de la feroz dictadura militar, Portantiero, como tantos otros, había marchado al exilio. En México, pudo prolongar su experiencia de investigador y de profesor de Teoría Sociológica en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), que ya venía ejerciendo en Buenos Aires desde 1975. En esta nueva geografía, profundizó el proceso de reelaboración de sus ideas, como parte de una reflexión colectiva sobre la derrota del proyecto revolucionario sesentista-setentista (en la Argentina y en buena parte del resto de América Latina), junto a un amplio espacio de intelectuales y militantes (Aricó, Tula, Oscar Terán, entre otros). Su expresión puntual: el Grupo de Discusión Socialista y la revista Controversia, desde donde se propuso reactualizar el análisis y las estrategias teóricas, políticas y culturales de una "izquierda democrática".
Durante el último período del exilio, ese reexamen de Portantiero se orientó al problema del Estado y de la sociedad contemporánea, sus modos de articulación y de crisis. De allí en más, la democracia fue entendida como la producción de un orden político, y despojada de una utilización instrumental y táctica, para ser rescatada como objetivo estratégico y valor universal. Eso le planteaba el desafío de entrelazar el socialismo, como ideal de emancipación humana, y la libertad "moderna", pensada por la filosofía liberal. Esto le suponía alejarse tanto del leninismo como del liberalismo puro, pues ambos le impedían pensar a la democracia como una producción autónoma o fuera de la lógica del mercado. En este tránsito (de la "revolución" a la "democracia"), reevaluó la tradición socialista, detectando problemas que ubicaba desde su momento formativo. En su visión, el marxismo arrastraba una tendencia a subsumir lo político en lo social, lo que le habría imposibilitado erigir una teoría positiva del Estado y dar cuenta de la realidad más compleja del siglo XX; sumado a ello, había fracasado en sus intentos de aplicación, con la entronización de regímenes despóticos que enajenaron políticamente a las masas. De otro modo: que al marxismo le había sobrado Rousseau y le había faltado Locke, y que por ello le había nacido la tentación por Hobbes.
Para Portantiero, el problema estribaba en la visión societalista del marxismo: al no considerar
al poder como una potencia autónoma y verlo sólo como una emanación de la sociedad, resultaba difícil apreciar la necesidad de equilibrar ese poder a través de otras instituciones. Sobre estas cuestiones fue notable tanto su intento de conciliación con la tradición de la Segunda Internacional como su desconsideración de los aportes del marxismo revolucionario y de teóricos marxistas que examinaron la problemática del Estado ya desde las décadas de 1970 y 1980 (Lefebvre, Miliband, Poulantzas, Holloway, Therborn). En la disyuntiva entre dictaduras del proletariado "realmente existentes" versus respuestas "consejistas", propuso una superación desde el concepto de hegemonía, no organicista, sino pluralista. Entendía que así el socialismo y la democracia podían entrelazarse, al asegurar esta última el control institucional por parte de la sociedad sobre el Estado. El punto ciego de su planteo estuvo siempre en no poder resolver el irrevocable dilema: que el potencial igualitario contenido en el concepto de democracia apenas puede remover los obstáculos interpuestos por el despotismo del capital y el mercado a la conquista efectiva de aquel proyecto, produciéndose así un mantenimiento o, incluso, aumento de la inequidad social.
Estas ideas socialdemócratas de Portantiero se plasmaron en una profusa cantidad de conferencias y textos que encaró desde los primeros años la década de 1980. Algunos materiales representativos y medulares de esta producción fueron compilados en su libro La producción de un orden. Ensayos sobre la democracia entre el estado y la sociedad (1988). Con estas renovadas nociones había regresado a la Argentina. Aquí, fue un entusiasta partícipe de la democracia recobrada y del propio gobierno de Alfonsín, a quien prestó colaboración como asesor, junto a Emilio De Ípola y otros intelectuales reunidos en el "Grupo Esmeralda". Su máxima influencia estuvo en la elaboración del discurso que el presidente leyó en un plenario de la UCR en Parque Norte en diciembre de 1985, convocando a una "convergencia democrática". Desde aquellos años, Portantiero desplegó buena parte de estas concepciones y acciones como componente fundamental de un espacio de análisis, debate e intervención político-intelectual, corporizado desde 1984 en el Club de Cultura Socialista y, dos años después, en la revista La Ciudad Futura, que tuvo a Aricó como impulsor central, junto a De Ípola, Nun, Tula, Terán y al colectivo aglutinado en la revista Punto de Vista (Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, entre otros).
Al mismo tiempo, Portantiero también fue alcanzando una definitiva inserción central en el sistema académico, en las más altas funciones de la investigación, la docencia y la gestión: profesor titular regular de Teoría Sociológica en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA; decano de esa facultad entre 1990 y 1998; investigador de carrera del CONICET; miembro de consejos directivos y editores de diversos centros y publicaciones académicas; conferencista permanente en encuentros de ciencias sociales en América Latina y Europa. Asimismo, sus antologías y estudios introductorios sobre los orígenes y la evolución de la disciplina sociológica, publicados durante los años ochenta, La sociología clásica: Durkheim y Weber y, en coautoría con De Ípola, Estado y sociedad en el pensamiento clásico, se convirtieron en materiales de referencia insoslayables.
Fue un especialista en la cuestión de la transición a la democracia, y aportó una gran cantidad de artículos, junto a la antes citada compilación, Ensayos sobre la transición democrática en la Argentina (1987). Intentó clarificar los rasgos específicos de dicho proceso en nuestro país, en comparación con otros casos europeos y latinoamericanos. Apuntó que, desde 1975, tras un ciclo de virtual guerra civil, terrorismo de Estado y derrota en una aventura guerrera internacional, la Argentina había asistido a un verdadero tobogán de desacumulación, producto de un capitalismo cada vez más rentístico. La abrupta caída del régimen militar, sin negociación o pautada autodisolución, habría sido el resultado de una retirada desordenada de las fuerzas armadas y una moderada movilización ciudadana. Y postuló una estrategia: un nuevo orden institucional y un nuevo régimen social de acumulación, a partir del diseño de un pacto democrático, asentado en un acuerdo político y una concertación social, que modificara una cultura proclive al autoritarismo y a las influencias corporativas.
Durante la década de 1990 Portantiero se opuso a las devastadoras consecuencias de la orientación neoliberal del gobierno de Menem e intentó dilucidar su carácter en una serie de ensayos. Al mismo tiempo, buscó convertirse en un impulsor teórico y cultural de una agenda progresista en el país, apoyando las diferentes alternativas de centroizquierda gestadas en aquel tiempo. Su última experiencia política fue la colaboración con la frustrada Alianza interpartidaria gobernante entre 1999-2001. El tiempo de la política (2000) reunió varias de sus intervenciones públicas y de sus
artículos de La Ciudad Futura referidos a estas temáticas.
En sus años finales, el reconocimiento como uno de los intelectuales más trascendentales del país se plasmó en el otorgamiento de Premios Konex, el doctorado honoris causa de FLACSO y la designación como primer profesor emérito de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Sus últimas elaboraciones estuvieron dedicadas, una vez más, al socialismo, pero ahora orientadas al modo en que se había encarnado como experiencia y como tradición en la Argentina. En su empeño de pensarlo desde la democracia y la sociedad, encontró en la figura del líder histórico del Partido Socialista a un arquetipo de aquella empresa. Lo hizo en Juan B. Justo. Un fundador de la Argentina moderna (1999), una concisa biografía que retomaba algunas hipótesis de Aricó. En otros artículos, analizó el viraje experimentado por el PS a partir de la década de 1930, cuando el partido se reorientó hacia el intervencionismo estatal en la economía.
Portantiero tenía un estilo propio en su escritura, signado por una prosa cuidada y la claridad argumentativa, que aseguraba el fluir de planteos relevantes y originales. Lo opuesto a la superfi
cialidad y la repetición de tantos papers universitarios. Asimismo, era un verdadero estímulo conversar con él, especialmente cuando disponía de tiempo para hacer correr sus recuerdos, ensayar alguna reflexión teórica o analizar la realidad presente. Parecía capitalizar su pasado militante en sus elaboraciones teóricas. En él se percibía al que hablaba desde un saber acumulado en los libros, pero también desde un conocimiento forjado en la intervención política. Era notable, además, el respeto con que trataba a los que le expresábamos diferencias con sus ideas. Su muerte cierra una rica experiencia, la de un hombre que participó, como actor y como brillante estudioso, de algunos de los más importantes fenómenos sociales, políticos y culturales de la Argentina del siglo XX. Su obra y su compromiso político quedan para la apropiación crítica por parte de las nuevas generaciones intelectuales que, como el mejor Portantiero, piensen que se conoce mejor una realidad cuando se desea modificarla.

Hernán Camarero
UBA

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