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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.12 no.1 Bernal June 2008

 

RESEÑAS

Ana Teresa Martínez, Pierre Bourdieu: Razones y lecciones de una práctica sociológica. (Del estructuralismo genético a la sociología reflexiva), Buenos Aires, Manantial, 2007, 360 páginas

 

El efecto de consagración de un autor que produce el espacio de relaciones objetivas de las ciencias sociales, en correspondencia con agentes externos detentadores de una buena parte del poder simbólico de la sociedad, como los medios de comunicación y el mercado editorial, genera un efecto ambivalente sobre el discurso científico transmutado en objeto dogmático de creencia o un bien de consumo. Lejos del ideal de una ciencia autónoma que se contamina y vulgariza al mezclarse con otros espacios sociales, el efecto de consagración parte del mismo campo científico, de las reglas inscriptas en las prácticas pero nunca promulgadas que constituyen, en términos de Bourdieu, el nomos como aquel sustrato de creencias compartidas que hacen posible la inmersión en el juego bajo la forma de la illusio. La misma lógica del campo académico lleva a cabo la operación simbólica que convierte a determinados autores en signos más o menos estables de prestigio, rigurosidad, originalidad, es decir, logran condensar los atributos propios de un modo de hacer ciencia en un momento histórico determinado. Sin embargo, el signo asociado a un nombre reconocido no se restringe a los límites del capital académico, sino que se expresa bajo la indeterminación propia del capital simbólico, capaz de convertirse en un valor adaptable a distintos ámbitos de la vida social, como la política, la economía o el arte.

Pierre Bourdieu es uno de los autores más consagrados de los últimos tiempos en términos de referencias, divulgación y asimilación en diferentes disciplinas de las ciencias sociales. Su condición social de autoridad y prestigio expone su obra a los usos manualizados de la síntesis y la sistematización conceptual a través de las aplicaciones mecánicas de las nociones de campo, habitus o capital simbólico, a la vez que se extiende una relación propia del consumo cultural marcada por el carácter fragmentario, superficial y discontinuo que se perciben sus trabajos. A esta mirada cosificadora que surge dentro y fuera del campo académico es preciso contrastarla con el esfuerzo intelectual por reconstituir el conjunto de las aproximaciones teóricas, metodológicas y epistemológicas que hacen a su modelo de percepción del mundo social, forjado en el ejercicio práctico pero siempre reflexivo de la investigación empírica. Con el objeto de indagar brevemente en torno a las condiciones de posibilidad de una mirada desfetichizadora de los autores consagrados, nos interesa evaluar los aportes del libro de Ana Teresa Martínez Pierre Bourdieu: Razones y lecciones de una práctica sociológica. Del estructuralismo genético a la sociología reflexiva. Nuestro comentario bibliográfico se encuentra dividido en tres partes. La primera apunta a describir las coordenadas del espacio social de recepción propio de un campo académico dependiente de las producciones extranjeras. La segunda, tiene como objeto resaltar, a grandes rasgos, lo que consideramos son las contribuciones más valiosas del libro en términos de una propuesta de análisis, es decir, de un método sistemático de estudio del discurso científico que propone la lectura sociológica de los autores. Por último, nos proponemos delinear el esbozo de un programa más vasto capaz de incluir los aportes de Ana Teresa Martínez en un proyecto de estudio orientado a combatir el efecto cosificador del campo académico.

1. Sobre las condiciones de recepción: la mirada de la periferia

La praxis científica, en el marco de un campo académico periférico como es el caso de la Argentina y de América Latina en general, presenta ciertos rasgos estructurales que condicionan las estrategias de recepción y aplicación de los autores extranjeros en los circuitos locales. Uno de los rasgos fundantes que contribuyen a moldear los esquemas de percepción adquiridos y naturalizados –hasta el punto de perderse en el inconsciente de las prácticas científicas–, consiste en la aceptación tácita de una suerte de división social del trabajo intelectual que reconoce a las academias centrales, como es el caso de Francia, Alemania o Estados Unidos, la función de producir teórica, marcando los ejes y el ritmo de los grandes debates –Objetivismo-Subjetivismo o Modernidad-Posmodernidad– que definen la frontera entre lo pensado y lo impensado de una época. Esta división estabiliza una estructura de relaciones en donde las academias periféricas funcionan como receptoras de las teorías contemporáneas –en el mejor de los casos–, contribuyendo a reproducir los conceptos en los medios locales, a través de nuevos datos empíricos y de leves ajustes que dejan intactas las matrices conceptuales de los circuitos hegemónicos de producción. La dominación no se recuesta en el sometimiento explícito ni en la censura externa, sino en la función mediadora de la violencia simbólica, en donde las formas del ver, del creer y del actuar que hacen al habitus científico presentan las marcas de esta división del trabajo, con la consecuente admiración y el reconocimiento casi instintivo que despierta la cultura de las academias dominantes. La condición subordinada se hace cuerpo en los mismos gustos, elecciones y preferencias, es decir, en una suerte de sensibilidad intelectual o inclinación prerreflexiva que orienta –motiva las acciones– en referencia a las teorías de moda. Quien crea escapar a estos condicionamientos sólo esta omitiendo el punto ciego de su propia práctica, pagándose a sí mismo con la falsa moneda de la autonomía. Sobre la base de este desconocimiento surge el segundo rasgo constitutivo de ciertos sectores del campo periférico que tienden a reproducir una lectura reificadora de los autores consagrados. Hacemos uso del concepto de reificación de raigambre materialista para dar cuenta de la disposición a aplicar categorías de análisis foráneas sin estudiar la estructura de relaciones que las sustentan, así como las condiciones de emergencia, producción y eficacia que permiten comprender la teoría sobre la base de los fundamentos epistemológicos y metodológicos que le dan sentido en un contexto histórico particular. Esta predisposición no responde en principio a las voluntades individuales sino a un efecto del campo en el que se nutre, valora y promueve, en muchos casos, la utilización esquemática de las categorías. Es así que el autor consagrado, devenido en signo de prestigio y distinción, constituye una marca de valorización de las producciones periféricas en la formas de tesis, papers, artículos y libros que reproducen las condiciones simbólicas de la dependencia. La invisibilidad de los aportes locales se desarrolla correlativamente a la conversión de los "conceptos de moda" en bienes de consumo o materia de creencias dogmáticas, transpolando a la ciencias sociales las lógicas propias del mercado o la vocación religiosa de construir ortodoxias intelectuales. Es importante insistir en que las operaciones de consagración así como las lecturas reificadoras constituyen efectos del mismo campo académico, antes que imposiciones externas de la economía o el mundo social. En este sentido es posible reconocer estas lógicas –mercantiles o religiosas– de la reificación en las academias dominantes articuladas con los obstáculos propios de las diferentes tradiciones científicas.

El tercer y último rasgo que nos gustaría mencionar tiene que ver con las potencialidades que la mirada periférica habilita desde su misma ambigüedad relacionada a la condición de dependencia pero también de distanciamiento con las producciones centrales. Como bien reconoce Ana Teresa Martínez, el hecho de no estar directamente implicado en los intereses, combates y posiciones propios del juego académico de los países dominantes, abre la posibilidad a una reapropiación crítica de las teorías contemporáneas produciendo versiones heterodoxas. No se trata simplemente del enriquecimiento que puede aportar el estudio empírico de otras realidades sociales, sino de la percepción sistemática de los límites inherentes a sus cuerpos teóricos y epistemológicos; es decir, la posibilidad de ver sus omisiones, los silencios que estructuran su discurso y le permiten decir lo que dicen y no otra cosa. Por su misma posición objetiva la condición periférica es portadora de una apertura crítica con respecto a las academias centrales que sólo es capaz de desplegar si logra primero volcar esta actitud reflexiva sobre sus propias condiciones subordinadas de producción.

Este trabajo social de develamiento, en el sentido que le otorga Bourdieu, contribuye a descubrir la génesis histórica en la construcción de un cierto tipo de mirada científica, con su respectiva racionalidad, que produce efectos de verdad en un contexto definido. La tarea de responder a la violencia simbólica que acarrea el imperialismo cultural en las ciencias sociales, imponiendo subterráneamente el universalismo de modelos heurísticos que violentan la misma realidad que pretenden comprender, constituye una de las premisas de los campos académicos periféricos para poder trascender su condición subordinada. Aquí es preciso evitar el rechazo apasionado de los autores en boga, para emprender por el contrario el estudio en profundidad de sus matrices de análisis, aquellos "núcleos de comprensión del mundo social" (p. 7), que suelen permanecer hasta cierto punto invisibles para los mismos hombres consagrados que detentan su autoría. Éste es el trabajo fundamental que desarrolla Ana Teresa Martínez en su libro, redefiniendo la forma de leer a Pierre Bourdieu en la Argentina.

2. Leer sociológicamente

Si tuviéramos que sintetizar en una frase el objetivo central del libro deberíamos decir que se trata –como reconoce por momentos la misma autora– de la lectura sociológica de un sociólogo. Pese a que no insiste en una definición previa de su modo de enfoque, el mismo desarrollo del trabajo pone en evidencia las claves de interpretación que guían su abordaje. Desde una definición negativa, la práctica de leer sociológicamente implica la ruptura anticipada con dos tipos comunes de reduccionismo. El primero, y ciertamente más peligroso, consiste en los usos de manual que las síntesis sistemáticas de los conceptos rectores de un autor propone a los lectores apresurados que buscan aplicar categorías sin pasar por el esfuerzo intelectual de reconstruir su génesis. El segundo tiene que ver con las reproducciones mecánicas o, mejor dicho, con las repeticiones que llevan a describir en una secuencia lógica toda la cadena de conceptos de una teoría sin penetrar nunca en los esquemas de pensamiento que desarrolla, sin aprender la especificidad de su mirada. Contra estos dos obstáculos como el horizonte negativo de su análisis surge una propuesta que podemos definir positivamente en términos de una búsqueda por reconstruir la estructura de relaciones de los elementos que hacen al núcleo de estudio, comprensión y abordaje del mundo social que propone de forma más o menos explícita Pierre Bourdieu. A esta tarea rigurosa se suma la voluntad de aplicar la perspectiva bourdiana volviendo contra el autor sus mismas herramientas heurísticas para captar aquello que es invisible a toda práctica, incluso las más reflexivas; nos referimos por supuesto a la noción de habitus, y en este caso particular, al habitus científico. Aquí reside la originalidad del libro de Ana Teresa Martínez que la diferencia de trabajos previos e interesantes como los estudios metodológicos de Denis Baranger, el recorrido conceptual que lleva a cabo Alicia Gutiérrez o las sistemati zaciones generales de Louis Pinto y Loic Waquant. El intento por descentrar al autor obje tivando su práctica constituye una veta prometedora de análisis que obliga a la sociolo gía a volver sus armas contra sí misma para ir más allá de ella.

Uno de los primeros resultados que alcanza el ejercicio de objetivación socio lógica que aplica la autora consiste en el despliegue de un entramado complejo de discusiones teóricas, episte mológicas y metodológicas que constituyen el acervo de conocimiento tácito en donde se forjan los interrogantes de Bourdieu. La herencia del estructuralismo y la de la fenomenología no son tratadas como bloques homogéneos, sino a partir de problemáticas específicas siempre ajustadas a la urgencia de las investigaciones empíricas. De este modo, las preguntas por las estructuras temporales, la economía de las prácticas o la violencia simbólica refieren a diferentes momentos de investigación y a diálogos puntuales pero nunca conclusos con la escuela francesa, en el caso Mauss, Durkheim, Lévi-Strauss, Merleau-Ponty o Pascal, y la tradición germana que representan, especialmente, las figuras de Weber, Marx, Husserl y Wittgenstein. El concepto de habitus con toda su carga histórica y filosófica, se convierte en la llave para comprender el aporte innovador que realiza Bourdieu a las ciencias sociales en un momento en que las antinomias dominan los esquemas de pensamiento, bajo la oposición rígida entre objetivismo y subjetivismo. La posibilidad de comprender sociológicamente el punto de confluencia entre el individuo y el mundo social, la mediación que representa el conjunto de principios incorporados que organizan la experiencia y el sentido del obrar, tanto en términos de clasificación del entorno como en la orientación práctica, lo que le permite al sujeto responder creativamente a situaciones diversas por medio de improvi saciones regladas, plantea una contribución significativa a las ciencias sociales. Los sistemas de disposiciones durables que el sujeto actualiza inconscientemente en las estrategias de la vida cotidiana, remiten a una trayectoria social que es posible ubicar topológicamente en los espacios de relaciones objetivas que funcionan como ámbitos de socialización de primer y segundo grado. En este sentido más general, ligado a condiciones acotadas de emergencia y reproducción, el concepto de habitus le permite a la autora reconstruir la noción de campo a través de una perspectiva relacional en donde se completa el pasaje del estructuralismo genético a la sociología reflexiva.

La riqueza de los análisis que suscita la lectura sociológica de Bourdieu responde al ejercicio de develar, tanto las deudas intelectuales, que el mismo acto de consagración académica –al que el autor consagrado contribuye con su práctica– tiende a suprimir para acrecentar el carácter único e irrepetible del proyecto creador, como la operación singular en la que la reestructuración de los elementos ya dados dentro de una tradición determinada habilitan al desarrollo de un aporte original en la empresa colectiva del conocimiento científico. En ambas direcciones avanza el libro de Ana Teresa Martínez hasta alcanzar finalmente el núcleo de comprensión más profundo, a nuestro entender, de la perspectiva bourdiana relacionado a la concepción de la teoría como un modo específico de trabajar los conceptos. Aquí la propuesta de la sociología reflexiva aparece como una alternativa a los reduccionismos lógicos abocados a la tarea formalizadora de saturar y fijar conceptos en un plano puramente abstracto y a los reduccionismos subjetivistas incapaces de trascender la perspectiva del actor. Se trata de enmarcar la labor sociológica en el ida y vuelta constante entre las formas del razonamiento experimental, en su versión estadística y etnográfica haciendo uso de múltiples formas de abordaje complementarias, y la interpretación histórica, como el ejercicio de reflexión que permite construir "designadores semirrígidos", o sea, conceptos definidos pero lo suficientemente abiertos y móviles como para ajustar su eficacia a los límites estrechos de la constatación empírica. El mapa y el territorio no son más que dos momentos de la práctica científica que sólo avanza a fuerza de conservar la tensión entre ambos dominios de la vida social. Desde esta perspectiva, la ambición de la teoría universalizadora y omnicomprensiva queda desechada junto con el empirismo ciego incapaz de retomar los fundamentos ontológicos de su mirada. Es así que la sociología recupera su campo de acción en el dominio irresuelto en el que la teoría y la práctica confluyen y se retroalimentan constantemente, objetivando la posición incuestionada del observador. Los aportes más importantes de la autora consisten justamente en lograr explicitar y transmitir el núcleo de percepción del mundo social, es decir, la epistemología que subyace al pensamiento de Pierre Bourdieu, no sólo evitando las formas vulgares del reduccionismo cosificante, sino también develando relaciones invisibles al mismo autor que establecen las bases para pensar más allá de él. Este "punto geométrico" que elije Ana Teresa Martínez, en el que la percepción dinámica de la ciencia construye reflexivamente sus objetos, es lo que denominamos la lectura sociológica.

3. Leer los silencios

Para completar nuestro comentario bibliográfico nos gustaría redimensionar a grandes rasgos los aportes del libro en el marco de las condiciones de apropiación de un campo académico periférico como es el caso de la Argentina. Es claro que la propuesta de la autora combate los límites impuestos por los usos reificados de la teoría de los campos, en donde la aplicación de conceptos, devenidos en marcas de prestigio, contribuyen a valorizar las producciones científicas, a través de la carga simbólica que conlleva la consagración. La mirada de Bourdieu es arrancada del paraíso de las simplificaciones ingenuas para desplegar los matices, la dinámica y la complejidad que hace a su modelo de análisis epistemológico. En este sentido el peligro de la cosificación en su doble carácter ideológico de creencia y mercancía, pierde parte de su eficacia simbólica ante el estudio científico de las condiciones de producción de los discursos que extienden las academias centrales por medio de los autores consagrados. Estos aportes pueden ser redimensionados en un programa de mayor alcance, ubicándolos en un primer momento dentro del proceso de construcción de una perspectiva sociológica propia de América Latina que hoy existe en forma dispersa, más cerca de las reflexiones individuales que de los espacios colectivos de conocimiento. La posibilidad de sistematizar un núcleo de percepción de las sociedades periféricas capaz de reelaborar las teorías hegemónicas, requiere de la mediación fundamental de aquello que Althusser denominaba lectura sintomática, para referirse al ejercicio crítico de explicitar las omisiones del discurso teórico, los silencios inconscientes que configuran el punto ciego de un autor y que sólo surgen a través de los síntomas de su propio discurso, aquello que "suena a hueco", las faltas y su relación con ellas, en donde la visibilidad implacable de los planteos sólo existe a fuerza de excluir otro conjunto de problemas. Desde esta perspectiva podemos preguntarnos: ¿Qué es lo que omite Bourdieu de su propuesta epistemológica para decir lo que dice? ¿Cuáles son las exclusiones constitutivas de su discurso en el marco de una sociología reflexiva que parece no dejar nada afuera?

No es nuestra intención dar una respuesta sencilla a problemas complejos, sino ensayar provisoriamente las coordenadas de un horizonte crítico de análisis. En primer lugar, es preciso hacer blanco en lo que consideramos como una cierta "culpabilidad" de la lectura de Ana Teresa Martínez con respecto a la forma de abordar la práctica y la teoría de Pierre Bourdieu. Aquí el desarrollo de los distintos momentos que hacen a la construcción de una nueva matriz epistemológica, se despliega a través del juego de interrogantes, obstáculos y soluciones que encuentra el autor en su práctica científica, bajo un modelo de estudio que deja poco o ningún lugar a las inconsistencias, los fallidos, o las consecuencias no deseadas de su perspectiva. La contracara de la profundización en las tradiciones intelectuales que configuran la herencia de la noción de habitus, campo o capital simbólico, se transforma en una fuente inagotable de recursos a la hora de responder a los cuestionamientos externos. Bourdieu nunca está donde los buscan sus críticos; no aparece en los excesos de una mirada que interpela al mundo social desde su reproducción y continuidad, ni en el peligro de definir a los sectores populares a través de la desposesión o en la ambigüedad del lenguaje económico aplicado a la sociología. El rechazo estricto de las críticas que no logran captar el "núcleo duro" de su práctica, el carácter sucesivo, abierto y circular de sus aproximaciones conceptuales, produce el efecto de un mantenimiento forzado de la perspectiva del autor, en donde la flexibilidad y la dinámica relacional que reclama la lectura profunda de Ana Teresa Martínez, no siempre se corresponden con la impresión que transmiten los usos concretos de los conceptos de Bourdieu en sus investigaciones empíricas. En este sentido se prestan pocas herra mientas al develamiento de los puntos flacos de la teoría de los campos a la vez que se corre el riesgo de transmitir un discurso totalizante, en el sentido de una presencia plena sin fisuras ni ausencias, que sirve más a los efectos de consagración del campo que a la producción de una alternativa desde las academias periféricas. Esta tendencia a llenar los espacios vacíos con el carácter "semirrígido" de los conceptos bourdianos atraviesa todo el libro en forma discontinua y se vuelve más evidente a la hora de responder a las críticas sin recuperarlas en su momento de verdad.

En segundo lugar, consideramos que una de las coordenadas centrales en el rastreo de las omisiones que estructuran subterráneamente el discurso de Bourdieu, consiste en examinar los argumentos que aparecen con la fuerza incuestionable de las evidencias: nos referimos a la acción dominante de lo social como un factor explicativo que se presenta siempre desde su contundencia, anterioridad y eficacia, asumiendo un modelo de sociedad en cierta forma implacable en el ejercicio integrado de la dominación. Aquí, la presencia de una dialéctica débil de los procesos sociales, o mejor dicho, el sesgo hacia la producción de continuidades que no son siempre las mismas, pero alcanzan para conservar una cierta estructura de relaciones en las cuales la posición dominante y dominada quedan presas de un realismo por momentos exagerado, constituye un presupuesto epistemológico que es preciso revisar a la luz de otras perspectivas de análisis. Se descuida, en principio, el lado flaco de la reproducción social, sus discontinuidades e interrupciones, o directamente el fracaso rotundo de las instituciones en el proceso de socialización. Los estudios en contextos de crisis como es el caso de los rituales y el parentesco en Kabylia, o la reestructuración del sistema de los intercambios matrimoniales en Béarn, develan la orientación de las preguntas sociológicas hacia una suerte de reajuste de los esquemas de percepción y las estrategias de los sujetos a nuevas situaciones de exclusión. De ese modo, los interrogantes válidos sobre las formas de adecuación social dejan de lado la multiplicidad de prácticas que conservan su carácter inadecuado y se construyen en la diferencia y el enfrentamiento con las estructuras de dominación existentes. Al trabajo de la sociología reflexiva por develar la génesis histórica de los artificios culturales y la necesidad que subyace a todo espacio social, parece faltarle la pregunta por la discontinuidad que despliega el mismo movimiento constante pero interrumpido de la reproducción social, en donde se construye la periferia como el resultado de los mecanismos de exclusión. Es justamente este espacio sintomático de la marginalidad el que permite redimensionar a la sociedad como un todo, a partir de lo que ella deja afuera, ofreciendo un nuevo factor explicativo de los distintos ámbitos económicos, políticos y culturales de la experiencia colectiva. El exterior constitutivo de los sectores marginales, tan desarrollados en los países periféricos, constituye el horizonte de análisis fundamental para comprender no sólo las reglas de la conservación variable del espacio social sino también la dinámica de los cambios que se gestan, abortan y se vuelven a gestar constantemente en aquellos puntos flacos en donde la sociedad fracasa. Tal vez, el grado cero de la reincorporación crítica de la teoría de los campos a las academias periféricas sea el descentramiento de la noción de habitus para abordar el desajuste irreconciliable entre el individuo y la sociedad.

Joaquín M. Algranti
UBA / CONICET