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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.12 no.1 Bernal June 2008

 

RESEÑAS

Reinhart Koselleck, Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués, Madrid, Trotta-UAM, 2007, 288 páginas

 

El nombre de Reinhart Koselleck se encuentra hoy estrechamente asociado a la llamada escuela alemana de "historia de los conceptos". La que aquí se reseña es su primera gran obra (corresponde a su tesis doctoral, publicada en 1959), en la que fija ya los lineamientos fundamentales que presidirán su proyecto historiográfico orientado a comprender el origen y el sentido de la modernidad. En ella analiza la relación dialéctica que, según afirma, se establece entre los procesos de surgimiento de las filosofías modernas de la historia y de crisis del sistema absolutista que acompaña la progresiva afirmación del mundo burgués. Koselleck define esta dialéctica en términos de una secuencia interrelacionada de fenómenos: "El absolutismo", dice, "condiciona la génesis de la Ilustración. La Ilustración condiciona la génesis de la Revolución" (p. 27). Una segunda secuencia de eventos que luego establece resulta, sin embargo, mucho más reveladora: "La crítica se potenció a sí misma, en la contracrítica, hasta convertirse en supercrítica, y por último se degradó en hipocresía" (p. 112). Aunque algo críptica, esta frase condensa su visión del proceso de emergencia del mundo moderno. Cabe, pues, analizarla más detenidamente.

Paradójicamente, las premisas de la crítica ilustrada que llevarían a la crisis y disolución del estado absolutista se encuentran, para Koselleck, en la propia estructura del absolutismo. Como es sabido, las Guerras de Religión que se encuentran en su origen llevaron a la institución de la instancia soberana como un terreno neutral, desprovisto de toda ideología particular, y al consecuente desdoblamiento entre las esferas de lo público y lo privado. Todas las consideraciones morales substantivas quedarían entonces relegadas al ámbito del foro interno del individuo. Con esta escisión se quebraba la relación entre culpabilidad y responsabilidad del cristianismo: la renuncia a sostener públicamente las propias creencias sería ahora la condición para la paz política; y, con ello, la responsabilidad cívica se traduciría en culpabilidad individual. Hobbes provee un fundamento ideológico a este desdoblamiento. Por un lado, degrada la "conciencia" a "opinión" (despojándola así de toda connotación moral) y, por otro, elimina el dualismo entre moral y política refiriendo ambas a una misma fuente (la instancia soberana). Aun así, la "conciencia" seguiría siendo el criterio para la moralidad privada. De este modo, el ámbito privado (el reino de la pura subjetividad) permanecería como una suerte

de residuo ineliminable de estado de naturaleza en el seno de la sociedad civil. Éste pronto se convertiría en el lugar natural en el que afincaría la crítica. Sin embargo, ello sólo se produciría cuando el Estado absolutista lograse finalmente eliminar la causa que le dio origen y de la que tomó su justificación (las Guerras de Religión). Entonces el dualismo ilustrado revelaría su verdadero sentido: la separación de la moral respecto de la política encarnada en el Estado vaciaría progresivamente a este último de toda legitimidad. Éste deja de aparecer como el garante para convertirse en el enemigo de la libertad. Y con ello se produce una nueva inversión entre responsabilidad y culpabilidad: mientras en un primer momento todo hacía parecer que el súbdito era potencialmente culpable, medido con la inocencia del poder regio, el monarca es ahora siempre culpable medido con la inocencia de los ciudadanos (p. 56).

Para preservar la moralidad, el ciudadano deberá, pues, renunciar a toda responsa bilidad cívica. La crítica entra así en la vía por la que habría de convertirse en contracrítica.

Locke es quien da entidad filosófica a la crítica. Con él, la ilustración avanza sobre el ámbito público sin abandonar, sin embargo, su carácter alegadamente privado. Éste instituye la law of public censure (el juicio moral de los ciudadanos) como un poder indirecto, el cual hereda el atributo, propio del Estado absoluto, de absorber en sí moralidad y legalidad: la fuente de su moralidad no está en su contenido sino en su origen, en el acto voluntarista de su génesis. Con Locke la conciencia cobra, pues, sentido político, se vuelve crítica, abriendo así al mismo tiempo el camino para instituirse en contracrítica. Pero para ello era necesario que encarnase en fuerzas indirectas que materializasen tal poder espiritual.

Esto ocurre finalmente cuando el mundo burgués, de creciente poder económico pero apartado de la función pública, comienza a articular un ámbito político propio (la sociedad civil), al que instituye como "poder moral" opuesto al "poder político" del Estado. La crítica adquiere entonces un carácter eminentemente político pero sólo en la misma medida en que se desconoce como tal. Este ofuscamiento político de la política, su enmascaramiento moral, encuentra su mejor expresión en la masonería. Las logias instituyen una jurisdicción moral que no sólo se hurta al alcance del Estado sino que, como tal, reniega de la condición pública de su accionar. Gracias a él la contracrítica deviene al mismo tiempo supracrítica: el orden que la logia encarna no es sólo opuesto, sino también superior al estatal. Y este último ya no puede, pues, rehusarse a comparecer ante este tribunal moral sin perder toda legitimidad. En su intento de reclamar su soberanía sólo se confirmaría como un poder tiránico. El Estado absolutista quedaba así atrapado por la propia lógica dualista entre moral y política que él había instaurado.

La emergencia de la República de las Letras señala sólo su punto de llegada. Koselleck analiza aquí la mutación que sufre el concepto de crítica a medida que se traslada del ámbito religioso al político, en el que termina identificándose con la Razón. El afán de Verdad vuelve así hipócrita a la crítica en la medida en que la descarga de culpabilidad: la invocación de la Verdad convierte a aquélla en un soberano que impera tan inexorablemente como que la redime de toda responsabilidad decisoria. La máscara de generalidad sirve así a la exacerbación de las polarizaciones implícitas en los marcos dualistas de la crítica ilustrada, la que ahora se ofrece como única solución a las contradicciones que ella misma había producido. De este modo, la crítica, convertida en hipocrítica, legitima la guerra civil.

Rousseau es el ideólogo de la revolución permanente desencadenada por la persecución del estado ideal. El ámbito moral de la sociedad entonces se estataliza. Pero éste simultáneamente se escinde –con lo que los marcos dualistas se trasladan ahora al seno de la sociedad. El Estado no sólo es inmoral, sino que inmoraliza a la propia sociedad. Éste descarga así sobre el individuo su propia culpabilidad que se evidencia en la distancia que separa al hombre (el sujeto de la voluntad individual) del ciudadano (portador y encarnación de la voluntad general). El poder es ahora aquel destinado a redimir la conciencia culposa del hombre que se ha separado del bien común. La revolución permanente se desdobla, en consecuencia, en dictadura permanente.

La filosofía de la historia es la que finalmente proyecta ese Estado ideal en un tiempo utópico que, como tal, resulta siempre inalcanzable y siempre presente. "De este modo, los Illuminaten se alían con un futuro elaborado por ellos mismos, que se cumplirá con la misma certeza moral con la que ellos actúan" (p. 120). La crítica se vuelve así por segunda vez hipócrita. La eliminación del Estado, eludida como decisión política (éste "desaparecerá por sí solo"), encuentra con ello un doble reaseguro filosófico (en la Razón y en la Historia). La resolución de la crisis entre moralidad y política se vuelve entonces inminente. El tribunal de la opinión, tras haber declarado su condena del Estado, encomienda a la Historia la ejecución de la sentencia.

Según vemos, Kritik und Krise es un texto de claras reminiscencias schmitteanas. Koselleck, sin embargo, convierte la idea de la Ilustración como neutralización de la política en el núcleo de un trabajo de reconstrucción historiográfica, con el que busca referir los procesos intelectuales a los fenómenos político-sociales particulares que determinaron sus condiciones históricas de posibilidad, lo que le permite elaborar una perspectiva de la emergencia de la esfera pública moderna (y de las matrices conceptuales que le estarían asociadas) en muchos sentidos mucho más rica, problemática y sugerente que la más difundida y lineal ofrecida por Habermas. En todo caso, constituye un contrapunto necesario. Esta edición se completa con la traducción del vocablo "Crisis", aparecido originalmente en el Geschichtliche Grundbegriffe. Es de esperar, en fin, que tenga mejor suerte que la primera realizada en nuestro idioma (aparecida en 1965, cuando Koselleck era desconocido fuera de Alemania), y que permaneció prácticamente ignorada.

Elías J. Palti
UNQ / CONICET