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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.12 no.1 Bernal June 2008

 

RESEÑAS

Robert Darnton, Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución, Buenos Aires, FCE, 2008, 554 páginas

 

Desde hace casi cuarenta y cinco años, cuando sus estudios sobre la propaganda radical en la Francia prerrevolucionaria desembocaron en su tesis doctoral ("Trends in Radical Propaganda on the Eve of the French Revolution (1782-1788)", Oxford, 1964), los textos de Robert Darnton han sido fundamentales para los debates sobre la vida cultural en el siglo XVIII. Su frondosa producción nos ha permitido una mejor comprensión de la historia social de las ideas y ha contribuido notablemente a la difícil tarea de esclarecer tanto las formas de producción, comercialización y lectura de textos olvidados, ajenos al canon, como el medio cultural en que se originaron.

La reciente aparición en español de Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución salda una deuda de más de una década, pues la obra fue publicada en inglés en 1995, acompañada en aquel caso por un segundo volumenThe Corpus of Clandestine Literature in France, 1769-1789- un catálogo de los 720 títulos prohibidos más vendidos, los autores más ven dedores y otras estadísticas sobre el comercio clandestino de libros (Nueva York, Norton Books). El objetivo principal del texto es responder a un interrogante que desvela a los historiadores de la Revolución Francesa incluso desde antes de que Daniel Mornet lo planteara explícitamente en Les origines intellectuelles de la Révolution Française (París, 1933): ¿cuáles fueron, si es que los hubo, los orígenes intelectuales, ideológicos y culturales de la Revolución? Para ello, Darnton intenta determinar en primer lugar qué leían los franceses de la segunda mitad del siglo XVIII, para luego definir el impacto de esos libros en las actitudes de sus lectores hacia el Antiguo Régimen. En su búsqueda, analiza una vorágine subterránea de publicaciones ilícitas y estudia el significado de los libros prohibidos en los años anteriores a la Revolución, indagación que incluye también las características de la demanda de libros prohibidos y los medios de satisfacerla.

La primera parte del libro describe la mezcla curiosa de pornografía, filosofía y comentario político que daba forma al grupo de los "libros prohibidos" y el modo en que se los comercializaba. Una contribución importante de esta sección del libro es la ampliación de la categoría de "livres philosophiques" para abarcar un conjunto de obras clandestinas mucho más extenso del significado que se daría luego a la categoría. Se trata de "una expresión convencional en el comercio de libros para caracterizar todo lo que estaba prohibido" (30), obras a las que la policía se refería como "mauvais livres". Esta adecuación del concepto a

los términos de época permite, por un lado, poner en cuestión nuestras propias definiciones de lo que constituye la literatura filosófica francesa del siglo XVIII y descubrir el impacto de esa construcción canónica en la forma en que fue analizada y comprendida por los historiadores. Ofrece, además, una salvaguarda ante los riesgos del anacronismo, pues en lugar de partir de las nociones modernas sobre lo que debió representar una amenaza para las ortodoxias del Antiguo Régimen, identifica los más exitosos entre los libros prohibidos mediante el examen de las prácticas de los libreros. El estudio de las estrategias de los comerciantes de libros para satisfacer la demanda de esas obras ilícitas provee una vívida imagen del funcionamiento del mercado editorial en la Francia prerrevolucionaria.

En la segunda porción de la obra, Darnton analiza algunos títulos clave de su grupo de obras prohibidas, a los que considera "el epítome de las diferentes variedades en el interior del corpus" (138). Se trata de Thérèse philosophe, obra posiblemente de Jean Baptiste de Boyer D'Argens, publicada por primera vez en 1748, L'An 2440, de Louis-Sébastien Mercier, que registra veinticinco ediciones (la primera de 1771), y Anecdotes sur Mme. la comtesse du Barry, de 1775, tal vez de Mathieu François Pidansat de Mairobert.

Además del detallado análisis de Darnton en esta segunda parte, las tres obras conforman la antología de textos que ocupa las últimas ciento cincuenta páginas del volumen.

En la tercera parte de Los best sellers prohibidos..., el autor argumenta acerca del papel de la literatura clandestina en el desarrollo de la opinión pública y busca delimitar su relación con la Revolución Francesa. Aunque repetidamente sostiene que sólo podemos suponer los efectos de la lectura en los corazones y las mentes de quienes leían, Darnton está convencido de que el historiador puede cono cer lo que los textos signifi caron para los lectores del pasado, pues "los libros suscitaban emociones y sacudían el pensamiento con un poder que hoy no imaginamos" (328).

En cuanto a la relación entre las ideas y la Revolución, su análisis se distancia, por un lado, de la crítica de Roger Chartier a la búsqueda de orígenes intelectuales de la Revolución y de su propuesta de rastrear, en cambio, sus orígenes culturales (Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución Francesa, Barcelona, Gedisa, 1995 –1990–). Según la apretada síntesis de Darnton, entre esos orígenes culturales, Chartier destaca la expansión del ámbito de la vida privada, la secularización de la religión, el aumento del conflicto en las clases bajas, el descenso en la participación del rey en los rituales públicos y la influen cia de la literatura en el desarrollo de una esfera pública burguesa. De acuerdo con nuestro autor, la hipótesis de Chartier no lograría establecer un vínculo concreto entre esos orígenes culturales y los sucesos de 1789. Por otro lado, Darnton también censura el análisis del discurso, al estilo de François Furet (Pensar la Revolución Francesa, Barcelona, Petrel, 1980 –1978–) y Keith Baker (Inventing the French Revolution, Cambridge, 1990), pues considera que la orientación de los revolucionarios no puede explicarse sólo por el desarrollo de la teoría o el debate políticos, sino que se rige muchas veces por la política concreta, de manera que en los discursos revolucionarios el significado no venía preempacado, era inherente al proceso revolucionario, a las presiones sociales, a la imaginación, a las representaciones. Darnton enfatiza, en cambio el papel de la literatura ilegal y, ante el desafío de explicar por qué los textos que él elige como centrales merecen mayor atención que otros, sostiene que su ilegalidad les proveyó un impacto especial. Propone, entonces, que la brecha que separa tanto a la historia de la cultura como al análisis del discurso de los sucesos revo lucionarios puede cubrirse con una historia de "la fuerza misteriosa de la opinión pública". Así, la clave para la solución del problema no estaría en el origen del mensaje, sino en la forma en que reverbe raba en la sociedad y se volvía significativo para el público. De hecho, nadie anticipó la Revolución ni la incitó entre los franceses antes de 1787. Hay que entender los orígenes ideológicos de la Revolución como un proceso de deslegi timación del Antiguo Régimen más que como la profecía de un régimen nuevo. Y nada minó con mayor eficacia la legitimidad que la literatura del libelo (322).

De este modo, sus descubri mientos sobre la circulación de libros clandestinos permitirían identificar qué títulos prepararon el camino para la Revolución y cómo socavaron el respeto por la monarquía hasta el punto de ponerla al borde del colapso ante la aparición de una coyuntura política agitada.

Al tratarse de una obra que aborda un tema tan disputado como las relaciones entre cultura y revolución, Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución produjo un intenso debate desde su publicación en inglés hace trece años (es, incluso, uno de los textos discutidos en Haydn T. Mason (ed.), The Darnton Debate: Books and Revolution in the Eighteenth Century, Oxford, Voltaire Foundation, 1998), que hubiera merecido verse reflejado en un prólogo actualizado a la edición en español. Entre sus críticos más tenaces, habría que mencionar a Elizabeth Eisenstein y Jeremy D. Popkin. Una de las más notables vulnerabilidades del libro de Darnton reside en su pretensión de arribar a conclusiones generales sobre el comercio de libros en toda Francia antes de la Revolución con una base documental excepcional, aunque notable mente estrecha: cincuenta mil cartas y libros de contabilidad de la Societé Typographique de Neuchâtel. Darnton reconoce los problemas que pueden derivarse de que sus fuentes primarias surjan de una sola casa editorial suiza, es en general moderado en sus conclusiones por la escasez de pruebas independientes y defiende la representatividad de aquellos registros, aunque es inevitable que algunas de sus afirmaciones carezcan de evidencias documentales concluyentes.

Otro conjunto de observaciones críticas a la obra de Darnton hace foco en que su corpus de obras clandestinas está excesivamente delimitado temporalmente (también por la naturaleza de sus fuentes primarias, que cubren el período 1769-1789) y en que se concentra sobre todo en textos efímeros y en la literatura que hoy definiríamos como pornográfica. Es problemático usar los best sellers ilegales del período 1769-1789 para intentar explicar los lazos entre la Ilustración y la Revolución, o incluso los orígenes ideológicos de ésta. Así, por ejemplo, Darnton se ve obligado a reconocer que la baja performance de Rousseau en su lista de autores más vendidos se debe a que La nouvelle Héloïse, su libro más popular, no era ilegal (114). En el mismo sentido, el autor presta enorme atención a "livres philosophiques" a los que los historiadores habían dado poca importancia, como los que integran la antología final, de modo que parece atribuirles una influencia mucho mayor que la que concede a otros ejemplos, más "clásicos", del mismo conjunto, entre los que se cuentan las obras de Mirabeau o Helvétius. Precisamente, el nuevo énfasis de Darnton en esos "otros" libros puede contraponerse a su propio estudio sobre la intervención de los lectores en el acogimiento de La nouvelle Héloïse y la aparición de una sensibilidad romántica, en el último ensayo de La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (México Fondo de Cultura Económica, 1987 –1984–). El problema no es que Darnton haya elegido estudiar los libros clandestinos, sino hasta qué punto esa elección y el hecho de que haya privilegiado algunas obras en ese conjunto pueden haber disminuido artificialmente la importancia de otros libros en su análisis de los orígenes ideológicos de la Revolución. Por otra parte, teniendo en cuenta que Darnton atribuye tanta importancia a obras en las que las mujeres son protagonistas principales, presta bastante poca atención a la relación entre género e ideología o a lo que podría llamarse el feminismo ilustrado (véase, por ejemplo, José Sazbón, "A propósito de las mujeres en la Revolución Francesa", en Seis estudios sobre la Revolución Francesa, La Plata, Ediciones Al Margen, 2005). Es cierto, también, que Los best sellers prohibidos... presenta una visión algo uniforme de la "opinión pública", un concepto que nunca define con precisión, y que su descripción de la forma en que la difusión de los libros afecta a la opinión pública y de cómo ésta influye en la acción política parece, por momentos, un tanto mecánica. A pesar de todo eso, el libro de Darnton es un importante aporte al conocimiento de la cultura francesa del siglo XVIII y provee una contribución capital al estudio de las relaciones entre cultura, economía y política en la modernidad temprana.

Nicolás Kwiatkowski
IDAES / UNSAM / CONICET