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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.12 no.1 Bernal jun. 2008

 

RESEÑAS

Antoni Martí Monterde, Poética del Café. Un espacio de la modernidad literaria europea, Barcelona, Anagrama, 2007, 491 páginas

 

Antoni Martí Monterde, profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona, se propone en este libro, finalista del XXXV Premio Anagrama de Ensayo 2007, abordar al Café desde un recorte singular, que expone ya desde el subtítulo de la obra: como un espacio de la modernidad literaria europea.

La tesis fundamental del autor, que plantea en la Introducción, es que el Café tuvo un papel decisivo en la modernidad literaria [...] [pues] alguna cosa comenzó a cambiar en la literatura en el preciso instante en que alguien se sentó en una mesa de un Café, tomó un papel y se puso a escribir (p. 22).

Esto fue así por varias razones. Por un lado, porque allí se pudo "descubrir la soledad" (p. 42), hecho clave considerando que una cifra de la modernidad es, para Martí Monterde, que "pensar es aprender a estar solo" (p. 13, 303). En segundo lugar, el Café alentó una experiencia y un registro de la vida cotidiana que permitió descubrir las tensiones distintivas de la condición moderna, al condensarse en él diversos juegos de contrastes: la conjunción entre soledad y convivencia; entre individuo y multitud; en el hecho de que el Café es "un lugar cerrado, aislado y, sin embargo, penetrable, al tiempo que abierto y, no obstante, excluyente" (p. 452);

un "ámbito donde quedarse un tiempo, o un tiempo incierto, sin certezas ni incertezas" (p. 17), que "significa construir una continuidad cerrada que, sin embargo, constantemente vive la inminencia de su interrupción" (p. 327). En suma, "El Café permite al mismo tiempo un contacto directo con la realidad y un distanciamiento" que propicia toda "una hermenéutica de la vida cotidiana" y desde allí, una "metaconciencia" crítica de la modernidad (p. 259). The Man of the Crowd, de Edgar Allan Poe, es para el autor el ejemplo literario paradigmático y al mismo tiempo fundacional en ese sentido (pp. 260-265). Finalmente, el Café alentó una manera de escribir que resultó la más ajustada para el registro de esa experiencia: fragmentaria, breve, fugaz, ensayística. "Una doble traza formal, ensayística y diarística, caracteriza la escritura de Café. La brevedad, el perspectivismo, la fugacidad de lo escrito responde a la forma misma de los locales, a la manera de estar en ellos, a su constitución ondulante, diversa y matizada" (p. 257). La genealogía de esa forma literaria tendría sus orígenes en los ensayistas ingleses del siglo XVIII, que volcaron sus escritos en distintos medios de prensa como The Tatler o The Spectator (Richard Steele y Joseph Addison entre los más destacados), para desembocar en el artículo costumbrista francés, en el flaneur chroniqueur del siglo XIX que encuentra en el Charles Baudelaire de los Tableaux Parisiens de Les Fleurs du mal o de Le Spleen de Paris una encarnación emblemática (p. 160).

En síntesis, el Café permitió captar la médula de la expe riencia moderna y al mismo tiempo forjar la forma literaria más adecuada para registrarla. Esta relación entre Café y literatura, concluye Martí Monterde, se difuminó en la segunda mitad del siglo XX, por el cambio de su escenario característico (la ciudad) y sobre todo, por el declive de la literatura en la vida pública y la pérdida de peso del Café en la vida ciudadana: "muchas de las relaciones que hasta entonces se desarrollaban en el Café, a partir de los años sesenta se desplazan hacia otros ámbitos" (p. 451). Con todo, son visibles destellos en la oscuridad: entre ellas, sobresale la fuerza simbólica del Café, identificable, por ejemplo, en el interés que ha ganado la restauración o conservación de Cafés (a pesar del gesto de parodia que también contienen, según el autor) o en la nomina ción que se dan nuevos tipos de locales (el caso de los cyber cafés). Todo ello hace pensar que "literatura y Café, en tiempos de pérdida, vuelven a proponerse" a que se mantiene "la búsqueda de locales donde, sencillamente [...] sea conce bible la lectura y la escritura".

Un gesto fundamental para que se forje una "conciencia de presente" (p. 467).

Un mérito indiscutible del trabajo es el meticuloso y minucioso rastreo de todo registro que los hombres de letras europeos dejaron sobre el Café desde mediados del siglo XVII aproximadamente (el autor nos precisa que el primer Café abrió en Oxford en 1650 pero que "el verdadero paso al ámbito público se da en 1672 cuando un gentilhombre florentino, Francesco Procopio dei Coltelli, afrancesa su nombre para fundar, en su primer emplazamiento, Le Procope" –pp. 14-15–) hasta las décadas centrales del XX. De este modo, los philosophes, los románticos, los bohemios, los dandis, los diletantes, los vanguardistas, tienen su lugar en estas páginas y es a través de sus voces como Martí Monterde ilustra sus argumentos. Desfilan así Denis Diderot, Voltaire, Honoré de Balzac, Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, Ramón Gómez de la Serna, Miguel de Unamuno, Karl Kraus, Henry Murger, Robert Musil, André Breton, Alfred Polgar, Mariano José de Larra, Julio Camba, Sándor Márai, Stefan Zweig, José Ortega y Gasset, entre muchos otros. También son múltiples los autores con los que Martí Monterde hace dialogar sus reflexiones, demostrando un sólido manejo de la bibliografía más cercana al tipo de texto que el autor encara: Claudio Magris, Walter Benjamin, Roland Barthes, Pierre Bourdieu, Michel Foucault. Por lo demás, vale acotar que si bien el texto se concentra en la realidad europea, incluye algunas referencias latinoamericanas, aunque sólo a título ilustrativo o anecdótico (como ciertas alusiones a Jorge Luis Borges y sus elogios al café con leche –pp. 15-16–, o al tango Cafetín de Buenos Aires).

La diversidad y la amplitud de la factura del libro, sin embargo, deriva en una extensión probablemente excesiva, que dispersa los argumentos y que en ocasiones les quita claridad y contundencia. Merece anotarse, por ejemplo, la huella que deja en la misma estructura del libro. Éste se compone de una introducción y once capítulos: "El primer Café"; "Lectura de Café"; "La vida interior de la ciudad"; "El Café y la bohemia"; "El Café como Academia"; "Desaparición de Cafés"; "La mancha manuscrita", "Invención y destrucción de la soledad"; "La periferia de la historia"; "Silencio en el Café"; "Café frío". No obstante, el tema que el autor presenta como central en la "Introducción", en verdad se desarrolla detenidamente en tres capítulos: "La mancha manuscrita", dedicado al tipo de registro de la experiencia cotidiana que propulsa el Café; "Invención y destrucción de la soledad" y "La periferia de la Historia", donde se despliegan las reflexiones más interesantes sobre la entidad del Café como ámbito para el "ensimismamiento público". Es difícil, a su vez, asociar con exactitud temas o tópicos con capítulos determinados, dado que a menudo los mismos se reiteran o se retoman a lo largo de ellos, y con diferentes voces. También suelen estar abiertos a digresiones, como si los testimonios recogidos alentaran a Martí Monterde a explayarse sobre otras temáticas para volver luego a concentrarse en el Café. Algo así puede verse en las disquisiciones sobre la bohemia en el capítulo "El Café y la bohemia", o sobre la experiencia del exilio en la tormentosa Europa de entreguerras a partir de los escritos de Sándor Márai en el capítulo "Silencio en el Café". No es éste, en consecuencia, un libro que presente sus argu mentos de manera progresiva, abordándolos a través de capítulos específicos para llegar a un balance final que los conjugue, sino un relato que va y vuelve sobre una serie de tópicos a través del relato con una multiplicidad de referencias. El género ensayístico, en el que se encuadra Poética del Café, puede habilitar una factura semejante (más aún, la ausencia de numeración de los capítulos es quizá un dato que revela que el autor pensó deliberadamente de esta manera la organización del trabajo). No es esta observa ción, por lo tanto, un rasgo objetable en sí mismo (aunque el coro de semblanzas y referencias no estén siempre del todo conectadas), sino un aviso al lector.

Volviendo sobre los ejes argumentales, el libro concibe al Café desde una óptica bien definida. Más que como espacio de sociabilidad, se lo ve como un ámbito cuyas huellas más singulares y relevantes son las de haber propiciado el ensimismamiento. En cierto modo desprendido de esto, se subrayan más los vínculos entre Café y literatura (y escritura) que entre Café y política (como, después de todo, lo refleja el subtítulo).

Desde ya, el autor no ignora la relación entre Café y sociabilidad. Los capítulos iniciales, "El primer Café" y "Lectura de Café", indagan la relación entre Café y esfera pública burguesa en el siglo XVIII, en una tesitura similar a las delineadas por Jürgen Habermas y Roger Chartier: el Café como un espacio al margen de los ámbitos hegemónicos (aunque en una relación que conjuga contraposición y replicación con los salones aristocráticos) y desde allí, subversivo; inclusivo, al estar desligado de las jerarquías por entonces imperantes; y clave en la constitución de la burguesía como actor político y social, e incluso en su educación civilizatoria gracias a la información divulgada por la prensa que a menudo los mismos Cafés editaron. A su vez, en tramos de otros capítulos, se hace alusión a la "potencialidad revolucionaria" de los Cafés, señalando sus vínculos con la Revolución Francesa y con el movimiento obrero surgido con la Revolución Industrial:

Cuando el derecho de reunión todavía era perseguido, el Café posibilitó a los trabajadores de diversos gremios comparar las condiciones de sus empleos e ideologizar sus conversaciones sobre el trabajo, que rápidamente dejaron de ser un reguero de anécdotas para convertirse en un inventario de agravios (pp. 344-345).

No obstante, el acento de Martí Monterde es que el carácter subversivo o revolucionario del Café incluyó lo político pero también lo rebasó:

La conversación del Café, opuesta al silencio, a la afasia alcohólica de la taberna,

incorpora la subversión proletaria a la heterodoxia burguesa, y hace del Café un espacio politizado e indomi nable para las autoridades (p. 346).

La inclusión en la reflexión de la dimensión política, pero su relativa lateralidad en la semblanza del Café, encuentra un sugestivo indicador en ciertas ausencias en las referencias bibliográficas. No hay citas ni menciones a Maurice Agulhon, por ejemplo, cuya obra ha sido clave en el análisis del Café como espacio de sociabilidad y sobre su papel en la cultura y en la política burguesas del siglo XIX, ni a los historiadores británicos que han indagado sobre la relación entre sociabilidad y cultura obrera (Edward P. Thompson o Gareth Stedman Jones, por mencionar dos exponentes notables).

A su turno, está claro que el autor subraya las sociabilidades más propiamente intelectuales que tuvieron al Café como centro: el cruce social que se da en sus mesas, consti tuyéndose en peñas, cenáculos, tertulias, u otras formas que articulan lo colectivo, exigen una solidaridad desinteresada y sin filiación, pero extremadamente fiel (p. 347).

Un capítulo ("El Café como Academia") explora su carácter como foro de una cultura alternativa a las de Academias y Universidades, y desde aquí, su vinculación con las vanguardias. No obstante, este papel, para el autor, tiene límites precisos, tanto en lo temporal como en lo propiamente cultural. Por un lado, porque es posible elaborar una genealogía del Café como espacio cultural alternativo que trasciende a las vanguardias del amanecer del siglo XX, al retrotraerse al menos hasta el siglo XVII inglés en que ya eran conocidos como Penny Universities (pp. 196-197). Y en segundo lugar, porque según Martí Monterde, la sobriedad ganó a las tertulias de Café en las décadas iniciales del siglo pasado, consolidándolas en el campo intelectual pero por ello mismo alejándolas paulatinamente de los afanes vanguardistas (p. 198). La relación entre vanguardias y Cafés, por lo tanto, está identificada y explorada, aunque delineada de manera laxa y presentada como un vínculo que distó de ser exclusivo u original.

Como ya enunciamos, lo sustancial del planteo del autor es que, conjugada con la singu lar sociabilidad que tiene lugar en el Café, es la soledad la experiencia distintiva que tuvo lugar en éste. El Café es el espacio ubicuo e improvisado donde la soledad moderna establece sus fronteras que ofrece su ámbito al ensimisma miento como parte de la sociabilidad misma. Como la conversación, la soledad también se entabla (p. 349); son la gente de Café, al descubrir en ellos la soledad, los primeros en vislumbrar no sólo el sentido de la modernidad sino también su crisis originaria (p. 42).

Un señalamiento sugestivo del autor es que la misma configuración espacial que adquirieron los Cafés a lo largo del siglo XIX contribuyó a ello, al generalizarse una "disposición alineada de las mesas" que las esbozó como "un territorio si no casi privado al menos donde no se debía ser importunado", inspirada (siempre según el autor), en las que tenían los medios de transporte de masas que surgen por entonces, como el ferrocarril, con líneas sucesivas de asientos. Ambas, al propiciar que hubiera gente reunida en un espacio delimitado sin tener que enfrentarse cara a cara, satisficieron una necesidad distintiva del ochocientos: el derecho al silencio en público (según la expresión de Richard Sennet que Martí Monterde retoma), esto es, a no ser interrumpido o importunado por estar rodeado de otros (pp. 37-39). Así, será en los Cafés [y no en otros ámbitos de sociabilidad contempo ráneos, como el club o el pub] donde se generalice, y de hecho se concrete, ese derecho al silencio público (pp. 303-304).

En suma, el Café es un ámbito de reunión que, avan zando en el tiempo, desde el siglo XVIII hasta el amanecer del XX, más que densificar los vínculos entre las personas, favoreció la toma de conciencia de la solitud, y a su vez, posibi litó las formas literarias que mejor la expresaron. En este sentido, el texto contiene un ensayo de periodización, no demasiado explicitado a lo largo del relato, pero que puede inferirse de sus argumentaciones: fue en los siglos XVII y XVIII cuando el Café resultó un ámbito de sociabilidad importante para la formación de actores colectivos (léase, la burguesía). A lo largo del siglo XIX y hasta el amanecer del XX, en cambio, el Café, más que lugar de encuentro de una "clase", lo fue de un tipo social singular, que también cobra una entidad definida por entonces, el hombre de letras (cuyos ropajes a su vez fueron cambiando: el bohemio, el dandy, el dilentante, el vanguardista). A partir de entonces, el Café se recortó como el lugar en el que se enfrentó el individuo con la multitud (tal cual lo expresa el cuento de Poe ya citado), encuentro del cual surgió, entonces, la soledad como revelación de la condi ción moderna. El escritor ensimismado, no un actor colectivo, es el protagonista del Café decimonónico. Dicho tránsito se sobreimprime con otro, ya señalado: la atenuación de la implicación política del Café y su afirmación como espacio de connotaciones fundamentalmente culturales y literarias.

Poética del Café no es, por lo tanto, un libro de historia sobre el Café que concentre sus esfuerzos en concebirlo como un espacio de sociabilidad en los siglos XVIII y XX. Quienes busquen esto en sus páginas probablemente salgan defraudados, a pesar de las alusiones que incluye sobre el tema. En todo caso, no están allí sus aportes más originales, posiblemente porque no fue ése el horizonte de problemas con el que el autor se propuso dialogar. En cambio, las lúcidas reflexiones y las observaciones sagaces que contiene sobre la relación entre Café, literatura y modernidad en la Europa de los siglos XVIII a XX, seguramente serán atractivas y útiles tanto para los interesados en la historia intelectual y de la literatura como en la teoría y en la crítica literaria.

Leandro Losada
IEHS-UNCPBA / CONICET