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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.12 no.1 Bernal June 2008

 

RESEÑAS

Fernando Degiovanni, Los textos de la patria. Nacionalismo, políticas culturales y canon en Argentina, Rosario, Beatriz Viterbo, 2006, 380 páginas

 

En Los textos de la patria, Fernando Degiovanni investiga los modos en que se llevó a cabo en la Argentina la "batalla" por los usos de la tradición en los años del llamado post-Centenario. Para ello, se concentra en las dos colecciones de clásicos nacionales editadas entre 1915 y finales de la década del veinte: la Biblioteca Argentina de Ricardo Rojas y la Cultura Argentina de José Ingenieros. Formadoras de un canon nacional –con sus respectivos libros, autores y prólogos–, estas colecciones permiten leer dos programas nacionalistas "que intentaban imponer una versión legítima de la 'argentinidad' a través de la circulación masiva de autores del pasado".

Por medio de la confrontación de ambos proyectos, de su realización y su difusión, así como del cotejo de los contenidos, Degiovanni releva los debates y disputas en torno a la nacionalidad en los años posteriores al Centenario, poniendo en evidencia la fuerte relación entre los discursos y las prácticas nacionalistas en el campo de la cultura. Esta confrontación le sirve, de hecho, tanto para explorar los modelos diferentes de nacionalidad que estaban en discusión en ese entonces como para revisar la articulación entre literatura y política propia del nacionalismo. Pero, además, en el abordaje de ambas colecciones Degiovanni analiza el papel del Estado, la importancia creciente del mercado y la función de los intelectuales; y lo hace de modo tal que desmonta varios lugares comunes construidos alrededor de la relación entre política cultural, nacionalismo y canon –según reza el subtítulo del libro– en muchas de las lecturas críticas del período. ¿Qué papel le cupo al Estado en la imposición de un canon nacional? ¿Qué tipo de competencia se estableció entre la política cultural estatal y las operaciones tentativas de un mercado en pleno proceso de consolidación? ¿Cómo se vincularon los intelectuales con el Estado y con los gobiernos en su afán de construir ese canon nacional? Y también: ¿cuáles son los dispositivos que permitieron organizarlo y difundirlo?

Si bien es cierto que ya en diversos momentos del siglo XIX se realizaron antologías y colecciones en las que se observan los intentos de construcción de un canon –tal como lo desarrolla Degiovanni en el capítulo inicial de su libro–, será recién alrededor del Centenario, y en particular en las siguientes dos décadas, cuando se logre imponer un conjunto de textos reconocidos por su carácter canónico. Ni el espíritu hispanoamericano de la América poética organizada en 1846 por Juan María Gutiérrez ni esa suerte de programa para una cultura nacional propuesto en La tradición nacional por Joaquín V. González –que de algún modo anunciaba algo de la política cultural que aplicaría como ministro de la segunda presidencia de Julio A. Roca– lograron por completo su objetivo. Sin embargo, limitarse al estudio de los años que van de entresiglos al Centenario, cuando las políticas culturales nacionalistas encuentran un eficaz cauce estatal, implica más que nada atender a la relación entre la nación y el Estado, que ya ha sido lo suficientemente subrayada en los estudios sobre el período. Focalizar, en cambio, en el post-Centenario le permite a Degiovanni revisar esa relación con una nueva perspectiva, en la que incorpora la tensión entre Estado y mercado en la "batalla" cultural sobre la argentinidad.

Estas precisiones son fundamentales a la hora de diferenciar Los textos de la patria de la tendencia más general en los estudios literarios y culturales sobre las primeras décadas del siglo XX en la Argentina. Porque la lectura de Degiovanni supone que las posiciones estatales no explican por completo ni la incorporación de tradiciones nacionales en el cuerpo social ni los procesos de canonización y ni siquiera la idea dominante de lo nacional en el período analizado; dicho de otro modo: el Estado no aparece como el único principio explicativo de la transmisión, e incluso la imposición, de la noción de argentinidad. Complementariamente, el estudio presenta un Estado que está lejos de ser un ente monolítico que puede controlarlo todo con un objetivo homogeneizador, a la vez que presenta un mercado que poseía, por entonces, la suficiente fuerza liberadora como para contrarrestrar el poder estatal.

Inspirado en los aportes a la historia cultural de Robert Darnton y en los ensayos sobre historia de la lectura de Roger Chartier, Los textos de la patria expone un acontecimiento editorial que permite revelar un entramado de relaciones y tensiones que de otro modo quedaría subsumido en la lógica más previsible de lo nacional estatal. Es a partir del análisis de un caso –coincidente en esta ocasión con el corpus– que Degiovanni, siempre atento a las prácticas involucradas en los procesos de difusión de "los textos de la patria", construye nuevas opciones teórico-críticas que sirven para pensar el post Centenario.

La principal confrontación entre las dos colecciones analizadas en Los textos de la patria surge de la competencia entre estrategias estatales y estrategias de mercado para difundir un canon nacional: mientras Rojas usa la vía estatal para sacar su colección, Ingenieros aprovecha las posibilidades que ofrece el mercado de bienes culturales en proceso de consolidación; como consecuencia, mientras la biblioteca de Rojas saca tiradas menores y menos cantidad de volúmenes a lo largo de los años, la colección de Ingenieros llega a alcanzar los cinco mil ejemplares por tirada y una importante cantidad de volúmenes. En las formas de circulación y consumo de esas bibliotecas de carácter "nacional", se ponen en evidencia, entonces, dos maneras diferentes de entender la propagación o la difusión de un proyecto de nación, de un ideal de nacionalidad. Pero, y en ello radica la verdadera eficacia de una crítica que atiende a las prácticas culturales, las formas de circulación se entraman en Los textos de la patria con el contenido de las colecciones y, a su vez, con el de los volúmenes que las componen.

Basta ver un ejemplo para notar el modo en que el trabajo de Degiovanni ilumina el proceso de construcción del canon. El primer ejemplo es la confrontación de los libros que abren las colecciones: mientras Rojas, ya por entonces creador de la primera cátedra de literatura argentina en la Facultad de Filosofía y Letras inaugurada en 1895 y en pleno proceso de redacción de su Historia de la literatura argentina, inicia su colección con un volumen de escritos de Mariano Moreno titulado Doctrina democrática, Ingenieros lo hace con el Dogma socialista de Esteban Echeverría. De esas elecciones inaugurales, Degiovanni destaca, por un lado, el modo en que Rojas practica en Moreno un prolijo borramiento de todo rastro de "jacobinismo", a la vez que propaga, en el nuevo e inminente contexto electoral del que surgiría electo presidente Hipólito Yrigoyen, una democracia que cierra sus compuertas ante socialistas y anarquistas. Por otro lado, exhibe a partir de la edición de Echeverría el funcionamiento de las disputas por la versión legítima de la argentinidad, rehistorizando la concepción del socialismo aun a expensas de la convicción filológica que sostenía la actividad editorial de Rojas y cuya ausencia le enrostraba a la labor de Ingenieros; a esto, se sumaría la publicación, también en La Cultura argentina, de un volumen de Escritos de Moreno, en los que, a diferencia de Rojas, Ingenieros subrayaba la radicalidad del pensamiento del patriota. Similares operaciones de lectura ejerce Degiovanni sobre la publicación de Martín Fierro en ambas colecciones, al destacar el mayor alcance de la edición "sociológica" de Ingenieros frente a la "filológica" de Rojas que se impondría sin embargo una década después; o sobre el modo de editar los artículos integrantes de Condición del extranjero en América, mostrando cómo atenúa la defensa sarmientina a la inmigración mientras subraya las críticas a las escuelas extranjeras, en un momento en que se siguen discutiendo los contenidos y alcances de la educación nacional en la población.

En todo los casos, la investigación llevada a cabo por su autor para Los textos de la patria es utilizada para mostrar la disputa por los sentidos de lo nacional, la lucha entablada en la difusión de esos sentidos. Dicho rápidamente: de un lado, la versión criolla del nacionalismo, de Rojas; del otro, el nacionalismo de mercado de Ingenieros, que incluye en su horizonte al inmigrante. De un lado, el estandarte de la especificidad y la filología como fundamento de la selección y difusión de la tradición nacional; del otro, una "lectura jacobina y socialista de los orígenes nacionales" y la construcción de una tradición "fundada en el discurso del antidogmatismo ideológico y el cientificismo metodológico" (275).

En esa disputa entran en juego tanto los principios de autoridad como las creencias políticas, tanto el tipo de relación con el Estado (de cooptación y alianza, de expulsión y oposición) como la oportunidad abierta por la consolidación del mercado, que aún no tenía los vicios mercantilistas que lo caracterizarían poco después. Todo ello, por otra parte, en un clima de época impregnado de las nuevas prácticas democráticas inauguradas con la ley de voto universal obligatorio, del acceso a la política de nuevos actores sociales, de las campañas de alfabetiza ción y el creciente normalismo, de la confianza en la promo ción del libro y la difusión de la lectura como herramientas de educación de los diferentes sectores de la sociedad. Ese conjunto de factores económicos, políticos y culturales es el telón de fondo del análisis de las dos colecciones a la luz del resto de la producción de sus creadores y de sus diferentes proyectos intelectuales.

Pensado en el marco de los estudios literarios argentinos, los rasgos críticos de Los textos de la patria se concentran en dos gestos que funcionan, a lo largo del volumen, complementariamente: el antidenuncialismo y el archivismo. Si bien la posición denuncialista en la crítica literaria argentina ha sido, desde sus inicios en los años cincuenta, fundamental para darles una dimensión política a los estudios sobre literatura, su actual insistencia atenta contra algunos de sus propios principios. En principio, el denuncialismo histórico implicó un intenso trabajo de archivo tanto de las manifestaciones culturales contestatarias como de las canónicas (basta leer un libro como Literatura argentina y realidad política [1967] de David Viñas para comprobar esto), que actualmente ha quedado relegada al rescate de los "silenciados" o bien se ha abandonado en pos de un mero énfasis retórico. Además, si el denuncialismo tenía como punto de partida discutir a los modelos, a los "padres", el denuncialismo actual ha perdido la irreverencia para terminar exhibiendo una pura veneración hacia los maestros.

En ese sentido, el libro de Fernando Degiovanni permite entablar una discusión en serio no sólo con las posiciones abiertamente denuncialistas, sino también con aquellos remanentes que reaparecen con particular intensidad en los estudios dedicados al nacionalismo, al canon o a la relación entre escritores y Estado. Es que mientras el denuncialismo tiende a cerrar los archivos de antemano porque encuentra en ellos lo que ya cree saber, la actitud crítica de Degiovanni da una buena respuesta a las preguntas sobre los caminos, objetivos y valores del archivismo, probablemente con la ayuda de la experiencia de formación y de docencia que su autor ha tenido en la academia norteamericana. Uno de los logros del libro de Degiovanni es que muestra cómo entrar en serio, y no con simple afán detectivesco ni con mera manía documentalista, al archivo argentino, tan sesgado siempre por ese consabido problema que combina descuido por el patrimonio con una –hasta los últimos años al menos– inexplicable pasión por el mismo canon al que se dice querer destruir y renovar pero que en verdad sólo se redefine. En este caso, la entrada al archivo de Rojas y de Ingenieros, y el cotejo entre ambos, permite reconstruir una escena cultural del post-Centenario diferente y más compleja de aquella con la que se trabaja habitualmente.

Esto ocurre especialmente con el archivo de Ingenieros, que renueva la imagen del escritor al ofrecer un perfil ligado a la modernización proveniente, no del Estado, sino del mercado. Tanto es así que, por momentos, la atracción que ejerce sobre el investigador va en desmedro de la lectura del proyecto cultural de Rojas, sumamente cuestionado, aun cuando se trate de una empresa de corte estatal y aun cuando La Biblioteca Nacional no sea quizás su resolución más feliz en términos intelectuales si se la compara con la colección de Ingenieros. Es que, para desmontar los lugares comunes sobre el Estado, Degiovanni trabaja con aquello del orden del mercado, que entonces se le opone, compite con él y permite, desde afuera, mostrar sus imposibilidades. Por eso, en definitiva, lo fundamental del libro es el modo en que la investigación y el trabajo con los archivos permiten armar otra versión de la construcción de identidades, de la invención de tradiciones: lejos del denuncialismo y prestando especial atención a la multiplicidad, a lo diverso, a las instancias de disputa. Fernando Degiovanni hace esto de una manera discreta porque su eje son las dos colecciones, pero las consecuencias que extrae de esa confrontación son sin vuelta atrás para pensar no solamente el post-Centenario sino otras instancias del campo cultural argentino.

Alejandra Laera
UBA / CONICET