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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.13 no.1 Bernal jun. 2009

 

ARTÍCULOS

Raimundo Lida, filólogo y humanista peregrino*

Clara E. Lida y Fernando Lida-García

El Colegio de México
Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (indec)

Resumen
En la década del 20, Argentina recibió la influencia de los estudios filológicos modernos desarrollados en España por Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), en cuya estela se inscribe la fundación del Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En el entorno de su director desde 1927, Amado Alonso (1896-1952), se destacó el joven universitario Raimundo Lida (1908-1979), quien además de la actividad académica, sostuvo una estrecha vinculación con la vida cultural y literaria argentina, sus revistas e instituciones. Más tarde, su recorrido intelectual y personal por otros países -México y Estados Unidos-, lo prestigiaron en todos los ámbitos de las letras hispánicas. Este artículo reseña la biografía intelectual de un actor privilegiado, no sólo inserto en la cultura argentina sino también en la española e hispanoamericana, la anglosajona y la europea. Para situar el itinerario humanístico de Raimundo Lida, examinaremos también el complejo contexto de su época, desde la primera década del siglo pasado hasta la segunda posguerra mundial. Sólo abordaremos brevemente sus años en la Universidad de Harvard, desde 1953 hasta su muerte en 1979, para mostrar su vínculo continuo con la cultura de la cual siempre se sintió parte.

Palabras clave: Filología hispánica; Raimundo Lida; Facultad de Filosofía y Letras; El Colegio de México; Cultura argentina e hispanoamericana

Abstract
In the decade of 1920 Argentina received the influence of modern philological studies developed in Spain by Ramón Menéndez Pidal (1860-1968). The creation of the Institute of Philological Studies at the Facultad de Filosofía y Letras at the University of Buenos Aires was a product of that influence. From its beginning, the young university student Raimundo Lida (1908-1979) distinguished himself as one of the promising figure of the field. In addition to his academic activity, Lida maintained close ties with the cultural and literary life of Argentina, its magazines and institutions. Later, with his international journeys, especially in Mexico and United States, he gained prestige and recognition in every field of Hispanic letters. This article summarizes the intellectual biography of a privileged actor, not just a member of Argentine culture but also Spanish, Hispano-American, Anglo-Saxon and European. To locate the humanistic itinerary of Raimundo Lida, we will examine also the complex context of his time since the first decade of the xx century to the Second World War. We will only briefly discuss his years at the University of Harvard, since 1953 until his death in 1979, in order to illuminate his relationship with the culture he always felt as his own.

Keywords: Spanish Philology; Raimundo Lida; Argentine - Hispano-American Culture.

En el siglo xix, sobre todo por la influencia del romanticismo alemán, la filología, junto con la filosofía y la historia, adquirió el prestigio de una ciencia que permitiría conocer los orígenes y características culturales de un pueblo o comunidad lingüística y aprehender su espíritu (Volkgeist). Esta disciplina abarcaba una gama tan amplia de temas -desde el estudio de las lenguas y culturas antiguas y modernas, y la historia de sus orígenes, hasta la investigación sobre el folklore y las tradiciones populares-, que el filólogo alemán Georg Curtius (1820-1885) llegó a afirmar que la filología era a las ciencias humanas lo que la matemática a las ciencias exactas.
Esta visión humanística totalizadora se fue circunscribiendo hacia finales del siglo xix, al reconocer que como disciplina científica se debía sujetar a observaciones y examen sistemáticos de los cuales deducir principios y leyes generales. Desde entonces diversos enfoques teóricos y epistemológicos desagregaron la filología en disciplinas cada vez más especializadas. España no quedó al margen de este proceso; el desarrollo en ese país de la investigación filológica moderna se debió, sobre todo, a la labor de Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), quien sirvió de bisagra entre la tradición romántica alemana, con su búsqueda del Volkgeist en el estudio de los orígenes de la literatura castellana, y las corrientes teóricas y científicas contemporáneas. Menéndez Pidal -junto con sus colegas y discípulos de la sección de Filología del Centro de Estudios Históricos (CEH) de Madrid, fundado y dirigido por él en 1910- convirtió al Centro y a su Revista de Filología Española (RFE), creada en 1914, en dos grandes impulsores de los estudios filológicos en el mundo hispánico hasta la década de 1930.1

La Argentina recibió esta influencia después de la Primera Guerra Mundial. Así, Ricardo Rojas, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires entre 1921 y 1924, pidió apoyo al ceh de Madrid para fundar un Instituto de Filología en esa Facultad. Esa tarea se le encomendó en 1923 a uno de los colaboradores más cercanos de Menéndez Pidal, Américo Castro (1885-1972), quien se trasladó a la Argentina para fundar el Instituto. Pero, según veremos, el gran auge del instituto porteño se debió a la dedicación de un joven discípulo de Menéndez Pidal, Amado Alonso (1896-1952), que en 1927 llegó a Buenos Aires para ocupar la dirección e impartir los cursos de filología en la Facultad de Filosofía y Letras.
Alonso era heredero de la tradición humanística de la disciplina, pero, por su formación previa en la Universidad de Hamburgo, se había acercado a las corrientes más contemporáneas de la lingüística, como el estructuralismo y las teorías del lenguaje, la dialectología y la estilística moderna, entre otras. Si bien esto lo diferenciaba de la escuela madrileña, en cambio resultaba novedoso y atractivo para sus colegas y discípulos argentinos. Además, su energía, rigor, dedicación y personalidad carismática en la cátedra le permitieron rodearse de un grupo de jóvenes universitarios deseosos de proseguir su formación bajo su magisterio.
Entre éstos se destacó Raimundo Lida (1908-1979), cuya cultura humanística, formación filosófica e inclinación por el estudio de las literaturas hispánicas, la teoría lingüística y la estética del lenguaje pronto lo convirtieron en el más cercano colaborador de Alonso. Pero en esos años, en vez de limitar su curiosidad insaciable al ámbito exclusivamente académico, Lida sostuvo al mismo tiempo una estrecha vinculación con la vida cultural y literaria argentina, sus revistas e instituciones. Más tarde, su recorrido intelectual y personal por otros países -México y Estados Unidos-, lo prestigiaron en todos los ámbitos de las letras hispánicas.
Este artículo reseña la biografía intelectual de un actor privilegiado, no sólo inserto en la cultura argentina sino también en la española e hispanoamericana, la anglosajona y la europea. Para situar el itinerario humanístico de Raimundo Lida, examinaremos también el complejo contexto de su época, desde la primera década del siglo pasado hasta la segunda posguerra mundial. Sólo abordaremos brevemente sus años en la Universidad de Harvard, desde 1953 hasta su muerte en 1979, para mostrar su vínculo continuo con la cultura de la cual siempre se sintió parte.

1. De Europa central al Río de la Plata: despertar a la cultura del Nuevo Mundo

Raimundo Lida nació el 15 de noviembre de 1908 en una familia judía, en la ciudad austro-húngara de Lemberg,2 entonces capital de la provincia de Galitzia, donde uno de cada doce habitantes eran judíos. Su madre, Sara Ana Lehrer, era originaria de esa ciudad, mientras que su padre, Mauricio, había nacido a pocos kilómetros de allí, en Sandomirz, Rusia. No nos detendremos en la vida de la familia Lida en el Viejo Mundo, de la cual sabemos muy poco, aunque bien podemos imaginar, por la espléndida novela de Joseph Roth, La marcha Radetzky, que el equilibrio multiétnico que el autor contempla desde la burocracia del viejo Imperio, en la propia Lemberg, no estaba exento de tensiones y conflictos, de pobreza y etnofobias, que a principios del siglo xx motivaban una numerosa emigración judía a América.
Los Lida fueron parte de ese éxodo. A los once meses de vida, en octubre de 1909, Raimundo llegó a Buenos Aires en brazos de su madre y en compañía de su hermano Emilio, cinco años mayor. Allí se encontraba ya, trabajando como encuadernador, su padre, quien se había embarcado sin imaginar que el buque de la Hamburg-Amerika Linie lo llevaría a Buenos Aires y no a los Estados Unidos, el destino anhelado.
La ciudad y el país a los cuales llegó la familia estaban en vísperas de celebrar su centenario de vida independiente. Ya entonces Buenos Aires era una pujante metrópolis de casi millón y medio de habitantes, la mitad de los cuales, aproximadamente, eran inmigrantes. Desde hacía unos treinta años la Argentina se había convertido en un polo de atracción migratoria, debido al auge económico que la hacía figurar entre los países más ricos, con un ingreso per cápita comparable a los de Francia y Alemania. En este contexto de prosperidad bien puede imaginarse que, para quienes llegaban de las regiones pobres de Europa, la capital del Plata les ofrecía el sueño de una "gran Argentina", en cierta medida homólogo del American dream estadounidense.
A pesar de las estrecheces, el padre pudo salir adelante y mantener a su esposa y a tres hijos (María Rosa, la menor, había nacido en noviembre de 1910). Si bien al llegar la familia hablaba en yiddish -aunque los padres tal vez supieran algo de alemán, polaco y ruso-, en un curriculum manuscrito, posiblemente de 1961, el propio Raimundo, aunque ya ciudadano norteamericano,3 todavía se identificaba como argentino, y agregaba: "tenía muy pocos meses de edad cuando llegué a Buenos Aires. La primera lengua que hablé fue la española". A poco de llegar, su hermano Emilio ingresó en la escuela primaria y fue él quien primero aprendió el español y lo introdujo al resto de la familia. Desde entonces los tres hermanos hicieron del español su lengua nativa.
Bien sabemos que la escuela pública argentina, laica y gratuita, fue una poderosa fuerza de integración y asimilación cultural para los hijos de los inmigrantes, y una importante herramienta de ascenso social y económico. Los hermanos Lida pronto se destacaron por su inteligencia despierta y su pasión por el estudio. Raimundo recordaba más de una vez lo gozoso que le era ir a la escuela, y cómo ésta, que tenía una pequeña biblioteca, le había dado la extraordinaria posibilidad de leer cuanto podía, algo que su hermano mayor había alentado en los menores. Dados los escasos recursos de la familia, desde entonces, como hemos de ver, las bibliotecas desempeñarían un papel central en la vida de Raimundo.
Al concluir los estudios primarios, Raimundo, al igual que antes Emilio, cursó el bachillerato en el Colegio Nacional Manuel Belgrano, fundado en 1913. De esos estudios secundarios en el Manuel Belgrano, Lida guardó especial afecto por Roberto Giusti, estudioso de la literatura y maestro que ejerció desde entonces gran influencia sobre él. Por otra parte, en su temprana adolescencia había aprendido a tocar el piano con cierta destreza, y su afición por la música, y también por el ajedrez, lo acompañarían el resto de su vida.
En 1925 Raimundo concluyó el bachillerato y, no obstante la oposición del padre, que deseaba para su hijo una profesión rentable en la que pudiera ganarse la vida sin estrecheces, pero con el apoyo de la madre y del hermano mayor, entonces estudiante de medicina,4 optó por ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Allí se diplomó como Profesor en Letras, en 1931, no sin antes haber decidido integrarse plenamente naturalizándose ciudadano argentino el 11 de noviembre de 1930, cuatro días antes de alcanzar la mayoría legal, a los 22 años.5

2. La formación intelectual: el acercamiento al pensamiento europeo

Durante sus años universitarios Lida se abrió a diversas disciplinas y recibió influencias varias. Si bien en el bachillerato había adquirido conocimientos de latín clásico, en la Facultad dos destacados clasicistas -el alemán Kurt Schuler y el italiano Francisco [Francesco] Cappello, también filósofo-, cimentaron su interés por la lengua, la literatura y el pensamiento grecolatinos.6 También entonces comenzó sus estudios sistemáticos de filosofía. Conducido por la sabia mano de maestros como Francisco Romero, considerado entonces como el filósofo argentino más importante, se sumergió en la ética y la tradición racionalista de Spinoza y en la epistemología crítica de Kant. También por inspiración de Romero se acercó a la Sociedad Kantiana de Buenos Aires, fundada en 1929 por Alejandro Korn, cuyas enseñanzas seguiría muy de cerca durante algunos años y sobre quien dejaría un testimonio de honda admiración.7 A esto fue sumando por su cuenta la lectura de pensadores europeos de los siglos xix y xx, como los románticos alemanes -Hegel, Herder, Fichte, Schlegel-; los historicistas e idealistas italianos -Croce y Gentile-, y la fenomenología de Husserl; más tarde exploraría la lógica matemática de Gottlob Frege y Bertrand Russell, entre otros. A medida que profundizaba su formación filosófica, fue desarrollando una postura a la vez antimetafísica, pero también antipositivista, y se orientó decididamente hacia la lógica, la fenomenología y la estética. También en la universidad se interesó por los cursos que dictaba el neuropsicólogo alemán Cristofredo (Christofred) Jakob, que lo introdujeron a las relaciones de las funciones cerebrales con el habla y estimularon su interés por el psicologismo de William James y el intuicionismo de Henri Bergson, sobre cuya filosofía del lenguaje escribiría estudios pioneros.
Ya avanzada su carrera universitaria, Lida entró en contacto con las clases que dictaba Amado Alonso en la Facultad, mientras impulsaba el Instituto de Filología. Gracias a Alonso se desarrollaron en la Argentina los vínculos con la filología románica y con las teorías lingüísticas europeas. En palabras de Ana María Barrenechea, una de sus más eminentes discípulas, todo ello le permitió a Alonso fundar en Buenos Aires "una auténtica escuela lingüística" que iba más allá de lo que había sido la escuela de Menéndez Pidal.8 El Instituto de Buenos Aires cumplió una función pionera al fomentar, además, las investigaciones sobre temas latinoamericanos, hasta entonces prácticamente ausentes de los estudios filológicos en lengua española.9
El contacto con Amado Alonso fue fundamental en la formación del joven Lida, pues bajo su influencia se iniciaría en la estilística y la crítica literaria, que desde entonces marcarían su derrotero. Al concluir los estudios en la Facultad, por invitación de su maestro, Raimundo pasó a ser, primero, su Ayudante de Cátedra (1931-1932) y luego, Jefe de Trabajos Prácticos (1933-1947) en el curso de Lingüística Romance. Casi al mismo tiempo, en 1931 se incorporaba al Instituto de Filología para iniciar su formación como investigador en lengua y literatura, trabajando hombro con hombro con don Amado -como lo llamaron siempre sus discípulos-, pero también muy cerca de Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), el gran erudito dominicano a la sazón residente en la Argentina, profesor en la Universidad Nacional de La Plata y promotor de una visión continental que considerara en pie de igualdad las manifestaciones culturales de todos los países de lengua española. A partir de entonces Lida combinó sistemáticamente su interés por la filosofía con la filología, desarrollando una novedosa línea de investigación propia sobre filosofía y estética del lenguaje mientras se iba adentrando en el estudio minucioso de la lingüística, la teoría y la crítica literarias.
A esto contribuyó también su activa participación en la Colección de Estudios Estilísticos en la que, junto con Alonso, trabajó traduciendo, anotando y agregando ejemplos paralelos del español, y en muchos casos replanteando y debatiendo los problemas centrales de los textos que se daban a conocer. Alonso y Lida publicaron entonces los dos primeros tomos: la Introducción a la estilística romance, que -según Lida años más tarde- era una especie de crítica al estudio de Wilhelm Meyer-Lübke sobre la lingüística romance, en particular al énfasis que éste había puesto en la gramática histórica para explicar el desarrollo del lenguaje en las literaturas románicas; y El impresionismo en el lenguaje, con, entre otros, el ensayo prácticamente inédito de Charles Bally, "Impresionismo y gramática", y donde ambos hispanistas firmaron conjuntamente un novedoso estudio sobre "El concepto lingüístico de impresionismo", que, en palabras del propio Lida veinticinco años después, "logr[ó], creo, deshacer las mil y una ambigüedades con que se venía utilizando ese rótulo, sobre todo entre los alemanes".10
Otro de los objetivos que Alonso se planteó desde el inicio en el Instituto, debido a la influencia de Henríquez Ureña, fue estudiar el español de América; esto lo distinguió en seguida del ceh madrileño, centrado en investigar las lenguas y literaturas peninsulares, y le dio una decidida proyección continental. Fruto de ello fue la publicación de la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, dirigida por Alonso y Henríquez Ureña, con la colaboración de los más jóvenes, Ángel Rosenblat (1902-1984), Marcos Augusto Morínigo (1904-1987) y el propio Lida. Esta Biblioteca exploraba los corpus existentes, a la vez que sumaba estudios críticos, técnicos o descriptivos para conocer los fenómenos dialectales hispanoamericanos. Años después, hacia 1961, ya en Harvard, Raimundo explicaba en el borrador de carta citado que fue en aquellos años cuando por primera vez incursionó en la lingüística aplicada, la fonética y otras disciplinas afines, y agregaba, entre agradecido e irónico, "no me arrepiento de esas disciplinas científicas, aunque pienso que, para disciplinas, ya he tenido bastante".
A este cúmulo de actividades académicas -y hasta el inicio de su exilio en México, en 1947- Lida fue sumando nuevas y variadas obligaciones. Para concluir con las vinculadas al Instituto de Filología, mencionemos que en 1939 Alonso fundó la Revista de Filología Hispánica (RFH), y escogió a Raimundo como secretario de redacción, tarea a la que se le sumaría su hermana María Rosa, miembro también del Instituto y ya reconocida erudita clasicista y medievalista. Recordemos que a causa de la Guerra Civil Española se disolvió el Centro de Estudios Históricos de Madrid y dejó de publicarse su Revista de Filología Española. A partir de ese momento el Instituto de Buenos Aires, con su RFH, pasó a ser la principal sede de la filología en lengua española, hasta la dispersión de los integrantes del propio Instituto motivada por la política universitaria del gobierno militar del general Farrell, y la desaparición de su revista poco antes de la asunción de Perón a la presidencia, en junio de 1946.

3. Los trabajos y los días

Si ahora volvemos la mirada a la situación del país en 1930, cuando Lida comenzaba su vida profesional, debemos recordar que la crisis internacional de 1929 repercutió sobre la Argentina, al punto de quebrar el orden constitucional: en septiembre de 1930 un golpe militar derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen desatando conflictos y crisis en los que católicos nacionalistas e integristas se enfrentarían con sectores laicos y democráticos; sindicatos independientes y partidos liberales y de izquierda con grupos corporativos de simpatías falangistas, fascistas e incluso abiertamente pronazis. Así, jóvenes y adultos que anhelaban una participación ciudadana se vieron frustrados por el fraude electoral y la exclusión política. Para los intelectuales como Lida, todo ello se agudizó, primero con el estallido de la Guerra Civil Española (julio de 1936) y, a pocos meses del triunfo franquista, con el comienzo de la Segunda Guerra en septiembre de 1939. La polarización política en la Argentina -como en muchos otros países- se exacerbó y no escaparon a ella la Universidad ni el propio Raimundo, quien percibía con aflicción el peligro mundial y el colapso de ese sueño argentino que había impulsado los anhelos de su país de adopción en las décadas anteriores.
Como tantos jóvenes universitarios formados en la efervescencia cultural y la intensa circulación de ideas, así como en una tradición intelectual abierta a las más diversas corrientes del pensamiento, Lida no ocultó su antipatía por quienes se estaban adueñando de la vida pública
argentina. Esto lo hizo persona non grata a los ojos de las autoridades universitarias, mayormente ultranacionalistas católicos y conservadores, cuando no abiertamente fascistas, que procuraban alejar o reemplazar a los docentes que no les eran afines. Por ello, a pesar de su destacada trayectoria y del prestigio intelectual de que ya gozaba, durante muchos años no logró obtener más remuneración por su labor en el Instituto que la de una simple ayudantía,11 por lo que hubo de recurrir a otras tareas -pluriempleo común entre los intelectuales hispanoamericanos- para mantenerse. De estos años, un historiador y observador privilegiado como Tulio Halperin Donghi explicaría, en una entrevista reciente, la marginalidad a la que fueron empujados ciertos intelectuales: "Marginalidad respecto de la Universidad de Buenos Aires pero también marginalidad de los [luego] exiliados, como Raimundo y María Rosa Lida [...] respecto de su objeto de estudio".12

Así, mientras que por las tardes Raimundo cumplía su labor en el Instituto de Filología, por las mañanas, gracias a uno de sus ex profesores, Mariano de Vedia y Mitre, a la sazón intendente de la capital argentina, consiguió en 1934 un modesto puesto burocrático en la Dirección Municipal de Alumbrado, que, aunque no le ofrecía ningún aliciente intelectual, sí le daba un salario modesto pero estable y le dejaba -como él mismo recordaba divertido- mucho tiempo para leer y escribir a sus anchas mientras se ocupaba de los faroles porteños...
Por otra parte, sumándole horas al día, completaba sus ingresos con trabajos diversos. En 1931, cuando Victoria Ocampo funda la revista Sur, Lida envía su "primer artículo 'serio'" -son sus palabras-, primer eslabón en una larga cadena de estudios sobre Quevedo, pero también de sus reflexiones sobre teoría y crítica literarias. Se trataba de un comentario al estudio de Leo Spitzer sobre el Buscón y lo que se había hecho hasta entonces en materia de trabajos estilísticos aplicados a la literatura española. Años después, Lida explicaría sus reservas ya desde entonces ante ciertos planteamientos teóricos en boga: "mi presentación de Spitzer insinuaba serios reparos (esquemas simétricos y facilones, trampas de rótulos), porque en efecto, yo no coincidía del todo con A[mado] A[lonso] en la admiración a Sp[itzer] y [Karl] Vossler, aunque me parecía importante dar a conocer sus incitaciones". Es más, para él "el análisis del estilo" propio de la teoría estilística no era un fin en sí mismo sino un instrumento más para una crítica literaria "sin superstición, sin afán de emanciparlo de lo histórico y, sobre todo con deseo de respetar la integridad de la obra literaria".13
A partir de esta colaboración, Lida publicaría en Sur artículos sobre temas tan variados como el Mairena de Antonio Machado, la estética de Santayana, el pensamiento filosófico de Korn, la estilística de Vossler, entre otros.14 Además, iniciaría una estrecha relación con Victoria Ocampo, quien no tardó en darle en Sur una columna de crítica literario-cultural y humorística, veta de Raimundo que pocos reconocían detrás del gesto serio, pero que luego lo llevaría a profundizar en el estudio de la risa y la sonrisa en Sarmiento, en Antonio Machado, en Cervantes y en alguien de humor más ácido: Quevedo. Esa columna, titulada "La torre en guardia", la firmaba con el seudónimo de Antonino Rey, que ya había usado antes, así como el de César Rey, en tempranas colaboraciones literarias en El Hogar y algún otro semanario ilustrado. Pero lo que pocos saben es que Victoria, consciente del singular manejo del idioma -a la vez que de las necesidades económicas- de su joven amigo, le propondría que le corrigiera o tradujera del francés sus textos literarios, pues el español aporteñado de Victoria era su idioma vernáculo, pero su lengua culta había sido desde pequeña el francés. Sur y Victoria Ocampo fueron además cruciales para acercar al joven aún veinteañero a figuras estelares de la literatura y la cultura argentina e internacional, tales como Borges, Guillermo de Torre y Bioy Casares, Ortega y Gasset y Waldo Frank, Stravinsky y García Lorca.

También por entonces Lida comenzó a enseñar Literatura española medieval, Lengua castellana y Composición, en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario, donde se formaban los profesores de Enseñanza Secundaria, con habilitación para dictar clases en los colegios nacionales (entonces sólo de varones) y los "liceos de señoritas", y donde por un tiempo se respiró un aire menos sectario que en la Facultad. En ese Instituto enseñaban excelentes profesores, tales como los ya mencionados Giusti, Henríquez Ureña, Alonso, Francisco Romero, y como Juan Mantovani (filósofo y pedagogo), Abraham Rosenvasser (egiptólogo), entre otros.15 Allí Lida tuvo como alumnas a jóvenes egresadas de las escuelas normales para maestras, como Ana María Barrenechea, Frida Weber [luego, de Kurlat], Emma Susana Speratti Piñero y otras, a quienes alentó a adentrarse en la filología y la crítica literaria, en las que luego descollaron. De entonces data la estrecha amistad con Anita Barrenechea, que perduraría a través de los años y las distancias.
También participó en el Colegio Libre de Estudios Superiores, entidad privada que fundó en 1930 un grupo de intelectuales, científicos y humanistas, entre los que figuraban Alejandro Korn, Francisco Romero, Amado Alonso, Henríquez Ureña y Bernardo Houssay, por citar sólo algunos a quienes ya nos hemos referido, como un centro de nivel universitario creado para una amplia labor cultural mediante numerosos cursos, conferencias y seminarios vinculados con las ciencias y las humanidades. Parte de las actividades del Colegio Libre quedó registrada en su revista, Cursos y Conferencias, que se editó a partir de 1931 y donde Lida publicó varios estudios sobre literatura y filosofía del lenguaje, en particular sobre Croce, Gentile, Herder y Lessing. Agreguemos que de ese decenio y parte del siguiente datan también traducciones diversas, varias de ellas anotadas, del alemán, francés e inglés, así como muchos artículos de crítica literaria, lenguaje y estética que aparecieron en distintas publicaciones periódicas, como la Revista de la Universidad de Buenos Aires y el Boletín de El Colegio de Graduados de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universidad, y las revistas Verbum, Megáfono y Nosotros, entre otras.
En 1936, a los 28 años, obtuvo por fin Lida su primer nombramiento universitario, como profesor suplente en la cátedra de Estética de la Universidad Nacional de La Plata. Este puesto, que era ad honórem, es decir, sin retribución salarial, le permitió durante una década, hasta 1947, ejercer en forma sistemática la docencia universitaria. Los viajes semanales en tren a esa ciudad también le ofrecían la oportunidad de departir con su maestro y amigo, Henríquez Ureña, que para Raimundo significaba el privilegio de disfrutarlo como profesor exclusivo. El contacto con don Pedro acentuó en Lida el interés creciente por las letras hispanoamericanas, que se traduciría más tarde en varios artículos sobre autores tan diversos como Lugones, Mansilla, Güiraldes, Martí, Borges, Alfonso Reyes y Gabriela Mistral, entre otros, y que a lo largo de los años profundizaría en estudios más extensos sobre Darío y Sarmiento.

4. Cambios de rumbo

Los años de 1930 a 1947 no sólo fueron cruciales para el país y para Lida en su desarrollo profesional, sino también en lo personal. En noviembre de 1935 tuvo lugar su matrimonio civil con Leonor García (1908-1999), de familia católica, que había sido su compañera en la Facultad y una destacada alumna de filosofía de Francisco Romero. Al año siguiente nacería su hijo, Fernando, y cinco años después su hija, Clara Eugenia. Las obligaciones familiares le exigirían, pues, mayor estabilidad laboral e ingresos más seguros, que logró por unos años de modo algo fortuito.
En 1935 Raúl Prebisch (1901-1986), joven pero ya prestigioso economista, fue nombrado primer director del recién fundado Banco Central de la República Argentina, puesto del que fue destituido en octubre de 1943 por el gobierno militar que había tomado el poder en junio. Dos de las preocupaciones de Prebisch eran, por una parte, desarrollar una biblioteca de economía, que incluyera obras de historia, de ciencias sociales, y demás áreas pertinentes, así como publicaciones periódicas especializadas, para que el Banco pudiera tener su propio gabinete de investigaciones; por otra parte, también le importaba que las investigaciones, informes y correspondencia del Banco estuvieran redactados en lenguaje correcto y preciso. Con estos dos objetivos en mente, consultó a Amado Alonso, quien, sin dudarlo, recomendó a su joven colaborador para el puesto, donde comenzó en 1937 y permaneció hasta su renuncia en 1943, con un sueldo mensual de 500 pesos (que en 1941 se le aumentaría en 50 pesos).16 Para Raimundo esos años fueron muy positivos: no sólo el sueldo le aseguraba cierta tranquilidad material, sino que la biblioteca del Banco Central fue, casi, su biblioteca. Con el apoyo total de Prebisch, Lida buscó, compró y estableció la que en su momento era la mejor biblioteca en ciencias económicas y sociales de la Argentina. De esos años data también su acercamiento sistemático a la lectura de obras de pensamiento económico y de sociología de Wilfredo Pareto, Max Weber, Adam Smith, Marx y otros. Además, como parte de su labor para supervisar los escritos del Banco Central, redactó y mecanografió, con un cuidadoso índice temático, una carpeta titulada "Indicaciones gramaticales" (especie de diccionario de dudas y manual de estilo, como suele decirse ahora) para uso del personal, que el propio Prebisch conservó entre sus papeles hasta su muerte y que su viuda entregó a otro destacado economista más joven, colega y amigo suyo, el mexicano Víctor Urquidi (1919-2004), quien mientras presidía El Colegio de México se la obsequió a Clara Lida en 1988, con una nota manuscrita en la que decía: "he sacado una copia para aprovecharla en nuestros trabajos". De hecho, cuando Raimundo recordaba esos años en el Banco, bromeaba diciendo que si bien no había sido el director, en cambio había sido el "dictador estilístico", que fijó las normas para los escritos del Banco.
El año 1939 marcó un hito en el desarrollo académico de Lida. Con el respaldo de Américo Castro, recibió una beca Guggenheim (la volvería a recibir en 1960) para investigar en la Universidad de Harvard las ideas de George Santayana sobre lenguaje y literatura. El año en los Estados Unidos, con su mujer y su pequeño hijo (embarcaron el 1o de septiembre, cuando estallaba la guerra en Europa), le permitió conocer y saborear las grandes bibliotecas universitarias y públicas de ese país, familiarizarse con un sistema académico que, en contraste con la difícil situación argentina, se basaba en la dedicación exclusiva (full time) de su profesorado con una remuneración acorde. La beca le otorgó, sobre todo, tiempo para avanzar sin distracciones en la preparación de la que sería en 1943 su tesis doctoral para la Universidad de Buenos Aires, que ese mismo año publicó en la Universidad de Tucumán con el título Belleza, arte y poesía en la estética de Santayana.17 Durante el año en los Estados Unidos fue delegado al II Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana celebrado en la Universidad de Los Ángeles (California), en 1940, donde lo eligieron vicepresidente del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana. Años más tarde, ya en México, asistiría en La Habana, en 1949, al IV Congreso de la misma institución, que lo designó miembro de la Comisión Permanente para la promoción de una Biblioteca de Clásicos Hispanoamericanos en colaboración con la UNESCO.
El regreso a Buenos Aires, en 1940, marcó no sólo años amargos para la Argentina, cuyos gobiernos tanto civiles como militares no ocultaban sus simpatías por los países del Eje, sino para el propio Lida, que hubo de retomar las largas y fatigosas jornadas de la mañana a la noche para sostener a su familia, dividiéndose entre el Banco Central y el Instituto de Filología, y recordando con nostalgia, no exenta de amargura, sus "orgías en la biblioteca de Harvard".18 En 1943, sin embargo, se le presentó la ocasión de dirigir con sueldo la Revista de la Universidad de Buenos Aires. Pudo así renunciar al Banco Central y, por primera vez en su país, se pudo dedicar exclusivamente a labores académicas y culturales afines a sus intereses y temperamento, además de sus actividades como docente.19

Por otra parte, el contexto internacional era cada vez más angustioso. La derrota de la Segunda República española en 1939, y la consiguiente represión masiva desatada en todos los ámbitos por los franquistas contra los vencidos, provocaron un éxodo masivo de republicanos que buscaban refugio en otros países. Si bien las derechas argentinas en el gobierno, que desde julio del '36 habían simpatizado con Franco, no alentaron la llegada de exiliados españoles, entre los pocos a quienes se permitió ingresar se encontraban muchos colegas de Lida con quienes había mantenido correspondencia. Así pudo conocer de primera mano las durezas de la guerra y del exilio español.20 Por otra parte, las noticias que empezaban a llegar de las regiones ocupadas por los nazis, sobre el exterminio de los judíos europeos, también lo afectaron sobremanera. A pesar de sus convicciones laicas, por su origen centroeuropeo, era lógico que la suerte de las comunidades judías de las que provenían los suyos y el creciente antisemitismo que desplegaba en esos años la virulenta retórica de las derechas argentinas lo llevaran al pesimismo. Después del golpe militar a mediados de 1943, el deterioro de la vida académica se manifestó más claramente cuando varios colegas y amigos, algunos tan ilustres como Houssay y Francisco Romero, su hermano menor, el historiador José Luis Romero, el propio Giusti y el crítico de arte Jorge Romero Brest, entre otros, fueron despedidos de sus cátedras. Aunque el triunfo de los Aliados en 1945 trajo cierto alivio, la situación personal de Lida, al igual que la de la mayoría de los universitarios liberales, empeoró en vez de mejorar.21
El ascenso de Perón, acompañado en el ámbito cultural por elementos ultranacionalistas integristas, cuando no abiertamente profascistas, y siempre autoritarios, se reflejó en una nueva intervención gubernamental en las universidades nacionales y en la cesantía de la mayoría de los docentes opositores, entre quienes se contaba una vez más Houssay, junto con Amado Alonso y otros prestigiosos profesores y colegas.22 Hacia fines de 1946 el futuro se presentaba incierto, con el Instituto de Filología desmantelado, con Henríquez Ureña prematuramente muerto en mayo, con la Revista de Filología definitivamente suspendida y con Alonso cesado y autoexiliado en Harvard, con Rosenblat emigrado a Venezuela, y Morínigo a Los Ángeles. Al comprender Raimundo que su futuro en la Argentina se veía seriamente amenazado y que la Universidad quedaría sometida a los dictados de la extrema derecha amparada (¡como en 1974!) por Oscar Ivanissevich, flamante ministro peronista de Educación, optó también por exiliarse a mediados de 1947, aceptando la providencial invitación que unos meses antes le había cursado Alfonso Reyes, entonces presidente del Colegio de México. Se trataba de que Lida se trasladara a ese país con su familia (que lo alcanzaría en octubre); este nombramiento le permitiría continuar allí sus labores, volver a publicar la revista y formar un núcleo de estudios filológicos.

5. La etapa fundacional: El Colegio de México

El México al que llegó la familia Lida en 1947 era muy distinto de la Argentina que conocían. Pasaban de un país donde, no obstante las crisis, buena parte de la población disfrutaba de cierto bienestar material, a un México claramente más pobre y menos desarrollado; de una capital cosmopolita y moderna a una ciudad todavía con muchos rasgos pueblerinos; de un ambiente esencialmente laico y multiétnico a un país fuertemente indígena y de raíces y prácticas populares hondamente religiosas; de instituciones intelectuales y culturales que aún mantenían su vitalidad, a pesar de la contracción de los espacios políticos, al México posrrevolucionario que apenas dos sexenios antes había logrado la estabilidad política e iniciado el desarrollo cultural y académico.
En el ámbito profesional, Lida pasaba de un Instituto de Filología que había sido gran centro internacional en la materia a un modestísimo Colegio de México, creado en 1938 por el presidente Lázaro Cárdenas como La Casa de España, para apoyar al exilio intelectual español, y refundado y mexicanizado como El Colegio de México en 1940, al cambiar los vientos políticos del país, con Alfonso Reyes como presidente y Daniel Cosío Villegas, también fundador y director del Fondo de Cultura Económica, como secretario. Mientras que el Instituto de Filología tenía en la Universidad de Buenos Aires sus propias instalaciones y había consolidado una importante biblioteca, hasta 1946 el Colegio no tuvo más sede que algún despacho que le prestaba el Fondo de Cultura, y sólo a partir de entonces pudo alquilar una pequeña casa. La situación económica de la institución también era precaria y dependía del subsidio que malamente le daba el gobierno y que, periódicamente, en vez de aumentar disminuía. Así, Reyes como presidente y Cosío Villegas como secretario lucharon denodadamente contra el déficit,
las devaluaciones, la inflación y la indiferencia del gobierno. Algunos años antes, en 1942, Reyes se lamentaba angustiado: "el porvenir está en las rodillas de los dioses", pero, afortunadamente, en 1947 las rodillas no flaquearon.23
Cabe explicar aquí que Alfonso Reyes, quien desde sus años mozos mantenía una larga y honda amistad con Henríquez Ureña, durante la Revolución Mexicana se había exiliado en Madrid (1914-1924) y estudiado en el Centro de Estudios Históricos bajo la dirección de sus filólogos más destacados. En los años treinta, como embajador de México en la Argentina, se había acercado al Instituto de Filología y trabado amistad con Alonso y sus colaboradores. Al regresar a México para presidir, desde 1939 hasta su muerte en 1959, La Casa, primero, y luego El Colegio, Reyes reunió en esas instituciones a refugiados españoles amantes de las letras, como Enrique Díez-Canedo, Agustín Millares Carlo y José Moreno Villa.
Este interés del Reyes escritor y humanista por la literatura y la filología dio lugar a que pensara en crear un Centro de Estudios Literarios con Henríquez Ureña a la cabeza. Pero con la muerte de don Pedro en 1946 y los acontecimientos desatados en la Argentina por el ascenso de Perón, fue Amado Alonso, ya en Harvard, quien convino con don Alfonso en trasladar al Colegio las tareas del Instituto de Filología y de su revista, bajo la dirección de Lida.24 Así, con la ayuda de la Fundación Rockefeller -que ya antes había apoyado las labores del primer centro del Colegio, el de Estudios Históricos, fundado en 1941 por Silvio Zavala-, se concertaron las condiciones para el traslado de Raimundo y su familia a México, y se asignó una suma para comprar libros y materiales destinados a una biblioteca especializada, que Lida nuevamente iba a impulsar con vigor, sentando las bases de lo que es hoy el fondo de lingüística y literatura de El Colegio de México. En 1948 un segundo aporte de la Rockefeller permitió becar a un grupo de estudiantes de filología, seis mexicanos y seis hispanoamericanos, para que estudiaran allí.
A Raimundo el año 1947 le trajo cambios muy profundos, tanto profesionales como personales. Sus vínculos universitarios con la Argentina iban a disolverse para siempre, aunque en lo personal nunca dejó de recordar a sus viejos amigos y a una Buenos Aires que siempre echó de menos.25 A partir de entonces, exiliado en un país que le era mayormente extraño, pero por el que viajaría con su familia y que le abriría los ojos a nuevas realidades y experiencias latinoamericanas, Lida pasaba a asumir como suyas funciones que, mutatis mutandis, emulaban las cumplidas por Alonso en Buenos Aires. No sólo dejaba de estar bajo la guía directa de su maestro, sino que él mismo se convertía en fundador del Centro de Estudios Filológicos,26 en maestro de jóvenes generaciones de alumnos latinoamericanos y en creador, a su vez, de la Nueva Revista de Filología Hispánica (NRFH), continuadora en México de sus antecesoras española y argentina (suspendida la primera entre julio de 1937 y diciembre de 1940, y luego pobremente editada por el franquismo, e interrumpida definitivamente la segunda, en 1946). Si bien Lida solo figuró como secretario y nunca quiso asumir el título de director -que, a pesar de la distancia, Alonso retuvo hasta su muerte en 1952, y que a partir de entonces asumió don Alfonso-, el hecho es que prácticamente todo el peso de la Nueva Revista recayó sobre sus hombros hasta que dejó México para instalarse en Harvard, e incluso entonces no dejó de ocuparse y preocuparse por sus altibajos y retrasos cuando lo sucedió su discípulo Antonio Alatorre.

Así, pues, a su llegada a México, Lida inició, por una parte, la publicación de la Nueva Revista, para que entre el último número de su predecesora argentina (RFH), de enero-junio de 1946, y el primero de la nueva serie mexicana, de julio-septiembre de 1947, no transcurriera demasiado tiempo. Además, organizó en El Colegio un programa docente de tres años que proveyera sólida formación académica a los jóvenes becarios, aprendices de filólogo. Éstos combinarían sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, donde el propio Lida dictaba clases, con seminarios especializados en literatura y lingüística impartidos en El Colegio bajo su tutoría personal. Los becarios debían asimismo colaborar en la preparación de la NRFH, corrigiendo galeras, revisando estilo, compilando bibliografías y redactando la "revista de revistas", actividades que Lida consideraba parte integral del aprendizaje. La presencia cercana de varios intelectuales españoles refugiados le permitió también a Lida afianzar ambos proyectos y hacer que participaran en el nuevo Centro como profesores o como colaboradores de la Revista. Entre ellos podemos recordar a Adolfo Salazar, José Moreno Villa, Agustín Millares Carlo (que en 1924 había dirigido el Instituto de Filología de Buenos Aires reemplazando a Américo Castro), Pedro Urbano González de la Calle y Eugenio Ímaz.

un curso de fonética y fonología, otro de gramática histórica (morfología y sintaxis), otro de lingüística general, otro de filosofía del lenguaje, [...] otro sobre mester de clerecía y mester de juglaría, otro sobre Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez. [Lida] nos hizo unas inolvidables lecturas comentadas de varios Diálogos de Platón [...]; nos introdujo a Herder y a [Wilhelm von] Humboldt, a Saussure y a Bally, a Bergson y a Santayana, a Croce y a Vossler; nos habló de las doctrinas elaboradas en los grandes "círculos lingüísticos" europeos [Praga, Copenhague...], y, traduciendo a libro abierto [...] nos leyó los pasajes más representativos de sus ideas.27

En esos años el Centro recurrió también a destacados hispanistas que visitaban México para que dieran conferencias y cursillos. Así, por ejemplo, Amado Alonso pronunció en 1947 una conferencia sobre Lope de Vega y en 1949 otra sobre fray Luis de León. En noviembre de 1948 Dámaso Alonso impartió un cursillo titulado "Cuatro lecciones sobre textos clásicos del Siglo de Oro: Garcilaso, Fray Luis, Góngora y Lope". Ese mismo año Marcel Bataillon habló sobre La Celestina y María Rosa Lida sobre la idea de la fama en la Edad Media. En 1950 Jorge Guillén dictó un cursillo sobre poesía y poetas del Siglo de Oro.

6. El último periplo

Al cabo del primer ciclo trianual de cursos (1948-1950, inclusive) las rodillas de los dioses volvieron a temblar y las cosas cambiaron radicalmente. El subsidio de la Fundación Rockefeller concluyó sin que El Colegio lograra renovarlo. De hecho, había sido otorgado para el "lanzamiento" del Centro (y de la Revista) y se entendía que luego el Colegio se haría cargo de todo. Pero, como ya se dijo, éste carecía de recursos propios. Todavía sobrevivía en él algún becario, pero ya no había cursos, ni seminarios, ni estudiantes. Por su parte, Lida centraría sus trabajos en temas menos vastos que en su etapa argentina y los orientaría a la estilística abarcando la literatura hispanoamericana, con importantes estudios sobre Darío y Sarmiento, y sobre sus admirados amigos Gabriela Mistral y Alfonso Reyes; emprendería estudios sobre autores españoles contemporáneos como Machado y otros a quienes llegó a tratar personalmente, como Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Pedro Salinas; pero, sobre todo, iba a concentrar su pasión y energía en los poetas y prosistas de los siglos de oro, especialmente en Quevedo. En cambio, con excepción de su largo estudio sobre Bergson, incluido en Letras Hispánicas, poco volvería a publicar sobre filosofía y estética del lenguaje, como si el ímpetu filosófico y teórico que había desplegado en Buenos Aires se hubiera ido apagando en México, tal vez por falta de un ámbito favorable a su desarrollo o quizá porque se iba distanciando de esquematizaciones y especulaciones teóricas alejadas del texto y su entorno -actitud que ya había manifestado ante Spitzer y Vossler- y afirmando en cambio una independencia crítica, creadora y de goce estético por la obra literaria. Esto jamás lo eximió de la obligación de "leer con un máximo de exactitud", comparando y situando la obra en una tradición, en "un sistema de intenciones", sin dejar nunca de lado la comprensión cabal del texto en toda su complejidad, "sin pasividad y sin beatería".28
Además de la cercanía con sus alumnos, Raimundo hizo muchas amistades duraderas en México: don Alfonso encabezaba la lista, pero también Jesús Silva Herzog, fundador de Cuadernos Americanos, revista en la que Lida colaboró gustoso; Silvio Zavala, su colega historiador en El Colegio; José Luis Martínez, crítico literario; Juan José Arreola, escritor; Arnaldo Orfila Reynal, director del Fondo de Cultura Económica desde 1948, a quien ya conocía desde la Argentina, y su esposa, Laurette Séjourné, arqueóloga, por mencionar algunas, amén de las entabladas con los más jóvenes que apenas despuntaban. Pero, a partir de 1951, Lida percibió un futuro muy incierto, a pesar del aprecio y la deferencia que hacia él siempre mostraron Reyes y otros colegas de El Colegio, de la Universidad Nacional y del Mexico City College, donde asimismo enseñó, pues también en México las dificultades económicas empujaban a los universitarios al pluriempleo. Esto, sin mencionar a los amigos del Fondo de Cultura, donde desde 1950 dirigía la colección de "Lengua y estudios literarios".29 De hecho, Lida estaba cada vez más convencido de que el Centro y la Nueva Revista de Filología Hispánica podrían desaparecer en cualquier momento por falta de recursos y, ante la incertidumbre económica, aceptó invitaciones para enseñar en la Ohio State University en el verano de 1951 y en la primavera de 1952; pero, aun a la distancia, no dejó de estar puntualmente a cargo de la Revista, tarea a la que iba quedando reducido el Centro.
A pesar de las estrecheces presupuestarias, Lida prosiguió sus actividades con enorme dedicación y esfuerzo. Así, por ejemplo, aún logró sacar adelante la colección de anejos de la NRFH, de la que sólo mencionaremos algunos títulos, de la docena larga que vieron la luz en esos años gracias a la pluma de distinguidos hispanistas. El primero, en 1950, fue el de María Rosa Lida sobre Juan de Mena, al que siguieron, en 1951, el de Stephen Gilman sobre Cervantes y Avellaneda y el de José F. Montesinos sobre Lope de Vega; cabe recordar, también, la Ortografía de Mateo Alemán, publicada por José Rojas Garcidueñas, con un estudio preliminar de otro decano de la filología española, Tomás Navarro Tomás; y Liberales y románticos, de Vicente Llorens, publicado en 1954, al igual que Unamuno, teórico del lenguaje, por Carlos Blanco Aguinaga. Antes de su partida, Lida alcanzó a asegurar la edición del estudio sobre José María de Heredia, primogénito del romanticismo hispánico, por Manuel Pedro González (1955), y de la que sería tesis doctoral de Ana María Barrenechea en Bryn Mawr, que en 1957 se publicó con el título La expresión de la irrealidad en la obra de J. L. Borges.

La muerte de Amado Alonso en 1952 significó un nuevo giro profesional para Lida. La Universidad de Harvard lo invitó como profesor visitante un semestre, y poco después un Search Committee ad hoc lo designaba para ocupar el cargo de full professor en su Departamento de Lenguas y Literaturas Romances, que asumió a partir de septiembre de 1953. Con este nombramiento, Raimundo dejaba para siempre las azarosas peripecias del pluriempleo, la angustia ante los altibajos económicos, la incertidumbre laboral y el peregrinar de un país a otro que habían marcado casi toda su vida.
Los años en México trajeron también un cambio nada feliz en su vida familiar. Leonor, su esposa, se había sentido muy aislada en un país extraño donde el futuro se le figuraba incierto y cuyas dificultades se le hacían por momentos insalvables. Paulatinamente fue entrando en una depresión que un lustro después asumió características psicóticas. Pocos recursos ofrecía la psiquiatría y muy poco avezado resultó Raimundo ante ello, pues, ensimismado en sus tareas, apenas reparó en la crisis por la que atravesaba su mujer y eso desembocó en la ruptura matrimonial, que sobrevino en Cambridge, en 1954. Los hijos regresaron con su madre a la Argentina, mientras Lida permanecía en Harvard, de donde sólo salió en muy breves paréntesis entre 1953 y su muerte, el 20 de junio de 1979.
Ya en los Estados Unidos, en diciembre de 1955, Lida rehizo su vida junto a Denah Levy (1923-2006), joven hispanista neoyorquina formada en la Universidad de Columbia, a quien él había conocido en México cuando ella preparaba su doctorado.30 Denah era hija de inmigrantes
sefardíes greco-turcos de Salónica y Esmirna, y su lengua materna fue el judeo-español o ladino, pero, al igual que su marido, tampoco era religiosa, lo cual atribuía en buena medida a la educación liberal y laica recibida en el excelente sistema público pluriétnico de Nueva York, que entonces se asemejaba al de la infancia y juventud argentinas de Raimundo.

7. Coda

En Harvard, Lida hizo una vez más de la Biblioteca Widener su biblioteca, pero esta vez construiría sobre la gran colección que habían ido creando desde el siglo xix quienes lo precedieron. En esos años recibió diversos honores, entre ellos su designación por la Universidad como catedrático de la prestigiosa Smith Chair, en 1968; su ingreso en 1970 en la American Academy of Arts and Sciences, y en 1975, en la Academia Argentina de Letras como miembro correspondiente.31 Esta paz sólo fue ensombrecida por la prematura muerte en 1962 de su hermana y compañera intelectual, María Rosa Lida de Malkiel.32 Años más tarde, la misma implacable enfermedad había de poner fin a su vida, meses después de cumplir setenta años.
No nos adentraremos aquí en los años de Harvard, con los que finaliza su largo itinerario. Para reconstruir esa etapa sería necesario consultar los archivos de esa universidad, que conserva cartas y documentos suyos.33 Sin embargo, podemos adelantar que gracias a la correspondencia, a sus esporádicas visitas a Buenos Aires, así como a México, Puerto Rico y España, y a las de quienes pasaban por Cambridge, siempre se esforzó por mantenerse en contacto con el ámbito cultural hispánico y con antiguos amigos. Entre éstos destacan los argentinos Enrique Anderson Imbert, luego su colega en Harvard, Borges -con quien sostuvo un memorable diálogo crítico-,34 Victoria Ocampo, Rosenblat, Ana María Barrenechea y el más joven, H. A. Murena; de México, Alfonso Reyes, Jesús Silva Herzog, Octavio Paz (por unos años en Harvard), y su entrañable Arnaldo Orfila Reynal. Otros más fueron Nilita Vientós Gastón, la incansable defensora del español en Puerto Rico, y en España, el eminente filólogo Rafael Lapesa, el erudito Antonio Rodríguez Moñino, y el gran decano de la filología hispánica, Ramón Menéndez Pidal. A la vez, tampoco dejó de acoger a quienes habían sido sus discípulos, ni a los jóvenes que se le acercaban atraídos por el prestigio intelectual del maestro y la calidez de su trato personal.
El Raimundo Lida que en 1953 hizo de los Estados Unidos su hogar definitivo ponía fin a su peregrinaje desde un lejano gueto judío de la frontera austrohúngara hasta la minicosmópolis de Harvard Square. Con ello concluían también los trabajos a los que lo había sometido la fortuna, con lo que pudieran haber tenido de formativos y enriquecedores, pero también de amargos y duros. Atrás quedaba su variado e intenso aprendizaje como filósofo y como filólogo, y su versátil participación en diversas empresas culturales y humanísticas. Pero también atrás quedaban los juveniles sueños argentinos de un futuro luminoso a la vuelta de la esquina y el sueño de un puñado de mexicanos virtuosos que se empeñaron en construir instituciones en tiempos difíciles.
Tal vez su complejo peregrinaje vital lo preparó para escapar en esa última etapa de todo aquello que estimaba como distracciones de su quehacer intelectual y concentrar toda su energía en el trabajo académico, sin por ello abandonar los cimientos de la vasta cultura que lo había marcado desde joven. En ese tramo final, los únicos sueños a los que dedicaría sus desvelos fueron los Sueños de Quevedo y sus demás prosas, sin por ello descuidar en sus escritos y desde la cátedra a diversos autores clásicos y modernos, peninsulares e hispanoamericanos, como lo había hecho desde sus tempranos años como filólogo y crítico literario.35

Notas

* Una versión abreviada de este artículo se leyó en noviembre de 2008, en la Universidad de Harvard. Con el impulso de los profesores Mary Gaylord y Luis Fernández Cifuentes, el Departmento de Lenguas y Literaturas Romances celebró un Centennial Colloquium titulado: "Raimundo Lida and the Routes of Hispanism". Los autores son hijos de Raimundo Lida y agradecen a Miranda Lida, su nieta, varias aportaciones y sugerencias.

1 Sobre la filología europea y su influencia en el ceh, véase José María López Sánchez, Heterodoxos españoles. El Centro de Estudios Históricos, 1910-1936, Madrid, Marcial Ponscsic, 2006, especialmente los capítulos vii y viii.         [ Links ]

2 Hoy Lviv, en Ucrania, y entre guerras, como ciudad polaca, Lwow.

3 Se naturalizó estadounidense el 4 de diciembre de 1958.

4 Emilio Lida, hematólogo, se formó bajo la dirección del fisiólogo Bernardo Houssay, premio Nobel en 1947.

5 Hasta entonces Lida tenía como segundo nombre Max, cuya inicial utilizaba en su firma, pero al naturalizarse lo suprimió para siempre.

6 Mientras Raimundo preparaba sus lecciones de latín y griego, su hermana María Rosa, dos años menor, aprendía a la par, y se fue convirtiendo en una de las mayores clasicistas del mundo hispánico; poco después también seguiría los pasos universitarios de su hermano.

7 Raimundo Lida, "Recuerdo de Korn", en Letras hispánicas. Estudios, esquemas, México, Fondo de Cultura Económica, 1958, pp. 260-265 [         [ Links ]2ª ed., México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 1981].

8 Ana María Barrenechea y Élida Lois, "El exilio y la investigación lingüística en la Argentina", en Cuadernos Hispanoamericanos, número monográfico sobre El Exilio Español en Hispanoamérica, noviembre-diciembre de 1989, No. 473-474, pp. 81-91.         [ Links ]

9 Una excepción fue Federico de Onís, quien en 1914 se trasladó del ceh a la Universidad de Columbia, Nueva York, donde mantuvo una intensa actividad -con especial proyección hacia Puerto Rico-, para promover el "hispanoamericanismo" como barrera cultural frente al "panamericanismo" impulsado por los Estados Unidos. En 1934, Onís fundó la Revista Hispánica Moderna, que incluía también temas hispanoamericanos. C. Naranjo, M. D. Luque y M. A. Puig Samper, Los lazos de la cultura. El Centro de Estudios Históricos de Madrid y la Universidad de Puerto Rico, 1916-1939, Madrid, csic, 2002.         [ Links ] El hispanoamericanismo, como defensa del legado cultural y espiritual peninsular en América, se formuló en España después del "desastre" colonial de 1898. Aimer Granados, Debates sobre España. El hispanoamericanismo en México a fines del siglo xix, México, El Colegio de México, "Colección Ambas Orillas", 2005.         [ Links ]

10 Dos hojas, a máquina, ca. 1961-1962. Borrador de carta, sin destinatario, en la que reflexiona sobre su trayectoria profesional.

11 Mucho después fue nombrado Secretario del Instituto.

12 Tulio Halperin Donghi, "Ya me acostumbré a la idea de que la Argentina es peronista", en La Nación, sábado 13 de septiembre de 2008.         [ Links ]

13 Cf. nota 10, supra, y más adelante, la nota 28.

14 Aunque incompleta, véase la bibliografía que publicó Antonio Alatorre en el número de homenaje de la nrfh, xxiv, 1, 1975, pp. v-x.

15 Tulio Halperin Donghi, Son memorias, Buenos Aires, Siglo xxi editores, 2008.         [ Links ] El autor recoge recuerdos sobre esta y otras instituciones en las que sus propios padres, Gregorio Halperin, latinista, y Renata Donghi, crítica literaria, participaron para sobrevivir a la marginación de la Universidad. Una de ellas era el Colegio Nacional de Buenos Aires, adscripto a la Universidad, donde Lida también enseñó entre 1946 y 1947.

16 Como ayudante en el Instituto de Filología, cobraba 150 pesos, por lo que el sueldo del Banco ampliaba bastante su ingreso. Agradecemos a Miranda Lida haber localizado y copiado algunos de los documentos que conserva su padre, Fernando.

17 En la Universidad de Tucumán, se había fundado una dinámica sección y colección de Filosofía, mientras que la de Letras tenía notable auge con jóvenes investigadores formados en el Instituto de Filología y algunos especialistas europeos exiliados.

18 Carta del 28 de febrero de 1942, de R. Lida a Alfonso Reyes, en Serge I. Zaïtzeff (comp.), Alfonso Reyes y los hermanos Lida. Correspondencia, El Colegio de México (en prensa).

19 Mayores detalles en el artículo inédito de Miranda Lida, "Buenos Aires, el 'paraíso perdido' de María Rosa Lida", cuya consulta agradezco.

20 Sobre los filólogos exiliados, véase Barrenechea y Lois, "El exilio y la investigación lingüística en la Argentina", op. cit. Los estrechos vínculos de Lida con Gonzalo Losada y su editorial también lo acercaron a escritores exiliados, como Guillermo de Torre, Francisco Ayala, Rosa Chacel, Rafael Alberti, entre muchos otros.

21 Lida no estuvo afiliado a ningún partido, aunque desde joven sus simpatías personales lo habían inclinado hacia el Partido Socialista y a leer su periódico, La Vanguardia.

22 Tulio Halperin Donghi, Son memorias, op. cit. Del mismo autor, Historia de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Eudeba, 1962, cap. iv.         [ Links ] Entre los papeles de Raimundo Lida hay un recorte de La Vanguardia (año lii, No. 13 431, p. 2) que le envió su esposa, titulado "Desmantelamiento de una Facultad", publicado en 1947; aunque ella no lo fechó, por una inscripción manuscrita parecería ser de junio o julio. En él se hace un recuento de los muchos docentes "forzados a jubilarse", los "declarados cesantes" y los "obligados a renunciar" en la Facultad de Filosofía y Letras, entonces a cargo del interventor, Enrique François. Y se menciona a Lida y a Rosenblat como emigrados a México y Venezuela por la atmósfera "ya irrespirable" en la Facultad.

23 Sobre R. Lida en El Colegio, Clara E. Lida y José Antonio Matesanz, El Colegio de México: una hazaña cultural, México, El Colegio de México, 1990, caps. 1 y 5.         [ Links ] [Reeditado en Clara E. Lida, José Antonio Matesanz y Josefina Z. Vázquez, La Casa de España y El Colegio de México: memoria 1938-2000, México, El Colegio de México, 2000.]

24 Véanse de Beatriz Garza Cuarón, "La herencia filológica de Pedro Henríquez Ureña en El Colegio de México", en Revista Iberoamericana, 142, enero-marzo de 1988, pp. 322-330;         [ Links ] "Nueva Revista de Filología Hispánica", en Romanische Forschungen, 100, 1-3, 1988, pp. 172-182;         [ Links ] y "El legado de Alfonso Reyes al Colegio de México", en Nueva Revista de Filología Hispánica, xxxvii, 2, 1989, pp. 419-424.         [ Links ]

25 El 23 de abril de 1956, Bernardo Houssay, reinstalado en su cátedra de la Universidad, publicó en La Prensa un artículo "Recuperemos nuestros intelectuales emigrados", en el que menciona a Raimundo como uno de los que se debiera repatriar en "condiciones de trabajo adecuadas [y] dedicación full time".

26 El nombre de este Centro varía según las fuentes: "Centro de Estudios Literarios", "Seminario de Filología", "Centro" o "Seminario de Literatura", "Centro de Estudios Literarios y Filológicos", "Seminario de Estudios Lingüísticos", etc. Lo cierto es que en la correspondencia, Lida siempre se refiere a él como "Centro de Estudios Filológicos" (cef), e incluso señala, en carta a don Alfonso, que sus iniciales le eran caras por ser las mismas de sus hijos, Clara Eugenia y Fernando, en Lida y Matesanz, El Colegio de México: una hazaña cultural, op. cit., cap. 5, nota 8.

27 Testimonio de Antonio Alatorre, recogido en Lida y Matesanz, ibid., cap. 5.

28 Véanse estas reflexiones en el diálogo con J. L. Borges, "La pasión literaria", recogido en María Esther Vázquez, Diálogos, Buenos Aires, Emecé, 1978.         [ Links ] También en Raimundo Lida, De la literatura hispánica moderna, México, El Colegio de México, 2008, pp. 59 y ss. Cf. supra, nota 10.

29 En 1948, Cosío dejó la dirección del Fondo de Cultura Económica en manos del argentino Arnaldo Orfila Reynal, quien impulsó la creación de varias colecciones importantes, como los famosos Breviarios. En 1950 Raimundo Lida fundó allí la serie "Lengua y estudios literarios" (véase su "Presentación", en el Catálogo General del Fondo de 1955, pp. 363-367).

30 Véase Lida y Matesanz, El Colegio de México: una hazaña cultural, op. cit., pp. 77-82. Ya casada, fue profesora de la Brandeis University (cerca de Boston) y se distinguió por sus estudios sobre Pérez Galdós.

31 José Luis Moure, de esta Academia, le dedicó un fino homenaje titulado "A cien años del nacimiento de Raimundo Lida (1908-1979)".

32 María Rosa compartió con su hermano el sentido de peregrinaje vital. Poco antes de morir en Berkeley, California, volvió a Buenos Aires, donde en agosto de 1961 dictó en la Facultad de Filosofía y Letras la conferencia "La peregrina en su patria", título inspirado en el de la novela casi homónima de Lope de Vega. Véase el texto en Revista Universidades, 5, julio-septiembre de 1961, pp. 16-26.         [ Links ]

33 El Archivo Histórico y el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México poseen papeles de R. Lida. Parte de la correspondencia con su hermana se encuentra depositada en la Universidad de Berkeley; la correspondencia con A. Alonso está en Harvard, y parte de la que mantuvo con A. Reyes está en la Capilla Alfonsina, en la capital mexicana.

34 Cf. supra, nota 28.

35 Véase su libro póstumo, Prosas de Quevedo, Barcelona, Crítica, 1981, publicado por Denah Lida.         [ Links ] También la colección Estudios hispánicos, edición de Antonio Alatorre, México, El Colegio de México, 1988.         [ Links ]

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