SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.13 issue1La urdimbre y la tramaEl nacimiento de los "intelectuales" author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

  • Have no cited articlesCited by SciELO

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.13 no.1 Bernal June 2009

 

RESEÑAS

José Luis Romero
La ciudad occidental. Culturas urbanas en Europa y América
Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, 334 páginas

Pero entre las cosas pasadas y las ideas vetustas, las hay que guardan el rencor de ser viejas y quieren proyectar sobre la vida nueva el néctar de su sabiduría mezclado con el veneno de su decrepitud. He aquí un pasado peligroso. Sobre cada presente gravita este nubarrón de las formas cumplidas, de las estructuras finiquitadas, de los valores caducos. A veces, la suprema venganza del tiempo burlado por esta pretensión humana de sobrevivir es ahogar con el peso de su prestigio la débil flor del tiempo nuevo.

No es el Nietzsche de la Segunda consideración intempestiva quien escribe estas palabras, sino un joven José Luis Romero, que las pronuncia en 1937 como un conjuro salvador ante la seducción que le produce la ciudad de Brujas. Y aunque parece tratarse de un texto menor, hay en esta crónica una intención declarada, una advertencia que guiará a Romero hasta el final de su producción.
Este escrito temprano forma parte de La ciudad occidental, una compilación de intervenciones de Romero, entre ellas varios cursos y conferencias que dictó entre 1965 y 1973 acerca del mundo y la cultura urbanos. La cuidada edición, a cargo de Laura Muriel Horlent Romero y Luis Alberto Romero, incluye un vertebrador prólogo de Adrián Gorelik, que busca enmarcar textos disímiles, a pesar de que tienen como eje común la ciudad occidental. "El mundo urbano", la primera de las cuatro partes en que está dividido el libro, muestra a un Romero preocupado por esclarecer quién ha sido el agente privilegiado de la cultura occidental, y de qué modo ésta encontró en la ciudad el artefacto en el cual albergaría sus creaciones tangibles e intangibles. Y si sus argumentos atribuyen importancia central a las ciudades, es por la convicción de que el historiador encontrará en ellas la condensación de todos los procesos del mundo occidental que llegan hasta la época contemporánea. Pues cuando Romero se refiere al mundo urbano no piensa sólo en la ciudad material -aspecto que de todas formas nunca descuida-, sino también en los estilos de vida que ella cataliza e incluso propaga por todo el globo. Como se señala en el prólogo, la ciudad es abordada aquí en sus varios perfiles: como "el actor colectivo del cambio histórico, como el producto material de ese cambio y como el ambiente social e intelectual que lo perpetúa" más allá de su destrucción física. De hecho, Romero sostiene que es la ciudad la que preserva y reproduce el mundo urbano europeo cuando se extiende primero hacia su periferia y
luego hacia América, aunque en este último desembarco el dispositivo urbano entrará en una tensión tal que saldrá de esa experiencia completamente transformado.
Sin embargo, en una conferencia ofrecida en Buenos Aires en 1972, que integra esta primera parte del libro, aparece un elemento que una lectura poco atenta podría soslayar. Romero apela al infaltable ejemplo de Roma; la lucha entre Rómulo y Remo no es mencionada por mera erudición ni por vaga ilustración histórica, sino que señala que la creación de esa ciudad se inició con un crimen. La ciudad, entonces, como delimitación de un lugar sagrado que constantemente es asediado y desbordado por lo que sus murallas han dejado del otro lado. Esta alusión redimensiona la confianza que Romero depositaba en la urbe como "un estilo de vida y un lugar" en el que las tendencias a la vida racionalizada "pudieran desplegarse de una manera plena", pues la sabía, sin embargo, tensa e inestable desde su origen, un territorio que nunca terminaría de fraguar las diferencias que alojaba.
Un curso de 1973, también en la primera parte del libro, aborda la trayectoria histórica de la ciudad occidental, sobre todo en el área mediterránea. Romero despliega allí toda su comprensión de los avatares del mundo urbano en el nuevo mapa que se constituye con la aparición de los estados monárquicos, por un lado, y el descubrimiento de América, por el otro, y que vuelve a conmoverse en el marco de la revolución industrial. Un texto que recoge otro curso, dictado en 1965, se aboca específicamente al estudio de "la formación de la ciudad, de sus estructuras económico-sociales y de sus formas de vida" y hace hincapié en los problemas historiográficos que presenta la ciudad en cuanto objeto de estudio. En él también aparece la confesión de que ha sido la experiencia directa de la ciudad europea vista desde la perspectiva americana la que ha llevado al autor a interesarse por la rica densidad histórica del mundo urbano y a concebir la existencia de una regularidad en las formas de su desarrollo. Justamente, muchos de los escritos que describen esa experiencia europea (crónicas que habían aparecido en la revista Hebraica en 1970, con excepción del texto sobre Brujas que citamos al comienzo) se reúnen en la tercera parte. Barcelona, Nápoles, Praga, Londres y la americana Nueva York le sirven al historiador para examinar en experiencias concretas la fecundidad de las categorías que ha acuñado sobre la ciudad occidental.
En la segunda parte se incluyen tres clases de un curso dictado por Romero en 1971 en la Biblioteca del Consejo de Mujeres. Son muchos los temas abordados, pero merece destacarse el trabajo sobre dos categorizaciones-modelizaciones centrales para su concepción de la ciudad: la diferencia entre la ciudad gótica y la ciudad barroca. Si Romero no puede ocultar cierta inclinación por la primera, no es menor la fascinación que le provoca la segunda, pues allí se condensaría una de las claves centrales de su acercamiento a la ciudad: la figura de la escisión. La ciudad gótica es caracterizada como la ciudad burguesa en su fase inicial, es decir, "desde su surgimiento, hacia el siglo xi, hasta su primera transformación profunda, hacia el siglo xvi". Dentro de los límites de este tipo de ciudad, la sociedad burguesa encarna el tormentoso proceso de su formación (desde las revoluciones comunales protagonizadas por el nuevo patriciado contra los señores tradicionales hasta las "insurrecciones francamente populares" iniciadas en el siglo xiv, donde -siempre según Romero- puede verificarse una "formidable irrupción popular contra el gobierno de los gremios acomodados y simultáneamente contra los patricios y los señores"). La pluma del historiador no oculta su simpatía por esta agitación que descompone la vieja sociedad y hace surgir una ciudad física, un estilo de vida y una mentalidad en la que la movilidad entre los espacios privados y los públicos se convierte en un dato central. De hecho, Romero identifica a la ciudad gótica con sus plazas, espacio en el que descubre que la vida burguesa se encuentra y se termina soldando en los intercambios que allí se verifican. En efecto, hasta la casa gótica es representada como una construcción "sincera", en la que el exterior resulta reflejo del ámbito interior; algo muy distinto a la cultura de fachada que caracterizará a los desarrollos urbanos del barroco. Nuevamente, la sociedad burguesa, que Romero considera una verdadera creación que se da en paralelo con la ciudad gótica, parece ser una sociedad completamente amalgamada e integrada, en la que los lastres del pasado se disuelven una vez que se traspasan sus muros. El entusiasmo es tal que añade como pieza propia de la ciudad gótica la invención del contrato social como origen de la comunidad política (lejos está aquí el Romero que menciona un crimen como marca inaugural de la ciudad romana). Es decir, con la caracterización de la ciudad gótica se continúa perfilando no sólo un modelo para entender el devenir histórico de la ciudad occidental, sino un anhelo y una confianza en el dispositivo urbano como proveedor de espacios públicos en los que las diferencias sociales pueden enfrentarse y, eventualmente, integrarse. Frente a todo esto, la ciudad barroca señala el surgimiento de una heterogeneidad radical en la urbe, cuando se divide "violentamente en dos ciudades: una de ricos y otra de pobres, una de privilegiados y otra de no privilegiados", y en la que la cultura comienza a ser concebida como espectáculo teatral de los primeros hacia los segundos. La ciudad barroca aloja entonces a una sociedad dual, escindida, que aunque no constituye mundos definitivamente separados, no puede integrarlos completamente (por lo menos hasta las transformaciones
operadas por la revolución industrial, que crean un nuevo proceso de fluidez que llevará a este tipo de ciudad a su crisis). Como se afirma en el prólogo, el momento barroco no sólo resume para Romero la pérdida de la autonomía de la ciudad frente a la nueva instancia de dominio territorial-estatal-nacional y una "refeudalización de la cultura europea", sino también la figura más general y prevalente de la escisión. Estos dos textos grafican por medio de las determinaciones históricas de lo gótico y lo barroco las tensiones centrales de la producción histórica de Romero: entre el anhelo de integración y la comprobación de una división fundamental que nunca termina de saldarse. Ya Javier Trímboli, en un artículo publicado en El Rodaballo en 1996, había descubierto esta tensión central de la historiografía romeriana: "la perspectiva que se le impone a Romero para narrar la peripecia argentina lo hace enunciar, irremediablemente y transido de pesar, esa escisión fundacional que no ha hecho otra cosa que repetirse. A su vez, en la escritura que despliega sobreviven rastros que hablan del deseo duradero de que ese desgarramiento finalmente concluya".
Efectivamente, ese nudo problemático de la producción de Romero reaparece en el
último texto de su obra, dedicado a Buenos Aires e incluido en la cuarta parte (donde se reúnen muchos de los escritos sobre ciudades latinoamericanas preparados para la Gran Historia de Latinoamérica y que luego aparecerían en Buenos Aires, historia de cuatro siglos). Las ideas que allí desarrolla Romero pueden contraponerse con las expresadas por Beatriz Sarlo en La ciudad vista, libro publicado por el mismo sello editorial sólo un mes después que La ciudad occidental. Hay algo en el relato de Romero sobre Buenos Aires que parece ausente en la mirada que Sarlo tiene, más de treinta años después, sobre la misma ciudad: si es cierto que para el primero la integración de esa sociedad escindida aparece como deseo en el horizonte, para la segunda una mezcla virtuosa y saludable ya ha tenido lugar en el pasado, más precisamente en las primeras décadas del siglo XX, lo que condena al presente (el tema de su ensayo) a ser un escenario dividido que no puede sino decepcionar. La confianza de Sarlo en aquella experiencia urbana y moderna "saludable" -que pesa como aquel nubarrón de los tiempos sidos del que nos alertaba el joven Romero- queda desmentida, o al menos sumamente matizada, por toda la producción romeriana, en la que siempre aparecen las orillas, los márgenes y las discontinuidades de esa misma experiencia de integración.
Resulta interesante recordar lo que el historiador afirmaba sobre la masificación de las ciudades latinoamericanas tras la crisis del treinta: en muchos casos dejarían de ser "estrictamente ciudades para transformarse en una yuxtaposición de guetos incomunicados y anómicos". Pues si bien esto no contradice la novedad de ciertos procesos urbanos que Sarlo presenta en su obra, sí alivia la carga que aquel pasado proyecta cuando es pensado desde su inconmovible diferencia con el tiempo actual. Por otro lado, es difícil encontrar en La ciudad vista un horizonte tendido hacia un futuro que no sea sombrío (en ciertas zonas "el barrio ha caducado", afirma con pesar su autora; la reforma ya no es posible). Así, sin esta doble tensión que tira desde un lado y el otro del arco temporal, los fragmentos de la ciudad contemporánea que allí se describen se vuelven estáticos, permanentes, desanclados de cualquier drama y conflicto que verdaderamente retraten la versátil realidad local.

Mariana Santángelo

UBA / CONICET

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License