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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.13 no.1 Bernal jun. 2009

 

RESEÑAS

Pascal Ory y Jean-François Sirinelli
Los intelectuales en Francia. Del caso Dreyfus a nuestros días
Valencia, Publicacions Universitat de València, 2007, 337 páginas

Publicado por primera vez en 1986 como un manual universitario, Les intellectuels en France fue recibido como la primera síntesis de un campo de investigación que comenzaba a ganar un dominio autónomo, la historia de los intelectuales; y representó, junto con la edición de la tesis de Sirinelli, Génération intellectuelle. Khâgneux et normaliens dans l'entre-deux guerres, la afirmación de un abordaje estrechamente ligado a la renovación de la historia política francesa. Desde entonces, la propuesta de Sirinelli abrió el camino de una historia política de los intelectuales que, en el marco de un cuestionamiento común a la historia de las ideas y a la historia intelectual en sus dominios más tradicionales, se diferenció del enfoque, de filiación bourdieusiana, promovido por Christophe Charle en los mismos años. La primera traducción al español del manual de Ory y Sirinelli, realizada a partir de la reedición actualizada del 2002, es una buena introducción a las principales definiciones y herramientas metodológicas de su propuesta historiográfica, motivo adicional para que el lector deba lamentar los descuidos y las erratas de la edición española.
El libro está dividido en doce capítulos que responden a una periodización concebida a partir del impacto que sobre la vida de las intelligentsias tienen los acontecimientos políticos. El punto de partida es el caso Dreyfus, acta de nacimiento del término "intelectual" como noción inescindible del espacio cultural francés de fines del siglo xix y, al mismo tiempo, ejemplo de controversia y polémica, "suelo natal" de la acción de los intelectuales. El cierre se ubica en la segunda mitad de los años 1990, cuando los intelectuales franceses "retornan" a la escena pública luego de un largo período de crisis. La introducción y las conclusiones, a cargo de Ory y Sirinelli respectivamente, reponen un programa que será el suyo en el conjunto de su obra: la definición de la historia de los intelectuales como un campo situado en el cruce de la historia política, social y cultural, que se revela fecundo a partir del uso de tres herramientas principales: el estudio de las trayectorias, la observación de las "estructuras de sociabilidad" y el esclarecimiento de las generaciones intelectuales. Frente a las tesis sociológicas amplias (categorías socioprofesionales) y las definiciones éticas (vocación por la defensa de los grandes valores humanistas), los autores proponen una noción intermedia de intelectual que busca evitar cualquier afán normativo: "En nuestra obra el intelectual será pues un hombre de lo cultural, creador o mediador; colocado en la situación de hombre político, productor o consumidor de ideología. Ni una mera categoría profesional, ni un mero personaje, irreductible. Se tratará de un estatus, como en la definición sociológica, pero trascendido por una voluntad individual, como en la definición ética, y orientado a un uso colectivo" (p. 21, cursiva en el original)
El primer capítulo, "La sociedad intelectual francesa y el caso Dreyfus", presenta un análisis que, aunque retomado en lo sucesivo, tiene un carácter modélico, partiendo de una premisa fundamental: como proceso de movilización intelectual que tuvo como medio de expresión privilegiado a la prensa, el "caso" fue, en primer lugar, un asunto de "opinión pública", lo que desde entonces ligó la historia de los intelectuales a un segmento específico de la cultura de masas. Los dreyfusistas, minoría activa que se oponía al discurso oficial e intentaba interpelar a una sociedad desconfiada o indiferente, tomaron la delantera en el combate apelando a las variadas formas de expresión pública disponibles, ventaja temporal sobre sus oponentes que fue decisiva para modelar una imagen del intelectual destinada a perdurar: la del espíritu crítico que interviene en el espacio público defendiendo los grandes principios, que desde entonces formarán parte indiscutible de la polémica intelectual. El "caso" es también considerado como un ejemplo prototípico para analizar el funcionamiento y la estructura de la "sociedad intelectual", concepto que sin designar un campo autónomo o un poder solidario, señala el espacio en el que el intelectual elabora sus herramientas y construye sus propias redes.
El seguimiento de los itinerarios de los intelectuales en disputa, de los lugares de captación (la universidad, la prensa y el mundo artístico), de los espacios de sociabilidad y de las solidaridades generacionales, religiosas e incluso comunitarias, reconstruye un mapa en el que las tomas de posición de los intelectuales aparecen irreductibles a las pertenencias sociales y a las jerarquías culturales, a una lucha entre dominantes y dominados.
En el segundo capítulo, comprendido entre el cambio de siglo y la Primera Guerra Mundial, se analiza la consolidación de dos campos enfrentados: de un lado, el intelectual universalista, defensor de los valores republicanos; del otro, el intelectual nacionalista, cuya presencia será dominante al menos hasta el fin de la Segunda Guerra. El encuentro de los intelectuales con el nacionalismo fue, se afirma, un fenómeno enteramente nuevo; y una vez que la izquierda inicialmente jacobina abrace las banderas del pacifismo y el antimilitarismo, la calificación de los escritores nacionalistas como escritores de derecha se transformará en una fórmula perdurable.
La Primera Guerra Mundial y el período comprendido entre 1918 y 1934 se analizan a partir de las modificaciones que el conflicto provoca en el espacio intelectual francés. El fin de la guerra deja al descubierto una ruptura generacional en buena parte debida al brutal vaciamiento de una clase de edad; además de un cisma en los sistemas de referencias que en los más jóvenes tendrá consecuencias ideológicas profundas. Desde entonces, los motivos pacifistas serán el tono dominante, aunque no unívoco. La sociedad intelectual se organizará con la izquierda republicana ocupando puestos clave en la administración pública, mientras los estudiantes serán atraídos por las tesis nacionalistas. Las tomas de posición frente a la guerra determinarán la adhesión de intelectuales como Henri Barbusse al comunismo, aunque "el gran resplandor nacido al este" deba esperar un decenio para despertar una adhesión que por el momento se limitará a las vanguardias. En tanto, la apuesta de la "generación de los inconformistas" por una vía intermedia entre capitalismo y comunismo palidecerá frente a los nuevos parámetros que desde entonces regirán el compromiso: el antifascismo y el anticomunismo.
El capítulo "Bajo el signo del Frente Popular. 1934-1938" se centra en las condiciones intelectuales que posibilitaron un amplio movimiento de unión antifascista, contrapuesto a un reanimado activismo de la intelligentsia de derecha, a partir de los disturbios de febrero de 1934, leídos por la izquierda como un intento de golpe fascista. Desde entonces, los intelectuales se moverán en un campo ideológico bipolarizado, actuando en la prensa, en asociaciones y, con la llegada al poder del Frente Popular, como "militantes de política cultural". La Segunda Guerra Mundial, abordada en el sexto capítulo, será un momento de extensas reubicaciones ideológicas: la derrota francesa traerá una confusión generalizada de las referencias culturales y una reestructuración del espacio intelectual definitivo para toda una generación. Una vez más, aunque existan evoluciones perceptibles, el estudio de los itinerarios intentará demostrar las dificultades de cualquier determinismo en el momento de explicar las adhesiones ideológicas de los partidarios de Vichy, los colaboracionistas y los resistentes.
Los siguientes tres capítulos ("El umbral de los treinta gloriosos.1945-1947"; "La guerra fría de los intelectuales. 1947-1956" y "Guerra y postguerra de Argelia. 1956-1968"), estarán marcados por dos elementos principales: la deslegitimación de las ideas de derecha y el ascenso del intelectual de izquierda como figura principal del terreno ideológico; y la obtención de una aparente unanimidad sobre la noción de compromiso. Retomando los trabajos de Jeannine Verdès-Leroux, el análisis de la influencia del Partido Comunista, hegemónica al menos por una década, parte de la constatación de que aquél no era, ni mucho menos, el "partido de la inteligencia francesa", sin por esto desconocer el enorme poder de atracción que ejerció sobre muchos intelectuales, particularmente sobre aquellos nacidos entre 1920 y 1930. Con el "cisma" de la Guerra Fría, el comunismo se vuelve, como lo calificó Jean-Paul Sartre en aquellos años que llevaron su nombre, una "ciudadela asediada", consolidada por la obediencia y la defensa del "espíritu de partido". Sin embargo, como ya lo había señalado David Caute, la adhesión de los intelectuales al comunismo responderá a una tipología variada, así como sus formas de compromiso. El campo no comunista, fragmentado y reducido a unos pequeños grupos sin poder, es analizado a partir del fracaso de las propuestas y los emprendimientos atlantistas, mientras que los itinerarios de Raymond Aron y Albert Camus, las dos principales figuras de la inteligencia no comunista, servirán, contrastadas con el aura de Sartre, para explicar las condiciones necesarias para la preeminencia intelectual en tierra francesa.
El año 1956 será el fin de la "guerra fría intelectual", producto de la tremenda crisis de la conciencia comunista provocada por las revelaciones del xx Congreso del pcus, y el agravamiento de la cuestión colonial. La guerra de Argelia y el período posterior a su fin precipitarán la emergencia de una nueva generación y de nuevos compromisos en el marco de una "depresión ideológica" y una economía en expansión. Será el momento de la "generación de Mendès France", de la consolidación de las ciencias sociales, del progresivo reemplazo de los escritores por los académicos y del marxismo y el existencialismo por la galaxia estructuralista, del auge de los semanarios políticos en el marco de una ampliación del público lector y, finalmente, de una transferencia ideológica hacia el tercermundismo.
En el epicentro de una profunda mutación sociocultural, el movimiento de mayo de 1968 resultará entonces, más que fundacional, catalizador, y la ruptura que produce tanto más destacable en cuanto no provino de ningún acontecimiento externo, sino del propio mundo académico y universitario. La "gran primavera" de 1968 a 1975, que da nombre al décimo capítulo, verá nacer discursos profundamente críticos con las "mistificaciones del humanismo", al mismo tiempo que las opciones políticas estarán, como nunca antes, internacionalizadas, y los métodos de intervención de los intelectuales se radicalizarán a la par de unos objetivos aglutinados sobre la frágil mixtura entre marxismo y anarquismo que caracterizó la ideología de la época. La herencia final del movimiento de mayo, particularmente de sus componentes libertarios y contraculturales, será el comienzo de un "izquierdismo especializado" y la renuncia de los intelectuales franceses a las explicaciones totalizadoras, clave de todo el período posterior.
La progresiva disminución, en la misma estructura del libro, del análisis de los itinerarios de las figuras significativas del compromiso parece corresponder con la etapa abierta en el capítulo 11, "El gran viraje. 1975-1989", período comprendido entre la caída de Saigón y la difusión de Archipiélago Gulag, y el colapso del mundo comunista. El impacto que produjo la muerte de dos generaciones de grandes intelectuales precipitó lo que en adelante será una larga incertidumbre, donde a la crisis de la imagen del intelectual se superpuso el cuestionamiento del sustrato ideológico de la intelligentsia en su conjunto. El fin de los "Treinta gloriosos" será el comienzo del proclamado "silencio" de los intelectuales de izquierda, mientras que la llegada del socialismo al poder amplificará la voz de las derechas, expresadas en los movimientos convergentes de la "Nueva derecha" y la "Nueva Filosofía"; aunque al final del período el traslado de la hegemonía intelectual se realice hacia el relanzamiento de los planteos liberales. Los años noventa, repasados en el último capítulo, darán el marco para un retorno de los intelectuales a los debates de la ciudad (movilizados contra el "Plan Juppé" y la política de control de la inmigración), que será también el signo de una metamorfosis radical por vía de lo que Régis Debray denominó la "videoesfera", devenida en nueva ágora: la época del intelectual "clásico" parece haber pasado como resultado de las mutaciones de las culturas políticas y los vectores de expresión. El pathos, se afirma, ha reemplazado al logos, situación que los autores se resisten a considerar como un "ocaso" de los intelectuales sino como el fin de un ciclo secular de intervención política iniciado con el caso Dreyfus.

Los intelectuales en Francia es fiel a las reglas del manual universitario. Es posible que en esa fidelidad a una mirada panorámica, y en el hecho de que se trata de un esfuerzo de síntesis escrita cuando los estudios sobre los intelectuales no eran aún un campo abundantemente poblado, radiquen sus problemas más fácilmente detectables: las omisiones (Simone Weil, sólo como ejemplo de una historia en que las mujeres son lateralmente mencionadas) o los criterios más bien clásicos en el momento de elegir a los intelectuales considerados paradigmáticos. Sin embargo, más allá de las prescripciones del género, resta pensar en los posibles límites impuestos por la propia perspectiva. Se trata, en definitiva, de una historia política de los intelectuales comprometidos y, por lo tanto, organizada sobre un recorte que de ningún modo agota la historia de las intelligentsias francesas a lo largo de un siglo. Por otra parte, se trata de la historia de una sociedad intelectual organizada sobre las rupturas, las mutaciones y las grandes disputas que provocan en ella las conmociones políticas, donde la interrelación con otros contextos y valores, digamos "específicos" de la vida cultural, no es siempre analizada en lo que pueda tener de valor explicativo, aun bajo la forma de tensión abierta, acerca de las adhesiones intelectuales a un campo ideológico determinado (el apartado dedicado a la protohistoria de la "república de profesores" demuestra la riqueza de estos cruces cuando son considerados).
Los intelectuales en Francia ofrece una serie de herramientas sumamente valiosas para pensar problemas que a fuer de ser transitados no han agotado su vigencia. Tal es el caso de las "generaciones intelectuales", categoría largamente anatematizada que en el libro se revela muy útil para reconstruir procesos culturales en que las solidaridades de origen, edad y formación, así como el sentimiento compartido frente a uno o varios acontecimientos desencadenantes, no tiene como resultado conjuntos homogéneos o de límites definidos. Lo mismo puede afirmarse de la riqueza operativa del concepto de "sociabilidad intelectual" para el estudio del funcionamiento de las revistas, las listas de peticionarios, las asociaciones y las redes donde los intelectuales se reúnen, miden sus fuerzas e intervienen en el espacio público. En síntesis, desde su publicación original hace veintitrés años, el campo de indagaciones que contribuyó a consolidar este libro ha sido objeto de enfoques renovados, incluso de sus propios autores, y de no pocos intentos por superar el riesgo de reducir, como lo señaló Michel Trebitsch, la historia de los intelectuales al componente "intelectuales" de una historia política más vasta.

Adriana Petra

IDES / UNLP / CONICET

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