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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.13 no.1 Bernal jun. 2009

 

RESEÑAS

Diego J. Chein
La invención literaria del folklore. Joaquín V. González y la otra modernidad
Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 2007, 113 páginas

Tomando como punto de partida el análisis de los procedimientos de construcción y apropiación de la cultura popular presentes en Mis montañas (1893), del riojano Joaquín V. González, Diego J. Chein (investigador del CONICETy docente de Teoría literaria en la Universidad Nacional de Tucumán) propone una indagación precisa e iluminadora en cuestiones relevantes para el estudio de la vida intelectual y literaria argentina de fines del siglo xix y comienzos del xx, tales como la especialización de la literatura, la incipiente formación de un campo intelectual nacional con características singulares y, sobre todo, la redefinición del rol del letrado en el marco de un "proceso de reconversión de la hegemonía oligárquica". En relación con este último aspecto, Chein postula la emergencia de un nuevo tipo de letrado que, estrechamente ligado a las esferas culturales y educativas del Estado, se construye como el sujeto ideal de la "auténtica literatura nacional", convirtiendo de modo estratégico el propio origen provinciano en fuente de autenticidad. Esta nueva praxis intelectual, que comienza a perfilarse en la trayectoria de González y alcanza su plena realización en una figura como la de Ricardo Rojas, es planteada por Chein como un camino de modernización de la actividad literaria -paralelo al de la profesionalización del escritor y al de la intervención del modernismo- cuya consideración contribuye a dar cuenta de la especial estructuración que caracterizará al campo intelectual y literario argentino de las primeras décadas del siglo xx. Lo señalado hasta aquí permite ya advertir que La invención literaria del folklore explora un conjunto de problemas que en los últimos años ha concitado el interés de la crítica. Entre otros, puede mencionarse como un ejemplo significativo el lúcido ensayo de Miguel Dalmaroni Una república de las letras. Lugones, Rojas, Payró. Escritores argentinos y Estado, aparecido en 2006.
El libro está organizado en tres capítulos. El primero examina los modos de representación de los relatos folklóricos en Mis montañas y los rasgos particulares del sujeto de esa representación. Las distintas secciones del texto de González se hilvanan, desde la perspectiva de Chein, a partir del motivo de un viaje. Se trata de un viaje de retorno al pago natal, a un locus configurado por los términos provincia, campo e infancia, que emerge como "reservorio de los valores espirituales necesarios para reencauzar el derrotero que la capital, la urbe y la edad adulta han desencaminado". En ese locus residiría aquello que en la época comienza a ser designado irregular y confusamente como folklore y a ser visualizado como fuente de la poesía y de un cierto saber esencial. El material proveniente de ese ámbito es recogido, transcripto y modelado por un sujeto letrado que construye su autoridad a partir de su dualidad constitutiva: por un lado, reúne los saberes eruditos propios de la cultura occidental y es, por lo tanto, capaz de realzar la materia recabada a través de la forma elevada y culta; por otro lado, cuenta con los saberes de la vivencia directa y de la experiencia inmediata del ámbito popular y natural que ha de reflejar, saberes que resultan necesarios para garantizar la autenticidad tanto de los orígenes como de la interpretación de las expresiones populares. Chein afirma que este sujeto dual sería, para González, el sujeto idóneo de una "auténtica literatura nacional" (de la que Mis montañas pretendería ser una muestra ejemplar). La constatación de la configuración discursiva de un sujeto cuya legitimidad como escritor se funda en una dualidad que reúne lo popular y lo culto constituye el punto de partida de nuevos interrogantes acerca de la transformación de la concepción de la literatura y del rol del escritor, así como de las nuevas condiciones y relaciones sociales con las que se articula esa transformación.
Tales interrogantes son abordados en el segundo capítulo ("Los poetas de mi patria": otra vía hacia la especialización de la actividad literaria) que analiza, a partir de la figura de González, la emergencia de un nuevo tipo de letrado y de un programa para la "auténtica literatura nacional". Dicha emergencia es explicada en relación con una serie de factores. En primer lugar, la transformación, a raíz de la especialización del discurso historiográfico, de la hasta entonces dominante noción de literatura como la unidad del conjunto del saber letrado. En segundo lugar, el contexto de modernización de la sociedad y del Estado, en particular el proceso de reconversión de la hegemonía del Estado nacional a partir de la concertación con las oligarquías provinciales. Y, en tercer lugar, el avance de la literatura de circulación masiva, que genera en González una actitud de rechazo, de desprecio y de temor hacia las masas, al mismo tiempo que el anhelo de llegar a un público más amplio y ganar ideológicamente su voluntad política. En el marco dado por esas condiciones sociales, Chein plantea, apoyándose en las reflexiones del crítico chileno Juan Poblete acerca de las nuevas articulaciones del saber y la producción letradas con el Estado y el sistema educativo latinoamericanos a fines del siglo xix, el surgimiento de un nuevo sujeto intelectual:

En términos generales, se trata de un nuevo tipo de letrado finisecular que hereda del letrado tradicional su carácter disciplinariamente inespecífico y cierto afán totalizador, así como una relación estrecha con la política del estado, pero que, en el nuevo contexto del campo intelectual emergente, se posiciona específicamente como guía de la política cultural y, sobre todo, de la política educativa, en un contexto en el que el acceso a la alfabetización y a la participación política de nuevos sectores sociales exige por parte de la clase dirigente la elaboración y negociación de nuevos discursos y prácticas hegemónicas (pp. 59-60).

Chein advierte que la existencia misma de este tipo de escritor que comienza a perfilarse en la trayectoria de González revela la clara heteronomía del campo intelectual argentino, dada precisamente por la vinculación con el Estado. A su entender, este nuevo sujeto sería diferente tanto del antiguo escritor civil (por cuanto su inserción en el Estado se desplaza claramente hacia espacios políticos específicamente intelectuales: la educación y la cultura, y además porque no escribe sólo para un público letrado perteneciente a altos estratos sociales) como del nuevo escritor profesional (en la medida en que su extracción oligárquica lo releva de las necesidades económicas de la profesionalización y le permite un acceso privilegiado a las funciones de poder en la política cultural y educativa). El género discursivo de las tradiciones es destacado por Chein como un instrumento crucial para el anhelo de un público más amplio presente en la nueva praxis letrada. González presenta programáticamente el crisol de características del género (frescura, brevedad, sencillez, relación con la "verdad del corazón del pueblo", condición de "literatura del hogar", cierto carácter pedagógico) como una vía de superación de las limitaciones comunicativas de la historiografía especializada, que a sus ojos habría abandonado la promoción del sentimiento patriótico. Así, González convertiría a las tradiciones en el género ideal de la literatura entendida, desde una concepción romántica y herderiana de la literatura y de la nación, como expresión auténtica del "espíritu nacional" conservado en pureza, a resguardo de la modernización cosmopolita, en ámbitos rurales provinciales. Las tradiciones serían convertidas también en un medio privilegiado para la transcripción de aquello que más tarde se llamará relato folklórico. En este punto, Chein visualiza a González como el responsable de la forja de un verdadero paradigma de representación del folklore concebido como perspectiva historiográfica alternativa a la de la historiografía liberal, que pervivirá hasta la década de 1930 y formará parte de la matriz de la labor de Juan Alfonso Carrizo en el Noroeste argentino (objeto estudiado por Chein en otros trabajos).
El segundo capítulo de La invención literaria del folklore se detiene también en la consideración de la articulación ideológica del discurso de González con su origen de clase. Al respecto, Chein advierte una tendencia a generar representaciones consensuadas tanto en lo que respecta a la base de autoridad del sujeto autorial como en torno a la legitimación de un orden social oligárquico, que resultan inseparables de la apuesta para alcanzar un reconocimiento específicamente intelectual. Afirma, en tal sentido, que

[l]a propuesta de un programa para una literatura nacional cuya autenticidad residiría en el rescate de la tradición resguardada en los espacios rurales provinciales es, al mismo tiempo, una apuesta que en el campo político se enlaza con el enfrentamiento entre Roca y Mitre, la cual cristaliza en un plano simbólico la constitución de un estado nacional negociado con las oligarquías provinciales.

Tal articulación podría observarse en la configuración que hace González de un sujeto legítimo para recoger adecuadamente los relatos folklóricos. Un sujeto que en el espacio social se corresponde con el patrón terrateniente letrado y que comienza a perfilarse, al mismo tiempo, como la base necesaria de legitimidad para la conducción del Estado.
El tercero y último capítulo ("El poeta nacional del porvenir". El canon de una literatura regional/nacional) establece que la obra de González articula en un momento muy temprano de emergencia del campo intelectual una duradera posición literaria que dará como resultado la producción de una serie de obras y la construcción de una propuesta de canon de la literatura nacional (una literatura que se constituye como la reconstrucción de la historia del "espíritu nacional", que parte de las fuentes y los materiales de lo que comienza a designarse como folklore y extiende su mirada tanto en el tiempo, recuperando las raíces que se hunden en la colonia y en el pasado precolombino, como en el espacio, extendiendo el conocimiento hacia cada una de las regiones del país). Dicha serie -de la que Mis montañas sería para el propio González un punto neurálgico, además de la realización del programa por él anunciado antes en La tradición nacional (1886)- estaría constituida por textos que reproducen el paradigma de representación del folklore articulado por González y apuestan a las mismas bases de legitimidad en las que se funda su programa (ello mostraría, para Chein, que la posición promovida por González llega en efecto a inscribirse como uno de los enclaves estructurales del emergente campo literario nacional). Como eslabones de la serie, Chein analiza las propuestas de Recuerdos de la tierra, del entrerriano Martiniano Leguizamón -cuyo prólogo escribe González-, El país de la selva, de Ricardo Rojas, Voz del desierto, del escritor colombiano radicado en Neuquén Eduardo Talero.
La posición literaria de González es definida como una posición nacional/regional, que parte de una idea de nación como una unidad espiritual que conjuga las variedades regionales. En el contexto del incipiente campo literario, tal posición lucha con aquella que reconoce la influencia extranjera y exhibe una actitud cosmopolita. Chein propone que a partir de la oposición respecto de los "escritores cosmopolitas" -considerados incapaces de acceder y comunicar fielmente el saber esencial que reside en la región-, los "escritores regionales" como González montan una estrategia destinada a convertir el propio origen provinciano en un valor literario exclusivo, en un capital simbólico en el contexto de las luchas del campo, entre ellas la lucha por el reconocimiento de su labor literaria en la capital (Chein muestra que los textos de los "escritores regionales" se dirigen sobre todo al lector de la capital, que desconoce la región representada). La base de esta estrategia sería la construcción discursiva del sujeto dual que se postula como la configuración propicia para producir la "auténtica literatura nacional" al reunir en sí mismo los valores elevados de la civilización y la posibilidad de un contacto no mediado con el sustrato popular de la nación.
Al final de su libro Chein indica que si bien a partir del avance del modernismo y del proceso de profesionalización del escritor cada vez ganará más terreno el criterio estético formal como valor literario, la posición nacional/regional prolongará su vigencia. Así, y aunque no alcanza un reconocimiento generalizado por parte del conjunto de los escritores, la posición establecida por nuevos letrados como González y Rojas -que desde su lugar de intersección entre la producción literaria y la política cultural y educativa del Estado son capaces de movilizar en el seno del campo recursos de poder externos al mismo- logrará gravitar por décadas sobre la producción literaria en general. Ello será favorecido por la promoción por parte del Estado del discurso criollista de la identidad nacional, que alimentará condiciones favorables para el uso de la estrategia de convertir el origen provinciano en un capital simbólico literario. La fuerza configuradora de la posición inaugurada por González, que el libro aquí reseñado se ocupa precisamente de mostrar, advierte acerca de la eficaz selección que hace Chein de esa figura y, en particular, del texto Mis montañas, como disparadores de un entramado de hipótesis y argumentaciones en torno de las transformaciones de la praxis intelectual en la Argentina de fines del siglo xix.

Soledad Martínez Zuccardi

Universidad Nacional de Tucumán / CONICET

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