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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.13 no.1 Bernal jun. 2009

 

RESEÑAS

Osvaldo Graciano
Entre la torre de marfil y el compromiso político. Intelectuales de izquierda en la Argentina. 1918-1955
Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2008, 383 páginas

En el libro –versión ampliada de su tesis doctoral defendida en la Universidad Nacional de La Plata– Osvaldo Graciano dialoga con dos líneas de investigación que se han mostrado fecundas en los últimos años: la historia política, en particular la dedicada a abordar a las formaciones de la izquierda argentina, y la historia de los intelectuales, y más precisamente de la "nueva generación" de intelectuales surgidos al calor de la Reforma Universitaria. Pero estas perspectivas, aunque no totalmente desconectadas, no han profundizado del todo en los vínculos que las ligan, y es esa vinculación el punto de partida y el principal aporte del texto. Esto es posible por el objeto elegido: el conjunto de intelectuales reformistas –entre los que puede citarse a Julio V. González y José Luis Romero, a Carlos Sánchez Viamonte y Arnaldo Orfila Reynal–, que, siguiendo a "maestros" como Alfredo Palacios y Alejandro Korn, se incorpora al Partido Socialista a comienzos de los años treinta–. Al hacerlo, explica el autor, dejan atrás una intervención fundada en la sola identidad reformista, celosa de la autonomía y desconfiada de los partidos políticos –voluntad de autonomía que, tal vez, explica cierta desconexión entre las dos líneas de investigación antedichas– para incorporarse a organizaciones que, en el más duro contexto de los años treinta, les otorgaban visibilidad y la posibilidad de cierta incidencia en la realidad.
Para reconstruir esa mutación que convierte a los reformistas en "intelectuales de partido" Graciano debe dar cuenta del momento inicial, el período que se abre con el despuntar de la Reforma en Córdoba en 1918 y se cierra con el golpe de 1930. Y lo hace con detalle y profundidad, describiendo los rasgos del sistema universitario de comienzos de siglo y señalando cómo las características específicas de la Universidad de La Plata y, en particular de su Colegio Nacional, contribuyeron a la constitución de un grupo, caracterizado por un espíritu misional arielista y estilos de intervención definidos, rasgos que se pondrían en juego a lo largo del proceso de la Reforma platense. Asimismo, analiza las diferentes experiencias de gestión impulsadas por el movimiento reformista, señalando cómo la decepción por los resultados alcanzados en su gestión como decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires contribuyó a la profundización del proyecto transformador que Korn emprendería a través del grupo Renovación y la revista Valoraciones. Graciano subraya también los puntos de contacto y los enfrentamientos que quienes, nucleados en torno a Korn y vinculados a las humanidades, mantuvieron con el otro grupo reformista platense, proveniente de las ciencias jurídicas y más directamente ligado a la vida política, estructurado en torno a la figura de Alfredo Palacios. Destaca la importancia del decanato platense de Palacios no sólo por su renovación de la enseñanza del derecho sino también por los vínculos establecidos con jóvenes –como Julio V. González y Carlos Sánchez Viamonte– que compartirían su prédica latinoamericanista y la difundirían a través de la revista Sagitario. Señala asimismo que serían esos jóvenes los que impulsarían la llegada de Palacios al decanato de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, espacio que utilizarían como tribuna desde la que poner en escena un estilo de intervención político-intelectual que apelaba a la legitimidad de la institución universitaria para recusar tanto el personalismo de Yrigoyen como el militarismo del golpe que lo derribaría.
Pero la mayor parte del movimiento estudiantil no compartió siquiera las ambigüedades de Palacios y sus discípulos, y apoyó explícitamente la intervención militar. Graciano considera que esa movilización en los últimos días del gobierno constitucional constituyó la primera etapa en el ingreso franco de los reformistas en la arena política nacional. Sin embargo, aclara, se mantenía aún un rasgo del período previo: los estudiantes se habían movilizado en tanto que tales, mostrando que hasta el momento el ámbito universitario seguía siendo un espacio de resonancia de la realidad política. Esto cambió a partir de la política del nuevo gobierno, que derogó los estatutos reformistas y exoneró a profesores y a alumnos, suprimiendo la autonomía institucional de la Universidad. La eliminación de esas condiciones básicas para la existencia del intelectual autónomo impulsó a una segunda etapa en la politización de los reformistas, quienes modificaron sus definiciones identitarias, abandonando los discursos acerca del papel excluyente de la juventud en la transformación, y se incorporaron a partidos opositores al gobierno militar. El autor señala que el juvenilismo pasó a combinarse con discursos clasistas, reactualizando el tópico de la unidad obrero-estudiantil, pero no profundiza en esas definiciones identitarias. Al respecto, sería muy interesante detenerse en las intervenciones de octubre y noviembre de 1931, momento en que se concreta la "politización definitiva de las posiciones estudiantiles", así como analizar las declaraciones públicas de agrupaciones universitarias de filiación partidaria como la Agrupación Socialista Universitaria, el Comité Universitario del Partido Demócrata Progresista o el Grupo Insurréxit, ligado al Partido Comunista.
En cambio, Graciano sí aborda en profundidad la cuestión del cambio en el modo de intervención relacionado con la incorporación a los partidos políticos, y se pregunta por qué –aunque algunos se vincularon al radicalismo, y otros sostuvieron su perfil apartidario a través de la militancia libertaria–, la mayor parte de los reformistas se incorporó al Partido Socialista. Para responder esa pregunta analiza una fuente interesantísima y poco explorada, como son las cartas con las que referentes reformistas como Palacios o González fundaron su adhesión. En particular se detiene en la enviada por Korn, no sólo porque constituye el testimonio colectivo de la adhesión del grupo Renovación, sino porque presenta la afiliación como el corolario de la reconstrucción de la historia del pensamiento argentino que el filósofo ya había emprendido en "Nuevas Bases". El autor señala con acierto que la incorporación al socialismo implicaba no sólo la denuncia de un presente amenazado por el fascismo, sino también la crítica –particularmente descarnada en "El último caudillo", de Sánchez Viamonte–, a un pasado dominado por el caudillismo demagógico yrigoyenista. Frente a esas dos amenazas el Partido Socialista parecía el único partido de ideas y, por tanto, la fuerza que más espacio podía dar a la participación de los intelectuales. El juicio se mostraría sólo parcialmente acertado ya que, aunque la consolidación institucional del socialismo abrió espacios para la acción de los reformistas, éstos se encontraron principalmente en el ámbito de la política cultural –ámbito en el que, subraya con lucidez Graciano, las publicaciones socialistas y en particular La Vanguardia abrieron un espacio de consagración para jóvenes que aún tenían un escaso reconocimiento– y no en la definición de las grandes líneas de acción política, que se hallaban firmemente en manos de intelectuales de una más larga militancia partidaria.
En el ámbito cultural las prácticas de los reformistas se insertaron en las tradiciones de un partido que siempre había considerado la difusión de los saberes científicos, literarios y artísticos como un espacio privilegiado de constitución de la propia identidad política, pero agregando a esos fines de elevación de los trabajadores las tareas de capacitación política de la militancia socialista. Esta segunda dimensión se manifestaría tanto en el Teatro del Pueblo de La Plata, cuyos elencos estarían formados por actores aficionados provenientes de la clase obrera y la militancia socialista, como en la Universidad Popular Alejandro Korn. Graciano subraya que el principal rasgo de esta peculiar "Universidad" fue la gran autonomía de sus actividades, lo que fue posible por la confluencia –que se manifiesta en su nombre– entre las autoridades partidarias y los universitarios reformistas. Ese rasgo sería subrayado por quien fue el secretario general y verdadero líder de la institución, Alejandro Orfila Reynal, antiguo militante estudiantil platense, cuyas virtudes organizativas –que luego se pondrían largamente de manifiesto en su tarea al frente del Fondo de Cultura Económica y de Siglo xxi– contribuyeron a dar a la acción de la Universidad Popular Alejandro Korn un alcance que superaba el ámbito platense. Es así que, a impulsos de su fundador, la "Universidad" realizó seminarios que, con la participación de destacados intelectuales, se dedicaron a "pensar la Argentina para la posguerra" y, luego, ya devenida en núcleo antiperonista, se estableció como ámbito de resistencia de intelectuales opositores.
Junto a la acción cultural, otro ámbito privilegiado de intervención de los intelectuales reformistas fue el de las políticas para la Universidad. Antes de entrar de lleno en la cuestión, Graciano historia –algo escuetamente, y sin detenerse en los aspectos conflictivos– las relaciones entre los reformistas y el ps antes de 1930. Señala que luego del golpe las referencias a la cuestión universitaria se insertaban en los reclamos más generales de restablecimiento de la normalidad constitucional, y que sólo en 1932 y en oposición a un proyecto oficial de Ley Universitaria, los planteos se hicieron más específicos cuando los recientemente incorporados miembros del grupo Renovación presentaron sus "Bases y fundamentos para una ley de enseñanza superior". La propuesta, surgida de la pluma de Korn y su discípulo Aníbal Sánchez Reulet, rechazaba el profesionalismo y postulaba al humanismo como fundamento cultural del saber científico especializado y como fuente de los valores ideológicos que debían dirigir a la sociedad argentina. En nombre de esos principios, el proyecto proponía el fin de la Universidad como estructura que ligaba a las diversas unidades académicas, planteo que fue rechazado por figuras como Palacios y Mouchet, quienes rescataban a la universidad como institución y pensaban que el carácter profesionalista de la formación podía limitarse a través de la reforma de planes de estudio. Subraya asimismo que en el más politizado contexto de los tempranos cuarenta, la principal iniciativa socialista en materia universitaria estuvo representada por los esfuerzos de Palacios, desde la presidencia de la Universidad Nacional de la Plata, por convertir a la Universidad en ámbito de debate y resolución de los problemas que afrontaba el país.
Por otra parte, recuerda el autor, no todos los reformistas habían limitado su acción al ámbito cultural o universitario. Las principales excepciones fueron Sánchez Viamonte quien a mediados de los treinta planteó la necesidad de que el ps adopara una táctica revolucionaria; y, nuevamente, Palacios, quien, desde la visibilidad que le daba su banca senatorial, desarrolló una acción en la que se destacaban los tópicos antiimperialistas y la recuperación de la planificación estatal. Sin embargo, al avanzar la década las argumentaciones en pos de la transformación social fueron quedando relegadas por la prédica en defensa de las libertades civiles y políticas. En esa acción defensiva los intelectuales socialistas se definieron cada vez más como liberales –aunque, como señala con sutileza Graciano, su liberalismo, basado en el legado de Korn, no nacía del individualismo decimonónico, sino de una noción de "libertad creadora" que oponía el ciudadano al "hombre masa", y que aceptaba y promovía la intervención estatal y la nacionalización de la economía– y confluyeron con otros sectores en la constitución de un amplio espacio antifascista, espacio que se consolidaría luego de la revolución de junio de 1943.
El libro, que tiene la estructura de un tríptico, se cierra con la reconstrucción de las prácticas de estos intelectuales en el período 1943-1955. Y es tal vez ese esquema tripartito el que lleva a cierta insatisfacción con respecto a la última parte, en la que se extrañan los detallados y sutiles análisis planteados acerca del período fundacional y, especialmente, de la década de 1930. Si la reconstrucción del período 1943-1945 es profunda –señalando cómo en la oposición al nuevo gobierno, al que se caracterizaba como represivo y oscurantista, los intelectuales encontraron no sólo una más clara identificación con los clivajes internacionales sino la relevancia pública que siempre habían anhelado– la reconstrucción se desdibuja cuando se aborda el período específicamente peronista. Es cierto que a ese borramiento contribuye la expulsión de la Universidad de buena parte de los reformistas, pero, como el mismo Graciano señala, esa clausura abre las puertas a nuevas modalidades de intervención –desde el exilio, el mundo editorial o las revistas– las que podrían ser merecedoras de una atención comparable a aquéllas nacidas en el escenario de los treinta. Tal vez atender a ellas habría permitido fundar más fuertemente, o matizar, la tesis fuerte con la que Graciano cierra su recorrido: el final, a partir de 1955, del tipo de intervención característico del grupo reformista.
Más allá de diferencias puntuales, es necesario destacar la importancia de un trabajo que se esfuerza por avanzar en una historia de los intelectuales que sea capaz de iluminar tanto las lógicas del propio campo como su refracción en la sociedad y en la política argentina. O, para citar dos referencias ineludibles, usar las lentes con las que Silvia Sigal y Oscar Terán leyeron los años sesenta, para echar algo de luz sobre la elusiva Argentina de entreguerras.

Ricardo Martínez Mazzola

CONICET / UNSAM / UBA

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