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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.1 Bernal jun. 2010

 

RESEÑAS

María Inés Mudrovcic (ed.),
Pasados en conflicto. Representación, mito y memoria,
Buenos Aires, Prometeo, 2009, 205 páginas

De acuerdo a la reconstrucción que suele realizarse de los cambios sustanciales sufridos por la Filosofía de la Historia en las últimas décadas, dos son los ejes de esa transformación presentados como centrales. Por un lado, la introducción del giro lingüístico al campo: encabezada por Hayden White con la publicación de Metahistoria (1973) esta mutación atrajo la atención sobre el modo en que las elecciones sobre la escritura histórica contienen implicaciones que exceden lo formal para devenir netamente políticas. Por el otro, el desarrollo casi en paralelo del eje de la memoria: presentada como estrategia alternativa a la de la historia académica, busca indagar en los pasados marcados por los genocidios desde una perspectiva que involucra la subjetividad de los protagonistas y el enfrentamiento a los problemas que implica la representación de este tipo de acontecimientos entendidos como fracturas históricas. El libro de María Inés Mudrovcic es capaz de aunar las dos problemáticas de una manera tan poco frecuente como eficaz. Efectivamente, la compilación incluye artículos que dan cuenta explícitamente de la relación -más de una vez conflictiva- entre esta doble transformación de la disciplina, y otros que la recogen de manera algo más solapada. Los llamados por Mudrovcic "pasados en conflicto" son justamente aquellos acontecimientos que, más allá de la distancia que contengan en relación al presente, resultan en "pasados que no pasan". Y ha sido, precisamente, a través de los desafíos lanzados por el giro lingüístico -aceptado por unos y repudiado por otros- que estas cuestiones pudieron ser debatidas de manera sofisticada. Es a partir de estas premisas que los textos aquí reunidos han sido organizados teniendo en cuenta tres áreas clave expresadas en otras tantas secciones: los desafíos de estos pasados en conflicto para la metodología histórica, la cuestión de la experiencia vivida y, finalmente, el análisis de casos que remiten directamente a la historia argentina.
Ya en la introducción Mudrovcic advierte que estos pasados que generan conflictos en el presente impulsan la pregunta clave que guía el volumen: ¿cómo es, si resulta posible, "representar" ese pasado?. Tal como ella misma reconoce, los cambios producidos con el giro lingüístico resultan aquí fundamentales. A esta primera advertencia se suma una segunda que representa un desafío para estos pasados que no pasan: pensar históricamente es decretar una ruptura entre el presente vivido y el pasado reconocido. Así, la diferencia entre pasado y presente instaura la conciencia histórica en un campo donde la interacción entre representaciones sociales y nuestra forma de percibirlas nunca debe ser olvidada. Es entonces donde los artículos aquí compilados deben enfrentarse a los desafíos que expresa esta tensión entre la distancia entre el pasado y el futuro -necesaria para el pensamiento histórico- y la continuidad establecida por las características mismas de esos acontecimientos. La presentación de Mudrovcic incluye un tercer desafío al que hace frente el volumen: la sacralización de la memoria que, asegura ella, no sólo lleva a la expulsión de la historia como mediación cognitiva con el pasado, sino que además hace a un lado el imprescindible debate público.
El primero de los artículos, "Resistiendo el Apocalipsis y repensando la historia", a cargo de Dominick LaCapra, busca argumentar la necesidad de que los historiadores atiendan a la teoría crítica. Asentado así sobre uno de los clásicos pilares de su propuesta, LaCapra pretende superar dos modelos presentados como paradigmáticos: el de la investigación documental o autosuficiente y el del constructivismo radical. Buscando evitar la clásica solución a través de la construcción de un punto medio, es con este fin que, como en otros trabajos, el autor hace uso de la teoría psicoanalítica mostrando el modo en que, frente a teorías como las del trauma o de lo sublime, la elaboración al estilo de la presentada por el psicoanálisis puede funcionar como práctica articuladora. El rol de historiografía en la elaboración del pasado pasa aquí a ser fundamental en un camino en el que se intenta compatibilizar la empatía con la defensa del rol de la objetividad.
"Masacres antiguas y masacres modernas", de José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski busca "demostrar que, paradójicamente, puede comprenderse un hecho límite como la masacre a partir de su inclusión en marcos retóricos y estéticos que garantizan una distancia objeto-sujeto capaz de desvelarnos algo contundentemente real de aquel factum de otro modo intolerable" (p. 63). Tras descartar la posición de Hayden White por su supuesta negación del principio de realidad, los autores evocan el modo en que la relación entre hecho, verdad y relato resulta particularmente sensible en eventos que ponen en cuestión lo que hacen los humanos. Seguramente, afirman, la comprensión actual de lo que es una masacre resulta marcada por la Shoah, pero las características consensuadas de los genocidios y el problema específico de la construcción de un relato acerca de ellos no están ausentes en la Antigüedad. Así es como los autores examinan diversos relatos sobre ese período narrados por Herodoto, Tucídides, Herodiano o Appiano. En cada caso se destaca que la historiografía de la Antigüedad ya había planteado la dificultad para describir las masacres por la discontinuidad impuesta sobre la progresión del tiempo, la pérdida del significado de los hechos y la sensación de la incapacidad insuperable del lenguaje. Pero hay un rasgo esencial de las masacres modernas que no está presente en las antiguas: el desdén radical de los hombres objetos de la matanza que implica la conversión de las víctimas en un otro radical inferior asimilable a lo no-humano. El análisis de la iconografía de masacres como los martirios colectivos producidos durante la modernidad muestran además la manera en que se discute el rol del testigo ocular de los hechos. Allí, en un corpus centrado en las guerras de religión en Francia, queda expuesta una estrategia dominada por el modo en que estos casos suponen un "hiato, una ruptura y la consecuente pérdida de sentido que establece el hecho de la masacre y que registra su representación, en el quiebre radical de la continuidad histórica que ella ha producido" (p. 82). No hay justificación, ni prescripción, ni indulto que los pueda alcanzar. Pero aún se está lejos de la prédica racista inaugurada en el siglo XIX donde se transfiere la animalidad a las víctimas.
Ariel Colombo con "El tiempo de la acción a propósito de las Tesis de Benjamin" indaga en una idea del tiempo en términos de una discontinuidad extrema tal como es planteada por Walter Benjamin. El clásico sentido de la historia es aquí reemplazado por la ruptura de la idea de progreso: "el tiempo del progreso es el de la dilación, Benjamin cree que el futuro inverna en el pasado irredento" (p. 88). Al sustraerse del tiempo reiterativo de la historia se crea así una inmediatez con el pasado que resulta fundamental a la hora de pensar la representación de los pasados que no pasan. Así también, por su cuestionamiento del tiempo como dato naturalizado, las Tesis son centrales para una idea de revolución. Habita aquí una temporalidad que depende más del sujeto mesiánico capaz de recordar que de la capacidad colectiva de tomar decisiones: cualquier segundo puede ser la puerta por donde irrumpa la revolución. Pero el texto de Colombo no se limita a analizar a Benjamin sino que también se encarga de debatir las críticas de cierto marxismo hacia el autor de las Tesis, a vincularlo con la relación establecida por Levinas entre justicia y recuerdo, y a evocar las lecturas de Agamben y Virno.
La segunda sección del volumen se abre con "Mito político y memorias de la política", de Nora Rabotnikof. A partir de objeciones hacia un artículo de Hugo Vezzetti donde se contrastan los modos de apropiación míticos del pasado durante los años previos a la dictadura con el nuevo régimen de memoria instaurado con el ciclo democrático, el artículo resalta la importancia de las formas de vivir el tiempo para la memoria y para los sentidos de la política. De acuerdo a la reconstrucción de Rabotnikof -que se encarga de señalar el papel positivo del mito-, la postura de Vezzetti supone que durante la década del setenta no se ejercía una memoria o un trabajo historiográfico sino que se vivía en el mero mito político. La argumentación central se focaliza en mostrar que no se puede marcar esa diferencia sin referir a los regímenes de historicidad, o a las formas de vivir el tiempo y de articular pasado, presente y futuro. Para Rabotnikof, ciertos rasgos del mito político -continuidad, construcción del enemigo, fusión entre alta y baja cultura- pueden ser aplicados a la memoria democrática. En el caso de una memoria fuertemente politizada, en cualquiera de los dos períodos, "la diferencia entre mito y construcción de memoria, entre régimen del mito político y régimen de memoria resulta resbalosa" (p. 108). Pero el texto no se limita a objetar la dicotomía construida por Vezzetti, sino que la usa como punto de partida para contrastar ambas formas de representación en términos de una distinta relación con el pasado y con el futuro. Relativiza así la distinción de Vezzetti para encontrar en la memoria postransición un tipo de vínculo del presente con el pasado en el que ese pasado no se ha abolido ni olvidado, sino que es presentado como uno del que no podemos extraer nada que nos oriente en el presente ni que nos brinde la oportunidad de imaginar el futuro. Ésta es justamente una perspectiva contenida en el carácter asumidamente fundacional de la democracia que hace del futuro un escenario de riesgo y amenaza, incluso sumido bajo el prospecto de que "todo puede ser peor". Una sensibilidad que marca a fuego este presente.
"Memorias traumáticas de pasados recientes", de Blas de Santos, analiza desde un marco psicoanalítico "los efectos que en el sujeto histórico-político, pueden pensarse vinculados a la memoria traumática de hechos ocurridos en su pasado reciente" (p. 125). Escrutar los costos subjetivos del imperativo de memoria implica que al estar centrado en el trauma se devalúan funciones de la subjetividad. Al argumentar contra el uso acrítico de la teoría del trauma, De Santos afirma que esta actitud termina despolitizando por la perplejidad -como la lograda a través de la monumentalización de la ESMA- quedando ese pasado como algo fuera de la historia: "el imperativo a recordar puede funcionar como inductor de forclusión y el relleno de las lagunas mnémicas de inspiración para el tratamiento mítico del pasado" (p. 135). Esta estrategia resulta no sólo en la despolitización del presente, sino también paradójicamente en el propio olvido.
En "Memorias en pugna y el pasado reciente" Rosa Belvedresi busca evaluar críticamente "el valor que la memoria tendría para vincularnos, como comunidad, con el pasado reciente, poniendo entre paréntesis la cuestión de si procura, también, conocimiento" (p. 145). Así es como aquí se analiza el rol del testigo y la homologación entre víctima-sobreviviente y testigo que excluye de la consideración a los perpetradores. El papel del testimonio tiene aquí una relación estrecha con la dimensión empática -donde la función del testimonio de víctimas es establecer con quién identificarse- y no ya con el establecimiento de una comprensión racional y teórica de cierto suceso histórico. De acuerdo a Belvedresi, esta operación debe ser encarada siempre respetando la pluralidad de voces y poniendo en funcionamiento una estrategia capaz de apoyar la orientación a la acción.
La Sección III se inicia con "Dos cuestiones en las políticas actuales de la memoria en la Argentina", de Hugo Vezzetti, un texto centrado en la historicidad de la memoria a partir de la relación políticamemoria presentada como dialéctica entre el pasado y el presente. Así es como aquí, a través de debates como el desatado alrededor de la construcción del Museo de la Memoria, se discute el modo en que el pasado reciente argentino incluye el terrorismo de Estado pero también obliga a dar cuenta de la militancia de los años setenta. En su defensa de una memoria pública centrada en el rol del debate público alrededor de estas cuestiones, Vezzetti afirma que la delegación de prácticas en oficiantes aislados -como los militantes de derechos humanos- resulta funcional a la posición de la dirigencia que se separa de ese pasado alentando distintos usos en el presente. Como en trabajos anteriores, a Vezzetti le preocupa tanto la falta de consensos sobre el tema como su banalización y una instrumentalización donde los usos políticos de ese pasado obturan los efectos emancipatorios de la reconstrucción misma. Es con el mismo objetivo que reconstruye el modo en que se han transformado las formas de recuperación de la militancia revolucionaria, el pasaje de "víctimas" a "militantes" y el debate sobre la visión instrumental de la muerte. Vezzetti reclama aquí una lectura de esos años atenta a los hechos mismos advirtiendo, por ejemplo, que la lucha armada no se inició como reacción de la Resistencia peronista ni por empeoramiento de condiciones económicas, sino durante el gobierno de Illia. Pone en cuestión así, tal vez de manera algo oblicua, algunos de los resultados de la discusión lanzada por el giro lingüístico.
"Bautismos de la experiencia. Denominación y agencia en los relatos de posguerra de Malvinas", escrito por Verónica Tozzi, toma como punto de partida las teorías de Ian Hacking para dar cuenta de la identidad de los "ex combatientes de Malvinas". De acuerdo a esta postura -reactiva a toda teoría esencialista de la identidad- resulta sustancial tener en cuenta que ser clasificado provoca cambios claves en las prácticas. El objetivo resulta también en apartarse del ideal positivista evitando por cierto toda consecuencia idealista. Siguiendo esta senda, según Tozzi, si mantenemos el testimonio como mero registro verídico no interpretado de los hechos privamos a los testigos de participar en controversias interpretativas devaluando su agenciamiento. Los cambios de prácticas que sufren las personas al saberse clasificadas vuelven necesario problematizar categorías como las adjudicadas a quienes combatieron durante la Guerra de Malvinas de manera tal que se revisen los modos consensuados de entender su identidad. De lo contrario se estaría imponiendo una reducción de la agencia de esos protagonistas. El carácter preformativo, constitutivo, contingente y disputable de la identidad de los ex soldados de Malvinas resulta el camino adecuado, de acuerdo con Tozzi, para reconstruir este capítulo de la historia reciente.
Con "La crítica de la razón militante. Una reflexión sobre los debates actuales en torno a la violencia política" Elías José Palti hace foco en la relación entre violencia y política tomando como punto de partida la discusión disparada por la "Carta de Oscar del Barco". Atendiendo a las intervenciones de Diego Tatián u Horacio Tarcus se busca "pensar desde la izquierda lo que resulta impensable para ella" en términos de una crítica de la razón militante. Ello siempre, a lo largo de todo el artículo, a partir de la puesta en relación del problema del modo en que se ha venido transformando la visión misma de la historia. Si el siglo XIX se sostuvo sobre la confianza en la marcha espontánea de la historia, durante el siglo XX -evocando a Badiou- el surgimiento del supuesto de la inminencia de una inflexión fundamental pasa a exigir cierta intervención heroica sostenida en una conciencia trágica. Hoy, en cambio, esta sensibilidad histórica es vista como una mera ilusión. El contexto posttrágico de pensamiento implica así el sometimiento a una pregunta clave: "¿cómo pensar la política en un mundo postsecular, en que no sólo nos vemos privados ya de la mano de Dios, sino que todos sus remedios seculares (la Historia, la Razón, la Nación, la Revolución, etc.) se han también quebrado?" (p. 205).
Uno de los grandes -y raros- méritos de Pasados en conflicto consiste en que varios de sus autores dialogan entre sí -Rabotnikof con Vezzetti, Palti con De Santos o Vezzetti con Palti-. Aun cuando en algunos casos refieran a textos distintos a los incluidos aquí, estos diálogos que atraviesan el volumen imponen una polifonía capaz de impulsar más de un debate que acompañe la lectura. Un camino, por cierto adecuado, para referir a la disputabilidad de la reconstrucción historia. Esto, además, a través de la construcción de una discusión donde queda en evidencia la manera en que tanto el giro lingüístico como el paradigma memorialista han impuesto una transformación sobre la conciencia histórica con fuerte impacto sobre la escena política.

Cecilia Macón

UBA

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