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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.1 Bernal jun. 2010

 

RESEÑAS

José Rilla,
La actualidad del pasado. Usos de la historia en la política de partidos del Uruguay (1942-1972),
Buenos Aires, Editorial Sudamericana - Colección Debate, 2008, 525 páginas

El libro del historiador uruguayo José Pablo Rilla es un texto fundamental. En primer lugar, porque su objetivo principal es el de reconstruir la manera en que los partidos políticos uruguayos, sobre todo el Blanco y el Colorado, usaron la historia partidaria propia y ajena, la nacional y la universal, para definirse, diferenciarse, mostrarse a la ciudadanía, agruparla y convocarla (p. 40). Si la historia política del Uruguay es la historia de los partidos y del aprendizaje institucional marcado por fuertes tradiciones (p. 30), le interesa recuperar cómo en los partidos las diferentes historias fueron un "recurso" por el que producir y reproducir la identidad política, pero también un "instrumento de persuasión y argumentación" (p. 40). Explicar, a su vez, porqué dejaron de serlo a fines de los sesenta. En segundo lugar, el libro es fundamental porque leerlo permite percibir cómo la centralidad de los partidos tradicionales uruguayos (Blanco y Colorado) sigue siendo una de las formas en que gran parte de la historiografía -deudora en eso de los trabajos de Juan Pivel Devoto- se ha dedicado a explicar la configuración identitaria del país.
La actualidad del pasado es la edición de la tesis doctoral de Rilla, defendida en la Universidad Nacional de la Plata (Argentina) en 2007. Es la obra de un autor que tiene en estos temas un objeto que lo acompaña desde hace tiempo. Como es ya conocido, Rilla ha investigado sobre los partidos políticos uruguayos y ha dado muestras de sus acercamientos en numerosas producciones, tanto individuales como colectivas, algunas de las cuales recupera en este libro.
La periodización propuesta abarca desde 1942 hasta 1973. Este "marco temporal" está definido por dos golpes de Estado que sacudieron el "Uruguay clásico". (Si bien el texto tiene -por lo menos hasta la mitad del volumen- un interés predominante por el análisis del siglo XIX y comienzos del XX.) El "Uruguay clásico" al que refiere Rilla se despliega desde la segunda posguerra como "pasado dorado o, en un sentido más activo, como dotación de recursos a recuperar o restaurar" (p. 289). Los rasgos más notorios de esa época se definen para Rilla en lo que podría sintetizarse como la plenitud de una democracia política y social. Y en la fuerte creencia general tanto en que los conflictos podrían ser procesados "institucionalmente" como también que el Uruguay era una sociedad fuertemente integrada, que suponía una adscripción a la política ciudadana como central para la estabilidad de su democracia. Democracia que a su vez se veía reflejada para sus ciudadanos en un sistema educativo que había incorporado a grandes contingentes de la población. La crisis del Uruguay clásico implicó invertir casi todos esos rasgos y, por ello, le interesa estudiar cómo los partidos políticos "desplegaron capacidades y limitaciones en ese período" (p. 45), teniendo en cuenta que "dicho proceso político obligó a nuevas 'lecturas' de la historia [...] en particular, aquella que había organizado canónicamente el pasado uruguayo sobre la dicotomía central de blancos/ colorados" (p. 31).
El volumen se divide en tres partes. En la primera, además de la introducción, se detalla con profundidad un conocimiento certero de diferentes perspectivas académicas relacionadas con el estudio de las identidades y las prácticas políticas, la memoria histórica y las formas en que se reconstruye el pasado, entre otros temas. Sólo una de las categorías expuestas tiene un peso decisivo en la tesis: la de "lugares de la memoria", instituida por Pierre Nora en su ya reconocido estudio sobre Francia. Rilla la utiliza para revisitar en ella a los partidos tradicionales, sobre todo, como lugares de la memoria sobre los que se asentó la configuración de la identidad nacional uruguaya. Y, al mismo tiempo, detalla cuáles serían los "lugares de la memoria" de cada uno de esos partidos. Así, esa categoría aplica tanto para los partidos cuanto para la identidad nacional, de la que éstos a su vez serían parte.
Esta vinculación de la "historia de los partidos" e "historia de la nación" (a veces como historia intercambiable), resulta una afirmación deudora de la obra de Juan Pivel Devoto, a quien Rilla le dedica un capítulo. Rilla no deja del todo claro si es que en efecto quiere desarmar esa trama o reafirmarla. Para Pivel, Colorados y Blancos pueden ser rastreados hasta mediados del siglo XIX, en que se dispuso en el marco de la Guerra Grande la división entre las divisas colorada y blanca, la primera defendiendo Montevideo, la segunda controlando el resto del territorio y sitiándola desde el Cerrito. Rilla describe a Pivel como el "fundador de la historia política moderna en Uruguay" (p. 187) pero, sobre todo, le asigna -en una nota al pie que no por ello es menos fundamental- el "mérito" de identificar la historia del país con la de los partidos. Rilla aclara que lo anterior es un reduccionismo, pero aun así dice que no le quita por ello el lugar de una "buena oportunidad analítica", en la que el estudio de los partidos en el siglo XX no podría ignorar su raigambre en el siglo XIX.
En algún sentido, el capítulo dedicado a la "tradición contra los partidos" -que da inicio a la segunda parte del volumen- sigue esa afirmación, donde se tiende una línea de continuidad entre ambos siglos. Rilla analiza cómo durante el siglo XIX puede advertirse la tensa oposición a que éstos fueran en efecto centrales en la vida del país, fundamentos del progreso y del orden ciudadano. Sobre todo, analiza las diferentes iniciativas que oponían a la formación de la ciudadanía nacional regida por la práctica política otra que consideraban más necesaria: la formación en la escuela. Para ello, Rilla se detiene en uno de los casos que supone paradigmáticos: el de José Pedro Varela, alma mater de la educación uruguaya.
El autor reconstruye, también en esta segunda parte, aquellos dos relatos que fueron considerados fundacionales en las representaciones de la república y del gobierno uruguayo: el de Eduardo Acevedo y el de Juan Pivel Devoto, ambos a su vez adscritos a alguno de los partidos políticos tradicionales (aunque se pensaban como historiadores no ligados en su actividad profesional a ninguno de ellos). Analizados por Rilla, devuelven dos matrices posibles para revisar la configuración de las tradiciones partidarias de Blancos y Colorados, imbuidas al mismo tiempo en una disputa por cuál de esos dos partidos tenía el linaje más apropiado para definirse también como configurador de la nación. Pero, también, le permiten reflexionar en torno de las diferentes tendencias que cada uno de los partidos tuvo y tiene en su interior, como la "batllista" y la "herrerista", esto es, las lideradas por José Batlle y Ordóñez y por Luis Alberto de Herrera a principios de siglo XX. El primero, presidente por dos períodos en el Uruguay (1903-1907/1911-1915), y considerado el sustento del establecimiento de una democracia política y social temprana en la región, y el segundo, su principal opositor, autodefinido como "conservador" y, al mismo tiempo, como representante de la lucha por el no exclusivismo político y la representación de la minoría en el gobierno.
En la tercera parte, el desarrollo de los capítulos se define, según lo explicita Rilla, en torno de un recorrido sincrónico y diacrónico por el uso de la historia de los partidos políticos, y por las formas en que hubo un particular "revisionismo histórico" -al que diferencia del argentino- que impregnó a la izquierda a fines de los años sesenta. A la vez, estudia cómo diversos intelectuales de reconocido nombre y algunos cientistas sociales, por fuera de los partidos, intentaban revisar ese pasado encontrando que éste ya no tenía ligazón ni posible ni legítima con el de los partidos para resolver un presente en crisis. De este modo, la afirmación de que el golpe de Estado de 1973 fue la "traducción concreta" de la pérdida de las funciones políticas y no políticas de los partidos, de su determinación sobre el resto de las formaciones políticas, de su efectiva preeminencia gobernante, es el núcleo duro del libro. Rilla aclara que lo anterior forma parte de una simplificación, aunque, también afirma, ésta le permite realizar nuevas preguntas a un período de la historia uruguaya reciente. En el marco de ese dualismo se asienta gran parte del análisis.
Hasta llegar a ese núcleo, parte primero de un análisis de cómo los partidos utilizaron y revisaron la figura de José Gervasio Artigas, al tiempo que analiza el modo en que los sentidos sobre ese mismo personaje fueron variando entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Es muy interesante toda la reflexión destinada a los discursos parlamentarios en honor al héroe. De ese análisis se coligen no sólo la referencia a un Artigas "blanco" o "colorado", por ejemplo, sino también la disputa de cada tendencia partidaria por sacar provecho del líder, reconocido por toda la ciudadanía como -según establece el himno cantado en la escuela- el "padre nuestro Artigas" (pp. 240-246). Es que, a la vez, Artigas podía reputar como una "zona de concordia" con usos diversos y, al mismo tiempo, no podía sustraerse al "recorrido tradicional por las efemérides clásicas admitidas en su versión canónica" (p. 239) que por ejemplo Líber Seregni, el líder del Frente Amplio, usaba a comienzos de 1971 en sus discursos.
En ese mismo sentido de "reapropiación" se analiza la forma en que el batllismo de principios de siglo XX fue recuperado como un pasado venturoso al que referirse, y del que establecer una continuidad o programa sin fisuras ni modificaciones, a mediados del siglo XX. Teniendo en cuenta el golpe de Estado de 1933, que sacó al batllismo del poder, y el golpe de 1942, que lo habría restaurado, se definen el título y los alcances del capítulo como el análisis de las luchas por el pasado en la restauración batllista. En particular, por quien fuera el máximo representante y a la sazón principal figura en el gobierno, Luis Batlle Berres, entre 1948 y 1958. Entre sus afirmaciones, estaba la de que "el programa de hoy es el de ayer" (p. 309). El modo en que Rilla se ocupa en estudiar ese "predominio simbólico en lo colorado" (p. 249), teniendo en cuenta lo que denomina "codificaciones" del batllismo, efectuadas a fines de los '20 y mediados de los '30 del siglo XX, permite comprender la centralidad del "clasicismo batllista". En definitiva, la manera en que la autopercepción del Partido Colorado como una "avanzada de la modernidad y del progreso", como un "puente" entre lo europeo y lo hispanoamericano, fue reapropiada primero por Batlle y Ordóñez que se inscribió en ese linaje a partir de lo que dio en llamar "país modelo"; cuestión que Batlle Berres llevaría a un extremo renombrando al Uruguay como "país de excepción" a fines de los '40.
Aquí el autor realiza un contrapunto con la configuración de la tradición "blanca" y de sus tendencias. A diferencia de los colorados, y sobre todo del batllismo, los blancos no habrían tenido una codificación como la colorada, pero sí -afirma Rilla- se veían a sí mismos como una continuidad de la ley y de las instituciones, y de "una posición de víctima, una lucha que deriva en desplazamiento forzoso y carente de legitimidad" (p. 275). Era un partido para el que el estudio y la utilización de la historia debían hacerse necesariamente desde el "revisionismo", como una perspectiva casi única con la que armar un relato distinto del "oficial" colorado (p. 349). Es sobre todo en el análisis de este contrapunto en la formulación de tradiciones partidarias, y de tradiciones vinculadas a tendencias particulares en el interior de los partidos tradicionales, donde Rilla explica cómo el herrerismo se alió a la Liga Federal de Acción Ruralista -una asociación de medianos y pequeños productores rurales, cuyo líder profesaba un anticomunismo patente- para las elecciones de 1958, que terminaría ganando. Y, mejor aun, define el modo en que el Ruralismo se presentaba a sí mismo como "trascendiendo" los partidos tradicionales.
En torno al ruralismo y el herrerismo, pero con matices bien diferenciados (Benito Nardone, líder del ruralismo; Víctor Haedo, herrerista, y el ensayista e historiador Alberto Methol Ferré), encuentra el establecimiento más claro de ese "revisionismo" que dio cabida a relatos que se mostraban como una "perturbadora conciencia de los límites de lo vivido y aprendido" (p. 353). Ese "giro revisionista" se podía encontrar -tal como lo despliega en el anteúltimo capítulo- en los modos en que diversos intelectuales y cientistas sociales sostuvieron durante los años sesenta una crítica constante al sistema partidario uruguayo y, cada vez más, a su democracia. Rilla revisa también cómo desde el semanario Marcha, fundamental en el campo intelectual uruguayo, se "acuñó todo el lote de dardos críticos a la política tradicional" (p. 403). A partir de allí argumenta las diferencias entre los revisionistas, el director de dicho semanario -Carlos Quijano-, y los intelectuales críticos. Según Rilla, para estos últimos ese pasado al que los partidos tradicionales referían había dejado de ser "útil", o era más "opaco" (p. 494). En todo caso, a lo que estos capítulos apuntan es al armado de una trama en la que el recurso de la historia para habilitar una disputa política en el presente se daba por fuera de los partidos, que, finalmente, habían quedado como reservorios de lo que muchos consideraban perimido en el país.
El último capítulo cierra con la antesala del golpe de Estado de 1973. En el marco de una crisis económica creciente, y también del creciente uso de la violencia política, tanto estatal como de organizaciones armadas (el Movimiento de Liberación Nacional- Tupamaros), la apelación a la historia como concordia nacional parecía no ser posible. Rilla aclara finalmente en la conclusión que no quiere explicar la caída de la democracia uruguaya por "usos" y "abusos" de la historia. Como lo hizo en páginas anteriores, afirma que -aun así- éstos le ayudan a pensar de otro modo las preguntas sobre esa caída y el golpe de Estado. Aunque esta dualidad sea parte intrínseca del texto, el intento de pensar nuevas preguntas para problemas tales como los que el libro abarca hacen de éste una lectura necesaria y vital.

Ximena Espeche

UBA / CONICET

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