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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.1 Bernal jun. 2010

 

RESEÑAS

Nora Pagano y Fernando Devoto,
Historia de la historiografía argentina,
Buenos Aires, Sudamericana, 2009, 475 páginas
 

1. Coordenadas iniciales

Si toda empresa historiográfica puede resultar a primera vista una tarea desbordante (el pasado, al fin de cuentas, puede considerarse un territorio infinito), escribir una historia de la historiografía no parece más que redoblar ese vértigo. Apelar a una coordenada espacial permite entonces acotar el espectro del análisis. En este sentido, la aparición de Historia de la historiografía argentina de Nora Pagano y Fernando Devoto a la par que nos ofrece una reconstrucción del pasado de la disciplina en nuestro país nos permite apreciar una serie de estrategias y herramientas en el campo de la historiografía y de la historia intelectual.
De esta manera, una de las primeras operaciones realizada por los autores consiste en delimitar su objeto de estudio. En efecto, si las coordenadas espaciales han brindado una primera orientación se hace necesario establecer un recorte dentro del vasto material que se ha dedicado al estudio del pasado argentino. Así, en la estela de Bloch y Momigliano, Pagano y Devoto definen la historiografía moderna como una práctica intelectual que combina esquemas generales de interpretación del pasado junto con una serie de técnicas e instrumentos para abordar las fuentes y los documentos. Ahora bien, en el momento de enfocar esta primera definición sobre la producción local, los autores advierten que estos dos componentes no se articulan por completo. El material a analizar combina de esta manera una serie de registros y géneros que van desde la crónica al panfleto político, pasando por la erudición o el ensayo interpretativo. Así, señalan, será necesario ampliar los márgenes de la historiografía argentina a fin de dar cuenta de la persistente y no resuelta tensión entre erudición y divulgación, entre aspiración científica y aspiración política. Será precisamente esta tensión la que funcionará como el hilo conductor de la obra y permitirá a los autores desplegar una serie de estrategias metodológicas que pueden ser consideradas como propias de la historia intelectual.

2. Bifurcaciones, reencuentros, yuxtaposiciones y relevos

A lo largo de los últimos veinte años, una serie de trabajos colectivos (algunos de ellos dirigidos por los mismos Devoto y Pagano) han tratado de dibujar un mapa sobre el pasado de nuestra historiografía. El resultado ha sido una serie de afinados productos corales que, a través de distintas periodizaciones (el siglo XX, el período de entreguerras) y perspectivas (la historiografía académica vs. la historiografía militante, la estructuración del campo profesional), presentan una reconstrucción acabada y plural del pasado del oficio de historiador en la Argentina.
Frente a estos antecedentes, Pagano y Devoto hacen un uso preciso y seguro de tres herramientas esenciales del métier del historiador. En primer lugar, un recorte temporal que les permite abarcar un siglo de la historia argentina: desde la segunda mitad del siglo XIX, hasta la década del '60 del siglo XX; período en el que los autores ubican la producción de una serie de trabajos (desde la obra mitrista, a la historia social) que coincidiría con las características de la historiografía moderna. En segundo lugar, una selección de fuentes compuesta por un corpus de obras en el que es posible hilvanar un diálogo entre diferentes autores y sus lecturas del pasado argentino. Finalmente, una perspectiva de análisis que busca alejarse del inventario y la compilación para proponer una serie de itinerarios y problemas mediante el análisis de diferentes tradiciones historiográficas. La combinación de estas herramientas da por resultado una obra que, a diferencia de los trabajos previos, puede ser considerada una historia, en la medida en que permite apreciar una serie de continuidades y rupturas entre las diferentes posiciones teóricas presentadas. Esto puede verse tanto en lo que se refiere a las trayectorias de los actores involucrados, como a las temáticas y los problemas planteados por cada tradición, y así también en las estrategias metodológicas para el abordaje del pasado y sus relaciones con la coyuntura política y cultural en la que cada uno se desarrolla.
Las estaciones de este derrotero serán, en un primer capítulo, la historiografía erudita de la segunda mitad del siglo XIX, donde, en torno al clásico debate Mitre-López y sus repercusiones y derivaciones, se puede apreciar la emergencia de la disciplina en términos tanto heurísticos como metodológicos, así como su estrecha vinculación con la construcción de una identidad nacional en el marco de la consolidación de las instituciones estatales. En el segundo capítulo, que presenta el pasaje entre los siglos XIX y XX, los historiadores positivistas darán cuenta del pasado argentino desde una perspectiva que ya no se centra en una figura paradigmática o ejemplar (como podría ser el caso de San Martín o Belgrano en la historiografía mitrista), sino que apela a categorías universales (como las de raza o multitud) y a una vinculación con el discurso científico natural (en especial la biología, la medicina o incluso la psiquiatría) como garantía de legitimidad de la reflexión sobre lo social. Con estos elementos, los historiadores positivistas buscan dar cuenta de ciertas regularidades en el devenir de las sociedades.
Los capítulos tercero y cuarto se encuentran dedicados a la Nueva Escuela Histórica y al revisionismo histórico, respectivamente. En relación con la Nueva Escuela Histórica, Pagano y Devoto buscan problematizar la imagen de un grupo monolítico legada por la tradición historiográfica (y en parte construida por sus mismos miembros). Sin dejar de reconocer las coincidencias de sus integrantes en cuanto a procedimientos metodológicos y heurísticos, así como la imagen de la práctica intelectual del historiador como una actividad científica y profesional, los autores señalan una serie de diferencias entre las trayectorias institucionales de los distintos actores (tomando como referencia, aunque no exclusivamente, las personalidades de Ricardo Levene y Emilio Ravignani), las temáticas abordadas por cada uno de ellos, y las diversas vinculaciones con el Estado a lo largo de sucesivas coyunturas políticas. Al abordar el revisionismo, Pagano y Devoto señalan una superposición de criterios en las diferentes demarcaciones desde las cuales se suele considerar este movimiento. Por un lado, desde una perspectiva institucional, el revisionismo sería considerado un movimiento desde la sociedad civil y contra las instituciones estatales. Por otra parte, desde una perspectiva ideológicopolítica, se trataría de una lectura del pasado proveniente en un primer momento del nacionalismo y luego del peronismo. Finalmente, y ya desde una perspectiva propiamente historiográfica, el revisionismo sería una nueva interpretación del pasado argentino, especialmente del período que va desde 1820 hasta 1852. Sin desconocer estos criterios, y en la búsqueda de una perspectiva que pueda abarcarlos e integrarlos, los autores proponen considerar al revisionismo desde su dinámica temporal, es decir, pensarlo a la vez como una secuencia de etapas y como una tradición acumulativa de distintos rasgos, problemas y elementos identificatorios a lo largo de diferentes contextos políticos o culturales.
Los dos últimos capítulos del libro, el quinto y el sexto, se encuentran dedicados a la historiografía de las izquierdas y a la renovación historiográfica de los años sesenta, respectivamente. A la hora de abordar la historiografía de las izquierdas, Pagano y Devoto señalarán que, desde esta tradición, la operación historiográfica será entendida como una forma de intervención política en la que el componente teórico proveniente del marxismo será un factor fundamental y constante, cuyos usos, sin embargo, irán desde el marco teórico hasta la aplicación mecanicista y acrítica. Ahora bien, para rastrear estos usos será necesario tener en cuenta que esa misma vocación política enmarca esta historiografía en una amplia corriente político-intelectual en la que convergen diferentes vertientes formadas por distintos grupos y subgrupos que a su vez intervienen desde diferentes formatos y soportes (desde el ensayo interpretativo hasta la investigación académica). Teniendo en cuenta todas estas condiciones, el libro propone un recorrido que rastrea la participación de la izquierda en el campo historiográfico desde sus primeras apariciones a finales del siglo XIX hasta la Izquierda Nacional y la Nueva Izquierda en los años setenta del siglo XX. En este derrotero, y desde la utilidad política que se le atribuye al relato histórico, el peronismo aparecerá como un punto de inflexión que generará nuevas bifurcaciones, realineamientos y reacciones. Finalmente, la última estación de este recorrido se centrará en la renovación historiográfica de los años sesenta. La figura de José Luis Romero funcionará como hilo conductor para hilvanar las características de una nueva manera de concebir la historia. Que, sin descuidar una preocupación por lo político (preocupación que constituía una de las características esenciales en la concepción de la historia de la Nueva Escuela y del revisionismo), lo integre en una visión más amplia que privilegie la comprensión de los procesos sociales por sobre la precisión del dato empírico. Esta perspectiva, que en el caso de Romero se gesta en el campo cultural de la Argentina de entreguerras, vinculará a los historiadores renovadores, ya desde la primera mitad de la década del '50, con otras ciencias sociales como la sociología y la economía. En su conjunto, estas disciplinas contribuirán a producir una renovación de las ciencias sociales en una experiencia que, en términos académicos o cuando menos universitarios, suele considerarse como relativamente efímera. En parte por las posiciones acaso marginales que alcanzaron a ocupar los historiadores renovadores en la estructura universitaria posperonista, en parte por la abrupta finalización de esa experiencia en 1966. No obstante esto, Pagano y Devoto señalan que es precisamente a partir de ese momento cuando verán la luz las obras más importantes de los miembros de esta generación intelectual, gestadas y maduradas en aquella experiencia de renovación.

3. Para una historia de las ideas

Llegados a este punto quisiéramos señalar una serie de rasgos que permiten considerar Historia de la historiografía argentina como una obra de historia intelectual.
En principio, esta ubicación puede apoyarse tanto en la focalización presentada por los autores como en el objeto que ésta les permite recortar y analizar. En efecto, al trabajar sobre movimientos historiográficos considerados como "tradiciones", la obra permite apreciar una serie de desplazamientos en términos de recepción de ideas, relecturas y referencias. Es en este sentido en el que la noción de tradición parece adquirir todas sus dimensiones: se trataría tanto de un producto complejo (constituido por temas, problemas, categorías, procedimientos metodológicos y filiaciones políticas y/o partidarias) que se recibe como un legado, pero también de un proceso mediante el cual los propios actores construyen vínculos y precursores. Estos procedimientos genealógicos pueden advertirse, por ejemplo, en el reconocimiento de José Ingenieros por parte de Aníbal Ponce y Héctor P. Agosti, en los orígenes de la historiografía de las izquierdas, o bien en el señalamiento de Saldías y Quesada como una anticipación temática del revisionismo o, y los ejemplos podrían seguir, en la apoyatura de José Luis Romero en las críticas que Paul Groussac efectuara a la Nueva Escuela Histórica.
La obra también permite ubicar todos estos derroteros e itinerarios en el interior de un universo institucional (constituido, entre otros espacios, por ámbitos académicos, institutos de investigación, publicaciones periódicas o asociaciones profesionales) que funcionan como marco para diferentes encuentros y contactos. Baste como ejemplo el Colegio Libre de Estudios Superiores que en la década de 1930 surge como espacio alternativo a la universidad conservadora. Durante casi treinta años albergó en sus aulas y en las páginas de su publicación (Cursos y conferencias) a intelectuales de diferentes orientaciones teóricas y filiaciones políticas como Carlos Ibarguren, Emilio Ravignani, Ricardo Caillet- Bois, José Luis y Francisco Romero, Gino Germani o Aníbal Ponce.
Pero también podemos decir que Historia de la historiografía argentina constituye una producción de historia intelectual en un segundo sentido. Carlos Altamirano ha propuesto como un posible objeto para la historia intelectual, y en especial para una que indague la realidad latinoamericana, lo que denomina "literatura de ideas" y caracteriza como "textos de la imaginación social y política de las élites intelectuales".1 Si bien la mirada de Altamirano se centra en la producción de las élites intelectuales del siglo XIX, una característica central de estos textos estaría dada no sólo por la programática política, sino también por la interrogación acerca de la identidad. En este último sentido, entonces, los análisis de Pagano y Devoto permiten apreciar la progresiva conformación y complejización del campo historiográfico argentino a la vez que considerar las producciones que se generan en esa trama como una búsqueda de respuestas para saber quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes queremos ser.
Por último, quisiéramos dedicar unas líneas finales para considerar algunos aspectos formales del texto. El ensayo bibliográfico final constituye, a nuestro entender, un instrumento de gran utilidad para el investigador que consulte la obra, dado que permite ubicar con claridad y distinción diferentes núcleos temáticos y bibliográficos acompañados de una apreciación crítica de cada uno de ellos. Sin embargo, este instrumento podría haberse completado provechosamente con otros dos elementos. Por una parte, la presencia de un aparato crítico en el interior del texto permitiría contactar de manera inmediata un determinado momento de la argumentación con dichas referencias y críticas. Por otra parte, dada la envergadura de la obra (la diversidad de períodos, autores, temáticas y obras abordadas) y el hecho de que pueda constituirse en material de consulta ineludible, la presencia de índices temáticos y de autores sería un instrumento más que útil para quien deba acercarse al texto con frecuencia. Acaso estos rasgos que señalamos obedezcan más a una línea editorial que a una decisión de los autores.

Damián Canali

UBA

Notas

1Carlos Altamirano, "Ideas para un programa de historia intelectual", en Para un programa de historia intelectual y otros ensayos, Buenos Aires, siglo XXI, 2005, p. 24.         [ Links ] El texto apareció originalmente en Prismas Revista de historia intelectual, Nº 3, 1999.

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