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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.1 Bernal jun. 2010

 

RESEÑAS

Andrés Kozel,
La Argentina como desilusión. Contribución a la historia de la idea del fracaso argentino (1890-1955),
México, Nostromo Ediciones, Estudios Latinoamericanos-Posgrado- UNAM, 2008, 395 páginas

La obra de Andrés Kozel, fruto de su tesis doctoral, propone un trabajo de revisión de las imágenes de la historia cultural argentina por medio del análisis de la emergencia y la consolidación del tópico intelectual del fracaso argentino. Con este fin, el autor recorre los itinerarios intelectuales de cinco figuras representativas de distintas sensibilidades de la época, en un marco temporal que le permite observar el desarrollo del tópico en diferentes contextos históricos. Así, la historia de la idea del fracaso es abordada desde una perspectiva biográfica.
En la arquitectura del libro cada capítulo corresponde al estudio del recorrido vital de un intelectual. Se abre con un comentario preliminar y uno de cierre que buscan destacar tanto los aportes particulares al tópico como el diálogo de estos intelectuales con su tiempo y con los protagonistas de los otros capítulos. De este modo, el hilo conductor de la obra está dado por una serie de "cauces de reflexión" en las operaciones discursivas de estos intelectuales y en el análisis de su rol en el campo cultural y político. Los retratos intelectuales que traza Kozel echan luz sobre las imágenes que la historiografía construyó, así como también sobre las autopercepciones que ellos mismos buscaron exaltar. En cuanto a la sucesión de los capítulos, observamos una disposición cronológica que da cuenta de la radicalización creciente de la crítica al ideario liberal que había fortalecido la imagen de un destino de grandeza argentina, ya que la idea del fracaso está enlazada con los discursos del porvenir. De todos modos, este señalamiento no significa que, en la erosión del optimismo que fueron generando, estos discursos sean sumables. El mismo autor señala el peligro de caer en esta simplificación.
Tanto la propia idea a abordar, como su opción metodológica, le permiten al autor matizar la imagen coral de una élite confiada en un destino de grandeza al que se arribaría bajo las premisas del ideario liberal-civilizatorio. Esta perspectiva proponía una noción lineal y ascendente de la historia a través de la idea de progreso y civilización, así como también se basaba en la idea de la excepcionalidad argentina en el contexto latinoamericano. Es por ello que Kozel, por un lado, en el plano del análisis del discurso, hilvana estos recorridos intelectuales a partir del diálogo entre sus nociones del tiempo histórico, la percepción del pasado, del presente de enunciación y las imágenes del futuro, como las claves explicativas de la historia y la representación de los pares de antinomias que vertebraron el discurso histórico. Por otro lado, con respecto al marco histórico en el que se desarrollaban estos discursos, el autor hace hincapié en la importancia del análisis de su relación con la dinámica política.
La articulación entre las ideas de fracaso, crisis de hegemonía y descentramiento político, ilumina la relación entre los intelectuales y la política. Asimismo, este enfoque habilita una revisión sobre la periodización de la configuración de este tópico. Las primeras tensiones acarreadas por la experiencia de la modernidad tendrán como resultado las primeras voces disonantes en el campo ideológico cultural, dando cuenta de una sociedad compleja con discursos reñidos entre sí. De este modo, el mito de ruptura de la crisis del treinta de la cual emergía el tópico se ve matizado, para proponer en su lugar una periodización más flexible y más fiel a las transformaciones que vieron nacer a estos discursos. Si bien está de acuerdo con los aportes de la historia intelectual argentina de los últimos años en considerar a la crisis política y económica de 1930 como una bisagra en la negación del modelo de nación decimonónico, Kozel subraya la importancia de buscar las anticipaciones discursivas intelectuales para situar históricamente el surgimiento de la idea de fracaso nacional.
Con respecto a la representatividad del corpus elegido, éste es heterogéneo e ilumina distintas zonas del campo cultural. Kozel realiza un trabajo de erudición destacable sobre estos provocadores de disenso -las extensas notas bibliográficas en relación a cuestiones teóricas, historiográficas y el manejo de una amplia gama de fuentes, dan cuenta del mismo-. El estudio de sus itinerarios vitales y la reflexión sobre la conformación de sus bibliotecas nos permiten observar la movilidad del campo cultural de la época, delinear un espacio intelectual lleno de intersticios, así como también iluminar su interrelación con la esfera práctica de la política y su propia red intelectual. Todos los intelectuales estudiados por Kozel presentan una multiplicidad de elementos teóricos en tensión y hacen culto del viraje ideológicocultural. De esta manera, ni la configuración de la idea de grandeza, ni la del fracaso, son dos cuerpos de pensamiento monolíticos, autárquicos y sin fisuras. El autor resalta la importancia capital de los intelectuales que considera en su estudio, ya sea por su centralidad en el campo intelectual o por su relación con la política en cuestiones relevantes a la idea del fracaso. Podríamos discutir la representatividad de los mismos y los criterios de selección; sin embargo, a los fines de la reflexión sobre la configuración de la idea de fracaso nos parece pertinente mencionar las consideraciones de Paula Bruno sobre la representatividad. Bruno, en su tesis doctoral, aborda también el uso del género biográfico "para iluminar la diversidad dentro de un cuadro de época".1 La autora toma de Carlo Ginzburg los conceptos de "representatividad estadística" y "representatividad histórica" para el estudio de voces que no agotan el contexto pero que evidencian la diversidad del campo cultural.
El primer capítulo está dedicado a Lucas Ayarragaray, anticipador en la constitución del pensamiento sobre el fracaso nacional en el pasaje del siglo XIX al XX. Kozel lo presenta como una condensación singular y potenciada de la sensibilidad de la élite argentina de su tiempo. Las primeras obras de Ayarragaray se inscriben en contextos de crisis políticas. Kozel argumenta que su desdén por la política se relaciona con la dialéctica descentramiento-centralidad política. El problema de la política es percibido en clave moral en La anarquía argentina y el caudillismo. No es posible hallar una forma única del tiempo histórico en Ayarragaray, pero podríamos decir que se trata de la actualización de la esencia del caudillaje. La psicología étnica en una sociedad mestiza e híbrida es el factor de explicación de los males de su presente de enunciación y de una visión del futuro pesimista. El golpe del '30 tampoco es bien recibido, ya que no se trataba de la sustitución de un "stock de certezas" por otro, sino más bien de un repliegue melancólico.
El segundo capítulo tiene como protagonista a Leopoldo Lugones. Para él, la historia del mundo es la historia del antagonismo entre la civilización occidental y la barbarie oriental -a la que se enlazan distintos pares de antinomias como libertadobediencia, materia-espíritu-, donde siempre funciona una ley de predestinación que hace triunfar a occidente. Con respecto a la relación entre el descentramiento político y el discurso pesimista, Kozel observa que en el caso de Lugones en la década del '10 no se cumple, ya que desde los márgenes de la escena política, se mantiene como crítico esperanzador. Su giro ideológico-político se sitúa en los '20, donde abandona el racionalismo kantiano y la idea de progreso y tiempo lineal, por un presente de enunciación fatalista y con múltiples contradicciones filosóficas. A partir de la imagen de la doble amenaza, postula que ha llegado la hora de la espada para salvar al país. Kozel señala que el término "civilización" se acerca ahora al de "disciplina", así como el humanismo universal es reemplazado por el ideal de patria. El poeta no realiza una apología de una tiranía despótica, pero promoverá la necesidad de una mutación completa por medio de un programa nacionalista y de reforma corporativista para salvar a la Argentina del dilema fatal y convertirla en una potencia integral. El siguiente capítulo lo dedica a Benjamín Villafañe. El autor repasa el recorrido político de Villafañe haciendo hincapié en su antiyrigoyenismo cada vez más radical. Yrigoyen era retratado como el responsable de los males nacionales. Esta imagen está íntimamente relacionada con la defensa de un federalismo genuino y de las autonomías provinciales. No existe una idea de excepcionalidad argentina, sino más bien el crecimiento de una región en desmedro de las otras. Así, se construye una imagen del interior como expresión del espíritu argentino y salvador de la Nación. Su matriz explicativa y su noción del tiempo son redefinidas en cada una de sus obras, tal vez, debido a que sus intervenciones están relacionadas con la defensa de su gestión en Jujuy. Aun cuando en las décadas siguientes transite los más disímiles caminos político-intelectuales nunca se desprenderá de la tradición liberal. Con tintes marcadamente elitistas, plantea la necesidad de una ley electoral restrictiva y una reforma constitucional corporativa que salvase al país. En este caso, más que en ningún otro, Kozel resalta la dimensión políticoestratégica de su discurso.
Ezequiel Martínez Estrada es la figura del capítulo cuatro. El trabajo se concentra en el viraje de 1933 con la aparición de Radiografía de la Pampa, obra capital para el pensamiento argentino y latinoamericano y aporte fundamental para el tópico del fracaso. Kozel resalta que el ensayo crítico de Martínez Estrada es un inventario de los males nacionales, una "suma de tomas negativas". Predomina la idea de una realidad ominosa entre un polo determinista telúrico y otro intencionalista, y un fuerte mensaje moral. El ensayo plantea la idea de una civilización aparente, donde civilización y barbarie son más bien sinónimos y no una antítesis. En este sentido, sostiene que la barbarie nunca fue reducida sino suplantada por diferentes ficciones y seudoestructuras de civilización. El ámbito de valores positivos existe pero de manera indeterminada, mientras que la contrafigura que posee los valores de la civilización genuina e integral está identificada en un primer momento en Hudson. Este ámbito tomará forma años más tarde en la Cuba revolucionaria y en la figura de Martí.
Con la caracterización del peronismo como la organización y consolidación de los males argentinos, aparece la imagen de la invariante histórica y la repetición. Hacia fines de los cuarenta, se observa una ampliación de escala de sus disposiciones críticas, donde toda la historia de la humanidad es percibida desde el desierto moral argentino. Martínez Estrada resalta la idea de una realidad desconocida por los hombres y la invalidación del camino de la política como una salida, sino que, antes bien, ésta se encontraría en el repliegue en lo íntimo y lo privado. Propone la necesidad de fundar nuevos valores; es antimoderno pero no retrógrado. En los años '50 realiza una fuerte crítica al peronismo y al antiperonismo, convirtiéndose en una alternativa a la polarización política de la época. El peronismo es visto como una revolución antioligárquica pero conservadora y Perón es comparado con el fascismo y el nazismo.
El último capítulo tiene como protagonista a Julio Irazusta y la aparición en 1934 de La Argentina y el imperialismo británico, los eslabones de una cadena, 1806-1933, como consecuencia del tratado Roca-Runciman. Esta obra se convierte en hito fundacional del revisionismo histórico. Es un cuestionamiento a la política económica de Justo y un llamado a la nacionalización del Estado frente a la entrada de capitales extranjeros que accionan en desmedro de la soberanía del país. La matriz explicativa de la historia de Irazusta se compone de la imagen de la encrucijada mal resuelta, tanto en el pasado reciente como en tiempos de la independencia. En el libro, Irazusta propone un corpus de fuentes y figuras a resaltar diferente del de la historia liberal argentina, que provoca una ruptura de envergadura, al cambiar de signo fi guras y valoraciones. La visión positiva de Rosas por parte de San Martín será la médula del discurso de Irazusta para la crítica a la generación emigrada portadora de valores civilizatorios extranjerizantes. No adopta una posición antioligárquica, la crítica es a una oligarquía antinacional. El fracaso nacional estaría dado, así, por una deficiencia cultural de la élite que no priorizó el interés nacional. La caída del rosismo es la clave de este fracaso, ya que aquí se produce el desplazamiento de la facción de la independencia por la de la civilización y el progreso, que equivalió a la mediatización de la soberanía y una prosperidad aparente. Un año después, el Ensayo sobre Rosas y la suma del poder junto a la creación en 1937 del Instituto Juan Manuel de Rosas delinean la senda del revisionismo histórico en cuanto a la valoración de zonas del pasado. La noción del tiempo histórico es decadentista y la experiencia feliz argentina se halla en el rosismo. Así, condena al liberalismo y al período que se abre tras la batalla de Caseros. Irazusta busca armar una historia de la defensa del interés nacional para construir su propio linaje intelectual. La novedad es la postulación de Rosas como una alternativa refugio al presente y a la empresa de Levene. Este ensayo analiza el rosismo para contraargumentar a la leyenda roja y lo presenta como el ideal del buen gobierno, como una dictadura legítima y justificada, cuya caída acarreó consecuencias nefastas para la Argentina. El golpe de 1943 también es percibido en un primer momento con entusiasmo. Luego se decepciona y se aleja de sus compañeros de ruta en cuanto a la visión del peronismo; éste también es parte de los fracasos que vinieron tras Caseros.
En las consideraciones fi nales, Andrés Kozel propone una periodización del tópico del fracaso en tres momentos que se desprenden de los casos que ha tomado: las primeras fuertes anticipaciones durante la crisis del roquismo, el segundo, en los años veinte, con un tinte elitista y antidemocrático, y, por último, en la crisis del '30. Sobre esta periodización postula que a cada fase le corresponde un modo diferente de tematizar el fracaso y de percibir el tiempo histórico, donde la tercera fase es la que rompe con el tronco liberal civilizatorio. El autor registra que el tópico del fracaso fue adquiriendo en cada fase mayor consistencia lógica y simbólica así como también mayor capacidad erosiva de las certidumbres y provocación de disenso. Es menester que resaltemos que Kozel señala en más de una oportunidad que este modelo no debe ser tomado de manera automática y hermética. Así, esta propuesta abierta alienta nuevas líneas de investigación a través de otras voces singulares del período y se constituye como un valioso aporte para la reflexión sobre las transformaciones y tensiones del ideario liberal civilizatorio sobre las que se edificaron las bases de la Nación, donde la idea del fracaso argentino es una de sus aristas.

Cecilia Nuria Gil Mariño

UBA

Notas

1Paula Bruno, Figuras y voces intelectuales de la Argentina de entresiglos: Eduardo Holmberg, Eduardo Wilde, José Manuel Estrada, Paul Groussac, Tesis Doctoral en Historia, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 2009.         [ Links ]

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