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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.1 Bernal June 2010

 

RESEÑAS

Horacio Tarcus (ed.),
Cartas de una hermandad. Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco, Samuel Glusberg,
Buenos Aires, Emecé, 2009, 328 páginas

El historiador y miembro fundador del Centro de Documentación e Investigaciones de la Cultura de Izquierdas en la Argentina (CeDInCI), Horacio Tarcus, presenta, en Cartas de una hermandad, un estudio sobre un particular "quinteto literario" integrado por Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco y Samuel Glusberg, junto a una valiosa compilación de 179 cartas que ilustran los vínculos entre los miembros de esa "comunidad espiritual". De esta manera, el trabajo repone un aspecto de la historia literaria y cultural argentina de la primera mitad del siglo XX que -aunque había sido señalado por los contemporáneos y, más tarde, vislumbrado parcialmente por la crítica-, no había recibido hasta el momento un trabajo específico. Al mismo tiempo, el libro comparte con una obra anterior del autor -Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg-1 un doble interés: recuperar la figura de Samuel Glusberg -en tanto editor, difusor y emprendedor cultural central en la Argentina de las décadas de 1920 y 1930- y ofrecer un panorama más complejo sobre el campo cultural de aquel período. Unidas en origen y preocupaciones, ambas obras pueden ser leídas individualmente, mas su apreciación se enriquece al tratarlas en conjunto que es lo que se ensayará a continuación.
Tarcus precede la compilación epistolar publicada en Cartas de una hermandad con un prólogo titulado "Estudio de afinidad electiva" en el cual, a través de la correspondencia de sus miembros, las publicaciones culturales de la época y las memorias de sus contemporáneos -entre otras fuentes-, da nueva vida a esta peculiar "comunidad espiritual". Sus páginas descubren así el proceso de conformación de la cofradía, los roles asumidos por sus integrantes, advierten los momentos de cercanía y alejamiento a la vez que indagan sobre aquellos elementos que hicieron posible la unión. De este modo, es posible conocer el periplo de esta hermandad a partir del lazo afectivo que Leopoldo Lugones -el padre- y Horacio Quiroga -el hermano mayor- sellarían a través de sus encuentros en Buenos Aires (1898) y Montevideo (1901), sus viajes a Misiones (1903) y a Corrientes (1905) y su fantasía compartida de permanecer en tierra misionera. A esta hermandad primaria se incorporaría Samuel Glusberg hacia 1919 -entonces joven editor- luego de que Lugones y Quiroga aceptasen publicar en su colección. Desde entonces, fuertes lazos estrecharían al joven con su hermano mayor -siendo el único de sus frates en visitarlo tiempo más tarde en San Ignacio- y, en especial, con Lugones, quien lo convertiría en su confidente. Sería también Glusberg el responsable primario de la inclusión en la cofradía de Luis Franco y, tiempo más tarde, del ingreso de Ezequiel Martínez Estrada. A la vez, el editor desarrollaría una incesante tarea de difusión de los trabajos de los miembros de la hermandad a través de sus emprendimientos editoriales: Ediciones Selectas América. Cuadernos mensuales de Letras y Ciencias primero, y la editorial Babel después, así como desde las distintas revistas que dirigió durante su vida -Babel. Revista de Artes y Crítica (1921-1928), Cuadernos de Oriente y Occidente. Revista del Instituto de la Universidad de Jerusalén en Buenos Aires (1927-1928), La Vida Literaria (1928-1932), y la segunda etapa de Babel desde Santiago de Chile (1939-1951).
Si este primer hermano menor asumió un rol fundamental en el interior del grupo en el sentido de estimular y dar a conocer al público las obras de los miembros de esta comunidad intelectual, Lugones tuvo otro papel de igual valor al consagrar desde La Nacióntanto a Quiroga (en un principio) como a los jóvenes Luis Franco y Ezequiel Martínez Estrada. No obstante, el compromiso del poeta con los menores del grupo no se habría limitado a garantizar su consagración, sino que sería visible en otras instancias como la incorporación de Glusberg y Franco a las tareas de la Biblioteca del Consejo Nacional de Educación, a fin de asegurarles un ingreso regular. La Biblioteca oficiaría al tiempo como lugar de encuentro de la hermandad, cuyas tertulias eran continuadas, al fin del día, en algunos de los bares de la bohemia porteña -Ave's Keller, Café Sibarita, La Cosechera, entre otros- en donde aquella figura tutelar sugeriría lecturas o los frates conversarían sobre los múltiples proyectos que ocupaban al hermano editor. Entre ellos, resalta Tarcus, las campañas culturales emprendidas por éste, con apoyo de los otros miembros de la cofradía, a fin de propiciar el primer viaje a la Argentina de Waldo Frank o el fallido traslado de José Carlos Mariátegui al país, a la vez que organizaban la Primera Exposición del libro en septiembre de 1928 o daban forma, un mes después, a la Sociedad Argentina de Escritores.
Los años veinte serían entonces el tiempo de conformación de la hermandad que quedaría constituida completamente hacia 1927 con la incorporación de Martínez Estrada. Sería una época de fuertes intercambios y constantes encuentros de los cuales, sin embargo, quedan pocos rastros. En contraposición, los años treinta, según refiere Tarcus, marcan un quiebre en la dinámica del quinteto precedido por el nuevo clima literario y cultural emergente tras el golpe de septiembre. Este período proporciona, además, un corpus documental mayor desde el cual fue posible adivinar la trama que ocupa a Cartas de una hermandad. Ello se debió en especial a que, en esos años, los miembros, a excepción de Lugones, emprendieron la salida desde la gran ciudad hacia el interior -Quiroga a San Ignacio, Franco a su Belén natal y Martínez Estrada a Goyena en la Provincia de Buenos Aires- y, en el caso de Glusberg, hacia Santiago de Chile. Sin embargo, esta separación geográfica de la comunidad espiritual no canceló los contactos, sino que éstos se mantuvieron fuertes a partir de la correspondencia que, en gran medida, es publicada en este trabajo. En efecto, en el epistolario que reúne el libro es posible encontrar, previo a 1930, una carta de Quiroga a Lugones de 1912, otras cinco escritas por Lugones y enviadas a Glusberg durante su viaje a Europa y a Lima en 1924 y una firmada por Quiroga para Glusberg, fechada en 1924. Mientras que la mayor parte corresponde al período posterior (cuatro envíos de Quiroga a Glusberg en los años 1934-1935, cuarenta son las escritas por Martínez Estrada a Glusberg entre 1932 y 1964), otras cuarenta firma Quiroga con destino a Martínez Estrada desde 1934 hasta su muerte en 1937, y ochenta y ocho son las aquí incluidas, que Franco hiciera llegar a Glusberg durante los años 1933-1956. Como señala Tarcus -y es preciso recuperar aquí- las cartas escritas y enviadas por Glusberg no han sido halladas hasta ahora, pero su labor bien puede ser reconstruida a partir de la abundante correspondencia que el resto de la hermandad le hiciera llegar durante esos años.
Durante aquella década del treinta, en los que la correspondencia se convierte en uno de los vehículos fundamentales para preservar los lazos fraternales, Tarcus advierte ciertas transformaciones en el interior de la comunidad asociadas, en primer lugar, a las diferentes actitudes que cada miembro parecería adoptar frente a los acontecimientos de la época. Pues, si en unos imperaría la necesidad de ser intelectuales con intervención cultural y política en la esfera pública, en otros va predominar un férreo deseo de refugiarse en la vida familiar y campestre. A estos reacomodamientos iba a sobreimprimirse el impacto que iban a ocasionar, sobre los hermanos menores, el suicidio de Quiroga (1937) primero y, poco después, el de Lugones (1938).
De todos modos, no es sólo la historización del vínculo de esta comunidad intelectual lo que es posible encontrar en el prólogo de Cartas de una hermandad, sino que es éste un ejercicio de reflexión y comprensión sobre los elementos que hicieron posible tal relación. Es así que el autor, tras ubicar aquello que diferencia a sus miembros -pertenencia generacional, posicionamiento en el campo literario, diferencias políticas y temperamentales-, propone pensar la unión a partir del término de "afinidad electiva". Con ello, Tarcus remite a la idea de fusión de elementos que siendo heterogéneos confluyen hasta constituir una misma entidad y, en este caso, esos elementos de alianza estarían dados, por un lado, por una "estética y sensiblidad modernista" (p. 17) y, por otro, por "un anticapitalismo romántico, un espíritu libertario, una sensibilidad antiburguesa" (p. 19). Así, el primer componente contribuiría a la demarcación del espacio específico ocupado por la hermandad dentro del campo literario al diferenciarlo, por un lado, del grupo de inspiración hispanista y católica que tendría a Manuel Gálvez como figura central y, por otro, de las vanguardias literarias que comenzaban a emerger en tiempos en que la cofradía tutelada por Lugones comenzaba a tomar forma. En cuanto al segundo componente de afinidad -el anticapitalismo romántico- éste implica, para el autor, aquel sustrato más profundo que, aun cuando se corporizara en opciones políticas divergentes, hacía posible componer un mundo de representaciones compartidas.
Finalmente, para comprender el origen de este libro y recuperar otras posibles dimensiones de análisis, es válido pensarlo en diálogo con el trabajo previo del autor al cual se ha aludido anteriormente (Mariátegui en la Argentina...). En aquel escrito publicado en 2002, Tarcus se proponía un objetivo doble. Por un lado, estudiar la recepción de las ideas de Mariátegui en la Argentina de 1920 y 1930 a fin de conocer a sus primeros interlocutores, mediadores y difusores. Por otro, recuperar y recolocar, en el espacio cultural argentino y latinoamericano de aquellos años, a la figura de Samuel Glusberg, quien fuera, por entonces, uno de los principales difusores del intelectual peruano en este país. El historiador, según relata en aquel libro, tuvo por vez primera conocimiento de la relación entre ambos intelectuales hacia 1973/1974 pero le tomó más de veinte años reconstruir dicho vínculo. En gran parte -mas no exclusivamente-, sólo logró hacerlo al acceder al archivo personal de Glusberg, cuya riqueza le permitió, a la vez, descubrir la relación que hermanaba a aquel temprano difusor de Mariátegui con los restantes protagonistas de Cartas de una hermandad. Fue, pues, esa inicial inquietud surgida en los años setenta la que condujo a Tarcus hacia ese vasto reservorio documental que es el archivo Glusberg y que constituye el hilo conductor de ambos libros. De este modo, la especificidad de cada una de las obras se enriquece al combinarlas en tanto ello da forma a una biografía intelectual de un personaje hasta entonces prácticamente olvidado como Samuel Glusberg. A partir de estos trabajos es posible conocerlo en su rol de editor de libros y publicaciones periódicas y de difusor de relevantes figuras como el mencionado intelectual peruano, los integrantes de la hermandad, pero también de León Trotsky (a quien tuvo oportunidad de conocer en México en 1938) y Hannah Arendt, entre otros, y en sus esfuerzos por impulsar significativas campañas culturales como el viaje de Waldo Frank al país, el fallido traslado de Mariátegui a Buenos Aires, por sólo mencionar algunas. En otro sentido, la articulación entre el reciente Cartas de una hermandad y Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg, publicado años atrás, torna posible la adquisición de una mirada más compleja sobre el campo cultural argentino y latinoamericano de aquellos años. Una mirada que socava ciertos cánones establecidos que sobreimprimen las diferencias político-ideológicas sobre las relaciones intelectuales, tornando difícil sospechar, por ejemplo, la existencia de una relación de admiración y respeto entre Mariátegui y Lugones o que al concentrarse en las personalidades consagradas, no alcanzan a advertir la centralidad de algunas figuras menores -por ejemplo Glusberg- en el surgimiento de una de las revistas centrales de la historia contemporánea latinoamericana como fue Sur, de Victoria Ocampo, o su influencia en la escritura de Radiografía de la Pampa de Martínez Estrada. De esta manera, estas exploraciones de Tarcus, nacidas en consonancia con sus motivaciones políticointelectuales y elaboradas en el plano de la historia intelectual, son una nueva invitación a revisar aquellos cánones, construidos ya fuera desde el campo de la historia de las ideas o de la vieja historia militante, que han opacado la riqueza y la porosidad del campo cultural argentino y latinoamericano del siglo XX.

Silvina Cormick

UNQ

Notas

1Horacio Tarcus, Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2002.         [ Links ]

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