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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.1 Bernal June 2010

 

RESEÑAS

María Pía López,
Hacia la vida intensa, una historia de la sensibilidad vitalista,
Buenos Aires, Eudeba, 2009, 261 páginas

De la vida a la forma

El ensayo más logrado sobre el vitalismo escrito hasta aquí en la Argentina surgió, según su autora, de una "incomodidad política" ligada con una discusión que hace diez años entablaron dos revistas: La escena contemporánea (LEC), en cuyas fi las se inscribía López, y El Rodaballo (ER). ¿Qué se discutía allí?
En un balance de época sombrío, el editorial del décimo número de ER criticaba a los intelectuales progresistas que acompañaron el alfonsinismo y a los partidos políticos de izquierda, para convocar a una tarea que aunque parecía minimalista se tornaba radical en la Argentina de fin de siglo: retomar el legado de las luces, ya que "para decirlo claramente, hay que volver a empezar la lucha cultural otra vez por donde empezó Voltaire: la tolerancia, los derechos individuales, la lucha contra el privilegio y la superstición. Tan atrás hay que volver".1
No era ésta la filiación que LEC reclamaba para la izquierda y por eso en su cuarto número rechazaba la propuesta de ER en un inconfundible tono vitalista: "las tradiciones están para ser recreadas a la luz de las necesidades vitales, para ser rearmadas y desarmadas en función de la política emancipatoria [...]. Por ello, antes que las inhibiciones de una tradición pura, preferimos la mezcla, la expansión y la multiplicidad, que nos permita crear e intervenir. La razón académica clasifica, y las clasificaciones tranquilizan, fijan, diluyen la tensión en cualquier enunciación de diferencias".2 En este llamado a la acción, a la recuperación de las tradiciones en nombre de las necesidades vitales del presente y en la crítica al entendimiento iluminista como razón que fija lo que debería estar en movimiento, se retomaban los temas clásicos del vitalismo varias décadas después de haber quedado sentenciado como la matriz ideológica del fascismo en ese libro clásico titulado El asalto a la razón. Si Hacia la vida intensa cobró impulso al calor de esta discusión, la investigación que desarrolla tiene como uno de sus objetivos centrales la puesta en cuestión de ese lugar común instalado por Lukács, como un modo indirecto de proseguir esa discusión mantenida con ER.

Entre la tesis doctoral y el ensayo: la investigación

Hacia la vida intensa demuestra que el vitalismo no fue una filosofía sistemática sino más bien una "atmósfera" que dominó la cultura europea de entreguerras. La idea de atmósfera sugiere que incluso quienes no adscribieron a las filosofías de la vida compartían una percepción común: que la vida se había convertido en el tema central de la época. En esta "atmósfera", Bergson, Simmel y la recepción en clave vitalista de Nietzsche aparecen como "intelectuales faros".
¿Qué ponían en cuestión estos intelectuales? Al concebir la vida como duración y la duración como puro devenir, Bergson ponía en entredicho la concepción del progreso por etapas y la razón cartesiana que segmentaba y atribuía a la temporalidad cualidades propias de la materia, entendida como el grado menos intenso, y por ende más fijo y ontológicamente más precario, de un mismo impulso vital que atravesaba todo el cosmos. A partir de esta concepción, el Sorel de Reflexiones sobre la violencia convocaba a movilizar a las masas invocando la potencia del mito, que significaba no una "ficción útil" ni el retorno prefijado de lo mismo, sino la "imagenfuerza" capaz de destituir lo dado y al mismo tiempo aglutinar bajo una misma fe a la acción colectiva. En el campo estético, la vida como duración permitía el descubrimiento de la memoria involuntaria proustiana, justificaba las pretensiones vanguardistas de destruir a la institución arte para reconectar, bajo una praxis no gobernada por la razón instrumental, la vida con la obra y, al instalar como problema el de la "expresividad" (¿cómo nombrar sin fijar a la vida misma?), daba lugar a la exploración de lenguajes capaces de mimetizarse mejor con el fluir de la vida: la música y las imágenes. Finalmente, la tesis simmeliana de la tragedia de la cultura dialogaba productivamente con la hipótesis weberiana que caracterizaba la modernidad como la creciente disgregación de las esferas de competencia y se amalgamaba bien con el G. Lukács de Historia y conciencia de clase, que bajo la temática de la alienación ubicaba la tesis del "fetichismo de la mercancía" como el núcleo de la obra de Marx. De este modo, la caracterización del vitalismo como "atmósfera" permite a López captar una estructura del sentir que incluso hallamos en pensadores que no podrían filiarse con dicha filosofía, como Weber y Lukács, y otros que la autora no menciona, como Freud y Schmitt.
Por otra parte, la investigación también sigue las derivas del vitalismo especialmente en la Argentina de los años veinte. Aquí las filosofías de la vida configuraron una nueva generación que convirtió el valor de la juventud en instancia legitimadora de sus intervenciones en el campo cultural y en el político, en un arco que va desde las vanguardias estéticas a las vanguardias políticas del reformismo universitario, atendiendo especialmente a las figuras de Deodoro Roca, Saúl Taborda y Carlos Astrada.
Los aportes polémicos de esta línea de la investigación son importantes. En efecto, Alejandro Korn queda descentrado de la historia del vitalismo en la Argentina, en la medida en que se convierte en receptor y difusor pero no en un adherente de estas tendencias. López sigue aquí la pista que Oscar Terán había sugerido en Ideas en el siglo: los tonos más radicales del vitalismo debían leerse o bien en los márgenes en que se colocan los personajes arltianos o bien en los discursos extremos de Roca y Taborda o en la revista Inicial. Esos márgenes son los que justamente interesan a López, aunque enriqueciendo el cuadro a partir de la detección de temas vitalistas en la biografía de Molina Vedia, Liborio Justo y en las búsquedas del pintor vanguardista Petorutti. Con todo, López se aleja de Terán -y de Portantiero- al sostener que los reformistas son más que "modernistas radicalizados": sin negar la presencia de este ideario (americanismo, juvenilismo, elitismo, crítica a la técnica y al materialismo), López sugiere que la articulación con la política debe mucho más al modo en que los temas vitalistas son reelaborados en los discursos de los reformistas. Así, la concepción de América Latina como vitalidad frente a la decadencia de occidente, el llamado a la acción política y a la creación de nuevas formas de vida, la importancia del mito y algunas figuras anti-burguesas -como el nómade astradiano- constituyen aportes específicamente vitalistas para este programa libertario. En síntesis, para López el reformismo universitario no es simplemente la reacción de un "Ariel exasperado".
Asimismo, Hacia la vida intensa mantiene un diálogo oblicuo con Una modernidad periférica: como Sarlo dos décadas atrás, López coloca los años veinte en el centro de nuestra historia, bajo la tesis de que allí se forjó una formación cultural con prolongaciones decisivas en las décadas ulteriores. Sin embargo, para López la modernización no es el hilo conductor sino más bien uno de los nudos sometidos a una densa crítica por los discursos vitalistas locales, que prontamente asociarán la ratio moderna con la razón instrumental y a ésta con el avance de la técnica, en un proceso que desembocaría en la creciente deshumanización de las relaciones sociales. Asimismo, la nueva imagen de América como fuente de vida y de Europa como el polo de la decadencia incide en la percepción que los reformistas tienen de sí de modo que la categoría de "modernidad periférica" no haría justicia a quienes afirman que en este continente y no en el viejo se dirimen las posibilidades de ofrecer respuestas a la debacle civilizatoria, América no es la periferia, sino el centro de una acción cultural y política acorde con los tiempos nuevos.
Finalmente, la distancia entre López y Sarlo es importante cuando se observa el modo en que uno y otro texto operan sobre sus respectivos contextos de enunciación. En efecto, para Sarlo los años veinte constituyen un campo cultural altamente sofisticado que dio lugar a una "cultura de mezcla", donde el híbrido era el signo propio de una cultura popular emergente que luego sería soterrada por una concepción de lo nacional y lo popular homogénea, concepción que precisamente en los años ochenta el grupo intelectual de Punto de vista comenzaba a someter a una fuerte crítica; López, en cambio, indaga el pasado con un interés que guarda relación con la discusión ya reseñada entre ER y LEC: partiendo de que el vitalismo es una concepción afirmativa de la vida, López pretende plantear formas de intervención intelectual que, acordes con principios emancipatorios, no permanezcan atrapadas en la mera crítica y la impugnación. Para López ello es posible, pero antes debe demostrar que del vitalismo no se deduce una metafísica del orden.

¿Vitalismo y fascismo?

López desarrolla varias estrategias para disociar vitalismo y fascismo. Desde un punto de vista contextualista, afirma que ningún análisis "contenidista" puede demostrar el nexo causal entre ciertos temas y ciertas realidades políticas: las ideas no anticipan la realidad sino que resultan una dimensión constitutiva de la misma y como tal operan bajo condiciones de enunciación sumamente complejas: si la realidad fuera efecto de una causa llamada idea, entonces estaríamos dando aval a una curiosa reformulación del "argumento ontológico". Ésta es la idea central que López desarrolla contra planteos como el de Lukács en El asalto a la razón.
Esta estrategia conduce pues a la investigación de las condiciones históricas de enunciación de los discursos. Este camino, que es el de la historia de ideas, es un punto a la vez fuerte y débil de la argumentación de López porque, si por un lado muestra las múltiples derivas no fascistas del vitalismo en Europa y Argentina (Bergson y Bataille en Europa, Liborio Justo, Astrada, Taborda en Argentina) al mismo tiempo, allí donde el vitalismo aparece asociado con el fascismo (Lugones, Sorel en su estadio nacionalista y Mussolini mismo), el análisis de López intenta exculpar al vitalismo de este pesado lastre. Tal es el caso de Sorel, cuyo acercamiento al facismo López explica sosteniendo que la idea de mito dejó de ser una imagen fuerza puesta al servicio de la emancipación de la clase trabajadora para formar parte del lenguaje reivindicatorio de los nacionalismos más extremos. Así, la figura de Sorel aparece retratada con la poco explicativa categoría de "oscilador ideológico", en un argumento donde se afirma que en ese pasaje las ideas vitalistas se transforman de tal manera que adquieren una profunda descaracterización. El mismo argumento, por último, es aplicado para el caso de Mussolini: el del duce sería otro caso del "oscilador ideológico".
Ahora bien, esta nueva argumentación supone distinguir entre ideas y realidades, por lo que la crítica "contenidista", que López había esgrimido contra el Lukács de El asalto a la razón, le cabe ahora a la misma autora en la medida en que escande, por un lado, las ideas propiamente vitalistas y, por otro, las transformaciones históricas que habrían operado un proceso de descaracterización de esas mismas ideas. Pero desde un punto de vista contextualista (asumido por la autora, aun cuando reconoce sus límites), el problema de fondo no es si el vitalismo era o no la ideología del fascismo, sino más bien cómo determinados fascistas pudieron citar selectivamente determinados tópicos vitalistas para autorizar sus propios discursos.

De la investigación a la vida: el vitalismo en clave libertaria

De aquí que la estrategia más interesante de Hacia la vida intensa es la que permite que la investigación histórica deje su lugar al ensayo filosófico y la tesis doctoral, al escrito político. En esta dimensión resulta relevante dilucidar el interrogante que atraviesa todo el texto: la ontología vitalista: ¿es compatible o incompatible con un orden político fascista? La respuesta de López por supuesto es negativa.
Partiendo de Bergson, para López el vitalismo supone una concepción del tiempo y de la experiencia no lineales, contingentes y radicalmente indeterminadas. Nominar esta experiencia es imposible con sustantivos o adjetivos: la pura virtualidad sólo puede designarse con el adverbio hacia, interpretado en su matiz temporal. El título del libro clarifica la idea que López tiene del vitalismo al aludir a Molina Vedia, ese nómade libertario que siempre se hallaba en desplazamiento. Nada más alejado, así, del fascismo: sus tópicos más comprometidos, como la idea de mito y la de intuición, no podrían ser adscriptos a una filosofía política del orden, porque el mito significaría no la fijación de lo mismo que los regímenes fascistas se consagraban a celebrar, sino más bien potencia disruptiva de lo dado, y la intuición ya no es el acceso no racional al orden de lo real, sino la instancia de creación de nuevas imágenes no determinadas por reglas, sino por el propio devenir. Con estas premisas, el vitalismo no puede sino ser libertario y antiestatalista.
Y también linaje perfecto para las filosofías del acontecimiento, surgidas a fines de los sesenta: "en la línea que va -dice López- de Bataille a Deleuze, Nietzsche no puede ser considerado precursor ni anticipador del fascismo. Por lo que inaugura en el plano del pensamiento es de otra índole que el movimiento fascista: es exceso y vacío. Nombres de la indeterminación radical que las escrituras vitalistas pretendían indicar" (p. 194). López disocia fascismo y vitalismo, pero sin dejar de despejar ciertas dudas, por ejemplo: ¿la vida como duración es siempre indeterminación radical, exceso y vacío? Si así fuere, la afirmación del linaje Nietzsche, Bergson, Bataille y Deleuze entraría en conflicto con pensadores que, como Gramsci y Mariátegui, fueron partícipes, como lo admite la autora, de la "atmósfera vitalista". Así, luego de traducir la idea de mito soreliana en clave deleuzeana (el mito como "diferencia que difiere"), López retrocede en sus pasos y afirma: "Si bien es imagen de lo indeterminado, el mito no es puro vacío, porque no cualquier imagen puede cumplir esa función, sino que ella provendrá de las fuerzas históricas existentes -la clase, la nación, el partido. [...] Es claro que esta idea de mito es la que luego reescribe Gramsci y que Mariátegui delinea como herramienta analítica y política" (p. 141, énfasis nuestro).
¿Hay aquí una tensión argumentativa? O la libertad creadora es afirmación pura de una virtualidad que no se desprende de nada -es decir, es acontecimiento- o es una fuerza que convoca a la acción, sostiene una fe y mueve a la voluntad a partir del reconocimiento de que toda acción política es un proceso mediado por fuerzas históricas que no conforman el espacio de la pura indeterminación, sino el horizonte situado en el interior del cual cualquier acción humana, especialmente la novedosa, se inscribe aunque más no sea como negación determinada de una sociedad determinada. Entre Deleuze y Gramsci hay una tensión productiva a la hora de concebir la política; en LEC, donde se inició la polémica, ya aparecían ambas vertientes en tensión.
¿Hay en Hacia la vida intensa una resolución de esta tensión? Para disociar vitalismo y fascismo, López adopta la ontología de la diferencia, desde allí reinterpreta el vitalismo y propone un desafío nuevo para la izquierda: que la intervención intelectual no se agote en la crítica y la impugnación de lo existente, en una apuesta a tono con las nuevas modalidades del nuevo pensamiento libertario. Sin embargo, Hacia la vida intensa es también un ensayo donde la historia y no sólo el acontecimiento tiene relevancia.

Matías Farias

CONICET / UBA

Notas

1El Rodaballo, Editorial: "Nada que festejar", año VI, Nº 10.         [ Links ]

2La escena contemporánea, "Querellas: Ni ofendidos ni dominados. Un debate sobre la condición intelectual", año II, Nº 4, abril de 2000, pp. 117-120.         [ Links ]

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