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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.1 Bernal June 2010

 

Fichas

Carlo Ginzburg,
El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio,
Buenos Aires, FCE, 2010, 492 Páginas

Esta reciente traducción de una compilación de artículos elaborados en los últimos veinte años recorre el pensamiento de uno de los historiadores más revolucionarios de los últimos tiempos. Carlo Ginzburg, ya historiador maduro, concibe esta obra tanto como un aporte a las discusiones actuales sobre los debates historiográficos en los que el posmodernismo hizo énfasis, cuanto como una revisión de sus trabajos pasados. Las nociones de lo verdadero y lo ficticio en la historia se unen a la reflexión sobre el rol del historiador en su faceta de escritor. Sin embargo, ese mismo discurrir no se plantea en abstractos capítulos teóricos, sino que se encarna en el acto de escribir historia. La obra de Ginzburg ha sido, sin excepción, compleja y de una escritura brillante. El hilo y las huellas no es la excepción; es un libro que se adentra, desde una mirada tangencial y personal, en los debates historiográficos actuales. Así, los primeros capítulos plantean el problema acerca de las representaciones de lo real y lo ficticio en los estudios históricos. En ellos, y apoyado en una deslumbrante erudición, Ginzburg recorre desde las crónicas medievales españolas hasta las novelas de Stendhal y Balzac, de los Ensayos de Montaigne a Mimesis de Auerbach, con lo que construye una heterogénea estructura de sentidos. El uso de textos de ficción le permite encontrar las "huellas", lo real de la trama, a la par que revela el carácter agonal del procedimiento. Por otra parte, el libro no sólo plantea el lugar de lo verdadero, sino también el de Ginzburg como autor, y deja entrever constantemente su papel como narrador histórico. De hecho, sus dudas e impresiones quedan plasmadas a lo largo del libro. El proceso de escritura pasa al primer plano en los últimos capítulos de la obra, donde Ginzburg reflexiona sobre su actividad en cuanto fundador de la microhistoria italiana. A su vez, revisa, desconstruye y expande algunas herramientas y metodologías que desplegó en sus obras más famosas: Los Benandanti, El queso y los gusanos e Historia nocturna, lo que permite incorporar una nueva dimensión de análisis a sus textos. El hilo y las huellas, construido sobre una base ensayística, constituye una lectura compleja y erudita; plantea en la práctica viejos y nuevos utensilios de la técnica de un historiador que ya no debe rendirle cuentas a nadie.

F.G.


 

José Sazbón,
Nietzsche en Francia y otros estudios de historia intelectual,
Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2009, 439 páginas

Hace dos años fallecía José Sazbón. Incansable traductor y editor, gran docente -el mejor que tuve en mi vida-, uno de los más profundos conocedores de la tradición marxista que además estaba siempre familiarizado con los debates de las diferentes corrientes de pensamiento contemporáneo, su obra se halla desplegada en una miríada de artículos, reseñas, prólogos... En 2002 había reunido parte de ella en el volumen Historia y representación; poco antes de morir entregó a la imprenta Nietzsche en Francia y otros estudios de historia intelectual, libro que reúne dieciséis artículos que reconstruyen importantes debates contemporáneos, dan cuenta de su modo de pensar la historia intelectual -y su relación con la filosofía y las ciencias sociales- y trazan el retrato de figuras que van de Voltaire a Mariátegui, de De Angelis a Lévi-Strauss. Como es imposible siquiera pasar rápida revista por los diferentes problemas abordados, elegí concentrarme en uno. La elección obvia parecería ser la del artículo que da su nombre al libro: una detallada reconstrucción -las numerosas y extensas notas al pie son una "marca Sazbón"- de las diferentes "comunidades interpretativas" que, en la Francia de comienzos del siglo XX, tomaban la palabra de Nietzsche, la seleccionaban y la referían a problemáticas específicas. Sin embargo, y quizás por considerar que en él se combinan de modo ejemplar la proverbial erudición de Sazbón con su sutil señalamiento de la clave que estructuraba una tradición y con su apuesta política, prefiero detenerme en el trabajo dedicado al "legado teórico de la Escuela de Frankfurt". La primera operación, que desmarca su posición de la mayoría de las interpretaciones contemporáneas en clave "cultural", es que la teoría crítica frankfurtiana debe ser vista como "una provincia de la teoría política". La segunda señala la distancia que mantiene con otras vertientes del denominado marxismo occidental, del que se diferencia por fundarse en una "desestructuración" del marxismo hegeliano, la que, justamente por renunciar a la totalidad, habría abierto la puerta a interrogaciones que dieron origen a verdaderos clásicos que se siguen discutiendo hasta el presente: así da cuenta de los debates acerca del pensamiento de Benjamin, Adorno o Habermas; pero también sobre el Behemot de Franz Neumann y sobre los trabajos de Otto Kircheimer, cuya profética mirada a las derivas de la política de masas busca rescatar de la lectura neutralizante de la ciencia política. Como en otros textos de Sazbón, la apuesta por una lectura política de Frankfurt, sostenida en un sólido aparato bibliográfico, deja entrever el deseo emancipatorio.

R.M.M.


 

Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina. II. Los avatares de la "ciudad letrada" en el siglo XX, Buenos Aires, Katz, 2010, 811 páginas

Se cierra con este segundo volumen la serie resultante del proyecto "Hacia una historia de las élites intelectuales en América Latina" que lideró Carlos Altamirano desde 2003, articulando el trabajo de casi cincuenta investigadores de diversos orígenes nacionales y diversas formaciones disciplinarias. Y, a la vista de los dos tomos, ya es posible decir que ese proyecto ha significado un antes y un después no sólo en el conocimiento existente sobre los intelectuales latinoamericanos, sus formas de sociabilidad, sus redes, sus revistas, sus causas, sino también en los modos en que ese conocimiento puede ser producido. En dos sentidos: por el tipo de aproximación no esencialista a las cuestiones latinoamericanas que proponen los autores, y por la aspiración al trabajo colectivo que subtiende la propia iniciativa del proyecto -la idea de que sólo la consolidación de una densa trama de interlocuciones cruzadas entre los investigadores de la región ha de producir un avance significativo en nuestro saber histórico-.
Este segundo volumen aborda "los avatares de la ciudad letrada en el siglo XX", cuando los intelectuales se han terminado ya de recortar de la figura del letrado tradicional y desde las primeras décadas van construyendo tanto su lugar en el debate público como sus espacios de autonomía y especialización. El modo de abordaje elegido busca hacerse cargo de la heterogeneidad de la experiencia intelectual en América Latina (no hay, como dice Altamirano en el prólogo, un polo -una ciudad letrada- que haya podido funcionar como metrópolis continental de donde brotase una autoridad intelectual capaz de unificar los tiempos y las agendas de una región tan vasta y diversa) y, en el mismo gesto, de los distintos tipos de intelectual y los distintos medios en que esa heterogeneidad se expresa. Así se organizan nueve partes (Intelectuales y poder revolucionario, Trayectos y redes intelectuales, Revistas, Entre la acción cultural y la acción política, La sustancia de la nación, Vanguardias, Empresas editoriales, La intelligentsia de las ciencias sociales y Tendencias y debates) con diversos capítulos que van analizando episodios, figuras, medios, discursos, situaciones, a veces en un único país, pero con frecuencia en marcos regionales o continentales, ofreciendo un mapa de la vida intelectual latinoamericana plural y, por cierto, rico e intrincado, como la propia experiencia intelectual latinoamericana lo ha sido. Un mapa, es decir, no sólo un reconocimiento del estado del mundo, sino un orden posible, una dirección sobre la que seguirá avanzando sin duda la investigación históricointelectual latinoamericana.


 

Juliette Dumont,
L'Institut International de Coopération Intellectuelle et le Brésil (1924-1946). Le pari de la diplomatie culturelle,
París, IHEAL, 2008, 168 páginas

Este libro de Juliette Dumont acomete un terreno poco explorado por la historia cultural y de las relaciones internacionales en América Latina: el de la diplomacia cultural, entendida como arena en que se desenvuelve una miríada de fenómenos a través de los cuales los estados-nación utilizan estrategias culturales para proyectarse y edificar una posición en el mundo. Este "soft power", que encuentra en el complejizado mundo del período de entreguerras su momento de expansión, tiene en su horizonte la construcción de imágenes-país capaces de apuntalar procesos de desarrollo económicos, colaborar en la forja de alianzas geopolíticas y esbozar paradigmas civilizatorios. Dentro de esa perspectiva general, el estudio de Dumont hace foco en las modalidades por las cuales el Brasil busca insertarse en los años 1920 en el Institut International de Coopération Intellectuelle (IICI), el organismo que, con sede en París, vio la luz en el seno de la flamante Sociedad de las Naciones nacida en la inmediata posguerra (de allí que a menudo se lo ubique como un antecedente de la UNESCO). Sirviéndose de una pesquisa en fuentes documentales tanto de esa propia institución como del archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño, la autora reconstruye la trama concreta de actores y proyectos que buscaron crear y difundir imágenes del Brasil. Así, en el contexto de reequilibrios que sobreviene al cimbronazo de la Guerra del '14 -en el que cobra relevancia la cooperación intelectual como mecanismo potencialmente facilitador de entendimientos y concordias a escala internacional-, los ensayos brasileños en relación al IICI se mueven en un juego estratégico que la autora denomina "equidistancia pragmática": si por un lado buscan difundir la idea de un país que ha arribado a un estadio respetable de civilización, y que puede reclamar para sí un lugar de peso a escala regional latinoamericana, por otro procuran crear un haz de relaciones con el mundo europeo que sirva para contrabalancear el lugar crecientemente hegemónico de los Estados Unidos en la arquitectura continental.

M.B.


 

Roberto Di Stefano,
Ovejas negras. Historia de los anticlericales argentinos,
Buenos Aires, Sudamericana, 2010, 411 páginas

El libro de Roberto Di Stefano cuenta la historia del anticlericalismo en la Argentina. El autor recorre un período largo: comienza en los tiempos coloniales y concluye en los años inmediatamente posteriores al conflicto entre el peronismo y la Iglesia, que puso en escena las versiones más radicales de esa corriente. La reconstrucción que nos provee Di Stefano nos devuelve una historia habitada por múltiples y dispares anticlericalismos, que asumen en distintos contextos históricos y culturales funciones y significados diversos. El autor muestra cómo el anticlericalismo fue una presencia ubicua en la vida nacional cuyo protagonismo no se correlacionaba directamente con la influencia pública de la Iglesia. No obstante, la investigación muestra cómo cada "triunfo" de la fe estuvo rodeado de fuertes embestidas críticas de los anticlericales. El libro deja ver a la religión como un tema insoslayable que convoca a los más disímiles actores y que aglutina y divide al mismo tiempo. Períodos que creíamos dominados por el control eclesiástico -como el colonial, o el del peronismo en sus orígenes- aparecen en el texto poblados de voces que cuestionan el poder de la Iglesia. El autor sostiene que los años cincuenta marcan el declive del anticlericalismo ya que la religión pierde centralidad y la Iglesia, plegada al proceso de secularización, se transforma. No obstante, éste no sería el fin del poder eclesiástico en la vida pública. Por el contrario, Di Stefano sostiene que en los años que siguieron a la caída del peronismo se instrumentaron nuevas formas de connivencia entre la Iglesia y el poder político que incluso resuenan hasta nuestros días.
Claramente el libro aborda un tema que prácticamente no ha sido explorado en la historiografía local: el del anticlericalismo. En este sentido es un texto pionero que abre toda una nueva agenda de investigación y que en su desarrollo deja al descubierto recorridos desconocidos para pensar las relaciones entre la Iglesia, la sociedad y el poder político. Publicada en una colección que busca atraer lectores no legos para la historia, la investigación está escrita en un registro que ha encontrado el justo equilibrio entre el tono accesible, el respeto por el lector y las demandas de la investigación académica. Es destacable la maestría del autor para hilvanar en una prosa atractiva una singular cantidad de fuentes, testimonios y actores.

F.F.


 

María Sonia Cristoff (selección y prólogo),
Pasaje a Oriente. Narrativa de viajes de escritores argentinos,
Buenos Aires, FCE, 2009, 424 páginas

En los últimos años, un conjunto diverso de trabajos sobre las relaciones culturales y las representaciones que intelectuales y escritores del continente han tenido con y ofrecido del "Oriente" -esa entidad imaginada tan ubicua como cargada de significaciones varias- ha dado lugar a un emergente campo de estudios sobre el orientalismo argentino y latinoamericano. En vinculación con esa nueva área de interés, que no puede ocultar sus deudas, más o menos directas o solapadas, con la problemática inaugurada por Edward Said en su célebre libro Orientalismo, María Sonia Cristoff reúne en este volumen -perteneciente a la serie Viajeros, coordinada por Alejandra Laera- una antología de textos de viajeros argentinos al Oriente. El lector puede disponer así, conjuntamente, de pasajes y autores clásicos de la literatura argentina -del fascinante y por momentos alucinado relato de Sarmiento en su capítulo "Africa", tomado de sus Viajes, a algunas causeries que Lucio V. Mansilla dedica a rememorar las travesías orientales que supo realizar cuando adolescente, y a las que no dejó de volver en distintas incursiones literarias a lo largo de su vida; de fragmentos de las centenas de páginas que Eduardo Wilde consagró a sus viajes por la China y el Japón, a una carta de Ricardo Güiraldes a Valéry Larbaud que exhala la atracción por la temática oriental que lo embargó sobre todo en el tramo final de su vida-, a retazos de escrituras contemporáneas que, como las de Martín Caparrós, Matilde Sánchez, Edgardo Cozarinsky o Pablo Schanton, también han surgido a partir de experiencias de viaje a parajes asiáticos y africanos. Se percibe así la recurrente persistencia con que el arcón de inspiraciones y motivos que se cifra en el Oriente ha alimentado la imaginación de una porción significativa de la literatura argentina, sea para comparar modelos civilizatorios, reflejar o traducir la diferencia cultural, o reproducir y/o problematizar las formas del exotismo y del misticismo caras a la escritura orientalista. Con todo, lo que una antología de este tipo gana en tanto galería sucesiva de frescos orientales sujetos a cotejo, lo pierde en cuanto a deflación de la historicidad y renuncia a la posibilidad de ensayar una periodización de los distintos modelos del viaje oriental. Y ello sobre todo porque en el prólogo Cristoff presenta el conjunto de textos bajo un único y sustancializado viaje argentino al Oriente que, aun cuando presentado bajo una sugerente figura -la del "viaje dislocante"-, no se adentra en las diversas condiciones históricas y culturales que subtendieron la producción de escrituras motivadas por impulsos radicalmente disímiles.

M.B.


 

Hilda Sabato (Prólogo),
El pensamiento de Bartolomé Mitre y los liberales,
Buenos Aires, El Ateneo, 2009, 319 páginas

El Bicentenario de la Revolución de Mayo ha dado lugar a numerosos proyectos editoriales. Entre ellos se destaca la colección Pensamiento político argentino, un conjunto de 14 tomos, prologados por importantes especialistas, que reúne una serie de fuentes que permiten iluminar aspectos relevantes y, en algunos casos, poco abordados de nuestra historia política e intelectual. De todos los volúmenes -que abordan el pensamiento de los hombres de Mayo y los del '80; el de federales, radicales, socialistas, conservadores, nacionalistas, peronistas y desarrollistas; el de figuras particulares como Echeverría, Alberdi, Sarmiento o Hernández- me detendré en el dedicado al pensamiento de Mitre y los liberales, que gracias al ejemplar texto introductorio escrito por Hilda Sabato permite echar luz sobre un punto particularmente elusivo de nuestro pasado: el período que va de Caseros al '80. Es a partir de la caída de Rosas que el liberalismo pasa de ser un término de uso vago, aunque positivo, que no refería a ninguna corriente en particular, a un vocablo que identificaba a uno de los actores políticos en conflicto. Se trata de los opositores porteños a la figura de Urquiza, quienes, denunciando los poderes despóticos que el Acuerdo de San Nicolás cedía al entrerriano, habrían dado a la provincia de Buenos Aires una vida política agitada y participativa. Surgía un liderazgo, el de Bartolomé Mitre, y una tradición política, que -buscando el contraste con el pasado rosista y con el presente rival urquicista- se estructuraba en torno del significante "libertad", una libertad que, siguiendo el relato de Mitre, remitía a un largo linaje de luchas del pueblo porteño. Sabato señala que ese "Partido de la Libertad" no dejó de sufrir divisiones, pero subraya que, en la oposición al enemigo "federal", logró mantener una cohesión que le permitió alcanzar el éxito en Pavón. Alcanzado el gobierno nacional, los liberales porteños continuarían su lucha por conquistar las ciudadelas federales del Interior. Esa conquista sería en buena parte exitosa, pero las resistencias enfrentadas consumirían el capital político de Mitre y sus seguidores dando lugar a nuevas constelaciones, en las que el clivaje entre "liberales" y "federales" no tenía un lugar central. La extensa selección de fuentes da cuenta de ese recorrido con documentos -fragmentos de libros, discursos, proclamas, cartas- del mismo Mitre y de otras figuras del "liberalismo" porteño, pero también de los "liberales" del interior como Nicasio Oroño o Manuel Taboada, e incluso de Justo José de Urquiza, el gran rival.

R.M.M.


 

Gonzalo Aguilar,
Episodios cosmopolitas en la cultura argentina,
Buenos Aires, Santiago Arcos editor, 2009, 323 páginas

Hay muchos rasgos que vuelven este nuevo libro de Gonzalo Aguilar un acontecimiento destacado para la historia y la crítica de la cultura. Se trata de un conjunto de "episodios" (de Pampa bárbara a la vanguardia martinfierrista, de Victoria Ocampo a Rodolfo Walsh, de Leopoldo Torre Nilsson a Don Isidro Parodi, de Juan Carlos Paz a Fogwill) que van enhebrando interrogantes sobre el modo en que los programas cosmopolitas en el arte argentino, casi siempre menospreciados en su momento por la dinámica de una cultura en la que -al menos durante buena parte del siglo XX- los argumentos del nacionalismo han organizado la agenda de los problemas y la valoración política de las respuestas estéticas propuestas, fueron capaces de producir, sin embargo, no sólo obras de enorme densidad, sino aquellas a las que se puede seguir volviendo una y otra vez para encontrar inspiración respecto justamente del asunto por excelencia de la cultura nacional: cómo interrogar la condición periférica, cómo traducir -y capitalizar- las tensiones generadas por la participación en el proceso de la modernidad mundial.
Enumeremos brevemente los rasgos salientes que hacen de éste un libro fundamental. Primero: una potencia programática que tracciona la idea cosmopolita -y la muy sugerente de arquiuniversalismo- pero nunca sofoca la libertad crítica, y que muestra cuánto ganan los análisis de la cultura argentina cuando se ponen en foco las coordenadas internacionales y muy especialmente latinoamericanas en que se produce. Segundo: las lecturas políticas -centrales en la cuestión que se propone- son de una riqueza analítica y una exactitud conceptual que ilumina por contraste la indigencia de la más sofisticada crítica literaria local, que cuando -vía Cultural Studies- se transmuta en crítica ideológica, lo hace desde la rusticidad de un radicalismo maniqueo. Tercero (aunque es el elemento que primero salta a la vista): la soltura -y la elegancia narrativa- con que Aguilar circula por los más variados géneros artísticos -cine, artes visuales, literatura, música-, lo que le permite las indagaciones más productivas en cada uno de ellos a la vez que tiende las líneas de contacto con los demás, pero sabiendo que son líneas oblicuas, opacas, lo que le impide reducir su respectiva especificidad -que es también la de cada disciplina en cada coyuntura histórica- a sus claves sociológicas o a un genérico "clima cultural".
Episodios cosmopolitas, en suma, está indicando que Gonzalo Aguilar no sólo es hoy uno de nuestros principales críticos culturales, sino también que su trabajo ha comenzado a diseñar una nueva estación en el debate sobre la modernidad de proyección latinoamericana.

A. G.


 

Marina Becerra,
Marxismo y feminismo en el primer socialismo argentino: Enrique del Valle Iberlucea,
Rosario, Prehistoria ediciones, 2009, 224 páginas

Los trabajos sobre la tradición socialista argentina se han detenido en pocas figuras, principalmente en el "fundador" Juan B. Justo y en el "heterodoxo" José Ingenieros. Sin embargo, en las filas del socialismo pueden encontrarse otras figuras originales y merecedoras de un abordaje en clave de historia intelectual. El primer mérito del trabajo de Marina Becerra es el de traer a uno de aquellos que sólo habían merecido la atención de la hagiografía partidaria. Se trata de Enrique del Valle Iberlucea, el primer senador socialista, pero también un notorio jurista -en tal condición ocupó numerosas cátedras universitarias y participó de la redacción del proyecto de Código de Trabajo y de algunas de las primeras iniciativas en defensa de los derechos de las mujeres-, un activo promotor cultural y el más notorio de los impulsores de la incorporación del Partido Socialista (PS) a la Tercera Internacional. La autora subraya que la actuación del socialista en los distintos terrenos se apoyaba -además de en una amplia trama de relaciones personales- en un similar esfuerzo de incorporación de sujetos sometidos y postergados: la mujer, el gaucho. Esa postura se fundaba, considera Becerra, en una lectura culturalista, de matriz italiana, de la tradición marxista, lectura que lo habría alejado del evolucionismo iluminista de Justo y que le habría permitido prestar una mayor atención a los símbolos con los que esos sectores postergados procesaban su experiencia. Sería justamente esa atención a la dimensión simbólica de la acción la que explicaría el hecho de que, derrotada su posición, del Valle Iberlucea no abandonará las filas partidarias con los "terceristas": su lectura de la tradición asignaba al PS un linaje revolucionario al que no estaba dispuesto a renunciar. Y, sin embargo -casi lamenta la autora-, y luego de no pocas tensiones, el PS pareció haber adoptado una postura integracionista que lo alejó no sólo de la vía insurreccional sino también de los esfuerzos por construir un embrión de contrasociedad -al respecto es iluminadora la reconstrucción de los avatares de las "escuelas socialistas"-. La "hipótesis de Justo", con sus logros y sus puntos ciegos, se imponía. Pero la lectura que Becerra hace del pensamiento y la trayectoria de Del Valle Iberlucea deja ver no sólo las limitaciones del socialismo argentino sino, quizás aun más, las de una tradición liberal que no sólo renunciaba a hacer avanzar una ley de divorcio que era corolario de la de "Matrimonio Civil" impuesta décadas atrás, sino que, vergüenza mayor, aceptaba el desafuero de un senador de la Nación por un "delito de opinión".

R.M.M.


 

Federico Finchelstein,
Fascismo transatlántico. Ideología, violencia y sacralidad en Argentina y en Italia, 1919-1945,
Buenos Aires, FCE, 2010, 376 páginas

Este libro de Federico Finchelstein recupera los intereses de sus investigaciones iniciales, expresadas hace poco menos de una década en Fascismo, liturgia e imaginario. El mito del general Uriburu y la Argentina nacionalista y relacionadas con el análisis del nacionalismo de derecha en la Argentina durante la década de los treinta. En esta ocasión, el autor amplia su horizonte temporal a todo el período de entreguerras, y extiende el alcance geográfico de su indagación, al poner en diálogo la tradición nacionalista argentina con el fascismo italiano originario, a partir de la consulta de fuentes procedentes de ambos países. Con su nuevo aporte, Finchelstein pone a prueba el concepto de fascismo transatlántico. Esta definición, que -presentada en el primer capítulo- intenta ser más operativa que esencialista, busca englobar a los diversos movimientos de nacionalismo genérico, para los que la idea de defensa de la violencia como un fin en sí mismo fue particularmente tentadora. Luego de analizar en el capítulo segundo lo que llama "la vía argentina al fascismo", Finchelstein se atendrá a un análisis en paralelo del desarrollo de los grupos antiliberales en Argentina e Italia, poniendo énfasis, en el capítulo tercero, en los malentendidos que surgieron a partir del intento de Mussolini de "tutelar" el desarrollo del fascismo en nuestro país. Al mostrar las dificultades que tendrá el intento de instaurar una copia exacta del fascismo italiano en "nuestras pampas", Finchelstein resalta, como contraparte, la "originalidad" de ese pensamiento local, entendido como una reinterpretación autónoma que, aunque atenta a las derivas del pensamiento fundacional, no resultó un fenómeno meramente dependiente de sus pares europeos. En el capítulo cuarto, al considerar al argentino como un fascismo principalmente "cristianizado", se subrayan las tareas particulares que los nacionalistas argentinos emprendieron respecto del resto de sus compañeros transatlánticos. En esa línea de construcción de un pensamiento clerical-fascista autónomo, la necesidad de desligarse de ciertos pensamientos que antes se consideraban rectores también estaría presente con respecto de la Madre Iglesia. Así entiende Finchelstein en el capítulo quinto la disputa de Pico, Castellani y Osés (entre otros pro-franquistas locales) con el teólogo Jacques Maritain en torno a la Guerra Civil Española. En el epílogo, finalmente, se enfatiza la necesidad de entender la deriva propia del fascismo argentino, el que en su desarrollo sentaría, a ojos del autor, los precedentes de la violencia autóctona operada durante la última dictadura militar.

A.B.


 

Claudia Hilb (comp.),
El político y el científico. Ensayos en homenaje a Juan Carlos Portantiero,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, 264 páginas

Auspiciado por la Universidad de Buenos Aires, este libro organizado por Claudia Hilb en tributo a esa prominente figura intelectual que fue Juan Carlos Portantiero se propone explícitamente trascender el ejercicio ritual de los homenajes, para ofrecer once contribuciones de relieve. Al estilo del volumen consagrado a Edward Said luego de su muerte por Homi Bhabha y W. T. Mitchell -publicado entre nosotros hace unos años por Paidós-, este libro se propone "continuar la conversación" con Portantiero en torno a las preocupaciones que informaron su trayectoria intelectual. En la introducción, Hilb repone las estaciones de ese itinerario, cuyos contornos exhiben la tensión productiva entre rigor intelectual y vocación política que lo habitó de principio a fin. Como es conocido, sobresalen allí su activa participación en el grupo Pasado y Presente, los penetrantes "usos de Gramsci" que permearon una significativa parcela de su producción, los trabajos de sociología histórica argentina en los que meditó en torno a la compleja relación entre movimiento obrero, socialismo y peronismo, y la reconsideración del marxismo que junto a varios otros compañeros de generación emprendió en el exilio, y que en su caso culminó en una apertura a la tradición socialista argentina (cuya historia se hallaba explorando en el momento de su muerte). Los artículos reunidos en el libro retoman esas y otras incitaciones. Así, Juan Carlos Torre ofrece una incisiva y sugerente (aun cuando discutible) indagación, que retoma una pregunta similar de Werner Sombart acerca de las dificultades del socialismo en los Estados Unidos, titulada "¿Por qué no existió un fuerte movimiento obrero socialista en Argentina?"; Horacio Crespo reconstruye las características del proyecto de los Cuadernos de Pasado y Presente; Pablo Gerchunoff se sirve de la noción de "empate hegemónico" acuñada por Portantiero para repensar la historia de la relación entre ciclos económicos y políticos en la Argentina; Emilio de Ipola, retomando asedios anteriores a la obra de Ernesto Laclau -entre los cuales se destaca un viejo artículo elaborado junto a Portantiero-, emprende una amistosa crítica al entramado teórico y sobre todo a las derivaciones políticas del último libro importante de ese autor, La razón populista; y Ricardo Martínez Mazzola desanda la propia trayectoria político-intelectual de Portantiero para sopesar las diferentes posiciones y apuestas que subtendieron su relación con el socialismo argentino. De modo directo, entonces, u oblicuo, en algunos casos, las evocaciones de Portantiero reunidas en el libro buscan prolongar su reflexión y acaban ofreciendo un menú plural de desarrollos y discusiones tanto de aspectos de su obra como de su itinerario intelectual.

M.B.


 

Hugo Vezzetti,
Sobre la violencia revolucionaria. Memorias y olvidos,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, 288 páginas

Si en su imprescindible primer libro sobre el tema Hugo Vezzetti ponía el foco en el régimen de memoria que tuvo su centro en la escena producida en torno al Juicio a las Juntas y el Nunca Más, casi una década después vuelve a revisar la historia reciente para concentrarse incisivamente en la pregunta por la violencia revolucionaria que atravesó los años 60 y 70 de nuestro país. El abanico de problemas abierto por tal impulso es variado y recibe de parte del autor un tratamiento argumentativo sólido y de gran erudición en el manejo de las fuentes y de los estudios actuales sobre el tema, aunque no por esto menos polémico. Dividido en cuatro capítulos y un apéndice, parece existir en todo el libro una idea que organiza cada intervención: la necesidad de discutir en la actual esfera pública la presencia, hegemónica según el autor, de una memoria crecientemente inspirada en la gloria de las guerras y de los combates, y pensada como continuidad de una experiencia o de una pertenencia, es decir, la continuidad, en definitiva, de "una identidad militante". Frente a esto, que estaría en la base de las políticas de derechos humanos del gobierno anterior y del actual, el autor extraña "una acción estatal autónoma, capaz de favorecer una recuperación menos congelada de ese pasado y de sus efectos sobre el presente". La intención de Vezzetti de indagar las zonas oscuras de ciertos discursos sobre el pasado nacional para abrirlos a una mayor deliberación es un objetivo loable (e incómodo) de su libro. Sin embargo, merecería una discusión más profunda el hecho de que el autor, en el camino de conmover ciertos consensos abroquelados en torno a las actuales narrativas sobre la memoria, termine afirmando -por poner quizás el ejemplo más controversial- "el parentesco de las organizaciones revolucionarias con la tradición de los fascismos". Por otro lado, la revisión que se propone en el libro lo lleva, entre otras cosas, a señalar -y buscar incorporar en una nueva serie- a los otros muertos -las víctimas causadas por la violencia de los grupos armados entre propios y ajenos- que retornarían después de haber sido relegados por la conciencia pública, o a poner en el centro los testimonios de aquellos que rechazaban contemporáneamente (y en un arco ideológico bien disímil que incluye a la propia izquierda) la "aventura miliciana", para desarmar el argumento -obturador de un debate mayor sobre las responsabilidades- que afirma que las décadas del sesenta y del setenta estuvieron atravesadas por una violencia que participaría simplemente del "aire de los tiempos". Todo esto hace del último libro de Hugo Vezzetti una obra cargada de preguntas desafiantes para todo aquel que quiera intervenir en la urgente disputa sobre los sentidos de la historia nacional, sentidos que, como sabemos, definen el mapa de nuestro propio presente.

M.S.

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