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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.2 Bernal dic. 2010

 

ARGUMENTOS

Sobre la necesidad teórica de la ciencia histórica*

Reinhart Koselleck

Desde el neokantismo, una autodeterminación se arraigó en nuestra ciencia: la historia [Historie]1 tiene que ver con lo individual, con lo particular, mientras que las ciencias naturales se ocupan de lo general. La historia de la ciencia traspasó esta antítesis. El hipotético rasgo fundamental de sus proposiciones y el entrecruzamiento entre sujeto y objeto dentro de sus experimentos aportó un rasgo de relatividad en las ciencias naturales, que, de un modo acertado, sería designado como "histórico" [geschichtlich]. Por otro lado, la totalidad de las ciencias sociales y de las ciencias del espíritu se orientó a las restricciones impuestas por la disciplina, que atraviesan desde hace tiempo el registro propio, recortado desde hace tiempo por la cinta unificadora de la cosmovisión histórica. Las posiciones no se desarrollan sino de un modo inequívoco, como lo muestra la discusión en torno a la escuela de Popper, a lo largo del par de opuestos: ciencias naturales y ciencias del espíritu. Sin embargo, esto apenas alcanzó a rozar nuestra praxis de la investigación, con el resultado de que la profesión del historiador se ve hoy aislada. La historia [Historie] retrocedió sobre sí misma y ya no sabe con precisión cuál es su lugar, mientras tanto, en la facultad de historizar.
Quisiera formular esta tesis: nosotros sólo podemos escapar de nuestro aislamiento si elaboramos una nueva relación con las otras ciencias, esto significa que seamos conscientes de nuestra necesidad teórica y que elaboremos al respecto una coacción para la teoría, si queremos considerar la historia [Historie] de otro modo que como una ciencia. De ningún modo deberemos intentar tomar prestado, a través de alianzas de guiones, algunos teoremas colindantes de las ciencias para poder presentarnos, a sus espaldas, como científicos. Sería tan precipitado unir de semejante manera sociología e historia [Geschichte], que obtendríamos nuestros propios conceptos científicos de una ciencia social entendida en cierto modo sociológicamente. Más bien, quisiera proponer en primer lugar, a través de algunos puntos, las dificultades con las que nos encontramos, a saber, la misma necesidad de una teoría o quizá también el éxito de la teoría.

1

Es una ironía de la historia del significado de "historia" [Geschichte] que la expresión de una "historia [Geschichte] misma" o de la "historia [Geschichte] por antonomasia" se refiera en su origen precisamente a la necesidad teórica de nuestra ciencia. Tan pronto como se renunció a pensar la historia [Geschichte] con sus determinaciones en sujetos y objetos, se subordinó la ciencia histórica a la necesidad del sistema. La historia [Geschichte] misma y la filosofía de la historia eran, tal como ella surge en tanto expresión alrededor de 1770, poco importantes. Los componentes metahistóricos de estas expresiones fueron absorbidos durante la época por el neologismo de "historicidad" [Geschichtlichkeit].
La discusión actual sobre la así llamada historicidad [Geschichtlichkeit] plantea los desafíos teóricos que resultan de la crisis del historicismo [Historismus]. Con el concepto de historicidad se intentó detener el proceso de relativización permanente, al que el historicismo, lleno de reproches, se vio expuesto. La historicidad plantea, en cierto modo, la relatividad absoluta, cuando se permite emplear este preconcepto. Aquí es evidente la influencia de Heidegger; incluso él continuó llevando la discusión no precisamente hacia el interior de nuestra ciencia. Ya en Sein und Zeit se abstraía casi por completo de la historia [Geschichte]. La historicidad aparece como una categoría de la existencia humana, sin que sean tematizadas las estructuras entre los hombres y supraindividuales. El camino que va de la finitud del Dasein a la temporalidad de la historia [Geschichte], si bien fue expuesto por Heidegger, no fue continuado. Por ello, detrás de la utilización de la fecunda categoría de historicidad acecha, por un lado, el peligro de una ontología transhistórica de la historia [Geschichte], tal como ella fue concebida por August Brunner, por ejemplo. Por otro lado, no me parece casual si en la aplicación de Heidegger de su filosofía a la historia [Geschichte] se filtran los esquemas filosófico-históricos tradicionales de la caída y del ascenso.
En todo caso, con la historicidad y sus respectivas categorías se puede descubrir una histórica [Historik], una metahistoria [Metahistorie], que no indaga el movimiento, sino la libertad de movimiento, no la transformación en sentido concreto, sino la variabilidad. Hay muchos criterios formales similares del actuar y sufrir histórico, los que del mismo modo intempestivo, transversalmente a la historia [Geschichte], sirven para desglosar la historia [Geschichte]. Recuerdo: "Señor y siervo", "Amigo y enemigo", o la heterogénesis de la razón, o las cambiantes relaciones de tiempo y espacio con vistas a las unidades de hecho y el potencial de fuerza o el sustrato antropológico de los cambios o el cambio generacional político. La lista de tales categorías puede prolongarse, remite a toda finitud; la historia [Geschichte] se desplaza, por así decirlo, en el movimiento, sin que el contenido o la dirección de tales movimientos sean comprendidos de algún modo con ella. (Detrás de tales categorías, aún se disimulan axiomas cristianos, por ejemplo, la teología negativa, tal como ella aparece en Wittram en su libro sobre el interés por la historia.)
Ya que la historicidad debe esbozar generalmente las condiciones de la posibilidad de historias, no vale menos en cuanto al lugar que ocupa en ello la investigación histórica. La investigación descarga al historiador de los reproches de una presunta subjetividad. La así llamada trascendencia de la historia [Geschichte] señala aquí el adelantamiento que obliga al investigador en cada momento a escribir siempre de nuevo la historia. Por ello, la delimitación de la historia [Geschichte] se ocupa no sólo de la corrección de errores o de la reparación de los actos, sino que pertenece a las condiciones previas de nuestra profesión -en tanto la historia [Geschichte] de la historia [Historie] es trascendente-. Se puede decir: así como la historia [Historie] del arte de narrar había desarrollado en el pasado sus propios historiadores, la ciencia histórica ganó en la actualidad un concepto de historicidad, que delimita, a su vez, las condiciones de posibilidad de la historia [Geschichte] en general como asimismo de la ciencia histórica en sentido estricto.
La problemática de una antropología histórica demuestra lo difícil que es aportar categorías meta-históricas a la investigación concreta. Nipperdey señaló al respecto, y no hay dudas de ello, que los vecinos occidentales con sus enfoques estructuralistas, etnológicos o psicológicos están adelantados respecto de nosotros. Una y otra vez se llega a la aporía de que criterios permanentes formales también son condicionados por la historia y que permanecen aplicables solamente a fenómenos históricamente delimitables. Con otras palabras: todas las categorías metahistóricas cambian en las corrientes de investigación en torno de las proposiciones históricas. Este cambio en las reflexiones pertenece a las tareas de la investigación, en especial de una antropología histórica, y en general de toda Historia
[Historie].

2

La discusión de las premisas sistemáticas de la así llamada "historia [Geschichte] en sí misma" nos conduce por sí misma a un regreso al planteamiento de la pregunta, a un giro en la necesidad de teoría de la praxis de la investigación. Un planteamiento específicamente histórico sólo de esta manera puede identificarse científicamente. Mientras el historiador recurra a dicho planteamiento de un modo inherente, respecto de los fines de la investigación, ella tendrá que desarrollar sus propias premisas teóricas.
Todas las ciencias individuales que se alejan del precepto de una experiencia histórica mundial han desarrollado sus propios sistemas determinados por el objeto. La economía, la politología, la sociología, la filología, la lingüística: todas estas ciencias pueden definirse por una misma esfera de objetos. Por el contrario, esto es muy difícil para la historia [Historie], que desarrolla sus verdaderos objetos de investigación a partir de una sistematización histórica o, en todo caso, del ámbito objetivo de una teoría determinada. En la práctica, todo es objeto de la historia, pues todo puede ser declarado a través de su planteamiento como objeto histórico. Nada escapa a la perspectiva histórica. Ya se ha señalado que la historia [Geschichte] "como tal" no tiene ningún objeto, sería pues sí misma, con lo cual no se pierde su objeto de investigación, sino que sólo se duplica lingüísticamente: "Historia [Geschichte] de la historia [Geschichte]". Con esto se aclara de qué modo la "historia [Geschichte] por antonomasia" fue originariamente una categoría meta-histórica.
Se plantea ahora la cuestión de si la ciencia histórica debe recuperar, por medio de la definición del ámbito de la objetividad, el carácter histórico, que ella tuvo hasta el siglo XVIII. Esto no es seguro. Pues nuestro concepto de historia [Geschichte] permanece aún ambivalente: las relaciones entre objetos hacen de la historia [Geschichte] una categoría histórica, que, sin objeto, permanece en una dimensión meta-histórica. La historia [Geschichte] es, como tal, un receptáculo de clasificaciones teológicas, filosóficas, ideológicas o políticas, que son aceptadas más o menos acríticamente.
Por ello mismo, quisiera restringirme a mi tesis, que puede probar la ubicuidad de la historicidad concebida como ciencia sólo cuando desarrolla una teoría del tiempo histórico, sin que tenga que perderse como inquisidora de todo en lo ilimitado. Supongo que en la pregunta por el tiempo histórico las categorías meta-históricas e históricas fueron forzadas a una convergencia. Un planteo semejante tiene un carácter tanto sistemático como histórico. Esto debe ser mostrado con algunos ejemplos.

a) En primer lugar, tenemos que remitir el tema a nuestro círculo de trabajo, la historia del concepto. Tal como nosotros la entendemos, la historia del concepto no puede entenderse sin una teoría del tiempo histórico. No nos referimos a la temporalidad de un modo general, que previamente puede darle un estilo a la historicidad y que tiene que ver fundamentalmente con la historia [Geschichte]. Sino a la temporalidad específica formulada previamente para nuestros conceptos políticos y sociales, que pueden ordenar más tarde el dictamen de las fuentes. De este modo, sólo podemos avanzar desde un registro filológico hacia una historia del concepto. Una hipótesis para nuestro léxico consiste, por ello, en los conceptos fundamentales históricos que cambiaron, en este sentido, en el uso general de las palabras mismas, el lenguaje político social desde el siglo XVIII, que desde entonces articuló "una Edad Moderna". Los coeficientes de cambio y de aceleración transforman todo el campo de significaciones y con ello la experiencia política y social. Antiguos contenidos de sentido de la topología usual aún hoy deben ser concebidos con el método histórico y traducidos a nuestro lenguaje. Un método semejante plantea un sistema de referencias aclarado teóricamente de antemano, dentro del cual todas las traducciones serán evidentes como tales. Hablo pues de lo que en nuestro círculo de trabajo es llamado Sattelzeit, cuyo carácter heurístico no puedo resaltar con suficiente eficacia, y que tematiza el cambio de lo anterior a la Edad Moderna a nuestro uso lingüístico presente.
No podemos controlar nuestra tarea si no intentamos escribir una historia filológicohistórica de la palabra en un plano comparativamente positivista. Estuvimos metidos en el tropel de las fuentes. Como mucho, podemos producir un glosario incompleto para el vocabulario político-social con el cual registremos la historia de un conjunto de palabras con contenidos de sentido diferentes o, inversamente, tengamos que seguir persiguiendo presuntos contenidos de sentido generales de palabra a palabra. Mejor dicho, una descripción de este tipo, en virtud de la cual hemos avanzado a través de la historia, necesita un indicador histórico, que sólo a partir de la suma de resultados lingüísticos nos muestra una historia [Geschichte]. La anticipación teórica de la llamada Sattelzeiten entre alrededor de 1750 y alrededor de 1850 es la que desarrolla, en este espacio de tiempo, una desnaturalización de la vieja experiencia temporal. La lenta pérdida de los contenidos de sentido aristotélico, que todavía remite a un tiempo de la historia repetible y, en este sentido estático, es el indicador negativo para un movimiento que se puede describir como el comienzo de la Edad Moderna. Todas las palabras como democracia, libertad, Estado, señalan desde alrededor de 1770 un nuevo horizonte de futuro que delimita de otra manera el contenido conceptual; los topos de la tradición ganan expectativas, que no fueron inherentes a ellos anteriormente. Un denominador común del vocabulario político-social consiste en el hecho de que surgen cada vez más criterios de movimiento. Cuán fecunda es esta anticipación se muestra en una línea completa de artículos que tematizan los conceptos de movimiento mismo, por ejemplo, sobre el progreso, la historia o la evolución. Si bien las viejas palabras son casi neologismos, desde aproximadamente 1770 ganan un coeficiente de transformación temporal. Esto ofrece un estímulo fuerte, en cambio e incluso diferente, para leer e interrogar, en lo sucesivo, viejos conceptos del lenguaje político según su carácter de movimiento potencial. La hipótesis de una desnaturalización de la experiencia del tiempo histórico, que tiene efectos en la semántica político-social, es confirmada gracias a la formación de la filosofía de la historia moderna, que integra el vocabulario.
Con otras palabras, sólo una anticipación teórica pone al descubierto el espacio de tiempo específico que abre la posibilidad general de reconstruir determinadas versiones, y de transportar nuestro léxico desde el plano de un registro positivista al de una historia del concepto. Sólo nuestra teoría transforma nuestro trabajo en una investigación histórica. Esta anticipación dio hasta ahora buenos resultados. La totalidad del ámbito lingüístico político-social se movió -por la identidad de muchas palabras- desde una tradición cuasi estática y sólo a largo plazo cambiante, a una conceptualización cuyo sentido puede revelarse en un nuevo futuro experimentado. Naturalmente, esta anticipación no tiene que probar su eficacia con todas las palabras. Recién con el fracaso de las constantes naturales de la vieja experiencia del tiempo histórico, en otras palabras, con la liberación del progreso, surge una gran cantidad de nuevas preguntas.

b) Una de las más importantes es la pregunta por las premisas teóricas de la llamada historia estructural. La respuesta sólo puede encontrarse si se pregunta por la determinación del tiempo histórico de las proposiciones que deben indicar el período. Suponiendo que si bien el tiempo histórico permanece metido en el tiempo natural, no por ello surge de él; o, contemplado de otra manera: si bien el tiempo de los relojes puede ser relevante para las decisiones políticas, las relaciones históricas no pueden medirse con el reloj o incluso pueden cambiar por completo. O, contemplado aún de otra manera: la circulación de estrellas no es más (o no es nuevamente) importante para el tiempo histórico. De este modo, estamos forzados a encontrar categorías históricas adecuadas a los acontecimientos históricos y a los procesos. Entonces, podemos aportar categorías -como las desarrolló Braudel- en la experiencia empírica si somos claros acerca de su significado teórico, y de cuál puede ser su duración. Esta reflexión nos conduce a un dilema fundamental.
Es decir, siempre empleamos conceptos que, en su origen, habían sido pensados espacialmente, pero que no tienen un significado temporal. Así hablamos, por ejemplo, de fracturas, fricciones, de la apertura de determinados elementos estables que se entretejen en la cadena de acontecimientos, o de la retroactividad de los acontecimientos en sus condiciones estables. En estos casos, nuestras expresiones proceden del ámbito espacial, casi de la geología que, sin dudas, es muy plástica y muy gráfica, pero que produce también nuestro dilema gráfico. Esto está relacionado con que la historia [Historie], en la medida en que tiene que ver con el tiempo, tuvo que tomar prestados sus conceptos fundamentalmente del ámbito de la espacialidad. Vivimos de una metáfora natural y casi no podemos escaparnos de esta metáfora del fundamento fácil porque el tiempo no es gráfico y tampoco podemos hacerlo gráfico. Todas las categorías históricas, hasta la de progreso, cuya primera categoría específicamente moderna fue la de tiempo histórico, son, en su origen, expresiones espaciales, de cuya traducibilidad vive nuestra ciencia. De este modo, la "historia" [Geschichte] incluye originariamente también una línea de significación espacial, que es remitida a la duplicación de la "historia de la estructura" cuando queremos presentar la continuidad, la duración o la larga duración como novedosos en nuestro concepto de historia.
La historia [Historie] como ciencia vive, a diferencia de otras ciencias, sólo de metáforas. Ésta es, en cierto modo, nuestra premisa antropológica, puesto que todo lo que quiere ser formulado temporalmente tiene que apoyarse en el sustrato sensible de la intuición empírica. La pérdida de intuición del tiempo puro nos conduce al centro de las dificultades metódicas sobre poder construir de alguna manera proposiciones sensatas sobre una teoría de los tiempos históricos en general. Detrás de esto acecha incluso el peligro específico de las metáforas que de un modo tan ingenuo soportamos en nuestra investigación histórica. Pues tenemos que depender de la inspiración del uso lingüístico cotidiano o de otras áreas científicas. La terminología prestada y la coacción de las metáforas, puesto que el tiempo mismo no es intuido, necesitan reaseguros metódicos permanentes, que remiten a una teoría del tiempo histórico. Esta reflexión debe llevarnos ahora nuevamente a la pregunta por la "duración".
Evidentemente, hay sucesos que a largo plazo se imponen, de igual modo si son combatidos o si son fomentados. Por ejemplo, se puede poner en duda el rapidísimo ascenso industrial después de la revolución del 48, es decir, si dicho ascenso tuvo lugar debido a, o a pesar de, la malograda revolución. Hay argumentos a favor y en contra, no tienen que ser ambos concluyentes. Pero ambos traen un indicador para ese movimiento que se plantea a través de todos los campos políticos de la revolución y de la reacción. Así es posible que la reacción quizá tenga un efecto más revolucionario en este caso que la revolución misma.
Si la revolución y la reacción son al mismo tiempo indicadores para uno y el mismo movimiento, que se alimenta de ambos campos y que ha sido impulsado por ambos, este par ideológico de conceptos indica aparentemente un movimiento perpetuo de duración, un progreso de estructura a largo plazo irreversible, que supera los pro y los contra políticos de la reacción y de la revolución. También el progreso mismo es por ello más que una pura categoría ideológica. También la categoría del medio razonable, tan remanida en el pasado, sólo se puede pensar con más sentido si se introduce un coeficiente de transformación duradero. En la libertad de acción del movimiento pre-dado no se puede aprehender ningún medio razonable, dicho movimiento llega a oscilar necesariamente entre la "derecha" y la "izquierda". Su sentido sólo se transforma con el tiempo. Las metáforas espaciales, si uno se interroga sobre su significado temporal, obligan a prerreflexiones teóricas. Recién cuando uno realizó dichas prerreflexiones se puede definir qué quieren decir duración, retraso o aceleración, por ejemplo, en nuestro caso del proceso de industrialización.

c) La destrucción de la cronología natural nos lleva hacia un tercer punto. La línea cronológica, a lo largo de la cual se movió a veces nuestra historia [Historie], puede descubrirse de este modo fácilmente en comparación como una ficción.
En otros tiempos, el curso temporal ofreció el sustrato inmediato de los sucesos posibles en general. Ordenó, astronómicamente, lo sagrado y el calendario de las dinastías. El tiempo biológico suministró el marco para la sucesión de los príncipes, del cual dependió -de un modo simbólico hasta 1870- la reproducción de los títulos legales en las guerras de sucesión. Todas las historias siguieron atadas a la 'naturaleza' y a las circunstancias biológicas. La inclinación mitológica del tiempo astrológico y cósmico pertenece al mismo ámbito de la experiencia que no trajo consigo, en la era prehistórica, nada a-histórico. Pero desde que la tríada de Edad Antigua, Edad Media y Edad Moderna articula la sucesión cronológica, y articula de un modo tácito nuestro completo funcionamiento de las ciencias, sucumbimos a un esquema mítico. Es evidente que este esquema no le aporta nada a la relación de duración y de acontecimiento. Más bien tenemos que aprender a descubrir la simultaneidad de lo que no es simultáneo en nuestra historia [Geschichte], puesto que finalmente ello pertenece a nuestra propia experiencia, que nosotros tenemos como contemporáneos que aún vivimos en la edad de piedra. Y ya que hoy vuelve sobre nosotros la vasta problemática de los países desarrollados, se hace imprescindible entender la no simultaneidad de la simultaneidad teórica y seguir el correspondiente planteamiento. La aparente pregunta meta-histórica por las estructuras del tiempo histórico confirma continuamente su relevancia para la cuestión de la investigación concreta. A esto pertenece también:

d) la importancia del conflicto histórico. Todo proceso histórico sólo es impulsado mientras los conflictos en él contenidos son irresolubles. En cuanto un conflicto se resuelve, ya pertenece al pasado. Una teoría del conflicto histórico sólo puede desarrollarse suficientemente si logra poner de relieve las cualidades inmanentes del tiempo. Así son elaborados, generalmente, los conflictos historiográficos que presentan a los adversarios como sujetos firmes, como autoridades fijas, cuyo carácter ficticio es transparente. "Hitler" y "Hitler en nosotros". El sujeto histórico es una autoridad casi inexplicable: se piensa en la personalidad célebre o en el pueblo, que no es menos vago que la clase, en la economía, en el Estado, en la iglesia y en abstracciones o potencias similares. Quizá sólo se puede comprender de un modo psicológico cómo se llega a las "fuerzas efectivas" y a reducirlas a ser un sujeto. Se plantea la cuestión temporal por semejantes sujetos resolviéndose así muy rápidamente, y planteándose que la relación intersubjetiva es el verdadero tema de la investigación histórica. Pero una relación tal sólo puede describirse temporalmente. La desustancialización de nuestras categorías nos conduce hacia una temporalización [Verzeitlichung] de su significado. Así, por ejemplo, nunca se puede esbozar la escala de las posibilidades pasadas o futuras a partir de un único protagonista de la acción o de una unidad argumental. Una escala semejante rápidamente remite más bien a los adversarios, que pueden expresar así las diferencias temporales, las fracturas o las tensiones de la tendencia en un nuevo sistema de realidad. De repente entran así en juego relaciones temporales y factores de aceleración y desaceleración diferentes. Si se tematizan períodos de tiempo largos, medios y cortos, es difícil producir relaciones causales entre tales capas temporales. Es recomendable aquí trabajar con hipótesis que aporten constantes que se puedan usar para medir valores variables, lo cual no impide ver las constantes por su parte en dependencia de valores variables u otros valores constantes. Un relativismo histórico semejante me parece consecuentemente pensado para concluir el método funcional. Esto descarta el regreso al infinito. Si se hacen las diferencias temporales en la relación así tematizada intersubjetivamente, es difícil aferrarse a la supuesta cientificidad de la relación causal a la que estamos acostumbrados. Nos hemos interrogado sobre esto una y otra vez en el pasado para finalmente terminar en la absurdidad lineal de la pregunta por el origen. Detrás de la deducción directa de las respectivas precircunstancias inmemoriales, se esconde quizá una secularización de la doctrina cristiana de la secularización, que, impensadamente, sigue viva.
Las categorías de la espontaneidad, de la unicidad histórica y de las fuerzas históricas, concebidas originariamente en relación con un tiempo histórico genuino, fueron atadas muy rápidamente, en el marco de la práctica de investigación del siglo XIX, a sustancias de la 'personalidad', del pueblo, de la clase, de ciertos estados etc. De este modo, fueron posibles todas las proposiciones históricas ingenuas que hoy nos hacen reír: sin embargo, detrás de ellas aguarda una dificultad, sobre la cual yo querría llamar la atención, sin poder permitirme un juicio propio. Opino:

e) la línea de tiempo. Schumpeter dijo una vez que él sólo podía producir proposiciones con sentido histórico si se podía establecer una comparación suficiente en la profundidad temporal. Pero comparaciones fundadas en líneas de tiempo presuponen un sujeto pensado como continuo, en comparación con el cual se puedan leer las transformaciones. Me parece que tales sujetos pensados como continuos sólo se pueden aportar hipotéticamente.
En este contexto, quisiera advertir sobre la New Economic History. Me parece que lo interesante de su consideración histórica es, si juzgo correctamente los trabajos de Fogel, que, con la ayuda de premisas teóricas que no son lo característico de nuestra ciencia, se logró ganar sin embargo un conocimiento genuinamente histórico. Fogel demostró, a causa de sus intereses por la teoría, poder refutar el famoso argumento según el cual, antes del inicio de la guerra en los Estados Unidos, el trabajo de esclavos era económicamente poco rentable. Los números fueron empíricamente verificados con el resultado de que con la migración este-oeste mejoró la racionalidad del trabajo de negros. Por medio de semejante reconocimiento se aumenta enormemente por negaciones la importancia moral de la propaganda liberal. Pues en la medida en que, en tanto la presunta demostración económica, de la cual se valieron naturalmente de un modo subsidiario los liberales, pierde fuerza, gana terreno la eficacia del argumento puramente moral de que ningún hombre puede ser esclavo.
Aquí tenemos un ejemplo de cómo, gracias a una teoría que excluye ciertos datos de su consideración, fenómenos determinables se acercan tanto más al centro de atención. Aun más: la exclusión de las preguntas seguras puede encontrar respuestas bajo premisas determinadas teóricamente, en las que no se encontraría nada más -ésta es una clara prueba de la necesidad de teoría en nuestra ciencia-. Se supone que de los ejemplos anteriores se sigue una obligación por la formulación de teorías -y semejantes teorías no deben limitarse de ningún modo a la estructural temporal-, y que nosotros debemos ser conscientes del excelente carácter hipotético de nuestro método. Esto debe ser justificado a continuación. Debemos estar atentos respecto del uso ingenuo de las categorías históricas y respecto de una crítica también ingenua de estas categorías.

f) Nuestra ciencia trabaja bajo el mandamiento tácito de la teleología. Todos conocemos un libro que hoy tiene mala reputación, la Historia del Siglo XIX, de Treitschke. En él, Treitschke demuestra el camino glorioso de la historia prusiana que había llevado a la unificación de la pequeña Alemania. En esto Treitschke implementa una teleología que ordena y dirige, como un imán, la abundancia de sus pruebas de actas. La unificación de la pequeña Alemania era la premisa ex post, según la que leyó sus fuentes. Al mismo tiempo admitió abiertamente la sujeción a ubicación de sus declaraciones. Y en el prólogo da a entender que no tiene ninguna otra intención que demostrar que tuvo que pasar como pasó, y que quien aún no lo entendió lo aprenda a través de su libro. Este dédalo de declaraciones contiene tres teoremas:
i. El principio teleológico cómo regulador de sus declaraciones y como principio de clasificación para la selección de fuentes.
ii. La condicionalidad de ubicación admitida conscientemente y
iii. la seguridad de la filosofía de historia, con la que Treitschke reclama tener la historia [Geschichte] en general de su parte.
Escribió entonces una historia de ganadores, los cuales reproducen desde su propio éxito la historia mundial como un tribunal mundial. Estos tres teoremas, el contar con la historia de su parte, el principio teleológico como regulador de análisis de fuentes y el condionamiento de la ubicación del historiador, no son tan fáciles de atacar como uno podría creer, acusando a Treitschke de parcialidad o de nacionalismo.
Si todos los historiadores quedan atados a su situación, solamente pueden hacer reflexiones en perspectiva. Pero éstos evocan causas finales. Los historiadores escasamente pueden escaparse de ellas y si lo descuentan, solamente se entregan a esa reflexión que les enseña qué es lo que realmente hacen. La dificultad se encuentra no tanto en la causalidad final utilizada como en la aceptación ingenua de ella. Para cada evento, pues, que ha ocurrido a lo largo de la historia, se pueden conseguir todas las causas que uno quiera. No existe ningún acontecimiento que no se pueda explicar. Quien se da con explicaciones causales siempre encuentra razones para lo que quiere demostrar. En otras palabras, precisamente en la deducción causal de acontecimientos no se encuentra ningún criterio para la veracidad de las declaraciones. Así también Treitschke pudo conseguir pruebas correspondientes a sus tesis. Y si uno hoy lee las mismas fuentes bajo otros puntos de vista, si bien es verdad que la ubicación política de Treitschke es anticuada, no lo es la premisa teórica de ella que provocó la causalidad que él buscaba. Debemos tener cuidado con esa salvedad, cuando intentemos defendernos, mediante la crítica ideológica, de las explicaciones finalistas.
Cada historia [Historie], siendo ex post, tiene obligaciones finalistas. No se puede escapar de ellas. Pero sí se puede, introduciendo hipótesis que aporten por ejemplo posibilidades pasadas, salir del esquema de adición causal y arbitrariedad narrativa. Visto de otro lado, el perspectivismo es soportable solamente si no es desguarnecido de su carácter hipotético y, de este modo, revisable. O, expresado con mayor severidad: todo se deja explicar, pero no todo por todo. Qué explicaciones son admisibles y cuáles no sólo no es una cuestión de las fuentes predeterminadas, sino, en primer lugar, de las hipótesis que hacen hablar a estas fuentes. La relación entre totalidad, selección e interpretación de fuentes se puede clarificar únicamente por una teoría de la historia [Geschichte] posible, y así de ciencia histórica posible.
Fue probablemente Chladenius quien reflexionó por primera vez sobre la condicionalidad de ubicación como premisa de nuestra investigación. Chladenius escribió una teoría de la ciencia histórica, de concepción prehistórica, que contiene algunas sugerencias que llevan más allá de la histórica [Historik] de Droysen. Por su lenguaje lacónico y doctrinal lamentablemente aún no ha sido reeditada, pero sigue siendo una mina de percepciones no afectada por el historicismo. Chladenius definió todas las declaraciones históricas como declaraciones abreviadas sobre la realidad pasada: "Una narración con abstracción completa de su propio punto de vista no es posible". Solamente que Chladenius no relativizó históricamente el "punto de vista" ni interpretó la formación de ideas como revisable. Por eso creía que reconocía una realidad coagulada en el área del objeto del pasado. Pero las declaraciones acerca de eso estaban, según su opinión, bajo una presión de rejuvenecimiento puesto que la totalidad pasada nunca era completamente reproducible. El término de "declaraciones rejuvenecidas" ahora era pensado temporalmente, y ya no espacialmente. Para él, lo "joven" es lo que está presente, y lo pasado fue interrogado bajo esta perspectiva de progreso epistemológicamente formal. La historia [Geschichte] se vuelve visible solamente a través de la lente del presente. Esta forma de teleología se abstiene de un criterio de dirección que es buscado en el horizonte de la filosofía de la historia.
El tercer teorema que Treitschke propuso, el de tener la historia [Geschichte] de su parte, es una ficción ideológica. Esta ficción vive de la categoría de necesidad, que Treitschke introduce tácitamente para describir como inevitable el transcurso de la historia alemana hacia un imperio de la pequeña Alemania. Detrás de la determinación de necesidad se esconde una tautología trivial, utilizada no solo por Treitschke sino que todos los historiadores remiten a ella. Identificar un suceso como necesario no significa otra cosa que una doble declaración acerca del mismo suceso. Formular que algo sucedió y formular que sucedió necesariamente es ex post completamente idéntico. Con la declaración adicional según la cual un suceso ha tenido que suceder, se justifica una cadena de causalidad de carácter ineludible del suceso, una necesidad, que finalmente resulta de la omnipotencia de Dios, en cuyo lugar se sitúa el historiador.
Desde otro punto de vista, con la categoría de necesidad encubrimos siempre la obligación de construir hipótesis, únicamente con las cuales pueden establecerse relaciones de causalidad. Podemos animarnos a hacer declaraciones de necesidad mientras las formulamos con salvedad. Solamente en el marco de premisas aportadas hipotéticamente se dejan concebir causas irrefutables, lo que no descarta que, por el planteamiento de otros problemas, se conviertan en el objeto de consideración causas completamente distintas. La veracidad de las interpretaciones de fuentes no es asegurada solamente por la disponibilidad de fuentes, sino, en primer lugar, a través del planteamiento de la pregunta teórica por una historia [Geschichte] posible.
De allí que no se puedan zanjar las preguntas teleológicas ni la sujeción a ubicación del interrogador, sino que toda necesidad, supuesta como declaración real, está sujeta a nuestra crítica. Esta crítica también remite a determinaciones temporales. Se dirige contra la unicidad y la rectitud del transcurso histórico, que en algún modo representan también una secularización de la providencia, una providencia que en nuestro caso está escondida todavía en la declaración de necesidad ineludible. Una teoría de tiempos históricos, que sea adecuada a la realidad histórica compleja, necesita de declaraciones en varios estratos.

g) Esto nos lleva a la discusión conocida sobre la monocausalidad marxista (vulgar), dentro de la cual los historiadores occidentales usualmente creen poder asegurarse su superioridad. Es posible dar vuelta fácilmente el reproche de que la historia no se puede interpretar de forma monocausal. Pues no dice nada sobre la calidad de mis consideraciones históricas si introduzco una causa, dos, cinco o una cantidad infinita. Hipotéticamente se pueden hacer declaraciones muy razonables con un esquema monocausal -recuerdo los libros de Schöffl er, cuya abundancia de conocimientos se basa en muchos casos en explicaciones monocausales-. Precisamente ahí se encuentra su fertilidad o su sorpresiva precisión. Cuando los marxistas presentan construcciones monocausales, por ejemplo, cuando demuestran las dependencias que tiene la así llamada superestructura de la así llamada infraestructura, utilizan un procedimiento legítimo bajo la premisa de la formación de hipótesis. Pues el reparo que realmente se puede poner a los marxistas no se encuentra en la monocausalidad como una posible categoría histórica, sino, en primer lugar, en el hecho de que esta categoría es empleada ingenuamente -aunque justamente aquí están de acuerdo con la mayoría de nuestros historiadores-, pero, en segundo lugar, y este reparo es mucho más grave, en el hecho de que frecuentemente tienen que formular sus declaraciones como receptores de órdenes y no pueden cuestionarlas críticamente. Así que el reparo a la monocausalidad es -bien examinado- un reparo a la falta de conciencia de hipótesis y se dirige -en un nivel metódicamente distinto- contra el compromiso político a mandamientos. La refl exión sobre sujeción a ubicación y determinación de destino es politizada y escapa a un autocontrol científico. De este modo, se toca naturalmente un problema delicado; todo el mundo conoce el doble sentido en el que se debe mover por ejemplo la historia [Historiographie] comunista. Por otro lado, el apego partidista y la presión cambiante, según situaciones cambiantes a modificación de destino y autocrítica en el campo marxista, nos dirigen a una problemática que tenemos que recordar. Con ello llego a la parte final.

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Es una ventaja específicamente política del campo comunista que la relación entre teoría y práctica es reflexionada, a cada momento, en el funcionamiento científico presente allí. Por más justificados que estén los reparos que se dirigen a las normas historiográficas por el partidismo político en los países marxistas, no nos deben hacer olvidar que cualquier historiografía ejerce un cargo público.
Sin embargo, hay que hacer una distinción entre el cargo político que una ciencia puede tener y la respectiva implicación política que tiene o que no tiene. Las ciencias naturales puras por ejemplo no tienen implicaciones políticas en su tema. Sus resultados son universalmente comunicables y por sí mismos apolíticos. Pero esto no impide que el cargo político de estas ciencias -recuerdo la utilización de la física atómica o de la bioquímica- pueda ser mucho más importante que el de las ciencias humanas y sociales. En cambio, la ciencia histórica ejerce siempre un cargo, si bien éste cambia. Según si es practicada como historia eclesiástica, jurídica o de la corte, si es practicada como biografía política o historia universal, cambia su lugar social y así también el cargo político que ejercen sus resultados obtenidos científicamente. Así, la implicación política de la investigación histórica no es suficientemente definida. Depende de la cuestión que persiga una línea de investigación. Suena trivial, pero hoy en día hace falta recordar que temas de la historia musical no incluyen problemas políticos del mismo modo que los incluyen los de la historia diplomática. Tampoco la reducción ideológica de toda actividad histórica a intereses políticos puede sustituirse por la identificación científica del respectivo método y de los resultados obtenidos a través suyo. Función política e implicaciones políticas no coinciden. Quien borra la distinción, convierte la historia en una enseñanza de cosmovisión, le roba su tarea crítica que puede (pero no debe) tener para los problemas políticos.
Nos apartamos ahora de nuestro problema inicial de las premisas teóricas que nos dirigieron en el camino hacia las fuentes. Nos apartamos de la pregunta de si estamos obligados a formar hipótesis, y seguimos ahora el camino que nos lleva de vuelta a las fuentes al público, el camino en que los marxistas siempre reflexionan y que en nuestro caso es, por lo general, seguido ingenuamente o solamente evocado verbalmente. Nos enfrentamos así al problema remanido de la didáctica, que seguramente es capaz de una discusión científica análoga, igual que nuestra investigación particular. Pues supongo que solamente se puede hablar de manera sensata sobre la didáctica de la historia si la historia revela como ciencia sus propias premisas teóricas. Entonces puede resultar que el disgusto por la historia como materia de colegio tenga las mismas raíces que la falta de capacidad de reflexionar dentro de nuestra ciencia. Visto del lado positivo: si nos enfrentamos a la obligación de formular teorías, se van a imponer consecuencias didácticas, que la así llamada didáctica misma no puede encontrar.
Mientras durante un siglo y medio refinamos nuestros recursos fiológico-históricos y aprendimos a dominarlos perfectamente, los historiadores dejaban demasiado fácilmente que los respectivos poderes trazaran su camino de regreso de las fuentes a lo público. Precisamente los grandes éxitos en el nivel positivista apoyaban una arrogancia que era especialmente susceptible a ideologías nacionales.
El camino de regreso de la investigación de fuentes al ámbito público tiene varios alcances: permanece, en comparación, cerca de la investigación dentro de la universidad, lleva más lejos en el colegio, además alcanza el ámbito público de nuestros espacios de acción políticos y finalmente el ámbito público en el círculo global de receptores de declaraciones históricas. Aquí debemos recordar que todas las declaraciones históricas pueden reproducir circunstancias pasadas solamente de forma reducida o estrecha, porque la totalidad del pasado no se puede reconstruir, ha pasado irrevocablemente. La pregunta por cómo fue algo realmente se puede contestar en sentido estricto solamente si se presupone que uno no formula resfactae sino resfictae. Pues una vez que el pasado como tal ya no es recuperable, uno está obligado a reconocer el carácter ficticio de la realidad pasada para poder asegurar teóricamente sus declaraciones históricas. Comparado con la infinidad de totalidad pasada, que ya no nos es accesible como tal, cualquier declaración histórica es una reducción. En los alrededores de una epistemología ingenua-realista, todas las obligaciones a reducir son obligaciones a mentir. Pero se puede desistir de mentir si uno sabe que la obligación a reducir es una parte inherente de nuestra ciencia. Hay allí una implicación política, así la didáctica también obtiene su lugar legítimo en el área de la ciencia histórica. Debemos preguntarnos permanentemente qué es hoy, qué puede ser y qué debe ser la historia [Geschichte] para nosotros: en la universidad, en el colegio y en la sociedad. No es que la investigación tenga que ordenar sus metas política y funcionalmente desde afuera, pero tenemos que advertir las implicaciones políticas que tiene o no tiene nuestra investigación; tenemos que darnos cuenta, por consiguiente, del tipo de proposiciones que debemos desarrollar. Entonces la función política que la historia [Historie] siempre tiene, o debería tener, se puede determinar mejor por la ciencia histórica [Geistwissenchaft] misma. Es importante disolver la aporía del historicismo, que estaba convencido de que ya no se podía aprender de la historia [Geschichte], aunque la ciencia histórica figuraba [Geistwissenchaft] como parte de la teoría.

Notas

*Traducción: Julián Fava y Nick Kaiser.

1A propósito de la ambigüedad semántica entre los términos Historie y Geschichte remitimos a la exposición del propio Koselleck: "En el ámbito lingüístico alemán se produjo un deslizamiento semántico que vació de su sentido al viejo topos o, al menos, impulsó este vaciamiento. La palabra extranjera Historie, que había obtenido carta de naturaleza alemana y signifi caba prevalentemente la relación, el informe (Bericht), la narración de lo sucedido y especialmente las ciencias históricas fue relegada visiblemente en el curso del siglo XVIII por la palabra Geschichte. La marginación de la Historie en favor de la Geschichte se realizó aproximadamente a partir de 1750 con una vehemencia medible estadísticamente. Pero Geschichte signifi ca en primer lugar el evento (Begebenheit) o una serie de acciones efectuadas o sufridas, cometidas o padecidas; la expresión se refi ere más bien al mismo acontecer que a su informe. Ciertamente, y ya desde hace tiempo, la Geschichte incluía en su significado también el informe, así como, a la inversa, la Historie indicaba el acontecimiento mismo [...]. Cuanto más convergían la Geschichtecomo acontecimiento (Ereignis) y como representación (Darstellung) tanto más se preparaba lingüísticamente el giro trascendental que debía conducir a la filosofía de la historia del Idealismo. La Geschichtecomo nexo entre acciones se fusionó con su conocimiento. La afirmación de Droysen de que la Geschichtesólo es el saber de ella misma es el resultado de esta evolución. Esta convergencia de un doble sentido obviamente modificó también el significado de una Historie como magistra vitae", en Vergangene Zukunft, Frankfurt, Suhrkamp, 1979, pp. 47-48 [ed.         [ Links ] esp. Futuro pasado, Barcelona, Paidós, 1993, p. 50].         [ Links ] A lo largo del texto indicamos entre corchetes de cuál de los dos términos se trata [N. de los T.].

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