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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.2 Bernal Dec. 2010

 

DOSSIER

Para una historia de la literatura argentina: orígenes, repeticiones, revanchas

Alejandra Laera

Universidad de Buenos Aires / CONICET

Quizás pocas hipótesis hayan sido más seductoras para la crítica literaria y cultural argentinas como la de David Viñas cuando afirma que la literatura nacional emerge con una violación. La escena inaugural se encuentra hacia 1838, propone Viñas, en "El matadero" de Echeverría: en el cuerpo vejado por los mazorqueros del joven unitario para quien la muerte forma parte de la resistencia. La escena reaparece, con mínimas variantes pero aprovechando todo su potencial simbólico, en el final de Amalia (1851-1855), cuando los federales entran a la fuerza al tocador de la protagonista y manchan y destrozan sus pertenencias. Y también, no es difícil darse cuenta aunque Viñas en principio no lo mencione, está en el comienzo del Facundo (1845), en ese cuerpo lleno de cardenales donde los hombres de la Mazorca han inscripto, según el relato autobiográfico que hace allí Sarmiento, las marcas de la barbarie. La imagen de la violación, y probablemente en ello radique su atractivo, permite pasar rápidamente del plano literal al metafórico a la vez que atravesar todos los niveles: violación de los espacios y de los cuerpos, violación como transgresión de las costumbres y de la lengua, y sobre todo, la violación como ilustración privilegiada del conflicto entre clases.
Es preciso hacer acá un señalamiento acerca de la operación crítica de Viñas y el modo en que, en última instancia, sustentada en su historicismo, la consideración de los tonos, estilos o formas de la literatura queda subsumida en una perspectiva contenidista. Se trata siempre de la representación de la violación, con toda su potencialidad metafórica, en tanto es lo que habilita un doble juego crítico: la representación de la violación devuelve, como reflejo invertido de la literatura, la mirada y la violencia que una clase (la élite, la oligarquía) ejerce sobre otra (el pueblo, las clases populares); o dicho de otro modo: en el revés de trama -para usar una expresión predilecta de Viñas- de la representación literaria se revelaría la verdad de las relaciones entre clases sociales. En definitiva, la escena de la violación, su representación literaria y su detección crítica, viene a facilitar, mejor que otro motivo, matriz o metáfora, el pasaje entre la literatura (argentina) y la realidad (política).
Viñas reafirma la hipótesis de la violación fundacional al abrir con ella la cuarta y última edición de su libro más importante: Literatura argentina y realidad política, titulado Literatura argentina y política desde su tercera edición de 1995. Como si corrigiera un lapsus crítico, parece hacerse cargo del modo de leer su obra que ha sido dominante para los estudios literarios y culturales en las últimas décadas y según el cual la violación es la matriz principal de su aparato interpretativo. Así, le agrega al libro una introducción donde repone una idea que, pese a lo que se supone, no está en la edición original de 1964. Porque allí Viñas no dice que la literatura argentina emerge de una violación sino, en cambio, que es la historia de una voluntad, voluntad nacional proclamada por los románticos de la generación de 1837 (cuyo complemento, en términos netamente historicistas, es la afi rmación de que la literatura nacional empieza con Rosas). De la voluntad a la violación, el desplazamiento no resulta menor ni un simple añadido.
Porque la violación, en tanto matriz metafórica, no sólo está ausente del libro que Viñas ha elegido para actualizar con un ritmo periódico su interpretación de la literatura argentina a través de sucesivas reediciones, sino que también lo está de su publicación en 1982 por el Centro Editor de América Latina y de la que en 1995-1996 hace con varios cambios y agregados, en dos volúmenes, Sudamericana; es decir que recién se incorpora en la del 2005, también en dos tomos, de Santiago Arcos. Sin embargo, ya en 1971 la metáfora había aparecido, por primera vez, en una versión parcial del libro, la tan extraña como coyuntural Literatura argentina y realidad política. De Sarmiento a Cortázar, que publica Jorge Álvarez y que con los años se nombraría, para diferenciarla de la original, simplemente con su subtítulo. Allí Viñas combina los dos primeros capítulos del libro del 64, dedicados respectivamente a los viajes a Europa y a la relación entre "niños y criados favoritos", con una extensa primera parte en la que ensaya una tipología del escritor argentino a lo largo de los siglos XIX y XX.1 Por lo tanto, lo que en la primera edición de Literatura argentina y realidad política aparecía al comienzo y como idea fundacional de la literatura argentina ("La literatura argentina es la historia de la 'voluntad nacional'"),2 en esa suerte de recomposición que es De Sarmiento a Cortázar sólo aparece como inicio de uno de los capítulos, mientras el comienzo es el contundente "La literatura argentina emerge alrededor de una metáfora mayor: la violación" (p. 15).
Es ese libro, entonces, el de los años 70, el que provocó un impacto ineludible en la imaginación crítica y lanzó a la circulación una idea, una matriz, una metáfora, una "mancha temática", en palabras de Viñas, que, además de prescindir de su soporte textual y hacer su propio camino, opacó el otro motivo que habría sido fundacional para la literatura argentina, la voluntad.
Tanto es así que, pese a yuxtaponer Viñas los dos comienzos en la última reedición de Literatura argentina y política, los lectores han insistido en enfatizar el efecto fundacional de la metáfora de la violación a la vez que desatender el significado de la voluntad. Un par de observaciones más en relación con esta -parafraseando el título de la primera parte de su propio libro- "constante con variaciones" que es Literatura argentina y realidad política. Pese a la tardía incorporación que hace allí Viñas de la metáfora con la que abre De Sarmiento a Cortázar, la violación sí aparece como el núcleo de un artículo periodístico de 1990: "Los hechos fundacionales de nuestra literatura son violaciones -arranca el texto-, en un sentido amplio".3 Se detiene en Echeverría y Mármol, agrega esta vez a Sarmiento y postula su reiteración a lo largo de la historia literaria nacional. "¿Ejemplos? Sobran", declara Viñas: Cambaceres, Fray Mocho, Lugones, Payró, Borges, Cortázar… En todos ellos, o por lo menos en alguna de sus obras, se verificaría la superposición entre mirada y violación (la "mirada violatoria") propia del modelo surgido con los románticos y cuya potencia llegaría hasta finales del siglo XX. Otra observación nos reenvía a la edición de Literatura argentina y realidad política de 1995-1996, en la cual, pese a la cercanía con el artículo, no se incorpora todavía ese cambio pero sí aparece una sustitución significativa: la categoría de voluntad nacional es reemplazada por proyecto nacional. Del voluntarismo individual y generacional al proyecto que, en su triunfalismo, contendría por anticipado el futuro argentino, el cambio acompaña el hallazgo de las constantes históricas y literarias que van de comienzos del XIX a la actualidad, haciendo posible, por ejemplo, que Héctor Tizón se aproxime a Lugones por medio de la fi gura de "hidalgo provinciano". Un último detalle sobre el que quiero llamar la atención para pensar las idas y vueltas en la historia de Literatura argentina y realidad política. Tanto en el artículo del 90 como en la última reedición de libro en 2005, Viñas remite la idea de la violación a un texto anterior: "planteamos alguna vez", "escribí allá por 1960", indica respectivamente, y se acerca así cada vez más al original de 1964 antes que a la versión De Sarmiento a Cortázar de 1971. Hay en Viñas, en ese sentido, una obsesión por la búsqueda de los orígenes y por la repetición como operación crítica que recorre no sólo su lectura de la literatura argentina sino también la concepción y el armado de su propia obra.4
Más allá de su importancia para el campo cultural argentino en la segunda mitad del siglo XX, del necesario giro que provocó oportunamente en los estudios literarios y del increíblemente anticipador repertorio de temas y tópicos que puso a disposición Literatura argentina y realidad política, los cambios y los desplazamientos alrededor de la detección de un origen y de la repetición ponen en juego ciertos supuestos y efectos de lectura que sería importante deslindar de la potencia que todavía mantiene.
Al diluirse la voluntad de los románticos en la materialización de un origen marcado por la violencia del otro encarnada en el propio cuerpo, lo que se hace explícito es que la literatura argentina no puede considerarse una búsqueda en sí misma sino, por su relación originaria y absorbente con la política, un comentario de la realidad.5 Y al condensarse ese origen en una escena fundacional que se repite hacia adelante con mínimas variantes, se trata de una literatura (o mejor: de una historia de la literatura) que difícilmente logre escapar a su función de comentar la política, como si esa función fuera intrínseca a su condición nacional. Esa combinación entre el doblez (el doble origen, la literatura como el doble de la política, el revés de trama) y lo cíclico (la repetición, la constante con variaciones, el esquema de inicio, apogeo y crisis, la fórmula "de… a") activa, a pesar del historicismo con el que Viñas deja atrás la versión evolucionista de la literatura nacional de Ricardo Rojas, una suerte de esencialismo idiosincrático que parecía superado largamente por una perspectiva dialéctica. Es que el esencialismo de corte nacional resuena, en definitiva, cuando la literatura es condenada a narrar una y otra vez su origen, a repetirse, a contar diferentes versiones de la misma escena.6 En otros términos: el esencialismo acecha en el "revés de trama" del denuncialismo que practica Viñas.
Como corolario, el relato que impone Literatura argentina y realidad política no sólo termina resultando casi tan unívoco como el de la propia literatura a la que viene a desmitificar, sino que, en contra de su propio gesto develador, denuncialista, excluye o neutraliza el efecto político de todos aquellos textos que, más allá de los contenidismos, interpelan con las reglas de juego propias de la literatura a las series -y uso este concepto adrede, para no salir de un marco teórico afín a Viñas- no literarias (de las vanguardias, digamos, a Manuel Puig, pero también antes, en el siglo XIX, el Martín Fierro en tanto poesía gauchesca). Más todavía: ¿acaso la insistencia en este relato -cuya construcción, como señalé, Viñas siempre remite a sus escritos iniciales- no sacrifica la lectura de Roberto Arlt, a quien con un par de seudónimos le había dedicado algunas instigantes notas en el número de homenaje de Contorno y cuya presencia en el libro prácticamente se reduce a un epígrafe?7 Y finalmente, como posibilidad: ¿por qué no pensar la literatura argentina y (o con) la política en las dislocaciones, en vez de hacerlo únicamente en las constantes?
La versión ampliada de Literatura argentina y (realidad) política (1995-1996 y 2005) -en la que definitivamente el escritor, y no sus textos, es el objeto de la crítica- tiene, entre otros agregados, una parte final ("Y después") dedicada a Ezequiel Martínez Estrada y a Rodolfo Walsh. Así, podría decirse a simple vista, Viñas parece introducir una inflexión en su programa de lectura, en la medida en que propone un cierre alternativo al de las "constantes con variaciones".
De dos modos diferentes, sin embargo, ambos textos reenvían a lecturas anteriores. Y de modos diferentes, también, aunque complementarios, se articulan con el yo del propio Viñas. "Martínez Estrada, de Radiografía de la pampa al Caribe" vuelve al número que le había dedicado Contorno, donde él mismo había colaborado con dos artículos en los que por primera vez aparecían, claramente, la importancia de la mirada para leer la relación del escritor con el mundo, la organización historicista de la literatura y la función denuncialista de la crítica.8 El nuevo acercamiento a Martínez Estrada se inicia en primera persona con un fuerte ajuste de cuentas con los compañeros de la revista y con una explícita identificación con el escritor, que tiene un incontestable efecto sobre la propia fi gura de Viñas: la exhibición de su trayectoria, de 1954 a 2005, como una constante cuyas variaciones serían las reescrituras de un mismo libro.
Por su parte, "Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra" reenvía a la metáfora de la violación, o sea a De Sarmiento a Cortázar y al artículo periodístico del año 90, antes de -no está demás recordarlo- su incorporación como escena fundacional en la última edición. Es decir: antes de reescribir el comienzo de Literatura argentina y realidad política a partir de la violación, Viñas usa la misma idea para cerrar y clausurar su historia de la literatura:

No postulo aquí la comunión de los santos. Pero tanto en su travesía como en su producción, Walsh, no sólo descalifica la teoría de los dos demonios que equipara de manera simétrica y fraudulenta la subversión libertaria con el terrorismo de Estado, sino que, a la vez, reactualiza "la violación" mediante la cual El matadero y la Amalia inauguran con perfiles propios a través de una mutación de la literatura argentina. Claro: pero invirtiendo la violencia que si en Echeverría y en Mármol se producía desde los de abajo hacia el cuerpo y la vivienda de los señores, en 1977 se ejecuta desde el Poder en dirección a un escritor crítico.

Doble inversión de la violencia: el cuerpo del escritor está ahora donde antes estaba la mirada, mientras el poder ha subsumido a "los de abajo" en su brutalidad frente al escritor, pero, sobre todo, la violación, aun manteniendo su dimensión metafórica, ha pasado del plano ficcional al plano real: de la escena representada a la escena vivida. En ese plano real, justamente, es donde el crítico se encuentra con su objeto de estudio. Ahí, precisamente, Viñas se encuentra con Walsh: "Una vez me invitó Walsh a vivir en su casa del Tigre"; ahí las sombras de Lugones y de Quiroga, los escritores suicidas, se mezclan en la conversación sobre Eva Perón y el Che, y ahí, también, se tejen los recuerdos en común sobre los colegios de curas. El giro autobiográfico que cierra la crítica de Viñas, con Martínez Estrada y con Walsh en los papeles de maestro y de par fraternal, lo convierte en otro "fuera de lugar", en otro "heterodoxo".
Si algo diferencia la perspectiva de cierre que asume la reescritura de Literatura argentina y realidad política a más de treinta años de su salida, en ese ciclo que una década después, en la última edición, ya empieza y termina con la metáfora de la violación para exhibirse completo, es que el denuncialismo ha logrado su objetivo. Inscripto a la vez en el cuerpo del escritor y en la letra del crítico por la vía de la aproximación identificatoria, ha tomado, finalmente, revancha. Una crítica literaria cuya potencia radica en pensarse como posibilidad revanchista de la historia.

Notas

1 Literatura argentina y realidad política. De Sarmiento a Cortázar, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1971.         [ Links ] El gesto de reescritura consta también de la incorporación de algunos insights sobre la literatura contemporánea y, sobre todo, ubica el libro como el primero de una serie proyectada de diez volúmenes.

2 Literatura argentina y realidad política, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1964, p. 3.         [ Links ]

3 "De Amalia a 'Casa tomada'. Mirada y violación en la literatura argentina", Las palabras y las cosas (suplemento cultural del diario Sur), 20 de mayo de 1990.

4 Se trata de una obsesión, de hecho, que se advierte también en la insistencia con que Viñas remite a la época de Contorno, donde habría anticipado varias lecturas que después fueron al libro. Es notable, sin embargo, que aparte del disparador "Los dos ojos del romanticismo", que firma con el seudónimo Raquel Weibaum (Contorno, nros. 5-6, setiembre de 1955), no hay allí otro artículo del que deriven capítulos de Literatura argentina y realidad política, ya que son sobre el siglo XX (Lynch, Arlt, Martínez Estrada, Marechal, Mujica Lainez, Silvina Bullrich, Bernardo Verbitsky). Lo mismo sucede con Centro, donde colaboró en el primer lustro de la década del 50 y escribió sobre Lugones ("Leopoldo Lugones. Mecanismo, Contorno y Destino", Centro, mayo de 1953, pp. 3-23),         [ Links ] entre otros.

5 "El matadero y Amalia, en lo fundamental, no son sino comentarios de una violencia ejercida desde afuera hacia adentro, de la 'carne' sobre el 'espíritu'. De la 'masa' contra las matizadas pero explícitas proyecciones heroicas del Poeta'" (De Sarmiento a Cortázar, p. 15).

6 Un ejemplo en el que se observa la superposición entre mirada y violación propio del modelo liberal a lo largo de la primera mitad del siglo XX: si en Borges advierte la inversión de la mirada omnipotente del XIX, en Cortázar encuentra la violación; si Borges recupera "por la espalda" y en penumbras la grandilocuencia decimonónica que ya no puede mirarse de frente porque 'enceguece', Cortázar hace de la entrada violatoria de los otros no sólo una cuestión de toqueteo o arrinconamiento sino de expulsión de quienes serían los legítimos habitantes. De ahí en más, de Fervor de Buenos Aires (1923) en adelante, de "Casa tomada" (1951) para acá, el esquema fundacional se repitiría con mínimas variantes. Véase "De Amalia a 'Casa tomada'", op. cit.

7 Contorno. Dedicado a Roberto Arlt, Nº 2, mayo de 1954. David Viñas escribe en él, en todos los casos con seudónimos, varios artículos, entre ellos "Roberto Arlt: una biografía" (seud. M. C. Molinari).         [ Links ]

8 "Los ojos de Martínez Estrada", firmada como Raquel Weinbaum, y "La historia excluida: ubicación de Martínez Estrada" (Contorno, Nº 4, diciembre de 1954). En Literatura argentina y política,         [ Links ] el "nosotros" generacional y denuncialista de Contorno se acota a un yo que denuncia a sus congéneres.

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